Desmitificaciones de La Cuestion Etrusca

¿Un pueblo misterioso?

Misterioso, por definición, es todo aquello que no se conoce o que no se conoce bien (o que no se deja conocer), o al menos es todo aquello cuyo conocimiento resulta demasiado insuficiente para definirlo e integrarlo en esquemas habituales de comprensión. En este sentido, nuestro conocimiento actual de la civilización de los etruscos o tirrenos (que es, básicamente, la de un pueblo itálico muy helenizado) es un conocimiento lo suficientemente preciso para que sus orígenes y su ubicación histórica, arqueológica, cultural, artística, e incluso lingüística (como en seguida veremos), no dejen lugar para grandes enigmas que puedan llenarse con fáciles especulaciones fantasiosas o con mitificaciones o explicaciones legendarias (que también las ha habido, ya desde los tiempos antiguos, y que son lo que más ha contribuido a la innecesaria creación de una "cuestión etrusca").

Otra cosa muy distinta es que se quiera llamar "misterioso" simplemente a lo sugestivo o lo extraordinario, porque en este sentido lo que se conoce de la cultura material de los etruscos desde el Renacimiento y desde el siglo XVIII para acá (y sobre todo desde los primeros descubrimientos de sus magníficas necrópolis y tumbas, de sus bellas esculturas de tipo griego arcaico, de sus pinturas murales de viva plasticidad y colorido, o de sus tesoros artísticos y su maestría en el minucioso trabajo de granulado y filigrana de sus joyas de oro) está desde luego entre lo más sugestivo y extraordinario de todas las culturas materiales producidas en suelo itálico hasta la (súbita) aparición en el escenario histórico de otro pueblo itálico mucho más "misterioso" en realidad, un pueblo que no sólo iba a asimilar y a suplantar completamente a la cultura etrusca y a dominar en relativamente poco tiempo a todos los demás pueblos itálicos, sino a la postre a todo el mundo helénico y a todos los pueblos, culturas y países del Mediterráneo occidental y oriental, y que más que objeto de un "misterio" puede considerarse sujeto y protagonista de un verdadero "milagro histórico".

Volviendo a los etruscos, hay que decir que sus orígenes no son en absoluto problemáticos. No lo es, por ejemplo, su entronque arqueológico con la antigua cultura del Bronce noritálico de Vilanova, o sus relaciones originarias con la primera civilización del Hierro centroeuropeo de Hallstadt (la llamada "civilización de la sal"), de donde probablemente proceden en parte muchos de los elementos comunes e indiferenciados entre los primeros pueblos célticos que ocuparían luego el occidente europeo y los primeros pueblos itálicos que ocuparon y dieron nombre después a la península italiana.

Los etruscos o tirsenos o tirrenos, en efecto, eran un pueblo netamente itálico cuyo rastro se encuentra ya en las culturas vilanovianas y post-hallstáticas norditálicas (quizá con alguna influencia o asimilación de anteriores colonizaciones egeas). Para los griegos que desarrollaron su impresionante despliegue colonizador en el Mediterráneo occidental entre los siglos VIII y VI a.C., en abierta competencia y rivalidad con los fenicios de Cartago, los etruscos o tirrenos fueron más bien un peligro que un misterio (la propia Odisea homérica, en sus adiciones más tardías, parece que aludiría a ellos en esos míticos "lestrigones" o "e(s)tryscones" que atacaban a pedradas a todas las embarcaciones que se acercaban a sus costas). Y es que una de las actividades básicas de esos primitivos etruscos era sobre todo la piratería, ya fuera directamente en provecho propio o ya fuera indirectamente al servicio de la flota de la poderosa colonia fenicia de Cartago, a la que proporcionaban tripulaciones en sus esporádicos enfrentamientos navales con las colonias griegas.

En el año 535 a.C., una flota combinada de etruscos y cartagineses derrotaban a una escuadra de las colonias griegas occidentales en el puerto de Alalia, en la isla de Córcega (los prisioneros griegos supervivientes fueron cruelmente lapidados por los etruscos después de la batalla). El poeta griego Píndaro de Tebas hablaría más tarde de "los salvajes gritos de guerra de los piratas tirrenos". Pero en esa época, pese a la impresión de salvajismo de sus gentes, la civilización etrusca se encontraba en su apogeo histórico, con unas aristocracias refinadas y enriquecidas, fortalecidos por su alianza natural con Cartago, y ya sin competencia alguna entre los demás pueblos itálicos vecinos, que pronto habían ido pasando a la esfera de su influencia política y militar (entre ellos otro oscuro e insignificante pueblo itálico que ocupaba una pequeña parte de la región fronteriza del Lacio o Latio junto con otras tribus latinas afines, y que por entonces no debían de tener ni siquiera el nombre que luego tuvieron, cuando los propios etruscos les sanearon y urbanizaron su ciudad: en su origen un conjunto de aldeas campesinas de chozas dispersas en torno a media docena de colinas en una de las márgenes de un insalubre río centroitálico llamado Tíber, en la frontera meridional de Etruria).

