Los dos relatos de la Creacion en el Genesis

PRIMER RELATO: LIBRO DEL GÉNESIS, 1, 1-31, y 2,4 :


<< En el principio, la Divinidad conformaría los cielos y la tierra: pues la tierra no tendría todavía forma alguna y estaría como disuelta (en la inmensa masa de aguas cósmicas contenidas en las profundidades de los abismos del espacio exterior), y la oscuridad más completa envolvería esos profundos abismos; pero ya el aliento espiritual de la Divinidad estaría sobrevolando por afuera de la superficie externa de esas aguas.

Diría entonces la Divinidad: "¡Que haya luz!". Y hubo luz. Y vió la Divinidad que esa luz era buena, y la Divinidad la dejó diferenciada de la oscuridad; y llamó la Divinidad a la luz "día" y a la oscuridad "noche". Y hubo atardecer y hubo amanecer: (los del) DÍA PRIMERO.

Diría luego la Divinidad: "Que haya un firmamento sólido (a modo de bóveda celeste) por en medio de las aguas, separando unas de otras". Y así hubo de ser: hizo la Divinidad el firmamento, dejando separadas unas aguas de otras, las que quedaban por debajo del firmamento celeste y las que quedaban por encima de éste. Y vió la Divinidad que era bueno (y apropiado). Y llamó la Divinidad al firmamento "cielo". Y hubo atardecer y hubo amanecer (en ese día,) el DÍA SEGUNDO.

Paisaje desértico durante una tormenta eléctrica

Diría luego la Divinidad: "Que se junten (y condensen) en unos mismos lugares (una parte de) las aguas de debajo de los cielos, y aparezca (así) el suelo seco". Así hubo de hacerse: se condensaron en varios lugares las aguas de debajo de los cielos y apareció (sobresaliendo de las aguas) el suelo seco. Y a lo seco la Divinidad lo llamó "tierra", y al resto de las aguas reunidas los llamó "mares". Y vió la Divinidad que estaba bien, y diría a continuación la Divinidad: "Que la tierra produzca hierba verde, plantas con semilla, y árboles frutales, cada uno con su fruto y su semilla sobre la tierra, según sus especies". Y así hubo de ser: produjo la tierra hierba verde, plantas con semilla, y árboles de fruto, cada uno con su semilla. Y vió la Divinidad que estaba bien hecho. Y anocheció y amaneció (en ese día,) el DÍA TERCERO.

Diría luego la Divinidad: "Que haya por la bóveda de ese firmamento unas lumbreras que separen el día de la noche y sirvan de señales para las estaciones, los días y los años, y que luzcan por el firmamento de ese cielo para alumbrar la tierra". Y así hubo de ser: hizo la Divinidad las dos grandes luminarias, la mayor para presidir el día, y la menor para presidir la noche, y las estrellas; y los puso la Divinidad en la bóveda interior del cielo para alumbrar la tierra y presidir el día y la noche y para separar la luz y las tinieblas. Y vió la Divinidad que era bueno aquello, y anocheció y amaneció (en ese día,) el DÍA CUARTO.

Diría luego la Divinidad: "Que se llenen de animales las aguas y que vuelen sobre la tierra aves bajo la bóveda celeste". Y así hubo de ser: pues creó la Divinidad los grandes monstruos del agua y todos los animales que bullen en ella, según sus especies, así como todas las aves aladas, según sus especies. Y vió la Divinidad que estaba bien hecho, y los bendijo la Divinidad diciendo: "Procread y multiplicáos, y llenad las aguas del mar, y que se multipliquen sobre la tierra las aves". Y anocheció y amaneció (en ese día,) el DÍA QUINTO.

Diría luego la Divinidad: "Broten de la tierra seres animales, según sus especies: ganados, animales reptiles y bestias salvajes, según sus especies". Y así hubo de ser: hizo la Divinidad todas las bestias salvajes, por especies, los ganados, por especies, y los animales que reptan sobre la tierra, también por especies. Y vió la Divinidad que era bueno (todo ello).

Entonces diría la Divinidad: "Hagamos al ser humano según nuestra imagen y modelo, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven en ella". Y creó la Divinidad al ser humano a imagen suya, a semejanza divina lo creó, y lo creó macho y hembra. Y los bendijo la Divinidad y les dijo la Divinidad: "Procread y multiplicáos, y llenad la tierra, sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre cuanto vive y se mueve sobre la tierra". Dijo también la Divinidad: "Ahí os doy cuantas plantas de semilla hay sobre la superficie de la tierra entera, y cuantos árboles producen fruto con simiente, para que todo ello os sirva de alimento. También a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todos los seres que sobre la tierra están y se mueven, les doy como comida cuanto de verde hierba la tierra produce". Y así hubo de ser. Y vió la Divinidad que era muy bueno cuanto había hecho, y anocheció y amaneció (en ese día), el DÍA SEXTO.
(...) Tal sería el origen de los cielos y la tierra cuando fueron creados >>.


Éste es el relato de la creación del Mundo con que se inicia el primer libro de la Biblia. Es un relato mitológico, que parte de unas premisas cosmológicas que se suponen conocidas por el oyente-lector: el universo es entendido en esta cosmología como una especie de inmenso receptáculo lleno de aguas, y en su interior otro receptáculo menor donde estaría la tierra -plana- y las aguas de los mares interiores, sobre las cuales hay un espacio abierto cerrado por arriba por una bóveda celeste sólida, concebida como de metal fundido, que separa las aguas superiores; unas a modo de trampillas o compuertas se abren ocasionalmente para dejar caer parte de esas aguas cósmicas superiores en forma de lluvia (cf. Gén., 7,11).

