EPÍLOGO, a modo de crítica y de autocrítica (no sabríamos decir si constructiva o no)


El corpus de inscripciones propiamente "celtibéricas" es relativamente pequeño y bastante manejable (por lo menos si lo comparamos con el de las inscripciones en lengua ibérica o con el copiosísimo material disponible de las inscripciones etruscas). A grosso modo (no las hemos contado una por una personalmente), puede decirse que no llegan a los dos centenares de inscripciones, de las cuales más de la mitad son los epígrafes grabados en las monedas celtibéricas, brevísimos, pues constan de una sola palabra con el nombre de la población que las acuñó o el del gentilicio de sus habitantes. Las inscripciones menores, en los materiales más diversos (lápidas, vasijas cerámicas, utensilios domésticos, etc), no llegan al medio centenar, y tampoco son en su conjunto demasiado aprovechables, debido asimismo a su extrema brevedad o a su carácter fragmentario, incompleto y en bastantes casos de lectura dudosa cuando no prácticamente ilegible. Hay asimismo cerca de una veintena de inscripciones más, por lo general muy breves también, que constituyen el grupo epigráfico que se conoce como "téseras de hospitalidad". Y tenemos además -y sobre todo- una media docena larga de inscripciones algo más extensas (nos hemos ocupado aquí de las principales de ellas, o por lo menos de las más completas), que en principio debieran ser las más útiles para obtener de ellas datos más seguros y sistematizables sobre la lengua celtibérica y para intentar interpretaciones y "traducciones" de su contenido que vayan un poco más allá de conjeturas, divagaciones o elucubraciones poco o nada fundadas, datos que sirvan para obtener interpretaciones filológicas más rigurosas, es decir, no sólo verosímilmente "lógicas" (en cuestiones lingüísticas es relativamente fácil establecer una lógica cualquiera más o menos coherente, pues la esencia del lenguaje consiste básicamente en eso: en coherencia lógica), sino además rigurosamente lógicas, científicas, contrastables, previsibles, y -en definitiva- indubitablemente ciertas y reales.

La pregunta es: ¿por qué a más de un siglo del desciframiento de la escritura ibérica por Manuel Gómez Moreno a partir de la interpretación de los epígrafes monetales (interpretación que -como es sabido- permitió la lectura, no el conocimiento de su contenido, no sólo de las numerosas y en general más densas inscripciones existentes en lengua ibérica, sino también de las celtibéricas que utilizaron el mismo sistema de escritura), por qué disponiendo -desde hace muchas décadas también- de textos transcritos en otros sistemas gráficos más asequibles (alfabeto griego en el caso de algunas inscripciones ibéricas y alfabeto latino en el caso de otras pocas inscripciones celtibéricas), o por qué pudiendo trabajar desde hace casi medio siglo sobre inscripciones celtibéricas más complejas y extensas, y sobre todo completas, como en el caso de la inscripción de Botorrita 1, por qué -con todo ello y con todos los conocimientos lingüísticos que la Filología comparada lleva acumulados en los últimos dos siglos- los progresos en la interpretación de estas lenguas hispánicas prerromanas ("paleohispánicas" es ahora entre especialistas el tecnicismo de moda para designarlas) han sido tan escasos y -en general- tan desalentadores? ¿Qué ha fallado aquí propiamente? ¿la Filología, o más bien los propios filólogos, generaciones enteras de filólogos, para ser más precisos?

La respuesta generalizada, la más simple y la más autojustificatoria de ese evidente fracaso por parte de esos mismos filólogos, suele ser casi siempre unánimemente la misma: la causa principal habría sido la de no disponer de instrumentos bilingues, de unos mismos textos de idéntico contenido y escritos al mismo tiempo en una lengua bien conocida (latín o griego, por ejemplo), que serían los únicos que permitirían una comparación directa e irrefutable y que proporcionarían una certeza absoluta en la interpretación de textos escritos en una lengua descifrada en su sistema gráfico pero demasiado ininteligible todavía en sus contenidos. En definitiva, se le echa la "culpa" de ese fracaso a quien menos la tiene (los propios textos disponibles, por defecto).

