Palacio del Naranco

LA HISTORIA CONTADA POR SUS MONUMENTOS


EL PALACIO DEL MONTE NARANCO

un Aula Regia o "Salón de Plenos" en el reino gótico-astúr de mediados del siglo IX


Santa Maria del Naranco (paisaje nevado)
 
 

Ubicación espacial y cronológica

El edificio está ubicado en una de las faldas del Monte Naranco, en un paraje campestre desde el que se domina la vecina ciudad de Oviedo. Junto a la cercana y muy restaurada iglesia de San Miguel, formaba parte de un amplio complejo palacial situado en pleno campo en las proximidades de la capital asturiana. Fue (re)edificado hacia el año 840-842 para el rey godo de Asturias Ramiro I y reconvertido en iglesia algunos años más tarde, uso que se ha mantenido hasta épocas modernas y que ha sido de hecho un factor determinante para que el monumento haya llegado hasta nuestros días prácticamente intacto bajo la advocación religiosa de "Santa María del Naranco". En tiempos contemporáneos recientes ha sido restaurado y se han reabierto algunas de sus arquerías exteriores, retirándose además algunos de los elementos añadidos de carpintería y cerrajería que habían desdibujado interiormente su aspecto originario.

El edificio y su morfología externa e interna

La planta geométrica del edificio es un largo rectángulo formado por la unión de tres cuadrados simétricos ideales (figura A); la planta arquitectónica se resuelve en la práctica con ese mismo rectángulo, pero situando su eje transversal en la mitad del cuadrado central, prolongándose en sus respectivos extremos con la mitad de los otros cuadrados ideales (fig. B).

figura A y B
 

Sobre este sencillo esquema geométrico ideal se estructura toda la planta arquitectónica del edificio (fig. C), que articula como espacios básicos interiores un gran espacio rectangular central y dos espacios menores en los extremos laterales, intercomunicados interiormente con el espacio central por sendas paredes abiertas con puertas en arquería de triple arco.

figura C
 

Elementos muy destacados del alzado del edificio (de dos plantas) son una serie de largos contrafuertes prismáticos muy salientes en el exterior, dispuestos a intervalos simétricos y paralelos en los muros exteriores de los dos lados mayores del edificio. Estos contrafuertes exteriores se corresponden en el interior del edificio con otros tantos arcos resaltados o fajones que cierran la nave con bóveda de cañón y que arrancan de columnas interiores pareadas adosadas a los muros mayores, sobre las cuales descansan también los arranques de unas arcadas ciegas de arcos de medio punto que conforman la construcción básica de ambos muros mayores (rellenos en lo demás con tabicado y piedra sillar). En esta estructura conjuntada de grandes arcos fajones de la bóveda y de arcos más pequeños en los muros mayores laterales, descansa todo el sistema de empujes, de equilibrios y de sustentación de la alzada del edificio en sus dos plantas (fig. D).

figura D
 

Las piedras de construcción son sillares de gran tamaño, no bien despiezados y un tanto irregulares entre sí, pero bien conjuntados y trabados, con algo de sillarejo mucho más pequeño e irregular en algunas partes rehechas del edificio. Algunos de los grandes sillares están labrados de forma continua en las dos fachadas menores, formando una mínima y sobria decoración exterior en la que destacan sobre todo dos grandes clípeos o medallones circulares en relieve situados en la parte media de cada uno de los hastiales de esas dos fachadas menores, y unas bandas o nervaduras lineales de carácter ornamental que se unen a esos clípeos verticalmente, como si éstos "colgaran" de ellos (decoración en relieve que se repite también -más generalizada- en el interior del edificio, sobre cada uno de los interquicios o junturas de los arcos interiores de los muros mayores). Los muros de las fachadas menores conservan algunos huecos, mechinales o cabezales de los primitivos machones del andamiaje, que se reservaban para eventuales reparaciones posteriores en este tipo de grandes edificios.

Exteriormente, el edificio se levanta sobre un plinto o poyete elevado que circumvala toda la planta y que no sobresale por los lados mayores más allá de lo que sobresalen los propios contrafuertes verticales desde sus correspondientes muros (realzando con ello la sensación estética de embutimiento o encajonamiento de esos contrafuertes en su respectivo muro).

En conjunto, es un edificio grande y elevado de dos plantas incomunicadas directamente, iguales en longitud y anchura pero de diferente altura (la planta principal o superior es con mucho bastante más alta que la inferior o "cripta"). Se accedía a esa planta superior directamente desde el exterior, por sendos cuerpos salientes provistos de escalinatas laterales en doble rampa, adosados a los respectivos lados mayores en su parte central, y cuyos rellanos o descansillos estaban originariamente porticados con porche o cobertizo con tejado a una vertiente, a modo de vestíbulos o entradas; actualmente sólo se conserva y continúa accesible uno de estos cuerpos de escaleras, pues el del lado opuesto está enteramente arruinado y deshecho, aunque en su origen fue exactamente similar y simétrico al otro.

Lo más llamativo del aspecto exterior del edificio (además de su altura y de los largos contrafuertes, que le proporcionan una verticalidad estética muy singular) son sobre todo las grandes y elevadas arquerías caladas que se abren en cada una de las dos fachadas menores y que están formadas por tres elevados arcos de medio punto muy peraltados, separados por columnas. Ambas arquerías triples frontales se abren no en el nivel de la rasante del piso bajo, como sería lo esperable, sino -de modo tan excepcional como estético- en el nivel del suelo del piso superior, quedando impresionantemente "aéreas" sobre el nivel de la planta del edificio. Están complementadas por otros dos arcos abiertos lateralmente a modo de grandes ventanales en cada uno de los extremos contiguos en los lados mayores de esa segunda planta, conformando en conjunto sendas galerías o estancias abiertas porticadas en esos dos extremos elevados del piso superior del edificio.