Representación gráfica del Universo según los antiguos hebreos

Esta concepción, que es también básicamente la concepción cosmológica mesopotámica, y que encontramos en otros pasajes bíblicos (Salmo 136, 6; Salmo 148, 4; 1 Samuel 2, 8, etc), aparece aquí en su representación más primitiva, que acaso deba remontarse a una época protohebrea nómada y pre-urbana: se ignora en ella, por ejemplo, algo que no era desconocido en tiempos antiguos para ningún pueblo agrícola, a saber: que las nubes son indisociables de la lluvia y que el agua es indispensable para el crecimiento de la hierba (el autor del capítulo 2 se apresura a corregir este "olvido" y proporciona una explicación en 2. 5-6 a la aparente incongruencia de que se hubieran creado plantas sin haber lluvia todavía). El agua, como en todas las mitologías mesopotámicas, es un elemento preexistente a la propia creación. La luz (de la aurora y del crepúsculo) era considerada por los antiguos como independiente o autónoma de la luz solar propiamente dicha (de ahí que se considere su existencia con anterioridad a la creación del astro solar).

Se trata de un primer relato cosmogónico tradicional y popular, sin duda más antiguo que el segundo (el de los capítulos 2 y 3 sobre el Paraíso y sobre el primer hombre y la primera mujer). Este primer relato, en efecto, conserva huellas de su antigua transmisión oral (fórmulas mnemotécnicas repetitivas, narración secuenciada) y asimismo de su carácter popular: no se traslucen en él, p.e., los conocimientos astronómicos mesopotámicos, pues los cuerpos celestes se imaginan "rodando" por la superficie interior del firmamento y todos ellos a la misma distancia de la tierra. Su transmisión oral a lo largo de varias generaciones (probablemente por vía femenina, como todas las mitologías y cuentos populares en sus estadios más primitivos, y quizá también en su elaboración) se configuró y estereotipó en el relato que finalmente se puso por escrito, sin rectificarlo apenas, pues su propia antigüedad inmemorial lo hacía especialmente venerable incluso para los sacerdotes.

El fragmento siguiente (2, 1-3), que no hemos incluido aquí, dice así: "Así fueron acabados los cielos y la tierra y el despliegue de todo su cortejo. Y finalizada en el día sexto toda la obra que había creado, descansó Yavé-(el)-Dios en el séptimo día de todo cuanto había hecho; y bendijo ese día séptimo y lo santificó, porque en él descansó Yavé-Dios de cuanto había creado y hecho".

Este fragmento no parece pertenecer en origen a este primer relato, sino que sería probablemente una inclusión "sacerdotal" posterior (entre otras razones porque los "siete días" de la semana, y en general la importante y simbólica función del número siete en los textos bíblicos, parece derivar precisamente de los siete cuerpos celestes conocidos desde antiguo por la astronomía mesopotámica: el sol, la luna y los cinco planetas).

Es significativo de su antigüedad el hecho de que en este capítulo 1 el artífice y creador del Mundo sea llamado Elohim (de una raíz semítica El- que significa "dios", desarrollada con diversos sufijos según las lenguas semíticas: en babilónico Bel, en feniciocananeo El y Alou-nis, en árabe lah y al-láh, en hebreo el). La forma elohim es la de un plural intensivo característico de algunas lenguas semíticas antiguas, con significación singular, tal vez traducible como "la Divinidad", pero también como "un dios", "el dios". Desde el capítulo 4, este "dios" es llamado ya "Yavé" (YHWH), aunque en los capítulos 2 y 3, que son "de transición", y con evidente intención de identificarlo con el dios del capítulo 1, se le llama Yavé-Elohim.

Sobre el término "creación", se ha abusado bastante en toda la teología religiosa posterior interpretativa y exegética de este capítulo. Por supuesto que el término hebreo bara' no significa exactamente "crear de la nada", ni tampoco la raíz semítica originaria, para la que cabe presuponer un significado etimológico cercano a "sacar" (algo desde algo), "aislar", "separar", "diferenciar", con lo que el matiz más probable de este vocablo hebreo en ese contexto podría ser algo así como "crear diferenciando" (elementos preexistentes), "hacer separando". Por lo demás, ni el concepto de "la nada", ni el de "lo infinito", existían en la mentalidad hebrea antigua. Otros términos, como el de "la tierra confusa y vacía", parece que en el texto original se refieren a una "tierra sin forma" (indiferenciada como elemento) y "disuelta" en las aguas cósmicas originarias. Al igual que en las mitologías mesopotámicas, el agua es un elemento primordial y preexistente a la creación del Mundo. El otro elemento preexistente sería el aire, que en este texto se asimila al "aliento" o "espíritu" de Dios (la potencia activa de la Divinidad).

Adan y Eva (Códice albeldense)

Las objecciones cientifistas que se le han hecho a este relato bíblico están obviamente fuera de lugar, pues se trata de un texto explicativomitológico, no científico, construido a la medida de la mentalidad hebrea de hace dos mil quinientos años o más, y desde luego no puede pedírsele que elabore los detalles de acuerdo con las teorías evolucionistas contemporáneas, y no de acuerdo a esa misma mentalidad precientífica antigua. Que las aves, por ejemplo, sean creadas simultáneamente con los peces y animales marinos (incluídos los cetáceos mamíferos) se debe a que ambas clases de seres viven y se mueven en dos elementos distintos del propiamente terrestre (el agua y el aire); sin duda el autor bíblico también hubiera incluido en ese grupo -si en aquel entonces hubieran sido conocidos- los seres microorgánicos bacterianos y virales, que proceden del medio "acuoso" y "aéreo" y parasitan y corrompen el cuerpo "terrestre". Los seres vivos se distinguen en dos grandes grupos: por un lado los animales acuáticos (peces y animales marinos) y los animales volátiles (aves e insectos voladores) y por otro lado los animales terrestres, diferenciados a su vez en tres clases, según su grado de utilidad para el hombre: hervíboros (ganados), carnívoros (bestias de la tierra) y reptiles (que incluyen los reptiles propiamente dichos, los anfibios y todos los pequeños animales invertebrados). Por cierto, que el relato parece sugerir también (míticamente) que la alimentación de todos esos seres primariamente creados (tanto la del hombre como la de los animales de toda especie, incluidos los "carnívoros") hubo de ser en un principio exclusivamente "vegetariana", lo que concuerda también con otras mitologías antiguas de otras culturas, en las que el "desorden" y la "trastocación" originaria, y con ello la depredación entre los propios seres vivientes, se produce también a partir de una "transgresión" cometida por los primeros seres humanos.