La primera vez que escuchamos esa "explicación" fue hace ya mucho tiempo, en una clase de Lingüística Indoeuropea en la Facultad, cuando nuestra profesora de Indoeuropeo nos dijo, de manera tan rotunda como indiferente, displicente o resignada: "El ibérico no se descifrará nunca,...porque no hay bilingües" (llevaba ya "descifrado" más de sesenta años, como es sabido, aunque lo que quiso decir ella -que nos había enseñado sobre todo autoexigencia en la utilización precisa y propia de los términos lingüísticos- fue sin duda que los textos disponibles "nunca" podrían ser interpretados y conocidos en su verdadero contenido sin el apoyo de otros textos bilingües). Propiamente hablando, estaba en lo cierto, pues, sin esos otros inexistentes textos auxiliares bilingües o "traducciones" en una lengua conocida, las interpretaciones de los de esas lenguas desconocidas nunca dejarían de ser en cualquiera de los casos más que un conjunto mejor o peor fundado de "probabilidades", nunca de certezas lingüísticas irrefutables.

Pero no todas las lenguas antiguas desconocidas (y sin embargo finalmente descifradas y comprendidas en su casi totalidad) han tenido la suerte de contar con documentos bilingües para su "desciframiento" (como ocurrió con el egipcio antiguo o con el sumerio), ni siquiera con valiosos instrumentos indirectos de comparación y textos tan extensos como abundantes, como en el caso del acadio y de otras lenguas semíticas (a pesar de que los restos de algunas de éstas, p.e. el fenicio oriental y el fenicio occidental o púnico, son bastante escasos). Otras lenguas antiguas, en este caso indoeuropeas, disponían en realidad de "bilingües" o al menos de textos comparativos muy extensos, como fue el caso del persa antiguo o el gótico (éste último, conservado sobre todo en una versión gótica de la Biblia, era en realidad una traducción resumida y parafraseada del texto bíblico, sobre todo de los textos evangélicos). Pero ha habido también otras lenguas indoeuropeas antiguas en principio desconocidas (el hitita y el micénico, principalmente) que han podido ser reconstruidas y "traducidas" desde una comparación lingüística casi exclusivamente indirecta, es decir, sin textos bilingües de apoyo (sobre todo el micénico), y no por eso decimos ni creemos que la mayor parte de sus respectivas interpretaciones léxicas y textuales sean hipóteticas o tan sólo "muy probables". La comparación indirecta también funciona cuando se aplica con los métodos filológicos correctos y sobre todo por los filólogos correctos (o por lo menos funcionaba hasta hace algo más de cincuenta años, cuando se produjo el último y más espectacular gran avance de la Filología comparada en el desciframiento e interpretación de una lengua antigua: ese griego arcaico conocido hoy como "griego micénico").

Visto lo visto, forzosamente tenemos que admitir, o al menos sospechar, que en el estudio de las lenguas "paleohispánicas" (como asimismo en los estudios de la lengua etrusca) ha tenido que haber desde casi el principio, para llegar a este punto de "colapso" interpretativo en que nos encontramos, bastantes "errores metodológicos" no reconocidos, errores que no sólo han viciado considerablemente el camino para las actuales generaciones de filólogos, sino que además han bloqueado cualquier otra vía de acceso para las generaciones posteriores.

Ese "error" lo podemos resumir en un calificativo genérico, que aquí lo llamamos "hiper-cientifismo", es decir, abuso de métodos filológicos cientifistas en la forma, pero sólo pretenciosamente científicos en el fondo, aplicados de forma excesivamente dogmática sobre hechos lingüísticos infinitamente más complejos y sutiles que los propios esquemas lógicos y metodológicos que se utilizan para analizarlos, comprenderlos e interpretarlos.

Alguien dirá quizá: "¿Es que tiene usted algo en contra de la Lingüística Indoeuropea?". Y yo le respondería: "¿Algo? No, señor mío. Lo tengo todo". Y no por malas "experiencias" en esta disciplina en mis ya lejanos tiempos universitarios (que las tuve). La profesora antes aludida fue -hablando con completa seriedad- mi verdadera nutrix ("nodriza"), aunque no magistra, en las complejas sutilidades lingüísticas de esa materia tan innovadora y tan nueva para mí por aquel entonces (lo de menos es que esa disciplina se me "atragantara" desde el principio, y no por culpa suya, y que sólo consiguiera aprobarla finalmente en la última convocatoria de examen, encerrado a solas en el despacho de esa profesora y no sin que mi orgullo de estudiante tuviera que aguantar la humillación de que ella se marchase entretanto a la cafetería dejándome solo y diciéndome: "Voy a tomarme un café. No me copies ¿eh?"; no copié, pero el examen me quedó igualmente desastroso para sus exigencias, aunque al final creo que fui aprobado "per compasionem", y gracias a ello quizá la Filología Clásica finalmente no perdió a uno de sus elementos más díscolos, mucho más tentado a dedicarse a otras cosas más productivas).

