Sobre la poetisa Safo y su "Escuela de las Musas"

No son muchos ciertamente los datos incontrovertibles acerca de la que fue (y sigue siendo) la más célebre poetisa griega de la Antigüedad, y desde luego la que más ha dado que hablar desde entonces hasta hoy, no sólo evidentemente por cuestiones estético-literarias: la famosa y renombrada Safo (Psapfo, Sapfo, Saffo, Sapho); y no faltan tampoco algunas conjeturas sobre si acaso el nombre mismo pudo ser también un pseudónimo o un sobrenombre o apodo (éso sí: de una mujer en todo caso) hipotéticamente derivado del término sápfeiros, "lapislázuli", aunque este vocablo griego es con seguridad un préstamo lingüístico de los antiguos idiomas semíticos coetáneos, donde significaba también "zafiro".

Pues bien, esta Safo -o quizá "Zafiro"- vivió entre los siglos VII y VI a.C. (hace, por tanto, unos 2600 años); era natural de Mitilene, la capital de la isla griega de Lesbos, de hermosas ensenadas, la mayor de las islas egeas situadas al costado de Asia Menor. Provenía de familia aristocrática semiarruinada o bastante venida a menos, y parece ser que estuvo casada y que tuvo una hija, aunque el matrimonio no llegaría a consolidarse.

Dirigió una reputada escuela o especie de "internado" de carácter internacional, para jovencitas griegas de buenas familias, procedentes de las aristocracias de diversas ciudades helénicas insulares y continentales y que allí recibían -entre otras varias- enseñanzas de música, poesía, canto y danza, y presumiblemente también cierta preparación iniciática prematrimonial o extra(pre)matrimonial relacionada con cultos erótico-místicos de la diosa Afrodita (la Venus griega, la diosa del amor) y de otras divinidades asociadas.

Escribió en dialecto griego eolio, en la modalidad local lesbia (si bien hay que recordar que el uso dialectal especializado para los diversos géneros poéticos griegos tenía a menudo no poco de artificial o artificioso en los diferentes autores, y de hecho no es siempre el reflejo auténtico de un habla genuinamente popular). Sea como fuere, lo que es indudable es que Safo innovó la poesía griega, no sólo con la "nueva" estrofa que se supone inventada o al menos popularizada literariamente por ella y luego llamada "estrofa sáfica", y con otras innovaciones métricas peculiares (todo lo cual viene a ser algo así como su "firma" y sus intencionadas señas de autoría e identidad en un género de poesía cantada de procedencia femenina, tradicional y anónima), sino aportando también bastante originalidad en el tratamiento intimista y personal de los temas tradicionales de la llamada "lírica monódica" (ésto es, "para una sola voz", la del solista que la cantaba sobre un ligero acompañamiento musical de flauta o de lira, de ahí el nombre de poesía lírica).

Aparte de estos datos, y de los que se deducen explícita o implícitamente de sus propios poemas conservados (o mejor dicho, de los lamentablemente pocos y muy incompletos fragmentos que de la totalidad de su obra poética han llegado hasta nosotros a través de citas textuales de otros autores y comentaristas antiguos posteriores a ella), casi todo lo demás son habladurías y mitificaciones, más o menos morbosamente relacionadas con las supuestas prácticas eróticas entre las pupilas de su internado (de su círculo, o "circulito", de Lesbos), además de unas cuantas anécdotas adicionales sobre la vida personal de la poetisa, en general tan legendarias y ficticias como extravagantes a veces: así, por ejemplo, su supuesto enamoramiento apasionado de un tal Faón -que parece ser en realidad el epíteto de alguna divinidad apolínea o incluso quizá del propio dios Apolo- y su consiguiente y no menos supuesto suicidio por amor al verse desdeñada, arrojándose al mar jónico desde los acantilados de la isla de Léucade (en realidad, parece ser que Safo no salió mucho de Lesbos y que murió de muerte natural a edad avanzada), o las noticias sobre los disgustos que le ocasionó alguno de sus hermanos al dilapidar la ya muy mermada fortuna familiar con carísimas cortesanas greco-egipcias (de ahí nació sin duda la leyenda de que Safo había comprado a través de su hermano la libertad de una famosísima ex-esclava y cortesana tracia -o samia- llamada Ródopis, de la que ella misma se habría enamorado también), y otras anécdotas o patrañas por el estilo, casi todas muy burdas y poco dignas de crédito.

Y es que en la antigüedad grecolatina, en el subgénero que podríamos llamar "mito-biográfico" o "pseudobiográfico" (que más que un subgénero era casi una tradición y un verdadero "vicio" colectivo), no hay personaje famoso que no esté rodeado de una legendaria aureola de llamativas anécdotas más o menos inverosímiles o incluso bastante estrafalarias, según el caso. A decir verdad, parece como si a muchos no les interesara tanto cómo fue en realidad la persona en cuestión (para lo cual, en el caso de personalidades muy antiguas, no había casi nunca datos históricobiográficos suficientes), sino más bien cómo se llegaba a ver al personaje y sobre todo cómo se le quería ver y recordar (a través de la anécdota legendaria).

Tuvo Safo (su figura más que su obra) muchos irónicos detractores posteriores: ni que decir tiene que fue sobre todo el sarcasmo de los comediógrafos griegos -todos varones- el que más se cebó en criticar y ridiculizar la figura de esta mujer, seguramente no sólo por la natural morbosidad e ironía que siempre ha producido en los varones el llamado (a causa de Safo y de su isla de Lesbos, precisamente) "amor lésbico", sino quizá debido también a no poca e indisimulada "envidia masculina" hacia una poetisa de excepcional talento y original calidad literaria.

Safo es desde luego la más brillante de la docena escasa de poetisas griegas menores cuyos nombres y minúsculos fragmentos se han conservado, y que no son tampoco -como bien ha recordado un helenista contemporáneo- nada mediocres literariamente, y mucho menos ellas mismas algo así como "las hijas tontas de las Musas" (nosotros diríamos, en un símil nada original pero apropiado al caso, que son como pequeñas y nacaradas perlas de un collar en el que brilla sobre todo un deslumbrante zafiro).

Pero es que además Safo es también -para nuestro gusto- muy superior incluso a otros muchos poetas griegos masculinos que pasan por ser los más grandes de su tiempo y de todos los tiempos (aunque, como es natural, los gustos personales no sean nada concluyentes en la consideración objetiva de los fenómenos estéticos en general y de las cuestiones literarias en particular). El caso es que, si muchos fueron los críticos o los ridiculizadores, aun más numerosos o por lo menos más relevantes fueron sus elogiadores y rendidos admiradores entre las sucesivas generaciones literarias griegas y latinas, que le profesaron una profunda admiración tanto por la belleza formal de su poesía como por la propia simpatía personal que (más o menos mitificadamente) despierta la lectura de la poesía de esta excepcional mujer. El filósofo Platón (s. IV a.C.) la denomina elogiosa y tópicamente "la décima Musa", cuando ya la figura, la vida y la obra de Safo estaban sobradamente mitificadas y divulgadas; el ensayista y polígrafo Plutarco (s.I-II d.C.) la califica de "maravilla humana"; los poetas latinos Horacio y Catulo, entre otros muchos, la imitan formalmente y adaptan la "estrofa sáfica" a su propia poesía en latín. Para sus compatriotas lesbios la poetisa fue siempre una gloria y un motivo de orgullo nacional, llegando incluso a representar su efigie en algunas monedas posteriores, mientras que los escultores la reproducían en mármol y los pintores la representaban en las cerámicas, en retratos más o menos ficticios, idealizados o convencionales. Hubo, pues, una indudable "safo-manía" o "mitomanía sáfica", que duró prácticamente durante toda la Antigüedad grecolatina y que mantuvo un tono equilibradamente sostenido (sin excesiva polémica) entre la ironía hacia el personaje y la profunda admiración hacia la obra y hacia la persona.


 

Pero los varios libros de poesía que de ella se conservaban y copiaban (con su correspondiente música anotada) no tuvieron finalmente la suerte que merecían a la hora de ser recopiados por los monjes medievales o de sobrevivir a los propios azares de la transmisión manuscrita. No hay que pensar, sin embargo, que fueron deliberadamente ignorados debido a la poco recomendable circunstancia de haber sido compuestos por una mujer, y por una mujer especialmente admirada por la Antigüedad pagana, y mucho menos por la supuesta escabrosidad erótica de sus temas poéticos (cosas muchos más escabrosas se conservaron de otros poetas y literatos, lo que lleva a suponer que esa gran parte perdida de la obra de Safo era cualquier cosa menos escabrosa, pues si en verdad lo hubiese sido es muy probable que se hubiera conservado); pero sin duda tuvo alguna influencia en esta importante pérdida la "santa misoginia" de algunos venerables abades de los monasterios medievales.

Fuera como fuese, el caso es que la mayor parte de esta obra poética se ha perdido para nosotros, y tan sólo nos quedan las mencionadas citas textuales que de algunas de estas composiciones dejaron escritas algunos comentaristas antiguos en sus propios libros (a veces estrofas enteras, a veces unos breves versos -o incluso ciertos vocablos empleados por la poetisa-, para mostrar tal o cual particularidad métrica o estilística), y poca cosa más, descontados algunos esporádicos hallazgos papiráceos de composiciones más completas, en especial un himno entero dedicado a Afrodita y alguna otra oda suelta. Ésto es todo lo que ha podido rescatarse de su poesía, pero aunque ciertamente no es mucho, es al menos lo suficiente para dejarnos un buen sabor de boca y para darnos una idea a partir de unas pocas migajas (además sin música) de lo que antaño debió de ser uno de los panes más redondos y tiernos de los que se cocieron en los hornos poéticos de la Antigüedad.

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Los testimonios directos coetáneos (y más o menos objetivos) que tenemos sobre esta mujer, procedentes de sus propios contemporáneos, son tan escasísimos y ambiguos que casi se pueden reducir, resumir y ejemplificar en ese famoso y descriptivo verso (verso métricamente "sáfico", además) que le dedicó otro poeta coetáneo y paisano suyo, Alceo de Mitilene, quien -entre el juego de la adivinanza poética o la evocación nostálgica- la describe así:

       "(tu) dulce sonrisa, (tu) pureza, (tus) azulados rizos... ¡ Safo !