Es un relato que en su origen seguramente ni siquiera tenía las pretensiones que después se le han dado por sus intérpretes y comentaristas. Es un relato metafórico, no conceptual; mítico, no científico, en el que no se pretende decir "cómo fue" (pues obviamente nadie había allí para verlo, para transmitirlo y para contarlo), sino más bien "cómo pudo ser", "cómo debió de ser".

Con todo, y como todo relato mitológico, el relato tiene unos valores que trascienden lo puramente científico y que incluso lo superan. El orden de los días de la creación y de las cosas en ellos creadas, p.e., sugiere también una cierta pre-visión mental fenomenológica, pues en realidad el relato mismo se construye a partir de unas determinadas "preformaciones mentales" (arquetipos) que en su conjunto constituyen la integración completa de lo fenoménico, es decir, las formas primarias en que la mente humana aprehende la realidad externa del mundo a partir de las propias sensaciones internas. En otras palabras, este relato bíblico -de alguna forma- nos está transmitiendo no tanto el origen del mundo en sí (que es en el fondo una cuestión irresoluble y necesariamente mítica, sea al modo precientífico antiguo o sea al modo científico moderno con sus teorías asimismo "míticas" e indemostrables), sino sobre todo el origen o génesis del mundo para la mente humana, para la forma mental humana de ver, de percibir, de comprender y de entender el mundo. Todos los seres humanos hemos "creado" o "construido" el mundo así, en esas "fases" percepcionales, y ello ya seguramente desde nuestra primera vivencia en el seno materno, en el "líquido amniótico" o agua primordial.
Por ejemplo:

LUZ = percepción, imagen, visión o sensación intrauterina de "claridad" tenue.

CIELO = límite externo espacial, figura, placenta materna.

TIERRA = forma, espacio lleno/vacío, húmedo/ seco, sensaciones corporales.

ASTROS = primeras sensaciones del tiempo, del sucederse de las sensaciones.

AVES Y PECES = movimiento intrauterino.

ANIMALES TERRESTRES = primeras sensaciones extrauterinas, objetos.

La ciencia actual está muy lejos todavía de poder decirnos qué siente el feto humano vivo en el seno materno, más allá de las reacciones a algunos estímulos muy determinados. Tampoco ninguno de nosotros, debido al propio carácter selectivoacumulativo de nuestra memoria, podría decir ni acordarse de cuáles fueron nuestras primeras sensaciones en el seno materno, ya que esas sensaciones primigenias se han borrado por la acumulación de otras similares posteriores. Pero el mito sí que puede hacerlo, y especialmente mitos como éste, creados de forma colectiva por la propia transmisión oral durante generaciones, que finalmente se han depurado de connotaciones individuales hasta expresar (de forma inconsciente) esas preformaciones arquetípicas puras, es decir, las representaciones primordiales en que la mente humana, desde el momento mismo de su origen biológico individual, percibe y siente la realidad interna propia y la realidad externa con la que toma su primer contacto. Con ello el mito va incluso más allá de nuestra memoria y más allá de toda memoria.

Los aspectos filosóficoteológicos del relato (aunque originariamente no estuvieran presentes en él, por lo menos conscientemente) no son menos interesantes y sugestivos. El mito viene a decir que "en el principio" hubo en todo caso una "separación" de cada cosa, una definición percepcional de cada cosa como tal. Para empezar, como punto insoslayable de partida, hay una realidad inmediata, la que percibe la mente humana en cuanto tal, y sin la cual ni siquiera es pensable o concebible su contrario (la no-diferenciación, la no-forma). Lo primero de todo es la luz, la visión general, la base y el presupuesto mismo de toda visión. Su contrario es la no-luz, la tiniebla, la oscuridad completa, la no-visión de nada (todo el relato se estructura de hecho en una serie de dicotomías u opuestos: luz / oscuridad; cielo / tierra; tierras / mares; animales marinos y volátiles / animales terrestres; animales / ser humano).

Esa "separación" (cf. el evangelio de Juan 1, 1, "en el principio, el Lógos") es algo dado: no es sólo el efecto (las cosas tal y como las vemos, A como A, B como B), sino también la acción y la actividad misma de separar con que opera la mente humana. Se trata, por tanto, de las estructuras básicas (arquetípicas) de la mente humana, que incluyen no sólo el "modelo de ver", sino también -sobre éste- el "modelo de pensar" y el "modelo de sentir". Ese modelo, esa forma-matriz (del ver, del pensar y del sentir específicamente humanos) son el lógos, el "espíritu de Dios", el Lógos de Dios hecho ser humano e instalado temporalmente en el ser humano, como luz del ser humano (cf. Jn 1, 9). Ese lógos no es tan sólo la palabra, el lenguaje humano, la racionalidad humana, sino su significado, su sentido.

Sobre esos modelos originarios del Lógos divino (el filósofo griego Platón las llamaría "ideas", otros las han llamado "arquetipos"), y desde luego según su propia conveniencia, el ser humano se ha hecho sus propios "modos" (de ver y de pensar) colectivos, basados en adaptaciones colectivas, en costumbres. Pero persisten en todo caso los "modos de sentir", más o menos "viciados" por la experiencia individual y la problemática individual y personal, que a su vez determina las formas propias de estructurar esos modelos originarios de forma inconsciente: "complejo psicológico básico personal", "karma individual", "demonios personales ocultos", o como quiera llamárselos según las concepciones religiosas, antropológicas, culturales o psicológicas de los diversos pueblos y culturas.

