El largo camino de la democracia ateniense:                                 La Dictadura de Pisistrato


a ciudad de Atenas, como tantas otras en su origen, parece ser que se desarrolló a partir del emplazamiento defensivo de un pequeño poblado situado en la Acrópolis (="ciudad alta"), la colina que domina la ciudad y que llegaría a convertirse tiempo después en la zona de sus principales templos y santuarios. Los historiadores de época clásica son bastantes unánimes en considerar que los atenienses eran mayoritariamente de origen pelásgico (término genérico con el que se designaba a los pueblos pre-helénicos de Grecia continental, afines a los de la isla de Creta), y recogen también numerosas tradiciones legendarias sobre sus primeros reyes (Cecrops, Egeo, Teseo...), que reflejan tal vez el recuerdo mítico de algunos de los primeros monarcas pre-griegos que detentaron el dominio de la ciudad y de su comarca, el Ática, antes de la época micénica.

En los siglos finales del segundo milenio a.C. Atenas parece haber sido, en efecto, una fortaleza micénica de segundo orden, cuya población resistió la penetración de los griegos dorios a finales del siglo XII a.C. Estos datos son importantes, ya que en la heterogénea complejidad étnica de la población ateniense hemos de ver también algunas de las condiciones posteriores de su evolución social y política en la búsqueda de fórmulas pacíficas y equilibradas de convivencia (en las ciudades dorias, en cambio, cuyo ejemplo más representativo fue Esparta, predominó entre la clase dirigente un espíritu aristocrático de casta que configuró un tipo de sociedad mucho más cerrada y casi siempre rígidamente clasista); por otro lado, el hecho de que Atenas fuera una ciudad con puerto de mar y muy frecuentada por extranjeros determinó asimismo su trayectoria comercial y el carácter mucho más abierto de las mentalidades de sus gentes.

El proceso de desintegración de los reinos micénicos parece ser que tuvo en Atenas su propio desarrollo interno: el antiguo poder regio unipersonal pasó primero a ser electivo y terminó por desaparecer y ser absorbido por una poderosa y minoritaria aristocracia terrateniente de origen griego jonio, los autodenominados eupátridas (="los bien-nacidos"), que se constituyeron en la élite gobernante y crearon como cargos supremos de carácter electivo las magistraturas del arcontado (que incluían diversas funciones ejecutivas separadas, de tipo religioso, judicial y militar); los arcontes eran nueve y salían elegidos de entre los miembros de un primitivo Senado aristocrático. Esta aristocracia de sangre (dividida en poderosas familias o clanes familiares) era la única clase social con derechos completos de ciudadanía y de propiedad sobre la tierra y constituía el núcleo dirigente del ejército; tuvo su época de mayor poder en los siglos VIII y VII a.C. y su predominio era absoluto, con una masa de población de campesinos y artesanos sometidos completamente a sus abusos.

La tierra ateniense no era excesivamente pobre, pero en todo caso la agricultura no bastaba para mantener a su numerosa población. La península del Ática, el territorio controlado por Atenas, es una región montañosa con tres pequeñas llanuras interiores cuyos principales recursos agrícolas eran el olivo, la vid, el trigo, la cebada y los higos, todo ello en cantidades escasas aunque de excelente calidad; se explotaban también abundantes canteras de mármol blanco y posteriormente algunas minas de plata, además de los propios recursos pesqueros de la costa y de la importante producción artesanal de la propia ciudad (cuya producción cerámica, por ejemplo, tuvo desde muy pronto gran demanda y aceptación en el resto de Grecia y en todo el Mediterráneo).

La situación del campesinado, que trabajaban mayoritariamente como jornaleros y aparceros en las tierras de la aristocracia, llegó a hacerse insostenible y hubo algunas importantes revueltas populares. La principal de ellas fue la de Cilón (entre el 636 y el 632 a.C.), que se considera el primer intento de establecer en Atenas una dictadura popular (en griego, tiranía). Las tiranías se habían implantado ya en muchas ciudades griegas y se basaban en la toma del poder por un aristócrata, enfrentado a su propia clase social y apoyado por las masas populares y por mercenarios extranjeros. Pero en la Atenas de los siglos VIII y VII a.C., básicamente agrícola, no se daban aún las condiciones sociales propicias para la instauración de estos regímenes de fuerza. La intentona de Cilón fracasó, y el arconte Megacles (de la poderosa familia de los Alcmeónidas) hizo salir de los templos donde se habían refugiado a los partidarios de Cilón (que consiguió huir) y los hizo ejecutar, aunque había prometido respetarles la vida si se entregaban. Este acto de impiedad sacrílega atrajo sobre la familia de los Alcmeónidas una cierta "mancha" o impureza que habría de tener importantes repercusiones políticas sobre sus descendientes.

