LOS MÁRTIRES DEL JAPÓN


Castillo del clan Matsumoto
 

En la segunda mitad del siglo XVI, consolidado ya el dominio colonial de españoles y portugueses en buena parte del centro y sur del continente americano, paralelamente se producirá también el encuentro (en principio comercial, cultural y tecnológico, y en principio pacífico) entre el Extremo Occidente y el Extremo Oriente, entre la civilización europea y la civilización asiática.


Castillo Himeji
 

China ("Katai") ya había sido visitada por mercaderes europeos en el siglo XIII, principalmente por el veneciano Marco Polo, protegido del emperador mongol Kublai-Kan, que dominaba el territorio chino y había intentado sin éxito apoderarse también de las islas japonesas ("Kipango"), sobre las que ni los propios mongoles ni los chinos tenían informaciones precisas, salvo mitificaciones que hablaban de palacios y templos de "techos de oro" (quizá tan sólo especialmente deslumbrantes con el sol). La primera flota mongola que había intentado la invasión del Japón se vió desastrosamente desbaratada por una tempestad, un "viento divino" que los japoneses llamaron kamikaze. Pero las noticias y maravillas sobre la espléndida civilización del Katai y del desconocido Kipango quedaron fijadas desde entonces en el imaginario europeo, completando las noticias sobre la no menos fabulosa "India" o "Tierra de las Especias", que habrían de ser determinantes en las exploraciones geográficas de los portugueses y en el descubrimiento colombino del inesperado continente americano.


Castillo de Nagoya
 

Tres siglos después (siglo XVI), desintegrado el imperio mongol y restablecido el imperio chino con la dinastía Ming, y consolidado al mismo tiempo el dominio hispánico y lusitano en América y en importantes bases en Oriente (Macao y las Islas Filipinas), el Japón continuaba siendo un mundo relativamente hermético y aislado dentro del Extremo Oriente, aunque de hecho la civilización japonesa era un trasunto de la propia civilización china continental: de China y de Corea procedían en último término casi todos los principales elementos de la refinada civilización del Japón medieval (escritura, arquitectura, artes, ciencias, tecnologías, e incluso la propia religión budista), bien que con un sello exclusivo y característicamente japonés en todos esos elementos de adoptada y adaptada civilización asiática común.

En líneas muy generales, hoy sabemos que los primitivos habitantes de las islas japonesas, probablemente desde épocas paleolíticas de la última glaciación, cuando todavía las islas estaban más o menos conectadas al continente por los hielos, eran una antiquísima población paleoaustraloide y paleoasiática, antepasados de los llamados aínos (ainu) de las islas del norte y de otras etnias pre-japonesas del sur. A sus descendientes se les ha relacionado con una cultura cerámica protoneolítica denominada jomon. Se supone que muy posteriormente llegarían por las islas del sur diversas oleadas de gentes de procedencia malayo-polinesia, que traerían los primeros avances neolíticos y el cultivo del arroz. Más tarde, y procedentes de la vecina península coreana, se asentarían en las islas centrales algunas nutridas poblaciones de tipo protocoreano; y en épocas más posteriores, desde el vecino continente asiático y con técnicas armamentísticas y de navegación más avanzadas, parece que llegaron también grupos invasores de tipo más o menos afín a los "manchúes" de China septentrional, que fueron imponiéndose militarmente con armas de bronce y uso de caballos de guerra a las demás etnias mayoritarias protojaponesas, aunque no a los aínos septentrionales. El resultado final de la fusión, aglutinación e integración gradual de todos esos grupos étnicos tan variados y distintos fue la "raza" japonesa tal y como se ha querido entender por ellos mismos, y especialmente el principal reflejo social y cultural de esta etnia: el propio idioma japonés (una amalgama lingüística desarrollada de forma autóctona y más o menos aislada sobre elementos arcaicos anteriores muy difíciles de clasificar filológicamente, aunque con indudables afinidades esporádicas con otros grupos lingüísticos paleoasiáticos septentrionales y surmeridionales).


Los primitivos, belicosos e inasimilables ainos fueron definitivamente arrinconados en las islas septentrionales, no sin largas y cruentas guerras contra los invasores japoneses, muy superiores en número. Después vendría la intensa influencia cultural coreana y sobre todo china, y la cristalización de una civilización propiamente japonesa que llegó a tener sus particularidades distintivas tradicionales durante muchos siglos y un refinamiento en nada inferior (en la arquitectura, en la tecnología, en las artes, o en la literatura) al de la gran civilización asiática vecina, y en todo caso con realizaciones culturales muy superiores a cuanto se hacía en la propia Europa en los siglos altomedievales coetáneos. Pero, naturalmente, todo esta prehistoria e historia antigua o más o menos mítica del Japón la desconocían por completo los primeros europeos llegados al archipiélago nipón a mediados del siglo XVI. Llegaban a un "mundo nuevo" en los confines más orientales del Mundo conocido, pero también a una civilización muy antigua y muy consolidada ya desde hacía muchos siglos.

