La historicidad de los relatos biblicos

(1) LA DIFÍCIL HISTORICIDAD DE ALGUNOS RELATOS BÍBLICOS

El propio carácter religioso, dogmático y conceptual (en una palabra: "sagrado") de los libros que forman esa magnífica "enciclopedia hebraica" que se ha dado en llamar "la Biblia", ha dificultado no poco los estudios históricos, filológicos, antropológicos y literarios de dichos textos. Con todo, hoy tenemos ya una perspectiva histórica e intelectual más que suficiente para intentar abordar la cuestión de la manera más objetiva posible. Que la Biblia sea para los creyentes (judíos y cristianos, principalmente) un conjunto de textos "revelados", no es en absoluto incompatible con el hecho de que los diversos libros que la componen sean obra de autores asimismo diversos y posean una cronología y una historicidad más o menos determinada, tal y como ponen de manifiesto la crítica textual y los estudios históricos y estilísticos de los mismos.

Querub asirio

Tradicionalmente (y siguiendo una tradición rabínica muy antigua) los cinco primeros libros que componen la Biblia y que forman lo que la cultura cristiana denomina "Pentateuco" y la judía "Toráh" (Ley) se han venido atribuyendo nada menos que a Moisés, el fundador y reformador de la religión judía monoteísta. Del mismo modo, buena parte de los cánticos religioso-poéticos recogidos en el libro de los Salmos se han atribuido al rey hebreo David, y algunos de los libros llamados sapienciales a su hijo, el rey Salomón.

Naturalmente, como era de esperar, el análisis estilístico y compositivo ha puesto de manifiesto que, en el caso concreto de los libros del Pentateuco, existen varios autores, varias formas de narrar y varios estilos literarios distintos. Así, por ejemplo, el libro del Génesis parece ser obra de por lo menos dos autores diferentes, que nada parecen tener que ver con los autores de los demás libros. Y no se trata tan sólo de que probablemente en época de Moisés los hebreos aún no conocieran la escritura. En realidad, los nombres de "Moisés", "David" o "Salomón" (aparte de la indudable realidad histórica de estos personajes) son aquí meros nombres literarios referenciales que la tradición hebrea ha asignado a unas obras básicamente colectivas y anónimas, aunque tampoco deba excluirse en absoluto la posibilidad de que esos personajes históricos puedan haber tenido alguna participación, directa o indirecta, en tales obras (en el caso de Moisés no parece muy verosímil su participación directa en la primitiva codificación escrita del derecho penal hebreo, pero sí que podría serlo su influencia tradicional oral en los sacerdotes y legisladores hebreos posteriores que lo redactaron y codificaron).

Los textos bíblicos, en efecto, fueron redactados en diversas épocas (a partir del establecimiento de la monarquía israelita, los más antiguos), pero es evidente que en muchos casos refunden relatos orales y tradiciones colectivas muy anteriores. Son en cierto modo obras literarias "de todo un pueblo", y al menos en este sentido sí que pueden considerarse reveladas o "inspiradas" (la buena literatura siempre lo es). Los libros de la Biblia constituyen la historia escrita del pueblo judío antiguo, pero reflejan asimismo sus concepciones religiosas, culturales y antropológicas, sus mitos y sus leyendas, sus cuentos y relatos populares, sus proverbios morales, su poesía y su literatura, todo ello seleccionado en función sobre todo de sus valores religiosos. Por ello, en orden a determinar su grado de historicidad, es necesario primero diferenciar claramente los relatos míticos, los relatos legendarios y los relatos propiamente históricos (aunque también los dos primeros -el mito y la leyenda heroica- constituyen en sí mismos formas pre-literarias de narrar, conservar y transmitir la Historia).


Babilonia (recreación)

La mitología de los antiguos hebreos

Los relatos del libro del Génesis, a poco que se consideren de manera desapasionada y objetiva, en casi nada se diferencian -literariamente- de los de otras mitologías de pueblos antiguos: mitos de la creación y cosmogonías diversas, mitos de la "edad de oro", época de los gigantes, recuerdos mitológicos de la transición de la vida ganadera y nómada a la vida agrícola y sedentaria, o de la edad de los metales a las primeras civilizaciones urbanas. Sus conexiones con las mitologías de otros pueblos semitas de su entorno (babilonios, asirios, etc) son además muy evidentes en bastantes casos. El relato mítico del Paraíso Terrenal, por ejemplo, no es sino la reelaboración hebrea de un antiquísimo mito mesopotámico del que conocemos también las versiones asiria y babilónica ("Poema de Gilgamés"): en éstas, el protagonista, Enkidu-Gilgamés (el Adán mesopotámico), es un hombre completamente ingenuo que vive en estado semisalvaje y que sólo "despierta" a la realidad después de haber pasado varios días y noches en compañía de una prostituta (!); posteriormente Gilgamés, tras la muerte de su amigo y alter-ego Enkidu, parte en busca de la planta de la inmortalidad (el "árbol de la vida" en el texto bíblico) y consigue encontrarla, pero en el camino de regreso una serpiente se la arrebata para siempre. Mayores son aun las similitudes entre el relato bíblico del Diluvio y la versión mesopotámica del mismo (conservada también, como el "Poema de Gilgamés", en las tablillas de arcilla cocida que formaban la "biblioteca de palacio" de los reyes asirios); esta versión asiriobabilónica contiene un relato del Diluvio Universal bastante más animado y elaborado que el bíblico, y sin duda ambos proceden de un prototipo literario común mucho más antiguo, pues la base literaria del relato parece que se remonta a un mito sumerio precedente.

Pero el mito del Diluvio, como otros muchos, es un mito de carácter universal, y podemos encontrarlo en pueblos y culturas muy diferentes y muy distantes entre sí en el espacio o en el tiempo (por ejemplo en las mitologías de los indios americanos precolombinos, en determinados relatos mitológicos africanos, en los mitos cosmogónicos de la antigua Grecia, etc), lo cual no debe llevar a pensar -en una racionalización tan simple como apresurada- que en efecto tal "Diluvio" haya tenido lugar alguna vez (en el caso del Diluvio bíblico no faltan interpretaciones racionalizantes que lo consideran como el "recuerdo o reflejo mítico" de alguna gran inundación o desbordamiento de los ríos Éufrates y Tigris), pues más bien debe pensarse que las distintas versiones de los diferentes pueblos repiten no ya un prototipo común, sino un mismo arquetipo mental universal (con un contenido psicológico y simbólico, con un "mensaje", de validez general para todos los pueblos, para todas las mentalidades y para todas las épocas), un mensaje que cada cultura reproduce y elabora con la forma literaria más adecuada a sus propios parámetros antropológicos y culturales. La teoría de los arquetipos procede, como es sabido, de la psicología analítica contemporánea (escuela de Jung) y constituye un paradigma o modelo explicativo general de mucho rendimiento en el análisis de fenómenos antropológicos diversos (historia de las religiones, mitología comparada, motivos literarios universales, etc). Los arquetipos vienen a ser, según esta productiva teoría junguiana, las "preformaciones mentales" de la psique humana, que reproducen y configuran un mismo género o tipo general de representaciones simbólicas (literarias, mitológicas, etc); y es precisamente ese carácter común y universal lo que determina las similitudes básicas (arquetípicas) de los símbolos y motivos religiosos, mitológicos, literarios, etc, pertenecientes a culturas sin ningún contacto histórico entre sí (aunque en otros casos de proximidad o afinidad cultural las representaciones arquetípicas básicas puedan configurarse también conforme a prototipos específicos de procedencia cultural común, asimismo de base arquetípica originaria).

No hay que dejar de lado tampoco que las "explicaciones" mitológicas (metafóricas) pueden ser también a veces mucho más completas, más amplias y más profundas (e incluso más válidas, puesto que no sólo se dirigen a la razón lógica, sino a la totalidad de la psique, incluida su parte irracional o inconsciente) que las explicaciones meramente científicas y conceptuales. Y es que esta clase de metáforas mitológicas son ante todo formas literarias y "plásticas" para expresar verdades psicológicas por sí mismas conceptualmente inexpresables.

