EL EVANGELIO SEGUN JESUS DE NAZARET

SIETE DISCURSOS EN PRIMERA PERSONA


La Iglesia católica contemporánea, por lo menos no tan unánimemente como en los siglos pasados, ya no identifica al autor del cuarto evangelio con el apóstol Juan, sino más bien con un presbítero de la iglesia de Éfeso llamado asimismo Juan, de finales del siglo I o principios del II, autor también de las tres epístolas de este nombre y quizá del libro del "Apocalipsis" (=Revelación). Este redactor y comentarista (mejor que "evangelista") fue cronológicamente la segunda personalidad intelectual cristiana más importante desde Pablo de Tarso. Probablemente el presbítero Juan se encontró con un núcleo evangélico escrito, muy antiguo, fundamentalmente narrativo, obra quizá de algún discípulo directo del apóstol Juan, y con otro núcleo descriptivo (formado por una serie más o menos descontextualizada de "discursos" fragmentarios de Jesús), paralelo pero seguramente independiente de aquel otro en origen, y obra de alguien perteneciente a un círculo muy íntimo del Maestro, de un círculo quizá pre-apostólico, de una persona que había sido testigo directo y acaso discípulo preferido de Jesús (tal vez una mujer, la llamada "Magdalena", pues de lo contrario quizá no se hubiera encubierto su nombre bajo el anónimo de "discípulo amado"). Y este presbítero, Juan de Éfeso, reelaboró ambos escritos hasta darles la forma de un evangelio ortodoxo, pero con un marcado carácter místico-iniciático, mistérico y teológico, y además consiguió -a pesar de la distancia entre su origen y su publicación- que las demás Iglesias lo aceptaran y lo incorporasen al primitivo "Canon" oficioso y más o menos aceptado hasta entonces por todas ellas.

Se puede decir que este comentarista entiende el mensaje de Jesús en lo esencial, pero a su manera, y aunque esencialmente no lo tergiversa ni lo malinterpreta ni falsea, lo adapta también -inevitablemente- a las propias ideas, dogmas y doctrinas cristianas elaboradas desde Pablo de Tarso y asumidas por la Iglesia dirigente del siglo II (Jesús como el "Cristo" o "Mesías" profetizado y largamente esperado, Jesucristo como "Hijo de Dios" y como "Dios", etc), y mediante un "evangelio místico y simbólico" reconvierte los rituales cristianos y las ideas teológicas paulinas en una especie de "evangelio mistérico", al modo de algunas de las religiones paganas de su entorno, pero con elementos escatológicos y apocalípticos tomados de la propia literatura bíblica hebrea tradicional, incluida la apócrifa. Curiosamente da a los "milagros", es decir, a las "señales" o "signos" extraordinarios supuestamente realizados por Jesús, una importancia relativa (sólo menciona simbólicamente una serie de siete de ellos, incluida la propia "resurrección" de Jesús, algunos de los cuales no figuran ni siquiera mencionados en los demás evangelios).

Todo este "Evangelio místico de Juan", como se ve también por las propias epístolas joánicas, parece ser que fue en cierto modo la "respuesta" eclesial a las influyentes tendencias gnósticas que ya habían irrumpido con fuerza en el cristianismo de principios del siglo II y que consideraban demasiado "pueriles" y "mitificadas" las visiones de Jesús y de su doctrina en los tres evangelios sinópticos. Frente a las interpretaciones gnósticas, hechas sobre presuntos dichos ocultos de Jesús a algunos de sus discípulos, la Iglesia dirigente efesia decide entonces sacar a la luz algo completamente nuevo que ya tenía en su poder desde el principio: supuestos discursos místicos auténticos del propio Jesús, mucho más completos y coherentes que los que exhibían los gnósticos.

¿Por qué habían sido ocultados durante tanto tiempo? Quizá porque, aunque no se dudara de su autenticidad, su propia procedencia los hacía poco "recomendables" o demasiado "desorientadores" en relación con los evangelios "oficiosos" ya publicados. Evidentemente hay un núcleo redaccional narrativo que en lo fundamental parece proceder directamente de un testigo ocular (quizá el propio apóstol Juan), pero sus detalles chocaban demasiado, y a veces contradecían, las versiones de los otros evangelios sobre un mismo episodio. Y hay otro núcleo, más descriptivo, que incluye discursos enteros de Jesús que en principio eran muy difíciles de contextualizar a la luz de esos otros evangelios oficiosos; además, su propia procedencia, de un "discípulo amado" que no era desde luego ninguno de los apóstoles, sino más bien un "amigo" o "amiga" de Jesús (¿Lázaro de Betania?, ¿María la Magdalena?), alguien que estaba siempre "pendiente de cada palabra que salía de su boca", tampoco lo hacía especialmente recomendable.

Pero el auge del disperso movimiento gnóstico hizo comprender a los dirigentes eclesiales de Éfeso la necesidad de contrarrestar esas "herejías" con algo que (intelectualmente) estuviera a su altura e incluso las superase. Y así, frente a supuestos y fragmentarios "discursos secretos de Jesús" exhibidos por los gnósticos (presuntamente transmitidos por algunos discípulos o por la propia Magdalena), la Iglesia de Éfeso saca a la luz "discursos auténticos" hasta entonces mantenidos en secreto, pero sin decir claramente quién era el transmisor, para no dar la razón a los gnósticos ni siquiera en este punto. De todo ello parece que se encargó personalmente el presbítero Juan de Éfeso, dirigente de la iglesia efesia, que era la que conservaba tales escritos, y elaboró con sus colaboradores ese cuarto (y "nuevo" o "definitivo") Evangelio, bien que acomodando esos materiales originarios a un esquema compositivo propiamente evangélico, estructurándolos en una simbología cristológica propia y reelaborándolos como un evangélio místico, mistérico e "iniciático", pero ortodoxo en todo lo demás. El resultado es este "Cuarto Evangelio", seguramente el más sorprendente de todos los evangelios oficiales (e históricamente el más coherente también).

Sin embargo, esta reelaboración de los materiales originarios es bastante evidente en muchos casos. Con respecto al núcleo narrativo originario, es visible en la propia trastocación cronológica de algunos episodios. Así, por ejemplo, un episodio como la violenta expulsión por Jesús de los mercaderes del Templo, el evangelista joánico -para acomodarlo a la propia simbología iniciática de su evangelio- lo coloca al principio de las actividades del nazareno (los sinópticos lo sitúan al final, tras su entrada en Jerusalén arropado por las masas de sus seguidores); el relato de este episodio en Jn 2, 13-22 es mucho más detallado que el de los sinópticos, y seguramente mucho más auténtico también, pero es del todo inverosímil que se produjera en los inicios de las actividades públicas de Jesús, cuando aún contaba con pocos seguidores que le respaldasen (pues podría haber sido fácilmente detenido, sin temor a provocar un motín de sus seguidores, por la guardia judía del Templo o por los propios soldados romanos, que vigilaban la explanada del santuario desde la vecina Fortaleza Antonia en previsión de disturbios durante una fiesta judía tan concurrida como era la de la Pascua). De todas formas, este controvertido episodio quizá no fue tan violento como el propio texto sugiere, y de hecho bastaría con suprimir o considerar interpolado el versículo 2,15 para que el episodio resulte mucho más verosímil y mucho más congruente con el propio carácter pacífico de Jesús.

Con respecto al núcleo discursivo-descriptivo originario, a veces son evidentes también los propios comentarios e interpretaciones que el evangelista reintroduce en esos discursos originales, con expresiones propias que conocemos por algunas de sus epístolas pero que no son del propio Jesús (por ejemplo la expresión "Hijitos míos", cf. Jn 13, 33 y 1 Jn 2, 1), aunque en algunos pasajes a menudo es difícil diferenciar lo originario (palabras originales de Jesús) y lo reelaborado y añadido a ellas por el propio comentarista. Otras veces resulta inverosímil que algunos diálogos privados de Jesús pudieran haber sido conservados, o conocidos siquiera, por sus discípulos (p.e. el interesante diálogo con la mujer samaritana, Jn 4, 7-27, conversacion sobre la que se dice expresamente que tuvo lugar sin la presencia de los discípulos, que entretanto habían ido a la ciudad a buscar provisiones). Con todo, y a pesar de éstas y otras dificultades, creemos que hay en el texto suficientes elementos contextuales, estilísticos, doctrinales y místicos para diferenciar lo que realmente dijo Jesús y lo que el evangelista intenta presentar también como dicho por aquél. Y eso es lo que intentamos dilucidar en esta pequeña selección de textos y discursos.

Jesús de Nazaret, llamado por sus seguidores el "Mesías" o el "Cristo" de Dios, no dejó nada escrito, como es bien sabido. Pero dijo muchas cosas, que fueron conservadas oralmente y recogidas después, tras un largo proceso de reelaboración, en los cuatro Evangelios canónicos y en los escritos evangélicos apócrifos de diversas tendencias. El problema no es sólo determinar qué dijo Jesús exactamente (qué contenidos doctrinales o místicos pueden atribuírsele con seguridad y qué otros forman parte de reinterpretaciones, mitificaciones, adecuaciones y reelaboraciones cristianas posteriores), sino también cómo lo dijo (qué modo de expresión utilizó para decirlo: sentencias o frases, analogías o parábolas, discursos, respuestas a preguntas), y en último término a quién se lo dijo y si empleó esos diversos medios expresivos dependiendo de los destinatarios puntuales de su mensaje (discípulos, muchedumbres iletradas, letrados y sacerdotes, etc).

Las sentencias o dichos (los llamados lógia, plural del griego lógion) fueron sin duda uno de esos medios, aunque seguramente no el principal ni el más característico (pues la mayoría de esos lógia conservados son lo suficientemente novedosos e ingeniosos como para presuponer que fueron pronunciados por Jesús dentro de un contexto discursivo más amplio, que a veces no se ha conservado). La colección más completa de esos lógia, y contextualmente la más coherente de las conservadas,es -claro está- la contenida en el evangelio de Mateo, capít. 5 y 6, en el denominado "Sermón de la Montaña", que es de carácter éticomoral y éticojurídico (con interpretaciones y relecturas novedosas, aunque no exactamente "nuevas", de la Ley mosaica, todas ellas perfectamente entendibles por todos, letrados o iletrados). Y hay otro pequeño grupo de dichos, bastante dispersos en los evangelios canónicos (especialmente en Mt y Lc), que no son de tipo éticomoral ni proverbial, pues aparecen descontextualizados y suelen tener un contenido más o menos alegórico o místico y bastante "extraño" y "chocante" dentro de su propia originalidad y novedad, y que desde luego no pudieron ser comprensibles para todos sus oyentes (p.e. expresiones como "el Reino de los Cielos está dentro de vosotros" o "No he venido a traer paz sino espada"); pero precisamente por esa rareza son los que más probabilidades tienen de haber sido realmente pronunciados por Jesús (en arameo, claro está, no en el griego común de los Evangelios). También el evangelio de Juan contiene algunos lógia proverbiales, novedosos aunque comprensibles, incluidos siempre en alguna anécdota o discurso que los contextualiza (p.e. el dicho de Jn 4, 44 de que "ningún profeta es bien recibido en su propia tierra", atestiguado también en Lc 4, 24), aunque los discursos de Jesús en el evangelio joánico no suelen contener estos tipos de dichos comunes a los otros evangelios. Pero las principales colecciones de lógia "extraños" son precisamente las conservadas en los apócrifos gnósticos, como enseñanzas presuntamente impartidas por Jesús a su pequeño grupo de discípulos más o menos "iniciados" (lo más sospechoso de estos lógia no es precisamente su incomprensibilidad radical fuera del propio contexto doctrinal gnóstico, sino el hecho mismo de que se hayan conservado descontextualizados de su respectivo discurso originario, aunque ello no prueba en absoluto su carácter espúreo); en realidad, la única forma de poder demostrar su autenticidad debería consistir en encontrarles su sentido y su contexto explicativo en algunos de los dichos atribuidos a Jesús en los evangelios canónicos, y especialmente en algunos de los discursos de los evangelios sinópticos y de los discursos místicos conservados en el evangelio joánico.