Hacia el año 625 a. C. los acontecimientos llevaron a los aristócratas a la promulgación de leyes escritas (hasta entonces los propios aristócratas eran los únicos que conocían e interpretaban las leyes, que utilizaban a su capricho). Se encargó al arconte Dracón la redacción de este primer código, tan severo en los castigos que la denominación de "leyes draconianas" se ha hecho proverbial para designar a las leyes especialmente duras. Esta legislación (que reunía todo el antiguo derecho consuetudinario aristocrático) estaba destinada más bien a reprimir los excesos que a solucionar los conflictos, y no consiguió mejorar la situación social.

Pero a finales del siglo VII a.C., junto a la aristocracia de sangre, comenzaba a incrementar su poder y su influencia una aristocracia del dinero (formada por grandes comerciantes, mercaderes y armadores). Se había introducido la moneda, que había trastocado completamente el sistema de intercambio entre los campesinos y permitía a los aristócratas la acumulación prácticamente ilimitada de riquezas. En el 594 a.C. tuvo lugar un segundo intento legislativo de gran envergadura y de carácter más conciliador que el anterior. Fue obra sobre todo del arconte Solón (aristócrata, mercader, legislador, filósofo y poeta de gran mérito, cuya figura ha pasado a la Historia como uno de los "siete sabios de Grecia").

La reforma constitucional de Solón buscaba reconciliar a las clases sociales mediante un ordenamiento jurídico válido para todos y poner fin a los abusos de la aristocracia (dos frase suyas -en verso- ilustran el comportamiento de estos "eupátridas": "El hartazgo engendra el abuso, cuando gran prosperidad acompaña a hombres cuya mente no está equilibrada"; "sus propios ciudadanos, con actos de locura, quieren destruir esta gran convivencia por buscar exclusivamente su provecho"). Las leyes de Solón abolieron la esclavitud por deudas (pues eran muchos los campesinos que se habían vendido a sí mismos para poder pagar las numerosas deudas contraídas con los terratenientes); prohibió que en el futuro se hicieran préstamos sobre la libertad del deudor y de su familia y declaró nulas las deudas existentes de los pequeños labradores que tenían hipotecadas sus tierras. Los derechos ciudadanos seguían estando en función de la contribución económica de éstos al Estado, pero el nacimiento dejó de ser criterio de privilegio. Los ciudadanos atenienses fueron divididos ahora en cuatro clases según su riqueza y su capacidad militar (los de la cuarta clase, por ejemplo, que eran los más pobres y los más numerosos, eran todos aquellos que no podían costearse la armadura completa de hoplita para el ejército). Se creó una Asamblea popular de los ciudadanos (la Ekklesia), con funciones legislativas y también judiciales de apelación, y un senado (el Consejo de los Cuatrocientos) que presentaba a la Asamblea los proyectos de ley, manteniéndose la institución del arcontado, que asumía poderes ejecutivos y judiciales, y el antiguo Areópago (una especie de Tribunal Supremo). La inmigración de extranjeros fue también apoyada por Solón, especialmente cuando traían consigo algún oficio o industria que fuera útil a la comunidad; los esclavos(a los que desde antiguo estaba prohibido que sus amos les dieran muerte y que procedían en su origen de los prisioneros de guerra) estaban protegidos también por las leyes solonianas, que permitían la posibilidad de que pudieran emanciparse en ciertos casos. Se apoyó asimismo el monocultivo especializado (viñedo, olivar) con vistas a la exportación, dentro de un sistema basado más bien en el comercio exterior que en la autarquía económica predominante hasta entonces.