Las bases de la estrecha alianza etrusco-púnica son bien conocidas: la tierra de Etruria (la actual Toscana itálica) era rica en mineral de hierro y una de las principales reservas occidentales de mineral de estaño (indispensable para la fabricación de bronce de calidad), del que había gran demanda por aquel entonces en todas las civilizaciones orientales por razones económicas y sobre todo armamentísticas. Los cartagineses no sólo facilitarían a los primitivos etruscos los medios para su mejor extracción y explotación, sino que llegarían a monopolizar su comercio durante cierto tiempo, en dura competencia con las colonias griegas occidentales.

Fue así como ese rudo y primitivo pueblo etrusco había ido transformando con el transcurso de pocas generaciones sus costumbres y sus medios y modos de vida, y sus reyezuelos y su clase dirigente se convirtieron pronto en una especie de "nuevos ricos" o de "jeques del hierro y del estaño", siempre bajo el patrocinio directo de la poderosa Cartago (en la península ibérica, y de forma bastante similar, los reyezuelos tartesios ibéricos, bajo patrocinio fenicio primero y griego después, se habían convertido a su vez en los "jeques del cobre y de la plata").

Con la riqueza vino el refinamiento, y en definitiva la civilización. Y en esas épocas, en el occidente mediterráneo, la civilización era en todo caso sinónimo de helenización, que abarcaba desde el uso de la moneda para los intercambios, o la adopción de tácticas y armamentos militares similares a los de la infantería hoplítica helénica, o el uso del alfabeto griego y la asimilación e imitación de las formas artísticas griegas, hasta la transformación de los primitivos poblados de chozas y cabañas en pequeñas ciudades urbanizadas según los modelos de las colonias griegas de Sicilia y del sur de Italia.

Ningún pueblo costero importante del Mediterráneo occidental dejó de helenizarse más pronto o más tarde (o mejor dicho, algunos de ellos empezaron a ser "importantes" precisamente en la propia medida en que se helenizaron: desde los iberos y tartesios hispanos hasta los propios fenicios cartagineses, y finalmente también casi todos los pueblos itálicos de la costa del Mar Etrusco o Mar Tirreno, empezando por los propios etruscos). Pero la helenización no producía en esos pueblos un efecto de "aculturación" con respecto a sus respectivas culturas; al contrario, posibilitaba en cierto modo la revitalización de las mismas y la potenciación de su propia personalidad cultural. En el caso etrusco, la helenización fue una especie de catalizador que permitió a la primitiva cultura etrusca desarrollarse desde sí misma hasta los niveles de un pueblo "civilizado" y en muchos aspectos también "civilizador" (por mucho que sus gentes conservasen intactas todavía algunas de sus primitivas y salvajes costumbres, como la de matar a pedradas a sus prisioneros, obligarlos a luchar entre sí hasta la muerte, o atarlos vivos estrechamente a cadáveres para dejarlos morir de hambre en abrazo mortal con los muertos).

La confederación etrusca, con poderosas ciudades-estado políticamente independientes o interdependientes, fue la primera entidad política de envergadura en el suelo itálico peninsular, con los límites de los pueblos célticos al norte y las colonias griegas en el sur. Ya desde el siglo VII a.C. sus élites dirigentes habían alcanzado un grado de refinamiento material y artístico bastante avanzado, y los siglos VI y V a.C. constituyen el apogeo y plenitud de la civilización etrusca en todos los órdenes (económico, político, militar, artístico, cultural). Pero casi simultáneamente las diversas ciudades etruscas habían iniciado también una incipiente y progresiva decadencia política y militar. La hegemonía etrusca empezó a ser cuestionada y progresivamente suplantada precisamente por ese oscuro pueblo itálico antedicho que habitaba la ciudad latina ribereña del Tíber, Roma, cuyos habitantes habían expulsado de ella a sus reyes y gobernantes etruscos y habían constituido un estado independiente, absorbiendo o asimilando a otras tribus latinas de los alrededores.

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A veces, para desmitificar lo excesivamente mitificado, hay que mitificar también un poco en sentido contrario, aunque sea incluso en sentido más o menos exagerado o hiperbólico (la verdad, como suele decirse, suele estar en el punto medio).

Los orígenes de los antiguos romanos (mucho más que los de los propios etruscos) se prestan al mito, y fueron desde luego muy mitificados por los más interesados en ello (los propios romanos).

Hemos dicho antes que casi todos los pueblos itálicos ribereños del Mar Tirreno no se resistieron a la helenización cultural. Pero entre los itálicos hubo excepciones (y no sólo entre los pueblos montañeses de la Italia central). Hubo un pueblo, o quizá más bien un conjunto de tribus afines, que extrañamente, incomprensiblemente, se resistió de forma tan tenaz como inexplicable a todo intento de helenización en profundidad (lo más sorprendente es que no parece que se resistieran para preservar su propia cultura, porque -por lo que parece o lo que se sospecha- ese rudimentario y primitivo pueblo no tenía en realidad cultura alguna digna de ese nombre).

De esos primitivos "romanos" no tenemos más noticias históricas que las que muchos siglos después sus descendientes quisieron imaginar, contar, mitificar y re-inventar, con evidente intención de dignificar y embellecer unos orígenes ciertamente oscuros (la arqueología es equívoca en este punto, y no falta la sospecha de que el asentamiento "romano" en esa región del Lacio o Latium se hiciera de forma escalonada por parte de varias tribus familiares de pastores y de bandas de ladrones de ganado de diversos orígenes y procedencias).