Mucho más tarde, y ya por mi cuenta, tuve ocasiones de comprobar que la Lingüística Indoeuropea es tan compleja, lógica y fascinante como puramente abstracta en sí misma e inoperante en su aplicación práctica para la interpretación apriorística de los textos de lenguas antiguas indoeuropeas más o menos desconocidas (etrusco o celtibérico, por ejemplo), pero aun mucho más inútil en sus reconstrucciones "a-posteriori", cuando trata de subordinar a toda costa los datos lingüísticos de esos textos a los constructos teóricos indoeuropeístas o -peor aun- de interpretar esos datos fabricando imaginativas y lógicas interpretaciones "ad-hoc" para cada una de ellos o rechazando de plano cualquier otra interpretación que no se avenga a esa lógica previa preestablecida.

No creemos que nadie se ofenda o se dé por aludido si recordamos un hecho bastante evidente, a saber: el de que desde hace años, muchas décadas ya, no existen en la Universidad española, y en el campo específico de la Filología, grandes maestros como los de antaño. En su lugar han sido sustituidos por professores (del latín pro-fessor, etimológica y literalmente "el que se las da de algo"), por mediocres funcionarios docentes espantosamente autosatisfechos de sus "conocimientos" y de sus disciplinas super-especializadas. Pero la verdad es que ya nadie echa de menos a esos maestros, salvo la propia Filología.

En los años '20 y '30 del pasado siglo, y aún en los '40 y hasta finales de los '50, la Universidad española, en las materias de Humanidades, estaba entre las mejores del Mundo, si no en la investigación (como las alemanas) y mucho menos en la aplicación práctica de los conocimientos (como las estadounidenses), sí al menos en la docencia, en la transmisión de esos conocimientos. Personas -y "personajes"- como Ramón Menéndez Pidal o el polifacético Gómez Moreno eran mucho más que "filólogos", eran verdaderos sabios, y los últimos grandes maestros también, con su toque personal de seriedad y rigurosidad académica pero también de "diletancia" y "frivolité" cuando era necesario ("sólo los genios -se ha dicho- pueden permitirse prescindir ocasionalmente de las reglas o inventar las suyas propias"). Antes de ellos, la verdad es que no había grandes personalidades en ese mundillo filológico, sino sobre todo "autoridades", grandes y laboriosos filólogos "recopiladores" (principalmente alemanes) que facilitaron mucho la labor de todos. El problema de estos grandes maestros (maestros no meramente transmisores, sino auténticamente sugeridores de conocimientos) es que no pudieron crear "escuela" ni tuvieron aventajados discípulos que no fueran los típicos "trepas" universitarios deseosos de medrar a la sombra (y "a la contra", si era necesario para su propia promoción académica personal) de sus propios maestros.

En este terreno de la lingüística ibérica y sobre todo celtibérica, el más "aventajado" discípulo de Gómez Moreno fue precisamente Antonio Tovar. Su trayectoria personal es sobradamente conocida, y no tan desconectada de su propia trayectoria académica como pudiera parecer. Falangista oportunista de "camisa nueva" durante la guerra civil, en el cuartel general franquista de Salamanca, jefe de los Servicios de Propaganda del nuevo Régimen, y uno de los intérpretes principales en las conversaciones Franco-Hitler en Hendaya en 1940 (parece identificable con ese individuo que se asoma curioso por la ventanilla del tren en las imágenes filmadas de la llegada a la estación de Hendaya de la delegación española), Tovar podía jactarse de ser el principal introductor en España de las innovaciones indoeuropeístas (y de los "estudios célticos") que había aprendido en sus tiempos de estudiante en varias universidades alemanas en las que cursó estudios ampliatorios de la mano de las grandes "autoridades" de su tiempo en ese campo. Aportó ciertamente muchas y muy buenas cosas a la Filología (y además se "desenganchó" progresivamente del Régimen político, hasta formar parte de una oposición blanda de tipo democráta-intelectual-académico), pero en lo que respecta a los avances en el conocimiento de las lenguas hispánicas prerromanas su labor fue en su conjunto más bien nefasta que beneficiosa para el progreso posterior de esos estudios (pues fue quizá uno de los principales responsables de su estancamiento durante décadas). A cada uno lo suyo.