Lo que vieron esos primeros europeos en esas "Islas o país del Sol naciente" (nombre que le daban al país sus propios naturales) era una sociedad estratificada, militarizada y sobre todo feudal, con un emperador (el mikado) que apenas tenía más que un poder nominal, arbitral y simbólico ante los diversos macroclanes familiares de los grandes señores de la guerra que se repartían los principales territorios productivos del país, respaldados por clientelas y séquitos militares de vasallos guerreros (samuráis) entre los que regían relaciones de vasallaje piramidales y códigos feudales muy estrictos, y como base de esa pirámide social una población mayoritaria de campesinos y pescadores a los que sólo se les dejaba el "derecho a sobrevivir" manteniendo y sirviendo incondicionalmente a sus señores naturales.


Dama japonesa en un paseo a caballo  (dibujo)
 

Los primeros contactos entre europeos y japoneses fueron individuales y particulares (misioneros, comerciantes), que -en principio- fueron bien recibidos por las autoridades locales, y se extendieron e incrementaron entre las décadas finales del siglo XVI y las décadas iniciales de la centuria siguiente (incluidas un par de curiosas embajadas japonesas a Roma y a España en 1582 y en 1615, de las que luego hablaremos). La llegada de las kurofune ("naves negras") de los europeos a las costas japonesas despertaban la natural curiosidad e interés de los autóctonos por estos extranjeros "de narices largas", que en principio no parecían venir con intenciones hostiles. Los japoneses no habían estado nunca cerrados al contacto con pueblos extranjeros (empezando por los chinos), y la propia religión budista había entrado y se había difundido libremente en el Japón sin oposición de la religión autóctona animista-sintoísta mayoritaria en el país. Las autoridades japonesas territoriales vieron también las ventajas de esos contactos, pues a los misioneros seguían los comerciantes (españoles, portugueses, ingleses y holandeses) y había verdadero interés en la clase militar japonesa dirigente sobre las armas de fuego de los europeos y la necesidad de adquirir los conocimientos básicos para la fabricación de esas armas y para la construcción naval de grandes navíos de guerra superiores a los chinos.

Sobre ese trasfondo económicocomercial, hubo también un trasfondo ideológico (religioso) que a su vez tuvo a medio y largo plazo importantes implicaciones sociales y políticas en la sociedad feudal japonesa. Y estas relaciones e intercambios, por supuesto, se produjeron siempre en medio de fuertes rivalidades y competencias entre los propios europeos, no sólo en el plano religioso y evangelizador (jesuítas portugueses frente a órdenes religiosas mendicantes españolas de franciscanos, agustinos y otros), sino también en el plano de las respectivas rivalidades comerciales, nacionales e ideológicas de los europeos: portugueses y españoles (católicos) contra ingleses y holandeses (protestantes). De lo que no cabe duda es de que el contacto con los europeos aceleró el proceso militar que llevó a la unificación del país nipón en pocas décadas (y no sólo por los radicales cambios introducidos por el uso masivo de las armas de fuego).


El jesuíta navarro Francisco Javier
 

Uno de los primeros religiosos europeos que llegó al Japón fue el jesuíta navarro Francisco Javier, que llegó en 1549 y estuvo dos años en tierras japonesas, siendo el primero en realizar conversiones y consolidar una pequeña comunidad.

En China, por el contrario, las relaciones con los europeos (portugueses sobre todo) fueron bastante tempranas, pues se remontan a las primeras décadas del siglo XVI, y fueron principalmente de índole comercial, aunque el dominio portugués de Malaca (Malasia) fue un factor importante de recelo y de desconfianza (entre 1521 y 1522 la armada china expulsó de sus costas a todas las naves comerciales portuguesas). No obstante, las relaciones se normalizaron en las décadas siguientes y hubo importantes acuerdos comerciales tanto con los portugueses como con los holandeses durante todo el siglo XVII: se exportaba porcelana china y seda a cambio de plata, metal básico en el sistema monetal y de intercambio chino, a cambio de productos agrícolas americanos como el boniato, el maíz y el cacahuete; la fastuosa corte imperial, donde el lujo y la suntuosidad alcanzaban grados de refinamiento inimaginables para un europeo, no tenía verdadera necesidad de otros productos occidentales.

A mediados del siglo XVI había comenzado también la evangelización cristiana en algunos puntos urbanos de las costas chinas por obra de los jesuítas portugueses, que pronto se dieron cuenta de que el superpoblado país presentaba características especiales (en realidad, la milenaria civilización china rompía todos los esquemas que un europeo de la época podía tener sobre lo que era la "civilización"). Dos religiones, el taoísmo y el budismo, se disputaban la preponderancia en China (a mediados del siglo XVI, el emperador chino Jiajing favoreció a los primeros y persiguió a los segundos), y había una filosofía moral y social propia (el confucianismo) que era -en el plano teórico al menos- la predominante en la clase dirigente (muy propensa a la corrupción, entonces como siempre) y en el amplísimo funcionariado estatal que conformaba la poderosa casta burocrática que administraba el extenso imperio. Además, el Islam tenía también notable presencia en algunas provincias occidentales desde muchos siglos atrás, incluso en generales del ejército y en altos funcionarios. Paralelamente, se incrementaron también las relaciones comerciales entre los europeos y los principales reinos feudales de la península de Indochina o sureste asiático (Birmania, Siam), muy receptivos sobre todo a las innovaciones armamentísticas de los occidentales.