Las reformas articuladas en la Constitución política de Solón potenciaron la industria y el comercio de Atenas y representaron los primeros pasos jurídicos en el largo camino hacia el sistema democrático, pero tampoco solucionaron los graves problemas sociales del momento. Los aristócratas de la primera clase perdieron la exclusividad en el poder pero continuaron siendo los únicos que podían acceder al arcontado; la segunda clase, gracias a Solón, se equiparó en derechos con los eupátridas; la tercera clase (la masa de comerciantes y pequeños propietarios rurales) empezaron a ocupar cargos políticos menores, pero el resto del demos ("pueblo") sólo había obtenido el derecho de voto en la Asamblea y algunos alivios momentáneos en su precaria situación económica. Se había conseguido cierto equilibrio social, pero las cosas seguían -en el fondo- como antes. Entretanto, Atenas empezaba a destacar como potencia militar entre los griegos jonios.


ntre los años 570 y 560 a.C. se habían organizado dos "partidos"o fuerzas políticas muy importantes en el desarrollo de los acontecimientos posteriores: el partido de la llanura, dirigido por Licurgo, y el partido de la costa, cuyo jefe era Megacles (de la mencionada familia de los Alcmeónidas, un poderoso clan aristocrático cuyos ambiciosos miembros actuaban un tanto al margen de su propia clase social). El primero de estos dos partidos representaba los intereses de los grandes terratenientes eupátridas rurales; el segundo, el de los no menos poderosos armadores y mercaderes de la ciudad. Frente a ellos surgió un tercer partido: el de la montaña, que representaba sobre todo a los jornaleros y pastores. Su jefe se llamaba Pisístrato.

Sobre la figura de este hombre los datos biográficos más interesantes son los proporcionados por el historiador Heródoto (Historia, libro I, 59-64). Su relato, basado sobre todo en testimonios orales tradicionales, resulta especialmente atractivo porque nos muestra el incipiente proceso de mitologización en que se transmitían y conservaban en la memoria de los atenienses más viejos unos sucesos históricos acaecidos más de cien años atrás, antes de que el historiador los pusiera por escrito. El nacimiento de Pisístrato, por ejemplo, es narrado por Heródoto como un acontecimiento extraordinario precedido de signos aparentemente sobrenaturales: el padre de Pisístrato, llamado Hipócrates, que había ido a Olimpia para presenciar los juegos deportivos panhelénicos, se dispuso a ofrecer -como era usual- un sacrificio y una consulta oracular a los dioses; de repente, el agua de un gran caldero con la carne ofrecida para el sacrificio se puso a hervir sin fuego alguno y se desbordó; el famoso filósofo y político espartano Quilón (que -al parecer- pasaba por allí) le aconsejó a Hipócrates que no se casara ni tuviera hijos y que, caso de estarlo ya o de tenerlos, que se divorciara y no los reconociera. Naturalmente, Hipócrates no hizo caso de tal consejo; se casó y tuvo un hijo: Pisístrato. Este premonitorio suceso -tal vez puramente mítico- parece querer simbolizar el nacimiento de un hombre muy problemático para su propia patria, un hombre cuyo afán de poder iba a desbordarse de la propia legalidad de su pólis, de su ciudad-estado, pues iba a convertirse con el tiempo en un dictador, en un týrannos (si es que Quilón no se limitó -simplemente- a darle un sano consejo médico eugenésico a un hombre que tal vez sufría de espermatorrea o eyaculación incontrolada, que es lo que podría sugerir una interpretación aun más racionalizante).

Pisístrato, que había nacido hacia el 612 a.C., procedía de una familia aristocrática y era -al parecer- sobrino de Solón, pero no hay datos suficientes sobre su infancia y su juventud. Se sabe que consiguió cierto prestigio al dirigir la conquista de Nisea, el puerto de la ciudad de Megara, la gran rival de Atenas en el comercio marítimo: Esparta arbitró en el litigio que enfrentaba a atenienses y megarenses por la posesión de la isla de Salamina, y finalmente Atenas devolvió Nisea y recuperó Salamina (hacia el 570 a.C.). Los intentos de Pisístrato por hacerse con el poder absoluto en Atenas fueron precedidos por la creación y organización del mencionado "partido de la montaña". Sus intenciones de apoyarse en las dos últimas clases sociales atenienses (las más numerosas y las más desfavorecidas) no podían ser más evidentes. Poco después, alegando un supuesto atentado que había sufrido cuando iba en su carro desde la ciudad al campo, reclamó al pueblo en la Asamblea una escolta personal para defenderse de los ataques de sus enemigos políticos, y le fue permitido elegir un número de cincuenta guardaespaldas provistos de porras de madera. Con ellos intentó por primera vez un golpe de estado y en el 561-560 a.C. se apoderó de la Acrópolis, y acto seguido de la propia Atenas, donde contaba con numerosos partidarios. Rigió acertadamente la ciudad, sin alterar las formas constitucionales ni las leyes, pero antes de que lograse consolidar su dictadura los partidarios de Megacles y los de Licurgo (el partido "de la costa" y el "de la llanura") se pusieron de acuerdo y lograron expulsarlo de Atenas (555 a.C.).