En la planta baja, debajo de los grandes ventanales de los extremos del piso superior, se abren dos ventanales menores con arcos de medio punto, que también se repiten espaciadamente en una serie de tres debajo de la arquería frontal de una de las fachadas menores del edificio; faltan, en cambio, en la fachada menor opuesta, donde en su lugar se encuentra un acceso de entrada a la planta baja, a modo de puerta y también con arco de medio punto (las otras dos entradas de acceso a la planta baja se encuentran en la parte central de cada uno de los muros mayores, abiertas por debajo de los dos cuerpos adosados de escalinatas laterales, en sendas bóvedas cubiertas).

Por encima de esas arquerías elevadas de la segunda planta, en la parte superior de los respectivos hastiales de cada fachada menor y ya próximos a la cubierta del edificio, hay en cada una de esas fachadas menores unos ventanales de triple arco, que repiten a tamaño mucho menor el mismo motivo arquitectónico de las grandes arquerías inferiores y que están enmarcados por las bandas o cordones decorativos grabados de los que "cuelgan" los referidos medallones o clípeos. La gran cubierta de madera del edificio, que cubre la bóveda de cañón del piso superior, se cierra con un tejado a doble vertiente.

La organización y distribución de los espacios interiores es similar en ambas plantas: un amplio espacio central, articulado por arcadas ciegas adosadas a los muros mayores, y dos estancias en los extremos (que en el piso superior están abiertas al exterior por la referidas arquerías caladas); en cada planta, las dos estancias menores están separadas del espacio central por paredes interiores con tres puertas en arco que constituyen los accesos de comunicación entre esos espacios.

En el gran espacio central de la planta superior, en los huecos bajo los arcos ciegos de los muros mayores, es decir, en la parte baja de los entrepaños de las respectivas columnas pareadas, se conservan en perfecto estado una serie de poyos o asientos bajos de piedra adosados a la pared, que configuran inequívocamente ese gran espacio central con funciones originarias de sala de reunión, como se verá más adelante.

Ambas naves, la del piso superior y la del inferior, están cubiertas con bóveda de cañón generada por los grandes arcos fajones que se corresponden con los contrafuertes exteriores. En la planta baja (en la parte central de los muros mayores) se abrían originariamente sendas entradas con arco de medio punto, que continuaban las respectivas entradas abovedadas de la parte baja de los dos cuerpos de escalinatas exteriores; esas entradas interiores fueron parcialmente tapiadas en época posterior, dejando tan sólo las partes superiores de las mismas, a modo de improvisados "lunetos" o tragaluces centrales de esa planta baja. En ese piso inferior o "cripta" hay una suave penumbra, pues la iluminación natural está peor resuelta que en la nave de la planta superior, debido a la menor abertura de las entradas de luz y debido también a la opacidad causada por los dos grandes cuerpos de escalinatas adosados lateralmente. Sin embargo, como luego se verá, esa semipenumbra de la planta baja parece que estaba intencionadamente buscada y que respondía a unas funciones y utilidades muy concretas.


Vista lateral del palacio del Naranco

La estructura constructiva del piso bajo del edificio parece evidenciar que el cuerpo superior se reconstruyó (con importantes innovaciones) sobre otro edificio anterior preexistente, circunstancia que se confirma en una inscripción del propio altar.


 
 

Elementos decorativos y ornamentales


La decoración exterior, muy sobria pero perfectamente equilibrada, consiste sobre todo en decoración incisa y decoración en relieve sobre la cara vista de algunos sillares, que atenúa la inevitable monotonía de los muros de piedra y les da una apariencia de textura propia, como si el exterior del muro fuera la "piel" del edificio (del mismo modo que los resaltados contrafuertes exteriores semejan las "costillas" de éste). La decoración incisa se basa en una serie de líneas paralelas o bandas que recorren verticalmente los laterales de los largos contrafuertes, realzándolos; en las fachadas frontales de los hastiales se utiliza esa misma decoración lineal incisa, en sentido horizontal y vertical, resaltada sobre los sillares, siendo la decoración en vertical la más llamativa, pues es la que enlaza con los dos grandes clípeos o medallones realzados y labrados que están situados sobre los interquicios del arco central de la gran arquería triple de cada fachada menor (se ha observado que esa disposición de los cordones decorativos y de los medallones que parecen "colgar" de ellos evoca las cintas y los sellos colgantes de los diplomas de las cancillerías regias medievales). Este mismo motivo decorativo de medallones en relieve, formados por dos círculos concéntricos (a menudo con decoración figurativa grabada en el círculo más pequeño) y con haces o bandas lineales unidas a ellos por encima, se repite profusa y sistemáticamente en el interior del recinto, sobre las junturas de los arcos ciegos de los muros mayores. En cuatro de los sillares exteriores (los situados sobre los clípeos de los respectivas fachadas menores) hay también una breve decoración incisa, con dos representaciones de la característica cruz patada góticoasturiana y de sendas aspas en los sillares inmediatamente inferiores (esta forma de decoración grabada esporádicamente en algunos sillares exteriores escogidos recuerda la de determinadas iglesias y ermitas de la época visigoda anterior y es posible que constituyera un signo personal del rey o incluso del propio arquitecto o maestro constructor más bien que unas meras marcas decorativas).

Todas las columnas utilizadas, tanto en los arcos exteriores como en los interiores, son de fuste estriado en espiral (columnas salomónicas, sogueadas o funiculares, a modo de cuerda enrrollada, características de toda la arquitectura asturiana de esta época). Se trata de un modelo de columnas que aparecen ya, como mero motivo decorativo ficticio, en los relieves de los sarcófagos de piedra paleocristianos y tardorromanos, y que en la arquitectura visigótica se convertirían en columnas reales en algunos edificios, quizá por imitación directa de esos relieves de los sarcófagos y para suplir la evidente tosquedad de unos fustes que no se sabía pulir con más esmero.