El jesuita y matematico italiano Matteo Ricci
 

En el plano del proselitismo religioso las dificultades fueron mayores. Los jesuítas, a diferencia de otras órdenes religiosas, practicaron una evangelización adaptada a las costumbres culturales del país, pero quizá tuvieron también un cierto "fallo táctico" al centrar sus intentos de evangelización en las clases altas, que ya tenían opciones religiosas suficientes y no mostraron -a diferencia de los japoneses- excesivo interés en cuestiones religiosas o filosóficas, en las que se consideraban autosuficientes, aunque valoraban mucho los conocimientos científicos de algunos misioneros versados en ciencias (p.e. en geografía, en hidráulica, o en astronomía aplicada a la confección de calendarios), y hubo de hecho una fructífera confrontación de ideas entre los saberes chinos y europeos (el ejemplo del jesuíta, matemático y cartógrafo italiano Matteo Ricci, y de su principal colaborador, el jesuíta español Diego de Pantoja, llamaron la atención de numerosos sabios chinos e incluso del propio emperador).

Pero China era un inmenso país mucho más complejo y convulso que las islas del Japón, y sufría recurrentes crisis económicas, graves rebeliones sociales y políticas, hambrunas y desastres naturales periódicos de gran magnitud, todo lo cual desalentó o desconcertó bastante a los primeros misioneros europeos. Y en lo que se refiere a las clases sociales campesinas chinas, era evidente que sus preocupaciones básicas eran ante todo poder comer todos los días y pagar los obligados impuestos, y no tenían tiempo ni interés para preocupaciones religiosas. Los campesinos japoneses, en cambio, aunque no menos oprimidos (e incluso con menos derechos en una sociedad feudal muy rígida), no tenían en general tan graves preocupaciones de subsistencia cotidiana, por lo que se mostraron desde el principio mucho más receptivos a las predicaciones de misioneros europeos de órdenes mendicantes (franciscanos y agustinos sobre todo), mientras que los jesuítas -como siempre- se centraban sobre todo en las élites dirigentes japonesas.

El caso es que en poco tiempo la difusión del cristianismo en Japón alcanzó unos niveles que llegaron a preocupar a las autoridades japonesas, algunos de cuyos dirigentes empezaron a ver en esa difusión religiosa un "peligro" social y político, ya fuera por el recelo y la sospecha de que esos religiosos españoles y portugueses constituyesen una supuesta avanzadilla de las potencias europeas para introducirse paulatinamente en el país y facilitar su posterior conquista militar (España y Portugal estuvieron políticamente unificadas desde el reinado de Felipe II al de Felipe IV), o ya fuera porque algunos de esos dirigentes políticomilitares (los "shogunes") consideraron que la religión cristiana cuestionaba o subvertía las bases de la sociedad japonesa, y porque tanto el propio clero budista japonés como los comerciantes holandeses e ingleses les instigaban contra esos "peligros" de esa religión extranjera (la cristiana católica) que empezaba a tener adeptos en todas las clases sociales, empezando por la propia clase dirigente del país (varios daimios o gobernadores se bautizaron, y masivamente con ellos sus familias y vasallos, y también algún jefe de la guardia imperial, algún almirante, y otros nobles).

En pocas décadas, el cristianismo se convirtió en un auténtico "problema de Estado", en una sociedad que -aunque en permanente estado de guerra- nunca había tenido tensiones sociales derivadas de tensiones religiosas. La religión cristiana, por las razones que fueran, resultó atractiva para un buen número de japoneses, donde también existía ya una "cultura del sacrificio personal" y del desprecio a la muerte. Había asimismo una "cultura del honor y de la vergüenza", a la que se sacrificaba incluso la propia vida llegado el caso, aunque había también considerables diferencias en la moral (por ejemplo en la moral sexual, muy libre en la sociedad japonesa medieval, donde no tenía las connotaciones pecaminosas o de "suciedad moral" que tenía desde siempre en el cristianismo europeo; la homosexualidad, por ejemplo, condenada sin paliativos por todos los misioneros europeos, no planteaba grandes problemas morales para ningún japonés de la época). Y el concepto de "pecado" no existía tampoco como tal entre los japoneses, aunque era fácilmente asimilable a las "faltas de honor" propias de una cultura como era la japonesa medieval. Más grave, en una sociedad estrictamente feudal, era el propio sistema de fidelidades o lealtades religiosas paralelas que creaba (algo que no hacían ni el budismo ni el sintoísmo) y que en cierto modo podía llegar a ser en ciertos casos del todo incompatible con el estricto vasallaje feudal.