Expulsado Pisístrato, que se refugió en la montaña, resurgieron de nuevo las discordias entre los dos partidos, hasta que finalmente Megacles -por su cuenta y riesgo- entró en negociaciones con Pisístrato y llegó a un acuerdo con él para repartirse entre ambos el poder, reforzando este pacto con el matrimonio de una hija de Megacles con el propio Pisístrato. El regreso de éste a Atenas (550 a.C.) fue preparado con cierta teatralidad, pues precedía a Pisístrato un carro conducido por la propia "diosa Atenea" en persona (una mujer alta y esbelta, de facciones andróginas, que iba vestida con casco, lanza y armadura completa de hoplita). El episodio es comentado por Heródoto en un tono bastante escéptico sobre la pretendida credulidad de los atenienses; el historiador nos transmite incluso el nombre real de esta mujer, Fía (que en griego significa "bien proporcionada", "hermosa"); otros lo han interpretado como una literaturización anecdótica de un acontecimiento real: la victoria de Pisístrato, contra los atenienses que se le oponían, en las cercanías del templo de Atenea Palénide (aunque este suceso ocurrió mucho después), y que habría hecho creer a todos que Atenea favorecía personalmente a Pisístrato.

El caso es que la alianza entre Pisístrato y Megacles duró poco tiempo. Pisístrato, que ya tenía dos hijos crecidos, no quería tener descendencia de una mujer de la manchada estirpe de los Alcmeónidas. Heródoto refiere que las relaciones sexuales que mantenía con la hija de Megacles eran "antinaturales", hasta que finalmente ella se lo contó a su madre y ésta a Megacles, que se sintió engañado y ultrajado. Temiendo la airada reacción de su suegro, Pisístrato se expatrió del Ática junto con su familia en el 549 a.C.

A partir de entonces, y durante los diez años que duró su exilio, Pisístrato y sus hijos se dedicaron a organizar y preparar cuidadosamente el definitivo asalto al poder. Reunió fondos de muchas ciudades griegas en las que tenía simpatizantes y amigos, y reclutó un grupo de mil mercenarios del Peloponeso, de Argos. Regresaron al Ática en el 539 a.C. y tomaron la población de Maratón, donde contaban con numerosos simpatizantes. Hacia este lugar empezaron a llegar sus partidarios desde Atenas y otros lugares, y desde allí inició la marcha sobre la capital.


El encuentro de las tropas de Pisístrato y las de sus adversarios tuvo lugar en las cercanías del santuario de Atenea situado en el demo o aldea de Palene. Acampados frente a frente los dos ejércitos, Pisístrato inició el ataque cuando los otros se encontraban almorzando al mediodía en su campamento, y los pusieron en fuga. La caballería de Pisístrato marchó detrás de los fugitivos anunciándoles que nada les ocurriría si conservaban la calma y se volvían cada cual a su casa. Y así ocurrió. De este modo se apoderó de Atenas. Los hijos de sus opositores que no habían podido huir fueron tomados como rehenes y conducidos a la isla de Naxo (anteriormente conquistada por él y gobernada por un aventurero al que el propio Pisístrato había ayudado a hacerse con el poder en la isla). La mayoría de los principales miembros de la familia de los Alcmeónidas habían huido de Atenas.


poyado por un gran contingente de mercenarios, y gracias a los recursos de las minas de plata del río Estrimón, en Tracia, cuya explotación había iniciado en la época de su exilio, consolidó su dictadura sin dificultad. Los arqueros escitas de su guardia personal ejercían la policía de la ciudad, es decir, la vigilancia de la pólis.