Sobre el referido Diluvio Universal pueden darse otras muchas "explicaciones racionalizadas", y nunca podremos quedarnos con una definitiva. Otros mitos bíblicos (la destrucción de Sodoma y Gomorra, p.e.) representan la versión hebrea de unas "ideas arquetípicas" expresadas también en otros muchos mitos de otras culturas, sin que por ello tengamos que pensar en que unas versiones derivan de otras, sino más bien en la recurrencia de "experiencias o pensamientos" de carácter arquetípico y universal (aunque en el caso de la Sodoma y Gomorra bíblicas tampoco deba desecharse la remota posibilidad de que reflejen también el recuerdo mitificado de alguna catástrofe natural que en tiempos muy antiguos afectase a algunas de las aldeas de los alrededores del Mar Muerto).

Otro ejemplo de esta reproducción universal de unos mismos esquemas arquetípicos en las mitologías de todos los pueblos y culturas (sin relación directa entre sí) lo constituye el mito de los gigantes, que encontramos en todas las mitologías antiguas. En el libro del Génesis (6,4) se les denomina nephilim y en otros pasajes bíblicos se les atribuyen incluso las construcciones megalíticas prehistóricas de Palestina. De estos gigantes se dice, por ejemplo, que "nacieron de la unión de los hijos de Dios con las hijas de los hombres", y que "ellos son los famosos héroes de los tiempos antiguos", en clara referencia a los héroes de la antigua mitología semítica (entre ellos el Gilgamés mesopotámico, el relato de cuyas hazañas estuvo muy difundido por todo Oriente Medio y llegó a ser un verdadero "best seller" de la época).

Cananeos emigrantes en Egipto

En realidad, en los textos bíblicos hebreos son patentes muchas veces los esfuerzos por reelaborar y readaptar a la nueva religión introducida por Moisés los viejos mitos que los hebreos compartían con otros pueblos semitas (babilonios, asirios, arameos, fenicios, cananeos, árabes y otros). Incluso el antropomorfismo del dios hebreo Yahwéh-Elohim (originariamente, al parecer, una divinidad puramente tribal de los hebreos, como lo era el Asur de los asirios o el Bel de los babilonios) ha de ser entendido también como una metaforización mitológica, literaria y teológica de la propia idea de una "divinidad suprema", que por sí misma desborda cualquier esquema de comprensión lógica o de explicación conceptual. El dios hebreo (que desde la reforma religiosa, moral y jurídica de Moisés se convirtió en el "único Dios") es un dios mitológico semejante al de otras muchas concepciones mitológicas de otros pueblos, explicado a la medida de la mentalidad y de la comprensión mental de los hombres de una determinada época: un dios "padre" o creador de todo, que se alegra, se irrita, premia y castiga a los insignificantes humanos mortales según la conducta de éstos para con él, un dios que a veces se manifiesta directamente a sus elegidos, y otras veces se comunica con ellos mediante sueños o señales o por medio de enviados (originariamente los querubim, genios alados característicos de la mitología semítica, más tarde transformados en ángeles con forma humana).

Parece muy probable, en efecto, que en época de Abraham las tribus nómadas proto-hebreas no poseían aún las ideas religiosas monoteístas que luego les caracterizaron. La religión monoteísta es seguramente posterior, pero no cabe duda de que readaptó creencias, costumbres morales y prácticas religiosorrituales muy anteriores, del mismo modo que la propia historia religiosa de los antiguos hebreos fue "reescrita" también posteriormente desde una retrospectiva monoteísta y sacerdotal. El mismo Abraham (que se supone que vivió poco más o menos en la época del rey Hammurabi de Babilonia) no parece haber sido más que un poderoso jeque de tribus nómadas que se separó de un tronco semítico asentado primeramente en la baja Mesopotamia y que emigró con su gente (los futuros hebreos y otros antecesores de otros pueblos afines) a la tierra de los cananeos, pueblo de lengua también semita y con cultura propia, instalado como agricultor desde muchos siglos atrás en aquel pequeño país áspero y fértil. Las alusiones sobre los sacrificios humanos infantiles practicados en la tierra de Canaán y sobre las relajadas costumbres de los cananeos tienen su reflejo mítico en los relatos del sacrificio de Isaac, el hijo primogénito de Abraham,y de la destrucción de Sodoma y Gomorra (ciudades cananeas supuestamente ubicadas junto al Mar Muerto). Toda esta parte del Génesis abunda en relatos de tipo causalista o etiológico (el relato de la mujer de Lot, el sobrino de Abraham, convertida en estatua de sal, p.e., podría representar -entre otras muchas cosas- la literaturización fabulística y popular de una "causalidad" sugerida tal vez por algunas de las curiosas formaciones rocosas de aspecto antropomorfo de las salinas del Mar Muerto; y así otros muchos casos). Muy frecuentes son asimismo las genealogías típicamente beduínas (y características de los pueblos nómadas en general) que establecen el parentesco más o menos convencional de los protagonistas del relato con las grandes figuras legendarias progenitoras de la tribu, relacionándolas entre sí mediante artificiales cronologías increíblemente elásticas. Y especialmente interesante y curiosa es también la tabla genealógica de Génesis,10 (sobre los orígenes genealógicos de todos los pueblos conocidos por los antiguos hebreos), que constituye uno de los documentos etnográficos generales más valiosos que nos ha legado la Antigüedad.

Placa de caliza con inscripciones cuneiformes y los nombres genealógicos de una familia real sumeria (Museo del Louvre. París)

El libro del Génesis termina con la historia de José y sus hermanos y con el relato de la emigración de los hebreos (o mejor, proto-hebreos) a Egipto. El asentamiento pacífico de verdaderas "colonias" de diversos grupos semitas en el delta del Nilo está bien documentado históricamente en las fuentes egipcias, y el hecho de que algunos individuos de estos "pueblos pastores" llegaran incluso a alcanzar altos cargos en el gobierno y en la administración egipcias no es tampoco nada improbable, habida cuenta de que en esta época gobernaba en Egipto una dinastía de reyes semitas (los "hicsos",que habían invadido y ocupado el norte del país hacia el 1600 a.C.). En cualquier caso, la historia de José tiene también una contextura literaria muy cercana a la leyenda heroica y sobre todo al cuento popular.


La religión monoteísta, el éxodo y el asentamiento definitivo en Palestina

La estancia de algunos grupos protohebreos en Egipto fue larga y tuvo sin duda importantes altibajos (pasando de ser emigrantes más o menos acomodados a estar luego en una situación muy cercana a la servidumbre). Cuando los últimos reyes hicsos fueron expulsados por los egipcios, la situación de los pueblos semitas allí establecidos debió de empeorar bastante.

Plañideras (tumba del visir Ramose)

Por otro lado, en Egipto ocurrieron acontecimientos internos de gran trascendencia. Hacia 1370 se produce en el país una "revolución" religiosa sin precedentes. El nuevo faraón Amenofis IV, de la XVIII dinastía, apoyado en ciertos sectores del ejército y de la administración opuestos a la prepotente casta sacerdotal, y secundado sobre todo por su propia madre, la intrigante Tiya, y por su principal esposa, la bella Nefertiti, inicia una importantísima reforma religiosa basada en el culto a un solo Dios (Atón, una antigua divinidad egipcia de carácter local representada simbólicamente por el disco solar).El faraón "hereje" toma el nombre de Akhenatón ("el amado de Atón") y edifica una nueva capital al norte de Tebas, Akhetatón ("el horizonte de Atón"), donde se instala con su familia, sus tropas de élite y su corte de funcionarios.

La nueva religión era sobretodo una concepción ético-religiosa personal del propio faraón, de carácter universalista, idealista y humanitarista, en la que se prescindía de las formas tradicionales de culto y de los complejos rituales religiosos y se intentaba restaurar una cierta pureza y autenticidad en el culto y una libertad moral completa en las relaciones con la divinidad, con un sentimiento religioso que buscaba también su expresión en el arte y en la literatura (de hecho las artes plásticas conocieron por entonces una renovación como nunca había conocido el arte egipcio).

