APUNTES SOBRE EL QUIJOTE Y SU VIAJE LITERARIO



 

En todos los países hay escritores que (bastante injustamente casi siempre) alcanzan la dudosa categoría de "genio" y de "mito" en sus respectivas literaturas, por encima de la obviedad (nada obvia) de que en cualquier autor literario hay casi siempre cosas interesantes y cosas no tan interesantes, e incluso nada interesantes, o sea, obras buenas, obras no tan buenas, y obras verdaderamente mediocres (la literatura narrativa, al fin y al cabo, es el arte de contar historias más o menos interesantes y que puedan decir algo a otras personas, pues de lo contrario no es más que un mero ejercicio terapéutico para el propio escritor).

En Miguel de Cervantes también ocurre esto (y afirmar lo contrario sería recaer de nuevo en esa "mitomanía de autor" que toda historia de la literatura debe evitar), pues se trata de un escritor muy desigual, que como poeta o como autor teatral no alcanzó más que una mediana altura, y tampoco sus "Novelas Ejemplares" tienen demasiado de "ejemplar", esto es, de "modélico" o "innovador" en su género, ya que el género novelístico tiene unos precedentes (en Roma, en la Grecia helenística, en Bizancio o en la Italia florentina prerrenacentista) que la narrativa cervantina no sólo no supera, sino que a menudo imita y remeda con bastante poca fortuna en punto a trivialidad, inverosimilitud y exceso de fantasía narrativa.

Con todo, la merecida fama de Cervantes se basa en una gran novela, una de las más complejas, completas y perfectas de la literatura universal (la "primera novela moderna", se la ha llamado). Porque "El Quijote" es ciertamente una novela superior a casi todas las que se habían ensayado hasta entonces (especialmente las populares y fantasiosas novelas de caballería, a las que en su primera y superficial intención Cervantes quiso denostar y superar con una definitiva parodia, aunque esa intención originaria -afortunadamente- se desbordó y le desbordó). Cervantes presenta, crea o descubre un arquetipo universal (dos, contando al caballero y a su escudero, Sancho Panza), que es en primer término lo que más fascinó del personaje en su época y en todas las épocas posteriores. Fascinó a su contemporáneo e imitador, un Alonso de Avellaneda, que continuó por su cuenta las aventuras quijotescas utilizando ese mismo arquetipo literario cervantino (no era exactamente un "plagio", pues en esa época el concepto de plagio literario tenía unos condicionantes y connotaciones que no eran todavía como los de nuestros días). Simplemente consideró a ese arquetipo como algo autónomo e incluso independiente (y preexistente) del escritor que inicialmente lo había presentado.

A Cervantes, como es sabido, le irritó ese "plagio", que fue lo que más le motivó para que se decidiese a escribir una Segunda Parte de la obra, donde le da al esquemático personaje inicial toda la profundidad psicológica que no le había sabido dar en la Primera Parte, con lo cual le hace definitivamente individual e implagiable. Por lo demás, el "quijote" (y el "sancho") de Avellaneda son puros monigotes arquetípicos, con momentos -no episodios, como en la novela cervantina- de cierta comicidad, pero para el muy leído lector moderno a menudo resulta difícil seguirles en sus repetitivas aventuras más allá de la ciudad de Zaragoza, donde recalan, pues el "viaje literario" en semejante compañía se vuelve necesariamente tedioso e incapaz de enseñar o sugerir al lector nuevos horizontes y perspectivas. En definitiva, se trata de un pseudoquijote de "muy corto recorrido", sin ruta propia.

El Quijote auténtico, Don Quijote, son los sueños heroicos de un personaje de ficción realizados en un mundo puramente literario, pero al mismo tiempo real, un mundo y una realidad con la que chocan frontalmente todas las fantasías de este magnífico "Caballero de la Triste Figura", que sin embargo en cierta forma triunfa siempre sobre esa "realidad aparente" (la propia locura de su tiempo y de todos los tiempos), aunque sea un triunfo aparentemente tan patético como inútil para todos aquellos que se consideran a sí mismos definitivamente "sensatos" (entre ellos el propio Cervantes).