No se trata en este caso de una mitificación de la persona, sino de una poetización de sus mejores cualidades personales, visibles e invisibles; y dado que este verso es sin duda (descontados los fragmentos conservados de la propia obra de Safo) lo más directo que tenemos sobre ella, creemos que no está de más detenernos un poco en su análisis y exprimirlo bien para sacarle todo su jugo poético.

En efecto, si más allá de los tópicos y convenciones literarias creemos que estos adjetivos ("de dulce sonrisa", "pura", "de azulados rizos") pueden ser tal vez la más analítica, condensada y exacta descripción física que poseemos de esta mujer por alguien que la conoció y trató personalmente, es preciso profundizar todo lo posible en esos exiguos datos poéticos, hasta adivinar o descubrir desde ellos el otro lado de la personalidad de Safo (sus cualidades anímicas y morales).

Tenemos, en primer lugar, el adjetivo griego ió-plokos, "de azulados rizos", (según otros, "de violáceas trenzas", y según otros "de cabellos coronados de trenzadas guirnaldas de violetas", sentido éste último que desde luego no parece que armonice bien con una descripción física "al natural" que pretenda ir más allá de algo tan artificial y superfluo como es el peinado o el vestido, aunque por lo demás no sea nada inverosímil imaginar a Safo con una corona habitual de violetas frescas, tal como se representaba generalmente a las propias Musas). El epíteto alude aquí en todo caso a un cabello tan intensamente negro que -metafóricamente- casi parecía producir "reflejos azulados, violáceos o azul oscuro". Esta especie de "ultra-sinestesia cromática" ha tenido y sigue teniendo, como metáfora plástica, mucho más juego entre los pintores que entre los poetas, evidentemente; y hay que recordar también que el cabello intensamente negro -no meramente castaño oscuro- es en las gentes europeas de piel blanca un rasgo genético mucho más infrecuente de lo que comúnmente se cree (los peluqueros parece que saben algo de este asunto, aunque no sean pintores ni poetas); desde luego el cabello oscuro y de rizado artificial debía de ser un rasgo muy "llamativo" (kalón = "hermoso", "atractivo") del aspecto físico de esta mujer, y hasta cabe conjeturar que acaso lo llevaba más corto de lo que era habitual en las mujeres griegas no-esclavas, pues de otro modo el color natural de su cabello por sí solo y por llamativo que fuese no podía constituir en absoluto un rasgo determinante, esencial y representativo de las cualidades personales (ni siquiera como rasgo pretendidamente fisiognómico o caracteriológico); en todo caso, parece que cabe pensar en una supuesta artificiosidad del peinado, como era usual en la Grecia arcaica en los muy sofisticados peinados femeninos dispuestos en complicadas trencitas de diversas longitudes y tamaños (un fragmento poético de Safo dirigido al parecer a su propia hija, que era rubia, dice así: "...pues mi madre me dijo una vez que en su juventud era un magnífico adorno el llevar el cabello trenzado con cintas de púrpura...; pero para la que tiene los cabellos más rubios que una antorcha, conviene más que los adorne con coronas de flores frescas"). Por otro lado, el hecho mismo de que lo negro sea aquí casi "azul" (o "ultravioleta") viene a sugerir que ni siquiera su llamativo cabello es un rasgo físico que contradiga los demás rasgos positivos y luminosos (físicoanímicos o psicofisiológicos), sino más bien algo así como el "aura azulada" de una persona verdaderamente pura.

Pero más significativo aun -a pesar de lo aparentemente tópico- es quizá esa "dulce sonrisa" (dulce= "benévola", "persuasiva", "tranquilizadora", "sedante", "optimista", "ingenua", "agradable", "risueña"...), es decir, una sonrisa delicada y expresivamente suave y alegre, de esas alegres sonrisas femeninas que no prometen nada en particular pero que consuelan de casi todo en general, y que transmiten más bien alegría y optimismo existencial que melancolía más o menos suavizada ("alegre sonrisa", o "deliciosa sonrisa", o simplemente "risueña", podrían ser tal vez traducciones mucho más apropiadas en este caso). Ahora bien, el epíteto no significa que la sonrisa natural de Safo tuviera -por así decirlo- una cierta "autonomía facial" con respecto a los ojos o a la mirada (tal y como ocurre, por ejemplo, en la falsa o forzada sonrisa de personas con un rostro demasiado endurecido, que, aunque se sonrían con los labios y la boca, el resto de su expresión facial y en especial los ojos -si tapamos o prescindimos de la sonrisa- continúa expresando dureza o incluso crueldad, según el caso); en el caso de Safo, en cambio, el epíteto parece querer decir que los ojos y todos los demás rasgos de su rostro, no mencionados en la concisa descripción poética, no es que fueran secundarios o irrelevantes, sino que están incluidos en esa sonrisa, tan extraordinariamente alegre que llenaba toda la expresión de su rostro. En cualquier caso, no parece que se refiera a una mera "sonrisa meliflua" (común a muchas mujeres, y no demasiado extraordinaria, por lo demás), sino que quizá alude más bien -por antífrasis- a una expresión de alegría digamos "salada", como cuando en nuestro idioma nos referimos a una expresión más o menos graciosa e ingenua (la sal, dicho sea de paso, era en la Antigüedad un elemento purificador muy importante en todas las ofrendas religiosorrituales); se trataría, por tanto, de una alegría -la de Safo- expresivamente radiante y luminosa en sí misma, algo así como la alegría misma personificada en forma de sonrisa auténtica. El término griego empleado por Alceo es melicó-meidos (literalmente "de sonrisa de miel"). Ahora bien, no está nada claro que en toda la poesía griega arcaica (lírica y épica) los numerosos adjetivos compuestos sobre meli- y aplicados a otras esferas sensoriales distintas de lo puramente gustativo (en especial aplicadas a lo visual y a lo auditivo) se refieran siempre necesariamente a lo que nosotros -en nuestra lengua actual y en el campo semántico propio de nuestro idioma- denominaríamos metonímicamente "dulce" (y no más bien a lo que -según el caso y también metafóricamente- denominaríamos "salado", en el sentido de "gracioso", "alegre", etc); pero en nuestra lengua el adjetivo "dulce" en sentido metonímico suele tener connotaciones adicionales de "melancolía", de "melifluidad" y de "melosidad" más o menos almibarada, connotaciones que no parecen tener en griego arcaico esos adjetivos compuestos de la palabra "miel" en usos metafóricos desplazados a otras esferas sensoriales distintas de la puramente gustativa (el término griego propio para designar lo "dulce" en el sentido de "suave" era glykýs, y sobre todo hedýs, que acaso encierra mejor esas connotaciones de melifluidad o de melancolía mencionadas). Cada lengua, como es lógico, ordena los campos semánticos de los "sabores", de los "colores", etc, a su manera propia, que casi nunca tiene exacta correspondencia con los de otras lenguas. Un ejemplo: la menta era para el griego antiguo una planta aromática de olor "dulce" (!); y así otros muchos ejemplos similares.

Resumiendo: la sonrisa de Safo (es lícito al menos imaginarla) debía de ser en todo caso algo muy "especial", una sonrisa que -naturalmente- era esporádica y no excluía ni la tristeza interior ni otros sentimientos ocasionalmente menos "alegres", pero que al parecer era también bastante consustancial y definitoria de esta mujer y bien conocida por sus íntimos y por cuantos la trataron de cerca (como el propio Alceo que aquí la retrata).

Y en fin, el epíteto "pura" (en griego agná= "casta", "inocente", "limpia", "santa", "ingenua") no es menos ambiguo ni menos problemático a la hora de traducirlo con exactitud, pero no hay duda de que su significado está muy interconectado con los dos anteriores. Por supuesto que el adjetivo "puro" suele tener de ordinario, en todas las lenguas que lo expresan, mucho de subjetivo (de "proyección" psicológica personal del propio sujeto, en especial cuando se aplica a mujeres a las que en cierto modo se "idealiza"), pero aquí parece que Alceo lo emplea no para hacer una descripción más o menos "tópica" y "usual" de su compatriota, sino una descripción que pretende ser definidora y definitiva de todo lo que ve en ella y de todo lo que intuye desde lo que ve.

Safo es pura, porque transparenta y expresa pureza (limpieza anímica interior), por mucho que las habladurías digan lo contrario, por mucho que esas habladurías sean ciertas o no: lo importante es que, haga ella lo que haga, el fondo de esta mujer será siempre puro y su expresión siempre reflejará pureza (éste es sin duda su rasgo más "divino", el que la señala como especialmente protegida por la Divinidad). A esta "santidad" especial, visible en su rostro, visible en su sonrisa risueña e ingenua (sonrisa limpia de toda ironía y malicia específicamente femeninas), visible en su cabello de rizos negros que brillan como nimbados por un halo o aura especial, es a lo que parece aludir el poeta, y no -como se ha pensado por algunos malpensados- a las supuestas habladurías que ya habrían empezado a correr en su propia época.

Safo es pura y es intachable, es transparente, limpia por fuera y por dentro, porque nada de lo que haga podrá ser nunca verdaderamente reprochable ante los dioses, aunque lo sea para algunos "hombres necios" incapaces de comprender la religiosidad profunda en la que ella desenvuelve su vida y su erótica, que es también su mística. Realmente, salvando el anacronismo, resulta incluso apropiado y estético, y hasta definitorio, hablar casi de "la monja Safo", al menos de un modo similar a como hablamos de "la monja Roswith", "la monja Hildegardin", "la monja Juana Inés de la Cruz", y otras tantas curiosas monjas místico-poetas de épocas muy posteriores, todas ellas de tipologías psicológicas muy distintas y variadas entre sí, y no menos interesantes a veces. Un solo ejemplo: ¿es que acaso esa secuencia de la "apoteosis" de Afrodita a la que Safo describe descendiendo del Cielo en un carro de oro tirado por avestruces no tiene algo (o mucho) de visión mística, a la par que estética, comparable a las visiones de algunas místicas cristianas posteriores? (lo único que cambia, en todo caso, es el contexto concreto de esa religiosidad, pero no la vivencia religiosa en sí).

