La Lengua Etrusca

CONSIDERACIONES GENERALES
SOBRE EL DESCIFRAMIENTO Y LA INTERPRETACIÓN DE LA LENGUA ETRUSCA

Tres son los métodos principales -y complementarios- utilizados por los lingüistas para intentar descifrar e interpretar una lengua antigua desconocida. El primero de ellos, y desde luego el más seguro y fiable de todos, es el método bilingüe o método comparativo directo con otra lengua históricamente bien conocida (siempre y cuando se disponga de inscripciones bilingües de cierta extensión en las que el texto de esa lengua conocida "traduzca" con bastante exactitud literal el texto de la lengua que se desconoce). Por este método se descifraron en su día, como es sabido, lenguas como el egipcio antiguo, el sumerio y otras.

El segundo de los métodos es el llamado método combinatorio, que consiste básicamente en un análisis formal exhaustivo de todos y cada uno de los elementos lingüísticos de las inscripciones de la lengua desconocida, aislando y reconociendo sus elementos gráficos, fonéticos y morfosintácticos, y asimismo sus unidades semánticas mínimas (palabras, lexemas o raíces, sufijos, desinencias) a partir de su frecuencia combinatoria, de su repetición y de su posición y distribución en los textos, lo que -dada la propia regularidad gramatical y la coherencia lógica interna de las lenguas- permite a veces reconstruir el sistema fonológico y morfosintáctico general e identificar (por exclusión, por distribución o por repetición) determinados nombres, verbos y partículas, así como determinadas funciones sintácticas de esas palabras en los textos y contextos en que aparecen.

El grado de perfeccionamiento, exhaustividad y complejidad (no tanto de efectividad) que puede alcanzarse con una buena utilización de este método combinatorio es bastante elevado (y más si se utilizan sistemas combinatorios lógico-matemáticos o cuando se dispone como medio auxiliar de trabajo -como hoy en día- de tecnología informática avanzada). En el desciframiento del griego micénico, p.e., se utilizó con éxito un método inicial de base combinatoria, confirmándose después la interpretación mediante la comparación exhaustiva y sistemática con los dialectos griegos antiguos.

Las limitaciones de este método, sin embargo, son también importantes, pues, al tratarse de un método puramente formalista y aproximativo, las interpretaciones de los significados y sentidos concretos de esas inscripciones no pasan generalmente del estado de mera conjetura indemostrable, con lo que los avances semánticos resultan en general tan escasos e insignificantes como laborioso y lento es también el propio procedimiento combinatorio, por mucho que la profundización conjetural en esos significados de las unidades identificadas se refuerce o se amplíe con análisis internos de tipo contextual y con datos parciales exhaustivamente catalogados (topónimos, gentilicios, antropónimos y onomástica personal, fórmulas repetitivas, contexto significativo particular de cada inscripción, soporte tipológico de ésta, etc).

Pero acaso el mayor inconveniente de este método combinatorio, sobre todo cuando se trabaja sobre una gran cantidad de inscripciones mayoritariamente breves y de distintas cronologías y procedencias locales, es el hecho de que esta combinatoria general tiende inevitablemente a mixtificar y confundir diversos "estados de lengua" (y con ello estadios paleográficos, fonológicos, morfológicos y semánticos distintos, pertenecientes a diacronías distintas y a ámbitos dialectales y locales asimismo diferentes), con lo que los resultados pueden ser a veces sumamente contradictorios y confusos. Y es que, en rigor, se trata de un método formalista y aproximativo cuya aplicación puede llegar a ser a menudo (por exceso) mucho más "hipercientifista" que verdaderamente científica, pues se corre el riesgo de generalizar hechos particulares o de considerar como sistemáticos lo que sólo son a veces hechos esporádicos, o incluso de llegar a tomar por hechos lingüísticos comprobados lo que sólo son en todo caso hipótesis de trabajo, cometiendo y consolidando con ello errores metodológicos graves que devienen luego difícilmente desarraigables.

