El desastre de Annual

EL IMPERIO ESPAÑOL EN SUS AÑOS CRUCIALES


AÑO 1921: LA CAMPAÑA DE MARRUECOS Y EL DESASTRE DE ANNUAL


Uniformes del ejército español durante la guerra de África
 

La campaña de 1921 constituye la penúltima fase (y la más trágica) de la larga e interminable guerra de Marruecos (más conocida popularmente como "la Guerra de África"), que había comenzado en 1909 y que concluiría en 1926, con la definitiva pacificación del territorio marroquí tras una operación militar anfibia de gran envergadura que se iniciaría con el desembarco en Alhucemas, donde las tropas españolas en combinación con buques de la escuadra naval francesa empezarían la ofensiva que concluiría finalmente con la ocupación de todo el territorio y con la rendición del principal caudillo rebelde, Abd-el-Krim, que se entregaría a los franceses. Pero antes de ello las tropas españolas habrían de sufrir la más sangrienta derrota militar de toda su historia contemporánea, el broche final más patético, vergonzoso y trágico del ya desmantelado "imperio español", que se había iniciado cuatro siglos antes. Repasemos primero brevemente los antecedentes de ese conflicto africano.

Mapa del norte de África, entre Annual y Melilla
 

A comienzos del siglo XX los tratados y conferencias internacionales habían adjudicado a España el papel de colonizador y pacificador de la zona norte del desintegrado reino marroquí, contando con que las antiguas plazas españolas de Ceuta y Melilla eran ya dos excelentes bases y cabezas de puente para una más fácil penetración en el resto del territorio norteño. Era una zona de "protectorado" (no exactamente una "colonia", como el resto de los dominios coloniales europeos), mucho menos extensa que la correspondiente al Marruecos francés, pero era también mucho más conflictiva.

Se trataba de una zona montañosa cuya región principal se denominaba El Rif, habitada por "cábilas" o poblados tribales de moros bereberes de espíritu independiente y belicoso, bien diferenciados -incluso en el dialecto bereber que hablaban- del resto de los moros y árabobereberes de Marruecos y que nunca habían estado de hecho plenamente sujetos a la autoridad de los sultanes marroquíes. Algunas de estas cábilas o tribus mantenían entre sí profundas enemistades y rivalidades tradicionales, y en general sus jefes y notables eran al mismo tiempo astutos e ingenuos, traidores y valientes hasta lo temerario, supersticiosos más bien que religiosos, crueles y bárbaros pero también muy hospitalarios y generosos. Y tal como ellos eran también sus gentes. En las ciudades principales había también importantes minorías hebreas, tan envidiadas como despreciadas por los propios moros (las jóvenes judías tenían fama, entre los soldados españoles, de ser aun más hermosas que las bereberes, y desde luego mucho más inasequibles que éstas). Las mujeres moras trabajaban en las duras faenas del campo o en el pastoreo de rebaños igual -o más- que los hombres. En conjunto, el país marroquí en las primeras décadas del siglo XX ofrecía a los ojos europeos un aspecto tan pintoresco y sugestivo como bárbaro y semisalvaje (claro está que la mayoría de los soldaditos españoles, en buena parte analfabetos y procedentes de todos los rincones campesinos de España, no eran muy inferiores a veces a los moros en salvajismo y brutalidad).


 

El territorio adjudicado a España no tenía grandes riquezas, con la excepción de unas ricas minas de mineral de hierro a cielo abierto que una compañía minera española puso en explotación con mano de obra rifeña contratada (se decía que altos personajes de la política española, incluido supuestamente el propio rey Alfonso XIII, eran accionistas de esa Compañía de "Minas del Rif"). Se construyó el tendido de un ferrocarril minero que partía de Melilla, y se construyeron asimismo algunas carreteras, escuelas y otras infraestructuras civiles y militares, alternándose prácticas de soborno y políticas de obras públicas con otras de carácter policial encomendadas directamente al ejército.

En realidad, el papel de España en ese territorio era complicado y escasamente rentable, pero en aquella época haberse negado a asumir una misión colonial y a ejercer ese protectorado hubiera supuesto un completo descrédito y desprestigio de España ante las demás naciones europeas y acaso consecuencias no menos graves frente a la avasalladora potencia militar francesa, que aspiraba al dominio completo de esa parte del Mediterráneo en competencia con Gran Bretaña. Era, pues, una cuestión de necesarios e insoslayables equilibrios internacionales los que presionaban a España para que asumiese ese incómodo papel neocolonial.