Las llamadas "parábolas" o comparaciones analógicas fueron, según los tres evangelios sinópticos que las recogen (Mt, Mc y Lc), una de las formas preferidas por Jesús para exponer su doctrina ante las masas iletradas de sus seguidores. El género de la "parábola" no era nuevo en la literatura bíblica y oriental (encontramos "parábolas" en algunos de los textos de los profetas y también en los textos de Qumrán), pero nunca hasta entonces, hasta los evangelios cristianos, habían sido tan profusamente empleadas en la exposición de doctrinas éticorreligiosas. En realidad, son muchas las dudas que ese frecuente uso parabólico plantea. ¿Son todas, o algunas, o ninguna, originarias del propio Jesús? ¿o son más bien un planteamiento catequético y didácticodoctrinal originado en la Iglesia primitiva del siglo I ? Probablemente las dos cosas. Seguramente muchas de ellas son una reinvención eclesial, como modo de exponer de modo sencillo, plástico y a la vez estético unas doctrinas de Jesús demasiado complejas a veces para ser asimiladas y entendidas por la masa de seguidores de la primitiva iglesia cristiana. Pero en absoluto puede descartarse que otras tantas de ellas no procediesen efectivamente del propio Maestro (el criterio de que sólo las que aparecen confirmadas por más de un evangelista son las más auténticas no puede ser definitivo, puesto que la cuestión de la composición y fuentes de los evangelios no está ni mucho menos elucidada). Otra cosa es que sean originarias las propias "interpretaciones" que supuestamente hizo Jesús de sus propias parábolas, donde se contienen explicaciones escatológicas y morales que más bien parecen reinterpretaciones eclesiales posteriores. También se ha propuesto que esta forma de exposición doctrinal pudiera ser originaria de Juan el Bautista, más que del propio Jesús, pero algunas de las breves parábolas comparativodescriptivas del Reino de los Cielos (más que las propiamente narrativas) no parecen corresponder a las propias concepciones mesiánicas del Bautista, que eran las judaicas tradicionales, sino que resultan enteramente novedosas y muy originales.

Curiosamente, en el evangelio de Juan no hay "parábolas" propiamente dichas, sino más bien alegorías e imágenes místicas explicitadas en los propios discursos, algunas muy sorprendentes y llamativas ("el Pan de Vida", "la alegoría de la Vid", etc). Pero hay algunas similitudes de contenido entre los discursos del evangelio joánico y determinadas parábolas de los otros evangelios (p.e. entre la parábola de Mt 21, 33-6, Mc 12, 1-12 y Lc 20, 9-19, sobre los viñadores infieles, que matan al hijo del dueño de la viña enviado a ellos por su padre, y las repetidas alusiones de los discursos joánicos al Hijo enviado por el Padre). En casos como éste no puede pensarse que esas parábolas procedan de esos discursos, a modo de literaturización analógica de éstos, ya que son muy anteriores a la "publicación" del evangelio joánico, pero tampoco puede considerarse que esos discursos sean artificiales y apócrifos, recreados sobre dichas parábolas originarias, pues cabe la posibilidad de que tanto esas parábolas como esos discursos afines procedan de una fuente común (probablemente discursiva en su origen, no parabólica).

En lo que respecta a las respuestas puntuales de Jesús sobre preguntas que le formulan sus propios discípulos, sus seguidores o incluso sus adversarios y enemigos, también es necesaria cierta cautela, pues se trata de un género tradicional bastante frecuente en las biografías de los grandes reformadores religiosos (Buda, Mahoma...), muy adecuado para exponer -de modo artificioso, anecdótico y literario- los puntos de vista de un maestro sobre determinadas cuestiones controvertidas. En otras palabras: muchas de esas anécdotas, por sugestivas o ingeniosas o aleccionadoras que parezcan (o precisamente por ello), han podido ser perfectamente inventadas con posterioridad por los propios catequistas cristianos. En el evangelio joánico hay también algunas de estas anécdotas de preguntas-respuestas, desconocidas en los otros evangelios, y que además se refieren a cuestiones legalistas o a otros aspectos no tan sugestivos como las planteadas en los sinópticos (razón de más para atribuirles cierto "plus" de probable autenticidad). Y hay también algunas especialmente sugerentes, además de exclusivas, como la de la mujer cogida en adulterio y salvada por Jesús de la lapidación con tan solo una definitiva frase o inesperado reto contra sus acusadores (Jn 8, 3-11), aunque es un episodio omitido por bastantes códices antiguos de este evangelio (si bien ello no significa que no sea auténtico).

Por último, los discursos de Jesús (lógoi), distintos de los simples dichos (lógia) y de los demás modos expresivos del Maestro, se nos han conservado -por un lado- en los tres evangelios sinópticos (aunque es difícil descubrir cuál es su versión más genuina), y -por otro lado, y con un carácter místico muy propio- en este evangelio joánico. En bastantes casos, es evidente que algunos de los de este cuarto evangelio se conservaban fragmentariamente o muy descontextualiados, y que el evangelista "cose" fragmentos de unos y de otros y los reelabora como discursos unitarios (no siempre con demasiada pericia) o bien los amplifica, repite, rehace y "reinventa", según el caso. Pero, en buena parte de ellos, no se trata de discursos ficticios o de recreaciones discursivas a partir de algunos dichos o lógia anteriores. La evidencia de esto no es sólo el propio estilo de esos discursos originarios y algunas diferencias estilísticas y terminológicas con respecto a los textos que los amplían como comentario (y que se intercalan o insertan a continuación de los textos discursivos propiamente dichos, tratando a veces de que parezcan parte amplificada de los mismos), sino también el hecho mismo de la existencia de esos comentarios añadidos -seguramente en diversas fases redaccionales de este evangelio-, que a menudo no son difíciles de detectar (lo que evidencia que el propio hecho de que esos discursos vayan comentados se debe a la necesidad de adecuar, interpretar y explicar unas enseñanzas, originarias y más o menos literales, a la medida de lo que eran ya las elaboradas doctrinas eclesiales "cristianas" posteriores al propio Jesús). Por lo demás, la autenticidad de algunos de estos discursos la evidencia también su propia congruencia y coherencia interna (mística) y externa (contextual), por mucho que vistos superficialmente pudieran parecer discursos vacíos, repetitivos e incongruentes, reconstruidos por el evangelista a base de fragmentos inconexos y de ampliaciones artificiales propias (que también las hay). Es precisamente ese "hilo" o sentido discursivo interno de todos ellos lo que tratamos de encontrar aquí con esta selección textual.

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dos peces (grabado)

(1a) Conversación con el fariseo Nicodemo, Jn, 3, 1-13


<< (...) El caso es que había uno de los fariseos, de nombre Nicodemo, principal entre los judíos, y este hombre vino de noche hasta él y le dijo: "Rabbí, vemos que has venido como Maestro de parte de Dios, pues nadie podría hacer esas demostraciones que tú haces si no estuviera la Divinidad con él". Y Yeoshuá le respondió diciéndole: "De verdad, de verdad te digo, que si uno no hubiere renacido de lo alto, no podría llegar a ver el Reino de la Divinidad". Díjole el tal Nicodemo: "¿Y cómo puede el hombre volver a nacer de nuevo, siendo viejo? ¿es que acaso podría entrar otra vez en el vientre de su madre para volver a nacer?". Yeoshuá le respondió: "De verdad, ya te digo: si uno no ha (re)nacido del agua y del espíritu, no puede entrar en el Reino de la Divinidad. Lo que ha nacido de la carne, carne es; pero lo que ha nacido del espíritu, es espíritu. No te sorprendas de que te diga que os es necesario renacer de lo alto (de nuevo). El viento (o espíritu) sopla donde quiere, y oyes su sonido (su voz), pero no sabes ni de dónde viene ni hacia dónde va. Pues así es todo aquel que ha nacido del Espíritu".

>>Nicodemo le respondió y le dijo: "¿Pero cómo puede hacerse ésto?". Y Yeoshuá le contestó diciéndole: "¿Tú eres el maestro en Israel, y no lo sabes? De verdad, de verdad te lo digo, que hablamos de lo que conocemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no aceptáis el testimonio nuestro. Si os he hablado de cosas terrenales y no me habéis creído, ¿cómo habríais de creerme si os hablase de cosas (supra)celestiales (espirituales)?Por lo demás, nadie asciende al Cielo sino el que ya ha descendido del Cielo: el propio Hijo del Hombre. Y así como Moisés puso en alto la serpiente (de bronce) en el desierto, así es preciso también que sea puesto en alto este Hijo del Hombre, para que todo el que se adhiera a él tenga la vida definitivamente (...) >> [+ 1b]

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Se narra aquí una conversación (o lo que de ella se recordaba) entre Jesús y un fariseo de nombre helenizado, llamado Nicodemo, que había venido a visitarle por la noche (es decir, en secreto y a escondidas de los demás jefes judíos), seguramente no sólo para manifestarle su adhesión individual y también la de otros judíos principales, sino para saber también cuáles eran sus planes inmediatos. El evangelista rememora y recrea un extracto o resumen de la conversación entre ese Nicodemo y Jesús.

En realidad, más que de un "discurso místico" propiamente dicho, se trata de un breve diálogo, del tipo de "preguntas-respuestas" anecdóticas que figuran en los otros evangelios o en el propio evangelio joanista (diálogo con Natanael, con su propia madre en las bodas de Caná, con los judíos que le reprochaban su acción violenta contra los mercaderes del Templo, con la mujer samaritana, etc). Pero este diálogo con el fariseo, además de ser más extenso que aquellos, contiene importantes elementos místicos expuestos por el propio Jesús, no por el comentarista o evangelista (o por lo menos anteriores a éste), de ahí que debamos incluirlo en esta sección de "Discursos en primera persona".

Hemos de suponer que este pasaje constituye tan sólo un fragmento de aquella conversación, reproducido con palabras más o menos textuales, según se deduce de la propia coherencia terminológica del relato, aunque -como todos los discursos de Jesús en este evangelio- es evidente que no está exento de algunas "reinterpretaciones" y "adiciones" del propio comentarista hechas a-posteriori. Así, por ejemplo, los versículos 16-21, que cierran esta perícopa sobre la conversación con Nicodemo, son obviamente un añadido cristológico del propio comentarista, que con ello evidencia también que está comentando e interpretando un discurso original anterior.

Nicodemo le manifiesta que él y los demás, aunque Jesús no pertenezca a su secta farisea, le reconocen como "maestro" (rab), pues sus señales o signos así lo evidencian (no sólo parece referirse a algunos "milagros" hechos por Jesús, pues hasta ese momento -según el evangelista- sólo parece que había hecho el de las "bodas de Caná" y quizá algún otro, que además fueron realizados en ámbitos privados, no públicos, sino a otras actuaciones que se supone que protagonizó en los días inmediatos, narradas en los otros evangelios, así como a sus profecías y a otras "señales" obradas por él; también es probable que esta conversación con Nicodemo esté trastocada de lugar y que ocurriese en realidad mucho más tarde, pues la primera actuación taumatúrgica pública de Jesús tuvo lugar después, según Jn 7, 21). Nótese que Nicodemo le dice a Jesús: "vemos (algunos de nosotros, los fariseos) que vienes de parte de Dios, pues nadie podría hacer las cosas que tú haces". Dice "vemos" (=sabemos), no "creemos", pues se trata de una reflexión inducida por la constatación de unas determinadas acciones taumatúrgicas extraordinarias (curaciones de enfermos), pero no de una confianza o creencia surgida de la fé que lleve a la deducción de la propia divinidad de la persona en cuestión. Es como si dijera: "sin duda eres Maestro (y quizá un profeta) y vienes como enviado de Dios (y has nacido) para traernos enseñanzas divinas".

Y Jesús, retomando esta idea implícita del "nacimiento divino", y adivinando el fondo de la pregunta, viene a responderle que el "venir de parte de Dios" o "tener a Dios de su parte", como dice Nicodemo, implica desde luego haber visto o entrado en contacto con el Reino de Dios; pero que esa vivencia, en efecto, no puede experimentarla quien no haya "renacido" o "nacido de arriba" (el adverbio griego utilizado significa "de nuevo" pero también "desde arriba", y es muy probable que la conversación entre ambos se desarrollase en griego, no en arameo, con lo que cabe la posibilidad de que estemos ante palabras literales de Jesús, o bien que el discurso originario se hubiese conservado en griego). Nicodemo, naturalmente, entiende esto en un sentido literal, y por ello no comprende cómo es posible "nacer de nuevo". Y Jesús se lo dice un poco más claramente: nacer de nuevo (o "de arriba") es renacer; es -hablando simbólicamente- "nacer del agua y del aire", de los dos elementos que constituían en la cosmología hebrea tradicional "los Cielos" (es nacer del "espíritu", no de la "carne" y de la "tierra"). Nacer del "espíritu" es ser uno con él, y el espíritu es como el viento (o como la palabra), tan inmaterial que no se puede ver con los ojos de dónde viene o hacia dónde va (cf. Eclesiastés 11,5).