Los capiteles de las columnas que dan al exterior (esto es, los de las columnas de los largos ventanales laterales y los de las arquerías tripartitas) son de tipo corintio muy esquematizado y conciso, pero estéticamente muy bien acabados. Los capiteles de las columnas del interior, en cambio, son de tipo prismático, con lados trapezoidales; están labrados en relieve con motivos figurativos: en los lados frontales presentan animales confrontados (según modelos heráldicos muy difundidos en el oriente y en el occidente mediterráneos, pero también en el arte tradicional de los pueblos germánicos e incluso en las hebillas visigodas metálicas de algunos cinturones) y en los lados laterales y también en los propios medallones y bandas decorativas situados sobre las junturas de los arcos presentan figuras humanas sumariamente esbozadas y representadas con una rígida frontalidad. En conjunto, estas figuras recuerdan a los elementos figurativos de los capiteles de algunas ermitas e iglesias visigodas anteriores, aunque también se les han encontrado parecidos formales con la decoración figurativa de tipo normando primitivo y de algunos relieves murales en obras de otros pueblos germánicos altomedievales (francos, lombardos), e incluso con determinados relieves y grabados prerromanos hispánicos. En algún caso, es posible que estos relieves figurativos tengan una intención históricodescriptiva, no meramente ornamental-simbólica (p.e. la escena de unos supuestos "montañeses" que parecen arrojar grandes piedras sobre unos jinetes armados de la parte inferior, en lo que podría ser tal vez -muy singularizada y esquematizada- la primera representación conocida de la famosa escaramuza de Covadonga contra los invasores islámicos, ocurrida en los inicios mismos del pequeño reino gótico-astúr).

Ésta es toda la ornamentación y decoración exterior e interior del edificio, escasa en cantidad pero bien distribuida. En cuanto a los objetos muebles pertenecientes al edificio desde antiguo, el más destacable y en todo caso el más antiguo de los conservados es un altar o ara prismática cuadrangular de piedra caliza blanca, con sus lados labrados en relieve de "escamas" (a imitación de las láminas metálicas de una lóriga militar squamata, que era por aquella época una armadura costosa y poco generalizada, reservada para el rey, para los grandes magnates del reino y para los pocos jefes militares que podían costeársela); en lo demás, este ara de piedra recuerda otros prototipos de altares o aras sacrificales de época tardorromana. Este altar proviene seguramente de la época temprana en que el edificio originario fue reconvertido en iglesia (todavía en el reinado de Ramiro I) y tiene una inscripción latina de consagración grabada en la cenefa del borde superior y dedicada por el rey Ramiro y su esposa. El ara ha estado ubicada hasta tiempos recientes en la galería oriental del edificio, pero desde hace unos años fue trasladada al Museo Arqueológico de Oviedo, sustituyéndola por una réplica imitativa moderna.


Vista interior del primer piso del palacio del Naranco
 
 
 

Singularidades arquitectónicas y estéticas


La principal innovación y originalidad de este singular edificio no parece ser -como apuntaron algunos- su sistema de grandes arcos fajones de la bóveda montados sobre los mismos soportes de los que arrancan transversalmente las arquerías ciegas de los muros mayores, sistema este que tiene ya antecedentes en época romana y tardorromana y que aparece prefigurado en la propia arquitectura visigótica anterior, y no es desde luego tan absolutamente "novedoso" ni tan "hispánico" como les pareció a algunos, pues constituye un desarrollo hasta cierto punto bastante lógico en los presupuestos más elementales de la teoría del arco como elemento arquitectónico sustentador y estructural, por mucho que el pleno desarrollo de este sistema hasta el límite de sus posibilidades sólo se produjera varios siglos después, con el estilo llamado "gótico ojival". Tampoco los llamativos contrafuertes exteriores tienen mayor originalidad que la de ser uno de los elementos más comunes y característicos de toda la arquitectura prerrománica asturiana de este periodo (como lo es también el predominio de la verticalidad y la altura sobre la horizontalidad y la anchura, en comparación con los edificios visigóticos anteriores), aunque aquí la función estructural de estos largos y salientes contrafuertes está mucho más conjuntada y mejor acentuada con su propia función estética que en otros monumentos asturianos coetáneos, y de hecho es precisamente ese uso estético y sistemático de los contrafuertes como elementos sustentadores y estructurales, si no lo más original, sí al menos lo más sobresaliente del sistema constructivo del edificio. En cuanto a los dos módulos laterales de escaleras en doble rampa y bóveda de acceso a la planta baja por la parte central, cuyos prototipos históricos son bien conocidos en todas las civilizaciones con arquitectura monumental, hay que recordar que la propia arquitectura romana imperial hizo también una utilización profusa de estas dobles rampas de escaleras en determinados edificios públicos destinados a grandes concentraciones de gente (p.e. en anfiteatros, de los que el ejemplo más intacto es la escalinata de doble rampa del anfiteatro de Pompeya). Los porches o cobertizos construidos sobre ambos módulos de escaleras no dejan de ser tampoco más que una consecuencia estética, arquitectónica y funcional de las escalinatas mismas.

Anfiteatro de Pompeya (pintura mural)
 

Pero la verdadera originalidad básica de este edificio es sin duda lo más llamativo de su aspecto exterior, a saber: las grandes arquerías caladas que conforman sendas galerías abiertas en ambos extremos, y especialmente su propia configuración elevada por encima del nivel del suelo, en la planta superior, no en la inferior como cabría esperar dentro de los criterios más elementales de la arquitectura y dentro de los propios modos de ver más o menos arquetípicos y "antropomórficos" que han configurado desde siempre y en todas las épocas y culturas los edificios habitables de varias plantas: las puertas y grandes aberturas (="boca") siempre abajo; las ventanas y aberturas menores (="ojos") siempre arriba. Pero aquí se invierte ese esquema: lo de abajo (grandes aberturas) se pone arriba, y lo de arriba se pone abajo. Y esta excepcionalidad es, con mucho, lo más original e innovador en el aspecto estético exterior de este edificio, aunque es evidente que responde también a razones de funcionalidad tanto o más que a razones puramente estéticas (esas galerías abiertas o pórticos elevados, como en seguida veremos, no tanto estaban concebidas para "ver" desde ellas o para "recrear" la vista desde el interior hacia el campo circundante, a modo de belvederes o pabellones de recreo, sino sobre todo para "ser vistas" desde el exterior, desde el propio campo, pues muy probablemente fueron diseñadas como tribunas elevadas para las apariciones ceremoniales del monarca).