El tercer método es el método etimológico o comparativo indirecto, en el que la aproximación a la lengua desconocida se realiza desde los modelos y parámetros lingüísticos -fonéticos, morfosintácticos y semánticos- de otros idiomas antiguos bien conocidos y supuestamente emparentados y entroncados filológicamente con la lengua en cuestión. Se trata también de un método aproximativo (aunque su aproximación a las cuestiones básicas de significado es también mucho mayor y a veces más productiva que la del método combinatorio), pero en la práctica no deja de ser sobre todo un delicado método de "tanteo" que exige ser manejado con tanta rigurosidad y precisión lógica como cautela (de hecho, aunque puede ser a veces mucho más avanzado en sus resultados que el método combinatorio, suele ser también muchísimo más precario y más expuesto a errores de bulto y a extravagancias interpretativas, como en seguida comentaremos). Su principal base lingüística científica son las correspondencias fonéticas sistemáticas y regulares ("leyes fonéticas") entre las dos lenguas comparadas. Con este método lógico-intuitivo se lograron en su día -p.e.- notables éxitos en la interpretación del fenicio y de las antiguas lenguas semíticas mesopotámicas (a partir de la comparación sistemática con las lenguas semíticas bíblicas) y también en buena parte de las inscripciones cuneiformes del hitita indoeuropeo.

En la base de todos estos métodos, como es lógico, resulta fundamental y decisivo el previo desciframiento del sistema gráfico de las inscripciones disponibles, pues cuando la transcripción paleográfica es errónea o demasiado defectuosa se vicia con ello necesariamente la correspondiente reconstrucción e interpretación fonética y morfológica. Por otro lado, y aunque los estudios paleográficos (en especial los de paleografía griega) están actualmente bastante avanzados y sistematizados, estamos todavía muy lejos de una verdadera ciencia paleográfica histórica que nos pueda orientar detalladamente sobre la cronología exacta de una inscripción o sobre las fases cronológicas particulares en las que se realizó la adopción y adaptación de un mismo sistema de escritura en distintas épocas y en diversos lugares de una región determinada. Otras veces se da el caso de que aunque se consigue el desciframiento prácticamente completo del sistema de escritura empleado, no es posible sin embargo ir mucho más allá en la interpretación y traducción de esas inscripciones, por falta de instrumentos bilingües o por inadecuada o deficiente utilización de los métodos comparativos indirectos (las inscripciones ibéricas prerromanas o las propias inscripciones etruscas son los ejemplos más representativos de ello).

Por lo demás, es claro que estos tres métodos interpretativos básicos son perfectamente compatibles, complementarios y subsidiarios entre sí, y de hecho -cuando ello es posible- se utilizan siempre conjuntamente de modo mixto en las labores de desciframiento e interpretación (así se descifraron e interpretaron, entre otras, la antigua lengua gótica conservada en la llamada Biblia de Wulfila, o las inscripciones cuneiformes aqueménidas en persa antiguo y en bilingües semíticos).

Pero las reconstrucciones de las lenguas desconocidas, una vez descifrado su sistema gráfico, no se producen tampoco -como es obvio- de una vez, sino que suelen ser el fruto tardío de mucho trabajo filológico continuado, paciente y sistemático por parte de varias generaciones de filólogos en sus respectivas disciplinas lingüísticoculturales especializadas (egiptología, sumeriología, asiriología, micenología, hititología, etruscología, etc).

....

Hígado de bronce utilizado para adivinaciones rituales

Sobre las inscripciones etruscas (escritas en la lengua, lenguas o variantes dialectales denominadas "etruscas", todas ellas transcritas en diversas modalidades más o menos conocidas de los alfabetos helénicos occidentales) se han ensayado también estos tres métodos de desciframiento e interpretación, aunque hasta la fecha los resultados y avances han sido verdaderamente tan escasos en lo particular como desalentadores en lo general. Se ha utilizado puntualmente, p.e., el método bilingüe (ensayado sin mucho éxito en las llamadas "láminas de oro de Pyrgi", uno de cuyos textos -en letras fenicias occidentales- se considera supuestamente una "traducción" en lengua cartaginesa de otro de ellos escrito en caracteres helénicoetruscos; el problema es que hasta la fecha no se ha conseguido traducir de modo claro y convincente ninguno de ellos).

En los inicios de la etruscología hubo también algunos fallidos intentos comparativos con el latín, el griego y otras lenguas indoeuropeas históricas, pero ante la inutilidad de los resultados se concluyó con cierta unanimidad (y bastante precipitación, sin duda) que la lengua etrusca era una lengua aislada, sin entronque lingüístico claro con ninguna otra de las lenguas antiguas conocidas en el ámbito mediterráneo (indoeuropeas, semíticas, camíticas, asiánicas, etc). A partir de entonces, y desde hace muchas décadas, se ha usado (y abusado) de métodos combinatorios puros, y ciertamente se han conseguido con esta metodología aislar e identificar numerosas raíces, pero se han cometido también no pocos vicios de tratamiento textual y graves errores metodológicos ya muy extendidos (entre ellos algunos errores de transcripción paleográfica -o por mejor decir: de generalización paleográfica- que parecen definitivamente consolidados, al no tenerse en cuenta que los valores gráficos del alfabeto etrusco, sustancialmente griego, forman a veces subsistemas propios prácticamente de localidad a localidad y de inscripción a inscripción, con muchos caracteres comunes pero también con variantes cronológicas y locales importantes y soluciones adaptativas propias, lo cual ha determinado a veces lecturas erróneas de algunos signos que se han generalizado y consolidado precisamente por el propio desconocimiento de los aspectos semánticos y de las cuestiones de significación, dejadas casi siempre de lado por estos métodos puramente combinatorios).