Nicodemo sigue sin comprender ese lenguaje místicosimbólico y analógico, y no sabe cómo puede hacerse ese "renacimiento", aunque haya que entenderlo en sentido espiritual. Entonces Jesús, cuestionando la sabiduría de los fariseos, apegada a la materialidad o literalidad de la Ley (a lo "terreno"), no a su "espíritu" o sentido "supracelestial", se lo dice lo más claramente que puede: no sube al Cielo (=no accede a esa visión y renacimiento espiritual) más que quien es consciente de haber descendido de él; porque -en principio- todo ser humano (la expresión utilizada es el semitismo "hijo del hombre", que está ya en Daniel 7,13) tiene una parte espiritual, divina, "que viene del Cielo", "que viene de Dios". Renacer no es otra cosa que reconocer ese origen, reconocer y asumir esa identidad espiritual consustancial, divina. Las expresiones, como casi siempre en Jesús, son "novedosas", pero no exactamente nuevas (cf. Jr 31, 31 ss., o Ez 36, 25 ss.: "Os rociare con agua pura... Os daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo... Os infundiré mi propio espíritu").

Frente a los que sostienen modernamente que la visión de Jesús sobre el "Reino de Dios" no difería en esencia de la visión mesiánica terrenal que podría tener cualquier judío y fariseo de la época, este pasaje refuta completamente esa idea. Y si se argumenta que todo el pasaje pudiera ser una interpolación o "reacomodación" cristiana posterior, entonces habría que considerar todo el evangelio joanista (que por otros criterios puede ser considerado en su historicidad como el más fiable de los cuatro canónicos) como una completa "interpolación", pues todo él habla de esto mismo, a saber, del "Lógos" de Dios hecho ser humano, de la "luz" verdadera que ilumina a todo ser humano que viene a este Mundo, que ya estaba en el Mundo pero que el Mundo no había querido reconocer (Jn 1, 1-14).

Y frente a los que presuponen, desde la literalidad de los demás evangelios canónicos, el sentido puramente escatológico, perteneciente exclusivamente al "Más Allá", de ese "Reino de Dios", también este pasaje y este evangelio, y no pocos pasajes explícitos de los otros evangelios, refutan esa idea simplista. El Reino de Dios, como se deduce de éste y de otros varios pasajes, "no es de este Mundo" (cf. Jn 18, 36), no es una experiencia terrenal y mundana, ni tampoco exclusivamente trans-mundana o ultraterrena, sino una vivencia espiritual, un estado de conciencia o de "supra-conciencia" de otra dimensión, y en definitiva: una metagnosis o conciencialización plena.

Dos curiosidades más. Cuando Jesús hace en este pasaje la contraposición entre "vosotros" y "nosotros", parece obvio -aunque no sea explícito- que sólo puede referirse a los "fariseos", por un lado, y a los "esenios" por otro (a los que el propio Jesús debió de pertenecer en algún momento de su oscura adolescencia y juventud, y con quienes en todo caso adquiriría no sólo esos poderes taumatúrgicos que tanto impresionaban a las "papanatizadas" masas y a los propios fariseos como Nicodemo, sino también esa sabiduría que algunos de éstos le reconocían más o menos abiertamente al llamarle "Rabí" o "Maestro"). Considerar que la contraposición se refería a la de los cristianos frente a los judíos sería del todo anacrónico en las palabras de Jesús (aunque no en las del evangelista y en las de la propia época de éste).

La segunda curiosidad se refiere al contexto idiomático de esta conversación secreta. Es muy posible, como hemos apuntado, que se desarrollara en griego, pero también es posible que el texto que le llegó al comentarista Juan pudiera estar originariamente en arameo (las partes narrativas) y en griego (algunos de los discursos de Jesús en primera persona, aunque tampoco es descartable el hebreo para algunos de éstos), siendo luego retraducido y uniformizado en griego común por el propio comentarista o sus ayudantes. Sabemos por los otros evangelios que la expresión hebrea "Amén, Amén" (=de verdad, en verdad) era característica y muy peculiar del propio lenguaje de Jesús, y que la utilizaba muy a menudo, con independencia de la lengua que manejara. El contexto parece sugerir que el helenizado Nicodemo (desconocemos su nombre hebreo) se manejaba bien en griego, y desde luego si vino hasta Jesús de noche fue para hablar "en privado" con él. De los discípulos varones que en ese momento pudieron estar con Jesús, al comienzo de sus actividades públicas, parece claro que ninguno de ellos entendería el griego, a no ser el apóstol llamado Leví, conocido como Mateo, ex-publicano, a quien hemos de suponer bastante más culto que sus rudos correligionarios galileos; pero por la época en que se produjo este episodio, probablemente no formaba parte aún del grupo de los apóstoles ni había sido "reclutado" todavía por Jesús. Sin embargo hay otra persona, discípula y amiga personal de Jesús, de quien sabemos por el famoso episodio posterior del encuentro en la sepultura -Jn 20, 11 a 18- que hablaba griego: María, la llamada "Magdalena". Ella -sólo es una mera hipótesis- pudo ser quien recogió esta conversación más o menos literalmente.

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dos peces (grabado)

Veámos ahora otro ESQUEMA DEL DIÁLOGO, más implícito, pero que sirve para hacernos una idea más cabal de su contenido:

-NIC.: Sabemos que vienes de D. (de arriba), porque nadie podría obrar las señales que tú haces si D. no estuviera con él

-JES.: Nadie, en efecto, que no haya renacido de D. (de lo alto) podría llegar a conocer el Reino de D.

-NIC.: Pero ¿cómo puede un hombre renacer, nacer de nuevo? ¿es que podría volver a entrar, siendo viejo, en el vientre de su madre para nacer otra vez?

-JES.: Nadie que no haya nacido de agua y de espíritu (es decir, de "re-nacimiento espiritual" ) podría entrar en el Reino de Dios. El que nace tan sólo de la carne es carne. Pero el que además nace del espíritu, es espíritu. Así que no te sorprenda que diga que es necesario nacer de nuevo, es decir, renacer espiritualmente. La naturaleza del espíritu es como la del viento o el aire: el viento sopla por doquier, y puedes oírlo; pero no sabes a dónde va ni tampoco de dónde viene y dónde nace. Así es también el re-nacido del espíritu.

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Entendido esto, la pregunta-clave que queda por responder, la que le quedaba por preguntar a Nicodemo, sería: ¿Y cómo podemos nacer del espíritu, re-nacer espiritualmente? ¿Qué hay que hacer? Y la respuesta de Jesús reincide en su respuesta inicial:

-NIC.: ¿Y cómo hacer esto?
-JES.: ¿Tú eres "maestro" en la ciencia religiosa de Israel y no lo sabes? Nosotros hablamos de lo que sabemos y hemos visto, pero no nos creéis. Y si no me habéis creído cuando os he hablado de cosas terrenales, ¿cómo habríais de creerme -y de entenderme- cuando os hablo de cosas espirituales. Nadie sube arriba, al "Cielo", a lo alto, a Dios y con Dios, sino el que ya ha bajado y venido de allí: el propio Ser Humano (el que es plenamente consciente de eso, y que -al serlo- es de lo alto, viene de lo alto y está en lo alto).

La respuesta es enigmática . El propio comentarista joánico le da la suya propia (que son los versiculos 16-21 que siguen), y que evidentemente está condicionada por la propia interpretación cristológica que él le da a la expresión "Hijo del Hombre" (=el Unigénito de D.", o sea "Jesucristo mismo"). Jesús nunca utiliza esa expresión de "Unigénito", ni habla de "hijos de Dios", sino de "el hijo del hombre", pero es cuestionable que con esta expresión se refiriese tan sólo a él mismo, y no más bien a todo ser humano consciente de serlo, consciente de haber nacido de Dios. De todas formas, es claro también que cuando Jesús, en éste y otros pasajes, habla de "el Hijo del Hombre", se está refiriendo ante todo a sí mismo, como si dijera: "Este hijo de hombre que os habla".

La respuesta a esa pregunta-clave hay que buscarla, contextualmente, en el resto del Evangelio (o mejor dicho: en aquellas partes y discursos de Jesús que pueden atribuirse sin ninguna duda a él mismo y que no son obra de interpolaciones y reinterpretaciones "cristianas" posteriores, empezando por las de los propios evangelistas). Hay que buscarla, por ejemplo, en el metanoeíte! (=conciencializáos, reconciencializáos) de la exhortación inicial del Bautista, y del propio Jesús, y en el resto de las palabras y discursos de Jesús más genuinamente originarios.

¿En el "Discurso de la Montaña" hay respuestas a esa pregunta-clave, a la forma de conseguir ese re-nacimiento espiritual? En el Discurso del Monte hay desde luego una ética: de hecho la única ética asumible por quien ha visto y vivenciado el Reino de Dios (por eso esa ética nos parece a la vez tan sublime y tan extraña, tan divina como verdaderamente humana).

Por otro lado, en el propio prólogo de este evangelio joánico, reelaborado por el citado presbítero sobre un núcleo anterior (quizá del propio apóstol Juan), está claro que aquél entiende a su manera la respuesta a esa pregunta clave, cuando dice que "...son nacidos de Dios, hijos de Dios (no sólo Jesús), los que "recibieron la Luz". Una glosa (no sabemos si interpolada al prólogo) dice a continuación que ésos son "aquellos que creen en él" (literalmente: "aquellos que se adhieren a su nombre").

En otro plano (psicoanalítico), "nacer del agua" (que tampoco sabemos si es una interpolación posterior) no aludiría tan sólo al ritual del "Baño" o Bautismo, un rito iniciático esenio-cristiano de purificación y de preparación, sino que es también, en las mitologías y leyendas de todos los pueblos y culturas, un símbolo universal del "renacimiento del héroe". "Nacer del agua" significa, simplemente, nacer, pero también "renacer" (="nacer dos veces", "renacer con plenitud de fuerzas", "renacer simbólicamente"). El agua, principio húmedo de toda semilla y de toda vida, es un símbolo universal de la "inconsciencia originaria" de la que hay que salir completamente. El Ser Humano representa la posibilidad de consciencia plena, a partir del Lógos de Dios presente en todos los seres humanos desde su concepción. El agua también parece significar, dado el carácter plurisignificativo de los símbolos, un simbolo de la vida, de la verdadera vida, de la vida indefinida, intemporal y eterna. Y el agua es también la "humedad" anímica, el alma, que el espíritu fecunda y seca (cf. 1 Jn, 5, 6-8). En la simbología ritual del judaísmo es el elemento básico de toda purificación. En la simbología cristiana es el símbolo por excelencia de ese "renacimiento" (bautismo).

El término griego pneuma significa "espíritu", pero también "aire" y "viento", o más propiamente "soplo (del viento)". Aquí se juega con ambos sentidos. En cierto modo se alude a ese "bautismo de espíritu santo" anunciado por Juan el Bautista (Jn 1, 33), purificador y destructor al mismo tiempo. Los textos bíblicos hebreos hablan a menudo de "el Espíritu (=ruáh) de Dios", a veces equiparado a la Sabiduría divina, y en todo caso (cuando se atribuye al hombre) como una "plenitud o integridad de fuerzas psicofísicas casi sobrenatural" . Los antiguos textos esenios de Qumrán, a su vez, distinguían al menos tres clases de espíritus "positivos", entre ellos el "espíritu de santidad" o "espíritu santo"; el resto, de los que habría numerosas especies, serían "espíritus malignos" (=demonios).

Jesús, con todo, no hace aquí una tajante y radical separación o distinción entre "materia" (=cuerpo, carne, tierra) y "espíritu", sino que trata de aclarar la duda de Nicodemo recordándole que el espíritu puro es autónomo con respecto a la "carne", y que de igual modo que todos nacemos "de la carne", también nos es posible en cierto modo "renacer del espíritu". Son mundos distintos, pero paralelos. Sin embargo, Nicodemo, aferrado a la interpretación material y materialista, sigue sin comprenderlo, y Jesús le alude a las diferencias de criterio entre ambas sectas judaicas (esenios y fariseos, " nosotros...vosotros"), y a continuación le habla más claramente : no se entra en el "Reino de los Cielos" (no se "asciende al Cielo") si antes no se ha "descendido" de él, si no se ha recibido plenamente su "espíritu" (su "luz", según otra conocida metáfora esenia). La expresión "hijo del hombre" equivale sin más a "ser humano", pero aquí alude al Ser verdaderamente humano, al ser humano perfecto, al nuevo Hombre producido por el Espíritu, renacido en su plenitud de vida espiritual, al ser humano-divino, y por tanto al Cristo mismo.