¿Fueron realmente esas primitivas tribus latinas algo así como la "hez", el "desecho" y la "escoria" de todos los pueblos itálicos (para decirlo de modo gráfico y expresivo)? Es posible, o por lo menos no es del todo imposible ni inverosímil que no lo fueran. Sus medios originarios de subsistencia debieron de ser en todo caso bastante precarios (no por casualidad la palabra latina que designaba su unidad social básica, la familia, está estrechamente emparentada con el término latino fames, "hambre", lo que al menos conceptualmente parece aludir también a determinadas realidades: por ejemplo, que la familia romana primitiva, de tipo patriarcal y extenso, era una especie de "unidad económica mínima" o "unidad de hambre"; la palabra infame, también latina, es ya de otra raíz).

Esos primitivos romanos se dedicaban básicamente -según contaron varios siglos después con orgullo sus propios descendientes- a la agricultura, que contaron asimismo que labraban la tierra completamente desnudos y que los varones llevaban largas greñas y pobladas barbas (de las mujeres romanas no nos dan muchos datos, salvo los legendarios, que sugieren claramente que las "raptaban" en las vecinas tribus centroitálicas de los marsos, sabinos, etc). Lo cierto es que el propio léxico agrícola del latín está formado en buena parte por vocablos que no son originariamente romanos, sino tomados de las lenguas afines de los pueblos vecinos, lo que evidencia que determinadas prácticas, técnicas y herramientas agrícolas fueron aprendidas -junto con sus nombres respectivos que las designaban- de otras tribus latinas de su entorno (en otras palabras: probablemente esos romanos primitivos no eran en su origen ni siquiera los laboriosos agricultores que imaginaron sus descendientes). Entonces, ¿qué eran?, ¿a qué se dedicaban?, ¿de qué vivían?

De lo que no parece haber dudas es de que esos primigenios romanos vivieron en condiciones extremas y muy duras durante bastantes generaciones, y ello fue seguramente lo que forjó su identidad y lo que les proporcionó su propia cohesión como "pueblo" a esa veintena de macro-familias tribales, su referente cultural básico (lo que ellos llamaban el mos maiorum, "la costumbre de los antepasados"), y -en definitiva- su dureza, su resistencia histórica frente a fenómenos tan sugestivos y complejos como la helenización, a la que los demás pueblos no supieron ni quisieron resistirse. Pero probablemente, y a diferencia de ellos, los romanos no es que no quisiesen, sino que sencillamente no pudieron: y no pudieron porque seguramente eran incluso más inculti (=salvajes) que el resto de los pueblos itálicos de su entorno, demasiado quizá para poder asimilar de golpe las ventajas e inconvenientes de las refinadas formas de vida civilizadas (necesitaban un escalonamiento gradual para acceder a esa civilización, una cultura intermediaria ya civilizada pero más afín originariamente a ellos mismos, un acceso menos directo y traumático, una transición a través de una cultura intermedia, que finalmente tuvo que ser la única que por entonces podía serlo: la cultura etrusca).

Pero de momento, ni adoptaron la moneda para sus intercambios (que continuaron haciendo mediante ganado o -todo lo más- mediante barras o lingotes de bronce en bruto), ni el alfabeto helénico (quizá porque no tenían que contar nada que no pudiera contarse de viva voz), ni las formas y modelos artísticos griegos (el arte, la estética, no estaba desligado para ellos de la propia utilidad funcional de los objetos, sobre todo cuando se trataba de objetos completamente "inútiles" para las necesidades de su propia cultura), ni adoptaron tampoco las innovaciones tácticas militares hoplitas de infantería pesada (se apañaban bien con sus propias armas y con sus agrupaciones guerreras tribales tradicionales de origen itálico: centuriae, manipuli, cohortes y legiones). A los refinados helenos del sur de Italia los llamaron despectivamente "graeci" (de ese vocablo procede precisamente el actual término "griego", que no es griego, como es sabido); pero no sabemos exactamente lo que significaba, pues aunque parece ser un nombre onomatopéyico imitativo de determinados sonidos característicos del idioma griego (como si dijeran los "kra-kra" o algo así, de modo parecido al término despectivo con que los propios helenos se referían a todos los pueblos no griegos en general: los "bar-bar" o "bárbaros"), tampoco faltan conjeturas que pretenden relacionar el término latino graeci con el nombre de una tribu familiar beocia (los graikoí) probablemente establecida durante la colonización en la región itálica de Cumas.

Finalmente, con todo, también los romanos terminarían helenizándose, y muy profundamente además, pero éso sería varios siglos después, en fases graduales y sucesivas. De momento se resistieron tenazmente a esa primera helenización, para la que quizá no estaban maduros y a la que sucumbieron todos los demás, y probablemente fue ese "desfase" lo que más definió su propia conciencia y personalidad como pueblo distinto (quizá esté precisamente ahí, en esa asimilación progresiva, diacrónica, ralentizada y dosificada de lo helénico, una de las claves de la civilización romana y de su formidable resistencia histórica posterior). El caso es que los orígenes de los romanos son ciertamente más oscuros que el carbón, por así decirlo (pero, como es sabido, incluso el elemento-base del carbón, el carbono -cristalizado y puro- termina transformándose a veces en el más duro, el más hermoso y el más transparente de todos los minerales de la Naturaleza: el diamante).