Para el gobierno interior de Atenas, Pisístrato se apoyó en la propia legislación vigente constituida años atrás por Solón. Mantuvo, pues, la legalidad, pero procurando que los elegidos para los cargos públicos fuesen afectos a su persona. Confiscó las tierras de sus enemigos muertos o desterrados y las repartió entre los seguidores de su partido, que eran principalmente los campesinos pobres que nunca habían sido propietarios. No empleó la represión para mantenerse en el poder, sino más bien la diplomacia y el tacto con las clases superiores y la demagogia con las inferiores. En su política exterior intentó mantener amistad y buenas relaciones con las ciudades-estado vecinas, sobre todo para evitar que sus enemigos políticos encontraran los mismos apoyos que él había encontrado durante su destierro. Mantuvo el control ateniense sobre las colonias griegas de las orillas del Helesponto, que eran vitales para asegurar el abastecimiento de la superpoblada Atenas con el trigo procedente del Mar Negro.

Atenas conoció una era de paz y de prosperidad económica. Las tierras, tras la reforma agraria, fueron dedicadas al monocultivo del olivo y de la vid, destinado a la exportación masiva del aceite y vino atenienses. Los campesinos pagaban un impuesto sobre los productos agrícolas, con el cual se instituyó un fondo de préstamos para los labradores. El propio Pisístrato hacía frecuentes visitas de inspección y creó unos jueces ambulantes que resolvieran los litigios de escasa cuantía, con objeto de que los campesinos no tuvieran que desplazarse hasta Atenas.

La industria ateniense incrementó su producción de cerámica decorada (la llamada cerámica "de figuras negras"), superior en calidad y belleza a la de las demás ciudades griegas, y pronto acaparó todos los mercados. La buena ley de la moneda de plata ateniense (con la cabeza de Atenea y el mochuelo simbólico de la diosa) contribuyó a dar un gran prestigio comercial a Atenas.

Protegió las artes, abrió la primera biblioteca pública en Atenas e hizo reunir y publicar las obras homéricas. No faltaron tampoco las grandiosas construcciones públicas, con las que la dictadura dió ocupación a la masa urbana de sus partidarios. Se construyó el templo de Atenea parthénos (="virgen"), el primer "Partenón", destruido luego por los persas, y también la columnata de acceso a la Acrópolis, la fuente "de los nueve caños" y otras construcciones. Se fomentó el culto local a la diosa Atenea, patrona y epónima de la ciudad, y se dió mayor esplendor a sus fiestas, las "Panateneas", en las cuales se daban recitaciones públicas de los poemas homéricos. Se instituyó oficialmente el culto al dios tracio Dioniso con la celebración de las grandes fiestas dionisíacas de primavera; en estas fiestas, como parte del ritual del culto, se representaron las primeras tragedias, núcleo principal del teatro griego. Atenas, bajo Pisístrato, comenzó a ser por entonces la capital "cultural" de toda la Hélade. A esta magnífica ciudad no le faltaba ya de nada, excepto una cosa: libertad política.

A la muerte del dictador, ya anciano, en el 527 a.C., el poder absoluto pasó a sus dos hijos, Hipias e Hiparco, que hubieron de hacer ciertas concesiones a las familias aristocráticas (así, algunos miembros de estas familias, incluida la de los Alcmeónidas, ocuparon los cargos de arconte en años sucesivos). De los dos Pisistrátidas, Hipias era al parecer el de mayor energía y capacidad política y mantuvo intacto durante más de diez años el poder heredado de su padre; Hiparco, por su parte, destacó como gran protector de las artes y las letras.

Pero en el año 514 a.C. un grupo de jóvenes aristócratas atenienses llevó a cabo una conspiración contra los tiranos, dirigida por Harmodio y Aristogitón. Al parecer, sólo pretendían vengar una ofensa personal originada en agravios y celos homosexuales. Hiparco fue asesinado por los conspiradores durante las fiestas Panateneas del mencionado año. Harmodio pereció también en el atentado y Aristogitón fue apresado y ejecutado poco después.