En el arte romano imperial, las galerías porticadas con arcos son muy frecuentes en las edificaciones públicas urbanas (plazas o foros porticados con varios niveles de arquerías superpuestas, edificios termales con arcos decorativos calados, fachadas de arcadas en teatros y anfiteatros, etc); en las construcciones públicas romanas extraurbanas -puentes, acueductos- el gran despliegue de arcos superpuestos en varios niveles es una constante arquitectónico-estética prácticamente definitoria de esos edificios monumentales. Y sin embargo, en todo el extenso territorio del antiguo imperio romano, desde oriente hasta occidente, son muy escasos los ejemplos que puedan considerarse precedentes claros de edificios no ya con galerías porticadas elevadas sobre otras similares en planta inferior, sino de galerías altas de grandes arcos calados situadas sobre plantas bajas con muros ciegos o con ventanales de menor tamaño que los de la propia galería. En Occidente, algunos notables edificios de Rávena (como el llamado Palacio de Teodorico y -sobre todo- la iglesia de San Apolinar in Classe) podrían ser claros precedentes de esas balconadas o tribunas elevadas de triple arco, y también ciertas arquerías elevadas del anfiteatro romano de Orange, en la Provenza (el anfiteatro, por lo demás, era un tipo de edificio público romano en el que la funcionalidad predominaba siempre sobre la estética y permitía soluciones innovadoras).

Tampoco en el arte hispanomusulmán coetáneo se encuentran demasiados ejemplos estrictos de ello, por mucho que las arquerías triples caladas y superpuestas abunden también en la arquitectura islámica o que los ventanales enmarcados en arco tripartito (tal y como aparecen en este palacio del Naranco, en los hastiales sobre las grandes arquerías frontales) se encuentren asimismo en la arquitectónica musulmana de esa misma época. Si acaso en la Europa occidental coétanea, especialmente en la Francia carolingia o en la Italia lombarda y bizantina, existieron edificios con galerías elevadas de semejante disposición, desde luego no se han conservado ni quedan tampoco descripciones inequívocas de ellas. E incluso dentro de la propia arquitectura asturiana prerrománica, el ejemplo del palacio del Naranco es excepcional (como excepcional es también su propio carácter originario de edificio palacial frente al resto de los edificios religiosos asturianos conservados de esos periodos prerrománicos). Sin embargo, el motivo de la triple arcada está ya presente en iglesias asturianas del periodo prerramirense anterior, incluido el uso del triple ventanal enmarcado (que aparece incluso en la propia decoración pictórica que adorna el interior de la iglesia asturiana de Santullano o San Julián de los Prados, imitada de las decoraciones interiores de algunas desconocidas villas romanas que la inspiraron y de los pórticos bajos en triple arquería imitados sin duda de otros palacios asturianos desaparecidos).


Vista interior del primer piso del palacio del Naranco
 
 

El origen de esta innovación de las galerías elevadas o pórticos altos parece ser -como se ha dicho- básicamente funcional: una solución práctica a las requeridas funciones de tribuna regia de esos espacios porticados aéreos. Con seguridad no fue un "capricho" de los arquitectos, pero seguramente tampoco una entera ocurrencia del propio monarca y financiador de la obra. Si hubo inspiración directa de antiguos edificios romanos, de desconocidos edificios visigóticos, o de edificios coetáneos islámicos o incluso carolingios, lombardos o bizantinos, es desde luego tan verosímil como indemostrable, aunque es evidente que los maestros constructores que concibieron la original solución podían conocer en todas esas arquitecturas ejemplos suficientes del uso atrevido de las arquerías cubiertas. Pero probablemente, en este edificio, la función creó o sugirió la forma, y no a la inversa. Otra hipótesis verosímil es que la innovación de esas galerías altas se inspirara directamente en la imitación consciente de algún otro palacio anterior desaparecido, con galerías porticadas en planta baja, pero ubicado sobre algún altozano o en cierto desnivel natural o aterrazamiento del terreno sobre una plaza de armas o cualquier otro espacio en desnivel o distinta rasante, de manera que la galería de ese pórtico bajo quedase elevada en la visual desde dicha plaza, dando la apariencia y la impresión de una tribuna elevada (el paso desde el puro efecto óptico, estético y visual hasta la realización arquitectónica imitativa, creando artificialmente esa elevación en un edificio ubicado en terreno llano, sería así mucho menos radical y por ello quizá también más verosímil). Con todo, parece claro que una innovación semejante no se hizo sin una ponderación previa de todas las posibilidades estéticas que ofrecía una idea que tenía tanto de original como -en principio- de extraña a los usos arquitectónicos habituales.

Y a una innovación (la de esas sorprendentes galerías elevadas) necesariamente le seguía otra, por añadidura: la de que el edificio resultante configure en su conjunto una masa arquitectónica externa en la que los vanos y las partes macizas están en una inusual proporción de 1 a 3 respectivamente. Esta proporción (más bien óptica que real) se daba ya en los antiguos templos griegos y en determinadas edificaciones romanas (edificios con atrio porticado, puentes de grandes dimensiones, acueductos, etc), pero tardaría muchos siglos en volver a aparecer en la arquitectura europea. Ni se encuentra, en efecto, en la arquitectura visigótica anterior (donde el predominio de lo macizo sobre lo hueco es total en la morfología externa de los edificios), ni en la arquitectura europea coetánea, ni estará tampoco en los edificios del posterior arte mozárabe y románico (donde predominará también la masa pétrea sobre los vanos externos, en proporciones aproximadas de 4 a 1 o de 5 a 1, según los casos, excepto en algunas torres caladas románicas de origen europeo con grandes vanos superpuestos, uno de cuyos tipos más representativos lo tenemos en la conocida torre de la iglesia monástica catalana de Ripoll), y habrá que esperar por lo menos hasta las catedrales llamadas "góticas" para encontrar de nuevo esa proporción 1/ 3 (que incluso se reduce ficticiamente aun más con vanos artificiales creados por el propio efecto óptico y visual del uso de arbotantes exteriores y otros elementos externos de sustentación). En este aspecto, el palacio del Naranco es también un ejemplo anticipatorio único en todo el arte arquitectónico prerrománico europeo, y desde luego es el edificio exteriormente "más calado" o "más hueco" que se había visto en la arquitectura hispánica en muchos siglos y aun en los siguientes.