Safo es pura porque vive ensimismada en sí misma y de sí misma, pero no para sí misma (recordemos el teresiano "vivo sin vivir en mí"); y como ella misma, también su poesía es pura, porque está concebida por encima y al margen de las impurezas eróticas masculinas y de otras pasiones "sucias" típicamente masculinas (la política, por ejemplo, que tantos apasionamientos y sinsabores -incluidos algunos destierros de su isla natal- proporcionó a su compatriota Alceo). Pero Safo vive ensimismada y entregada a sus alumnas y pupilas, al Amor, a la poesía y a su didáctica, a las Musas, en definitiva. Ésas son en todo caso sus más puras y auténticas pasiones.

...

La siguiente cuestión, al hilo de la anterior, es: ¿cómo se veía Safo a sí misma?, pues realmente la cuestión de cómo la pudieron o podemos ver los demás desde los reflejos o "impresiones" anímicas que transmiten sus poemas dependerá en todo caso de las propias "proyecciones psicológicas" más o menos conscientes o inconscientes de los que la juzgamos o prejuzgamos o del grado en que se acierte a ver con plena objetividad lo que ella misma transmite de sí misma (tanto consciente como inconscientemente); se trata, pues, de no confundir la impresión (subjetiva, objetivizada) con la expresión (objetiva, subjetivizada). Ahora bien, lo literario es siempre un velo, una máscara del autor, un aparente des-velarse en el que en realidad no hay desvelamiento alguno, sino más bien todo lo contrario: ocultamiento y enmascaramiento de sí mismo (por lo menos en la inmensa mayoría de los poetas de todos los tiempos, lugares y mundos). ¿También en las poetisas, también en las "místicas"? La cuestión es compleja, y aquí no pretendemos su respuesta, aunque podemos intentar una mayor aproximación a la pregunta misma desde diferentes y variados enfoques, y habrá de ser en todo caso el propio lector el que se aventure a responderla tras releer detenidamente la poesía de esta mujer.

(fragmento: "Ya se han puesto las Pléyades y la luna. Mediada es la noche, pasa la hora, y yo duermo sola";  fragmento:  "Yo te amé, Atis, hace tiempo: me parecías una niña pequeña y desgarbada";  fragmento dialogado:  "Novia: ¡Virginidad, Virginidad, ¿dónde te vas y me dejas?; Virginidad: No volveré ya más a tí, querida, no volveré nunca más;  fragmento:  "No aspiro a tocar el cielo con las manos").

Desde luego Safo es una mýstis (=iniciadora), en el sentido en que es ante todo una maestra, una maestra e iniciadora que tiene a su cargo la educación de unas discípulas adolescentes (mayormente quinceañeras), y en la medida en que su propia poesía es también indudablemente didáctica (a la manera femenina, por supuesto, no al modo masculino de la poesía didácticomoralizante de un Hesíodo o de otros antiguos poetas griegos), una poesía la suya en la que lo "moral" es algo mucho más implícito, y por ello quizá más auténtico también, pues es ante todo una ética profunda que procede de la religiosidad más íntima, no de la "moral" como costumbre religiosa, social, política, convivencial o meramente cultural.

Sobre la naturaleza de esa escuela o internado dirigido por Safo, los comentaristas modernos no se ponen de acuerdo a la hora de determinar si se trataba propiamente de una "escuela" para jovencitas de buena familia o si era más bien un internado femenino de tipo religioso iniciático (de tipo conventual, podríamos decir) que funcionaba como una pequeña comunidad dedicada al culto de determinadas divinidades (en especial de Afrodita, la diosa del Amor), concebido asimismo para hijas de familias nobles que voluntariamente elegían un camino opcional o provisional al inevitable matrimonio que de todos modos les terminaban imponiendo los intereses interfamiliares de la propia estructura aristocrática patriarcal. Probablemente era las dos cosas al mismo tiempo (escuela y "convento" religioso), es decir, una escuela en la que residían en régimen de internado esas jovencitas y donde aprendían música, danza, poesía, canto y otras "musas" (de ahí su nombre de "escuela de las Musas"), y de la que -concluido el periodo o temporada de estancia preliminar de aprendizaje- unas se marchaban (a veces con gran pena de Safo y de otras condiscípulas y maestras) y otras se quedaban; para éstas últimas las enseñanzas eran ya seguramente mucho más específicas y más relacionadas también con los cultos propiamente religiosos e iniciáticos.

O sea (salvando todas las distancias y todos los evidentes anacronismos): algo bastante parecido en lo esencial a esos reputados "colegios de monjas" que llegan hasta nuestros días y que eran llevados por algunas órdenes religiosas femeninas (con nombres tan curiosos -y hasta tan "morbosos" para los más suspicaces- como "esclavas descalzas del Divino...", "siervas adoratrices del Sagrado...", etc), unos colegios-internados de los que entraban y salían numerosas chicas y en los que sólo unas pocas de ellas (con vocación previa o "despertada" por las propias monjas) se quedaban y pasaban el periodo de noviciado para profesar luego en la Orden, con la inevitable aportación de una "dote" especialmente generosa, pues no por nada casi todas las alumnas provenían por lo general de familias más o menos pudientes. Al margen de los aspectos religiosos concretos, estas formas de vida conventual femenina son tan antiguas como la propia civilización: conventos de "monjas", o mejor dicho, de "sacerdotisas", existieron en la Grecia antigua (el círculo lésbico de Safo, o las pitagórides en la Grecia itálica, o las "pitias" o pitonisas de Delfos), y existieron asimismo en la Roma republicana e imperial (las vírgenes vestales); existieron también en las antiguas civilizaciones mesopotámicas (en Babilonia, por ejemplo, algunas sacerdotisas especialmente dotadas y especializadas ejercían una especie de "prostitución sagrada", muy lucrativa para los propios templos), y existieron incluso en pueblos y sociedades pre-civilizadas.

Esta visión de Safo como "profesora de música, de literatura, de erótica", y a la vez como "headmistress", "gobernanta" o "madre-superiora" o "directora" de un colegio-internado de "niñas-bien" orientado hacia una vida de comunidad religiosa femenina (aunque entendamos lo religioso en su más amplio sentido: como forma de vida comunal e integral más o menos reglada y más o menos apartada del mundo masculino), no es inverosímil ni excesivamente anacrónica, por lo menos a partir de los datos disponibles. Tampoco son, como queda apuntado, una excepcionalidad en la Grecia antigua (en las colonias griegas del sur de Italia funcionarían algo más tarde unas "escuelas de mujeres" -e incluso "mixtas"- dirigidas a veces por las propias mujeres, seguidoras todas ellas de las doctrinas del semilegendario filósofo y reformador religioso Pitágoras de Samos y llamadas ellas mismas "pitagóricas" o "pitagórides"), lo que cuestiona un tanto esa imagen de la mujer griega siempre encerrada en el gineceo -habitación para las mujeres- y privada no sólo de derechos políticos (cosa cierta en todas las ciudades estado griegas) sino también de educación y de cultura (cosa mucho más discutible). Las mujeres tenían evidentemente su propia educación: la educación tradicional femenina en sus propias familias y la recibida y ampliada en los diversos "cultos iniciáticos femeninos" por los que pasaban gran parte de ellas antes del matrimonio o incluso después; y tenían asimismo algunas "opciones" (el propio matrimonio o la cofradía religiosa); y aun había otra más, aunque nada recomendable para las jóvenes aristócratas: la profesión y la vida mundana de cortesana de lujo, que posibilitaba también el acceso a una "cultura intelectual masculina" muy superior a veces a la de los propios varones (pero era ésta una "profesión" más propia de extranjeras y de antiguas esclavas que de muchachas nobles de buena reputación).

Antiguo templo eolico de Klopedi
 

Que la escuela de Safo no era ninguna "escuela de cortesanas" está fuera de duda (pues tan polifacético oficio tampoco se aprendía propiamente en "escuelas"), pero no es nada improbable que las pupilas de este internado femenino recibieran educación sexual pre-matrimonial muy completa (ésta fue, por lo que puede conjeturarse, una de las funciones principales de todas las asociaciones religiosas femeninas de tipo iniciático en la Grecia antigua, y prácticamente cada "diosa" tenía seguramente sus propios "misterios" y sus "ritos" iniciáticos particulares, y por tanto su "escuela"); pero en todo caso la escuela de Safo daba esa educación erótica en un contexto iniciático indudablemente religioso y a la vez pedagógico y formativo en sentido amplio, y desde luego con vistas también a la preparación matrimonial de las pupilas. Que esa preparación matrimonial incluía probablemente prácticas homosexuales, no era nada escandaloso en esa época en los rituales iniciáticos de mujeres (siempre y cuando esos "misterios" no dejaran de ser lo que eran: misterios, ésto es, prácticas iniciático-rituales que no debían ser divulgadas ni trascender más allá de las iniciadas que las practicaban; y de hecho, por lo poco que puede deducirse, dado el secreto de tales cultos, casi todos ellos las incluían o por lo menos las presuponían). No constituye, por tanto, un argumento serio para negar que allí se diesen tales prácticas ni una objección contra esa evidente función educativa del círculo de Safo el presuponer que tal "educación lésbica" y tal supuesto "rechazo" del mundo masculino y de sus valores hubiera resultado quizá demasiado "amoral" para los propios códigos morales de la aristocracia de la que procedían las alumnas, y que por ello sería "raro" que los propios padres consintiesen en llevar allí a sus hijas para educarlas en esa prácticas e ideas. Pero éso es una cómoda, anacrónica y errónea trasposición de prejuicios morales contemporáneos (e incluso de mojigatería pequeñoburguesa contemporánea) y resulta del todo extemporánea para la correcta inteligencia de los aspectos religiosoeducativos de la sociedad helénica antigua en general y de la época griega arcaica en particular (tan imbuída de religiosidad incluso en sus manifestaciones más mundanas). Muy probablemente, un aristócrata griego no tenía en absoluto tales prejuicios en lo referente a la educación de sus hijas, y ni entraba ni salía en los rituales iniciáticos propios de mujeres, considerados en todo caso como "cosas de mujeres, para mujeres y entre mujeres". Con los hijos varones, en cambio, ya era otra cuestión, y en materia educativa la sociedad aristocrática griega, que generalmente aceptaba la pederastia entre maestros y alumnos como un método pedagógico útil para el tipo de jóvenes que se quería formar, no aceptaba sin embargo así como así innovaciones "morales" de ningún tipo (dos ejemplos: las escuelas pitagóricas masculinas del sur de Italia tuvieron sus primeras dificultades cuando se metieron en política; y al filósofo Sócrates, que no era pitagórico sino que iba "por libre", sus excentricidades y enseñanzas anti-aristocráticas terminaron costándole la vida a finales del siglo V a.C., acusado precisamente de "corruptor de menores", si bien es indudable que Sócrates no se salvó porque no quiso salvarse, pues se le dieron toda clase de facilidades para exiliarse e incluso para huir de su prisión antes de tomar el obligado veneno). Pero nada de ésto es trasponible a la educación femenina en Grecia (tal vez ni siquiera es aplicable en el muy improbable e hipotético caso de que la escuela de Safo hubiera sido o pretendido ser una "escuela de cortesanas"). Por otra parte, es un hecho que esta escuela de Lesbos gozó indudablemente de una muy buena reputación, pues a ella acudían jovencitas de toda la Hélade. Y por lo que sabemos no fue tampoco la única en la isla de Lesbos, donde había otras escuelas de similar estilo: en algunos poemas Safo refleja su pesar por algunas alumnas que han abandonado su escuela y se han marchado a las escuelas rivales de la isla, dirigidas por otras mujeres a las que la poetisa designa con significativos pseudónimos despectivos: "Gorgona", "Andrómeda" (se trata evidentemente de motes o apodos que muestran la fuerte competencia y rivalidad entre las diversas escuelas de la isla; la Gorgona es un personaje mitológico femenino de carácter monstruoso que procede en origen de la cuentística popular griega de tradición femenina: en realidad simboliza los propios genitales femeninos; usado como apodo despectivo podría equivaler a algo así como "la Chochona" o lindeza similar; Andrómeda es también un conocido personaje mitológico femenino, pero el nombre -parlante, como todos los nombres personales griegos- es interpretable literalmente como "partes pudendas masculinas", "genitales de varón").