Ahora bien, es claro que sobre el modelo común, se superponen modos colectivos (morales) y modos individuales (psicológicos), más útiles o menos, más "erróneos" o menos. Así, p.e., en la medida en que se ha logrado separar el sentir y el pensar, en la medida en que se ha conseguido un pensar sin pre-juicios del sentir, sin temores, obsesiones y deseos más o menos subyacentes del sentir, el ser humano ha creado un pensamiento científico, objetivo, que le ha permitido un dominio parcial de esa Naturaleza que se le presenta ante sus ojos. Pero se le sigue escapando el Todo, el sentido del Todo, el modelo integral de ver-pensar-sentir. Es, pues, evidente que se está muy lejos de haber alcanzado los límites o parámetros o estructuras de ese Lógos integral y completo en sí mismo, aunque ese Lógos es imaginable, pensable como tal, y ha de ser algo que trascienda al propio orden de la realidad percibida, al propio orden de la Naturaleza, a la propia dimensión de lo humano (incluida su dimensión mortal). ¿Es esa dimensión humana, esa naturaleza humana, algo trascendible, superable, sobre-dimensionable? A esa trascendencia, a esa sobredimensión, a ese poder superior a la propia Naturaleza, es a lo que se puede llamar "dimensión suprahumana" o "sabiduría del Todo" o "comprensión integral de todo" o "límite del Todo" o "sentido de todo", o simplemente...DIOS. ¿Se trata de un Ser? No exactamente: pues más bien es el ser mismo de todo lo que realmente es (Yahwéh= "el que soy").

El "programa" de todo, la mente, el lenguaje, la capacidad de representación de la realidad por medio del lenguaje, es en principio la propia mente humana; pero en su grado más completo y más perfecto (supremus gradus intellectus, en términos de la teología cristiana medieval) es lo que en este relato se llama -antropomórficamente y convencionalmente- "Elohim-Yavé". Ese "Programa" es el principio, lo que hizo al cielo Cielo y a la tierra Tierra. Antes, es decir, previamente, no había (hay) nada, sino un cáos indiferenciado, algo ilimitado, insondable, el abismo. Pero ya desde antes de ese "salir a la luz" o "llegar a ser" de cada cosa como tal, el Lógos, el "espíritu o aliento de Dios", la potencia o potencialidad activa y creadora, estaba ya ahí, "por fuera", en el límite externo de ese abismo cósmico. Dios es el a-priori de todo y del Todo. El ser humano, la mente humana, es su imagen imperfecta, la semejanza de ese Programa originario, en el que estaban armónicamente unidos -pero diferenciados- los contrarios (macho-hembra). Éso era el ser humano "al principio": un todo integral, un modelo a escala del Modelo, del Programa.

En el judaísmo posterior, la aproximación, el intento de re-integración desde el "modo" colectivo convivencial-moral al Modelo originario, es la Ley mosaica (la aproximación y medio de superación del "modo" individual hacia ese Modelo es el ritual religioso hebraico, que constituye una forma de psicología y de psicoterapia antigua y precientífica). Ahora bien, esa Ley (y el propio rito de la ley mosaica) serían intentos de aproximación utilitarista al Modelo, pero ni son ni representan ni apenas transparentan el Modelo mismo; son sólo accesos históricos (y en general accesos ya bloqueados por el propio utilitarismo moral de las leyes y de los ritos). Por tanto, la Ley y el rito han de ser trascendidos en su forma (o bien, cosa no menos difícil) cumplidos rigurosamente "hasta la última coma"). Tales fueron las interpretaciones religiosas posteriores (cristiana y judía, respectivamente).

Mapa del mundo según los antiguos hebreos

Este pasaje de la Creación tiene también, finalmente, interesantes sugestiones de tipo ético-moral (si así quieren ser entendidas, por supuesto). La exhortación que dice: "Procread y multiplicáos (hasta que lleguéis a) llenar la tierra, sometedla y dominad sobre todo lo que hay en ella", puede ser entendida también como una de las posibles orientaciones morales (alegóricas) de todo este pasaje, como si dijera: "multiplicáos también en buenas obras; dominad las cosas (vuestros deseos, obsesiones y temores sobre las cosas) y las dominaréis verdaderamente; objetivad las cosas (y tendréis ciencia); objetivad la Naturaleza (y la dominaréis con la tecnología); objetivad también a vuestros semejantes como a vosotros mismos, y haréis entre vosotros la mejor convivencia desde la vivencia de vosotros mismos.

La segunda orientación ética sería la que presupone que el núcleo mismo de la vivencia de la divinidad es la pareja arquetípica (varón y hembra), imagen perfecta de Dios en la medida en que ambos lleguen a ser una "pareja perfecta" (de ello tratará, como veremos, el segundo relato de la Creación).

Pero quizá una de las reflexiones más profundas que sugiere todo este primer pasaje de la Biblia es precisamente la que se deriva de la propia concepción cosmológica de la que surge esta explicación mítica: una tierra y un cielo completamente envueltos, rodeados y cubiertos por fuera por las aguas de los abismos cósmicos exteriores, y un Ser trascendente por afuera de todo. ¿Un Ser real? En todo caso imaginable, pensable, concebible, una condición de la propia "luz" del entendimiento y de la propia capacidad de comprensión humana, y en cierto modo afín a ésta, superior a ésta, y contrapuesto a las "aguas" o "tinieblas" exteriores (consciencia/ inconsciencia/ supraconciencia). Este dentro/ fuera es fundamental en todo el innovador paradigma teológico de la religión hebraica y luego de la cristiana: el "dentro" es también la metáfora del alma humana; el "fuera" es la metáfora de Dios; en medio, la tiniebla (la materialidad, el cuerpo), la "apariencia" del ser y el sinsentido aparente de la existencia humana, la metáfora de la muerte. Todo ideal, todo anhelo, toda esperanza y sueño de Libertad ilimitada, de Justicia eterna, de felicidad inacabable, toda vivencia profunda del Ser, está dentro y fuera, es ese "fuera" y es esa "trascendencia", pero se manifiesta también en el interior de cada ser humano. ¿Cómo traspasar esas "aguas cósmicas exteriores"? ¿Cómo reencontrar la verdadera naturaleza ilimitada del alma, y con ella la Vida verdadera, la Vida eterna? ¿Cómo integrar lo de dentro en lo de fuera? He ahí las cuestiones básicas a las que el resto de la Biblia, la Biblia entera, trata de dar respuesta.