Nefertiti (busto  policromado)

Esta revolución religiosa (que se desarrolló entre la hostil oposición del clero egipcio y la total indiferencia del pueblo, muy apegado a sus creencias politeístas y a sus supersticiones tradicionales) se mantuvo solamente durante el tiempo en que reinó el iluminado faraón (c.1372-1354 a.C.). El pacifismo de Akhenatón, y su desinterés por mantener militarmente la hegemonía egipcia en los países vecinos, puso a Egipto, la primera potencia de la época, en una situación militar delicada. A la muerte del faraón le sucedió uno de sus jóvenes yernos, Tutankhamón, que pronto fue captado por los poderosos sacerdotes y comenzó bajo su influencia la tarea de erradicar la herejía (en realidad, la sucesión inmediata de Akhenatón es una cuestión bastante controvertida entre los historiadores: parece ser que en principio le sucedió uno de sus yernos, o tal vez su viuda principal, Nefertiti, y posteriormente el referido Tutankhatón o Tutankhamón, yerno y quizá también hijo del propio Akhenatón y de otra de sus esposas; pero el sucesor inmediato llevaba el nombre de Nefer-neferu-aton, "la belleza de las bellezas de Atón", y tanto podría corresponder a un varón como a una mujer). La capital atoniana fue abandonada y los seguidores de la nueva religión se vieron aislados primero y perseguidos después. El joven faraón Tutankhamón murió pronto, siendo sucedido por Aya, visir y suegro de Akhenatón, y finalmente un antiguo general de Akhenatón, Horemheb, se hizo con el poder real, restableció la autoridad en el país y persiguió también la herejía monoteísta. Sus sucesores, Ramsés I (que inaugura una nueva dinastía, la XIX), Sethi I (1312-1301) y sobre todo Ramsés II (1301-1235) erradicaron los últimos restos de la religión atoniana.

Escena de un banquete egipcio

Pero la semilla de esa nueva religión monoteísta parece ser que no se perdió del todo, pues es muy posible que fuera recogida precisamente en una de las clases sociales más marginadas de Egipto: la colectividad más numerosa de extranjeros de origen semita que aún quedaban en el país (los hebreos o habiru, como se les llama en algunos documentos diplomáticos que los reyes cananeos vasallos enviaron al faraón Akhenatón informándole sobre ciertos grupos seminómadas conflictivos que también vivían en la montaña, en el desierto y en los alrededores de las ciudades cananeas).

Surge entonces una figura decisiva: Moisés. Los textos bíblicos, tejiendo una biografía de abundantes elementos semilegendarios, lo hacen de ascendencia hebrea, aunque criado y educado en la corte egipcia. La crítica historiográfica moderna más perspicaz da por seguro que Moisés era un egipcio de alto linaje (el nombre, Mosés, es egipcio, no hebreo), emparentado con la propia familia real, pues el texto bíblico, implícitamente, le presupone "hijo" de una princesa egipcia y le presenta después tratando con gran familiaridad al faraón. Que este personaje era un seguidor de la religión monoteísta atoniana parece bastante probable, pues incluso tuvo que exiliarse de la corte. Que encontró numerosos adeptos y seguidores dentro del grupo de semitas o hapiru marginales asentados en el Delta del Nilo, entra asimismo dentro de lo posible, pues de hecho fue Moisés el verdadero creador de la religión monoteísta hebrea, una religión que posteriormente, salvo la creencia en un único Dios no representable en imágenes y algunas concepciones éticorreligiosas de fondo, poco tenía que ver ya con la originaria religión de Akhenatón (acaso uno de los nombres bíblicos de Dios, Adonai, podría estar relacionado con el nombre del dios egipcio Atón, al igual que el fenicio Adonis, "el Señor"). Sin embargo, la posibilidad de que el monoteísmo atoniano se hubiese basado a su vez en las supuestas creencias monoteístas de esos protohebreos de Egipto tampoco puede desestimarse completamente, dado que la cronología de esos sucesos bíblicos es muy dudosa; pero lo más probable es que la religión atoniana fuese anterior e influyese tan sólo como un esquema ético y como un esquema formal de monoteísmo que sirvió de catalizador y sincretizador de las propias concepciones teológicas hebreas tribales y tradicionales, orientándolas en una dirección exclusivamente monoteísta. En realidad, la reforma de Moisés y de sus sucesores fue sobre todo de carácter moral, jurídico y sacerdotal, recogiendo muchas de las creencias, costumbres, ritos y tradiciones de los hapiru o protohebreos de Palestina y de su antiguo Derecho civil y penal (muy influido por el babilonio); posteriormente, la casta sacerdotal judía (bajo cuya directa supervisión se escribieron todos los relatos bíblicos) fue la que codificó, reelaboró y ritualizó a su antojo y conveniencia tanto las prácticas religiosas como los contenidos teológicos de la religión mosaica; y así, la originaria ética monoteísta atoniana pudo transformarse en una rígida moral religiosa y dogmática, adaptada a las exigencias, necesidades e idiosincrasia particular de un pequeño pueblo seminómada de origen semita.

Derrota naval de los filisteos ante los egipcios

La cronología bíblica de los sucesos de Egipto es, como se ha dicho, muy difícil de establecer con exactitud. Pero parece muy probable que todos estos acontecimientos previos a la emigración de los hebreos tuvieron lugar entre la muerte de Akhenatón (h.1354 a.C.) y el ascenso al trono de Egipto del faraón Ramsés II (1279 a.C.). En efecto, este faraón (uno de los más importantes de la historia egipcia), además de perseguir implacablemente los últimos restos de la herejía atoniana, llevó a cabo una política de grandes construcciones arquitectónicas (el libro bíblico del Éxodo menciona a los hebreos como principal "mano de obra" de estas construcciones y alude a la ciudad militar de Ramasés o Ra-mosés, edificada precisamente en el reinado de Ramsés II).

Filisteos (según un bajorrelieve egipcio)

Por lo demás, el relato bíblico narra de forma metafóricoliteraria unos hechos históricos muy antiguos que fueron tradicionalmente conservados en la memoria colectiva hebrea hasta la época en que se pusieron por escrito (en tiempos de la monarquía israelita, es decir, muy lejos ya, cronológicamente, de los acontecimientos que se narran). En este contexto es donde hay que entender determinadas metáforas utilizadas en el relato. Por ejemplo las "plagas" que se dice que sufrieron los egipcios por no dejar marchar al pueblo hebreo. Algunas de estas "plagas", en efecto, son reflejo de acontecimientos esporádicos bien conocidos en el país del Nilo: desde las plagas de mosquitos, tábanos y langostas hasta las aguas convertidas en "sangre" (el llamado "Nilo rojo", fase anual de la crecida del río que arrastra un limo rojizo procedente de las tierras etiópicas); tampoco tenían por sí mismas nada de "milagroso" las epizootias o enfermedades del ganado, ni siquiera esa grave enfermedad contagiosa que parece que diezmó a la población egipcia (tal vez alguna enfermedad de transmisión sexual originada en la propia comunidad hebrea, que por alguna razón era inmune a ella). Con todo, la imagen bíblica del "ángel de la muerte", entrando en las casas no marcadas con sangre de cordero en sus puertas y dinteles, sugiere también la matanza o exterminio premeditado de todos aquellos individuos pertenecientes a familias o subfracciones tribales hebreas que se oponían a la emigración y a la salida de Egipto.

Los diversos episodios de la larga marcha por el desierto del Sinaí son también, dado su carácter simbólico-literario, de fácil racionalización; así, por ejemplo, los "cuarenta años" que duró esta vida nómada (también simbólicos, pues seguramente fueron bastantes más), o el famoso "maná", que constituyó una de las bases alimenticias de estos nómadas (y para el que se han buscado algunas explicaciones botánicas más o menos aceptables), o las bandadas de codornices migratorias (y la facilidad para capturarlas cuando algunas de ellas, extenuadas por el largo viaje, han caído agotadas en tierra). Más evidente resulta aun la explicación de la "columna de humo" (=polvo) y la "columna de fuego" (=antorchas) que durante el día y durante la noche, respectivamente, iban guiando al pueblo por el desierto (evidentemente un grupo de avanzadilla o de exploradores destacados que precedía al grueso de las tribus).