A partir de entonces, el pisistrátida superviviente, Hipias, endureció su dictadura y la hizo cada vez más impopular; pero el final de la tiranía estaba ya cerca. La ocasión fue la intervención espartana, motivada por la amistad de Hipias con la ciudad de Argos, la rival de Esparta. Un ejército espartano marchó por tierra contra Atenas en el año 510 a.C. ; Hipias, abandonado por los suyos, se refugió en la Acrópolis, pero hubo de rendirse y se exilió en Sigeo. Vista con cierta perspectiva, es evidente que la dictadura de Pisístrato había servido también -entre otras cosas- para conservar y fortalecer las conquistas políticas y sociales de la época de Solón y para llevarlas hasta tiempos más favorables para su perfeccionamiento. Y ese tiempo había llegado ya.


  la caída de la dictadura, quedaron enfrentadas dos fuerzas o partidos principales: el de los aristócratas (dirigido por Iságoras y apoyado por Esparta) y el de los Alcmeónidas (que ahora se presentaban como campeones de la lucha contra la tiranía y defensores de los derechos de las clases populares), dirigido por Clístenes, el hijo de Megacles, el antiguo rival de Pisístrato.

En el 508 a.C. Iságoras alcanzó el poder e hizo desterrar a Clístenes y a varios centenares de sus partidarios, intentando luego hacer aprobar por la Asamblea una serie de medidas pro-oligárquicas. Hubo un levantamiento general, e Iságoras y la guarnición espartana que le apoyaba tuvieron que refugiarse en la Acrópolis, de donde se les permitió salir hacia el destierro.

Siguió un periodo de luchas políticas que terminó en la elección de Clístenes al arcontado (507 a.C.). Las importantísimas reformas constitucionales emprendidas por Clístenes fueron las que pusieron en marcha un nuevo sistema político destinado a evitar que grupos o partidos pudiesen en lo sucesivo volver a instaurar la tiranía personal o el gobierno oligárquico de una clase sobre las demás. Se procedió a una nueva división territorial y administrativa del Ática basada en el demo o municipio, que a su vez fueron reunidos en tres zonas geográficas (urbana, costera e interior) y en varias circunscripciones, las cuales se agrupaban con los de otras zonas distintas para formar un distrito electoral (había diez en total). Cada uno de estos distritos era una unidad administrativa, y el objeto de su creación era anular la influencia aristocrática y de los partidos clasistas y lograr una mayor cohesión del pueblo. Cada distrito proporcionaba al ejército una falange de infantería al mando de un general electivo (llamado estratego) y un escuadrón de caballería. El Consejo de los Cuatrocientos fue aumentado hasta quinientos, que podían ser ciudadanos pertenecientes a cualquier clase social. Cada uno de los diez distritos elegía un grupo de cincuenta consejeros de entre los municipios que lo formaban; los grupos, que tenían un presidente, estaban al frente del Consejo por riguroso turno durante una parte del año. La Asamblea (que era convocada, al igual que el Consejo, por los presidentes de esos diez grupos) trataba siempre de asuntos discutidos previamente en el Consejo.

Se instituyó asimismo un procedimiento político llamado ostracismo, con objeto de evitar la amenaza de un poder personal excesivo por parte de alguien: cada año se planteaba en la Asamblea popular si había lugar para un ostracismo contra alguien; en caso afirmativo, cada ciudadano escribía en un trozo de cacharro o cascote de cerámica o en una concha marina ("óstrakon") el nombre del personaje que -a su juicio- parecía peligroso por sus ambiciones personales o su poder acumulado, aunque sólo fuera -como ocurrió alguna vez- por la anodina razón de que su nombre "sonaba demasiado en boca de todos". Si el personaje en cuestión figuraba en más de seis mil votos, tenía que partir obligatoriamente al exilio durante diez años, pero no perdía sus bienes y podía elegir el lugar de destierro.

Poco antes del 501 a.C. Esparta intentó por dos veces acabar con el nuevo sistema democrático de Atenas y restaurar la dictadura, pero los atenienses neutralizaron esos intentos, y Esparta, que no encontró apoyo entre sus aliados de la llamada Liga del Peloponeso, hubo de renunciar a su propósito. Faltaban todavía años decisivos para Atenas en ese siglo V a.C. que ahora comenzaba. Vendrían primero las invasiones persas, que conmocionaron a toda la Hélade y fueron para los atenienses y para todos los griegos el principal aglutinante de su conciencia nacional. Siguieron después nuevas luchas políticas internas en las que el nuevo sistema democrático iría perfeccionándose por obra de las propias circunstancias y bajo líderes populares de gran talla política (entre ellos Pericles, otro alcmeónida).