Carecemos de datos para reconstruir los aspectos predominantes en la vida cotidiana de este internado femenino. Pero considerada la joven edad de las pupilas, parece que no puede pensarse en un ambiente similar al de los harenes orientales o incluso al de los propios gineceos femeninos de la sociedad griega. Por otro lado, es conocido también (por la mera comparación) que donde la afectividad femenina se desarrolla exclusivamente en grupos de mujeres sin hombres, casi siempre aparecen aspectos inevitables de ese universo femenino que tan extraño puede parecer a veces a los varones, aspectos digamos "negativos" de una cierta afectividad húmeda y "edulcorada" (y en el fondo muy sosa también), un tanto enfermiza a veces, o viciosamente lánguida y falta de estímulos, fútil en ocasiones, de gestos sin finalidad y sin significado, de sumisiones y dominancias más o menos convencionalizadas como estímulo erótico, de "tontería" específicamente femenina en estado puro, un mundo -en fin- en el que lo masculino no tiene ningún lugar ni siquiera como suplantación o imitación, sino sólo como mero "juguete erótico" en todo caso (aunque, como elemento in absentia, el elemento "masculinoide" nunca deja de estar presente). Es, en definitiva, el mundo de lo femenino en exclusiva, el mundo de una cotidianidad nunca sentida como rutina pero sí como tedio o aburrimiento prolongado, el mundo de la trivialidad y superficialidad femenina aparentemente sin fondo, ese mundo, ese abismo, ante el que -como decía cierto famoso psicoanalista suizo contemporáneo al describir algunos aspectos problemáticos de los complejos psicológicos femeninos- "todo hombre espiritual siente horror" (claro está que también el mundo de "lo exclusivamente masculino" presenta a menudo aspectos tan horrorosos o incluso peores). Sobre esos "mundos femeninos" hay descripciones literarias antiguas y modernas bastante elocuentes y fiables (procedentes de varones que se criaron desde niños en el seno de esos harenes orientales). De todos modos, no se puede ignorar tampoco que esa aparente superficialidad femenina -en verdad horrorosa a veces- tiene también a menudo sus propias profundidades insondables, sus propios secretos, misterios, matices y riquezas.

Pero al menos podemos estar seguros de una cosa: de que el internado femenino dirigido por Safo no era tan sólo un mero "club del alfiler", y menos aun un "cerrado y estrecho círculo de estupidizadas lesbianas". Y no lo era -no lo podía ser- precisamente por la propia y excepcional personalidad de su directora. En realidad, según se deduce de sus propios poemas, Safo educaba a sus alumnas -a la larga- para la relación heterosexual de pareja matrimonial estable, y en definitiva para una sexualidad femenina tanto más abierta y completa en la medida en que el componente homosexual se había diluido, agotado y purificado previamente en sí mismo tras haberse encerrado exclusivamente en sí mismo durante un tiempo.

Pero es que, además, Safo presenta también en su propia psicología individual un valioso e importante componente masculino espiritual: ella no sólo no "odia" ni tiene en absoluto aversión al varón, al "macho" (no hay en ella rasgos de esa androfobia tan irreductible y tan patológica de ciertos complejos psicológicos femeninos), sino que ella misma admira el mundo espiritual masculino y lo asume conscientemente, y ese componente espiritual o espiritualizado es precisamente lo que da valor pedagógico general a su poesía (que no es desde luego sólo para mujeres) y sentido pleno a toda su obra, más allá del hecho cierto de su bisexualidad y de su "conflicto" interior básico con lo femenino, no con lo masculino. Hay en ella, en efecto, como se trasluce en sus poemas, una cierta identificación con el arquetipo de lo femenino (o de lo materno), lo que también se refleja en su propia vocación de maestra, en su círculo o "paraíso" femenino propio (con esa "autoridad mágica o mágicorreligiosopoética" característica de todo lo femenino predominante); pero también se encuentra a veces una cierta "resistencia" diferenciadora: lo femenino ciertamente no se presenta casi nunca en sus poemas bajo aspectos -símbolos- conflictivos o amenazadores, pero no escasean tampoco símbolos explícitos de lo femenino inasequible (la gran luna llena que brilla en el cielo con las estrellitas a su alrededor iluminando la oscura tierra; la manzana que enrojece en la alta rama y que los cosechadores no pueden alcanzar, etc):

           "...Manzana sabrosa y bella
           que en alta rama enrojece...
           ¿La olvidó el cosechador?
           De éso nada, bien la vió...
           ¡No pudo llegar a ella!
"

En el hombre, el arquetipo de lo femenino puede presentarse al menos bajo tres aspectos distintos (no incompatibles entre sí): como protección bondadosa y maternal, como seducción y pasión orgiástica, y como tiniebla tenebrosa e insondable (también inasequible). Curiosamente, ninguno de esos tres aspectos (falta uno más: el de lo femenino como inspiración y sabiduría espiritual) está del todo ausente en la poesía de Safo, aunque el segundo parezca ser el predominante y el tercero esté notablemente atenuado y muy poetizado en sus rasgos más conflictivos.

...


Con ello entramos ya en la cuestión principal: ¿Cómo era Safo?, ¿cómo era -a grandes rasgos- su psicología, su dinámica psicológica básica, su "complejo psicológico principal"? Antes hemos hablado (metafóricamente, claro está) de "la monja Safo". Era tan sólo una primera aproximación para entender y hacer más comprensible algunos de los aspectos propiamente "místicos" de su poesía, y de paso para contextualizar comparativamente esa especie de "colegio-internado-convento" que ella dirigió. La metáfora podrá parecer quizá un tanto improcedente, por excesivamente anacrónica, pero creemos que en el fondo no lo es tanto, por lo menos en orden a ubicar su figura y su obra en un contexto que era sin duda básicamente religioso en sentido amplio, en modo alguno "laico" o "profano" en el sentido etimológico del término (y es que, modernamente, ésa ha sido también la más reciente, errónea y verdaderamente anacrónica mitificación de Safo: la de considerarla algo así como una mujer "actual", "moderna", "asequible", "liberada", y otras tonterías por el estilo).

Estamos hablando -conviene no perderlo de vista- de una persona que vivió hace más de 2600 años, en otro tiempo, en otro lugar, en otra civilización. Esa civilización, la helénica, era -como todas las civilizaciones en general- muy compleja y variada, muy dinámica y acumulativa, muy evolutiva en sí misma, y sin duda también mucho más extraña de lo que ha supuesto la erudición moderna y contemporánea y de lo que nos gustaría creer a los occidentales de hoy. En las humanísimas obras de un Platón, en las delicadas bellezas de la poesía griega (no digamos ya en las rudas y no menos hermosas bellezas de la poesía homérica), en la tragedia y en la comedia griegas, en toda la literatura, el arte, la filosofía y el pensamiento griego en general, se establece una cálida corriente de comprensión que las hace "perfectamente" asequibles para el lector moderno, una comprensión aparentemente casi inmediata, sin intermediarios. Ahora bien, Platón no son sus escritos, Píndaro o Anacreonte no son sus poemas, en la medida en que la persona no tiene por qué coincidir (no coincide casi nunca de hecho) con su obra. Podemos sin duda entender esas obras, pero las personas (el Platón real, el Píndaro real, etc), si las pudiésemos conocer directa y personalmente, serían para nosotros -occidentales modernos- incomprensiblemente extrañas en casi todo, pues comprobaríamos quizá que no tenemos absolutamente nada en común con ellos y que ni siquiera podríamos tal vez sostener con ellos una conversación interesante de más de un minuto (en griego antiguo, naturalmente), aun en el supuesto de que fuéramos verdaderos "especialistas" en sus obras. Y ellos, seguramente, no nos mirarían tal vez como nosotros a ellos, como "bichos raros", sino que muy probablemente ni siquiera nos prestarían más atención que la que prestarían en principio a unos "bárbaros" más, de los muchos que pululaban exótica o cotidianamente por las ciudades griegas. Y no digamos ya si asistiéramos personalmente a algunos de los espectáculos genuinamente helénicos (a sus extrañas competiciones deportivas, a sus no menos extrañas representaciones teatrales integrales), o a sus ceremonias religiosas, o a sus rituales religioso-mistéricos, o a sus fiestas, o a sus actividades políticas, o a sus guerras: quedaríamos seguramente tan desconcertados en unos casos como aterrados en otros, a pesar de lo que sobre todo ello creíamos saber (y no cabe dudar de que estaríamos muchísimo más a gusto entre los individuos de cualquier tribu amazónica marginal contemporánea que entre esos "griegos" o "helenos" que creíamos tan cercanos).