La zona de influencia española abarcaba teóricamente desde el río Muluya, al este, con la ciudad española de Melilla como base de penetración, hasta el Océano Atlántico y el río Lucus, al oeste (las ciudades costeras atlánticas de Arcila y Larache, así como Alcázarquivir, fueron ocupadas por tropas españolas en 1912, para cerrarles el camino a Tánger a los franceses). Las principales ciudades de la parte noroccidental, además de la española Ceuta, eran Tetuán y Tánger (ésta última quedó finalmente como "ciudad internacional" y sólo en 1940 sería ocupada totalmente por España aprovechando la coyuntura de la II Guerra Mundial). En la parte interior suroccidental del protectorado español estaba la ciudad-santa de Xauen, conquistada por los españoles en 1920 y abandonada precipitadamente y con fuertes pérdidas de soldados en 1924. El corazón y la parte central de toda la zona española era la región de El Rif. La parte nororiental del Protectorado, la llamada "Comandancia Militar de Melilla", no tenía grandes núcleos urbanos, sino que predominaban las aldeas y poblados de menor importancia. Al sur del río Lucus comenzaba la extensa zona del protectorado francés, con ciudades como Fez, Casablanca, Mequinez (antigua capital de los sultanes), Taza, y Marraquech, y más al sur las ciudades costeras de Agadir y Mogador, entre otras. A diferencia de la poco consolidada presencia española en su respectiva zona, la administración francesa estaba mucho más implantada y consiguió notables progresos en la modernización del Marruecos francés.

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Soldados españoles y colaboradores rifeños, posando para una fotografía de grupo
 

Las hostilidades de los españoles con los moros rifeños habían comenzado en 1909, tras el ataque de éstos a unos trabajadores españoles del ferrocarril minero, lo que motivó una expedición militar española de castigo. La guerra de Marruecos fue muy impopular en grandes sectores de la sociedad española, debido sobre todo al continuo reclutamiento forzoso de soldados en la Península (del que sólo podían librarse los jóvenes de las familias más pudientes pagando una cuota). La opinión pública española no quería saber nada de compromisos y equilibrios internacionales más o menos temporales y precarios (eran los años previos al comienzo de la I Guerra Mundial, de la que España conseguiría finalmente quedar fuera, aunque tuvo su propia cuota bélica en este anacrónico, sangriento y desastroso conflicto marroquí, que tan pronto parecía que se extinguía por sí solo como se reanudaba de nuevo con más intensidad y virulencia). En general, la gente no entendía qué se le había perdido a España en aquellas lejanas tierras africanas y en nombre de qué o en defensa de quiénes se enviaban a morir allí a miles de jóvenes españoles recién reclutados, que en muchos casos era la primera vez que salían de sus pueblos y aldeas de procedencia. Tampoco faltaba la sospecha de que eran precisamente determinados grupos y "pandillajes" militares los más interesados en mantener avivado un conflicto que les ofrecía grandes oportunidades de promoción y de ascensos y no pocas corruptelas y oscuros "negocios" a la sombra de la administración del Protectorado.

En julio de 1909, tras el reclutamiento masivo de "reservistas" en Cataluña (en su mayoría casados y con familia), se originaron protestas populares en el puerto de Barcelona al despedir a los soldados, que mezcladas con otros descontentos sociales latentes degeneraron en disturbios e insurrecciones callejeras en Barcelona y en otras localidades catalanas durante varios días consecutivos (la llamada "Semana Trágica"), finalmente sofocados y reprimidos por las tropas enviadas por el Gobierno.

Entretanto, la penetración militar y la pacificación del territorio marroquí no sólo no progresaba sino que se estancaba ante las fuertes resistencias de algunas cábilas rebeldes (armadas subrepticiamente por Francia, que así desviaba los conflictos de su propia zona de influencia), y desde el principio se produjeron algunos importantes descalabros militares del ejército expedicionario español (el primero y el más resonante fue el ocurrido en julio de 1909 en el llamado "Barranco del Lobo"). De los aproximadamente 40.000 soldados españoles destacados en Marruecos a finales de 1909 se pasaría, a lo largo de las diversas fases intermitentes por las que pasó el conflicto, a cerca de 150.000 en 1921.