Tovar dejó, si no "escuela", por lo menos unos cuantos y valiosos "ex-discípulos" en la Universidad salmantina, a algunos de los cuales los hemos tenido como profesores (tampoco estrictamente como "maestros") casi en vísperas de su jubilación en la Universidad Complutense madrileña. Ninguno de ellos se "especializó" en la lingüística paleohispánica ni la continuaron, pero casi todos se centraron en la "novedad" lingüística de su época en las universidades europeas (el estructuralismo lingüístico sausseriano desarrollado por Meillet, Benveniste, Martinet y otros), aunque algunos se especializaron precisamente en Lingüística Indoeuropea, como el profesor y "maestro" de esa profesora nuestra a la que antes hemos hecho referencia. Pero, en fin, actualmente resulta incluso "de mal tono" exhibir pedigrée académico o ir autopostulándose por ahí diciendo ante los alumnos: "Mi maestro Tal, o mi maestro Don Cual". Sería tan inútil y contraproducente como decir, por ejemplo: "En materias filológicas me considero tataranieto bastardo de Gómez Moreno, Menéndez Pidal y otros, a los que por supuesto sólo he conocido estudiando las publicaciones de sus eminentes trabajos, pero no tengo nada que ver con sus espúreos hijos, nietos y biznietos intelectuales, suponiendo que los haya".

Volviendo al presente de los estudios ibéricos y celtibéricos, hay ahora en la Universidad española una pequeña pléyade (aunque no de mucho brillo) de filólogos importantes, con sólida formación académica (mejor que la nuestra en cantidad, quizá no tanto en calidad y sobre todo en utilidad), que han renovado un poco ese "aire viciado" durante tantas décadas de trabajos estériles, filólogos que, si llegasen a entender la necesidad de "desintoxicarse" un poco de ese "indoeuropeísmo dogmático tan mal asumido, tan obsesivo y tan inútil", quizá podrían aportar todavía nuevas perspectivas y desprejuiciadas visiones sobre muchos problemas que estas lenguas paleohispánicas plantean. Así lo creemos, sinceramente, a la vista de algunos de sus concienzudos (e inútiles) trabajos. Pero es difícil cambiar mentalidades (ni lo intentamos), sobre todo por lo que ese cambio implica de renegar de los únicos métodos que ellos conocen para abordar unas cuestiones filológicas que suelen ser a menudo tan complejas como especialmente delicadas; y es que a veces -como dijo alguien- "parece que caminan con pies de paloma los sutiles pensamientos que verdaderamente dirigen el mundo".

Pero analizar concienzudamente, p.e., una o dos palabras aisladas que forman parte de una inscripción conservada incompleta y muy fragmentada, y elucubrar sobre si estamos ante una forma verbal de optativo o de subjuntivo, se convierte en un ejercicio completamente inútil, un mero "pasatiempo" de filólogo ocioso que no lleva en realidad a ninguna parte ni aporta absolutamente nada a la gramática de una lengua desconocida, una gramática que debe reconstruirse a partir de datos seguros, ciertos y contrastados, no de meras elucubraciones filológicas, por perfectas que puedan parecer en su propia lógica interna. Pues, en efecto, tales conjeturas sobre elementos lingüísticos descontextualizados no sirven de nada si esos "rigurosos" análisis no se han hecho primero sobre las palabras de un texto mucho más amplio y contextualmente más completo. Y no sirve de mucha excusa que esos textos disponibles sean tan escasos como lo son, porque de hecho también son más que suficientes para ese tipo de ensayos.