Para hacernos una idea de hasta dónde puede llegar el error en esta forma de transposición sistemática de un alfabeto en lo esencial común pero con importantes y distintivas variantes, podríamos decir que es como si intentásemos transcribir los valores fonéticos de cualquier idioma europeo actual que utilice el alfabeto común latino sin conocer en absoluto los valores propios de esas grafías en cada lengua y dándoles exclusivamente los propios valores que este alfabeto latino común tiene para la lengua castellana, y pretendiésemos "leer" así (con el valor fonético que esas grafías tienen en español) textos no ya en francés o en inglés, sino en polaco, en húngaro o incluso en turco.

Es muy verosímil, en efecto, que hubiese también una variedad más o menos similar en la adaptación gráfica del alfabeto etrusco común o general, y que las inscripciones (aparte las variantes dialectales, que sin duda las había) presenten en realidad diferencias gráficas importantes casi "de ciudad a ciudad", comparativamente más o menos similares a las que puedan presentar actualmente los diferentes idiomas europeos actuales que comparten un alfabeto "común" latino.

El resultado de este error ha producido en general unas "lecturas" de esas inscripciones tan erróneas como ininteligibles, con lo que el "etrusco transcrito" del que disponemos actualmente viene a ser tan inverosímil y monstruoso como esa famosa figura escultórica etrusca de bronce fundido conocida como la "Quimera de Arezzo", una especie de monstruo mitológico formado por la hibridación de diferentes animales.

A ello se une (más como dificultad añadida que como ayuda) el copioso corpus de inscripciones etruscas existentes (que superan ampliamente las nueve mil, o las diez mil, según otros de los que no nos atreveremos a dudar que las hayan contado una por una personalmente); la mayoría de ellas -a excepción de poco más de media docena de ellas algo más extensas y alguna otra de descubrimiento reciente- son de carácter funerario y muy breves (con fórmulas repetitivas más o menos fijas y mejor o peor interpretadas) o meros epígrafes aislados más breves aun, lo que no ha facilitado precisamente las arduas labores de estudio sistematizado y de interpretación.

En cuanto a las inscripciones medianas o extensas, las principales -como es sabido- son las siguientes: el llamado "liber linteum" (un largo texto escrito en tinta en una venda de lino que envolvía el cuerpo de una momia egipcia); la "teja de Capua" -hallada en 1899-; el "cipo o estela de Perusa o Perugia" -encontrado en el año 1922-; el "sarcófago de Tarquinia" (una interesante inscripción en un sarcófago de piedra en cuya tapa la figura esculpida del difunto aparece recostada leyendo esa inscripción en un rollo o volumen que sostiene entre sus manos); el "plomo de Magliano"; las ya mencionadas "laminas de oro de Pyrgi"; la reciente "tabla de Cortona"; varias laminillas de plomo, algunas inscripciones parietales, y poca cosa más.

Pero son precisamente estas "inscripciones largas" las que verdaderamente tienen las claves para una interpretación correcta y más o menos definitiva de todo el extenso corpus etrusco, pues hoy por hoy parece claro que los avances de alguna relevancia sólo podrán producirse con la aplicación correcta de algún método etimológico-combinatorio ensayado y contrastado previamente en esa media docena larga de inscripciones extensas. Lo demás es condenar a estos estudios a seguir tan estancados y desorientados como hasta ahora, y lo que acaso es peor: a consolidar transcripciones erróneas e incluso aberrantes y a aventurar supuestas "traducciones de sentido general" realizadas exclusivamente por vía contextual y por conjeturas de sentido a partir de métodos combinatorios formalizados hasta el exceso (últimamente, incluso etruscólogos de cierto prestigio "amenazan" con publicar diccionarios con esos miles de "palabras-monstruo" supuestamente aisladas e identificadas en esos análisis combinatorios durante las últimas décadas).