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Fue precisamente en el verano de 1921 cuando el general Fernández-Silvestre, íntimo amigo del Rey y jefe de la Comandancia Militar de Melilla o zona oriental del Protectorado, decidió acabar con la guerra por su cuenta mediante una marcha sobre Alhucemas que permitiera abrir en ese lugar costero una base estratégica y un punto de desembarco naval contra los focos rebeldes de las inmediaciones, y de paso abrir un camino costero entre las dos Comandancias, la occidental (Ceuta) y la oriental (Melilla). Silvestre, al parecer alentado por el propio Rey (y para no tener que dar cuenta detallada de su plan al gobierno de la nación ni dejarse arrebatar el mérito y la gloria por su jefe militar inmediato, el general Berenguer, "Alto Comisionado de España en Marruecos", con el que actuó en evidente descoordinación táctica), le quiso dar a la operación un aspecto aparentemente rutinario, como el de una simple marcha de vigilancia y control del territorio "pacificado". A finales de agosto, desde los distintos blocáos o fortines y demás puestos fortificados fueron saliendo las columnas para formar el convoy, en lo que se preveía como un fácil "paseo militar" por el territorio.

La sorpresa inesperada fue que una de las cábilas hasta entonces consideradas "amigas" o neutrales inició de repente las hostilidades atacando y tiroteando a las columnas españolas cuando éstas se habían adentrado ya en el territorio enemigo. Esta cábila se llamaba Beni-Urriaguel y su jefe ocasional se llamaba Abd-El-Krim, quien había trabajado anteriormente para la administración española. Era un bereber inteligente y tenaz, hijo de un prestigioso jefe cabileño, y su jefatura fue aceptada mayoritariamente por el resto de los rebeldes rifeños.

El imprevisto ataque fue desastroso para los soldados españoles: Silvestre, temiendo que se les cortara el camino de vuelta, y viendo que los refuerzos solicitados a Berenguer no llegaban, ordenó una retirada general escalonada, y las tropas españolas comenzaron a desandar el camino recorrido, de vuelta a sus bases. Pero la retirada, debido al pánico que se apoderó de los soldados (en su mayoría jóvenes reclutas inexpertos) se convirtió primero en una desordenada huida, hostigados incesantemente por los tiradores rifeños, y la huida -finalmente- en desbandada general, a pesar de que algunas de las unidades más veteranas se replegaron en buen orden y cubrieron la caótica desbandada de los demás a costa de grandes pérdidas propias. Lo que siguió fue una espantosa carnicería. Los moros asediaron y aniquilaron la aislada posición fortificada de Igueriben y se lanzaron sobre las columnas españolas que huían aterrorizadas sin orden ni concierto, tras el fracasado intento de contener en Dar Drius la avalancha asaltante (el general Silvestre se suicidó o desapareció en los primeros combates, y con él numerosos jefes y oficiales de su estado mayor).

Curas y militares recogiendo y trasladando cadaveres de soldados españoles tras el desastre de Annual
 

La matanza fue espeluznante: entre Annual y Nador todo el camino quedó cubierto de cadáveres de españoles (más de 12.000 muertos, según la cifra más sopesada, que otros historiadores elevan hasta cerca de 15.000), en lo que fue sin lugar a dudas el mayor desastre del ejército español en toda su historia contemporánea. Los moros rifeños tomaron la posición española de Monte Arruit y aniquilaron a la guarnición, llegando hasta las puertas mismas de Melilla, aunque la capital de la Comandancia se salvó gracias a los refuerzos llegados desde Ceuta por vía marítima. Cuando los rifeños se cansaron de tanto matar y recogieron todas las armas, artillería y pertrechos abandonados por los españoles en su huida (las moras iban detrás de los hombres despojando concienzudamente los cadáveres y ultrajándolos), se hicieron numerosísimos prisioneros, que más tarde serían rescatados por el gobierno español a través de intermediarios y a precio de oro.