Escena del Lazarillo de Tormes
 

En el género de la "novela picaresca española" de los siglos XVI y XVII hay siempre -en mayor o menor medida- una realidad bastante cruda, cruel y brutal, en la que sobrevive como puede el personaje, que es siempre claramente el escritor mismo, pues se da una inevitable identificación (consciente/ inconsciente) entre el autor y el personaje protagonista (el joven "pícaro"). En el Quijote, la disociación es completa (y de ahí su radical novedad narrativa): el autor es simplemente el narrador y el "titiritero" de un personaje que a menudo se le escapa de las manos y rompe sus hilos de marioneta y se mueve con vida propia y autónoma, desligándose del propio autor que inicialmente animó sus pasos.

Por ello, y por otras cosas, esta novela cervantina es una "obra maestra", y lo es sobre todo en la medida en que consigue superar al propio escritor-narrador, al "ego" literario de éste, hasta el punto de que quizá lo peor de ella sean precisamente esas "intromisiones" constantes del autor en la obra mediante continuas autointerpolaciones, digresiones, ampliaciones y juicios personales, que son la mayor parte de las veces (literariamente) del todo innecesarios. Ése es precisamente el peor defecto de esta novela: es demasiado larga, excesivamente interminable en ocasiones (en realidad el Quijote podría seguir siendo tan interesante con sólo tener la mitad de la extensión de la que tiene, al modo de las modernas ediciones escolares reducidas). La obra se alarga innecesariamente en la multiplicación de las aventuras y en los comentarios de su autor, hasta terminar convirtiéndose en un inmenso folletón o novela por episodios. Le sobra, en efecto, mucho, aunque no le falta casi de nada, pues hay en ella prácticamente de todo: novelitas pequeñas insertadas casi autónomamente en la trama principal; teatro; cuentos; teatro de títeres; crueldad típicamente humana (la del propio Cervantes, en exceso gratuita casi siempre); idealismo no menos humano pero que quiere ser sobrehumano en ocasiones; poesía; fantasía realista; dura y cruda realidad; aventura caballeresca, aventura amorosa, aventura grotesca, aventura cotidiana; comicidad; agridulce tragedia; clasicismo barroco, pre-romanticismo y pre-realismo literario, etc. Por algo el "Quijote" es el resumen más completo de toda la literatura española (la que se había hecho hasta entonces y la que se hará después), de la propia aventura histórica española de su época y de todas las épocas, y su lenguaje es ya -salvo inevitables modismos de la época- el castellano clásico de nuestro tiempo y de todos los tiempos.

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Pero la "locura" de Don Quijote no es más que la distorsión de lo ideal caricaturizado en su desventajosa confrontación con lo cotidiano, con la creencia en la realidad de lo cotidiano. No es tanto la caricatura de un héroe, sino más bien la realidad más profunda y más "verdadera" de éste, vista con la melancólica y resentida mirada de quien quizá pudo serlo y lo fue (el ex-soldado Cervantes) pero que sabía que ya nunca más podría volver a serlo, de alguien (el propio Cervantes) que había perdido ya los ideales de su juventud y los amores de juventud. Por ello mismo, esta gran obra es preferible leerla creyendo y siguiendo a Don Quijote, no al entrometido "Don Cervantes", creerlo como están dispuestos a creerle no pocos de los personajes de la obra (por mucho que el autor intente hacer creer todo lo contrario): las dos "mozas de venta", la Tolosa y la Molinera, que Don Quijote transforma en Doña Tolosa y Doña Molinera, creen en ese momento en el estrambótico caballero, que las reviste de una nobleza para ellas desconocida (y que en realidad efectivamente tienen); cree también en él, como salvador (pues su amo le estaba moliendo a correazos), el zagal Andrés; otros, como el vecino de su pueblo que recoge al maltrecho caballero tras su primera salida, aunque entiende enseguida su locura, se comporta con él exactamente igual de solícito que el "buen samaritano" del evangelio, e incluso se cuida de entrar de noche en la aldea de don Quijote para no dar qué hablar a los vecinos (no por él mismo, sino por la propia dignidad del enajenado hidalgo); y los primeros cabreros con los que se encuentra en su segunda salida resultan -en su sincera y humilde ingenuidad- casi una trasposición de unos auténticos "pastores de Belén".