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SEGUNDO RELATO: LIBRO DEL GÉNESIS, 2 y 3

La tentación de la serpiente (Pintura de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina)

Más extenso y más literaturizado que el primero, este segundo relato de la Creación se centra en la creación por Dios (Yavé-Elohim) de la primera pareja humana (Adán y Eva), su estancia inicial en el Paraíso, su transgresión y su expulsión. Es un relato archiconocido en Occidente y en Oriente Medio desde siglos, pues forma parte de la "mitología teológica" de las tres grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam), que lo comparten. Su carácter plenamente mítico y metafórico, sin embargo, ha tardado muchos siglos en comprenderse, y aún hoy a los propios teólogos de esas tres religiones, conceptualizadas y dogmatizadas al máximo, parece que les cuesta entender que el mito -en temas cosmogónicos e incluso antropológicos- puede tener a veces una capacidad de sugerencia que resulta "explicativamente superior" a cualquier lógos científico y racional más o menos sistematizado. Las confrontaciones entre la explicación mítica y la explicación científica están aquí, una vez más, completamente fuera de lugar, pues ambas explicaciones se hallan en planos o niveles distintos (no incompatibles entre sí, salvo cuando se pretende extrapolarlos y reducir uno al nivel del otro).

Este mito hebreo, por lo demás, contiene elementos estructurales y arquetípicos que están presentes asimismo en las mitologías de otros muchos pueblos y culturas(con completa independencia entre sí), pero presenta también unas evidentes relaciones y coincidencias con otros relatos mitológicos sobre la creación del hombre que parecen remitir a un prototipo literario común de origen mesopotámico (p.e. el Poema de Gilgamesh, del que se conocen varias versiones asiriobabilónicas). Con todo, y aun compartiendo estos elementos de contenido común con otras mitologías del entorno cultural semítico y mesopotámico, la versión hebrea tiene su propia originalidad literaria y procede sin duda de una recreación y elaboración (o re-elaboración) propia.

El caso es que hay indicios de que la forma literaria en que nos ha llegado este segundo relato mítico del libro del Génesis pudo sufrir algún tipo de "depuración" o "reelaboración" (quizá tan sólo a nivel de lenguaje, de traducción o adaptación, si suponemos que pudiera inspirarse en un relato anterior, quizá protohebreo o quizá cananeo), pues aunque no hay evidencias de que estemos ante un texto "rehecho", sí parece claro que el texto originario se adaptó a los propios presupuestos de la religión hebrea monoteísta, desligándolo en todo caso de otras versiones mitológicas más o menos similares de las demás culturas semíticas de su entorno.

Uno de esos "indicios" es el del nombre de la Divinidad protagonista (Yavé-Elohim), que viene a ser una especie de transición entre el "Elohim" del primer relato y el "Yavé" del resto de la Biblia hebrea. Otro podría ser el tema del "andrógino", del ser hermafrodita originario (macho-hembra a la vez), pues hay huellas o indicios lingüísticos de que la versión o prototipo originario podría aludir a ello.

En efecto, Yavé-Dios había creado al primer hombre (Adán) modelándolo en barro e insuflándole en su rostro su propio aliento divino. Luego, le presentó a todos los animales, para que Adán les pusiera "nombre" (el nombre es el concepto referencial del lenguaje humano, lo que define a cada cosa como tal cosa, lo que permite construir un sistema conceptual de representaciones lingüísticomentales de las cosas con el que el ser humano se adentra en la comprensión del mundo, y a la vez es lo que confiere "poder" o "dominio" sobre las cosas conceptualizadas por esos nombres). Pero Adán se aburría, pues no tenía a alguien semejante a él con el que pudiera "hablar" y cambiar impresiones sobre ese Mundo. Y por ello Yavé-Dios "creó" a la mujer, para que fuera su compañera. Dice el relato que Yavé-Dios hizo caer a Adán en un profundo sueño y que -mientras dormía- tomó una "costilla" de Adán y con ella modeló y formó a la primera mujer: Eva (=Vida). En realidad, la palabra hebrea utilizada aquí -y tradicionalmente interpretada como "costilla"- parece ser que en el hebreo más antiguo pudiera significar propiamente "lado". Es decir, que lo que el texto deja implícito es -simplemente- que YavéDios separó al Adán andrógino por el lado por el que estaban unidas sus mitades masculina y femenina en dos cuerpos contiguos, dando aliento vital propio a esa otra mitad y haciendo dos seres distintos a partir de uno originario (en otras mitologías y cuentos populares de otras culturas primitivas que aluden al ser andrógino primigenio se sugiere en tono cómicohumorístico que las dos mitades macho-hembra estaban unidas tan sólo por las nalgas, de manera que sus órganos sexuales pudieran juntarse y procrear, y cuando la divinidad las separó quedó en ambos la "costura" o "raja" de esa primigenia unión corporal). No se dice en el relato hebreo, ni se insinúa siquiera, que antes de esa "separación-creación" del ser femenino, el andrógino Adán no tuviera todavía capacidad de reproducirse, en todo caso como hermafrodita, pues era hasta entonces un solo ser.

Eva (bajorelieve)

Tal pudo ser la protoversión que la redacción bíblica reelaboró y simplificó, acaso tanto para evitar similitudes con otras versiones de la mitología cananea y de sus divinidades-dobles como para resaltar el "predominio" o "prioridad" masculina en una religión esencialmente patriarcalista como llegó a ser la hebrea, si bien el texto en sí (bajo esta alusión implícita al andrógino originario) no implicaría predominio sexual alguno, sino más bien complementariedad entre ambos sexos.