Pero, por debajo de estas razones "de superficie", probablemente latían otras razones más imbricadas en el propio tejido de esa sociedad feudal japonesa y en los equilibrios y rivalidades entre los poderosos clanes en sus respectivas luchas por el poder. Nos faltan datos sobre cuáles fueron los principales clanes familiares nobiliarios en los que se produjeron más adeptos a la nueva religión extranjera (que no eran sólo conversiones individuales, sino masivas en muchos casos, pues los vasallos adoptaban automáticamente las creencias de sus respectivos señores), pero es muy probable que las persecuciones posteriores fueran dirigidas por los clanes vencedores contra los clanes rivales en los que -además, y quizá no casualmente- estaban más extendidas las conversiones al cristianismo. En esos casos la persecución religiosa pudo ser tambien la perfecta justificación para el exterminio de familias enteras. De hecho hubo algunos personajes poderosos que apostataron después de convertirse, seguramente como resultado de esas persecuciones y rivalidades. Pero está todavía por escribir la historia del cristianismo japonés en sus implicaciones directas en estas cruentas luchas por el poder entre los diversos clanes de la aristocracia feudal del país.

En las clases sociales inferiores hubo además un factor importante, muy característico de la propia idiosincrasia japonesa, y muy similar a la fidelidad extrema de los vasallos militares hacia su respectivo señor feudal o jefe de clan: un factor de exaltación (llamarlo "fanatismo" resultaría impropio), que hacía que las adhesiones individuales a la nueva religión cristiana fueran en muchos casos tan sinceras como profundas y apasionadas. Los propios religiosos europeos no habían visto nada igual en la evangelización de otros pueblos, y tuvieron ocasión de comprobarlo con las crueles persecuciones que se desataron después: la mayoría de los cristianos japoneses, de todas las clases sociales, aceptaban tan voluntariosamente el martirio y los suplicios como los propios samuráis militares aceptaban la batalla y la muerte o practicaban el doloroso seppuku o suicidio ritual por obligadas cuestiones de honor. Nada semejante había sido visto nunca por los europeos.


Damas japonesas en un paseo en barca (dibujo)
 

Además de estos importantes factores económicos, culturales, ideológicos y sociales, hubo sin duda un factor más determinante aun en las persecuciones religiosas que tuvieron lugar a partir de determinado momento. Era un factor político, pero también un factor que podríamos llamar "antropológico" en sentido amplio. Se había producido el encuentro de dos Mundos, de dos civilizaciones que se habían desarrollado por separado a lo largo de la historia. No fue un "choque de civilizaciones" como el habido entre la civilización europea y las civilizaciones indígenas americanas (en el que éstas resultaron destruidas y arrasadas, o en todo caso "reniveladas" y "europeizadas" a la fuerza), pues las civilizaciones extremoasiáticas -desarrolladas en su mayor grado sobre todo en la China continental- habían alcanzado un nivel de refinamiento material, tecnológico, científico y cultural incluso superior al de los europeos en bastantes aspectos. Y la actitud japonesa fue en un primer momento muy "receptiva": estaban dispuestos a aprender todo lo que los europeos pudieran enseñarles todavía en cuestiones tecnológicas (armamentísticas, navales...). Y lo aprendieron, e incluso lo imitaron "a la japonesa", con una gran perfección, y además en un tiempo relativamente corto. Pero en un momento dado, conseguida tan recientemente y tan arduamente la reunificación política del país, sus principales dirigentes no estaban dispuestos a dejarse "asimilar" por los europeos. Seguramente no fue tanto una cuestión de nacionalismo xenófobo generalizado, sino de pura supervivencia de su propia identidad nacional.

Con todo, la proscripción final y la cruenta persecución sobre el principal elemento ideológico, espiritual y moral de la civilización europea (el cristianismo católico, pues por aquel entonces el protestantismo europeo no tenía capacidad de proselitismo evangelizador fuera de Europa) no se hizo por un arrebato de unos pocos dirigentes japoneses, o por luchas interclánicas de fondo, o por instigaciones del clero budista (con ser todo esto importante y decisivo), sino tras sopesarse cuidadosamente por todos los principales señores feudales todos los pros y los contras, conscientes de que el Japón ya se había "puesto al día" (asimiladas en pocas décadas todas las ventajas tecnológicas de Occidente) y no tenía ya necesidad de los europeos ni de los elementos básicos culturales y religiosos de su civilización. Así que decidieron finalmente (en una decisión continuada e irrevocable) cerrar definitivamente la puerta a una civilización occidental muy poderosa que evidentemente no se detendría en la cristianización completa del Japón, sino que -como potencia colonial en necesaria expansión- no pararía hasta incorporarlo a los circuitos económicos y comerciales de Occidente y hasta borrar o diluir las señas culturales de su propia identidad como pueblo (preservada anteriormente frente a los mongoles, los chinos o los coreanos). En realidad, durante el reinado de Felipe II hubo planes para una invasión y conquista de las islas japonesas desde las Filipinas, que finalmente no se materializaron. Ése era el "peligro", a los ojos de los dirigentes japoneses, y contra ese peligro se reaccionó, de manera cruenta e irreversible.