Vale la pena reflexionar en ello, aunque sólo sea como necesaria hipótesis de distanciamiento objetivo. La "moderna visión de los griegos", que en realidad arranca desde la recuperación filológica de los mismos en la Europa de los siglos XV y XVI, nos ha acostumbrado a una visión "humanista" y "amable" de esa civilización en la que la nuestra toma su origen y algo más que su origen. Pero los griegos antiguos no son sus filósofos (la filosofía no es ni siquiera lo genuinamente griego, ni siquiera la "especialidad" griega). Los griegos son ante todo sus costumbres, sus instituciones, distintas de ciudad a ciudad pero todas ellas basadas en una misma base, en una misma religiosidad (=religazón, cohesión). Ni lo filosófico, ni lo artístico, ni lo político siquiera (lo político -lo de la propia "pólis"- quizá menos que nada) es inseparable de esa religiosidad que constituye el fondo de lo helénico. ¿Qué tiene de "amable", qué tiene de "humanista", la militarizada sociedad espartana, sus prácticas selectivamente genocidas sobre las poblaciones sometidas? (y sin embargo fue Esparta, y no Atenas, la campeona de la libertad y de la democracia en otras ciudades griegas, mientras que los "democráticos" atenienses apoyaban preferentemente a los regímenes oligárquicos y tiránicos en otras ciudades). ¿Es "amable" y "humanista" el imperialismo ateniense en el siglo V a.C, tal y como lo conocemos en detalle por la obra del historiador ateniense Tucídides? Y así multitud de ejemplos.

Pues bien: todo éso es griego, todos esos contrastes tan poco "amables" son algo genuinamente helénico, nos guste o no. Los antiguos griegos fueron precisamente éso: un pueblo verdaderamente extraño y desconcertante en la historia antigua (lo de llamar "bárbaros" a todos los demás pueblos de habla no-griega no era en definitiva más que una retroproyección de la propia "extrañeza" que ellos causaban a los demás); pero sus costumbres, sus prácticas, su historia misma, no es menos "bárbara" que la de cualquier otro pueblo de su entorno, si bien se mira. Luego, con el paso de los siglos y de los milenios, con la perspectiva histórica, filológica, estética, literaria, antropológica, parece más fácil entenderlos, hacerlos "nuestros", considerarnos "herederos directos" de ellos, y demás idioteces (="peculiaridades", por usar un término propiamente griego traducido por otro romano) del hombre occidental moderno y contemporáneo. Pero cada uno pertenece a su propia época y a ninguna otra más. El alemán Nietzsche (más bien el Nietzsche helenista que el Nietzsche filósofo, mucho más conocido éste último) fue tal vez el primer europeo -y hasta la fecha prácticamente el único- en darse cuenta de ésto, de la gran distancia, del gran abismo que separa al hombre moderno del heleno antiguo: "De los griegos no se aprende. Su modo de ser es demasiado fluido, demasiado extraño para causar en nosotros un efecto imperativo, un efecto clásico". Pero volvamos a Safo.


 

Safo es ante todo una mujer griega, y además una griega lesbia de época arcaica (a más de 200 años de distancia por encima del ateniense Platón, a más de 150 años del historiador Heródoto, y más o menos contemporánea del rey asirio Asurbanipal, del asedio de Jerusalén por el rey caldeo Nabucodonosor, de la destrucción de la ciudad asiria de Nínive por los medos, de la época de apogeo de los tartesios ibéricos, etc). Era, en efecto, una griega de época arcaica (no de época "clásica"), con primitivas costumbres griegas tradicionales, con religiosidad griega arcaica y tradicional, con arcaicos esquemas mentales griegos de comprensión del mundo (incluido el mundo de los fenómenos anímicos, afectivos y psicológicos). Cierto es que este mundo de lo anímico, de lo psicológico o de lo estético, es también -en cuanto humano- universal y general en todos los pueblos (incluso los más extraños) y en todas las épocas (incluidas las más remotas), aunque en cada caso se exprese con recursos lingüísticos y desde mentalidades diferentes. En la poesía sáfica encontramos ciertamente unos sentimientos recurrentemente universales, de ayer, de hoy y de siempre: amor, celos, nostalgias, afectividad, sensibilidad, delicadeza, belleza, y todo un mundo de sensaciones y de experiencias anímicas típicamente (arquetípicamente) humanas. Ahora bien, los sentimientos -como contenido- son una cosa, y los sentimientos como expresión (y como comprensión, y hasta como impresión) son otra muy distinta. La vivencia (incluso la vivencia humana más intensa de todas, como es el Amor) no coincide casi nunca con su propia experiencia, y en todo caso tiene formas y "tempos" muy distintos según las personas, las mentalidades y las propias circunstancias personales. Pero la persona, precisamente, es lo más inaprensible a través de sus obras (las cuales son algo así como el negativo de una fotografía que -además- no pudiera "revelarse" por los procedimientos habituales sin autodestruirse a sí misma). Incluso la poesía es sólo un reflejo, un artificio, una sombra, no ya tan sólo de la persona, sino de sus propios sentimientos y vivencias. En rigor, la poesía es vivencia tan sólo en el momento o instante de vivirla, no en el de su creación y composición, y menos aun en el de su recreación, por lo que de hecho no es válida ni siquiera como "reproducción" de la vivencia integral (y mucho menos como "traducción" de esa vivencia), sino sólo como reproducción de una experiencia (aproximativa, comparativa), de unas experiencias de hecho muy alejadas ya de los propios sentimientos vivenciales descritos en ella. Pero la vivencia en cuanto tal, la poesía real (no tan sólo la formal), y sobre todo la autora, la poetisa misma, en definitiva se nos escapan.

Dicho todo ésto, estamos ya quizá en mejores condiciones para intentar acercarnos con más objetividad a la persona y a la personalidad de la autora, y en especial a su obra. Pero como la persona resulta -por lo dicho- del todo inaprensible en lo esencial de sus vivencias, a lo único que podemos acercarnos es a la "idea" que ella tiene y expresa de sus propios sentimientos, es decir, a algunas de sus concepciones expresadas metafóricamente en sus poemas. Por ejemplo, su concepción del Amor. Lejos está la posterior concepción filosófica que Platón desarrolla y expone en "El Banquete" (en boca precisamente de una mujer, una sacerdotisa y supuesta cortesana de lujo llamada Diótima de Mantinea), con la distinción entre el amor sexual y terrenal (físico), procedente de una "Afrodita terrestre", y el Amor espiritualizado, psíquico-afectivo, procedente de una "Afrodita urania (=celeste)", según la explicación metafórica o mítico-conceptual para la comprensión de este complejo fenómeno afectivo; en realidad, lo que vulgarmente se denomina "amor platónico" no es (al menos en Platón) más que un primer intento en el pensamiento griego -y en la literatura griega- por distinguir nítidamente los aspectos psicofisiológicos y los aspectos puramente psicoanímicos del proceso amoroso, sobre los cuales la propia ambigüedad del término griego eros (que engloba a ambos) y las propias concepciones mitológicas griegas como mera descripción de procesos psicológicos correspondientes a determinados "complejos" o "dinámicas" (o "casos-tipo") hacía difícil una reflexión más precisa o más profundizada.

En Safo, como se ve -por ejemplo- en su himno a Afrodita, persiste tanto la indistinción terminológica como las concepciones mitológicas tradicionales y arcaicas, bien que matizadas por la propia experiencia individual y personal de la poetisa. Se considera una sola diosa como principal "responsable" del fenómeno amoroso, pero una diosa en cierto modo desdoblada también en dos: por un lado, una Afrodita que actúa "de lejos" (una vez que el Amor ha excitado las pasiones en el ánimo del sujeto) y que se limita a "domar" con las consabidas inquietudes, angustias y ansiedades amorosas ese ánimo desbocado en el que alternan la ilusión, la expectación, la emoción, la tensión, el descontrol, la perturbación, la decepción, el daño o la melancolía (consecuencias de la incapacidad de la psique, y aun más de la psique femenina, para encauzar positivamente el desengaño amoroso, dada su mayor separación o "autonomización" entre lo anímico y lo físico), y por otro lado presenta también a esa misma Afrodita actuando "de cerca", reforzando al sujeto receptivo a ella, ayudándole a conseguir el objeto de sus deseos, y en cierto modo "poseyendo" positivamente al sujeto (a la manera de las concepciones animistas más primitivas). Es a esta Afrodita cercana a la que invoca Safo, que no quiere sufrir ni mucho ni poco esa otra penosa y previsible vía llamémosla "ascética" (ansiedad, angustia, inquietud, dolor, desesperación, odio y -finalmente- calma y progresivo olvido) a que conduce el sentimiento amoroso femenino frustrado (en la psique masculina, como sabemos, a veces se compensa -en cambio- con una transferencia y encauzamiento de ese sentimiento en actividades creadoras o creativas).

Pero la Afrodita sáfica no es ni representa exactamente el Amor, sino más bien la potencia psíquica dominadora (arquetípica) de una psique o "ánimus" que se encuentra "poseído" por los efectos de la pasión amorosa (quizá negativos, si la diosa no interviene y se mantiene lejos, o quizá positivos, si la diosa "posee" a su vez al poseído y le ayuda a controlar la situación en su provecho), y asimismo representa la capacidad o potencia persuasiva hacia el objeto de la pasión erótica, o si se prefiere entenderlo menos metafóricamente: la capacidad que tiene una psique arquetípicamente reforzada de conseguir el objeto de su acción amorosa. Porque el ánimo (el "corazón"), incitado por Eros (el Amor), y sin asistimiento de la diosa, actúa siempre de forma autonomizada y -a la larga- casi siempre nefasta o por lo menos dolorosa para el propio sujeto.