En contraposición a ellos, entre los "descreídos" (no sólo los que no creen sin ver, como quiere y exige D. Quijote, sino incluso los que no creerían aunque vieran), hay otros personajes curiosos, por ejemplo el primer ventero (taimado, como buen posadero, pero prudente, y no mala persona, además de buen lector de libros de caballerías); o los arrieros que le apedrean después de que D. Quijote intente meterlos en una historia que no va con ellos; o el amo del joven Andrés (un labrador rico, abusón y malvado, incrédulo pero buen simulador); o el mercader toledano (astuto y cínico); o el gallardo vizcaíno (con una idealidad propia tan pegada a la tierra que acaba en ella inesperadamente vencido por el caballero manchego); o el Duque y la Duquesa (probablemente los personajes más crueles y repelentes de toda la segunda parte de la obra, imagen de la fatua aristocracia hispana de la época y de todas las épocas). Mención aparte, y como personaje-compendio, está el propio Sancho Panza, el escudero de D. Quijote, y uno de los personajes arquetípicos más logrados de toda la obra. Aparte de ellos, hay también personajes enteramente novelescos y literariamente increíbles o muy ficticios (sobre todo femeninos), y un personaje esencial y enteramente metafórico que llena toda la obra sin aparecer en ella (Dulcinea del Toboso), de la que no se puede creer que finalmente resulte ser como la describe el propio autor, en un alarde de bastante mal gusto, sino más bien como la imagina y la sueña el enamorado caballero.

El caso es que Cervantes resulta ser, con respecto a su obra, una especie de "malvado mago Frestón" que se ceba y se ensaña con D. Quijote cada dos por tres, un "daimón maligno" que se introduce subrepticiamente en la obra, que la "reescribe" desde su propia vanidad de autor y desde sus desilusiones y frustraciones personales, e intenta reconducirla por caminos de desamor, de cinismo, de (auto)burla y de crueldad (el personaje del ex-galeote Ginés de Pasamonte, p.e., es tan recurrente precisamente porque constituye el trasunto y la sombra del propio Cervantes introducido en la novela). Todo eso es lo que propiamente sobra en esa por lo demás magnífica obra (aunque seguramente sin esas partes suprimibles nunca hubieran salido de la pluma cervantina las partes verdaderamente valiosas, de modo semejante al trigo y a la famosa cizaña evangélica).



 
 

¿Transtornan los libros y lecturas? ¿influyen los libros? ¿perjudican los libros? Ni el propio autor está seguro de ello ("no hay libro malo, pues de todos se puede sacar alguna cosa valiosa", dirá en otro lugar). Y es que los libros, por sí mismos, no son ni el bien ni el mal, sino tan sólo espejos en los que el lector se mira y (a veces) se reconoce y se refleja, en sus propias bondades o maldades. Pero es cierto que a esta obra le sobran literariamente muchas cosas, muchos pasajes, capítulos enteros, demasiado "espúreos", en exceso superfluos, cargantes, resentidos o crueles (e incluso demasiadas frases, párrafos, acotaciones que no vienen al cuento). Convenientemente espurgado de todo ello (¿quién se atreverá a separar todo ese trigo de su tanta paja?), lo que queda son unos personajes puros (buenos o malos) en un escenario asimismo purificado, en el que el propio autor y narrador, que es el único que verdaderamente sobra (Cervantes el manco y el resentido), prácticamente desaparece, olvidado del todo de sí mismo. Tendríamos así una verdadera "obra maestra", que incluso podría ser perfectamente la verdadera "Biblia española" como decía Unamuno, en la que por boca de un "loco", por acciones de un "loco", se exponen verdades místicas, filosóficas, éticas y hasta teológicas (que desde luego en su propia época hubieran sido motivo sobrado de inquisición y de sospecha de herejía en un ensayista o en un teólogo, pero no en un novelista, que además se burla explícitamente de lo que novela).