El hecho es que finalmente se produjo la proscripción del cristianismo en el Japón, la persecución de sus seguidores, la prisión o ejecución de varias decenas de misioneros europeos y el exterminio masivo de miles de japoneses cristianos de toda edad, clase, sexo y condición. Esta persecución tuvo dos momentos álgidos: uno (de "prueba" o de "tanteo", se podría decir) ocurrido de forma selectiva y muy localizada en 1596, bajo la jefatura del dictador militar Hideyoshi Toyotomi, y el otro, definitivo y con continuidad ininterrumpida, dieciséis años después, desde 1614 , bajo el shogun Ieyasu Tokugawa (y que ya no se detendría hasta bien entrado el siglo XIX). La primera persecución se ejemplifica en los llamados "mártires de Nagasaki".


Toyotomi Hideyoshi (1537-1598)
 

La persecución de Hideyoshi o persecución menor: "los 26 mártires de Nagasaki"


Toyotomi Hideyoshi (1537-1598) era de origen humilde. Había sido un simple mozo de cuadra -según otros un "camarlengo"o "portador de sandalias"- en el poderoso clan Oda, aunque se le confiaron con el tiempo tareas de confianza mucho más importantes (misiones diplomáticas, de espionaje, etc), hasta que llegó a convertirse en uno de los hombres de confianza del poderoso Oda Nobunaga, el jefe del clan, que le humillaba llamándole "mono" (Hideyoshi era de baja estatura) y "rata calva"; pero su inteligencia, su astucia y su capacidad negociadora le fueron haciendo cada vez más imprescindible. Estuvo al mando de las tropas de Nobunaga (que usaban ya arcabuces de forma masiva y sincronizada) en la batalla de Anegawa y se le nombró gobernador de varios distritos. Tras el asesinato en 1582 de Oda Nobunaga y de su hijo por las tropas de uno de sus generales en el recinto de un templo, Hideyoshi logró adelantarse a los otros generales del clan y controlar algunas tropas, y pactando con otros jefes logró hacerse prácticamente con el control del clan Oda. Se enfrentó al poderoso Ieyasu Tokuwaga (del que luego hablaremos), aunque éste terminó pactando con él y subordinándosele. Sometió después dos centros fortificados de monjes guerreros budistas, pero su mayor hazaña militar fue la conquista de la isla de Shikoku con un ejército de 90.000 hombres, reforzado con tropas de los clanes Tokuwaga y Mori. Se hizo nombrar kanpaku ("regente imperial"), ya que por sus orígenes humildes el emperador no le podía dar el título de shogun. En 1586 derrotó al clan Shimazu y en 1590 consiguió la sumisión del clan Hojo, consiguiendo la práctica unificación bajo su mando de todo el Japón. Introdujo varias reformas, prohibiendo a los campesinos llevar armas y vedando las labores agrícolas a los samuráis. Vivió con gran suntuosidad y refinamiento, rodeado de literatos, músicos, artistas y sabios, junto a la corte del emperador o en su poderoso castillo fortificado de Osaka.

Hacia 1590 se habían producido conversiones cristianas en masa y había ya varios centenares de miles de cristianos japoneses. Los fracasos para dominar sobre las Islas Filipinas, ocupadas por los españoles, y seguramente las propias instigaciones de comerciantes ingleses y holandeses, además de las fuertes rivalidades interclánicas, determinaron un cambio radical de actitud de Hideyoshi hacia la religión de los europeos. En 1592 el propio Hideyoshi había escrito una carta al gobernador español de las Filipinas, Gómez Pérez de las Mariñas, solicitándole tributo en estos arrogantes términos:

"Todo era aquí confusión. No se podía enviar una carta de una parte a otra, hasta que vine yo al mundo para hacer que todo fuera uno, y yo, el señor de todo. Porque no ha quedado reino que no se sujetase a mi obediencia. Siendo antes pequeño y de poca estima, el Cielo me ha sido tan favorable, con evidentes señales que hubo en mi nacimiento, que durante diez años no he entrado nunca en batalla sin salir vencedor. Los que debajo del Cielo están, encima de la tierra, todos son mis vasallos, y a los que no quieren obedecerme, les sujeto con mis soldados y capitanes. Ahora quiero ir a conquistar China, y no creáis que esto es obra mía, sino que viene de los altos Cielos. Por ello, sin demora, humillad vuestra bandera y reconoced mi señorío, porque si no venís pronto a hacerme reverencia, postrados delante de mi persona echados en tierra, estad seguros de que enviaré mi ejército y os haré asolar y destruir". El gobernador, por supuesto, no le hizo ni caso.