Incluso el famoso episodio del paso del Mar Rojo (en el que el dios hebreo separó milagrosamente las aguas cuando pasaron los israelitas y volvió a juntarlas en el momento en que el ejército egipcio perseguidor se lanzó tras ellos) puede tener también su propia explicación racional e histórica (más allá de que pueda referirse también al paso de alguno de los canales del Delta del Nilo o de alguno de los desecados wadis del llamado "Torrente de Egipto", en la península del Sinaí). En efecto, su carácter simbólico es bien patente si se considera que el episodio del "paso del Mar Rojo" acaso pudiera constituir la descripción poética, subliminal y metafórica de una gran batalla, una batalla de envolvimiento o una emboscada, que es lo que parece sugerir esa imagen de separarse y juntarse las aguas, una batalla en la que el ejército egipcio habría sufrido importantes pérdidas (aunque es bastante inverosímil que fueran los hebreos por sí solos los que derrotaron a los egipcios).

Asirios (escena de caza)

El caso es que, por esa época (hacia 1274 a.C.), tuvo lugar una importante batalla históricamente bien documentada que parece ajustarse bastante al literaturizado y mitificado relato del texto bíblico. Se trata de la batalla de Kadesh, ocurrida en tierras de Siria, en el valle del río Orontes. Los hititas, tradicionales enemigos de los egipcios, organizaron una coalición militar de diversos pueblos contra Egipto. Ramsés II, en la primavera del quinto año de su reinado, avanzó con su ejército de 20.000 hombres sobre la ciudad de Kadesh. Este ejército, además de mercenarios libios, nubios y egeos, estaba integrado por cuatro divisiones egipcias (designadas, según era costumbre, con los nombres de cuatro divinidades egipcias: Amón, Ra, Ptah y Sutekh). Noticias falsas difundidas por los beduínos hicieron creer a los egipcios que los hititas habían abandonado Kadesh y se habían retirado hacia el norte. Ramsés se adelantó con los mercenarios egeos y la división Amón; cruzó el río y se dirigió hacia el noroeste de Kadesh, con la idea de conquistarla fácilmente. El grueso de su ejército quedaba atrás; la división Ra, la más cercana, estaba aún al otro lado del río. Pero los hititas y sus aliados se habían ocultado detrás de la ciudad de Kadesh con un fuerte destacamento de carros de guerra y permanecían informados de los movimientos de los egipcios gracias a un eficaz servicio de informadores y de espías. Cuando Ramsés se dió cuenta de la estratagema ya no pudo volverse atrás. Envió recado a las otras divisiones para que viniesen en su auxilio lo más rápidamente posible y se dispuso a resistir. Sus tropas fueron atacadas de flanco por los hititas y partidas en dos, y la división Ra fue sorprendida cuando atravesaba el río Orontes y sufrió una espantosa carnicería. El propio valor personal del faraón, que resistió con su guardia personal hasta que llegaron los demás refuerzos, evitó un desastre completo. Afortunadamente para él, los enemigos -ocupados en saquear el campamento egipcio- perdieron el ímpetu inicial y dieron lugar a que un cuerpo de avanzada de la división Ptah se uniese a las mermadas tropas de Ramsés, reforzándolas. La llegada de las otras divisiones egipcias equilibró la situación y los hititas pidieron una tregua, que el faraón -naturalmente- aceptó. Las pérdidas habían sido muy grandes por ambas partes, pero la victoria moral correspondió más bien a los hititas, pues los egipcios hubieron de retirarse sin haber tomado Kadesh, su objetivo principal. Las consecuencias directas de esta batalla (que debió de dejar una profunda impresión en la memoria colectiva de los "beduínos" hebreos que participaron en ella como informadores y auxiliares de los hititas) fueron la pérdida de la influencia egipcia en Siria y Palestina y un posterior tratado de paz concertado entre el emperador hitita y el faraón egipcio.

Existen, por tanto, algunos puntos históricos seguros para intentar esbozar una cronología aproximativa y provisional sobre estos sucesos del libro del Éxodo. Así, por ejemplo, la correspondencia diplomática de algunos reyes cananeos con el faraón Akhenatón mencionaba ya -como se ha dicho- a ciertas bandas de nómadas del desierto (a los que se denomina hipar o habiru, es decir, "hebreos") que hacían incursiones de pillaje por Palestina, usando como bases de partida el desierto del Sinaí y probablemente también el norte de Egipto (de ahí que los gobernadores cananeos, entre ellos el de Urusalim o Jerusalen, pidieran auxilio al faraón hereje). En realidad, este nombre de habiru (=hebreos) es el mismo que con carácter genérico aparece en el libro del Génesis (10,21) referido a los antepasados de los hebreos históricos y de otros nómadas semitas afines: los beni Heber o "hijos de Heber", aunque se trata de un nombre colectivo, no exclusivo de los israelitas. Ahora bien, ello no significa necesariamente que haya que adelantar el "éxodo" y la conquista de Palestina por los hebreos a los tiempos del reinado de Akhenatón (en que sin duda esos habiru tuvieron una gran libertad de movimientos). Pero no hay duda de que con los faraones posteriores de la dinastía XIX (como con los anteriores al propio Akhenatón) estos seminómadas se vieron muy constreñidos en su movilidad. Cuando la estela conmemorativa del faraón Meneptah mencionaba a "Israel" entre los pueblos de Palestina vencidos por él en una de sus campañas (año 1223 a.C.), los hebreos debían de llevar ya varias décadas de infiltración y asentamiento en el país de los cananeos; durante ese tiempo los grupos de "hebreos marginales" procedentes del Sinaí y del Delta (quizá principalmente las tribus originarias de José y Ben-Jamín, procedentes de los aculturizados grupos marginales egipciosemitas que habían adoptado una versión del monoteísmo atoniano) se fusionarían y unificarían con los "hebreos residuales" que ya vivían en el país cananeo divididos en una decena de tribus, en una unión que sería primero geográfica y militar y después cultural (religiosa) y política.

El asentamiento de las tribus hebreas en el país de los cananeos es narrado sobretodo en el libro de Josué, que reelabora los acontecimientos históricos entretejiéndolos con numerosos elementos legendarios y heroicos. Gran parte del país fue dominado por los hebreos después de una serie de guerras contra diversas coaliciones de los reyes cananeos del norte y del mediodía. Junto a los cananeos (de lengua y origen semita, como los propios hebreos) los textos bíblicos mencionan también a una minoritaria raza de "hombres gigantes" (los enaqim, o los "hijos de Enac"), que nada tienen que ver con los míticos gigantes mencionados en el libro del Génesis, sino que se refieren a individuos de antiguas poblaciones precananeas pertenecientes a una raza de alta estatura (cromañoides palestinenses) cuyos rasgos corporales más característicos debían de ser bastante afines a los de algunas poblaciones nilóticas y africanas camíticas (dolicocéfalos, de cuerpo grácil y esbelto y tronco alargado, aunque no de piel negroide). Estos individuos debieron de impresionar bastante al principio a los pequeños hebreos invasores (Éxodo, 13,28), pero pronto aprendieron a perderles el miedo cuando vieron que estos hombres tan altos eran también de movimientos retardados y lentos, y los hebreos les daban caza fácilmente allí donde los encontraban ("No quedó un enaqim en todo el territorio de los hijos de Israel; sólo quedaron algunos en Gaza, en Gat y en Azoto",Josué 11,21-22). Precisamente en lo que sería luego el territorio filisteo, todavía existían en tiempos históricos algunos descendientes de estos "gigantes" (como es el caso del famoso Goliath de Gat, mencionado en el libro I de Samuel).