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Entre tanto, los vecinos etruscos habían formado durante los siglos VII y V a.C. la mayor entidad política hasta entonces conocida en el mundo itálico. La confederación de ciudades etruscas dominaba sobre todos los demás pueblos itálicos vecinos, incluidos los primitivos romanos, que vivieron largo tiempo a la sombra de Etruria hasta que a finales del siglo VI a.C., según parece, se independizaron y empezaron a vivir su propia historia. Además del poderío político, las ciudades etruscas alcanzaron un grado de civilización que les permitía tratar de igual a igual no sólo a los propios cartagineses (cuyo proceso de helenización fue más lento y más tardío), sino incluso a los griegos de las florecientes colonias del sur de Italia y de Sicilia.

Pero ya a finales del siglo V a.C. y en los albores del siglo IV, habiendo alcanzado un alto grado de refinamiento material, las antaño poderosas ciudades de Etruria estaban iniciando el lento camino, todavía casi imperceptible, de su progresiva decadencia, y algunas de ellas se encontraban hasta cierto punto a la defensiva, precisamente frente a ese extraño y pujante pueblo latino de oscuros orígenes, los romanos, que no sólo habían expulsado hacía ya más de un siglo a los reyes etruscos y a la oligarquía nobiliaria que gobernaba su ciudad y se habían constituido en una entidad independiente dirigida por un senatus o asamblea de los ancianos jefes tribales de las principales familias, sino que estaban iniciando además un proceso de asimilación y de dominio militar sobre el resto de las tribus latinas y buscando su espacio de expansión entre otros pueblos itálicos vecinos.

El enfrentamiento histórico entre etruscos y romanos, en el que en el fondo se dirimía la futura hegemonía política sobre el suelo itálico, es relativamente bien conocido (por fuentes exclusivamente romanas y tardías, v.gr. Tito Livio) en sus hechos puntuales principales, pero no así en los detalles, el desarrollo y la intensidad de esa confrontación, que presenta todavía numerosas lagunas de información y oscuridades, pues (por las razones que fuera) los historiadores romanos posteriores no fueron muy prolijos ni demasiado explícitos sobre este asunto.

Sea como fuere, el caso es que la conquista de la ciudad etrusca de Veyes por los romanos en el 396 a.C. marca el principio del fin de la hegemonía etrusca en Italia y el comienzo del incipiente predominio de Roma, a la que aún le quedaban largos y duros enfrentamientos con otros importantes pueblos itálicos vecinos. Todavía habría alguna reacción militar etrusca poco conocida: hacia el 390 a.C., una numerosa banda guerrera de celto-galos del norte, probablemente a requerimiento o al servicio mercenario de alguna de las ciudades etruscas, irrumpieron en Italia y se apoderaron efímeramente de la ciudad de Roma, excepto de la colina fortificada del Capitolio, pero ni siquiera éso tuvo consecuencias para el imparable ascenso y creciente poderío hegemónico en la carrera histórica de este advenedizo y pujante pueblo del Lacio, en medio de otros pueblos itálicos que uno tras otro iban a quedarse históricamente "desfondados".

El hecho es que los romanos irrumpen en la historia en cierto modo "disfrazados" de etruscos, por así decirlo. De la cultura etrusca los romanos tomaron -según parece- muchos más elementos de los que ellos mismos estaban dispuestos a reconocer. Este pequeño pueblo de "paletos" campesinos latinos, en una insólita y tenaz fidelidad a las costumbres de sus oscuros antepasados, al mos maiorum, como ellos decían, se había resistido con todas sus fuerzas -como se ha dicho- a la primera helenización, a diferencia de los demás pueblos itálicos costeros. Con todo, a partir del dominio sobre Etruria, asimilaron indirectamente numerosos elementos de la cultura helénica predominante, a través precisamente de la propia civilización etrusca progresivamente sometida.

