EL CINTURÓN DE ZOBEIDA


La historia de este trágico ceñidor (un cinturón íntimo femenino confeccionado con perlas, diamantes, zafiros, rubíes, esmeraldas y otras piedras preciosas) ha sido resumida por varios autores, en especial por R. Menéndez Pidal en "La España del Cid", 1ª edición, págs. 605-606, y por P. Aguado Bleye en su "Manual de Historia de España", tomo I.

Dinar de oro de la epoca del califa Harun al-Raschid
 

Había pertenecido a Zubaydatu (Zobeida), la favorita del famoso califa Harún Ar-Raxid (el de Las 1000 y 1 Noches). La joya fue robada en el Alcázar de Bagdad tras el asesinato de Alamín, el hijo de Zobeida. Fue traída a la Córdoba musulmana, y tras el hundimiento del califato cordobés fue a parar a manos del rey Al-Mamún de Toledo (ya en el siglo XI), y de éste pasó a su nuera, la madre de Al-Cadir, reyezuelo de Toledo y posteriormente de Valencia.

Una sublevación en Valencia del cadí o juez supremo Ben Yehhaf y de la aristocracia valenciana destronó a Al-Cadir, que huyó de su palacio entre las mujeres de su harén y disfrazado él mismo con ropas de mujer, llevando consigo una arqueta con valiosas joyas y con el famoso ceñidor puesto en la cintura, bajo sus ropas femeninas. Se refugió en una casa de baños, pero allí lo encontraron los hombres de Ibn Yehhaf, que lo degollaron y entregaron al cadí las principales joyas y la cabeza del desdichado rey (octubre de 1092).

Poco después, el Cid Rodrigo Díaz, un poderoso jefe mercenario castellano, protector de Al-Cadir, que era tributario suyo, se presentó con sus tropas ante Valencia y la sometió a un duro asedio, hasta que la rindió. A mediados de junio de 1094 entró el Cid en Valencia y los rebeldes fueron apresados. Formó un cuerpo de policía integrado por judíos valencianos, con el que acosó con impuestos a la aristocracia árabe de la ciudad. Pero el tesoro del asesinado Al-Cadir no aparecía. Ben Yehhaf fue sometido a tormento y entregó el ceñidor de Zobeida y otras joyas del tesoro real. El Cid hizo juzgar a B. Yehhaf por el nuevo cadí valenciano y se le condenó a muerte: le enterraron de pie en un hoyo hasta la altura del pecho, en una explanada a las afueras de Valencia, rodearon el cuerpo de haces de leña seca y le prendieron fuego. Y según los testigos presenciales, en noticias recogidas por el historiador musulmán portugués Ibn Bassám, el desgraciado Yehhaf se acercaba él mismo con las manos los tizones encendidos para abreviar su agonía.

Parece verosímil suponer que la propia doña Jimena, la esposa del Cid, fue la primera mujer cristiana que se probó y usó el renombrado ceñidor en la intimidad de sus noches en el Alcázar de Valencia. No sabemos con qué efectos eróticos, pero acaso los suficientes para volver a despertar las gastadas energías varoniles del Cid (la famosa leyenda de "ganar batallas después de muerto" quizá podría contener también una alusión más que simbólica a todo ello). El caso es que el invicto Campeador murió de forma inesperada en Valencia en 1099 (demasiados excesos "guerreros" de última hora, quizá), y su viuda se llevó el cinturón a Castilla. Al parecer fue una joya muy preciada por las posteriores reinas castellanas, que desde luego no lo usaron precisamente como "cinturón de castidad".

Sin embargo, en el siglo XV, su rastro se pierde temporalmente. Había ido a parar al poderoso valido del rey, el condestable don Álvaro de Luna. Y tras la caída en desgracia y posterior ejecución de éste, el rey Juan II buscó las riquezas ocultadas por don Álvaro. Finalmente, en el último escondrijo, enterrado entre dos pilares del Alcázar de Madrid, apareció el tesoro de los antiguos reyes de Castilla, entre cuyas joyas brillaba "la çinta de caderas, toda de oro e de perlas e de piedras preçiosas, que fue del Çid Ruy Díaz". Luego se le pierde la pista definitivamente.