La última alusión (cf. Núm. 21, 8 ss. ), que tanto podría pertenecer al discurso original como ser un añadido del propio comentarista, dice así: "...Y así como Moisés puso en alto la serpiente [de bronce] en el desierto, así es necesario también que sea puesto en alto este Ser Humano, para que todo el que se identifique con él tenga vida eterna". Tanto si consideramos esto como un añadido como si lo consideramos originario, no hay duda de que ese "poner en alto" aludiría a la propia "crucifixión" posterior de Jesús (prevista y planeada por éste). Pero también podría entenderse en el sentido de que el Ser Humano, en toda su plenitud e integralidad, debe ser "puesto en alto", "alzado", "elevado", "exaltado", "re-alzado", "glorificado", "reconocido" como ser divino en sí mismo (no en su individualidad personal), es decir, que la humanidad del ser humano debe ser (ante)puesta por encima de todo, pues es el reflejo o imagen humana de la Divinidad, y que sólo viéndolo así (como veían los israelitas en el desierto del Sinaí la serpiente de bronce levantada por Moisés y a cuya vista sanaban de sus dolencias) es como puede comprenderse la "humanidad de lo divino" y la "divinidad de lo humano" y como puede el ser humano salvar lo más humano y lo más divino de sí mismo (su espíritu). La vida eterna (en contraposición a la "muerte eterna") sería eso y consistiría en eso: en un estado de supraconciencia, de ser integral, de reintegración del espíritu al Espíritu (la creencia es lo que da continuidad a la vivencia misma y lo que permitiría trascender la propia temporalidad de la vida de la carne). Que ese Espíritu, en lo humano, pudiera ser también el espíritu del Amor, o de la Compasión o de la Justicia, o de cualesquiera otros "ideales" humanos, tampoco nos parece nada incompatible con las expresiones de este texto (de hecho, la vivencia del amor, su espiritualización, es tal vez la vivencia-experiencia que más puede cambiar -y hacer "renacer"- a un ser humano, la que más se aproxima a ese "renacimiento", a ese contemplar la vida y el mundo, y sobre todo al ser amado y a uno mismo en relación con él, con otros ojos, con ojos nuevos). Es, en definitiva, la capacidad de amar, proporcionada por el Espíritu, no la mera observancia literal de la Ley, lo que daría al ser humano ese "renacimiento" a una vida más plena y auténtica.

Con todo lo anterior, Jesús estaba respondiendo ya a la pregunta de Nicodemo ("¿Y cómo puede hacerse esto?"). Pero la respuesta del comentarista Juan parece ser ésta: para los que apenas pueden creer en las cosas inmateriales y espirituales, ello puede hacerse -indirectamente- mediante el símbolo y su representación, mediante la asunción y comprensión del símbolo más extraño jamás concebido o inventado (la "serpiente alzada", el "ser humano crucificado"), ese poderoso símbolo que -ya lo había constatado Pablo de Tarso- habría de ser "escándalo para los judíos y locura para los paganos". Ésa es la exaltación, elevación o re-alzamiento de lo humano mismo: el contemplar lo divino en lo más vergonzoso de lo humano. ¿Un dios crucificado ignominiosamente?, ¿un ser humano reducido a la más miserable de las muertes puede tener algo divino? La creencia en ello, el saber ver -a través de la apariencia engañosa de la realidad- una realidad hiperobjetivada en su símbolo, sería ese acceso al "Reino de Dios" y al "renacimiento espiritual" que el fariseo buscaba sin comprenderlo. La respuesta del comentarista, en definitiva, es la en Jesús-Dios; pero también podría ser de hecho la fé en lo humano mismo: creer en lo increíble, creer en aquello que la realidad misma parece contradecir, pues detrás de esa apariencia estaría precisamente el "Reino de Dios".

Esta idea del "renacimiento (o iluminación) por el espíritu" parece ser originaria de la propia vivencia mística del hombre Jesús de Nazaret, pero no parece que fuera bien entendida ni por sus seguidores inmediatos ni por los comentaristas cristianos posteriores, que en todo caso no insistieron mucho en ella (el comentarista Juan opta más bien por su interpretación del Cristo como el "Lógos" o Palabra de Dios, y por un "renacimiento espiritual" por la en que ese Lógos y ese Cristo, hijo de Dios, es Jesús mismo) . En lugar de eso, prefirieron la "divinización" de Jesús, el "Reino de Dios" como un "más allá" escatológico tras la muerte, y sobre todo la idea de la "resurrección final de los muertos", que es una idea farisaica incorporada al "cristianismo" y procedente de la cultura religiosa del ex-fariseo Pablo de Tarso, pero que propiamente no está como tal ni en los discursos ni en las palabras originarias de Jesús de Nazaret, que sin embargo la conocía bien, aunque habla sobre todo de "resurrección de (=a) la vida eterna" (p.e. en expresiones suyas como "ser la resurrección y la vida", que parece relacionada sobre todo con esta idea de "renacimiento a la vida eterna"); es posible que las primeras reinterpretaciones y redacciones de este evangelio reintrodujeran ese término farisaico y sobre todo la expresión "resucitar en el último día" que aparece como dicha por Jesús en otros discursos (cf. Jn. 6, 39-41). Algunos versículos de este pasaje que comentamos parece que podrían ser adiciones al original, pues responden a ideas muy recurrentes en el propio evangelista y parecen extrañas en boca de Jesús. La expresión "Reino de Dios" (Jn 3, 3.5), única en todo este evangelio, parece originaria, pues el evangelista prefiere más bien los términos "la Vida" o "la Vida Eterna".

Jesús muestra el camino de la conciencialización, de la trascendencia de lo humano, de la salvación del ser humano mediante una perspectiva completa sobre sí mismo ("subir al Cielo"), una perspectiva integral y un sentido completo que le permitirá verse, conocerse y comprenderse a sí mismo desde fuera de sí mismo y acceder a "otro orden de cosas", a otra "dimensión transtemporal" más allá (y "más acá") de la muerte: el Reino de Dios. Pero el paso ético previo es en todo caso el re-conocimiento de la Divinidad en la humanidad del ser humano, de todo ser humano en cuanto tal (=el Hijo del Hombre).

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(1b) fragmentos de discursos conexos: Jn 12, 34; Jn 12, 23-24, 32, 44-45; Jn 13, 20; Jn 28-29


>> (...) Entonces le contestó: "Nosotros oímos, de la Ley, que el Cristo permanecerá para siempre. ¿Cómo dices tú entonces que el hijo del hombre tiene que ser alzado a lo alto? ¿Quién es ese Hijo del Hombre?" (...)

>>(...) Y Yeoshuá, en respuesta, dijo: "Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre será (reconocido y) glorificado. De verdad, de verdad os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, permanecerá solo; pero si muere, producirá mucho fruto (...) Y yo, si fuere alzado de la tierra, atraeré a todos a mí (...) El que se adhiere a mí, no se adhiere a mí solamente, sino al que me ha enviado; y el que me contempla, contempla también al que me ha enviado (...) Y en verdad, en verdad os digo, que quien recibe al que yo enviare, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe a quien me ha enviado.

>>(...) Cuando alcéis en alto a este Hijo del Hombre, entonces conoceréis (lo) que YO SOY, y que por mí mismo nada hago, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Pues el que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que es de su agrado >>.

Los fragmentos que preceden se encuentran dispersos en diversos pasajes de este evangelio joánico, pero en unos contextos en que se notan impostados e incoherentes. No podemos asegurar que todos ellos figurasen originariamente en esa conversación con Nicodemo, pero es evidente que puestos al final de la misma tienen mucho más sentido y coherencia.

Con todo, es evidente que Nicodemo tenía que preguntarle a Jesús, necesariamente, que quién era ese "Hijo del Hombre", ¿acaso el esperado Mesías o "Cristo"?, ¿acaso era el propio Jesús ese Mesías?, ¿por qué, pues, ese "Hijo del Hombre" debía ser "elevado", algo que el propio Nicodemo entendería más bien como "elevado al Cielo"? Jesús le responde que, en efecto, él es en cierto modo ese "Hijo del Hombre" (expresión que evidentemente él mismo prefiere a la de "Mesías" o Cristo); él es ese "hombre perfecto" renacido del espíritu. Ha tenido una intensa vivencia mística en el desierto de Qumrán, entre los esenios, una vivencia-experiencia de "iluminación" a la que ni siquiera otros esenios (p.e. su pariente Juan el Bautista con sus prácticas ascéticas extremas) han llegado. Ha conocido a la Divinidad, y se ha reconocido a sí mismo como parte de ella, como "hijo" suyo (de ahí que hable siempre de Dios como "mi Padre", como única forma de explicar y de hacer comprensible y cognoscible al Dios esencialmente incognoscible al que nadie ha visto jamás). Ha comprendido el sentido del ser humano sobre la tierra, el modo en que con la consciencia se puede trascender la muerte y acceder a ese "Reino de Dios". Pero todo esto es prácticamente imposible de explicar y de comunicar a quien no ha vivido una vivencia semejante. De ahí que tenga que explicarlo con "otro lenguaje", con símbolos, con parábolas o alegorías, y en todo caso con el lenguaje escatológico de la época y de la propia cultura religiosa tradicional judía.

Jesús se considera a sí mismo un ejemplo de lo que, en principio, todo ser humano, todo "hijo del hombre", podría llegar a ser: un hombre completamente libre del "miedo a la muerte", consciente de que la verdadera vida (la vida espiritual en Dios) es intemporal y eterna. Pero también era consciente de que todo esto no es una experiencia accesible a la mayoría de la gente, que como mucho sólo puede entender la ética que todo ello implica, y que en todo caso busca "señales" o "signos" divinos. Por eso Jesús sabía que tendría que llevar sus actuaciones hasta el final, que sería necesario ese teatro final de la "crucifixión" y de la "resurrección", como única forma de que las masas -al menos momentáneamente- creyeran en todo esto, incluso creyendo que él era ese esperado Mesías. No bastaban las propias predicaciones, como se había demostrado en el caso del Bautista; eran necesarios "signos" (=milagros), y sobre todo el mayor de ellos, el que afectaba de lleno el núcleo de las propias creencias fariseas: la "resurrección" (literal) de entre los muertos.

Es fácil de entender por qué los primeros dirigentes eclesiales ocultaron estos discursos, tan místicos como incomprensibles para la mayoría. Y sólo se atrevieron a hacerlos públicos cuando los gnósticos, mostrando precisamente algunos aspectos de ese Jesús místico y poco comprensible para los no-iniciados, empezaron a poner en peligro la simplicidad de las explicaciones de los otros evangelios oficialistas. Pero, ¿qué les quedaba a los que, como no pocos de sus propios discípulos, no habían accedido directamente a esa vivencia o supra-vivencia del propio Jesús? La respuesta es obvia: quedaba la vía de la (siempre imperfecta, salvo cuando está profundizada más allá de la mera autosugestión momentánea y pasajera) y sobre todo quedaban las obras de la fé, como quería Pablo de Tarso. Y quedaba creer que esa vivencia del propio Jesús debía de ser en todo caso auténtica porque procedía de un hombre auténticamente extraordinario (casi sobre-humano); quedaba creer en la viabilidad o en el modelo de su ética (p.e. el Sermón de la Montaña), o en sus respuestas y actuaciones extraordinarias, o en el cumplimiento exacto de los ritos religiosos (pero "hasta la última coma", o bien en su resumen esencial según el propio Jesús), y -en último término- quedaba la "fé" simplista en sus supuestos "milagros" y en su supuesta "muerte" y "resurrección".

Todo esto es lo que tuvieron que gestionar los primitivos dirigentes de la Iglesia desde sus inicios, ya desde los apóstoles, y seguramente no pudieron hacerlo de otra forma mejor de lo que lo hicieron: divinizando la propia figura de Jesús como única forma para conseguir salvar su mensaje originario y cambiar las cosas en la medida de lo posible (de hecho cambiaron el mundo y la historia para siempre, pero a costa de no poca sangre de los que mantuvieron esa creencia auténtica contra todo y contra todos). De otra forma, probablemente todo se hubiera perdido. Y el propio Jesús seguramente fue consciente también de ello desde el principio, y por eso hizo lo que hizo, lo que sabía que tenía que hacer para comunicar y universalizar su mensaje.

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dos peces (grabado)

(2) Discurso en los atrios del Templo: Jn 8, 12-18; 5, 36; 8, 19; 5, 37-47; 8, 20-27


<< En otra ocasión el propio Yeoshuá les volvió a hablar y les dijo: "(Lo que) YO SOY (es) la luz del mundo. El que me sigue a mí (el que sigue a esta luz) no volverá a andar en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la Vida". Y los fariseos le contestaron entonces: "Tú estás dando testimonio sobre tí mismo, (así que) tu testimonio no puede ser válido". Yeoshuá les replicó diciéndoles: "Aun cuando yo testifique sobre mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y a dónde voy. Pero vosotros no sabéis ni de dónde vengo ni hacia dónde voy. Vosotros (pre)juzgáis según lo corporal (de la apariencia); yo no juzgo a nadie (de ese modo). Pero incluso cuando yo juzgo, mi juicio es legítimo, porque no soy yo solamente, sino yo y el Padre que me ha enviado. Y en vuestra propia Ley está escrito que el testimonio de dos personas es válido. (Lo que) YO SOY (es) el que testifica sobre mí, y testifica sobre mí el Padre, que me ha enviado" (...)