La lectura del Quijote por episodios es tal vez la mejor manera de disfrutar de una obra que -como densa novela- se vuelve inevitablemente tediosa, pues más que novela es novelón, multi-novela inacabable. Algunos de esos episodios, por cierto, son realmente interesantes y literariamente muy logrados: por ejemplo toda la complicada trama que se desarrolla desde la estancia de D. Quijote en Sierra Morena hasta su traslado en una jaula a su pueblo natal, donde termina la Primera Parte de la obra, una trama donde van insertándose gradualmente diversas "novelitas" amorosas o pastoriles protagonizadas por otros personajes igualmente inverosímiles (pero igual de reales), cuyos desenlaces llegan a confluir y a concluir de modo magistral en una venta o posada del camino (las ventas eran entonces una especie de "motel-de-carretera", de "cueva-de-ladrones" y de "casas-de-todo": una verdadera institución plurifuncional de la comunicación y del intercambio en esa España de sueños de oro ultramarino y de realidades peninsulares de miseria).

Otra forma de disfrutar esta gran novela es hacerlo directamente en sus escenarios geográficos reales, sobre todo en los manchegos. Es ya un "viaje" mucho más iniciático, pero todavía tan sugestivo como interesante, dependiendo -eso sí- de a quién sigamos y tomemos como guía (al escritor y autor o al caballero y protagonista).

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                                "La Mancha manchega, que hay mucho vino...
                                mucho pan, mucho aceite, mucho tocino...
                                Y si vas a La Mancha, no te alborotes,
                                porque vas a la tierra de Don Quijote"

                                                                                    (coplilla popular)


Sobre el escenario geográfico de la obra sigue habiendo no pocos puntos todavía discutibles o dudosos, pero la reconstrucción del itinerario de la primera y la segunda salida (la tercera, que llega hasta una playa de Barcelona, es pura invención cervantina) no es en realidad demasiado problemática, tanto si se toma como punto de partida el pueblecito manchego de Quero ("de cuyo nombre no Quiero acordarme") como si se considera que ese anónimo pueblo pueda ser (pudiera serlo) Alcázar de San Juan, y confusiones sobre "el antiguo Campo de Montiel" se diluyen por sí solas cuando se toman en su propio contexto geográfico cervantino (el nombre parece que se aplicó antiguamente, en efecto, también a la comarca del Campo de San Juan).

La árida región manchega es una de esas regiones ibéricas vacías de "historia", de "sitios históricos" propiamente dichos: como la Galicia y el Portugal más interior y profundo, o la "mesopotamia" entre el Guadiana y el Guadalquivir, o el Bajo Aragón, o la propia Sierra Morena (antiguo refugio de bandoleros, eremitas ateos y otros marginales). Son regiones hispánicas sin historia, pero por ello mismo también las más evocadoras de sueños, de imaginaciones y de reencuentros con uno mismo.

La "Ruta del Quijote" es hoy una ruta más bien turística y gastronómica (se come bastante bien, "a lo Sancho Panza") que literaria o mística, pues los desiertos manchegos que recorrió el enamorado caballero perviven sólo en la propia novela, no en el paisaje de La Mancha actual, vacío de personajes quijotescos (y con mucha más gente que entonces). Pero el espacio está ahí y sigue siendo el mismo. Y ahora, con los Google-maps y todo lo demás se puede planificar el viaje en todos sus detalles y con la suficiente antelación y conocimiento de lo que interesa ver con más detenimiento. La otra dimensión, el tiempo, la podemos poner cualquiera de nosotros con un poco de imaginación, o más bien -por mejor decirlo- de creencia.

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LA RUTA DEL CID



 

Hay todavía otro "héroe" literario que es también caballero, pero a la antigua usanza medieval: el hipermitificado Cid Campeador, y con él una ruta literaria propia bastante amplia e interesante, la diseñada y descrita en el "Poema del Cid" (explorada por vez primera por R. Menéndez Pidal, el primer editor y comentarista del Poema cidiano). Puede ser una "ruta escolar" para familiarizar a las generaciones más jóvenes con un texto castellano (el más antiguo de la literatura española) tan arcaico que hoy sólo puede leerse y entenderse convenientemente actualizado en castellano moderno o con glosarios terminológicos auxiliares. Pero también puede ser una buena ruta literaria iniciática y muy interesante para adultos aficcionados a la mejor literatura hispánica desde sus orígenes medievales hasta la actualidad. Damos aquí un "mapa" general de la ruta cidiana y un croquis escolar de su primera etapa.

Mapa político de la Península Ibérica, en tiempos del Cid

 

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