¿A dónde fue a parar? Lo más probable es que, considerado una joya demasiado "indecente" por alguna de las reinas castellanas posteriores (quizá por la propia Isabel la Católica), el ceñidor fuera deshecho y sus diversas joyas, reutilizadas, acabasen en diferentes lugares y propietarios (al parecer hay un famoso rubí procedente de España que figura actualmente en la corona de los reyes de Inglaterra, y probablemente muchas de las piedras preciosas y perlas del famoso ceñidor hayan tenido destinos similares y muy variados).

Pero parece tan probable que el ceñidor llegó entero a la propia Isabel la Católica como que ella misma llegó a lucirlo más de una vez en la intimidad conyugal (como todas las reinas castellanas anteriores), aunque luego fuera ella misma la que lo mandó deshacer. La leyenda de que Isabel vendió parte de sus joyas para financiar la empresa ultramarina del navegante Cristobal Colón no deja de ser exactamente éso: pura leyenda, no verificada por los historiadores (aunque quizá pueda ser sobre todo alusiva a "determinadas" joyas de la reina). Su propio testamento es también veladamente elocuente: hay unas líneas de éste en las que Isabel cede sus joyas personales al rey Fernando, su marido, "porque veyéndolas (=para que viéndolas) pueda aver mas contina memoria del singular amor que a su señoría siempre tuve, e aun porque siempre se acuerde que ha de morir e que lo espero en el otro siglo, e con esta memoria pueda mas santa e justamente bivir". Es decir, quizá alude veladamente al famoso ceñidor y se lo entrega completamente despiezado, para que no pueda tener otra propietaria que pueda usarlo como ella lo usó por última vez. Posesiva hasta el fin, aunque no era ninguna mojigata ni puritana en esas cuestiones eróticas, como casi nadie en esa España del siglo XV, ni siquiera los curas y prelados. Porque si el famoso ceñidor la sobrevivió entero, cosa poco probable, es casi seguro que hubiera corrido esa misma suerte en manos de los posteriores y catolicísimos monarcas hispanos, y más por saberse que era una joya de procedencia musulmana.


 

La reconstrucción y descripción del controvertido ceñidor es difícil, pero se pueden hacer algunas conjeturas aproximativas sobre su diseño. Evidentemente se trataba de una "prenda" femenina de tipo intencionalmente erótico (una especie de refinado "liguero ligero" de otros tiempos), frecuente en los sofisticados harenes orientales, y cuyo modelo parece que hay que buscarlo sobre todo en prototipos hindúes, bien reflejados en el arte erótico indio desde épocas muy antiguas, y quizá también en lejanos modelos del Egipto faraónico.

Pero seguirle la pista histórica a todas y cada una de las joyas que lo integraban es ya tan difícil como determinar a dónde fue a parar el antiguo tesoro real de los visigodos capturado por los invasores árabes en Toledo en el año 711 (un tesoro que, entre otras riquezas, según las descripciones musulmanas, contenía la llamada "Mesa de Salomón", es decir, la Mesa propiciatoria de oro puro que siglos antes los romanos habían traído a Roma como botín de guerra junto con otros tesoros tras la destrucción de Jerusalén y el saqueo del Templo judío en el año 70, y que luego los visigodos de Alarico saquearon de Roma en el 410 y trajeron a Hispania).

Y es que la historia de los tesoros suele ser históricamente tan interesante como sugestiva, pero generalmente suele tener también un final histórico bastante abrupto: su definitiva desaparición (el oro acaba fundido y las joyas separadas, reutilizadas y dispersas). Quizá lo más interesante de ese desaparecido ceñidor fue su carácter de "joya familiar" de todas las reinas castellanas desde que cayó en manos del famoso Cid Campeador, y por lo menos hasta la última gran reina de Castilla. Tras ella, el ceñidor se soltó y se desunió definitivamente, pero los reinos hispánicos se unieron y soldaron definitivamente a partir de entonces. Paradojas, casualidades, coincidencias o sincronicidades de la Historia, según se mire.


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La reina Isabel de Castilla