>>(...) "Y es que las obras que el Padre me dió hacer, esas obras que yo hago, son las que dan testimonio a favor mío de que el Padre me ha enviado, y (con ello) el Padre que me ha enviado da testimonio de mí (...)".

>> Le decían entonces: "¿Y dónde está tu "padre"?". Y respondió Yeoshuá: "Ni me conocéis a mí ni por consiguiente tampoco a mi Padre. Pues si me conociérais a mí, conoceríais también a mi Padre" (...)

>>(...) "Vosotros no habéis oído jamás su voz, ni habéis visto su semblante. Ni tampoco tenéis su Palabra en vosotros, porque no habéis creído en aquel que él ha enviado. Escudriñad bien las Escrituras, puesto que en ellas creéis tener la vida eterna, pues ellas son las que dan testimonio de mí. Pero no queréis venir a mí para tener esa Vida. Yo no recibo gloria de los hombres, pero os conozco y sé que no tenéis en vosotros el amor de la Divinidad. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís. Si otro viniera usando su nombre, le recibiríais. ¿Cómo vais a poder creer vosotros, que os dais la gloria unos a otros y no buscáis la gloria de la única Divinidad? No penséis que yo vaya a acusaros ante el Padre; hay otro que os acusará: el propio Moisés, en quien vosotros tenéis puesta la esperanza; porque si creyérais (verdaderamente) en Moisés, también creeríais en mí, ya que de mí escribió aquél. Pero si no creéis en sus Escrituras, ¿cómo habríais de creer en mis palabras? " (...)

>> Estas palabras las dijo enseñando en el Templo, en el atrio de la tesorería, y nadie se atrevió a echarle mano, pues aún no había llegado su hora.

>> Y todavía les dijo: "Yo me iré y me echaréis de menos, y pereceréis en vuestro error. A donde yo voy, no podéis venir vosotros ". Se decían entonces los judíos: "¿Acaso es que va a darse muerte a sí mismo, que dice que a donde él irá nosotros no podemos ir?". Y él les decía: "Vosotros sois de los de abajo; yo, de los de arriba soy. Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo. Y os he dicho que moriríais en vuestros errores porque si no creéis en (el) que YO SOY moriréis en esos errores vuestros". Le decían entonces: "¿Y quién eres tú?". Y les dijo Yeoshuá: "¿De qué os estoy hablando desde un principio? Mucho tendría que hablar y que juzgar de vosotros, pero el que me ha enviado es (suficientemente) veraz, y yo hablo al mundo (sólo) lo que le oigo a Él". No comprendieron que les estaba hablando del Padre>>.

Este diálogo con los fariseos en uno de los atrios del Templo se puede conectar, en su temática, directamente con el anterior. Comienza con una expresión griega que es relativamente frecuente en los discursos de Jesús: "Yo soy...". Los comentaristas modernos son unánimes al considerar que esas dos palabras griegas (ego eimí, "yo soy...") constituyen en la intención consciente del evangelista (y desde luego en la del propio Jesús) la "traducción" del nombre hebreo YHWH, el nombre sagrado e inefable de Dios que los judíos siempre evitaban pronunciar, el nombre secreto revelado a Moisés en el Sinaí (Ex 3, 14). En el hebreo arcaico YHWH significaba algo así como "Yo Soy el que soy", o "Yo Soy lo que soy" (=lo que realmente es = el Ser de todo lo que es). Esto no constituye en absoluto una prueba de que Jesús pronunciara originariamente en hebreo estos discursos que incluyen el "yo soy..." (aunque en algunos casos, p.e. en la escena de la detención de Jesús narrada en Jn 18, 5-6, es evidente que pronunciaría esas palabras directamente en hebreo, y el propio evangelista lo da a entender cuando dice hiperbólicamente que los que iban a detenerle "retrocedieron y cayeron en tierra", una forma literaturizada que quiere dar a entender que se quedaron momentáneamente "paralizados" al escuchar -en hebreo- el nombre de Dios que nadie podía osar pronunciar). Pero, en cualquier caso, está claro que los discursos en los que Jesús emplea esa expresión de "yo soy...", aunque fueran pronunciados originariamente en arameo (o incluso en griego), estaban dirigidos a personas que entendían la lengua hebrea y que podían captar inmediatamente esa asociación de la expresión "yo soy..." con el nombre divino hebreo impronunciable.

Se trata sin duda de un discurso originario, aunque rehecho desde diversos lógoi distintos; pero no se trata de una recreación del evangelista, a pesar de que se emplea un lenguaje que recuerda mucho al del Prólogo de este evangelio ("la Luz del Mundo", "la tiniebla", etc). En realidad es el propio evangelista, en su Prólogo, el que se inspira en estas palabras reales de Jesús, pues por otra fuente evangélica distinta (Mt 5,14) sabemos que Jesús empleó a menudo esa metáfora de "la luz del mundo", que es una metáfora bíblica tradicional (cf. Is 49, 6). Otra prueba de que es originario es también el propio estilo de este diálogo: Jesús, muy dado a los juegos expresivos de palabras, utiliza aquí intencionadamente el lenguaje en una forma similar a como los juristas y letrados utilizaban sus argumentos jurídicos en la interpretación literal de la Ley. Ellos dicen que, de acuerdo con la Ley (Dt 7, 6; 19,15), para que un testimonio sea válido debe ser testimoniado por dos personas, de manera que es inaceptable que sea el propio Jesús el que hable de sí mismo. Pero él les responde que no es uno hablando de sí, sino más bien dos hablando de él (el Padre y su Hijo, sobre él, o el Padre y él, sobre el Hijo). Con ello demuestra que conoce bien el lenguaje técnicojurídico de sus adversarios, pero no lo hace como modo de evidenciar sus propios conocimientos de la Ley, sino para expresar unas realidades supralógicas que no podían expresarse de otro modo en el lenguaje y en la mentalidad de la época.

Hoy en día disponemos de otros lenguajes y de otras perspectivas. Las filosofias religiosas orientales, algunas muy completas en su descriptivismo psicológico, distinguen siempre entre el "yo", como aparente y ficticio centro unificado de la conciencia, y el verdadero"Yo" profundo, que coincide con la propia esencia divina. La psicología analítica contemporánea (C. G. Jung, p.e.) distingue entre el "yo" y el "sí mismo" (das Selbst). En realidad, a nadie que esté algo familiarizado con el lenguaje poético-simbólico de algunos místicos cristianos posteriores, o con el del budismo o el de los místicos sufíes, podrá parecerle tan extraño ese lenguaje de Jesús. Tampoco era algo completamente ajeno al judaísmo tradicional, con textos proféticos y salmos que emplean un lenguaje bastante similar. Jesús, en cierto modo, recupera ese lenguaje para expresar su propia vivencia mística personal. Él ha llegado a comprender completamente el sentido de todos los textos bíblicos anteriores (seguramente tras muchos años consagrado a su estudio en compañía de los esenios qumranitas). Y esos textos, sobre todo los proféticos, hablan a menudo de la "Palabra de Dios" como luz de la Vida, como vida eterna, como fuente de aguas vivas. Jesús siente que él mismo es y representa esa "Palabra", pues conoce su sentido profundo y es capaz no sólo de interpretar ese sentido, sino de vivirlo en sí mismo. Y como "Palabra de Dios", es también "Hijo de Dios". En una ocasión dirá (Mt 5, 17-20) que él no ha venido a derogar la Ley judía, sino a llevarla a su perfección completa, que es como si hubiera dicho a "revitalizarla", a "actualizarla", a vivificarla. Porque la religión judía, con su interpretación rigorista de la Ley mosaica, con sus ritos purificatorios obsesivos hasta lo neurótico, se había convertido en una religión puramente ritualista y vacua (tan pesada, rígida y vacía como esas grandes tinajas de piedra mencionadas en el episodio de las bodas de Caná). Jesús trae el vino de calidad para llenarla, a partir del agua del espíritu. Por eso él mismo se considera palabra viva de Dios, y por eso considera que todo lo que los antiguos profetas hebreos predijeron sobre el "elegido de Dios", el "Rey-Mesías", el "Hijo de Dios", se cumple cabalmente en él mismo más que en ninguno de los profetas pasados. Jesús es reacio a autocalificarse como "Mesías" (quizá porque su idea del "Mesías" era cualitativamente distinta de lo que se esperaba en su tiempo y en sus contemporáneos). Pero asume que, en cierto modo, lo es, o mejor dicho: que tiene que serlo, que sólo él puede y debe serlo, con todas sus consecuencias. Pero prefiere autodenominarse el "Hijo del Hombre". No usaba, por tanto, un lenguaje completamente ajeno a la tradición judía, aunque no dejaran de escandalizar algunas de sus atrevidas afirmaciones.

El discurso de Jesús no es el discurso incoherente de un esquizofrénico, sino el de un místico. No es propiamente un "Dios" el que habla; es un hombre, un "hijo de hombre", un ser humano. Pero un Ser Humano plenamente consciente de lo que es, de su filiación espiritual, de su identidad consustancialmente divina.

Jesús les está hablando de Dios (del "Yo Soy"), de la única forma de conocerlo, de tener un cierto conocimiento de Dios a través de la propia supraconciencia de uno mismo (eso es "el Hijo", como imagen del "Padre"). Son figuras y personas distintas, pero en esencia son uno y lo mismo. Jesús muestra la forma de llegar a ese "Sí Mismo" (en principio a través de la asunción y comprensión de sus palabras, pues él ya "ha venido de arriba", de ese conocimiento espiritual y profundo del "Padre"). No es "teología trinitaria" anticipada de lo que se habla aquí, ni Jesús se presenta tampoco como una "encarnación" o "prefiguración" del Dios-Padre, sino tan sólo de su Palabra. Es más bien Mística de lo que se trata aquí, vivencia mística de lo que uno verdaderamente es, y en definitiva de lo único que es, del verdadero y auténtico YO SOY (YHWH). La cuestión no era "creer" en Jesús, en que él era quien decía que era, o en que era "Dios" (esto es lo que hizo el "cristianismo", ya desde los propios apóstoles), sino creer ante todo en su palabra, en el sentido de la Palabra divina revelado y renovado por él de una forma en que nadie hasta entonces lo había hecho ni lo haría después.

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(3) Nuevo discurso en el Templo: Jn 7, 14-24 y Jn 5, 16-20, 25, 30


<< Mediada ya la fiesta, subió Yeoshuá al Templo y allí enseñaba. Y se admiraban los judíos diciéndose: "¿Cómo es que éste conoce las Escrituras sin haber estudiado (entre nosotros)?". Y Yeoshuá, en respuesta, les dijo: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. Y si alguien desea realizar el designio de éste, apreciará si esta doctrina procede de la Divinidad o si yo hablo por cuenta propia. El que habla por cuenta suya, busca su propio reconocimiento; pero el que busca el reconocimiento del que le ha enviado, ése es veraz y no hay en él impostura. ¿No os dió Moisés la Ley? Y sin embargo ninguno de vosotros cumple (verdaderamente) dicha Ley. ¿Por qué, pues, buscáis matarme?".

>> Los de la turba contestaron: "Tú estás poseído de algún demonio (de locura); ¿quién busca matarte?". Y Yeoshuá les respondió diciéndoles: "Una sola obra he hecho, y todos os quedáis pasmados. Y porque Moisés os dió la circuncisión [-que no viene de Moisés, sino de los antepasados-] vosotros circuncidáis a un hombre incluso en sábado. Si un hombre recibe la circuncisión en sábado también, para que no quede incumplida la Ley de Moisés, ¿por qué os irritáis contra mí porque he devuelto la salud a un hombre en sábado (en todo su cuerpo, no sólo en uno de sus miembros)? No juzguéis según las apariencias; juzgad según un juicio justo" (...) >>.

>>(...) Y es que los judíos acosaban a Yeoshuá precisamente por esto, por haber hecho eso en sábado. Y Yeoshuá les contestó: "Mi Padre todavía hasta hoy sigue trabajando (haciendo obras extraordinarias), así que yo trabajo también". Por eso especialmente buscaban los judíos matarle, pues no sólo quebrantaba el (precepto de no hacer trabajo ni actividad alguna en) sábado, sino que decía que el propio Dios era su padre, equiparándose (con ello) a la Divinidad misma.

>> Entonces les replicó Yeoshuá y les dijo: "La verdad os digo cuando os digo que el hijo, por propia iniciativa, no podría hacer cosa alguna si (antes) no se la hubiera visto hacer (primero) a su padre. Y es que lo que éste hace, eso es también lo que el hijo asimismo hace. [Pues el caso es que el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él mismo hace, y aun obras mayores que ésta le mostrará, para que vosotros os admiréis (...) De verdad, como os lo digo: ya viene la hora, y (esa hora) es ahora, en que los (espiritualmente) muertos oirán la voz del Hijo de la Divinidad y escuchándola (re)vivirán (...)]