Hay en el primer tercio del siglo IV a.C. un periodo histórico (por lo demás también bastante oscuro, como casi todos los que tienen que ver con la historia más antigua de Roma) en que los romanos asimilaron (e incluso podría decirse que suplantaron) todo lo asimilable y suplantable de la civilización etrusca, que era mucho (y a través de ello asimilaron indirectamente también muchos elementos de origen helénico, en lo que fue de hecho su primera e indirecta "helenización"). Lo cierto es que copiaron directamente de los etruscos mucho más de lo que los propios historiadores romanos posteriores estaban dispuestos a reconocer: por ejemplo sus símbolos y emblemas de poder (las "fasces" o insignias consulares, los "lictores" o escoltas de los magistrados, o las ceremonias y desfiles triunfales, las sillas curules de marfil o las capas de púrpura fenicia de los jefes militares); o el calendario -con sus calendas, sus nundinae y sus idus-; o los instrumentos musicales (tanto los de uso militar en las legiones -tubas y cornus- como los de la vida civil: flautas, sambucas, liras y otros); o los banquetes (etruscos y romanos, a diferencia de los griegos y de los orientales, admitían a las mujeres casadas en los banquetes masculinos); o los espectaculos de pantomima teatral; o las luchas ritual-funerarias de gladiadores; o el mobiliario; o las técnicas de construcción y de arquitectura (en las que los romanos se convertirían con el tiempo en insuperables maestros); o las obras hidráulicas y de ingeniería civil; o las formas artísticas plásticas (todo el arte romano del primer periodo republicano es de origen etrusco-helénico, incluida la famosa Loba capitolina de bronce, probablemente obra de un afamado broncista etrusco llamado Vulca); o los propios rituales religiosos y la organización sacerdotal (la "ciencia" de la adivinación por medio del vuelo de los pájaros y del examen de las entrañas de animales sacrificados continuó siendo una "especialidad" etrusca hasta bien entrada la época imperial romana, y de Etruria se hacía venir a los principales especialistas en estas complejas técnicas adivinatorias y religiosorrituales; por cierto, que esa "ciencia adivinatoria" parece haber tenido cierto fundamento empírico, pues era sin duda mucho más que una ordenada sistematización de supersticiones: el examen del hígado de unos animales que se habían dejado pastar previamente en los campos sobre los que pensaba edificarse una nueva ciudad, podía revelar seguramente muchas cosas a los ojos de un experto, según apareciera como un hígado sano o como un hígado deteriorado o enfermo, por ejemplo la salubridad del suelo y de las aguas de ese lugar, del mismo modo que la atenta observación del vuelo de las aves revelaba aspectos climatológicos y de salubridad del aire). Y en fin, los romanos copiaron también finalmente el propio alfabeto latino a partir de una de las modalidades gráficas heleno-etruscas (otro detalle, recordado por alguno de los historiadores romanos: todavía en el siglo III a.C. los niños de la clase dirigente romana se educaban en "letras etruscas" y con preceptores asimismo etruscos).

.... Loba capitolina romana

Llegados a este punto, surge una pregunta casi inevitable: si los romanos lo copiaron todo o casi todo de la cultura material etrusca, como parece, ¿qué elementos de la cultura propiamente espiritual eran genuinamente romanos? Hay varios, y tan definitorios como originales: no era sólo el propio idioma, el latín (al fin y al cabo una variedad dialectal de otras lenguas latinas e itálicas afines), sino sobre todo aspectos tales como la religión (la religión romana, al margen del aparato sacerdotal y ritual, que es básicamente etrusco, era una amalgama de elementos muy primitivos de tipo "animista", que veía númina o divinidades hasta en los dinteles de las puertas de las casas, cuajada además de numerosas supersticiones populares, aunque del todo prescindibles llegado el caso o la necesidad), o aspectos como la ya mencionada organización militar: la legión, como unidad organizativa, y los manípulos y cohortes, como unidades operativas y tácticas, les dieron buenos resultados bélicos en sus enfrentamientos con el modelo básico de la infantería en los ejércitos helenizados, la falange de hoplitas de armamento pesado al modo griego y macedónico (adaptada por casi todos los demás pueblos itálicos importantes, a excepción de los rudos montañeses samnitas), y en consecuencia no se consideraron obligados a "mejorar" ni a cambiar sus propios modos de organización militar tradicional, aunque copiaron y perfeccionaron no pocas cosas del armamento de otros pueblos sometidos. Y es que los romanos fueron indudablemente uno de los pueblos más "copiones" que han existido jamás (ésto es algo bien confirmado tanto por la propia historia como por la arqueología contemporánea), si bien copiaban tan sólo aquello que les parecía de gran utilidad práctica, pues de hecho fueron también uno de los pueblos más prágmaticos y que mejor supieron adoptar, adaptar, perfeccionar y aprovechar todo lo que por parecerles especialmente útil copiaron de los pueblos sometidos (el sentido práctico suele acompañar a gentes que han sufrido muchas carencias y necesidades materiales en el pasado).

También es algo genuinamente romano lo que constituye la mayor innovación nunca vista hasta entonces: el Derecho, o para decirlo más propiamente (pues los usos y costumbres jurídicas existen en todos los pueblos, épocas y culturas): la de-sacralización de esos usos y costumbres jurídicas, su completa desvinculación de lo religiosorritual (algo que no se había ensayado hasta entonces en ningún pueblo "civilizado", y a lo que ni siquiera los griegos se aproximaron lo suficiente). Ésto no lo copiaron de nadie: es romano y sólo podía ser romano, es decir, sólo podía ser obra de unas gentes eminentemente prácticas que no podían subordinar al "azar" de las complejidades aleatorias de los rituales religiosos las propias necesidades perentorias de los usos jurídicos de la vida social y cotidiana (otra cosa es que copiaran de los propios etruscos, y parece que en efecto las copiaron, no pocas de sus principales instituciones jurídicas). En realidad, incluso en ésto, parece que los romanos se limitaron a reconvertir la compleja ciencia religiosa etrusca, llena de minuciosos rituales, en una ciencia propiamente jurídica. Con todo, separar el ius (la expresión material del Derecho) del fas (la expresión de la voluntad de los dioses), diferenciar al iudex (="el que dice el ius", "el juez") del sacerdos (="el que proporciona las cosas sagradas", "el sacerdote"), y convertir el minucioso ritual religioso en un no menos minucioso "procedimiento jurídico" o "actiones iurídicas", éso es algo que corresponde por entero a la genialidad (a la necesidad) romana (todavía nuestra civilización contemporánea, como es bien sabido, se beneficia de esa trascendental innovación romana, prácticamente única en la historia de la cultura). La Quimera de Arezzo - Bronce etrusco