Pero el caso es que tampoco sobre esos textos completos y amplios se han hecho otra cosa que ensayos parcializados, pseudo-lógicos y unidireccionales, aparentemente válidos para algunas de esas palabras en el plano fonético, pero inútiles a la hora de explicar con ellos no sólo aspectos etimológicos más o menos probables, sino también de buscar esa misma cohesión y coherencia en su interrelación simultánea con los otros planos del lenguaje (morfosintácticos, semánticos y contextuales). El problema es que si ese método es capaz de encontrar para tres o cuatro palabras explicaciones fonéticoetimológicas aceptables, ese mismo método tendría que poder dar explicación también a todas y cada una de las demás palabras del texto en cuestión, sin prefabricarles explicaciones interpretativas ad-hoc que más o menos se acomoden al sentido de esas tres o cuatro palabras aisladas para las que es viable esa explicación fonéticoetimológica. Lo contrario, sencillamente, no es científico en absoluto, sino un mero "análisis parcial y parcializado de los datos" que no autoriza a aventurar siquiera interpretaciones sintácticas y menos aun semanticas o de significado. Como tampoco lo es buscar supuestas correspondencias fonéticas regulares ("leyes fonéticas") entre algunas pocas palabras de ese texto y las prefabricadas palabras ("palabros" impronunciables en muchos casos) de una lengua "imaginaria" como es el llamado "proto-indoeuropeo", si no somos capaces de encontrar también correspondencias similares con otras palabras de ese mismo texto y de otros textos celtibéricos, y sobre todo de explicar las supuestas excepciones, que con frecuencia superan ampliamente a la propia "regla". Y es que a veces, releyendo esas hiperhipotéticas "reconstrucciones", tenemos casi la misma impresión que si se estuviera intentando reconstruir la gramática del celtibérico desde una lengua aun más artificial y artificiosa que el propio esperanto.

No es ése -pensamos- el camino correcto de la interpretación, al margen de esa supuesta coherencia lingüística que sólo se verifica en esas tres o cuatro palabras y no en todas las demás. Más productivo sería, p.e., intentar establecer esas "reglas" o correspondencias regulares no con una lengua imaginaria (sobre la que se pueden ensayar todas las posibles combinaciones que se quieran, y algunas más, y todas ellas serán especialmente "lógicas" dentro de la propia lógica interna de la reconstrucción teórica), sino establecerlas sobre elementos fonéticos de lenguas indoeuropeas históricas y reales, sobre lenguas coetáneas y más o menos afines a la lengua desconocida que se trata de reconstruir. En otras palabras, es más útil y productivo, menos rebuscado, y desde luego mucho más científico, determinar esas correspondencias regulares con lenguas reales que no sobre constructos teóricos que no tienen demasiada validez más allá de sí mismos. Por ejemplo establecer "leyes fonéticas" entre el celtibérico y el latín, correspondencias regulares que expliquen las diferencias fonéticas entre palabras análogas de una u otra lengua, correspondencias que se cumplan y verifiquen no sólo sobre los elementos vocálicos o consonánticos de unas pocas palabras, sino sobre todos los que en ese mismo texto u otros de esa misma lengua tengan las mismas similitudes y características fónicas. Si, pongamos por caso, verificamos una supuesta correspondencia regular entre determinado sonido vocálico en determinada posición silábica y acentual de la lengua celtibérica y el correspondiente a otro sonido vocálico de las mismas características y posición en otra palabra latina, esa misma correspondencia ha de verificarse entre los resultados fonéticos de la mayor parte de las palabras de una y otra lengua en que esos mismos sonidos tenían originariamente las mismas características y ocupaban similares posiciones silábicas. Entonces, y sólo entonces, podremos decir que hemos hallado una "ley fonética", esto es, una correspondencia regular entre esos elementos fonéticos y léxicos de ambas lenguas comparadas de procedencia lingüística común. Pero esto, que parece (y es) algo tan elemental, es lo que menos se ha ensayado en esas pretenciosas reconstrucciones indoeuropeístas que hasta la fecha se han perpetrado sobre los textos celtibéricos disponibles.