Se había creado una forma de gobierno nueva, un sistema de equilibrios políticos que superaba los defectos e inconvenientes de los regímenes anteriores (monarquía, oligarquía, tiranía). Es cierto que este sistema distaba mucho de ser perfecto. En realidad, sólo disponían de derecho a voto en la Asamblea apenas un veinte por ciento de la población total de Atenas, puesto que no votaban ni los esclavos, ni los extranjeros residentes (que eran muy numerosos), ni -por supuesto- las mujeres (con lo que de una población total del Ática que se estima en unos 200.000 habitantes, sólo tenían derecho a voto unos 40.000); por otro lado, el absentismo era grande: un campesino que tuviese que perder dos días en desplazarse hasta Atenas para votar, generalmente sólo acudiría para las votaciones muy importantes; tampoco los marinos de la numerosa flota de guerra ateniense pudieron ejercer muchas veces ese derecho, y a menudo se opusieron a las decisiones tomadas en su ausencia. Con todo, el modelo democrático ateniense fue el primer sistema político en la Historia que conseguía un cierto equilibrio de poderes con una participación efectiva del pueblo en las tareas políticas.

La originalidad de la civilización helénica (y en concreto de Atenas) no fue, es evidente, tan sólo política, pero sin duda lo político fue un factor esencial y determinante, en la medida en que permitió a los griegos alcanzar un desarrollo cultural más amplio que el de las civilizaciones de su entorno, de las que evidentemente recogió y asimiló numerosos elementos. En este sentido, las formas políticas abiertas (no las cerradas, que también las hubo, por ejemplo en Esparta) favorecieron la integración y asimilación de elementos culturales muy variados y sobre todo propició a la larga el propio "humanismo" de esta civilización y el asombroso despliegue de la racionalidad griega.

La democracia ateniense fue un desarrollo o evolución política concreta de una ciudad-estado concreta (Atenas) bajo unas circunstancias económicas y sociales concretas, más bien que un modelo completamente original o que un experimento político revolucionario. Los griegos de los siglos IX al VIII a.C. todavía no se diferenciaban mucho -culturalmente- de otros belicosos pueblos indoeuropeos de su entorno; pero las ciudades-estado griegas, incluso en sus etapas oligárquicas y pre-democráticas, eran ya muy distintas de otras ciudades-estado de otros pueblos coetáneos, pues a diferencia de aquellas el ciudadano griego participaba activamente en la vida política de su pólis, de su ciudad, fuera cual fuese el régimen político de ésta.

La originalidad histórica de cierto pueblo de Oriente Medio, los hebreos, había sido sin duda su concepción teológica monoteísta (con todas sus consecuencias culturales, políticas, sociales y religiosas posteriores, incluido el fenómeno posterior del Cristianismo). En Occidente, la originalidad de los romanos no fue exactamente la construcción de un imperio (ya había habido, como se sabe, varios imperios orientales anteriores, y de hecho el imperialismo militar parecía ser la consecuencia "lógica" de toda civilización en la plenitud de su desarrollo y expansión), sino que fue más bien la construcción de ese imperio -de ese Estado territorial extenso- sustentándolo en una sólida estructuración políticojurídica, en la que el Derecho romano era la base de la ciudadanía y también su límite.

La Acrópolis de Atenas

En los griegos, esa originalidad fue sin duda una visión del mundo estética y racional, que tenía al ser humano como centro, a la pólis como ámbito convivencial y existencial del hombre y de sus límites sociales, y a la racionalidad como centro del hombre. A estas tres originalidades de estos tres pueblos corresponden tres tipos representativos y genuinos propios: el profeta hebreo, el jurista romano y el filósofo griego.

Lo esencial de la pólis helena lo ha descrito J. Ortega y Gasset en una página magistral de La Rebelión de las masas (2ª,14, 6): "(los griegos) aportan al repertorio humano una gran innovación: la de construir una plaza pública y en torno a ella una ciudad cerrada al campo (...) La urbe o pólis comienza por ser un hueco: el foro, el ágora; y todo lo demás es pretexto para asegurar ese hueco, para delimitar su dintorno. La urbe no está hecha, como la cabaña o el domus, para cobijarse de la intemperie y engendrar, que son menesteres privados y familiares, sino para discutir sobre la cosa pública. (Con ello) la plaza es un pedazo de campo que se vuelve de espaldas al resto, que prescinde del resto y se opone a él, un ámbito aparte, puramente humano. Es el espacio civil (...)".