Fue durante la primera mitad del s.IV a.C. cuando parece que se produjo lo principal de esa asimilación de la cultura etrusca por los romanos, pero nos faltan datos del modo y las circunstancias en que se produjo ese misterioso proceso. Tampoco los historiadores romanos de época clásica parecen estar demasiado informados al respecto, probablemente porque sus propios antepasados no fueron o no quisieron ser demasiado explícitos en los detalles, lo que abunda más en la sospecha de que se trató de una verdadera "suplantación" en muchos aspectos (también podría emplearse otro término más técnico: "re-culturización").

En el siglo siguiente (entre el 282 y el 265 a.C.) se produjo la conquista romana de las ciudades griegas suritálicas, nunca dominadas anteriormente por los etruscos, y se produjo una tímida helenización de las clases dirigentes romanas; más tarde, con las guerras ilíricas (229-228 a.C.), macedónicas (200-196 y 168 a.C.), y sobretodo con la conquista de la Grecia continental en el 146 a.C., se produjo la helenización progresiva pero bastante completa del mundo romano (en el entretanto, Roma se había ido adueñando de todo el territorio itálico, de parte de la Galia transalpina y de gran parte de la península ibérica, y había aniquilado definitivamente a Cartago al final de tres durísimas y sucesivas guerras cartaginesas).

Esta posterior asimilación directa de lo helénico dejó los elementos helenizantes arcaicos tomados de la cultura etrusca un tanto desfasados, lo que unido a la propia desinformación sobre las realidades históricas de la conquista romana de Etruria, y sobre todo al gran prestigio de los etruscos en asuntos religiosos y rituales, contribuyó no poco a cierta "mitificación etrusca", hasta el punto de que bastantes historiadores griegos y latinos creyeron en los supuestos orígenes foráneos del pueblo etrusco, ya que no parecían muy predispuestos a creer y a superar tampoco el prejuicio de que esos tuscos y umbros contemporáneos, enteramente subordinados y asimilados desde tiempo atrás, fueran los verdaderos descendientes directos del poderoso pueblo que había dado a Roma las primeras bases de una cultura material de la que los primitivos romanos carecían, pues lo cierto es que esos primeros romanos habían entrado prácticamente "desnudos" en el escenario histórico de la civilización y parece como si se hubieran puesto apresuradamente los ropajes y vestuarios culturales del pueblo recién sometido.

El caso es que hay, en casi todos los escritores romanos que aluden a cuestiones etruscas, un cierto "velo" no del todo descorrido ni bien explicado, y con ello una especie de "mitificación" involuntaria que suena a veces demasiado artificiosa y hueca (en realidad, parece que se debe simplemente a falta de información directa de esos escritores). Que los romanos fueran originariamente uno de los más oscuros, insignificantes, atrasados e incultos de todos los pueblos itálicos, y que entraran en la escena histórica "disfrazados" precisamente con toda la parafernalia etrusca recién adquirida, es algo más que una sospecha (y es también nuestra personal "mitificación desmitificadora"), pero no es desde luego una explicación suficiente de este oscuro proceso de suplantación o de reculturización; y tampoco lo es es el hecho indudable de que el propio mundo sacerdotal-ritual romano (no exactamente su mundo religioso) debiera mucho -o debiera casi todo- a los elaborados rituales y a la organización religiosa etrusca. La cosa es que, como decimos, la mayor parte de los autores romanos, de época clásica en adelante, hablan de los antiguos etruscos si no con admiración incondicional (al fin y al cabo los etruscos coetáneos, los tuscos o toscanos, eran ya unas gentes enteramente sometidas a Roma y asimiladas), sí al menos con un respeto un tanto extraño.

En realidad, para los romanos posteriores, los antiguos etruscos debieron de ser ya un verdadero "enigma", por lo que decíamos antes: porque quizá las generaciones romanas precedentes no quisieron transmitir a sus descendientes demasiados detalles de cómo se había producido la conquista de Etruria y sobre todo la asimilación y el "transvase" de la civilización grecoetrusca por los incultos romanos, y porque la posterior helenización directa de la clase dirigente romana -en al menos dos fases: conquista del sur de Italia y posterior conquista de Grecia- debió de dejar culturalmente "desfasada" o "descolgada" la cultura etrusca antaño asimilada . Quizá por ello no resulte exagerado suponer que una de las claves históricas de la civilización romana residía precisamente en esa discontinua asimilación de lo helénico en distintos grados y fases cronológicas.

En conclusión (siempre provisional): nunca hubo realmente "misterio etrusco" propiamente dicho, o para decirlo de otra forma: el verdadero misterio velado por mitificaciones propias eran los propios y oscurísimos orígenes romanos, el modo y la forma en que un pueblo tan inculto y tan advenedizo se apropió imperceptiblemente de una civilización (la etrusca) ya madura, e inició con ello su imparable ascenso y preponderancia histórica. El "misterio etrusco" no es en realidad otra cosa que el misterio mismo de los orígenes de Roma, un misterio que los propios romanos más antiguos prefirieron mantener velado para no tener que aclarar a sus descendientes las propias oscuridades que rodeaban los inicios de su historia.