>>Yo no puedo hacer nada por mi cuenta. Juzgo según lo que (le) oigo, y con ello mi juicio es justo, porque no busco mi propia voluntad sino la voluntad del que me ha enviado (...) >>.

Este discurso resulta especialmente dificultoso de reconstruir, pues parece que se conservaba fragmentariamente y sin un contexto preciso, aunque el contexto general parece haber sido en todo caso la justificación de Jesús ante los reproches y desaprobaciones de los fariseos por haber curado a un hombre en sábado. Aquí lo reconstruimos conjeturalmente en base a los dos fragmentos principales que podría pensarse que pertenecían quizá a un mismo discurso originario (Jn 7, 14-24 y Jn 5, 16-20, 25, 30), acaso luego trastocados de lugar por la propia transmisión o por la reelaboración del evangelista.

Con todo, su autenticidad no puede ponerse en duda, exceptuando los incisos de contenido interpretativo escatológico (Jn 5, 21-24 y 26-29), que incluso resultan contradictorios con otros anteriores como Jn 3, 17-19, y también algunos pasajes siguientes (Jn 5, 31-47), que resultan repetitivos y redundantes y que podrían ser interpolaciones explicativas y reelaboraciones doctrinales del propio comentarista.

El modo en que Jesús refuta esas objecciones farisaicas es, como es habitual en él, exquisitamente legalista y a la vez lógico: los fariseos incumplen de hecho el riguroso precepto del descanso absoluto del "sabbath", en el momento en que circuncidan a un niño en sábado para cumplir el precepto mosaico de que debe ser circuncidado a los ocho días exactos de su nacimiento (cumpliendo el plazo mosaico circuncidaban aunque fuera en sábado, y con ello quebrantaban ese descanso sabático para "curar" un solo miembro); y sin embargo no quieren admitir que pueda ser lícito curar "de todos sus miembros" a un hombre en sábado, como había hecho Jesús (o mejor: como había hecho el propio "Padre", pues se trató de una curación extraordinaria).

Hasta esos extremos tan absurdos como inhumanos había llegado la interpretación literal de la Ley mosaica, y a esa rígida "interpretación", que olvidaba completamente el espíritu de dicha Ley, es precisamente a lo que más se opone Jesús, contraponiendo a la "letra muerta" la palabra viva que él mismo representa y que él mismo presenta actualizada en su único sentido interpretativo integral y admisible, el más humano (que está ya en los antiguos profetas y en los textos bíblicos sapienciales).

Todavía hay algunos comentaristas actuales (muy reacios a adscribir a Jesús a la secta esenia, pues en realidad presuponen erróneamente que el neo-esenismo del siglo I d.C. era todavía básicamente el reflejado en los textos de Qumrán, que son varios siglos anteriores) que pretenden adscribirle a la secta farisaica, presuponiéndole algo así como un "fariseo o ex-fariseo que iba por libre", y arguyendo que algunas de las doctrinas de Jesús tienen un indudable "fondo" farisaico (suelen poner como ejemplo, entre otras, la coincidencia de Jesús con determinadas escuelas farisaicas en torno a la indisolubilidad del matrimonio y a la oposición al divorcio, aunque en realidad las opiniones de Jesús sobre este particular están evidentemente interpoladas y en todo caso malinterpretadas, pues Jesús no dice textualmente en Mc 10, 9 y Mt 19, 6: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre", sino más bien: "Lo que (verdaderamente) ha sido unido por la Divinidad, no podrá separarlo el hombre", que es como decir: el matrimonio auténtico es indisoluble per-se, pues no depende de la voluntad de los hombres el separarlo; para los demás casos, es decir, los pseudomatrimonios no unidos por Dios sino por los hombres, que son la mayoría, ahí está la propia Ley mosaica, que contempla el repudio más o menos unilateral). Jesús no estudió con los fariseos (como éstos mismos reconocen en Jn 7, 15), y obviamente tampoco con los saduceos; de modo que sólo queda una única secta judaica donde pudo realizar su aprendizaje doctrinal y religioso: la secta esenia. Por lo demás, todas las críticas de Jesús son siempre contra la hipocresía religiosa de fariseos y saduceos. Y encontrar afinidades doctrinales con ellos no es desde luego explicable más que por condicionamientos religiosoculturales comunes: Jesús es judío, y educado en el judaísmo rigorista de los esenios; los fariseos también son judíos y también rigoristas (aunque con un "rigorismo" escrupulosamente ritual y formal, nada ético). Y el propio esenismo era en origen una escisión antigua del fariseismo. Ahí empiezan y acaban todas las "coincidencias".

La segunda parte de este discurso que aquí analizamos presenta sobre todo problemas de interpretación textual de algunos "conceptos" (que desaparecen por entero desde el momento en que los consideremos reelaboraciones doctrinarias del evangelista, no ideas del propio Jesús, como es todo lo relativo a la "resurrección de los muertos", concebida al modo literal farisaico).

Comienza Jesús por hacerles ver a sus adversarios algo muy obvio: Nadie nace aprendido; todo lo que uno hace es el producto de una imitación; el aprendizaje del ser humano no es algo heredado (como el instinto en los animales), sino algo que se adquiere imitando un modelo de hacer que ha visto antes (generalmente un modelo paterno, pues los aprendizajes básicos se adquieren por lo general en el propio ámbito familiar, luego en el escolar, en el social, en el laboral, etc). El ser humano es un animal de imitación. Él mismo, les dice, ha tenido también un Modelo (él lo llama "mi Padre", y evidentemente se refiere a la propia Divinidad), y les dice que todo lo que expone y todo lo que hace lo ha "aprendido" directamente de él (no dice cómo, pero es obvio que ha sido a través de una experiencia mística personal y a través de un estudio profundizado de las Escrituras judías, hasta encontrar ese "sentido ético integral" que permite la correcta interpretación de todas ellas en su sentido o espíritu originario). Por ello su interpretación no es sólo la más "veraz", sino que él mismo está en condiciones de considerarse a sí mismo no ya como el "intérprete" más fiel o más experto de la Palabra de Dios, sino en cierto modo como la Palabra misma de Dios, como el "Hijo" de Dios.

Esto era desde luego mucho más de lo que los fariseos estaban dispuestos a aceptar, a pesar de que Jesús no dejaba de demostrarles que las interpretaciones que ellos hacían eran radicalmente erróneas (y se lo demostraba precisamente con sus propios argumentos legalistas y con su propio lenguaje jurídico, y sobre todo con sus hechos admirables). Pero todavía da un paso más, evidentemente tan atrevido como inaceptable para ellos: se proclama "Palabra viva" de Dios, "Hijo de Dios". Si la Palabra es divina, él mismo (que es quien entiende y vive su verdadero sentido) también lo es; si la palabra es (como todas las palabras) humana, él mismo -como "hijo de hombre"- es también el más capacitado para entenderla plenamente, para juzgar de acuerdo con ella, y por ello también para divinizarla, para devolverla su originario sentido divino. Si la Palabra es vida para los que la siguen (y esto es algo que está ya en los propios textos bíblicos antiguos, no es una "ocurrencia" de Jesús), entonces él mismo está dando vida (=sentido de la vida) a los que la escuchan y se adhieren a ella. Éste es el planteamiento general de éste discurso y de los siguientes.

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dos peces (grabado)

(4) Discurso en la sinagoga de Cafarnaúm, Jn 6, 30-63


Éste es, sin duda, uno de los discursos más "escandalosos", por incomprensibles, de todos los que se atribuyen a Jesús en los evangelios (y que ni siquiera sus propios discípulos fueron capaces de entender y de asimilar en su momento). Fue pronunciado, por lo menos la parte más sustancial de él, en una sinagoga de la ciudad de Cafarnaúm, por aquel tiempo uno de los principales centros urbanos en los alrededores del lago Tiberíades, poco después del "milagro" de la multiplicación de los panes, de ahí las alusiones al "pan" del desierto, con que algunos judíos pretendían minimizar el prodigio realizado por Jesús comparándolo con el milagro que hizo Moisés de alimentar a todo el pueblo con el "maná" durante el éxodo de Egipto.

Jesús, como es habitual en él, comienza por hacer afirmaciones chocantes: el verdadero "pan del Cielo" no era aquél maná con que se alimentaron los israelitas en el Sinaí; el verdadero pan bajado del Cielo es... él mismo, el "Hijo". Como en todos sus discursos, Jesús, cuando dice "yo soy...", no se refiere a su propia persona, a su individualidad personal, al "hijo del carpintero de Nazaret", a su "ego" individual, sino más bien -como señalamos antes- a su "sí mismo", a su naturaleza más profunda, a su ser verdadero (en términos de la filosofía religiosa budista e hinduista diríamos el "Dharma", no el "karma" personal; el "Brahmán", no el "atmán" individual), es decir, se refiere a su "sí mismo" espiritual, nacido del Espíritu, y por ello hijo del Espíritu. Él habla desde su vivencia mística, no desde su individualidad personal. Pero los judíos lo entienden únicamente desde este último sentido, de ahí que sus palabras les parezcan arrogantes, vanidosas, extravagantes y delirantes.

Él es ese "pan" en la medida en que es también la Palabra hecha ser vivo, la Palabra viva, el verdadero sentido de la Ley y de las predicciones de los antiguos profetas, afirmación que podía resultar más o menos asumible por sus interlocutores, pues los textos bíblicos antiguos hablaban a menudo de la Palabra de Dios como el verdadero pan que da verdadera vida al ser humano (cf. Mt 4, 4; Lc 4, 4; Dt 8, 3). Pero Jesús da un paso provocativo más, para sondear hasta dónde quieren entender sus adversarios esa alegoría, y para hacerles ver que él mismo es y representa esa Palabra (no es un simple Maestro de la Ley, sino que es y representa la Palabra misma de Dios tal como nunca hasta entonces se había manifestado, ni siquiera en los antiguos profetas hebreos), y proclama que su cuerpo (espíritual) es verdadera comida y su sangre (vida espíritual) verdadera bebida. Esto era ya algo que a los judíos, con todos sus tabúes y prescripciones religiosas alimentarias, no podía menos que repugnarles. Y ahí comienza la malinterpretación y el escándalo (a pesar de que Jesús dice después en privado a sus propios discípulos que les ha dicho esto "con palabras espirituales", es decir, alegóricas).

Posteriormente, los primeros cristianos también lo malentendieron inevitablemente, en su caso entendiendo y creyendo esas palabras en sentido literal, en sentido mistérico más que en sentido místico. De ahí proviene toda esa interpretación mistérica cristiana de la transustanciación y de la eucaristía (como comunión con el Dios comiendo su carne y bebiendo su sangre, simbólicamente pero también supra-simbólicamente, algo que era común asimismo a diversas religiones mistéricas grecorromanas: los misterios de Demeter, los misterios dionisiacos, etc).

Sin embargo, todo ese pasaje del discurso en que Jesús habla de su "cuerpo" y de su "sangre" que deben comerse, podría ser perfectamente espúreo (en nuestra traducción lo ponemos entre corchetes), quizá reinventado y reintroducido por el propio comentarista o por redactores evangelistas posteriores, pues las similitudes con el dogma central del cristianismo primitivo (la transustanciación eucarística) resultan demasiado evidentes. Ello no significa que haya en esos pasajes -en general- algo así como una voluntad de "falsificar" y de hacer decir a Jesús lo que Jesús probablemente nunca dijo, sino más bien una voluntad de interpretar, de completar y de comprender unos discursos místicos fragmentarios (y de hacerlos comprender dentro de lo que era ya, en el siglo II, una teología y cristología muy desarrolladas, utilizando para ello incluso el recurso o licencia literaria de hacer hablar a Jesús, al Cristo, "en cristiano").

El problema, como en todos los demás discursos de este evangelio joánico, es que hay muy pocos criterios estilísticos que sirvan para diferenciar claramente las partes originales y las partes añadidas en esos supuestos discursos de Jesús, ya que todos ellos han tenido un proceso de reestructuración y reelaboración literaria al redactarse en el griego común evangélico; las propias fórmulas lingüísticas aparecen muy estereotipadas, las repeticiones de una misma idea son frecuentes en un mismo pasaje, y a veces sólo traicionan al comentarista determinadas expresiones o "explicaciones" aparentemente redundantes (a menudo introducidas por partículas griegas explicativo-aseverativo-causales como gar, touto gar, touto de, y otras).