Miniatura pintada del Beato de Gerona (siglo X)

Este palacio causó sin duda gran impresión en su época y en las posteriores (su propia reconversión temprana en iglesia y su conservación hasta nuestros días es también una buena prueba de ello). En una miniatura pintada de un "Beato de Gerona" (siglo X), entre otras arquitecturas castellarias generalmente convencionales e imaginarias, aparece una representación de un edificio amurallado que, pese a las convenciones usuales de la miniatura mozárabe para representar castillos y ciudades amuralladas, parece que podría estar directamente inspirada en este palacio asturiano, pues se destaca llamativamente el triple arco elevado de la fachada y algunos elementos laterales (contrafuertes y escaleras). Ya en el arte del periodo románico posterior hay evidencias de imitaciones arquitectónicas directas de estas galerías, pero en planta baja (el ejemplo más seguro es el del ábside meridional de la ermita románica burgalesa de Clunia), y no faltan tampoco reminiscencias e imitaciones locales asturianas directas posteriores (p.e. en la propia "torre vieja" de la Catedral de Oviedo).
Ermita románica de Clunia (Burgos)


 
 

Funciones originarias


Cuando a finales del siglo XIX y principios del XX se intensificó la controversia sobre la posibilidad de que la "iglesia" de Santa María del Naranco hubiera sido en su origen un palacio, fueron precisamente algunos eruditos locales (como suele ocurrir en estos casos) los más opuestos y reacios a admitir dicha posibilidad, a pesar de que era evidente que ni el edificio estaba orientado al modo usual de los templos religiosos (sino sólo en función de su iluminación interior con la luz natural), ni su planta ni su estructura interna ni la distribución de sus espacios interiores correspondían a los de un edificio religioso convencional. Para estas supuestas disfuncionalidades se dieron diversas explicaciones, algunas bastante peregrinas, incluida la hipótesis de que las galerías abiertas permitirían a la escasa población del Oviedo de entonces contemplar los oficios religiosos desde el campo inmediato. Poco a poco, la idea de que el edificio hubiera sido en su origen un edificio civil se fue abriendo paso, y hoy nadie duda ya de que en efecto lo fue, aunque todavía se discute si se trataba de un palacio de recreo o pabellón de caza del rey Ramiro I o más bien de un "aula regia", esto es, de una Sala de sesiones plenarias donde se reunían periódicamente ese mismo rey y los principales magnates y jefes militares del reino góticoastúr para tratar los asuntos de gobierno más importantes.

La posibilidad de un palacio residencial debe desecharse, pues el edificio carece de las condiciones de habitabilidad mínima de un auténtico palacio (empezando por la incomunicación directa entre ambas plantas del edificio), y su uso recreativo o estacional tampoco armoniza bien con la propia disposición de los espacios arquitectónicos interiores, aunque no pueda descartarse que fuera utilizado de forma ocasional y esporádica con esas funciones. Todo parece indicar, por tanto, que el palacio del Naranco fue en su origen un edificio utilizado -o al menos concebido- como "aula regia" o sede de reunión del Consejo Real, y así lo evidencia sobre todo la segunda planta del edificio, diseñada claramente como lugar de reunión (con asientos laterales de piedra, seguramente recubiertos con cojines para la ocasión, que difícilmente pudieron ser proyectados como asientos de un hipotético presbiterium de un templo religioso) y asimismo como espacio de representación o ceremonia (tribunas abiertas en los extremos de esa segunda planta del edificio).

El Aula Regia (término latino traducible como "sala o pórtico del rey") era una institución de origen visigodo que se mantuvo en el reino góticoastúr. Se trataba de una especie de "Senado", un Consejo Real resolutivo y consultivo en el que los jefes de la aristocracia visigoda dominantes en el reino asturiano (que eran al mismo tiempo los jefes de los principales clanes macrofamiliares) participaban en las decisiones importantes de gobierno e incluso en la elección de los monarcas llegado el caso. De origen netamente germánico, el Consejo Real parece ser una evolución institucional histórica del "Consejo de los jefes" que preparaba y dirigía las antiguas Asambleas de guerreros, ya mencionadas por el historiador latino Cornelio Tácito entre las instituciones políticas básicas de los antiguos pueblos germánicos del siglo I de nuestra Era: "De los asuntos de menor importancia se ocupan sus jefes; de los de mayor entidad, todos (pero de tal modo que también estos otros cuya decisión final queda en manos de las masas sean examinados primero por los jefes). Se reúnen conjuntamente en determinados días, a no ser que sobrevenga alguna urgencia imprevista, bien cuando la luna comienza o bien cuando está llena, pues creen que tales momentos son los más propicios para empezar a tratar estos asuntos (...) Se van acomodando los guerreros armados, según lo requiere su propia muchedumbre; se ordena silencio por los sacerdotes (...); a continuación, el rey o los personajes principales, según la edad de cada cual, según su notoriedad y nobleza, según su prestigio guerrero, según su facilidad oratoria, son escuchados, aunque atendiendo más a la influencia persuasiva de sus proposiciones que a su propia autoridad y poder ; si su opinión desagrada, son rechazados con murmullos de desaprobación; pero si les agrada, agitan y entrechocan sus armas (pues aclamar con las armas es para ellos la forma más apreciada de aprobación)" (Germania, 11).