Estatera, moneda de  Lesbos
 

Se trata, evidentemente, de una concepción arcaica, primitiva casi, como lo era la mentalidad griega para ésta y para otras muchas cuestiones estrictamente psicológicas (los griegos no inventaron, ni esbozaron siquiera, una psicología conceptual y empírica, pero tenían algo mejor y más completo y efectivo: una elaborada mitología como expresión y descripción metafórica inconsciente de todos los complejos y procesos psicológicos, y un no menos elaborado ritual religioso-terapéutico que incluía ritos de todo tipo e incluso psicoterapias colectivas escenificadas como espectáculo). Sin embargo, a pesar de su carácter rudimentario, esta concepción arcaica y pre-platónica constituye una clara visión bastante completa (y eficaz) sobre los efectos, la dinámica y la integralidad de este fenómeno psicoafectivo integral que llamamos "amor". La poesía le sirve a Safo, entre otras cosas, para objetivar el sentimiento, y en definitiva también para controlarlo y no ser controlada y dominada por él.

...

Y ya que hablamos de ese mundo arcaico de las representaciones psicológicas, donde la religión es psicología primitiva y el ritual es ante todo psicoterapia, hablemos un poco también de las "diosas" griegas, y en particular de las diosas vírgenes (Afrodita entre ellas, aunque en el caso de esta diosa lo de "virgen" es más que nada una forma de hablar). Las tres son de origen pre-helénico y las tres parecen haber sido en esos orígenes pre-griegos divinidades femeninas del tipo de las diosas-madre, aunque luego el propio sistema mitológicorreligioso helénico (que ya tenía sus propias diosas-madre, entre ellas, en lo puramente mitológico, la diosa Hera, y sobre todo, en los aspectos rituales, la diosa Deméter) las reconvirtió a las tres en diosas jóvenes del tipo arcangélico de las diosas-vírgenes, hijas del dios supremo Zeus. Atenea parece haber sido en su origen una diosa local de la región del Ática, pero ya desde época homérica aparecen fijados todos sus principales caracteres de diosa guerrera y virgen, inspiradora de los recursos del ingenio y de la inteligencia de los humanos; su animal emblemático es el mochuelo,de ojos grandes y brillantes y de mirada inteligente y penetrante. La rubia Artemis, hermana gemela de Apolo, es una diosa cazadora y agreste, de origen pastoril y a menudo identificada también con la luna, aunque parece haber recogido también las características principales de una primitiva pótnia théron o "señora de las fieras" (los romanos la asimilaron a una diosa itálica de características lunares llamada Diana), y en general remite al tipo o arquetipo de la "diosa-blanca" o "diosa-rubia", común a otras muchas culturas y religiones.

Pero Afrodita es probablemente, si no la más antigua de las tres, al menos la de culto más extendido, pues parece haber sido en origen una diosa-madre de ámbito mediterráneo muy extenso; su nombre pudiera estar vagamente relacionado con el término egipcio nefert o nefret, "bella", "hermosa", por lo menos como uno de los atributos o sobrenombres de una diosa mediterránea y pre-griega que a menudo se representa entronizada y con palomas, recibiendo diversos nombres en las distintas religiones orientales: Ishtar en la Mesopotamia semita, Astarté en Fenicia, Tanit en Cartago, etc (los etruscos tenían una diosa de características similares, Turan, que otros pueblos itálicos llamaban Venus). Uno de los principales santuarios y lugares de culto de la Afrodita griega estaba en la isla de Chipre, de donde se la hacía originaria. La mitología griega, en algunas versiones, la hace hija de Zeus, y en otras la considera "nacida de la espuma de mar", debido a una pseudoetimología que relacionaba su nombre (extranjero y no-griego en todo caso) con el término griego afródes, "espuma". Es la diosa griega del amor, de la belleza y de los placeres sensuales; metafóricamente representa el poder y la fuerza de la pasión erótica, y también -más o menos personificada- los placeres del amor y los efectos de éste, el placer mismo, la belleza, etc.

Los rasgos, atributos y caracteres de estas tres diosas estaban ya fijados desde época homérica, pero la plástica griega tardaría todavía unos cuantos siglos en fijar también sus caracteres físicos (la célebre estatua de Atenea Parthénos del escultor Fidias era todavía una robusta matrona, casi comparable a una walkiria de ópera wagneriana, y sobre la mucho más esbelta Atenea Lemnia, de este mismo escultor, se sospecha con bastante fundamento que el modelo pudo ser algún efebo de rasgos suaves y aniñados, no una joven). Por su parte, la Afrodita más representada en las esculturas grecorromanas, de formas voluptuosas, carnosas y redondas, se remonta en realidad a prototipos escultóricos de época helenística (s.IV-II a.C.). En la época griega arcaica (la de Safo), los rasgos físicos de esta diosa -en las no muy numerosas representaciones conservadas- son todavía los de una diosa de tipo oriental, de sofisticado peinado en pequeños rizos que caen sobre la frente (a ello se refiere uno de los epítetos con que la designa Safo: "la de rizos seductores", "la de trencitas sofisticadas"), y con el rostro -mejillas y frente- tatuado al modo oriental con unos motivos de puntos de colores redondeados (esos tatuajes punteados proceden de los adornos faciales y corporales de las cortesanas orientales probablemente).

Representación de la diosa Artemis (escultura)
 

Muy en general, puede decirse que los rasgos físicos de estas tres jóvenes diosas, en su configuración más o menos definitiva en la plástica griega de época helenística o tardía, llegaron a representar respectivamente los rasgos físicos más definitorios de los patrones estéticos del cuerpo femenino (y en cierto modo también determinados rasgos caracteriológicos en las mujeres jóvenes): cuerpo de formas redondeadas, sensuales y muy femeninas (Afrodita), cuerpo de formas atléticas, fibrosas y un tanto andróginas, aunque hermosas (Artemis), y rasgos corporales más o menos "neutros" o intermedios, pero bien equilibrados estéticamente, ojos grandes y mirada inteligente (Atenea). En principio, las formas corporales de toda mujer joven responderían a uno de esos tres tipos básicos o predominantes, y con ello a ciertos rasgos psicológicos predominantes también, a saber:

  • Un tipo "Afrodita", pasional y sensitivo, con predominio de los apetitos y sentimientos
    (y como caracteres básicos: la coquetería, la curiosidad, el deseo, el gozo, el amor, el capricho...)
  • Un tipo "Artemis", pasional-volitivo, con predominio de los afectos (y como caracteres básicos la energía, la fuerza anímica, el temple de ánimo, el coraje, pero también el arrebato temperamental, la irritabilidad, la animosidad, la envidia, el odio, la ira, la fiereza, la venganza...)
  • Un tipo "Atenea", intelectivo, con predominio de los sentimientos-pensamientos o del sentimiento racionalizado (y como caracteres la capacidad para la maquinación, las acciones calculadas, la intriga, la astucia, la ambición, etc).

Toda mujer, en principio, tendría rasgos mixtos de estas tres diosas, más o menos mezclados en diversas proporciones, según cada subtipo particular, aunque también habría tipos más o menos "puros" de cada uno de los tres modelos. Estos modelos, por cierto, son también los que la mitología helenística más elaborada personificaba en las "tres Gracias" (khárites). Todo ello, naturalmente, se trata de una rudimentaria psicología o fisiognomia caracteriológica que ni siquiera llegó a estar nunca plenamente elaborada y conceptualizada para los propios griegos, pero no cabe duda de que está perfectamente implícita (metafóricamente al menos) en los mitos relativos a esas tres pótniai (="señoras", "diosas"). En cuanto al tipo o subtipo concreto al que podría adscribirse a la propia Safo, no deja de ser -por supuesto- puramente conjetural, aunque por los rasgos físicos que se conocen de ella (pequeña, morena de cabello), y sobre todo por sus rasgos psicológicos reflejados en sus poemas, parece que quizá podría tratarse de una mujer en la que se daba una muy poco frecuente combinación completamente equilibrada a partes iguales de esas tres "gracias": sensibilidad, energía e inteligencia.

...


Para terminar, ofrecemos aquí unas versiones de ese citado himno sáfico dedicado a Afrodita. No es el mejor (el más sugestivo) de los poemas fragmentarios conservados de Safo, ni seguramente tampoco el más asequible para el gusto occidental contemporáneo (por cuanto es también uno de los más arcaicos y extraños), pero sí que es al menos el más completo que se conserva y uno de los más característicos dentro de los de tema religioso, es decir, de los "poemas-plegaria", que son minoritarios entre los conservados, aunque no sabemos si también lo eran en la obra original completa (hay que recordar, como curiosidad significativa, que la primera poetisa de nombre conocido, la primera escritora cuyo nombre se conoce, es una princesa acadia llamada Enkheduanna, hija del rey Sargón y "gran sacerdotisa" de la diosa mesopotámica Ishtar, la Afrodita asirioacadia, que además de algunos manuales escolares compuso también unos himnos poéticorreligiosos).

El Himno a Afrodita está compuesto en estrofa "sáfica" (para ser cantado), tres versos sáficos de once sílabas distribuidas en cinco pies:

       -U / -- / -UU / -U / -U

y un verso adónico ( -UU / -- ).