A estas guerras siguió el reparto, distribución y organización del territorio entre las tribus hebreas, y ni siquiera faltaron tampoco las luchas tribales fratricidas entre ellos: el libro de los Jueces se cierra con un escabroso relato que tiene la estructura y forma de un cuento popular y que hace referencia a la lucha de las demás tribus hebreas contra la tribu de Benjamín, que casi fue aniquilada por completo.

En este libro de los "Jueces" (sophetim, nombre de los caudillos o jefes militares provisionales que impartían justicia al pueblo), y en los dos libros de Samuel, puede verse todavía ese estadio fuertemente tribal en el que vivían los hebreos, así como las continuas luchas contra enemigos diversos: cananeos, arameos o sirios, tribus arábigas (designadas con diversos nombres: amalecitas, madianitas, etc) y finalmente los filisteos. Las figuras de estos jueces hebreos (entre los que hubo incluso una mujer: Deboráh) son indudablemente históricas, como sin duda lo son también sus hechos más relevantes (por ejemplo la victoria de Gedeón sobre una gran invasión de tribus árabes, atacando por sorpresa durante la noche su extenso campamento), pero amalgaman elementos históricos con numerosos rasgos legendarios: por ejemplo la biografía del famoso Sansón (que en cierto modo representa en la leyenda heroica hebrea un modelo arquetípico similar al que el legendario Heracles o Hércules representó para los griegos, y que reúne las características arquetípicas de un héroe histórico popular posteriormente mitologizado). Este mismo proceso de literaturización legendaria y heroica afectaría también a dos figuras indudablemente históricas: Saúl y David, los dos primeros reyes hebreos (el relato de su respectiva ascensión al trono, de la rivalidad y enemistad entre ambos, y de sus respectivas hazañas, está lleno de elementos arquetípicos legendarios que tienen su paralelismo en muchas otras culturas).

Parece fuera de duda que los hebreos se habrían adueñado fácilmente de la totalidad del país cananeo si no fuera porque su llegada y asentamiento casi coincidió en el tiempo con la llegada e instalación en la costa meridional de Palestina de otro pujante pueblo extranjero (no semita) procedente de una de las oleadas de los llamados "pueblos del mar", un conglomerado de pueblos egeos, cretenses y libios que convulsionaron con sus invasiones todo el Mediterráneo oriental en los dos últimos siglos del segundo milenio. Ya en el reinado del faraón Mineptah, algunos contingentes de libios y de pueblos de las islas del Mar Egeo habían intentado sin éxito una expedición contra Egipto. En el 1190 a.C. una nueva oleada de piratas egeos intentó penetrar en el delta del Nilo. Ramsés III los derrotó y rechazó en una importante batalla naval, ilustrada en los bajorrelieves egipcios de Medinet Abu, en los que se menciona -entre otros- a los deyenen (dánaos, es decir, griegos) y a los aqayawas (aqueos) entre las gentes que componían estas hordas invasoras; y una parte de estos invasores rechazados de Egipto se instalaron finalmente en la costa de Palestina, que precisamente de ellos tomó su nombre. Eran los filisteos (nombre de origen ilirio, según opinan algunos, o tal vez incluso griego: filistoi="los aliados", según conjeturan otros). Estos invasores (cuya cerámica, por cierto, es netamente sub-micénica) se impusieron con facilidad a las poblaciones cananeas y pre-cananeas que habitaban en la costa meridional, y en poco tiempo se fusionaron con ellos dando lugar al pueblo que los textos bíblicos denominan pilistim o filistim. Esos mismos textos hebreos nos dicen también que los filisteos formaban una confederación de ciudades (Gaza, Ascalón, Azoto y otras); pero los datos étnicoculturales que los textos bíblicos nos dan sobre estos importantes enemigos históricos son más bien escasos: sabemos, por ejemplo, que los filisteos (a diferencia de los hebreos, de los cananeos y de los propios egipcios) no practicaban el ritual religioso-terapéutico de la circuncisión (los textos bíblicos los llaman a veces, despectivamente, "los incircuncisos"), y sabemos también que muchas de sus prácticas y costumbres (magia, religión, armamento) eran bastante similares a las de los cananeos, lo cual evidencia su grado de fusión e integración con éstos. Pero en vano buscaremos en los textos bíblicos algún indicio cultural que apunte al origen egeo (o incluso indoeuropeo) de estas gentes, como no sea el hecho destacable de que formaban una confederación de ciudades gobernadas por diversos príncipes, cosa mucho menos frecuente en los pueblos semitas del entorno. Sin embargo, el origen geográfico de los filisteos es bien claro para los cronistas hebreos de todas las épocas: en el libro del Génesis (10,14) se dice que los filisteos provienen de los kaftorim (las fuentes egipcias llaman keftiu a los cretenses); el profeta hebreo Jeremías (47,4) llama a los filisteos "los restos de la isla de Kaftor", es decir, de la isla de Creta, y en otros pasajes bíblicos se les denomina c(e)reteos (e.e., cretes=cretenses). Su origen en las poblaciones pre-helénicas de la isla de Creta parece, por tanto, indiscutible.

Los choques entre los hebreos y los recién llegados filisteos adquirieron resonancias verdaderamente épicas, como podemos ver a lo largo de los textos bíblicos (especialmente en el libro de los Jueces y en los libros de Samuel y de los Reyes), en los que al recuerdo histórico se unen también, como se ha dicho, no pocos elementos semilegendarios. Al principio, los filisteos llegaron a tener sometidas a algunas de las tribus hebreas, pero durante bastante tiempo ninguno de los dos pueblos consiguió imponerse al otro. Sólo cuando las tribus hebreas se unificaron bajo el mando de su primer rey, Saúl, pudieron pasar a la ofensiva, aunque este rey perecería en la batalla del monte Gelboé (hacia 1029 a.C.) con buena parte de sus mejores tropas. Sería su yerno y sucesor, Dawid o David, el que frenaría definitivamente la expansión filistea, derrotándolos en varias ocasiones. A partir de entonces los hebreos impondrían su hegemonía, aunque los filisteos mantendrían siempre una relativa independencia de los sucesivos reyes hebreos (todavía en el siglo II a.C., el historiador grecorromano Polibio elogia a los filisteos de Gaza por su fidelidad y su valor guerrero).


Templo de Salomón, reconstrucción moderna (Holy Land Experience)

Los tiempos bíblicos plenamente históricos

Con el rey David (hacia 1010-975 a.C.), y sobre todo con su hijo Salomón (h. 975-935 a.C.), el reino hebreo alcanza su consolidación y su mayor expansión (una vez vencidos, sometidos o neutralizados todos los enemigos exteriores). El siglo X a.C. es una época en que el imperio egipcio aparece muy replegado sobre sí mismo, mientras que en Mesopotamia el imperio asirio comienza lentamente su recuperación interna, lo cual hizo posible la total independencia y la capacidad expansiva de los pequeños y pujantes pueblos semitas del entorno mediterráneo (especialmente fenicios y hebreos).

A la muerte de Salomón, resurgen los enfrentamientos tribales y las luchas internas por el poder, y el reino hebreo se desgaja en dos monarquías políticamente independientes: el reino de Israel (o reino del norte) y el reino de Judá (o reino del sur), aunque ambos -israelitas y judíos- permanecían unidos por vínculos de sangre, lengua, cultura, tradiciones y sobretodo religión.

La historia de estos dos reinos hebreos (no exenta sin embargo de mitificaciones y de elementos legendarios) está bien documentada en los libros de los Reyes, y más resumidamente y de forma correlativa en los dos libros de las Crónicas, con lo cual se entra ya en una época plenamente histórica, puesto que para ese periodo disponemos también de textos históricos coetáneos procedentes de otros pueblos (sobretodo las crónicas de los reyes asirios y los relatos de algunos historiadores griegos posteriores) que en muchos casos completan y confirman los datos bíblicos.