Estas Asambleas del ejército continuaron siendo el elemento fundamental de las "democracias" germánicas hasta la época de las grandes invasiones del siglo V, y aun después (los historiadores latinos tardíos describen algunas de ellas, celebradas generalmente al aire libre y a la luz de la luna, por ejemplo la celebrada por el ejército visigodo en Tolosa, citada por el historiador Hidacio, durante la cual algunas de las armas de los soldados enrojecieron de tanto entrechocarlas entre sí). Pero la progresiva institucionalización y consolidación estatal del poder político en los incipientes reinos germánicos del Occidente europeo, creados tras el proceso de las grandes invasiones y asentamientos, fueron disminuyendo el papel de esas Asambleas militares colectivas, cada vez más difíciles de reunir periódicamente, hasta reservarlas únicamente para grandes actos multitudinarios institucionales y simbólicos (ratificación y aclamación de los nuevos monarcas por el ejército, alardes y paradas militares, etc).


Cripta o planta baja del palacio del Naranco


 

Tras el asentamiento definitivo de los visigodos en Hispania (principios del siglo VI) parece claro que la propia dificultad de reunirlas cada cierto tiempo, así como la progresiva consolidación del poder de los reyes en unas formas políticas incipientemente estatales, determinaron la gradual pérdida de importancia de estas Asambleas, siendo enteramente suplantadas por el minoritario Consejo Real o Aula Regia y sobre todo por los Concilios de magnates del reino (nobles y eclesiásticos) reunidos periódicamente en la corte de Toledo, la capital regia. Sin embargo, la desintegración del reino visigodo tras la invasión islámica en las primeras décadas del siglo VIII, y el surgimiento en tierras asturianas y cantábricas de un pequeño estado cristiano post-visigótico, debió de reactivar antiguas instituciones germánicas oficialmente desusadas, como la Asamblea de guerreros (Ding) o los propios usos jurídicos del Derecho consuetudinario germánico (que habían sido eclipsados por la institucionalización de la monarquía goda y de sus principales resortes del poder legislativo, basado en reinterpretaciones de la práctica jurídica del Derecho romano).

El palacio del Naranco y su explanada adyacente debió de cumplir inicialmente ambas funciones (Consejo regio y Asamblea) durante un tiempo, y a ello parecen apuntar las referidas tribunas abiertas del edificio (seguramente cubiertas con gruesos cortinajes correderos), desde donde el monarca hacía sus espectaculares apariciones ceremoniales ante las tropas reunidas en la explanada campestre inmediata, y recibía sus aclamaciones tras las reuniones previas celebradas en el interior del edificio con los altos jefes militares y magnates de las principales familias del reino. En los inicios de la monarquía gótico-asturiana (un siglo antes de la construcción de este palacio), una crónica árabe se refiere despectivamente a las gentes del primer rey, Froila Belaio o Don Pelayo, como "no más de treinta hombres hambrientos, que se alimentan con la miel que las abejas fabrican en las grietas de los peñascos". La expresión parece tener el sentido peyorativo de una usual comparación hiperbólica referida exageradamente a lo exiguo de la población guerrera asturiana (como si dijera que eran "cuatro gatos"), pero no puede dejar de pensarse si acaso no se refería también -literalmente- a la treintena de estirpes macrofamiliares góticas que constituían el fundamento militar del pequeño reino y a los jefes familiares de sus respectivos séquitos de vasallos y guerreros (en la sala de reunión de la segunda planta del palacio del Naranco hay asientos de piedra para acomodar holgadamente a dos docenas largas de personas sentadas, número que podía doblarse con otros personajes de menor rango que permanecieran de pie o sentados en sillas individuales). Desconocemos, por supuesto, estos pormenores políticos de la monarquía gótico-asturiana, pero el propio palacio (su espacio de reunión y de representación, su capacidad o aforo, su ubicación) nos sugieren a su modo estos detalles, incluida la indudable realidad de esas Asambleas masivas en el exterior (al menos como concentraciones militares), celebradas a cielo abierto en el campo contiguo al edificio. La vecina iglesia de San Miguel de Lillo, que formaba parte también de los edificios de todo este complejo palacial, parece que tuvo asimismo algunas funciones expresamente ceremoniales y políticas (como lo evidencia la existencia de una gran tribuna en su fachada principal).

En cuanto a los usos y funciones de la planta baja del palacio del Naranco (luego reconvertida en cripta y desfigurada de sus elementos originarios), su escasa iluminación natural la descarta como sala adicional de reunión o como sala de banquetes, refectorio o cocina. Su uso más probable debió de ser el de cuadra o caballeriza, donde los grandes magnates participantes en las reuniones con el rey a puerta cerrada dejaban sus caballos al cuidado de los palafreneros y mozos de cuadra. Este uso, por cierto, parece también bastante acorde con ciertas costumbres germánicas ancestrales, nunca abandonadas del todo, dado que los relinchos de los caballos eran considerados como presagios favorables o signos de buen augurio (más aun que el vuelo de las cornejas y otras aves a la diestra del observador) y esos relinchos podían ser perfectamente escuchados desde el piso superior durante las reuniones y eventualmente interpretados como confirmaciones o ratificaciones "de buena señal" sobre las decisiones tomadas (desde luego no era difícil tampoco que algunos hombres del rey situados fuera y convenientemente avisados por los de dentro provocaran intencionadamente a veces esos relinchos equinos en el momento más oportuno llegado el caso).