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¿Una lengua misteriosa?

Uno de los "misterios" que rodean al misterio principal sobre la lengua etrusca es el hecho de que, entre tantos miles de inscripciones breves, y sabiendo como se sabe que la escritura estaba bastante generalizada en aquella sociedad (que además contaba con todos los refinamientos materiales y culturales de la civilización helénica), no se sepa absolutamente nada sobre la existencia de una "literatura etrusca" propiamente dicha (poesía, historia, narrativa, etc), pues ni una sola de esas miles de inscripciones parecen tener tal contenido, a juzgar por su brevedad y por su contexto funerario, religioso o meramente privado.

En realidad, la cuestión está desenfocada y resulta incluso un tanto anacrónica plantearla, pues si por un lado es indudable que los etruscos tenían -p.e.- una mitología, también lo es que tuvieron sin duda (como todos los pueblos, culturas y colectividades humanas, civilizadas o no) una poesía, una narrativa tradicional, una memoria histórica, etc. Ahora bien, nada nos obliga a suponer que esa literatura etrusca se conservara en forma escrita, y no más bien -como era usual en todas las sociedades tradicionales- de forma básicamente oral, reservándose la forma escrita para los temas religiosos, para las inscripciones funerarias, para los contratos jurídicos, y para los asuntos civiles privados (entre los pueblos célticos sabemos que sucedía algo parecido). Pero incluso suponiendo que hubiera existido, a imitación griega, una literatura etrusca escrita (aparte de la propiamente religiosa, que sabemos que existió y que era muy prolija y abundante), siempre se puede echar la culpa de su definitiva pérdida a los incultos romanos, en la medida en que quizá sólo se molestaron en conservar la que por su contenido les pareció que podría serles de alguna utilidad (p.e. la referida literatura religiosa).

Todavía en los tiempos finales de la época romana republicana hubo algunos eruditos romanos que se ocuparon de traducir al latín algunos tratados religiosos etruscos, y los llamados "Libros Sibilinos"(asimismo de origen etrusco y de contenido religioso y profético) eran conservados como un auténtico tesoro en cierto templo romano (hasta que el templo se incendió y los libros se perdieron para siempre). Desde luego es verosímil pensar que todavía en los comienzos de la época imperial romana había sacerdotes capaces de entender esos tratados en su lengua originaria. Al propio emperador romano Claudio, muy erudito y muy versado en temas etruscos, se le atribuye la composición de una Gramática de la lengua etrusca (hoy perdida).

Pero avanzados ya los tiempos imperiales, las antiguas inscripciones etruscas probablemente no las entendían ya ni los propios descendientes de éstos, los tuscos o toscanos. Desde los tiempos imperiales, en efecto, se fue corriendo poco a poco algo así como un velo cada vez más tupido sobre la cultura etrusca, y asimismo sobre su lengua (el latín había ido absorbiendo y sustituyendo paulatinamente a todas las demás lenguas y dialectos itálicos: falisco, osco, umbro, sabélico, etc, aunque la lengua griega de algunas antiguas ciudades suritálicas y sicilianas se mantuvo viva hasta muy entrada la época imperial).

De la lengua etrusca antigua quedaron palabras dialectales sueltas, términos técnicos especializados (sobre todo del ámbito sacerdotal y ritual romano), y poca cosa más. Así, cuando el historiador romano Suetonio dice de pasada que la palabra etrusca aesar significaba "los dioses", probablemente ni siquiera se daba cuenta de que en realidad esa palabra era similar al latín aes aeris ("bronce"), procedente a su vez de una forma latina antigua *aesis, y que lo que significaba en realidad esa palabra etrusca era probablemente también lo mismo: "bronce", y más específicamente "estatuas (de bronce) de los dioses". Otros comentaristas mencionan términos etruscos procedentes del ámbito teatral (por ejemplo el término latino para designar la "máscara" de los actores: persona, probablemente procedente de una forma *per-sona o *pre-sona, ésto es, "la resonante" o algo parecido). Es decir, que ni siquiera los propios romanos de época post-clásica se daban cuenta ya de que la antigua y desaparecida lengua de los etruscos no era en realidad nada del otro mundo (del mundo extra-itálico), sino una lengua itálica más, afín al propio latín y afín a los ya diluidos dialectos itálicos umbros. Y ahí se quedaron las cosas...durante muchos siglos más, de manera que también nuestra civilización contemporánea ha heredado ese supuesto "misterio etrusco" y el propio indescifrable misterio de su lengua.

El hecho es que la lengua etrusca (la lengua o lenguas o variantes dialectales de esas inscripciones de Etruria realizadas en unos alfabetos helénicos locales de tipología más o menos común en una larga secuencia cronológica que abarca por lo menos desde el siglo VII hasta el siglo II a.C.) ha sido sin duda, y hay que decirlo en voz alta, EL MAYOR Y MÁS ESTREPITOSO FRACASO DE LA FILOLOGÍA CIENTÍFICA CONTEMPORÁNEA.