Tanto en el reino del norte (Israel) como en el reino del sur (Judá) fueron frecuentes las intrigas políticas, las luchas por el poder y las conspiraciones palaciales y militares. En el reino de Israel, uno de sus reyes, Acab (hacia 876-855 a.C.), muy influido por su mujer, Jezabel, que era de origen fenicio, introdujo el culto al dios feniciocananeo Baal. Se formaron entonces dos "partidos" políticorreligiosos: el de los sacerdotes de Baal y el de los sacerdotes de Yahvé. La influencia del primero, apoyado por la reina, acabó desplazando en Israel el culto tradicional y la importancia de los sacerdotes yahvistas y comenzó a extenderse también en el vecino reino de Judá, debido a los vínculos familiares de los monarcas de ambos reinos.

El rey JEHÚ de Israel postrado ante el rey asirio Salmanasar

Hacia el año 846 a.C. un general israelita, Jehú, jefe del ejército, apoyado por los sacerdotes yahvistas, encabeza un golpe de estado contra el rey Joram, hijo de Jezabel, que estaba reponiéndose en una pequeña ciudad al norte de la capital de su reino de las heridas sufridas en un combate contra los arameos; el rey de Judá, Ocozías, había ido a visitarle, y Jehú asesinó a ambos y fue proclamado rey de Israel por sus tropas y sus partidarios; entró después en la ciudad e hizo arrojar a la reina, la intrigante Jezabel, por una ventana de su palacio. Jehú mandó dar muerte a todos los miembros del linaje real de Acab que quedaban en Israel, y por orden suya fueron asesinados también todos los sacerdotes de Baal, restableciendo de nuevo el culto tradicional a Yahvé.

En el reino del sur, Atalía, también hija de Jezabel y madre de Ocozías, hizo matar a toda la descendencia real y se hizo proclamar reina de Judá; pero siete años después una conspiración dirigida por un sacerdote colocó en el trono a Joás (el único superviviente de la matanza); Atalía fue asesinada por los jefes de los mercenarios cereteos o creteos (que, como su nombre indica, eran seguramente tropas cretenses o filisteas empleadas como guardia personal, aunque no es improbable tampoco que ese término designase -por extensión- a posibles mercenarios griegos continentales).

En realidad, tanto los libros históricos que narran estos sucesos, como el resto de los libros bíblicos, se pueden considerar (al menos en su vertiente política) como "propaganda yahvista", es decir, como el desarrollo teórico del propio "programa políticorreligioso" de la casta sacerdotal, que al parecer -salvo con algunos monarcas concretos- no tuvieron nunca toda la preponderancia e influencia que hubieran querido tener en la monarquía hebrea (de hecho la redacción final de esos libros históricos es posterior a la existencia misma de esa monarquía). Asimismo, la mayoría de los profetas bíblicos fueron la voz de esa casta sacerdotal, relegada en sus privilegios por diversos monarcas, aunque ocasionalmente fueron también la voz de las clases más oprimidas del pueblo. En este sentido, los textos bíblicos fueron también un instrumento sacerdotal para consolidar su poder, sus privilegios y su participación posterior en la reconstrucción de una monarquía sacerdotal (teocrática) tras la vuelta del exilio babilónico (desde el 538 a.C. en adelante), algo que estuvo bastante lejos de conseguirse con la monarquía antigua, donde los sacerdotes estuvieron siempre prácticamente sometidos a los reyes (no a la inversa) o se vieron envueltos en conspiraciones palaciales y en continuas luchas por el poder, apoyando a aquellos conspiradores con mayores posibilidades y retirando su apoyo a los monarcas más desprestigiados. La figura del profeta es en cierto modo la del sacerdote fuera del poder, cuya austeridad y forma de vida le daba simpatías populares y cierta relativa impunidad, inmunidad o licencia para criticar al poder real desde presupuestos exclusivamente religiosos.

Pero gracias precisamente a esta independencia historiográfica y a no estar directamente elaborados desde el propio poder político y propagandístico de los monarcas, los textos bíblicos históricos (a diferencia de los de las civilizaciones de su entorno),no ocultan ni silencian acontecimientos adversos, derrotas, etc, justificándolos en todo caso en la impiedad de los reyes, con lo cual a veces resultan de hecho mucho más históricos (=verídicos) que las crónicas egipcias, babilonias o asirias coetáneas.

Jefes militares asirios (bajorrelieve)

Por esa época (segunda mitad del siglo IX a.C.), los dos reinos hebreos comenzaban a sentir la inevitable influencia de una potencia militar que ahora volvía a recobrar su hegemonía en Mesopotamia y a iniciar su expansión por occidente: el nuevo imperio asirio. Los reyes de Asiria comenzaban a ejercer sobre los pequeños Estados de Palestina y su entorno (fenicios, sirios, hebreos) una gran presión diplomática y militar encaminada a neutralizar los esfuerzos hegemónicos de la otra gran potencia de la época: el Egipto faraónico. Los pequeños reinos se fueron sometiendo al obligado vasallaje, tributo y "protección" de los sucesivos reyes asirios, aunque en no pocas ocasiones -en momentos de debilidad y crisis interna del reino asirio- trataron de sacudirse esa gravosa tutela y su tributo anual correspondiente ("...Mi mano ha tomado la riqueza de los pueblos como se toma un nido; como quien se apodera de huevos abandonados, me he apoderado yo de la tierra toda; y nadie sacudió las alas, ni abrió el pico, ni dió un chillido": son palabras puestas en boca de un rey asirio en Isaías 10, 13-14; véase también Nahum 2, 3 y 3,12).

La referida conspiración y ascenso de Jehú al trono de Israel no se hizo seguramente sin la aprobación y el "visto bueno" de la diplomacia asiria (el propio Jehú aparece representado en los relieves del obelisco negro del rey asirio Salmanasar III rindiendo vasallaje a este monarca, pues el rey israelita no quiso unirse a la coalición antiasiria dirigida por el rey de Damasco contra Salmanasar y se declaró vasallo de éste).

Honderos asirios

En el año 738 a.C. el rey asirio Teglatfalasar III (que reinó también en Babilonia) hizo una campaña por Siria, Fenicia y Palestina, obligando a pagar tributo a Menahem, rey de Israel, a Hiram, rey de Tiro, a Rasa, rey de Damasco, y a una reina de Arabia. Tras el pago de los tributos (mil talentos de plata) el asirio ayudó a Menahem a consolidar el trono israelita en sus manos. El rey de Judá, Ajaz, también se hizo vasallo del monarca asirio, le pagó tributo y le pidió ayuda contra su enemigo el rey de Damasco. En una segunda campaña, en los años 734-732 a.C., el emperador asirio redujo a provincia el rebelde reino de Damasco y deportó a Asiria a parte de los habitantes del norte de Israel (cuyo nuevo rey, Pecaj, había intentado librarse del yugo asirio).

El proceso de descomposición interna del reino de Israel era cada vez mayor. Pecaj fue destronado por Oseas, que comenzó a reinar hacia el año 732 con la aprobación de Teglatfalasar (en las crónicas asirias se dice que Teglatfalasar depuso a Pecaj y puso en el trono a Oseas; y así debió de ser, por lo menos indirectamente).

Embajadores judíos ante el rey asirio Senaquerib en Laquis (bajorrelieve)

El nuevo rey asirio, Salmanasar V, hizo una campaña contra Israel en el año 728 a.C., logrando la sumisión de Oseas y el pago de tributo. Pero tiempo después, enterado el asirio de que Oseas tramaba una nueva conspiración con ayuda de los egipcios, lo destronó y lo encadenó en una prisión. Samaria, la capital del reino de Israel, fue asediada por los asirios durante tres años y finalmente conquistada, y la mayor parte de sus habitantes fueron llevados cautivos a tierras bajo control asirio, según una tradicional política de deportaciones masivas con la que los asirios buscaban desarraigar el sentimiento de independencia en las poblaciones más conflictivas. La toma de Samaria fue llevada a cabo en el 721 a.C. por Sargón, sucesor de Salmanasar. Así desaparecía para siempre el reino hebreo del norte. El territorio fue repoblado con gentes babilónicas y orientales, de los cuales procedían los samaritanos de los siglos posteriores.