Así pues, la función originaria del edificio como Aula Regia (complementada también con otros usos ocasionales para recepciones y otras ceremonias de la Corte) parece en líneas generales indudable. Se trataba, por tanto, no de un "espacio religioso", sino originariamente de un "espacio político", de un "templo político" (con otro tipo de sacralidad, que en su momento propiciaría después su reconversión en templo religioso). Lo que no sabemos son los motivos de la escasa duración de este palacio como Aula Regia. No es difícil suponer (aunque las fuentes documentales no lo confirman expresamente en ningún caso) que tal vez el Aula se quedase pronto "pequeña" por haberse aumentado el número de consejeros (p.e. con nuevos representantes eclesiásticos o con los jefes de las primeras familias godomozárabes emigradas al reino astúr desde las tierras musulmanas). Pero la inscripción consagratoria del ara habla de que el edificio estaba "nimia vetustate consumptum" ("consumido por su mucha antigüedad"), lo que acaso pudiera sugerir que fue reconstruido. Tampoco parece inverosímil que el nuevo emplazamiento de otra Aula Regia (ubicada seguramente en el propio palacio real de la ciudad) pudiese obedecer a motivos de comodidad o de seguridad, pues no puede dejar de pensarse si acaso ese cambio de uso se debió a que las grandes concentraciones de tropas en torno al Aula Regia originaria llegaron a ser consideradas peligrosas para la propia estabilidad del reino, dado que brindaban la ocasión para manipulaciones, presiones o golpes de fuerza contrarios a los intereses del monarca (la monarquía asturiana, aunque hereditaria, no se vió libre de conspiraciones, asesinatos regios, golpes de estado, guerras civiles y luchas de facciones nobiliarias, como había ocurrido también en los tiempos visigodos inmediatamente anteriores). Es muy posible, por tanto, que la reconversión del palacio del Naranco en iglesia refleje cambios de naturaleza política en la estructuración del reino, mucho más que cambios de carácter cultural. Sea como fuere, el caso es que este palacio (tanto en su forma arquitectónica como en sus funciones originarias) es un edificio tan singular como excepcional, verdaderamente único en su género en toda la Europa occidental coetánea.


Vistas del paisaje (del monte) desde el balcón del palacio del Naranco


 
 

Contexto histórico


A mediados del siglo IX, el reino Asturias era el principal reino cristiano consolidado en el norte peninsular. Sus límites se extendían desde el Mar Cantábrico hasta las inmediaciones del río Duero, y desde las costas de Galicia hasta las comarcas vascas occidentales y burgalesas. El reino había sido creado y organizado con los restos de la nobleza militar visigótica anti-witiciana y antimusulmana que habían huido con sus familias y séquitos a las montañas cantábricas tras la invasión islámica del año 711, donde militarizaron y adiestraron a los primitivos pastores y campesinos montañeses astúres, muy aguerridos pero inexpertos militarmente. El reino fue organizado como un pequeño Estado visigodo "en miniatura", por así decirlo, y su propia pujanza y supervivencia se vió beneficiada por las frecuentes crisis del nuevo Estado islámico que dominaba en la mayor parte del territorio peninsular (enfrentamiento entre árabes y bereberes o moros, hambrunas, inmigraciones masivas de depauperados campesinos del norte a las prósperas ciudades musulmanas del sur) y por el relativo desinterés de los invasores musulmanes hacia unas tierras norteñas desapacibles, bastante improductivas en su agricultura y de difícil control militar sobre el terreno.

La cornisa cantábrica había sido durante la época visigoda anterior una zona atrasada y marginal del reino visigodo, escasamente poblada y situada fuera de las grandes rutas de comunicación peninsular. La instalación masiva de familias godas en la zona en las primeras décadas del siglo VIII supuso de hecho una "visigotización" de estos territorios, que se reforzaría en el siglo siguiente con la llegada de grupos de mozárabes de origen godo que huían de las tierras musulmanas debido a las persecuciones religiosas. Se repoblaron la zona costera de Galicia, la antigua y abandonada ciudad romana de León, las tierras del alto Ebro y la comarca oriental cantábrica de La Liébana, y se consiguieron algunos éxitos militares contra las esporádicas incursiones de saqueo de las tropas musulmanas.

El rey Ramiro I, primo y sucesor de Alfonso II, reinó del 842 al 850. Había sido gobernador de Galicia y contaba con gran experiencia política y bélica cuando llegó al trono, tras haber fallecido Alfonso II sin sucesión. Rechazó en Gijón una incursión de piratas normandos daneses, aunque no pudo impedir que desembarcasen en la costa gallega por la ría de Arosa y saquearan la región, y continuó las luchas contra las expediciones de rapiña de los musulmanes (las crónicas le elogian por haber limpiado el reino de "piratas" y de "bandidos").

La sociedad gótico-astúr estaba muy ruralizada y feudalizada, con ciudades escasas y de poca población (la mayor de ellas, la repoblada ciudad de León, que décadas más tarde llegaría a convertirse en capital del reino, apenas sobrepasaba los dos mil habitantes a comienzos del siglo X). En el reino se hablaban diversos dialectos del romance latino: hablas astúr-leonesas, románico mozárabe, galaicoportugués, y castellano, según las regiones. La lengua gótica había dejado de hablarse desde muchas generaciones atrás, pero se empleaban numerosos vocablos de origen gótico en el léxico latino común (sobre todo palabras góticas del ámbito militar y guerrero, tales como "guerra", "espía", "espuela", "estribo", "yelmo", "blasón", "ropa", "robar", "aspa", "ganar", "pujar", etc). Los reyes y la aristocracia continuaban usando preferentemente nombres personales góticos, tanto masculinos (Froila o Fruela, Gutier, Bermut, Gundisalvo o Gonzalo, Adelfons o Alfonso, Ranimir o Ramiro, Nunnio, Álvar, Arias...) como femeninos (Teudo o Toda, Fronilde, Nunilo, Adoswinda, Hermesinda, Froiliwa...), aunque los mozárabes de origen visigodo usaban también nombres latinos o griegos, mientras que los villanos alternaban nombres latinos, indígenas e incluso islámicos. La ley común del reino era el viejo código visigótico de la época del rey Rescesvinto, el llamado "Liber Iudiciorum" (un Derecho romano compilado y bastante corrupto con respecto al original), pero en la zona oriental del reino -en la Castilla- sus habitantes habían revitalizado y reactivado un Derecho consuetudinario de tipo germánico evolucionado, más simplicado y dinámico que el vigente en León y en los demás territorios del reino. La moneda de cuenta era el sueldo (sólidus) y la moneda real era el dinero (denarius), según el sistema carolingio francés (1 sueldo = 12 dineros), pero se utilizaban también monedas musulmanas de oro y plata. Los tributos e impuestos los pagaban los campesinos generalmente en especie o en prestaciones de trabajo personal.