Con todo, como decimos, las similitudes con las ideas "eucarísticas" de los evangelios sinópticos parecen demasiado literales y evidentes. Las palabras supuestamente pronunciadas por Jesús ante sus discípulos en la última cena, conservadas en Mt 26, 26-29, Mc 14, 22-25, Lc 22, 19-20, y 1 Cor 11, 23-29: "Este (pan) es mi cuerpo...Este (vino) es mi sangre...", no aparecen mencionadas sin embargo en la narración del evangelio de Juan de esa última cena. Las primitivas comunidades cristianas hicieron de ellas, como es sabido, la parte central de un rito consagratorio y mistérico (la "comunión" o banquete eucarístico o "cena del Señor"), ligadas al rito tradicional eseniojudaico de la fracción o bendición del pan y a la acción de gracias o "brindis" típicamente helénico (eu-carístia).

En Lc 22,19 y en la carta paulina a los Corintios se ha añadido además lo de "...Haced esto en memoria mía". Y es obvio que en todos esos pasajes estas palabras "eucarísticas" han podido ser añadidas con posterioridad; pero en principio, casi ninguna posibilidad puede descartarse. Por ejemplo:

a)-que esas palabras eucarísticas sean añadidos procedentes de una temprana reinterpretación ritual y mistérica del discurso de Jn 6; en todo caso, si se trata de adiciones, éstas se remontarían a las fases redaccionales más antiguas de los evangelios, pues no faltan en ninguno de los códices principales, lo cual parece incompatible con la hipótesis de que deriven del discurso joánico

b)-que el discurso joánico, en esos pasajes concretos, fuera reelaborado a partir de esos pasajes eucarísticos y de la liturgia cristiana primitiva (si bien no es muy usual que el evangelio joánico imite o se base en los evangelios sinópticos, aunque los tiene presentes); ésta nos parece la hipótesis más probable

c)-que el discurso sea enteramente original, procedente de una fuente común a los pasajes eucarísticos y a la liturgia eucarística primitiva

d)-que tanto el discurso de Jn 6 como las palabras eucarísticas sean, efectivamente, palabras originales de Jesús pronunciadas en distintos contextos (ante los judíos de la sinagoga y ante sus discípulos en la última cena)

En lo demás, este discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm mantiene una conexión consecuente con los demás discursos anteriores: Jesús se considera "renacido espiritualmente", "nacido del espíritu", y por tanto "hijo espiritual de Dios"; en virtud de ello no sólo es también el mejor intérprete de la Palabra de Dios, sino -en cierto modo- la Palabra misma personificada y viva, el verdadero alimento espiritual ("del cielo"), el alimento que hay que comer para alcanzar esa vivencia de vida intemporal y eterna (los pasajes alusivos a la "resurrección en el último día" podrían ser añadidos posteriores del evangelista, a menos que los consideremos en un sentido más místico: el de la vivencia de lo eterno a través de la asunción de esa Palabra; de todas formas, incluso así, parece que no puede descartarse la alusión a algún modo de "renacimiento a la vida eterna" o de "salvación espiritual para la vida eterna", la que el propio Jesús ya ha experimentado en sí mismo). Esas misteriosas palabras finales ("el que come este pan vivirá para siempre") fueron muy utilizadas -y quizá extrapoladas- por los comentaristas gnósticos, que consideraron que se referían a comprender el "sentido oculto y secreto" de las palabras de Jesús, como condición para "no saborear la muerte", es decir, para no considerar la muerte como tal.

Pero veámos ya el discurso.

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<< Ellos le dijeron: "¿Qué señales nos das tú para que veamos y creamos en tí? ¿qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dió de comer ".

>>Y Yeoshuá les contestó: "De verdad, de verdad os digo, que no fue Moisés quien os dió el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Pues el Pan de la Divinidad es el que baja del Cielo y da vida al Mundo". [Le dijeron entonces (algunos): "Señor, danos siempre de ese pan"].

>>Yeoshuá les contestó: "YO SOY ese Pan de la Vida (para vosotros); el que viene a mí ya no estará hambriento, y el que pone su confianza en mí ya nunca tendrá sed. Pero, como os digo, también vosotros me habéis visto y no me habéis creído. Todo lo que el Padre me da, a mí llega; y al que ha venido a mí yo no le echo fuera. Pues he bajado del cielo no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. [ Y la voluntad del que me ha enviado es ésta: que todo lo que me ha dado yo no lo deje perderse de él, sino que lo restablezca en el último momento. Ésa es, pues, la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y se adhiere a él tenga vida eternamente ] ".

>>Murmuraban los judíos de él precisamente por lo que había dicho de que él era 'el pan que ha bajado del Cielo', y se decían: "¿Acaso no es éste el Yeoshuá hijo de Yeoshef, del que conocemos su padre y su madre? ¿por qué dice ahora que ha bajado del Cielo?". Y Yeoshuá, en respuesta, les dijo: "No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí si el propio Padre que me ha enviado no me lo trae hasta mí [...]. Escrito está en los Profetas: '... y serán todos (directamente) enseñados por Dios'. Todo el que ha oído (las palabras) del Padre y aprende, viene a mí [...].

>>(Lo que) YO SOY (es) el Pan de la Vida. Vuestros antepasados comieron el maná en el desierto; y, con todo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del Cielo, para que quien coma de él no muera. (Lo que) YO SOY (es) ese pan vivo que ha bajado del Cielo. El que coma de este pan, vivirá para siempre. [ Y este pan que yo daré es mi propia carne, en pro de la Vida del mundo".]

>>Disputaban entre sí los judíos diciéndose: "¿Cómo pretende éste darnos a comer su carne?". Y Yeoshuá les dijo entonces: "De verdad, ya os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida indefinidamente, y yo le recuperaré en el último momento. Pues mi carne es auténtica comida y mi sangre es auténtica bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Y así como me envió el Padre Viviente, y yo vivo por el Padre, el que me come vivirá por mí. Éste es el Pan que ha bajado del Cielo, no como aquél que comieron vuestros padres, que murieron. El que come de este pan, vivirá para siempre]. Esto lo dijo cuando enseñaba en la sinagoga de Cafarnaúm.

[>>Después de haberlo oído, muchos de sus discípulos dijeron: "¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede escucharlas?". Comprendiendo Yeoshuá que murmuraban de esto sus discípulos, les dijo: "¿Esto os escandaliza? Pues¿qué sería si vieseis al Hijo del Hombre subir allí donde estaba antes? El espíritu es lo que da la vida; la carne no aprovecha en nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida".]

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(5) Discurso en el Templo (tenso diálogo con los judíos): Jn 8, 31-59


Se trata de uno de los últimos diálogos sostenidos con sus antagonistas judíos. Jesús está en el Templo, hablando a sus discípulos y seguidores, pero, como de costumbre, algunos de los judíos presentes intervienen en la conversación para desacreditarle ante los demás. Jesús, con todo, les responde a su modo, y -como de ordinario- ellos le malentienden por completo. La "liberación" de que habla Jesús, entendida por los judíos en su sentido meramente material (v.gr. liberación de un esclavo), es desde luego algo mucho más amplio y que abarca todas las esferas de actuación del ser humano: liberación de los propios miedos (conscientes e inconscientes), liberación de los propios errores o "pecados", liberación de los propios vicios que nos esclavizan, etc. De nuevo los judíos se justifican en ser "hijos de Abraham" (cf. Mt 3, 9), y Jesús les recuerda que ellos no siguen al Padre, sino a su propio "padre" (e.e., a sus errados antepasados); en realidad esa alusión a "vuestro padre" la aclara poco después, cuando, harto ya de su contumacia, les dice que su "padre" es el Diablo (expresión metafórica en Jesús, equivalente a "padre de la Maldad" o "padre de la Mentira"). Ellos le dicen que habla de la religión como un "samaritano" (los samaritanos profesaban un judaísmo muy mixtificado con otras creencias y cultos extraños) y como un "endemoniado".

La expresión "quien guardare mi palabra no gustará a muerte" es también malentendida por estos judíos (éste fue también uno de los dichos de Jesús sobre el que más insistieron los gnósticos posteriores, aunque quizá no en el sentido en que lo entendieron esos judíos del Templo -en el sentido de que "no morirían"-, sino en el sentido de que "no considerarían la muerte como tal muerte", es decir, como algo definitivo, sino como un paso o transición). Pero cuando Jesús exaspera del todo a los judíos es cuando pronuncia esa frase de que "antes de que Abraham existiera, YO ERA". Probablemente el discurso de Jesús en esta ocasión lo hizo en hebreo, no en griego y ni siquiera en el arameo habitual, y la expresión "yo soy" o "yo era" es en hebreo el significado del nombre de Dios (Yahwéh), que los judíos jamás pronunciaban y consideraban blasfemia el hacerlo; de ahí que cojan piedras para apedrear al blasfemo Jesús.

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>>Yeoshuá solía decirles a los judíos que habían confiado en él: "Si permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres". Y le objetaron aquellos: "Somos semilla de Abraham, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Por qué dices que seremos libres?".

>>Yeoshuá les contestó: "De verdad, de verdad os digo, que todo el que persevera en un error es esclavo de ese error. Además, el esclavo no permanece ligado a la casa para siempre. El hijo sí que permanece para siempre. Y si el hijo os libera, seréis verdaderamente libres. Ya sé que sois semilla de Abraham; pero buscáis matarme, porque mi palabra no tiene sitio en vosotros. Yo hablo de lo que he visto junto al Padre, y vosotros hacéis lo que escuchasteis de vuestro(s) padre(s)".

>>Y le contestaron diciéndole: "Nuestro padre es Abraham". Yeoshuá les replicó: "Pues si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero ahora buscáis matarme a mí, un hombre que os ha hablado la verdad que oyó de la Divinidad. Esto Abraham no lo hizo. Vosotros hacéis las obras de vuestro(s) padre(s)".

>>Ellos le dijeron: "Nosotros no hemos nacido de fornicación; tenemos un solo padre, a Dios". Y Yeoshuá les contestó: "Si la Divinidad fuera vuestro padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de la Divinidad, pues no he venido de mí mismo, sino que aquél me ha enviado. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis oír mi palabra. Vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis hacer los deseos de ese vuestro padre. Él es homicida desde el principio y no permaneció en la verdad, porque la verdad no estaba en él. Cuando habla la mentira, habla de lo suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira. Pero a mí, porque digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me imputará de error? Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de la Divinidad escucha las palabras de la Divinidad; por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de la Divinidad".

>>Los judíos le replicaron diciéndole: "Ya decíamos nosotros que tú eres samaritano y que estás endemoniado". Yeoshuá les contestó: "Yo no tengo demonio, sino que honro a mi Padre, y vosotros me deshonráis a mí. Yo no busco mi gloria; ya hay quien la busque y juzgue. De verdad os lo digo: si alguno guardare mi palabra, no verá la muerte de modo definitivo".

>>Le dijeron los judíos: "Ahora es cuando nos convencemos de que estás endemoniado. Abraham murió, y también los profetas, pero tú dices que si alguno guardare tu palabra, nunca probará la muerte. ¿Es que eres tú mayor que nuestro padre Abraham, que murió, como también murieron los profetas? ¿Quién te crees que eres?".

>>Yeoshuá respondió: "Si yo me glorificase a mí mismo, esa gloria mía no sería nada. Es mi Padre el que me glorifica, de quien vosotros decís que es vuestro Dios. Pero no le conocéis, y yo sí le conozco. Y si dijere que no le conozco, sería un embustero semejante a vosotros. Pero yo le conozco y guardo su palabra. Abraham, vuestro padre, se regocijaba en ver mi día; y lo vió y se alegró".

>>Entonces le dijeron los judíos: "¿Todavía no tienes cincuenta años y ya has visto a Abraham?". Y respondió Yeoshuá: "De verdad, de verdad os lo digo: antes de que Abraham naciese,...(lo que) YO SOY (ya era)".

>>En ese momento tomaron piedras para tirárselas; pero Yeoshuá se escabulló y salió del Templo >>.

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dos peces (grabado)

(6) Discurso (Jn 9, 39-41; 10, 1-39)


Comienza Jesús con una de sus características paradojas, sobre los "ciegos" a sus hechos y "sordos" a sus palabras, y los fariseos presentes -como siempre- se dan por aludidos, aunque toman las expresiones literalmente. A continuación (no sabemos si con alguna continuidad ilativa originaria o si como resultado de la unión de discursos distintos), Jesús expone una parábola sobre un pastor y sus ovejas, con reminiscencias del conocido salmo hebreo 22. Y luego, como interpretación o profundización de esa metáfora, les expone en un discurso el núcleo místico sustancial, aunque el propio contexto sugiere que esta interpretación no la hizo a continuación de la parábola, sino en privado para sus discípulos.