En el reino del sur, en Judá, el rey Ezequías se rebeló contra el rey de Asiria, Senaquerib, el sucesor de Sargón. La rebelión, que contaba con el apoyo de los egipcios, estaba dirigida sobretodo por Ezequías, y participaron también -entre otros- el rey fenicio de Sidón, un rey filisteo y un importante príncipe babilonio, Marduk-apal-idina (al que los textos bíblicos llaman Merodac Baladán), que dirigía las aspiraciones de independencia de Caldea y Babilonia, sometidas a los asirios. De estos acontecimientos poseemos la versión hebrea (libro II de los Reyes, 18-19, y libro II de las Crónicas,32), la versión asiria (crónica de Senaquerib) y una versión griega posterior (Heródoto, Historia II,141), que recoge y resume fuentes egipcias.

Bajorrelieve del asedio a una ciudad con un gigantesco ariete móvil
Esquema: Supuesta estructura del ariete de la imagen anterior

En el año 701 a.C., Senaquerib inició una campaña para deshacer la coalición antiasiria y someter a estos pueblos. Invadió el territorio de Judá y conquistó varias de sus ciudades, entre ellas la importante población de Laquis. Ezequías se encerró en su capital -Jerusalén- y envió como tributo al campamento asirio trescientos talentos de plata y treinta talentos de oro, despojando los tesoros del templo y de la propia casa real. Senaquerib, que había derrotado en esta campaña a un ejército egipcio que había llegado para auxiliar a los rebeldes, no renunció a apoderarse de Jerusalén. Envió a esta ciudad como emisarios y en compañía de numerosas tropas a su turtanu ("jefe del ejército" o "general en jefe"), al rab shareshi ("jefe de los eunucos") y al rab shaque ("copero mayor"), que eran los funcionarios más importantes de la corte asiria. Estos emisarios, al pie de las murallas, exigieron hablar con el rey Ezequías, y salieron a recibirles los principales ministros de éste. El ultimátum del copero mayor asirio (II Reyes 18,19) tiene toda la prepotencia y jactancia de las declaraciones de fuerza: "Decid a Ezequías: Así habla el Gran Rey, el rey de Asiria: ¿en quién confías para rebelarte contra mí? ¿Confías en Egipto, en esa caña rota que pincha y hiere la mano de quien se apoya en ella?Así les sucede con el faraón, el rey de Egipto, a cuantos confían en él. Mira, yo te hago una apuesta en nombre de mi señor, el rey de Asiria: te doy dos mil caballos si tú eres capaz de procurarte jinetes para ellos. ¿Confías acaso en que Egipto te enviará carros y caballeros?".

El copero mayor asirio había pronunciado este parlamento directamente en lengua hebrea, y uno de los emisarios judíos le ruega en voz baja que les hable en arameo (la lengua semítica empleada habitualmente en la diplomacia de la época) a fin de que no se entere todo el pueblo, que permanecía expectante en las murallas; a lo que el copero mayor le responde con altanería: "¿Acaso es a tu señor y a tí a quienes mi señor me ha mandado decir estas palabras, y no más bien a la gente que hay en la muralla y que han de comer sus propios excrementos y beber sus orines juntamente con vosotros?". Y seguidamente, en voz alta y en hebreo, se dirige a todo el pueblo: "¡Escuchad el mensaje del Gran Rey, del rey de Asiria! No os dejéis engañar por Ezequías, que no podrá libraros de mi mano. Haced las paces conmigo, rendíos a mí, y cada uno de vosotros comerá de su viña y de su higuera y beberá el agua de su cisterna, hasta que vuelva de nuevo y os lleve a otra tierra como la vuestra, a una tierra de trigo y vino, de pan y viñas, de olivos, de aceite y de miel, y allí viviréis en lugar de morir aquí (...)".

Músicos judíos en la corte asiria

A pesar de todo, los asirios hubieron de retirarse sin haber conseguido la rendición de la ciudad, excelentemente fortificada. Algún tiempo después, el rey asirio recibió noticias de que Tararqa, el rey de Etiopía y faraón de Egipto (perteneciente a una dinastía de faraones negros recientemente entronizada), había movilizado a su ejército para atacar a los asirios. Senaquerib bajó con sus tropas hasta la península del Sinaí, donde se le incorporaron contingentes de árabes beduínos, aliados coyunturales de los asirios. Pero en el campamento asirio se produjo entonces una grave epidemia de peste (posiblemente de "tifus exentemático", enfermedad nada infrecuente en los ejércitos de la Antigüedad cuando permanecían demasiado tiempo en campaña); los textos bíblicos emplean una curiosa metáfora para referirse a esta providencial epidemia ("el ángel de Yahvé salió e hirió en el campamento de los asirios a 185.000 hombres, y al levantarse por la mañana todos habían muerto"); las tradiciones egipcias recogidas por el historiador griego Heródoto dicen que "las ratas royeron las correas de los escudos de los asirios" (evidente alusión a una epidemia de peste). Lo cierto es que Senaquerib tuvo que retirarse a su tierra con un ejército considerablemente diezmado.

Sobre estos sucesos, las crónicas asirias, que jamás mencionan contratiempos o derrotas, dicen lo siguiente: "(...) Ezequías el judío no aceptó mi yugo. Sitié 46 de sus plazas fuertes, baluartes y muchísimos villorrios de sus inmediaciones. Los tomé con terraplenes bien construidos, con arietes, que batieron los muros en combinación con el ataque de la infantería, y con minas, brechas y zapas. Saqué de las poblaciones 200.150 individuos, jóvenes y ancianos, varones y hembras, caballos, mulos, asnos, camellos, ganado mayor y menor sin cuento, y los tuve por botín. A Ezequías lo confiné en Jerusalén, su residencia regia, como a pájaro en jaula. La rodeé de terraplenes para cortar la salida a los que abandonaban la puerta de su ciudad. Desgajé de su país las poblaciones pasadas a saco y las doné a Mitinti, rey de Ashdod, a Padi, rey de Eqrón, y a Sillibel, rey de Gaza. Así reduje su país. No obstante, aumenté aun el tributo y los presentes kutru, debidos a mí como su superior, además del tributo anterior, que pagará anualmente. El propio Ezequías, a quien había abrumado el temible esplendor de mi poderío, y a quien habían dejado solo las tropas auxiliares y las escogidas que había metido en Jerusalén, su residencia real, para fortalecerla, me envió después a Nínive, mi capital señorial, treinta talentos de oro, ochocientos talentos de plata, gemas, antimonio, enormes bloques de piedra roja, lechos ornados con marfil, sillas nímedu ataraceadas de marfil, cueros de elefante, ébano, boj y toda suerte de tesoros preciosos, sus hijas concubinas, músicos y músicas. Envió a su mensajero personal para entregarme el tributo y rendirme obediencia como un siervo".

El caso es que pocos años más tarde (681a.C.) Senaquerib fue asesinado en su capital, Nínive, en una conspiración dirigida por dos de sus hijos; otro de ellos, Asharadón, ocupó el trono en su lugar, y bajo su reinado los asirios invadieron el delta del Nilo y ocuparon el norte del país egipcio.

El hijo de Ezequías, Manasés, rebelde también a la autoridad asiria, fue llevado cautivo a Babilonia, pero puesto en libertad algún tiempo después. Un nieto de éste, el rey Josías, aliado fiel de los asirios, salió al encuentro del ejército del faraón Necao, que se dirigía contra Asiria. En Meggido, los judíos fueron derrotados por los egipcios, y el propio rey Josías pereció en la batalla y su cuerpo fue llevado por los suyos en su carro de guerra hasta Jerusalén, donde lo sepultaron. A partir de entonces el reino judío entra en la esfera de influencia de Egipto.

Leona herida (bajorrelieve asirio del palacio de Assurbanipal, en la ciudad de Nínive)

El imperio asirio, tras la muerte del último rey de la dinastía sargónida, Assurbanipal, conoció una grave crisis dinástica interna, que sólo se resolvió con el ascenso al trono asirio en el 605 a.C. del rey Nabucodonosor de Babilonia, país que poco tiempo antes se había independizado de Asiria. Comienza así el imperio neobabilónico, caldeo o asiriobabilónico (de hecho, la organización del ejército y la administración eran prácticamente los mismos que los de los asirios, pero mandados ahora por oficiales y funcionarios caldeos).