Porque, ¿qué ocurre si unas determinadas palabras exquisitamente explicadas como verbos por esas reconstrucciones, y que según toda la lógica indoeuropeística aplicada tienen que serlo (p.e. los términos cabiseto, zizonti o bionti de la inscripción 1 de Botorrita, leídos y reinterpretados como cabiset, sisonti o bionti), resulta que pese a toda esa lógica aparente de la reconstrucción no son realmente tales verbos, sino nombre propios: Cabiseto, Sisonto, Bionto o algo similar?, ¿qué ocurre si todas esas exquisitas explicaciones fonéticas basadas en hipótesis indoeuropeístas sobre los elementos fónicos de determinadas palabras no se cumplen ni verifican en los elementos fonéticos similares de otras muchas palabras?, ¿con qué rigor pueden considerarse válidas esas hipótesis que sólo parecen cumplirse en unas palabras y en otras no, siendo en ambos casos fonéticamente similares? Así se aplican generalmente esas hipótesis indoeuropeístas: de forma acontextual y parcializada, sin verificar ni mucho ni poco la totalidad de los casos, con lo que no sólo su valor científico resulta plenamente nulo y queda en entredicho, sino que sólo podemos calificar esa lógica mínima como mero "cálculo de probabilidades improbadas e improbables".(1)

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(1) Recomendamos expresamente, para los que se interesen por estos temas del "hipercientifismo" en los estudios celtibéricos contemporáneos, un excelente artículo de un celtiberista de la "vieja escuela" (aunque la realidad en la Universidad española, como ya dijimos, es que no hay ni "vieja" ni "nueva" escuela, pues hace muchas décadas que no hay ni siquiera "escuela" alguna). El artículo se titula "Filología arqueoibérica: cuestión de método" (Xaverio Ballester, Paleohispánica 9, 2009) y todavía se puede encontrar pacientemente por Internet. Es una reflexión, desde dentro y desde el sentido común, contra ese pretencioso "laringalismo indoeuropeísta" y sus elucubraciones infundadas y a-científicas sobre los complejos problemas de significado que estas inscripciones celtibéricas plantean, aunque -como es de esperar- absolutamente nadie suele darse por aludido en este tipo de críticas. No compartimos para nada, en cambio, la desconfianza de Ballester hacia los métodos indirectos y etimológicos de la comparación lingüística, que han evidenciado su utilidad cuando con ellos se "redescubren" leyes fonéticas entre las propias lenguas comparadas, y con ello una base científica firme para esa comparación (no olvidemos cómo se descifró en gran parte el griego micénico).


 

Por lo demás, casi se diría que estos "hiper-cientifistas" prefieren trabajar sobre textos fragmentarios e incompletos y sobre palabras descontextualizadas, con las que parecen estar mucho más cómodos. También lo están con el reducido corpus de inscripciones útiles disponibles, pues ni sabrían qué hacer si ese corpus fuera veinte veces mayor y más completo de lo que actualmente es. Se diría que los textos demasiado extensos, complejos y completos desbordan a estos indoeuropeístas, y que su elaborado método sólo funciona precisamente en textos fragmentarios y acontextuales, no en textos íntegros y extensos, que son los que más dejan esos métodos suyos "en evidencia". Con ello, esos filólogos se hacen su propio "mundo aparte", su "especialización", que además revisten pretenciosamente de "fórmulas lingüísticas" como si trabajaran con fórmulas químicas. Pero la Filología no es la Química, ni tiene ni puede tener el mismo grado de cientificidad que las ciencias experimentales propiamente dichas. Prueba de ello es que nadie que no sea químico se atrevería a intentar resolver complejos problemas de química orgánica; pero, en cambio, muchos aficionados -demasiados ya- se han puesto de un tiempo a esta parte a "descifrar" e "interpretar" por su cuenta lenguas desconocidas sin tener los más mínimos y elementales conocimientos de las complejidades lingüísticas. Eso, como mínimo, evidencia el poco "respeto" (merecido, creemos) que se tiene actualmente a las disciplinas humanísticas, incluida la propia Filología, convertida -cada vez más- en una auténtica impostura cientifista.