La psicología analítica contemporánea nos ha mostrado que el arquetipo del "andrógino" subsiste en determinadas capas o niveles más o menos profundos del psiquismo humano (según los individuos y según las dinámicas intrapsíquicas individuales, tanto en el varón como en la mujer), en relación con el componente homosexual-heterosexual. El filósofo griego Platón plantea en una de sus más conocidas obras sobre el origen del amor ("El Banquete") un mito literario acerca de por qué se da el amor heterosexual y el homosexual: en un principio, según ese mito platónico, había tres tipos de seres-dobles: hombre-hombre, mujer-mujer, hombre-mujer, y el dios Zeus los separó cuidadosamente a cada uno en dos mitades cortándolos con un cuchillo; el resultado es que desde entonces ambas mitades desean unirse con sus respectivas mitades originarias, y de ahí provendrían las atracciones heterosexuales y homosexuales en los individuos. El mito hebreo no llega tan lejos, pero en cierto modo el relato sugiere -metafóricamente- que el "primer" ser humano, es decir, el prototipo psicofisiológico de todo ser humano, era (es) el ser andrógino.

Naturalmente son muchas las interpretaciones que pueden hacerse de todo este relato acerca de la creación del hombre, de su estancia en el Paraíso (que el texto bíblico ubica en algún lugar de la baja Mesopotamia, quizá como reflejo mítico de los recuerdos colectivos tradicionales sobre el fértil territorio en que los primeros protohebreos y otros nómadas semitas procedentes del desierto arábigo se instalaron y conocieron la agricultura), de la prohibición de Yavé-Dios de que comieran el fruto de uno de los árboles del Paraíso, de la transgresión de la prohibición por la mujer (instigada por la serpiente), y también por el hombre (persuadido por la mujer), de la expulsión de ambos del Paraíso, etc. La teología judeocristiana posterior (también la islámica) considera este mito como "el pecado original" del ser humano, como la causa de la existencia del mal y de la muerte entre los humanos. En la teología gnóstica, y en la de otras corrientes "heréticas" cristianas antiguas y medievales, dentro de una visión más amplia sobre el origen "irregular" de la materia y del mal, se iba mucho más lejos, al considerar que ese Yavé-Dios en realidad no era la Divinidad suprema, sino una especie de "dios menor", un demiurgo, un creador que -sin el permiso de la Divinidad y a imitación del mundo suprasensible del espíritu- había fabricado con la materia un mundo material imperfecto, en el que fueron "aprisionadas" las almas incorpóreas de algunos de los espíritus puros originarios que ese mismo demiurgo había capturado acechándolos en el mundo suprasensible; este mismo demiurgo, disfrazado de serpiente, engañó a la mujer, y ésta convenció al hombre, y ambos perdieron su inmortalidad originaria por ese acto: para ellos y para todos sus descendientes.

Escenas bíblicas del Génesis (manuscrito bajomedieval)

Pero las interpretaciones de cualquier mito no agotan nunca la posibilidad de nuevos sentidos y significados. Este mito hebreo, en realidad, como todos los de la mitología universal, no fue concebido en ningún caso como explicación teológicoconceptual, sino como explicación metafórica y etiológica (causal) de determinados hechos y fenómenos dados, sin más disquisiciones teológicas, aunque tales disquisiciones (sugerencias) están siempre latentes e implícitas en el lenguaje mítico. El relato del Génesis, a poco que se considere racionalmente, deja sin "aclarar" muchas cuestiones derivadas de esas interpretaciones teológicas más o menos incongruentes. Es incongruente, p.e., que la Divinidad (supuestamente omnisciente) no supiera que la naturaleza humana (tal y como la había creado) estaba completamente predispuesta a ceder a esa tentación de lo prohibido, con lo cual surge la duda de si ese Yavé-Dios era realmente omnisciente y omnipotente o si, precisamente por no serlo, estableció intencionadamente esa prohibición para que fuera transgredida con todas sus consecuencias (en este sentido sólo cabe dar la razón a los gnósticos en su consideración de ese Yavé-Dios no como la Divinidad benévola suprema, sino como un diosecillo psicópata y perverso). Pero lo cierto es que el relato bíblico se mueve en otros parámetros mucho más elementales (y a la vez más profundos): se trata de explicar hechos (metafóricamente, literariamente, imaginativamente), no "realidades" metafísicas o teológicas, y de explicarlos conforme a los arquetipos mentales colectivos comunes a todos los pueblos y culturas: en todas las mitologías, p.e., existe una imagen primordial del "paraíso", o de la "edad de oro", en que los humanos vivieron felices y sin conocer el sufrimiento y la muerte, un ideal hacia el que siempre han tendido también todas las utopías e ideales humanos (religiosos, políticos) en todos los pueblos y en todas las épocas.

Aquí dejamos aparte las interpretaciones "teológicas" de este relato, que son sobradamente conocidas, y preferimos centrarnos en claves interpretativas de tipo psicoanalítico, psicoantropológico y ético. Así, por ejemplo, la "inmortalidad" que el texto bíblico supuestamente sugiere, en realidad ni siquiera está explícita en el propio contexto del relato, donde después de haber comido del fruto prohibido por Yavé-Dios es cuando al hombre y a la mujer "se les abrieron los ojos" y sintieron por vez primera conciencia de su desnudez. A continuación Yavé-Dios, antes de expulsarlos del Paraíso, los maldice y les hace saber que conocerán el sufrimiento y las penalidades de la vida humana y que -finalmente- morirán. Pero antes de éso no se dice expresamente que ambos fueran "inmortales", pues lo único que está claro es que antes de la transgresión ni tenían noción del bien y del mal, y por tanto del "pecado" o "error" (sobre este tema abunda magistralmente Pablo de Tarso en una de sus epístolas, Rom.,5,13), ni sentían vergüenza, ni tenían conciencia de la muerte. Es decir, traducido a términos racionales, el "primer" hombre y la "primera" mujer eran poco más que las "mascotas" o animales preferidos de ese Yavé-Dios (el hecho de que estuvieran dotados de lenguaje es irrelevante a efectos "míticos", pues también la serpiente, como en los mitos y cuentos populares, está aquí dotada de voz y de inteligencia).

El relato explica algo obvio, pero a la vez trascendental: el ser humano, único ser dotado de racionalidad y de lenguaje, de conocimiento de la trascendencia de sus propias acciones ("conocimiento del bien y del mal"), es también el único ser de la Naturaleza que tiene conciencia de la muerte, que sabe que -tarde o temprano- ha de morir y tiene que morir (y ésto es algo que -que sepamos- no sabe ningún otro animal, y que seguramente no sabían tampoco los primitivos homínidos -los "adanes"- de los que procede filogenéticamente la especie humana sapiens).