Nabucodonosor inició una campaña contra Joaqín, rey de Judá, que se había rebelado contra él después de estarle sujeto durante tres años. Al llegar las tropas babilonias, el rey judío ya había muerto y reinaba su hijo Jeconías, que fue llevado cautivo a Babilonia junto con los personajes principales de la corte y una gran parte de los hombres útiles del pueblo judío. Nabucodonosor puso en el trono a Sedecías, tío de aquél. Este Sedecías, que sería el último rey de Judá, también se rebeló contra el rey de Babilonia, que sitió Jerusalén empleando máquinas de asedio y finalmente la conquistó y la incendió (hay diversos e interesantes hallazgos arqueológicos sobre esta campaña). Los hijos de Sedecías fueron degollados en presencia de éste, y a él le sacaron los ojos y cargado de cadenas lo llevaron a Babilonia. Los habitantes de Jerusalén fueron llevados cautivos a las orillas del Éufrates (587 a.C.). El Templo de Jerusalén, orgullo del pueblo judío construido en tiempos del rey Salomón, fue completamente destruido por los babilonios, que se llevaron todas las riquezas allí acumuladas durante siglos y todos los utensilios sagrados de oro (sin embargo, el cofre denominado "Arca de la Alianza", donde se guardaban las tablas de piedra con las primeras leyes que supuestamente le fueron entregadas por Dios a Moisés en el monte Sinaí, nunca fue encontrado ni volvió a aparecer; de un pasaje del libro del profeta Jeremías -32.6,15- parece deducirse que el propio profeta y sus discípulos, antes de la inminente conquista de la ciudad por los babilonios, sacaron el Arca del Templo y la enterraron en un campo de su propiedad situado en la localidad de Anatot, en territorio de la tribu de Benjamín).

Soldados persas de la guardia de élite del Rey

Los acontecimientos posteriores, la destrucción del imperio caldeo por los medos y persas, que permitieron la vuelta de los judíos a su patria, y el establecimiento del imperio y dominación persa, son tratados muy someramente en los textos bíblicos (los libros de Daniel y de Esther, por ejemplo, que tratan de algunos de estos sucesos, tienen más elementos característicos de la cuentística popular que de la historia).

El libro de Ester fue compuesto al parecer en la segunda mitad del siglo II a.C., en hebreo, por un judío residente en Susa, la capital persa, y posteriormente fue adicionado con pasajes en griego. La protagonista es una joven judía, Esther (nombre de origen babilónico: Ishtar), cuyo nombre hebreo era Hadassá o Hedisa, que -según el relato bíblico- llegó a ser la esposa favorita del rey Asuero (nombre babilónico identificable con el rey persa Jerjes, 485-465 a.C.); esta reina impidió una supuesta conspiración de exterminio contra los judíos residentes en Persia, promovida por algunas facciones palaciales, y alentó luego una desproporcionada venganza de dichos judíos (que eran una parte de los muchos que mejoraron su estátus social y que se quedaron en tierras de Babilonia y Persia cuando el resto de sus compatriotas pudieron regresar a la tierra de sus antepasados).

No sabemos con completa certeza cuál pudo ser el fondo o transfondo histórico de esta leyenda, pero si realmente lo hubo ha quedado muy desfigurado, al mezclarse con sucesos ocurridos en Palestina mucho más tarde, durante el siglo II a.C. (persecución del rey sirio-macedónico Antíoco, liberación nacional judía, institución de la fiesta judía llamada de los "Purim", etc). Lo único que parece más verosímil es que los sucesos originarios, es decir, los supuestamente ocurridos en la corte persa, debieron de producirse en el ambiente de una conspiración palacial en la que posiblemente intervinieron varias poderosas mujeres del harén real, seguida de la consiguiente matanza entre los implicados, sus seguidores o partidarios y sus familias.

Ahora bien, el historiador griego Heródoto, que escribió unas cuantas décadas después de ese célebre rey persa (el invasor de Grecia, derrotado por los griegos en Salamina, Platea y Micala), relata un curioso "episodio de harén" especialmente atroz y truculento (Historia, IX, 108-113) que tuvo como protagonista al propio rey Jerjes y a su esposa favorita, la reina Amestris (el nombre no parece persa, sino más bien egipcio u oriental, y desde luego recuerda bastante al de Ester o Isthar): el rey se había encaprichado de la mujer de su hermanastro Masiste, de la que no obtuvo sus favores, y luego -más apasionadamente aun- de la hija de ésta, llamada Artainta. La agraviada y resentida reina favorita, Amestris, se tomó después una monstruosa venganza en la persona de su cuñada, la madre de Artainta: consiguió del rey que se la entregara a discreción, hizo que le cortaran los pechos, que arrojó a los perros, y le hizo cortar los labios, las orejas, la nariz y la lengua, y se la devolvió a su cuñado Masiste, el hermano del rey. El agraviado esposo huyó a Bactriana con sus hijos y con la gente de su casa, con intención de sublevar contra el rey aquella provincia, pero los hombres del rey lo alcanzaron en el camino y los mataron a todos (probablemente fue esta fallida conspiración la causa, no la consecuencia, que hizo posible la espantosa venganza de la reina Amestris, despechada por los anteriores agravios personales).

Parece excesivo identificar sin más a la dulce y literaria reina Ester con la verdadera harpía que fue la reina Amestris, o a Mardoqueo (Marduk, nombre babilónico) con el general persa Mardonio, que por entonces había muerto ya combatiendo en la batalla de Platea contra los griegos espartanos, o a Artainta con una Aridata o Aridai mencionada en el texto bíblico, o a Masiste con Hamán (o con un tal Fermesta -nombre persa- aludido entre el más de medio centenar de víctimas que produjo la supuesta "venganza judía"); pero los paralelismos de ambos relatos y el transfondo histórico y cronológico común (una conspiración palacial mezclada con rivalidades de harén, y represalias generalizadas subsiguientes) están ahí, y son de hecho la única base histórica conocida de ese libro bíblico, por mucho que el relato de Heródoto pudiera estar también algo distorsionado por los propios informadores de éste.

Bajorrelieve: Leona devorando a un hombre

Mayor historicidad para este periodo de dominación persa ofrecen, en cambio, los libros bíblicos de Esdras y Nehemías. La dominación macedónica posterior, y sobretodo la resistencia nacional judía contra la dinastía de los Seléucidas de Siria (de origen macedónico), aparecen bien detalladas históricamente en el libro I de los Macabeos, escrito en torno a los años 104 y 63 a.C. El libro II de los Macabeos abarca un periodo histórico que puede situarse entre los años 175 y 161 a.C. y está escrito en griego, que era ya desde el siglo III a.C. la lengua de cultura de todo el Mediterráneo oriental, siendo Alejandría -la capital del reino macedónico de Egipto- la verdadera capital cultural de todo el ámbito geográfico mediterráneo hasta los comienzos de nuestra Era.

La historia bíblica, la del llamado "Antiguo Testamento", acaba precisamente en la época inmediatamente anterior a la dominación romana en esas tierras. La historia del pueblo judío, sin embargo, no termina ahí, sino que se universaliza también, como es sabido, a partir de esa época.

  

(2) UN LIBRO IMPRESCINDIBLE


  • "La Biblia desenterrada" (The Bible Unearthed), de Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, 2001; edic. española en Siglo XXI editores, traducción de José Luís Gil Aristu, Madrid 2003.

  

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Reconstrucción gráfica del ziggurat de Etemenanki, supuesto modelo de la Torre de Babel.
Funcionario egipcio de la 5ª Dinastía
Akhenaton, décimo faraón de la dinastía XVIII
Dama egipcia (tumba de Ramose)
Sarcófago filisteo
Funcionarios de la corte asiria
Soldados asirios
Guerrero persa
Darico persa de oro