Por eso hemos querido aquí dejar fuera de juego a estos indoeuropeístas y a sus "juegos florales" de interpretación, a sus conjeturas y florituras disfrazadas de lógica científica, con las que demasiado a menudo ni siquiera convencen a otros especialistas como ellos. Y por eso hemos querido demostrarles que "hay otras lógicas" (lógicas internas e intratextuales, no meramente internalizadas desde afuera), y que además responden mucho más y mejor a la propia Lógica científica. Pero si convencer, p.e. a los etruscólogos, de que la mayoría de sus transcripciones de los textos etruscos son defectuosas (y ello ha viciado necesariamente la posibilidad de establecer lecturas coherentes, lógicas y correctas desde el principio) es algo prácticamente imposible a estas alturas, no menos lo será convencer a los "celtiberólogos" de que sus elucubraciones indoeuropeístas resultan completamente inútiles para llegar al verdadero sentido de esas inscripciones celtibéricas.

Hablar de "juegos" no es una mera metáfora en este caso. Todo empieza como en una partida de "dominó", con el primero que abre la partida poniendo la primera ficha (la más alta), generalmente alguien con el suficiente prestigio filológico (indoeuropeísta) para hacerlo. Y todos van siguiendo las reglas de ese juego, aportando ("contribuyendo", dicen ellos mismos) con nuevas fichas que vayan enlazando unas con otras. Los que se incorporan después al juego no tienen más opción que seguirlo y van ampliándolo, pues es un juego "abierto" pero a la vez completamente restrictivo en sus opciones. Así se ha llegado -en una partida interminable- al estado actual en que se encuentran estos estudios sobre la lengua celtibérica. Y así son estos indoeuropeístas, estos "jugadores de dominó en un bar de pueblo", que incluso juegan "en parejas". Todos buscan completar el juego, ficha a ficha, palabra a palabra, pero perdiendo de vista completamente el diseño y la lógica general del juego en sí, pues sólo les interesa puntualmente si su ficha-de-doble-opción encaja en cada momento puntual de la partida. Cuando releemos esos trabajos, esa explicación pseudocientífica de unas determinadas palabras (y la ignorancia de otras, que son las otras fichas de otros momentos de la partida puestas ya sobre la mesa), nos damos cuenta de hasta qué punto la analogía es exacta. Se buscan "leyes fonéticas unilaterales" que expliquen puntualmente -desde el protoindoeuropeo, por supuesto, y secundariamente desde el llamado "celta común"- una determinada palabra, la que ellos analizan, intentando solamente que encaje en el esquema de las fichas ya jugadas. Sus explicaciones -para el profano en ese juego- no es que sean penosamente tediosas (patéticas en ciertos casos), sino de una inutilidad exasperante, pues no llevan en realidad más que a otras ulteriores "explicaciones" de otras palabras, de otras fichas, en ese juego cruzado de nunca acabar que busca sólo el encaje puntual en un determinado tramo de esa cadena de piezas, pero nunca un sentido explicativo general perfectamente coherente y sistemático consigo mismo. Así es ese juego, al que desde el principio nos hemos negado a jugar (aunque tampoco creo que nos hubieran dejado).

Pero una cosa es actuar verdaderamente de modo científico y otra creérselo y pretender que con ello se está haciendo "ciencia lingüística" sólo porque actúan con algo más de rigor que los dilettanti y los aficionados amateurs metidos a "descifradores". No aguantamos ni a unos ni a otros, pero incluso en esos dilettanti encontramos a menudo mucha menos pretenciosidad y más honestidad intelectual que en la mayoría de esos "especialistas", que por el hecho de manejar una terminología especializada, por el hecho de utilizar un lenguaje más o menos técnico, se creen ante todo "científicos" de su acientífica especialidad (que incluye pretenciosas y distintivas absurdeces como llamar "autopsia" a lo que el sentido común y la propia economía del lenguaje ha llamado siempre proceso de "limpieza" en laboratorio de una pieza epigráfica). Pero, ¿qué buscamos aquí?, ¿o qué valoramos?: ¿el supuesto rigor de una parafernalia pseudocientífica o los propios resultados verificables y reales?

Y terminamos ya (sin apenas haber esbozado esta crítica ni tampoco nuestra propia autocrítica).