¿Cómo o a partir de qué se originó en los humanos o humanoides primigenios esa "conciencia de la muerte", más allá del puro instinto de conservación característico de los animales superiores? El mito (y el psicoanálisis también) sugiere como origen una transgresión, una prohibición transgredida. Y sugiere asimismo, metafóricamente, que dicha transgresión fue algún tipo de disfunción o perversión o "desorden sexual", es decir, un uso sui géneris y específicamente humano de la sexualidad, más allá del mero instinto animal. Sobre la metáfora de ese "fruto prohibido" no cabe duda de que (psicoanalíticamente al menos) se alude a ello, a la transgresión o ruptura de un "tabú" o prohibición sexual concreta (la mitología asiriobabilónica, que comparte fuente común con este relato hebreo, cuenta que el primigenio Enkidu, el hombre-salvaje, pierde su "ingenuidad" tras pasar siete días y siete noches con una prostituta, que le enseña una sexualidad erótizada más completa que la puramente animal, que era la única que él conocía). El fruto en cuestión no es aludido ni identificado con ninguno en concreto en el texto bíblico (la tradición posterior, principalmente la artística medieval y renacentista, lo ha identificado convencionalmente con una "manzana", y el propio relato hebreo parece sugerir que pudo ser un "higo", que es el único árbol mencionado por su nombre en todo el relato, pues de hojas de higuera se hicieron Adán y Eva los primeros taparrabos para cubrir su desnudez; el "higo" aludiría también, formalmente, a los genitales externos femeninos). Pero se trata de un puro símbolo, plurisignificativo, aunque la asociación entre el comer (o ser comido) y el acto sexual es psicológicamente evidente.

Se menciona también a la serpiente, inspiradora de la desobediencia de la prohibición (el relato asiriobabilónico del "Poema de Gilgamésh" cuenta que el protagonista, después de un laborioso viaje para encontrar "el árbol de la Vida" y la planta de la inmortalidad, para resucitar con ella a su amigo Enkidu, que había muerto, consigue su objetivo, pero al final una serpiente le arrebata la planta definitivamente; en la cosmogonia babilónica el mundo se forma a partir de los restos de la gigantesca serpiente marina Tiamat). La "serpiente" (el "demonio" en la interpretación teológica) es un símbolo arquetípico y universal de una libido o energía vital psicofísica más o menos sexualizada o indiferenciada, pero siempre como fuente de conflictos intrapsíquicos. En principio, en el relato hebreo aludiría sobre todo y en primer término a la mucho más compleja (y más "andrógina" también) sexualidad femenina, pero también es asimilable a determinadas fases regresivas o "estancadas" de la sexualidad masculina. En general, el elemento "reptiliano" es más significativo en la mujer que en el hombre (quizá como residuo ancestral de las partes reptilianas originarias del cerebro humano, todavía activas en reacciones animales inconscientes y primarias de la psique humana). Según el mito, en todo caso, fue esta perversidad femenina (o "andrógina") la que provocó la transgresión.

Descubiertos y confesos, Adán y Eva reciben sin rechistar las "recriminaciones" de Yavé-Dios, antes de ser definitivamente expulsados del Paraíso. Una vez más, el mito (al margen de atribuir una "causalidad" literaria e imaginaria) se limita a constatar una serie de realidades tal y como son: la mujer buscará "con ardor" (y con error) al que considerará su "hombre", y éste la dominará. Con ello no se está justificando ni mucho menos una situación de "predominio masculino", sino señalando que la psique femenina -más fuerte en otros aspectos- es sin embargo más "débil" que la masculina cuando está dominada por el sentimiento amoroso (a éso parece referirse esa ambigua expresión traducida habitualmente por "con ardor" o "con pasión", no meramente al ardor del simple deseo sexual, mucho más controlable de hecho por la psique femenina que por la masculina cuando no media mayor interés que el mero apetito eróticosexual). También la "serpiente" recibe su particular maldición por parte de Yavé-Dios: una "enemistad" perpetua entre ella y la mujer, es decir, un conflicto permanente dentro de la propia sexualidad femenina: "ella te aplastará la cabeza mientras que tú tratarás de morderle en el talón".La frase es extraordinariamente sugestiva y polisimbólica, pues tiene de hecho implicaciones psicológicas inconscientes que van desde el uso habitual de adornos femeninos corporales "protectores" de tipo circular y más o menos serpentiforme (collares, brazaletes, anillos, ajorcas) hasta el elevado calzado "de tacón" generalizado especialmente en épocas modernas (autoprotección anímica y sexual inconsciente), o hasta las particulares repulsiones, obsesiones, miedos y "fobias" de determinados complejos psicológicos femeninos hacia determinados animales pequeños y ágiles: colas de los ratones, arañas, serpientes propiamente dichas, etc.

Dejando ya, por inagotable, esta perspectiva psicoanalítica para la interpretación de este mito, podemos -finalmente- considerar los aspectos más conceptualizables del mismo en otro tipo de clave, en clave ética (o "éticoantropológica"). Así, p.e., es obvio para la mentalidad y la "inspiración" del redactor bíblico que la problemática y compleja sexualidad humana sólo se canaliza de forma más o menos positiva (culturalmente, socialmente, psicológicamente) mediante la unión hombre-mujer: ("por éso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, para ser ambos una sola carne"). El matrimonio monogámico es el preferido en todos los relatos bíblicos del Génesis, que aunque no condena expresamente la poligamia (como una realidad social histórica existente todavía en esos tiempos antiguos y que se sabía que practicaron los principales "patriarcas" hebreos progenitores) sin embargo la asocia siempre a rencillas, tensiones y disputas familiares entre las mujeres y en definitiva a la ruptura de la paz conyugal. El primero que según los mitos y leyendas hebreas practicó el matrimonio poligámico fue un hijo de Caín y nieto de Adán, llamado Lamec, casado simultáneamente con dos mujeres, Ada y Sela. En Génesis 4, 19-24 se le atribuye una especie de jactancioso cántico guerrero (del tipo de los que todavía se conservan entre los beduínos árabes) cuyo estribillo era más o menos así (habla Lamec, que con velada expresión nos transmite también -inconscientemente- sus propias preferencias sexuales con cada una de sus dos mujeres): "¡Ada y Sela, mujeres de Lamec! Poned atención, abrid los oídos a mis palabras. Por una herida mataré a un hombre, y a un joven por un cardenal. Si Caín sería vengado siete veces, Lamec lo será setenta veces siete".