Pronto empezó Hideyoshi a desconfiar con recelo de todo lo europeo y a ver espías españoles y portugueses en esos misioneros, considerando la religión cristiana incompatible con el espíritu japonés y como una división perjudicial de la sociedad dentro del orden tradicional sintoísta. En 1587, para contentar a los monjes budistas, expulsó de la isla de Kiushiu a los misioneros cristianos y promulgó un decreto que ponía muchas dificultades a los evangelizadores europeos. Pero la hostilidad de Hideyoshi contra los cristianos y los misioneros se desató finalmente hacia 1596, tras su fracaso militar en Corea y en China y el desaire del gobernador español de las Filipinas, e hizo detener a nueve religiosos en Miaco y en Osaka, y a varios centenares de seguidores japoneses. El entusiasmo y la exaltación con que éstos últimos afrontaban los suplicios, y seguramente también la implicación de algunas poderosas familias con las que de momento no deseaba enemistarse, le hizo revocar las sentencias de muerte y sólo decidió ajusticiar a los misioneros detenidos y a algunos de sus auxiliares japoneses más entusiastas.


Martires de Nagasaki
 

Fueron condenados a morir crucificados el comisario de los franciscanos (Pedro Bautista), otros tres religiosos españoles, uno mexicano y varios japoneses (entre ellos dos niños y el jesuíta japonés Pablo Miki): veintiséis en total. Al entrar en la cárcel se les cortó a todos un pedazo de la oreja (cuentan que uno de los niños japoneses se quejó de que le "parecía poca cosa lo que le cortaban"). Fueron paseados por varias ciudades en carretas de bueyes entre las burlas e insultos del populacho, y llegaron a pie hasta Nagasaki, llevándose en cestos a los que ya no podían andar. Las cruces, entre ellas dos más pequeñas para los dos niños, estaban dispuestas en una colina de espaldas al mar. La ejecución fue seguida por una multitud, en medio de un fuerte cordón de soldados, y los condenados murieron entonando cánticos. Era el 5 de febrero de 1597.


Ieyasu Tokugawa (1543-1616)
 

La gran persecución de Tokuwaga y sus sucesores


Ieyasu Tokugawa (1543-1616) era hijo de un daimio o gobernador menor cuya familia se había dividido en dos facciones vasallas de dos clanes enfrentados, el clan Oda y el clan Imagawa. Su padre se decantó por su fidelidad a éste último y entregó a su hijo como rehén al jefe del clan Imagawa, y esa lealtad le enfrentó al resto de su propia familia; pero el jefe del clan rival le capturó por el camino y conminó a su padre a un cambio de vasallaje, a lo que éste se negó; sin embargo, su hijo no fue asesinado. Más tarde pelearía en varias batallas contra el clan Imagawa y fue adquiriendo gran prestigio militar. Luego se hizo con el liderazgo de su propio clan, los Matsudaira. Solicitó cambiarse su apellido al emperador, llamándose a partir de entonces Tokugawa. Siguieron una serie de alianzas con otros clanes, pero siguió subordinado sobre todo a Nobunaga, jefe del clan Oda y en contra de otros clanes enemigos de éste, aunque el entendimiento entre ambas facciones se fue deteriorando, y en 1579 Nobunaga acusó a la esposa de Tokuwaga de conspirar para asesinarle y la hizo decapitar, obligando a su hijo mayor a suicidarse. Sin embargo las tropas combinadas de ambos derrotaron definitivamente en 1582 a las del clan Takeda, que fue prácticamente aniquilado, y se repartieron Japón junto con otros clanes aliados. Nobunaga fue asesinado por instigación del jefe del clan Akechi, y finalmente los dos principales "señores de la guerra", Ieyasu Tokuwaga y Todotomi Hideyoshi, quedaron como máximos gobernantes de Japón entre 1584 y 1598.

En 1590 Tokuwaga atacó al clan Hojo, que todavía gobernaba autónomamente varias provincias, derrotando a sus principales líderes, aunque sus tropas no apoyaron a las de Hideyoshi en su invasión de Corea en 1592 y en su proyectada expedición para atacar China. Tras la muerte de Hideyoshi en 1598, y tras el fracaso de una regencia conjunta entre los jefes de los principales clanes, en la batalla de Sekigahara el ejército de Tokuwaga aplastó al llamado "ejército del oeste" y se convirtió de hecho en el gobernante único de todo Japón. En 1603 Tokuwaga recibió del emperador el título de shogun. Trasladó la capital desde Kioto a Edo, y aunque abdicó oficialmente de este cargo en 1605, continuó llevando el poder y consolidándolo en sus sucesores. Desde 1605 hasta su muerte (en 1616, a la edad de 75 años) tuvo como uno de sus principales asesores y consejeros a un marino inglés al servicio de Holanda, William Adams, que llegó a convertirse en el principal asesor y hombre de confianza de Tokuwaga para asuntos extranjeros y consiguió para los holandeses de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y también para los ingleses una autorización ilimitada para comerciar, en detrimento de españoles y portugueses (ésto últimos sólo estaban autorizados a comerciar en la ciudad de Nagasaki y bajo unos precios tasados).

Tokuwaga se tomó su tiempo antes de tomar su decisión final contra los cristianos de su país, sin duda consensuada por amplia mayoría de los jefes de los principales clanes dirigentes. Y no podemos tener duda de que se informó muy circunspectamente de todo, incluso seguramente también (por europeos, en especial por el inglés Adams) de la propia historia reciente de las principales potencias occidentales, de su poderío militar y de sus debilidades, de la estructura del catolicismo europeo, de las "guerras religiosas" (algo desconocido en Japón) habidas entre las diversas sectas cristianas (católicos y protestantes), y de los inconvenientes y ventajas de unas alianzas comerciales, diplomáticas o militares con unos o con otros.