Lo que hemos ensayado aquí (el tiempo dirá con qué grado de validez real) no han sido otra cosa que "interpretaciones provisionales" sobre un pequeño conjunto de textos celtibéricos (los principales y más productivos de ellos para reconstruir la gramática de una lengua todavía bastante desconocida), tantear opciones interpretativas y avanzar "traducciones" aproximativas de sentido general, más que interpretaciones pormenorizadas que hoy por hoy y en el grado actual de nuestros conocimientos resultan indemostrables e inviables. Hay aquí no sólo meras elucubraciones y necesarias conjeturas e hipótesis de trabajo, sino seguramente algunos elementos valiosos que tampoco somos capaces por ahora de aquilatar como es debido. Con todo, hemos intentado presentar interpretaciones coherentes de estos textos, buscando no sólo la coherencia contextual, sino también la coherencia morfológica, sintáctica y semántica de conjunto, datos no contradictorios entre sí, aunque ante todo hemos intentado prescindir de interpretaciones previas y reconstruir nuestras propias interpretaciones desde los propios textos analizados. Al mismo tiempo hemos intentado también -en lo posible- establecer algunas correspondencias fonéticoléxicas regulares entre la lengua celtibérica y otras lenguas indoeuropeas afines ("leyes fonéticas horizontales"), especialmente la lengua latina, con la que parece que el celtibérico compartía en muchos casos mayores afinidades que con otras lenguas del grupo llamado propiamente "céltico".

Queda todavía una revisión profunda de todos los datos obtenidos con esta interpretación provisional y sobre todo una sistematización verdaderamente operativa de los mismos. Pero esto es una tarea que personalmente nos desborda, así que se la dejamos a otras generaciones de filólogos más y mejor preparados que nosotros mismos (con menos superbia docendi y más -mucha más- humilitas intellectualis), para que la emprendan sin ningún tipo de prejuicios previos y con el mayor grado posible de rigurosidad lógica, y que una vez hecho esto se atrevan también a intentar verificar estos datos con el estudio de las inscripciones celtibéricas restantes, especialmente con algunas de las más extensas e incompletas. En realidad, no hemos hecho más que empezar, y queda todavía mucho tiempo y trabajo para poder decir que la lengua de todas esas inscripciones está prácticamente "descifrada" y "comprendida" en su mayor parte.

Nosotros estamos ya en otras cosas y en otros intereses menos monotemáticos, pues la vida, como suele decirse, es siempre demasiado breve y el conocimiento demasiado amplio.

....

Pero las bases para una revisión exhaustiva de todos los textos disponibles (esos 200, o los que sean) y para la elaboración de una gramática mucho más definitiva y exacta creemos que ya están puestas con este trabajo preliminar. Hemos revisado las cinco inscripciones más completas y extensas hasta ahora disponibles. El segundo paso, después de revisar más detenidamente estos resultados provisionales, es aplicarlos a todas las demás inscripciones menores, y sobre todo a los textos extensos pero fragmentarios e incompletos (en especial los Bronces de Botorrita III y IV). Con todo ello se podrá disponer de una "gramática básica" mucho más operativa y exacta que las ensayadas hasta ahora. Entonces será el momento también de recuperar (revisar) toda la bibliografía sobre el tema, y separar el "trigo" de la mucha -muchísima- "paja" que contiene. Y con todo ello bien consolidado, será entonces el momento de que los indoeuropeístas puedan entrar "a saco" -ahora sí- sobre esos textos (de que se estudien al detalle todos los datos fonéticos y morfosintácticos con todos los conocimientos de la lingüística comparada y con todas las herramientas actuales disponibles), de que se consoliden definitivamente las lecturas, de que se estudien esos textos y sus contenidos de manera interdisciplinar y productiva. Éste sería, en fin, el "plan de estudios" para esta nueva materia de Lingüística Celtibérica o Celtohispánica en un plazo mínimo de cinco años. La escasez de textos disponibles no garantiza precisamente grandes y brillantes resultados (de momento no disponemos entre todo lo revisado de más de una treintena de palabras que podamos considerar prácticamente seguras en sus significados y unos elementos gramaticales demasiado escuetos y muy precarios todavía). Pero por lo menos se estará en mejores condiciones para abordar -mucho más científicamente esta vez- eventuales textos más extensos que las excavaciones arqueológicas puedan deparar en el futuro.

Todo ello, claro está, es algo que supera con mucho las capacidades y posibilidades de una sola persona, por versátil y brillante que sea (que no es desde luego ni mucho menos nuestro caso).

PABLO J. RODRÍGUEZ DE HITA (ex-filólogo)
Madrid, 19 de febrero de 2019


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