Con todo, desde hace ya más de un cuarto de siglo, en determinados círculos lingüísticos especializados (no precisamente etruscológicos avant la lettre), se ha ido extendiendo y aceptando la idea de que la lengua de las inscripciones etruscas (o al menos la de buena parte de ellas) parece ser una lengua indudablemente indoeuropea e itálica, emparentada con el latín, el osco-umbro y otras lenguas y dialectos itálicos antiguos y afines, hipótesis que ha venido refutándose argumentando que esos supuestos rasgos indoeuropeos de las inscripciones podrían deberse simplemente al contacto con las lenguas indoeuropeas itálicas vecinas, e incluso llega a aceptarse por algunos que la lengua etrusca podría estar bastante "indoeuropeizada" por contacto con aquellas.

¿Cabe acaso la posibilidad de que el etrusco-base, por así llamarlo, sea una lengua no-indoeuropea de procedencia desconocida que, con el tiempo y el contacto con otras lenguas itálicas vecinas, se haya "indoeuropeizado" hasta el extremo de que no es fácil reconocer en las inscripciones una y otra procedencia? Por caber, cabe esa posibilidad y otras muchas: por ejemplo, la de que la lengua de las inscripciones -especialmente las funerarias- utilice no sólo numerosas abreviaturas (cosa bien comprobada) e incluso una sintaxis o una morfología especial y hasta cierto punto artificial y convencional, sino acaso fórmulas religiosorrituales artificiales no fácilmente adscribibles a un origen filológico real y concreto.

Pero la cuestión (la cuestión lingüística y filológica) creemos que no es ni siquiera ésa. Porque el problema no es que tengamos una lengua "descifrada" pero ininteligible en sus textos, por tratarse supuestamente de un idioma aislado y no emparentado con ningún otro conocido. El problema es que, a nuestro modo de ver (y comprendemos que cueste reconocerlo a estas alturas), ni siquiera tenemos propiamente una lengua descifrada, sino un conjunto de transcripciones provisionales probablemente equivocadas y erróneas en más del 50% de los casos.

Creemos, no obstante, que la hipótesis indoeuropea, bien manejada, es en todo caso la más verosímil y desde luego la única sobre la que vale la pena insistir y trabajar y la que pudiera ir en la buena dirección. Pero los problemas paleográficos e interpretativos subsisten, y de momento paralizan cualquier avance real en esa línea investigativa (a menos que el replanteamiento y la necesaria revisión alcance también, y en primer lugar, a la propia paleografía de las inscripciones).

Por otro lado, a falta de bilingües bien constatados (pues el caso de las "láminas de Pyrgi" es bastante dudoso, y todo hace pensar que se trata de textos desconectados y de una reutilización de los soportes con escrituras diferentes), el único método interpretativo con el que pudieran obtenerse resultados productivos ("de significado") es hoy por hoy el método etimológico. Pero el problema básico de este método es que puede ser a veces el menos convincente para presentar por sí solo resultados científicos contrastables que puedan ser aplicados a la interpretación y reconstrucción de la totalidad de los textos etruscos disponibles. En los textos breves, además, su validez científica es prácticamente inexistente, por coherentes que puedan ser los análisis y "traducciones".

En realidad, el método etimológico ni siquiera puede tener por sí solo un punto de partida estrictamente científico, pues parte de la conjetura, de la intuición, de la hipótesis interpretativa más o menos lógica, pero a menudo no llega más que a nuevas conjeturas e hipótesis. En cierto modo este método es como intentar resolver "a ciegas" uno de esos crucigramas o juegos de palabras cruzadas sin mirar para nada las indicaciones que se proponen para su solución, es decir, como si tratásemos de rellenar esas casillas en blanco con cualesquiera palabras que se nos ocurran y que tengan sentido en nuestro idioma, pero procurando en todo caso que las que elijamos para las líneas horizontales puedan cruzarse con las que -también aleatoriamente- elijamos para las líneas verticales. Si alguna vez hemos probado a completar un crucigrama de esta forma, sin atender a sus "instrucciones" propias, podemos comprobar que no es demasiado difícil hacerlo con un poco de lógica (y comprobaremos también que nuestros resultados no coincidirán con los resultados reales de la propuesta más que en un porcentaje muy pequeño).

Quiérese decir con ésto que, aplicado el método etimológico sobre una inscripción breve cualquiera en lengua desconocida, no es difícil "encontrar" también un sentido cualquiera, un significado más o menos coherente para cada una de las palabras, e incluso supuestas conexiones morfosintácticas entre ellas (significados que, por supuesto, la mayoría de las veces nada tendrán que ver con los significados reales y con el verdadero sentido de esa inscripción). Así trabajan, p.e., numerosos aficcionados que pretenden haber "descifrado" o "interpretado" tal o cual inscripción en tal o cual lengua desconocida e ignota. Pero, como decimos, "rellenar" al azar con palabras con sentido un crucigrama de pocas casillas no es demasiado difícil (aunque las probabilidades de que coincidan con las palabras reales sean bastante escasas).