Eva tentada por la serpiente (Viñeta de un cómic de Robert Crumb)

Tardará en aparecer en los libros bíblicos el amor como espiritualización de la sensualidad amorosa de la pareja. No así los celos (entre Sara y Agar, mujeres de Abraham), las rivalidades (entre las hermanas Lía y Raquel, mujeres de Jacob), los actos ilícitos como la violación y la pasión erótica incontrolada (Onán, Juda y Tamar), los adulterios (David y la mujer de Urías el hitita), etc. Pero el matrimonio, monogámico o polígamo, no deja de ser a lo largo de los textos hebreos más que lo que fue desde sus orígenes: la más importante institución de relaciones parentales de la sociedad judía, severamente protegida por las leyes penales (lapidación, etc) contra los peligros del adulterio, es decir, contra los "frutos prohibidos" extramatrimoniales. Con lo cual se manifiesta como lo que es y siempre ha sido: una solución humana -en principio la mejor o la menos problemática- para problemas específicamente humanos (psicológicos, sociales, económicos, culturales, convivenciales), y en primer y último término una forma de reconocer o legitimar a la propia descendencia.

Adán y Eva son una pareja mítica, arquetípica, imagen de la pareja perfecta hombre-mujer. Desde luego el amor entre ambos (amor exclusivo y de fidelidad absoluta de afectos) se presupone desde el principio, puesto que él era el único hombre sobre la tierra y ella era la única mujer ("Ésta sí que es hueso de mis huesos y sangre de mi sangre; se llamará hembra, pues del hombre ha sido formada"), y sobre todo después de la transgresión y de la expulsión del Paraíso de Yavé-Dios, esa especie de "maqueta virtual" construida para ellos pero "sin contar con ellos". Por éso, ese acto de transgresión, de rebeldía, frente a ese dios cruel, caprichoso, envidioso, prepotente y un tanto "voyeur", es y significa también un acto de autoafirmación humana, una decisión tomada en pareja y aceptada en pareja con todas sus consecuencias. Allí quedó ese "paraíso" con ese Yavé-Dios, sus ángeles castrati y su eterno aburrimiento. Aquí, a este otro lado, quedó, simplemente, la vida humana, con todo su sufrimiento y todas sus humanas miserias, pero también con un eventual y esporádico paraíso mucho más auténtico en la medida en que supone la construcción de un espacio común entre dos seres que se aman por estar unidos por su propia vivencia común. Éso sería lo verdaderamente sagrado, pues casi todo lo demás a lo que suele darse ese apelativo es tan sólo aquello que se tiene miedo de enfrentar.

En los mitos, alegorías y explicaciones metafóricas de los cristianos gnósticos el matrimonio no era en sí una institución divina, sino humana (una mera unión civil, profana y profanada). El verdadero "sacramento", accesible tan sólo a parejas verdaderamente unidas por el amor, era el que denominaban "la cámara nupcial". En algunas concepciones gnósticas la mujer sólo se enamora realmente cuando el varón se ha enamorado previamente de ella y le ha infundido su "semilla espiritual" (en los demás casos, debido a la maldición bíblica, la mujer busca "con ardor" al que cree su hombre, pero siempre se equivoca, pues termina "enamorándose" de quien no la ama, sufriendo sus consecuencias). Cuando el varón se enamora, si el encuentro de la pareja, con ayuda de la Divinidad, se produce en el lugar adecuado ("cámara nupcial"= sitios apartados, solitarios, iluminados y parcialmente cubiertos: tales como salas iluminadas por luz natural, entradas de cuevas, pórticos, establos, capillas, aulas, etc), las semillas espirituales (spérmata) del varón caen imperceptiblemente sobre el cabello de la mujer, si ésta no lo lleva cubierto ni lo tiene teñido o recortado en exceso, y entonces ella también se enamora verdaderamente, de forma que la posterior unión física de ambos los convierte en pareja indisoluble y arquetípica. Como este tipo de encuentro y acontecimiento no se da más que en ciertas parejas favorecidas por la Divinidad, la mayoría de las uniones matrimoniales de las demás parejas son imperfectas, pues imitan inconscientemente el modelo de la "cámara nupcial" en la mera unión física. Algunos gnósticos hacían una interpretación de la parábola evangélica del sembrador (Mt,13, 3-9) como referida al enamoramiento masculino y a la fecundación espiritual femenina: el sembrador (el hombre) echa su semilla hasta cuatro veces sobre diferentes clases de tierra (diferentes mujeres); la primera, segunda y tercera se pierden, bien porque se la comen los pájaros, bien porque cae en tierra pedregosa o entre espinos que no la dejan crecer; pero la última cae en tierra buena, germina y da abundante fruto.

No sabemos cuándo echó Adán su "semilla espiritual" sobre Eva, pero seguramente fue después de la expulsión del Paraíso. Tuvieron tres hijos: Caín, Abel (asesinado por su hermano, que luego huyó), y finalmente Set, que parece haber sido el hijo finalmente perfecto y el continuador de la línea divina. Adán amó a su mujer, a la que él mismo -después de la salida del Paraíso- puso el nombre de Eva (=vida). Y no sabemos más. Un escritor humorístico estadounidense de principios del siglo XX sugería el bello y significativo "epitafio" que puso Adán en la tumba de Eva, y que decía algo así:

"Donde tú estabas, estaba el paraíso".


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Lápida paleocristiana: bajorelieve representando las figuras de Adán y Eva
Árbol de la vida (Detalle de la tumba del faraón Tutmosis III)
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