       "Aquellos muertos que íbamos encontrando, después de
       días bajo el sol de África que vuelve la carne fresca en
       vivero de gusanos en dos horas; aquellos cuerpos mutilados,
       momias cuyos vientres explotaron. Sin ojos o sin lengua, sin
       testículos, violados con estacas de alambrada, las manos
       atadas con sus propios intestinos, sin cabeza, sin brazos, sin
       piernas, serrados en dos. ¡Oh, aquellos muertos!
"

       (Arturo Barea, "La Ruta", sobre la Guerra de África)

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Consecuencias inmediatas


La noticia del desastre (lo que las autoridades militares denominarían eufemísticamente en sus informes como "el derrumbamiento de la Comandancia Militar de Melilla") dejó conmocionada a toda España. Se exigieron responsabilidades militares y políticas, que apuntaban al propio Rey. Las primeras investigaciones de una comisión oficial pusieron de manifiesto la existencia de una gran corrupción en el seno de la oficialidad del ejército de África. Los partidos políticos de oposición -republicanos y socialistas- comenzaron una durísima campaña de prensa contra la monarquía (que sólo sería definitivamente acallada dos años después con el golpe de Estado del general Primo de Rivera, al parecer inspirado por el propio Rey y su camarilla militar, y cuyo principal objeto parece haber sido precisamente silenciar esa campaña de desprestigio contra una monarquía gravemente salpicada ya por la sangre de Annual).

Carros de combate españoles en Gomara
 

Sin embargo, la reacción militar española había sido relativamente rápida tras conocerse las primeras noticias del desastre. Numerosos contingentes de soldados de la Península fueron sucesivamente embarcados hacia Melilla y comenzó una lenta pero eficaz reconquista de los territorios perdidos. Allí estaban muchos de los jefes militares que luego serían famosos por otros motivos: Franco, Mola, Miaja, Millán Astray (el fundador en 1920 de la fuerza de choque denominada Legión o "Tercio de Extranjeros", creada a imitación de la Legión Extranjera francesa). El día 17 de septiembre de 1921 se entraba de nuevo en Nador (los legionarios de Millán Astray tomaron al asalto los montes cercanos, llamados coloquialmente "Las Tetas de Nador", ocupados por los rifeños); el 10 de octubre se conquistaba la cima del monte Gurugú, cercano a Melilla; el 14 de octubre se recuperaba Zeluán, y el 24 de ese mismo mes se tomaba Monte Arruit; el 21 de diciembre las tropas españolas pasaban el río Kert. La situación quedaba restablecida, y en los primeros días de febrero del año siguiente el Gobierno y los altos jefes militares planeaban cuidadosamente las medidas y operaciones más aconsejables a corto plazo.

Pero la guerra no había ni mucho menos terminado. Abd-El-Krim consiguió con su victoria la adhesión de otras cábilas rifeñas e instauró una autodenominada "República del Rif". En 1924 las tropas españolas se vieron obligadas a abandonar precipitadamente la ciudad de Xauen, sufriendo considerables bajas, debido a una burocrática estrategia que confió la defensa táctica de la retirada en una serie de fortínes o blocáos aislados, que fueron efizcamente cercados por los rifeños (se llegaron a beber por sus defensores orines de caballo ante la angustiosa escasez de agua, y aunque los aeroplanos españoles arrojaban sacos con barras de hielo a los asediados, éstos solían caer lejos de los blocáos y los moros se hacían rápidamente con ellos). Este nuevo descalabro fue ocultado a la opinión pública española por la censura militar de la nueva Dictadura.

Recogida y transporte de cuerpos en Monte Arruit
 

Abd-El-Krim, crecido con sus triunfos ante un ejército colonial moderno, cometió entonces una grave imprudencia: atacó también la zona francesa y llegó a cortar la carretera de Fez, amenazando a esta ciudad. Los gobiernos español y francés entraron rápidamente en conversaciones para solucionar conjuntamente la amenaza rifeña. Cuando el 31 de agosto de 1925 se reunían en Algeciras el general y dictador Primo de Rivera y el mariscal francés Petáin, sus respectivos estados mayores tenían ya ultimado el plan militar de acción militar conjunta hispanofrancesa (un plan inicial de desembarco en Alhucemas que al parecer llevaba ya diseñado desde varios años atrás por el Alto Mando militar español, pero que había sido paralizado y archivado por las dudas y reticencias de los sucesivos gobiernos políticos, con disgusto del propio Rey). El 8 de septiembre de 1925 desembarcaban las tropas españolas en Alhucemas (el general Sanjurjo había sido nombrado jefe de las fuerzas de desembarco, y la escuadra naval francesa realizó diversas acciones de apoyo, cobertura y distración). Un mes más tarde las tropas españolas de avanzada entraban en el territorio de la cábila Beni-Urriaguel. El año 1926 sería decisivo: tras diversos combates, los españoles llegaron nuevamente a Annual y varias cábilas se sometieron. Abd-El-Krim huyó y se entregó a los franceses, que le deportaron a la isla de la Reunión (más tarde se fugaría de allí y se refugiaría en Egipto). En la primavera de 1927 terminaron las últimas resistencias y el territorio marroquí quedó definitivamente pacificado.