Las causas de este fracaso (relativo fracaso, con todo, pues es justo reconocer que ha habido pequeños aciertos y algunos progresos) son diversas, pero sin duda ha influido también en ello ese prejuicio o exceso de mitificación sobre un pueblo misterioso que se suponía que tenía que haber hablado y escrito una lengua no menos "misteriosa" (podemos creer que si desde el principio no hubiera existido ese prejuicio y los filólogos no hubieran abandonado tan pronto la hipótesis más verosímil y lógica -la de que esa lengua, rodeada de lenguas indoeuropeas, tenía que ser también una lengua indoeuropea itálica- se habrían conseguido por lo menos progresos similares a los obtenidos sobre la vecina lengua umbra, conservada en una especie de archivo sacerdotal de siete tablas de bronce escritas hacia el siglo III a.C., las conocidas como "Tablas de Gubbio" o "Tablas Iguvinas", que no parece que puedan considerarse como "etrusco dialectal tardío", sino como una lengua itálica propia, la de los vecinos umbros, parcialmente conocida y traducida por la filología contemporánea).

Seguramente han fallado muchas cosas en este "fracaso etrusco", la menor de las cuales no ha sido probablemente la propia metodología empleada y sobre todo la insuficiente perspectiva lingüística para acercarse a un problema de por sí tan complejo como es la interpretación de una lengua, donde no conviene perder de vista en ningún momento las cuestiones semánticas o de significación (sacrificadas a veces por unos métodos combinatorios de interpretación demasiado formalistas). Un ejemplo: la palabra latina cloaca no cabe duda de que es uno de esos vocablos que llegaron al latín con la propia tecnología hidráulica heredada directamente de los etruscos; a muy primera vista, nadie dudaría de que esa palabra -por su propia fonética- parece extraña a la lengua latina y que suena al parecer "muy etrusca"; sin embargo, una atención más rigurosa nos permite "oír" en seguida el verdadero sonido de ese vocablo, pues se trata sin duda de una palabra onomatopéyica, imitativa del ruido del agua (algo así como "clo-clo", o "glú-glú" como diríamos en castellano); con lo cual, el hecho de que su procedencia sea etrusca no nos lleva más allá de este origen imitativo, pero en ningún caso nos lleva a una lengua "extraña" de combinaciones fonéticas ajenas al latín y a las lenguas indoeuropeas, como podría pensarse con respecto a ese vocablo si no nos percatásemos de ese origen onomatopéyico.

Con las miles de inscripciones etruscas conservadas ha ocurrido algo similar: transliteraciones defectuosas, e incluso erróneas, han dado "lecturas" de palabras extrañas a la fonética indoeuropea, y se han consolidado en transcripciones más o menos "definitivas" que no permiten ya ningún avance en la buena dirección. Y así, todos los intentos por "traducir" algunas de las inscripciones de mediana extensión (las llamadas "inscripciones largas": teja de Capua, cipo de Perusa, plomo de Magliano, laminilla de plomo de Volterra, láminas de oro de Pyrgi, venda de lino de la momia de Zagreb, etc) han resultado fallidos, aunque no lo quieran reconocer sus "descifradores".

Sin embargo, como decimos, ha habido progresos lentos y parciales, sobre todo desde que en los últimos veinticinco años se ha revitalizado la hipótesis indoeuropeísta, antaño abandonada. La filología científica progresa, aunque a menudo deba hacerlo a paso de caracol. Se ha vuelto a repensar objetivamente el problema lingüístico, y se ha aventurado con alguna convicción pero todavía sin muchos elementos probatorios definitivos que quizá el etrusco -o al menos una buena parte de las inscripciones conservadas- sea también (después de todo) una lengua itálica más, indoeuropea, y estrechamente relacionada con el latín y con las demás lenguas itálicas del mismo grupo, aunque como ellas también estuviera bastante dialectalizada. El caso es que tales elementos probatorios y definitivos existen; son bastantes más que los que tímidamente se habían propuesto, y desde luego despejan ya casi todas las dudas y vacilaciones al respecto. Han sido progresos mínimos, realizados a veces un poco "por libre" por algunos filólogos un tanto hartos ya de tener que dar por válidos algunos consolidados errores metodológicos anteriores.

También nosotros hemos querido hacer nuestra aportación personal a la cuestión, a través del estudio y análisis exhaustivo de una de las principales "inscripciones extensas" y de algunas otras inscripciones breves. Nuestra interpretación podrá ser más o menos convincente, pero nuestra pretensión ha sido -más que ofrecer "traducciones" incuestionables (cosa prácticamente inviable en traducciones aisladas y no contrastadas)- demostrar que esas inscripciones sobre las que hemos trabajado (al menos ésas) corresponden efectivamente a una lengua indoeuropea e itálica. No es mucho, considerando las miles de inscripciones que quedan en el ya anticuado Corpus Inscriptionum Etruscorum y en las muy numerosas que han ido apareciendo después; pero desde luego es un buen principio para retomar y reconducir de nuevo la cuestión en sus estrictos límites lingüísticos y filológicos objetivos.

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Cabeza de mujer etrusca
Jarra etrusca
Retrato de una mujer etrusca
Retrato de una mujer etrusca
greca romana