En este proceso de toma de datos y de evaluación, ha de inscribirse también una curiosa "embajada" dirigida por Hasekura Tsunenaga, enviado por Tokuwaga a Roma y a España (aunque el propio Tokuwaga tomó y puso en práctica su decisión de perseguir el cristianismo antes de que ésta estuviera de regreso, seguramente porque ya tenía datos e informaciones más que suficientes para tomarla). No era en realidad la primera embajada japonesa enviada a los países de Occidente, pues ya en 1582 había habido otra de gran alcance (ideada por un jesuíta y patrocinada por varios daimios o gobernadores cristianos), que fue encabezada por el samurái Mancio Ito y que tras pasar por las colonias portuguesas de Macao, Cochín y Goa, llegaron a Lisboa en agosto de 1584, dirigiéndose después a Roma, donde fueron recibidos por el Papa Gregorio XIII (ya habían visitado también al rey Felipe II en España). Regresaron a Japón en 1590, tras ocho años de viaje.


El embajador japones Hasekura, año 1615
 

Hasekura Tsunenaga (1571-1622), había sido vasallo del gobernador de Sendai y había participado en las campañas de Corea (1592-97) con las tropas del taikosama Hideyoshi. La misión diplomática que dirigió fue acordada en 1609 por Hideyoshi, quien ya había recibido en 1611 una embajada española encabezada por Sebastián Vizcaíno, que se entrevistó con el shogun y con varios señores locales, causándoles bastante mala impresión por su desconocimiento de la rígida etiqueta feudal japonesa; su barco resultó dañado en el viaje de regreso, pero el shogun les construyó un galeón en astilleros japoneses. Hasekura y su séquito diplomático se embarcaron en esa nave y desarrollaron su misión a España y al Vaticano entre 1613 y 1620, viajando a través del Océano Pacífico. Su séquito lo formaban veintidós japoneses y marinos españoles, varios comerciantes, sirvientes japoneses y unos cuarenta religiosos españoles y portugueses. Pasaron por el Virreinato de Nueva España (Acapulco y Veracruz) y por el Caribe (La Habana), y atravesaron el Atlántico hasta entrar en la península ibérica por el río Guadalquivir, que remontaron hasta Coria del Río, prosiguiendo por tierra hasta Sevilla, Madrid y Barcelona. Desde Barcelona, con varias escalas, navegaron hasta Italia y llegaron finalmente a Roma. En todos estos lugares se les recibió con gran agasajo y expectación. Una crónica francesa de octubre de 1615 ("Relaciones de Madame de Saint Tropez") da diversos detalles anecdóticos, como el de las costumbres japonesas en la mesa: "Nunca tocaban la comida con sus dedos, sino que usaban dos pequeñas varillas que sujetaban con tres dedos", o sobre sus espadas katanas: "Sus espadas cortan tanto que ellos pueden cortar un papel suave, poniéndolo sobre el filo si el viento lo sopla sobre ellas" (lo que parece indicar que practicaron algunas exhibiciones de esgrima japonesa ante sus anfitriones). El Papa escribió al shogun, y el embajador japonés fue nombrado "ciudadano romano" y recibió grandes honores tanto en la corte española como en Italia (en enero de 1615 Hasekura se había bautizado en España como Felipe Francisco de Fachicura o Faxecura).


Sevilla en el siglo XVI, por Sánchez Coello

 

El viaje de regreso se hizo por el mismo camino, arribando a Manila, capital y principal base española en las Filipinas desde 1571. Pero las noticias de las persecuciones en Japón llevaron al rey Felipe III a no suscribir los acuerdos comerciales que traían los japoneses. Hasekura regresó a Japón en 1620 y murió de enfermedad -según parece- un año después, aunque no se conocen con certeza esos meses finales de su vida. Se tardarían más de dos siglos en repetirse estas embajadas oficiales japonesas a Europa.

La ciudad de Sevilla vista por un pintor japonés

 