La arquitectura prerrománica asturiana tiene sus primeras manifestaciones desde el siglo VIII y llega a su apogeo en el s. IX y comienzos del s. X, fundiéndose finalmente con el nuevo arte románico del siglo XI. Sus periodos más fecundos corresponden a los reinados de Alfonso II (791-842) y de Ramiro I (842-850). Entre las iglesias más representativas del periodo de Alfonso II destaca la de San Julián de los Prados (o Santullano, en su denominación popular), al parecer levantada el año 808 por un arquitecto de nombre gótico, Tioda (Teuda), el primer arquitecto hispánico de nombre conocido en la alta Edad Media. En las artes decorativas del primer periodo sobresale la pintura mural de la propia iglesia de Santullano, imitada de la de la decoración de antiguas villas romanas desaparecidas, y en el último periodo (el del rey Alfonso III, 866-910) destaca sobre todo la orfebrería (cruces de oro y pedrería, arcas, relicarios), como continuación de la orfebrería visigoda de inspiración bizantina y germánica.

La clasificación, gestación, desarrollo y evolución de este estilo arquitectónico prerrománico local, no ha dejado de suscitar controversias entre los especialistas, empezando por su propia denominación específica de "arte asturiano" o "prerrománico asturiano" (debida precisamente al erudito asturiano Jovellanos en el siglo XVIII) y terminando por la cuestión de su entronque con la renovatio carolingia (es decir, su consideración como una manifestación local y periférica de la renovada arquitectura de inspiraciones romanísticas de la Francia carolingia en una zona hispánica especialmente marginal) o de su continuidad -también marginal- de la arquitectura visigótica anterior. Lo cierto es que en la media docena larga de grandes edificios asturianos que se han conservado (prácticamente edificios religiosos todos ellos, con la excepción de este palacio del monte Naranco) son perceptibles influencias europeas coetáneas, marcadas continuidades con la arquitectura visigoda anterior de inspiración tardorromana, e incluso influencias orientales (bizantinas) e islámicas.

Como toda la arquitectura pública de grandes dimensiones, en todas las épocas y lugares, la arquitectura asturiana es ante todo una expresión ostentosa y un símbolo material y visible del poder, de un poder político consolidado (el del principal de los principados cristianos hispánicos) que quería estar al nivel de los demás reinos y poderes de su tiempo, y en especial a la altura del principal reino de la Europa cristiana occidental (el poderoso reino de los francos carolingios), y los monarcas de este reino hispánico fronterizo con el no menos poderoso reino islámico cordobés movilizaron recursos y medios para tener sus propias expresiones arquitectónicas y artísticas, inevitablemente relacionadas con todas las arquitecturas vecinas y coetáneas y con la propia tradición visigótica y tardorromana.

Por otro lado, la continuidad artística con lo visigótico es tan evidente como predominante, bien que con la natural evolución y con las naturales limitaciones de una arquitectura desarrollada en una zona hispánica atrasada, marginal y en cierto modo autónomamente desconectada en parte de las propias continuidades y evoluciones de la arquitectura visigótica en otras zonas y regiones peninsulares bajo dominio islámico (lo que explica que elementos de procedencia visigoda presentes en la arquitectura godomozárabe, por ejemplo el arco de herradura, copiado luego por la arquitectura islámica, no aparezcan en la arquitectura godoasturiana hasta el siglo X).

En esto, los prejuicios artísticos modernos van todavía de la mano de los propios prejuicios historiográficos, que sólo pueden superarse del todo en la medida en que se llegue a ver y a entender el arte prerrománico asturiano como el arte de una monarquía post-visigoda en lo cronológico pero plenamente visigótica en lo cultural, en lo artístico, en lo político y en lo institucional. Y en este sentido, tanto lo prerrománico asturiano como lo prerrománico mozárabe no son más que dos manifestaciones tardías (y evolucionadas) del arte visigótico, y hasta cierto punto son también las manifestaciones más cuajadas, más genuinas y más interesantes de ese arte como tal, que acabó diluyéndose finalmente en las corrientes artísticas europeas del siglo XI en adelante (y con ello perdiendo también su propia personalidad de arte genuinamente hispánico).


Resumen bibliográfico


– "Crónica ad Sebastianum" (c. 885)
– "Iglesias primitivas de Asturias", I. Redondo, Oviedo, 1904
– "Monumentos ovetenses del siglo IX", F. de Selgas, Madrid, 1908
– "Arquitectura cristiana primitiva, visigoda y asturiana", E. Camps, Madrid, 1929

reseñas:

– "Lecciones", M. Gómez Moreno, 1912
– "Historia de la Arquitectura Civil", Vicente Lampérez, 1923, t. I
– "Historia de la Arquitectura Cristiana Española", V. Lampérez, Madrid, 1908, t. I

monografías:

– "Arte asturiano", H. Schlunk, Ars Hispaniae, II, Madrid, 1947
– "Arte asturiano", J. M. Pita Andrade, Madrid, 1963
– "Arte prerrománico asturiano", A. Bonet Correa, Barcelona, 1967
– "Arte, en Asturias", C. Cid Priego, Madrid-Barcelona, 1978
– "Arte prerrománico asturiano", V. Nieto Alcaide, Salinas, 1989
– "Prerrománico asturiano. El arte de la monarquía asturiana", L. Arias, 1993
– El Mediterráneo y el arte, de Mahoma a Carlomagno" (varios autores), cap. XI: Asturias y la Marca Hispánica, Lunwerg Editores, Barcelona, 2001


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Capitel de una de las columnas del palacio del Naranco

Palacio del Naranco
Palacio del Naranco