Es precisamente la sencillez "melódica" del ritmo de esta estrofa lo que permite conjeturar algunos de los rasgos tonales más simples de la melodía con que se cantaba la composición (la música original, naturalmente, se ha perdido). Muy convencionalmente propondríamos una sencilla melodía-base de este tipo (en la que cada sílaba del texto griego coincidiría con una nota musical):

nota musical

Ni que decir tiene que en las traducciones se quedan necesariamente fuera los elementos formales básicos del texto original, y también no pocas curiosidades, juegos de palabras y efectos poéticos intraducibles. Así, p.e., en el primer verso, el epíteto "inmortal Afrodita" (athanat 'Afrodita) sugiere también una forma ambiguamente implícita Athana t ' Afrodita (Atenea y Afrodita), como si la poetisa se dirigiese también al mismo tiempo a la diosa Atenea, pero de forma lo suficientemente sutil para que la diosa destinataria principal, Afrodita (que no es,dicho sea de paso, la más sutil e inteligente de las diosas griegas), no se percate de ello y no se enfade con la doble invocación. No se pierda de vista que se trata, ante todo, de una plegaria religiosa y de un uso ritual y mágicorreligioso del lenguaje, en una especie de "fórmula mágica" con cuya perfección estética se busca precisamente conseguir los mayores favores de la divinidad. El poeta (="creador") era también un creador del lenguaje ritual para invocar con éxito a las divinidades, pues la poesía sería -en principio- el único lenguaje que los dioses entienden y en el que los humanos pueden pretender ser escuchados por ellos. En realidad, en la Grecia arcaica no existe todavía poesía propiamente "profana" al cien por cien (es decir, poesía descontextualizada de un contexto mágicorreligioso más o menos subyacente o más o menos implícito), e incluso la propia poesía de un Arquíloco de Paros, p.e., conserva intacta en sus invectivas personales todo el valor mágicorreligioso de la palabra en sus aspectos negativos (como forma de "echar una maldición" o dar "mala fama" a alguien), es decir, en el fondo, también un uso mágico-religioso-supersticioso del lenguaje.

Una de las cosas más destacables y originales en las imágenes plásticas de este Himno a Afrodita es, como se ha dicho antes, esa descripción somera del carro de oro de la diosa, tirado por stroúthoi, término que los principales traductores y comentaristas modernos traducen miméticamente por "gorriones" (pues ése es su significado básico en lengua griega), pero que también se utilizó para designar -quizá ya en la propia época de Safo, o a partir de este Himno precisamente- al "ave-struz". Desde luego que un carro tirado por gorriones es del todo inverosímil, pues deberían haber sido gorriones verdaderamente enormes o monstruosos (no precisamente "hermosos" en ningún caso, como los califica Safo), o al menos hubieran tenido que ser -de ser gorriones "normales"- varias miríadas de ellos (lo que provocaría no pocas inconveniencias a la diosa para "aparcar" su carro). Pero el avestruz, aunque exótica, no fue un ave en absoluto desconocida para los griegos de época arcaica, sobre todo para los colonos griegos de la Cirenaica o de Asia Menor, pues abundaba entonces en el África del norte y en determinadas zonas semiáridas de Siria y de Mesopotamia. Es prácticamente seguro, además, que la propia Safo vió personalmente algunos ejemplares de estos "gigantescos gorriones veloces" sin necesidad de salir de su isla, si fueron traídos expresamente a Lesbos por algún particular desde el vecino continente asiático, quizá desde la cercana y populosa ciudad de Sardes, en la costa anatolia, y sin duda había visto también desde mucho antes sus vistosas plumas, comercializadas como producto exótico desde Cirene, la propia Sardes y otras ciudades costeras africanas o asiáticas; y aunque no es inverosímil que supiera también que estas aves no vuelan, no ignoraría tampoco que pueden ser relativamente amaestradas y uncidas para tirar de carricoches ligeros.

Pero la verdadera evidencia de que Safo vió avestruces sin salir de su isla la tenemos precisamente en unos versos fragmentarios de su contemporáneo y compatriota, el referido poeta Alceo de Mitilene, que parecen describir inequívocamente a estas exóticas aves, comparándolas no con "gorriones" sino con "gansos" u "ocas" ("¿Qué pájaros son éstos, de un país del confín del Océano, que vienen como gansos de largo cuello y amplias alas?"), y que aluden sin duda a algunos avestruces que en su propia época y en la de Safo fueron llevados a Lesbos por algún particular y causaron sensación en la isla. Sobre esta ave, la mayor de las existentes, ha habido siempre ideas bastante peregrinas y extrañas: desde ese supuesto abandono que las hembras hacen de sus polluelos, tal y como se describe en el libro bíblico de Job, 39,13-18 (en realidad, la etología moderna ha comprobado que las hembras se turnan con los machos para empollar los huevos), hasta la falsa idea de que esconde la cabeza en su agujero-nido cuando se siente amenazada. Tampoco es muy conocido el hecho de que es una de las pocas aves que "bosteza", pero en todos los pueblos ha impresionado sobre todo su velocidad en la carrera, mayor que la del propio caballo (en la "Anábasis" del historiador ateniense Jenofonte se narra una cómica y frustrada cacería a caballo de estas aves por los mercenarios griegos en las llanuras de Mesopotamia). Así pues, la metáfora de este curioso carro de Afrodita tirado por avestruces es sin duda una creación innovadora de la propia Safo.

Quizá no lo sea tanto, en cambio, el epíteto poikiló-thronos dedicado a la diosa, que suele traducirse -también incorrectamente o por lo menos anacrónicamente- como "la del trono polícromo" o cosa parecida. Los poetas griegos posteriores (Píndaro de Tebas, entre otros) utilizan para la diosa Afrodita otros epítetos que parecen basados en esa incorrecta interpretación (por ejemplo el adjetivo eý-thronos, "la de hermoso trono", donde apenas se velan poéticamente las connotaciones más o menos eróticas de este vocablo, como si dijéramos "la de hermosa carrocería", "la de magnífico asiento" o cosa similar, alusiva en todo caso a las espléndidas posaderas de la diosa). Sin embargo, en griego arcaico, el vocablo thróna significaba no sólo "tronos", "sitiales", "asientos", sino también "flores", y especialmente "flores bordadas" o "adornos en forma de flor". Y, como hemos apuntado antes, es muy posible que Safo se refiera también, sin dejar de jugar con el sentido usual del vocablo, a ciertos adornos o pecas en forma de florecillas pintadas o tatuadas en el rostro (y probablemente también en otras partes del cuerpo menos visibles, por ejemplo en ambos "thrónoi" de la diosa). Eran adornos femeninos de origen y gusto orientalizante, desusados ya en la época griega clásica (la del propio Píndaro), pero bastante frecuentes todavía en la época griega arcaica. Esas florecillas estilizadas (un circulito de color rojo o blanco rodeado por otros más pequeños) aparecen pintadas como motivo decorativo en la cerámica griega arcaica, y sobre todo en alguna que otra figurilla femenina de época micénica (representativa de alguna diosa, probablemente la propia Afrodita). En realidad, estas "florecillas" parecen también los dibujos esquematizados y estilizados de pezones femeninos o incluso de representaciones astronómicas; en un fragmento de la propia Safo (de ordinario no bien traducido, salvo en la versión de C. García Gual en su "Antología de poesía lírica griega, siglos VII-IV a.C.", Alianza Editorial, Madrid, 1980) se utiliza una imagen plástica bastante comparable a esos referidos tatuajes circulares(aunque también podría evocar danzas nocturnas de muchachas a la luz de la luna, y otras muchas cosas): "Las estrellas, en derredor de una hermosa luna, revelan de nuevo el brillo resplandeciente de su aura, cuando en toda su plenitud alumbra intensamente sobre la oscura tierra".

En cuanto al epíteto doló-plokos ("de rizos seductores", "de trencitas engañosas o artificiosas"), parece evidente que alude al arcaico peinado de esta diosa (en forma de ricitos que caen sobre la frente, y probablemente peinado también en finas trenzas, al modo de los sofisticados peinados africanos y egipcios antiguos), pero es asimismo muy probable que este epíteto tradicional contenga alusiones más o menos veladas al propio mundo iniciáticoerótico femenino (de hecho el vocablo sugiere también una "trenza de las mentirosas" o algo parecido, e.e., la que se hace con los dos dedos largos cruzados uno sobre otro, un gesto bastante común en otras muchas culturas y en ámbitos propiamente femeninos que llegan hasta nuestros días).

Y vamos ya con la traducción, con la "aproximación" a lo que en ese poema se dice y con la "recreación" de algunos de los efectos poéticos que en ese poema se hacen y se sugieren. Damos aquí varias versiones: dos en prosa (A y B), dos en verso castellano convencional y un tanto libre (C y D), y otras dos de otros traductores: una versión de Carlos García Gual (E), y otra posterior de Helena Rodríguez Somolinos (F), bastante correctas en lo sustancial (y especialmente orientadoras por cuanto siguen traducciones anteriores bastante consolidadas, tanto en sus aciertos como en sus errores), y aun otra más (G), más o menos rítmica, y otra (H) a modo de reflexión, interpretación o actualización conceptualizada del poema. Con ello pretendemos ofrecer una panorámica lo más completa posible de ese poema, una especie de multi-traducción que proporcione al lector una perspectiva integral de lo que el texto griego original dice, y algo menos de los efectos poéticos que hace (pues sigue faltando lo esencial: la música que lo conformaba y la danza que seguramente lo acompañaba). Pero no es cuestión de decidir en cuál de estas versiones hay "más Safo o menos", sino de recrear conjuntamente con todas ellas la totalidad del poema y de sus efectos poéticos. En lo demás, que cada lector se quede con la que más le guste o con la que menos le disguste.

...


Playa de Vatera (isla de Lesbos)
 

A tí, la de coloreadas pintitas en el rostro, la Afrodita inmortal, la hija de Zeus de los ricitos seductores, te lo ruego:
No me quieras abatir, señora mía, el ánimo con tristezas y amarguras; al contrario, ven aquí, si en verdad alguna vez, algunas veces más bien, al oír desde lejos mi llamada, eras tú quien la atendías, y dejando el dorado palacio de tu padre llegabas hasta aquí tras aparejar tu carro. Veloces y hermosos avestruces, con el revoloteo continuo de sus alas, te llevaban desde el cielo sobre la ya oscurecida tierra (en el crepúsculo), a través de los espacios etéreos, y en un instante llegaban; y tú, mi feliz diosa, sonriéndome con aire inmortal, me preguntabas que qué más me pasaba, que para qué te llamaba esta vez, y cuál cosa de entre todas era la que más deseaba ver cumplida mi loco corazón. (Y me decías:) "¿A quién la Persuasión ha de tratar de conducir hasta tus amores esta vez, (queridísima) Safo? ¿quién (es la que) no quiere corresponderte? Pues si ahora te rehuye, bien pronto te perseguirá; si no te admite regalos, ya te los ofrecerá; y si no te tiene amor, pronto te lo va a tener, quiera o no quiera".
¡Ven a mí también ahora! Acaba con mis penosas preocupaciones, cúmpleme cuanto mi ánimo anhela ver cumplido, y combate tú misma de aliada conmigo.