En 1614 Tokuwaga, en efecto, había promulgado un decreto prohibiendo el cristianismo en todo el país y expulsando a todos los misioneros. Tras los dieciseis años transcurridos desde los martirios de Nagasaki en 1597, se reanudó la persecución con mucha más virulencia durante varias décadas y ya sin ningún miramiento, pues el cristianismo estaba infiltrado en todas las clases sociales japonesas. Se exigía a todos los conversos la abjuración de la "religión de los europeos" o en caso contrario serían quemados vivos, y el pregón decía que los condenados debían aportar el poste del tormento (se cuenta que al día siguiente aparecieron tantos postes delante de las casas como cristianos había en ellas). De momento en Meaco (Kioto) sólo se ejecutaron a treinta personas, pero con gran crueldad: los metieron desnudos en sacos llenos de espinas y los arrastraron por las calles, y finalmente los quemaron vivos. El daimio de una provincia, que había apostatado, mató personalmente, decapitándolos con su sable, a dos cristianos japoneses distinguidos, Tomás Ferbaya y Matías Xocuro, a los que previamente había invitado a un falso banquete. También fueron quemadas vivas otras ocho personas distinguidas, entre ellos tres mujeres y cuatro niños. Hacia 1617 se encarceló en mazmorras infectas y hacinadas, en condiciones extremas de hambre, sed, calor, insectos y lepra, a una muchedumbre de cristianos japoneses y a algunos europeos, entre ellos el comisario de los franciscanos Diego de San Francisco, que sobrevivió. En Nagasaki, la capital de la isla meridional de Kiushiu, fueron quemados vivos varios frailes españoles y una treintena fueron decapitados, ante la presencia de cerca de sesenta mil asistentes. Dos religiosos, el agustino Pedro de Zúñiga (de una familia castellana muy noble) y el dominico Luís Flores, fueron apresados por corsarios ingleses cuando intentaban volver disfrazados a Japón, y sospechando que eran sacerdotes católicos los entregaron a los holandeses, que tras tenerlos un tiempo encarcelados los entregaron a las autoridades japonesas. El capitán y los marineros apresados fueron degollados y los dos religiosos fueron quemados a fuego lento el 19 de agosto de 1622, a lo que siguió el "gran martirio" de todos los sacerdotes cristianos de Nagasaki el 10 de septiembre de 1622, en que fueron quemados o decapitados unos sesenta cristianos, entre ellos el padre Carlos Spínola, y el 12 de septiembre ocho más, entre ellos los religiosos Apolinar Franco y Tomás de Zumárraga. En esas primeras décadas del siglo XVII se estima que fueron asesinados unos 5.500 cristianos japoneses de toda condición.


Los 26 mártires de Nagasaki
 

La persecución y los martirios se prolongaron durante años, pero ya sin testigos europeos que pudieran dar fé de ello, y se utilizaron suplicios atroces contra familias enteras de cristianos japoneses para forzarles a abjurar de su religión. En 1637 se produjo una gran rebelión en Shimabara, en la provincia de Nagasaki, dirigida por un adolescente cristiano llamado Amakusa Shiro, que en realidad tuvo motivaciones estrictamente sociales (hambrunas, aumento de los impuestos). Los rebeldes se atrincheraron en el castillo de Hara, donde fueron reducidos por las fuerzas enviadas por el shogun (fueron decapitados más de 35.000 rebeldes, la mayoría cristianos).

Pero nunca se dió por oficialmente erradicado el cristianismo de tierras japonesas. El país entró en un aislamiento completo durante dos siglos, hasta que a mediados del siglo XIX los buques norteamericanos obligaron a los japoneses a abrir sus puertos al comercio, y el Japón volvió a reanudar los contactos comerciales y diplomáticos con Occidente. En 1865 se autorizó la apertura de una iglesia en Nagasaki, y en esa época se descubrió también que el cristianismo se había mantenido secretamente en algunas familias japonesas dirigido por personas laicas y que había en la región varios miles de cristianos ocultos (kakure kirishitans). Sólo en 1889 se estableció la libertad religiosa en todo el Japón.


FUENTES BIBLIOGRÁFICAS ORIGINARIAS


– "De Missione Legatorum Iaponensium ad Romanam Curiam", informe redactado en Macao por el jesuíta portugués Duarte de Sande en base a sus apuntes de viaje y publicado en 1590, Analecta Bollandiana, tomo VI, 1887, pp. 52-62

– Suárez de Figueroa: "Historia y anales de los Padres de la Compañía de Jesús en el Japón", Madrid, 1614

– L. Piñeiro: "Relación del socesso que tuvo nuestra Santa Fé en los reynos del Japón...imperando Cubosama", Madrid, 1617

– García Garcés: "Relación de la persecución que hubo en la Iglesia del Japón", Madrid, 1625

cartas del P. Charles Spínola escritas desde la cárcel de Omura

– "Compendio de lo sucedido en el Japón desde la fundación de aquella cristiandad", M. de Sosa, Madrid, 1633

– Buxeda: "Relación de los mártires del Japón en 1597", Sevilla, 1598, y "Historia del Reyno del Japón", Zaragoza, 1691


FILMOGRAFÍA


El bárbaro y la geisha, 1958, dir.: John Huston, con John Wayne e Eiko Ando (excelente recreación del Japón de mediados del siglo XIX, en vísperas de su forzada apertura al comercio occidental)

Shogun, 1980, mini-serie de televisión basada en la novela homónima de James Clavell, inspirada en la vida del marino inglés William Adams, el asesor europeo del shogun Tokuwaga


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Estatua de Buda sentado
Ainu, el primitivo habitante de las islas japonesas
Cerámica japonesa (Jarrón decorado)
Martirio de Magdalena de Nagasaki y otros cristianos japoneses en 1634
El embajador japones Hasekura Tsunenaga (1571-1622)