Por éso el método etimológico carece de valor probatorio y científico aplicado directamente sobre inscripciones breves, por muy "lógicas" y coherentes que sean las conclusiones o las "traducciones" (de por sí indemostrables). Lo único que puede prestarle cierta relativa validez y credibilidad es su aplicación sobre inscripciones relativamente extensas, y sobre todo que de esa aplicación sistematizada puedan deducirse fenómenos y correspondencias fonéticas regulares ("leyes fonéticas") que puedan servir de punto de comparación con otra lengua conocida y que sean aplicables en similares condiciones fonéticas a los propios fonemas de todas y cada una de las supuestas palabras identificadas (y, por supuesto: que los resultados puedan ser eventualmente contrastados y confirmados en otras inscripciones). Con todo, las posibilidades de acierto pleno son raras (todo lo más podemos acercarnos a un 70% o poco más en líneas generales). Pero algo es algo, y desde luego es mucho más (más interesante y más valioso también) que el hecho de disponer de millares de inscripciones sin sentido o con sentidos completa y definitivamente equivocados.

....


Pues bien, lo que presentamos a continuación en las páginas siguientes viene a ser en cierto modo nuestro propio "crucigrama gigante blanco": el análisis y una traducción aproximativa, mediante el método etimológico o comparativo indirecto, de uno de los principales textos etruscos, la "cara A" de la llamada Estela de Perugia.

Nuestro interés por este texto empezó siendo meramente casual, y hemos de decir que nuestra introducción en él no fue en principio demasiado científica, pues -como suele suceder- comenzó siguiendo una intuición: la de que el texto transcribía una lengua esencialmente indoeuropea e itálica. Llevados por esa intuición, tuvimos la suerte de acertar en la interpretación inicial de algunos signos especialmente problemáticos, y a partir de ahí, después de ensayar y de rechazar exhaustivamente diversas hipótesis (que ahorramos al lector en nuestra exposición), obtuvimos una interpretación de sentido general que fuimos perfilando y concretando mediante un análisis lógico lo más riguroso posible. Revisamos los resultados una y otra vez, y finalmente hemos quedado plenamente convencidos de que en su mayor parte son correctos en líneas generales (desde luego nadie podrá convencernos ya de que ese texto dice otra cosa distinta de lo que hemos visto y comprobado que dice). Y si bien hemos de reconocer que el procedimiento no ha sido al principio demasiado ortodoxo (pues difícilmente puede serlo cuando este método comparativo indirecto se aplica sin más y de primeras sobre un texto completamente desconocido), creemos que los resultados tienen en algunos puntos una validez científica tan sólida como incuestionable.

Hemos dejado de lado, de propósito, el estudio del texto de la "cara B" de esta estela, con objeto de que sean otros filólogos los que puedan ensayar y contrastar -independientemente- nuestros resultados obtenidos en el texto de la "cara A" y tengan un punto de partida más propiamente científico que el que nosotros mismos hemos tenido. Ello contribuirá también, sin duda, a una visión y a un tratamiento más objetivos de la lengua de esta estela en su conjunto (ya se trate de textos conexos o, como parece, independientes).

A partir de aquí, y si otros estudios por separado sobre el texto de esa "cara B" confirman nuestras conclusiones provisionales, la propuesta metodológica es clara: hacer momentáneamente "tabla rasa" de todos los estudios etruscológicos anteriores, aplicar estos nuevos resultados sobre otros textos extensos (tábula de Cortona, plomo de Magliano, etc), y sólo cuando se haya terminado de consolidar una gramática básica a partir de estos textos extensos, se estará en condiciones de aplicar rigurosamente el método etimológico y las conclusiones obtenidas en los textos grandes a las miles de inscripciones menores disponibles. Será entonces también cuando proceda revisar todos los estudios anteriores y rescatar de ellos los aciertos obtenidos con el método combinatorio (que seguramente no son pocos), desechando definitivamente los errores (que son seguramente muchos más).

La tarea es ardua, pero creemos que, si la suerte y el interés acompañan (y algún equipo de linguistas solventes y bien coordinados se pone a ello), la lengua etrusca -en sus varios miles de inscripciones existentes- puede estar definitivamente desvelada en un par de décadas. Aquí, como podrá verse, nos hemos limitado a proponer tan sólo un nuevo y más seguro punto de partida para retomar la cuestión etrusca y para abordar y resolver un problema pendiente desde hace ya demasiado tiempo.

Botón subir
greca romana