Una vez más, el discurso comienza con la expresión griega de YO SOY, que el evangelista considera un intencionado juego de palabras con la significación hebrea del nombre de Dios YHWH (=lo que yo soy), como si dijera "YHWH... el buen pastor". En los discursos anteriores Jesús se había definido como "la Luz del Mundo" y "el Pan de la Vida", y luego se definirá como "el Buen Pastor", "el Camino", "la Verdad", la "Vida" y "la Vid" (en total siete autodefiniciones, número simbólico muy del gusto de este evangelista). Ahora se define como la "puerta (del redil) de las ovejas" y como "el buen pastor".

El "buen pastor" significa el "pastor verdadero", el "pastor auténtico", no por oposición a un "pastor malo", sino más bien destacando lo que verdaderamente es y significa ser un buen pastor, dueño de su propio rebaño, no un pastor asalariado. En realidad, no es una distinción moral, sino cuasimetafísica. El pastor es tal si es auténtico, si cuida de su rebaño tal y como se espera que lo haga un verdadero pastor dueño de sus ovejas. Pero Jesús no dice "yo soy como el buen pastor" (no hay una comparación), sino "yo soy el buen pastor" (identidad). Tampoco dice "yo soy un buen pastor" (uno de tantos), sino "el buen pastor", es decir, la quintaesencia de lo que todo buen pastor es. El ser se predica de algo que es (y que lo es verdaderamente), no de algo que no es o de algo moralmente negativo: el mal pastor no es verdaderamente "pastor", sino asalariado; tampoco el bandido o el ladrón o el asesino son verdaderamente lo que parecen ser, porque no pueden serlo completamente (no hay un "buen asesino" o un "buen ladrón" en el mismo sentido en que hay un buen pastor o un buen artesano, porque aquellas no son actividades humanas propias y perfeccionables). El Ser (YHWH) es (y está) en todo lo que verdaderamente tiene entidad auténtica; es el ser de todo lo que es auténtico y verdadero.

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<< También dijo Yeoshuá : "Yo he venido a este mundo como (motivo de) controversia: para que los que no ven vean y que los que ven (o creen ver) se vuelvan ciegos". Le oyeron esto algunos de los fariseos que estaban junto a él y le dijeron: "¿Es que acaso también nosotros somos ciegos?". Y Yeoshuá les respondió: "Si fuérais ciegos no tendríais culpa. Pero al decir que veis, la culpa permanece en vosotros".

>> "De verdad, de verdad os lo digo: el que no entra en el redil de las ovejas por la puerta, sino que lo escala por arriba, ése es ladrón y saqueador; pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. A éste el portero le abre y las ovejas oyen su voz, pues él llama a las suyas propias por su nombre, y las hace salir. Y cuando ha sacado fuera a todas las suyas, se coloca delante de ellas, y las ovejas le siguen, pues reconocen su voz. Y no seguirían a ningún extraño, sino que huirían de él, ya que no reconocen las voces de los extraños". Esto se lo dijo Yeoshuá con esta parábola. Pero ellos no comprendieron de lo que les estaba hablando.

>> Yeoshuá les volvería a hablar luego sobre esto diciéndoles: "De verdad, de verdad os digo, que YO SOY (, por decirlo así,) la puerta de las ovejas. Todos cuantos vinieron antes que yo eran ladrones y saqueadores, y las ovejas no les escucharon. YO SOY esa puerta, y si alguien entra a través de ella se salvará, y entrará y saldrá, y encontrará pastos. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir. Yo vengo para que tengan vida y tengan la mayor abundancia.

>> YO SOY el auténtico pastor. El pastor auténtico da su vida por sus ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor ni son suyas las ovejas, ve venir al lobo, abandona a las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa; porque él es asalariado y no le preocupan las ovejas. YO SOY el auténtico pastor, pues conozco a las mías y las mías me conocen a mí, al igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, y doy mi vida por mis ovejas. [Y tengo otras ovejas que no son de este redil, y es preciso que yo las recoja también, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor. ]

>>Por eso el Padre me ama, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy por mí mismo. Tengo facultad para darla y tengo facultad para recibirla de nuevo. Tal es el encargo que he recibido de mi Padre".

>>De nuevo se produjo disensión entre los judíos a propósito de estas palabras suyas. Muchos de ellos decían: "Está endemoniado y ha perdido el juicio: ¿por qué le escucháis?". Otros decían: "Estas expresiones no son las de un endemoniado; ¿o puede acaso un demonio abrir los ojos a los ciegos?".

Se celebraba por entonces en Jerusalén la (fiesta de la) Dedicación. Era invierno. Y Yeoshuá se paseaba en el Templo por el pórtico de Salomón. Lo rodeaban los judíos y le decían: "¿Hasta cuándo nos vas a tener con el alma en suspenso? Si eres tú el Mesías, dínoslo claramente". Les respondió Yeoshuá: "Os lo dije y no lo creéis. Las obras que yo hago en el nombre de mi Padre, ésas son las que están dando testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen. Y yo les doy vida eterna y no se perderán para siempre, pues nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es mejor que todo, y nadie podrá arrebatarlo de la mano de mi Padre. Y es que yo y el Padre somos uno mismo".

>>De nuevo cogieron piedras los judíos para apedrearle. Yeoshuá les respondió: "Muchas obras excelentes os he mostrado de parte del Padre. ¿Por cuál de ellas me queréis apedrear?". Contestáronle los judíos: "No te apedrearíamos por una obra buena, sino por la blasfemia; porque tú, siendo como eres un hombre, te haces Dios a tí mismo". Les respondió Yeoshuá: "¿No está escrito en vuestra Ley lo de 'Yo os digo: sois dioses'? Si llama dioses a aquellos a los que fue dirigida la Palabra de la Divinidad, y la Escritura no puede ser nula, ¿de aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo decís vosotros que blasfema, porque dije que soy hijo de la Divinidad? Si no hago las obras de mi Padre, entonces no me creáis. Pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que lleguéis a saber y a comprender que el Padre está en mí y yo en el Padre".

>>Trataron de prenderle de nuevo, pero él se escapó de sus manos>>.

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dos peces (grabado)

(7) DISCURSO DE DESPEDIDA A SUS DISCÍPULOS EN LA ÚLTIMA CENA


El episodio evangélico de la "última cena" es uno de los puntos culminantes en la biografía de Jesús de Nazaret, por cuanto representa las últimas horas vividas junto a sus discípulos antes de ser detenido, juzgado y ejecutado. Además, como es sabido, la primitiva iglesia cristiana tomó de esta "Última Cena" los elementos simbólicos básicos con los que la Iglesia posterior construyó lo principal de su liturgia y de sus contenidos mistéricos (eucaristía, transustanciación). Pero es difícil reconstruir con total exactitud lo que ocurrió (y lo que hizo y dijo Jesús en esa postrera cena con sus discípulos).

Los tres evangelios sinópticos ofrecen un relato bastante estereotipado, en el que sin embargo se traslucen algunos datos (por ejemplo que la cena se realizó en secreto y con no pocas precauciones, incluidas algunas contraseñas para localizar la casa en la que se celebró y el encargo de prepararla que dió a sólo dos de sus discípulos de toda confianza, pues Jesús -que sabía y esperaba su próxima detención y quería elegir él mismo el momento y el lugar- no deseaba que ello interrumpiera esa importante Cena de Pascua y su despedida de los discípulos).

Los elementos comunes de los sinópticos con el evangelio joanista, aparte de la cena en sí, son el tema de la inminente delación de Judas el Iscariote, la próxima negación de Pedro, y la estancia en un huerto próximo después de la cena, donde finalmente se realizó la detención de Jesús. El anuncio de la traición, sin embargo, aparece quizá bastante distorsionado (o mal entendido) en todos esos relatos, pues parece claro que Jesús manifestó ante todos sus discípulos que sabía que uno de ellos iba a traicionarle, pero no lo desenmascaró abiertamente ante los demás, sino sólo ante el propio interesado. Expresiones como "el que come conmigo", "el que moja el pan en el plato" o "al que yo diere un bocado" parecen lo suficientemente ambiguas y de doble sentido, pues se puede entender que todos estaban en ese momento mojando el pan en la salsa (y seguramente casi todos retiraron rápidamente la mano al oírle); y si fue más bien como lo narra el evangelio joánico, con Jesús mojando el pan y dándoselo a los discípulos más inmediatos, parece claro que no lo hizo sólo con Judas. Jesús, que gustaba de las ambigüedades y de los dobles sentidos con sus discípulos, e incluso de las bromas, jugaba también con ellos en esa ocasión, pero hizo que -sin que los demás se diesen por aludidos directamente- el propio Judas se enterase de que él lo sabía y que por ello esperase el momento oportuno para abandonar la cena antes que todos los otros.

En cuanto a los discursos pronunciados por Jesús en esa ocasión, en realidad ni siquiera el evangelio joánico resulta un testimonio completamente fiable. Hay en él varios discursos, más o menos conexos, pero no podemos estar seguros de que todos ellos fueran pronunciados -literalmente así- por el propio Jesús, pues algunos de ellos se notan rehechos o reelaborados a-posteriori por el evangelista y otros parecen reconstruidos con retazos de otros pronunciados anteriormente.

Del que hemos seleccionado aquí no podemos afirmar con toda seguridad que sea el más auténtico, pero desde luego nos parece el más estético, el más completo en sí mismo, y también el más místico. Se refiere ante todo al sí mismo de Jesús, a lo que Jesús es, como el cuerpo místico de Todo y de todos. El "yo" individual no es nada por sí mismo, y nada bueno sale de él. Ése sería el error, el gran "pecado" de la soberbia y del orgullo humano: el creer que somos nosotros (nuestro "yo") el que hace las mejores cosas que podemos hacer, el no reconocer al verdadero agente de ellas, ese fondo de nosotros mismos, esa cepa común, esa vid verdadera, que el propio Jesús representó en sí mismo y por sí mismo mejor que nadie, llegando a ser un auténtico "Hijo de Dios" y a ser Uno con el Padre.

Esta "alegoría" de la Vid (cf. Jeremías 2, 21, Isaías 5, Salmo 79, 9-16) es muy propia de su lenguaje (expresado aquí con una sintaxis sencilla de frases paralelas y paratácticas, fáciles de memorizar, de recordar y de reproducir); y además su contenido parece muy apropiado dentro del propio contexto de esa cena, pues quizá fue pronunciado tras esas supuestas palabras de Jesús (transmitidas por los otros evangelios) en las que les dijo que ya no volvería a beber con ellos el fruto de la vid antes de reencontrarse con ellos en el "Reino del Padre".

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<< YO SOY la verdadera Vid, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que lleve fruto lo podará y limpiará, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios y podados por la Palabra que os he hablado. Permaneced en mí y yo permaneceré en vosotros. Así como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece unido a la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en unión conmigo.

>>YO SOY la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque fuera de mí nada podéis hacer. Si alguno no permanece en mí, es echado fuera, como el sarmiento (cortado), y se seca, y los amontonan y los echan al fuego, y (allí) se consumen. Si permanecéis en mí y permanecen mis palabras en vosotros, cualquier cosa que deseéis, sólo tenéis que pedirla, y se os dará. En esto se honra mi Padre, en que déis mucho fruto y seáis (verdaderos) discípulos míos. Pues así como me ama el Padre, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor. Si cumplís mis mandatos, permaneceréis en mi amor, igual que yo cumplo los mandatos de mi Padre y permanezco en el suyo. Estas cosas os las digo para alegrarme en vosotros y que vuestra alegría sea completa.

>>Y éste es mi mandato: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Pues no puedo llamaros siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. Y a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que escuché de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, pues os destiné para que vayáis a más y sigáis dando fruto, y que vuestro fruto permanezca, de modo que lo que pidiérais al Padre en mi nombre, (en mi nombre también) os lo dé. Esto os mando pues: que os améis los unos a los otros.

>>Y si el mundo os odia, sabed que también me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero porque no sois del mundo, pues yo os he escogido del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordáos de aquellas palabras que os dije sobre que el siervo no es más que su amo. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; y si guardasen mis palabras, también guardarían las vuestras. Pero todo ello os lo harán a vosotros por causa mía, porque no conocen al que me ha enviado. Si no hubiera venido y les hubiera hablado, no tendrían culpa; pero ahora ya no tienen excusa para su culpa. El que me odia a mí, odia también a mi Padre. Si no hubiera hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían culpa; pero ahora ya las han visto, y -con todo- me han odiado a mí y a mi Padre. Y con ello se vienen a cumplir las palabras que están escritas en su Ley: "Me odiaron sin ningún motivo". [Ps 34, 19; 68, 5]

>>(...) Esto os lo digo para que halléis en mí la paz, pues en el mundo tendréis tribulación. Pero tened confianza: yo he vencido al mundo >>.


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dos peces (grabado)