Del ágora o plaza pública, a la democracia, hubo todavía un largo trayecto, pero el espacio estaba ya abierto y no se cerraría. La plaza no era ya (como en las demás ciudades de Oriente) un simple espacio para el mercado o una amplia explanada alrededor de un templo; era algo más -y ésa es la verdadera originalidad griega, que los atenienses llevaron hasta sus últimas consecuencias-, era un espacio político.

Con la democracia, Atenas alcanzará también -a lo largo del siglo V a.C.- la preeminencia cultural, artística, económica, militar y política sobre gran parte de Grecia y se convertirá en la ciudad más asombrosa de su época, una ciudad y un estado capaces de inspirar al tragicógrafo ateniense Sófocles en su obra "Edipo en Colona" una descripción poética tan sugestiva como la que sigue:

"Has llegado, extranjero, al país de los hermosos caballos, mansión sin igual en la Tierra. Aquí, mejor que en ningún otro lugar, desgrana sus agudos trinos el canoro ruiseñor, de color de vino, huésped eterno del fondo de los verdes valles, oculto en la sombría hiedra o entre la densa fronda cargada de maravilloso fruto y donde no penetran ni los rayos del Sol ni el soplo de los vientos en las tempestades. Aquí es donde el báquico Dioniso gusta de andar vagando, en medio de las ninfas que lo criaron. Aquí, día tras día, impregnado de celeste rocío, florece como arracimado el narciso, antigua corona de dos grandes diosas, y también el dorado azafrán. Jamás se duermen las copiosas fuentes del Cefiso, que corren y serpentean por sus praderas, fecundando cada día con sus límpidas aguas las tierras de sinuoso seno. Ni los coros de las Musas han huido jamás de este país, ni tampoco Afrodita, la de las riendas de oro.
Hay aquí un árbol del que nunca oí decir que germinase otro igual ni en tierras de Asia ni en la isla dórica de Pélope
(=la subpenínsula del Peloponeso), un árbol que nunca envejece, que nace espontáneamente y es el terror de las lanzas enemigas; en efecto, aquí crece maravillosamente el olivo, de pálidas hojas, protector de la infancia. Los jefes enemigos, jóvenes o viejos, no lo destruirán jamás, porque velan sobre él, con ojos siempre despiertos, Zeus y su hija Atenea, la diosa de los ojos brillantes.
Otra gloria más he de recordar, el más bello blasón de nuestra patria; un dios nos la dió y ella constituye el supremo orgullo de este país: sus vigorosos corceles
(= los navíos atenienses, como corceles del mar), de raza augusta, y su poder sobre el mar. ¡Oh hijo de Cronos, ya que eres tú el que has elevado a Atenas a este grado de gloria, rey Poseidón, pues tú el primero sujetaste los caballos con el freno que los domina! Y también gracias al remo ágil, adaptado a las manos de los marineros, hace que la nave, brincando sobre el oleaje, vuele en pos de las Nereidas de cien pies."

Por último, tenemos otro descriptivo elogio literario, más breve y en prosa, pero no menos propagandístico (conservado como parte de un discurso político en la obra del historiador Tucídides), en el que el propio estadista ateniense Pericles resume los caracteres básicos del sistema democrático de Atenas:

"Nuestra forma de gobierno nada tiene que envidiar a las instituciones de los pueblos vecinos, porque somos más modelo que imitadores de otros. Su nombre es demo-cracia, porque el gobierno no está en manos de unos pocos, sino de la mayoría. La ley es igual para todos en los intereses particulares; y no por razón de su clase, sino por su mérito personal, es preferido el ciudadano para las funciones públicas, como tampoco por pobreza, pues si uno puede hacer algún servicio al Estado no le es impedimento su oscura condición social. La libertad es nuestra norma de gobierno en la vida política... Por respeto cumplimos con exactitud las disposiciones públicas obedeciendo siempre a las autoridades y a las leyes, y sobretodo a las establecidas en beneficio de los que sufren la injusticia y a las no escritas cuya transgresión trae el menosprecio general".

La Acrópolis de Atenas
Tetradracma ática
Aristócrata ateniense
Muchacha ateniense
Orador en la Asamblea
Democracia ateniense
Botón subir
 
 
 
greca romana