¡A tí te lo ruego, a tí, la de las trecitas estudiadamente seductoras, la hija (preferida) de (tu padre) el Dios! ¡Afrodita inmortal, la de las salpicadas pecas de colores!
No me sometas mi ánimo, soberana señora, a angustias ni pesadumbres; vente más bien hasta aquí, si es que alguna que otra vez, en oyendo de lejos mis invocaciones, te dabas por aludida, y abandonando la mansión paterna, aquí venías en el uncido carro de oro: impresionantes "gorriones veloces", batiendo incesantes sus tupidas alas, te conducían sobre la ya ensombrecida tierra, atravesando desde el cielo por entre la atmósfera más pura (del atardecer), y llegaban al instante; y tú, felicísima diosa, con la inmortal sonrisa en tu semblante, me preguntabas qué me sucedía esta vez y para qué te invocaba, y qué otra cosa deseaba sobremanera ver hecha realidad mi inquieto corazón: "¿A quién hay que engatusar ahora y llevarla hasta tu amor? ¿quién te desprecia a tí, mi Safo? Porque si antes te rehuía, muy pronto te buscará; si no te aceptaba obsequios, bien que te los ha de dar; y si no te amaba, pronto te amará, mal que le pese".
¡Acúdeme, pues,ahora también! Disipa estas insoportables inquietudes, lleva a término cuanto mi corazón más desea, y tú misma -en persona- sé mi aliada (en este combate del Amor).

            A tí es a la que yo ruego,
            a la más enrevesada,
            a la diosa maquillada
            de colorines y flores,
            a tí, inmortal Afrodita,
            de Zeus la "niña-bonita"
            y diosa de mis amores,
            te lo ruego:
            No me sometas, señora,
            el ánimo con dolores
            ni me des más sinsabores,
            y ven acá en buena hora
            como tantas otras veces
            en que al escuchar mis preces
            a lo lejos,
            casi que desfallecías,
            y en dejando padre y casa
            en carro de oro venías
            hasta mí.
            Pues desde un cielo muy claro,
            de transparencias muy puras,
            unas aves imponentes
            más veloces que gorriones,
            con aleteos muy potentes,
            tu carro te conducían
            y a esta tierra tan oscura
            al instante te traían.
            Y tú, diosa afortunada,
            sonriendo eternamente,
            preguntabas la razón
            sobre lo que me pasaba,
            para qué te requería,
            y qué otra cosa pedía
            mi alocado corazón:

            "¿Quién te ofende, Safo amiga?
            ¿a quién hay que seducirte?
            porque la que a tí te esquiva
            pronto habrá de perseguirte;
            quien tus regalos rechaza
            pronto te los ha de dar,
            y quien no te quiera amar
            te amará quiera o no quiera".

            Ven a mí también ahora,
            borra mis penas, señora,
            cumple la felicidad
            que mi corazón desea.
            Pues no habrá más ansiedad
            si es que yo puedo contar
            contigo en esta pelea.

            A tí quiero invocarte, a tí, ¡AFRODITA!,
            la maquillada de pintaditas flores,
            diosa inmortal de bucles seductores
            y del gran Dios la niña favorita.
            A mí no me doblegues, mi señora,
            el corazón con malas decepciones
            ni tampoco con falsas emociones,
            pero acude hasta aquí, como solías,
            cuando mis voces recorriendo espacios
            a tí llegaban y tú te deshacías,
            y atrás dejando al Padre y su palacio,
            en tu dorado carro aquí venías:
            avestruces veloces y bellísimos,
            con el batir espeso de sus alas,
            lo arrastraban y al punto te traían
            desde los cielos claros y limpísimos
            hasta la tierra que ya se oscurecía.
            Y entonces tú, mi diosa más dichosa,
            con tu inmortal semblante sonriendo
            me preguntabas cuál era la razón
            de que de nuevo te fuera requiriendo,
            y qué otra cosa más me preocupaba
            o cuál deseo acaso contentara
            a este agitado y loco corazón:
            "¿A quién -decías- te atraigo seduciendo?
            ¿Quién a mi Safo le ocasiona pena?
            pues quien ahora te tiene por ajena,
            pronto te irá detrás y persiguiendo;
            la que desprecia tus regalos todos,
            los suyos te dará de todos modos;
            y de no amarte como bien debiera,
            muy pronto te ha de amar aunque no quiera".
            Vuelve de nuevo a mí tu rostro amable,
            consume la inquietud que me consume
            y cúmpleme la dicha interminable
            cual la desea mi ánimo contigo,
            y lucha tú también junto conmigo.


            (Traducción:  C. García Gual)

            Inmortal Afrodita, la de trono pintado,
            hija de Zeus, tejedora de engaños, te lo ruego:
            no a mí, no me sometas a penas ni angustias
            el ánimo, diosa.
            Pero acude acá, si alguna vez en otro tiempo,
            al escuchar de lejos de mi voz la llamada,
            la has atendido y, dejando la áurea morada
            paterna, viniste,
            tras aprestar tu carro. Te conducían lindos
            tus veloces gorriones sobre la tierra oscura.
            Batiendo en raudo ritmo sus alas desde el cielo
            cruzaron el éter,
            y al instante llegaron. Y tú, oh feliz diosa,
            mostrando tu sonrisa en el rostro inmortal,
            me preguntabas qué de nuevo sufría y a qué
            de nuevo te invocaba,
            y qué con tanto empeño conseguir deseaba
            en mi alocado corazón. "¿A quién esta vez
            voy a atraer, oh querida, a tu amor?
            ¿Quién ahora, ay Safo, te agravia?
            Pues si ahora te huye, pronto va a perseguirte;
            si regalos no aceptaba, ahora va a darlos,
            y si no te quería, en seguida va a amarte,
            aunque ella resista".
            Acúdeme también ahora, y líbrame ya
            de mis terribles congojas, cúmpleme que logre
            cuanto mi ánimo ansía, y sé en esta guerra
            tú misma mi aliada.


            (Traducción:  H. Rodríguez Somolinos)

            Diosa de artístico trono, inmortal Afrodita
            hija de Zeus que trenzas engaños, te suplico,
            no domeñes con angustias y tormentos,
            señora, mi ánimo;
            por el contrario ven aquí, si alguna otra vez
            al escuchar mi voz a lo lejos
            me atendiste, y viniste dejando la casa
            de tu padre
            tras uncir dorado carro; hermosos gorriones
            te llevaban veloces en torno a la negra tierra
            agitando sus tupidas alas desde el cielo
            a través del éter.
            Al punto llegaron, y tú, bienaventurada,
            con una sonrisa de tu rostro inmortal
            me preguntaste qué me hacía entonces padecer,
            por qué de nuevo te llamaba
            y qué deseaba más que sucediera mi corazón
            en su delirio: "¿a quién he de persuadir
            esta vez a aceptar tu amor; ¿quién, Safo,
            te agravia?.
            Pues si se muestra esquiva, pronto perseguirá;
            si no acepta regalos, aún los ofrecerá;
            y si no siente amor, pronto lo sentirá,
            aun si no quiere".
            Ven también ahora a mí y líbrame de terribles
            inquietudes; cuanto desea que se cumpla
            mi ánimo cúmplemelo, y sé tú misma
            mi aliada.

            Hija del Dios inmortal Afrodita,
            repeinada de rizos, tatuada,
            no me apenes, a mí no, mi señora,
            te lo suplico.

            Ven mejor hasta mí como antaño,
            cuando oyendo mis súplicas de lejos
            los palacios dejabas de tu padre
            en dorada carroza.

            Grandes aves veloces corredoras
            desde el éter celeste te llevaban
            hacia la oscura tierra, en un revuelo
            de sus tupidas alas.

            Pronto llegabas aquí venturosa,
            con la sonrisa eternal de tu rostro,
            inquiriendo la razón de mi pena
            y mi llamada,

            y qué nueva locura preparaba
            mi corazón inquieto, preguntabas:
            "¿Quién, mi Safo querida, te preocupa?
            ¿a quién convenzo?,

            que si desdeñosa está en este momento,
            y no quiere de tí ni tus regalos,
            te amará y regalará más que lo justo,
            a gusto o a disgusto".

            Vuelve ya, libérame de mis pesares,
            satisface a mi ánimo ocupado
            y combate tú misma estos lugares
            conmigo de aliado.

Te definiré (Amor):
vivencia eterna de la femenina Afrodita, la de las más sutiles versatilidades, nacida de la Divinidad y urdidora de retorcidas seducciones. Desde fuera de mí sometes mi ánimo a aflicciones y decepciones; pero cuando vienes hasta dentro de mí -como otras veces antaño- al presentir los primeros y todavía lejanos síntomas de esa floja enfermedad que fuerza a abandonar la casa y los modelos paternos y a aplicarse estrictamente a ese dorado yugo, a esos hermosos, grandes y veloces pájaros que baten sus potentes alas y te llevan en un instante desde el cielo más puro hasta la más manchada tierra, entonces... la propia felicidad, eternamente gozosa, me cuestiona por sí misma las pasajeras inquietudes, los requerimientos y los mayores deseos de este ánimo mío tan agitado y loco, como diciéndome: "¿A quién voy a atraerte esta vez a tus amores, amantísima Safo? ¿quién no quiere corresponderte? Pues la que desdeña ahora, perseguirá luego; la que rechaza regalos, pronto los ofrecerá; y la que ahora no quiere amar de grado, lo hará -si cabe- a la fuerza".
Te quiero sentir de nuevo a mi lado, para que acabes con mis inquietudes, para que pongas definitivo fin a cuanto mi ánimo quisiera finalizar a su manera. Te necesito combatiendo junto a mí y venciendo juntos estos combates.

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