A pesar del largo periodo de paz que siguió (1926-1956), no se realizaron por parte de la administración española grandes progresos en la modernización del Protectorado. En la guerra civil española de 1936-39, el ejército "nacional" del general Franco, sublevado contra el gobierno de la República precisamente en Marruecos, contó en sus filas -como es sabido- con importantes contingentes de moros rifeños (más de doce mil), los más veteranos de los cuales eran antiguos combatientes en las "harcas" de Abd-El-Krim, y después de esa guerra civil Franco tuvo hasta 1956 una "escolta mora montada" como guardia personal oficial. En 1956 Francia concedió unilateralmente la independencia a su respectiva zona de Protectorado, y España -a pesar de las reticencias de Franco- tuvo que hacer lo mismo acto seguido con la suya; de este modo, Marruecos se convertía de nuevo en una nación independiente y soberana tras más de medio siglo de dependencias e injerencias extranjeras.

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La guerra de Marruecos (con diversos periodos bélicos intermitentes entre 1909 y 1926) fue una guerra -como casi todas las guerras coloniales- especialmente dura y salvaje. Ejemplos: se hacían pocos prisioneros por ambas partes; los moros acostumbraban a cortar la cabeza a los españoles muertos (y a veces también a los vivos) y en ocasiones llegaban a castrar los cadáveres, en una especie de bárbaro "rito de guerra" (los legionarios españoles también practicaron ocasionalmente esa costumbre de decapitar a los enemigos muertos). Los moros luchaban en bandas irregulares, denominadas "harkas". Muchos de ellos se cubrían la cabeza con turbante y la mayoría vestían las características "chilabas" rifeñas de lana rayada, con capucha (el montañoso territorio de El Rif es bastante frío en invierno); portaban en bandolera el fusil y el típico zurrón moruno en el que llevaban de casi todo (algunos, hasta prismáticos de campaña, que eran muy codiciados como trofeo de guerra tomados a los oficiales españoles).

Uniformes del ejército español en Marruecos (dibujo)
 

Los uniformes del ejército español en Marruecos fueron muy variados según las épocas (hasta 1926, en que se decretó un uniforme único, cada Cuerpo o Arma tenía el suyo propio). El más generalizado en los primeros años era un traje blanco de rayadillo negro, con un bonete a juego, del tipo llamado "gorro de panadero" (este uniforme ofrecía un blanco bien visible a distancia para los tiradores rifeños, mejor camuflados sobre el terreno con sus pardas chilabas). La infantería de línea llevó también "salacots" coloniales de tipo inglés, y predominaron asimismo diversos tipos de gorro-sombrero. Los legionarios se distinguían por su uniforme verdoso y sus sombreros-chambergos, y los llamados "regulares" (tropas moras adictas mandadas por oficiales españoles) llevaban un uniforme marrón claro y un "fez" o bonete turco de color rojo.

El fusil más generalizado en ambos bandos llegó a ser el famoso máuser de cerrojo (el eco del estampido producía en campo abierto un sonido "pac-um!", y los españoles denominaron "pacos" a los tiradores rifeños aislados, denominación que se generalizó también en la posterior guerra civil para designar a los francotiradores emboscados). Los españoles utilizaron diversos tipos de ametralladoras y piezas de artillería de varios calibres (el cañón Schneider, con ruedas y arrastrado por caballos, fue de los más profusamente utilizados para batir al enemigo de las faldas de las montañas). La aviación española, formada por viejos biplanos franceses, también intervino en la última fase de la guerra en misiones de observación y reconocimiento y en algunos bombardeos esporádicos de aldeas y posiciones enemigas (empleando incluso gases tóxicos, prohibidos -por cierto- por las convenciones internacionales), y también se emplearon tanquetas o carros de combate "Renault" de pequeño tamaño, ineficaces en terrenos montañosos o especialmente irregulares y abruptos.


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Retrato del jefe bereber Abd-el-Krim
Muchacha judía sefardí de Marruecos
Medallas al mérito militar, en la guerra de África