Paulo de Tarso en Atenas

El discurso en el Areópago


(Hch, 17, 13-34)

<< (...) Pero cuando los judíos de Tesalónica se enteraron de que también en Berea estaba anunciando Paulo la palabra de la Divinidad, fueron también allí y agitaron y alborotaron a las masas. Los Hermanos hicieron marchar inmediatamente a Paulo hacia el mar, quedándose allí Silas y Timoteo. Y los que conducían a Paulo le llevaron hasta Atenas y se volvieron con el encargo para Silas y Timoteo de que se reuniesen con él lo antes posible.

El caso es que mientras Paulo les esperaba en Atenas, se apesadumbraba interiormente en su espíritu al ver la ciudad llena de idolatrías. Y discutía en la sinagoga con los judíos y con los prosélitos, y en el ágora diariamente con los que por allí se encontraban. También trababan conversación con él algunos filósofos epicúreos y estoicos, y unos decían:"¿De qué está hablando este charlatán?", y otros respondían: "Parece ser un predicador de divinidades extranjeras", porque le oían que anunciaba a "Jesús" y a "Anástasis" (la resurrección).

Y cogiéndole aparte le llevaron al Areópago, diciéndole: "¿Podemos saber cuál es esa nueva doctrina que expones? Pues te oímos hablar de cosas extrañas a nuestros oídos y querríamos saber qué es lo que quieres decir con ello" (y es que todos los atenienses y los forasteros allí residentes no pasaban el tiempo en otra cosa que en comentar y oír las últimas novedades).

Entonces Paulo, de pie en medio del Areópago, empezó por decirles:

   >> ¡Ciudadanos atenienses! Ya veo que vosotros parece que sois, en todos los conceptos, extraordinariamente respetuosos para con todo lo divino. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos religiosos he encontrado también un altar en el que estaba grabada la siguiente inscripción: "Para alguna divinidad no-conocida".

   >> Pues bien, lo que veneráis sin conocerlo, éso es precisamente lo que yo vengo a anunciaros.

   >> La Divinidad que conformó el Universo y todo cuanto hay en él, teniendo como tiene el pleno dominio de cielo y tierra, no tiene necesidad alguna de habitar en santuarios construidos artificialmente, ni tampoco de ser servido para nada por manos humanas, siendo como es quien da a todos la vida, el aliento y todo lo demás. Creó todo el género humano a partir de un solo origen, para que habitasen por toda la superficie de la tierra, tras prefijar el orden y la sucesión de los tiempos y los límites de los espacios en que habrían de vivir, de modo que buscasen por sí mismos a la propia Divinidad y siquiera por lo menos a tientas la pudiesen reencontrar, pues lo cierto es que no se halla muy lejos de todos y cada uno de nosotros. Y es que por ella vivimos, nos movemos y existimos, como ya han dicho incluso algunos de vuestros poetas:

"...pues somos también linaje suyo"

Y puesto que, en efecto, somos linaje de la Divinidad misma, no deberíamos creer tampoco que lo divino pueda ser semejante al oro, la plata o el mármol de las representaciones artísticas y de la imaginería humana.

   >> Ahora bien, la Divinidad, pasando por alto los siglos de ese des-conocimiento, convoca precisamente ahora a los humanos para que todos, en todas partes, se reconciencialicen, por cuanto ha fijado un día en que ha de juzgar en justicia a la tierra habitada, por medio de un Hombre a quien ha destinado y a quien ha acreditado ante todos re-suscitándole de entre los muertos...>>.

Cuando le oyeron aquello de "resucitar de entre los muertos", algunos comenzaron a burlarse, y otros le dijeron: "Bueno, ya nos lo contarás otro día". Y así, Paulo se retiró de en medio de ellos. Con todo, algunas personas se le juntaron y le creyeron, entre ellos Dionisio "el areopaguita" y una mujer noble llamada Dámaris, y otros con ellos.

Después de ésto, Paulo se marchó de Atenas y llegó a Corinto (...) >>

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La Acropolis de Atenas (grabado)

La llegada de Paulo a Atenas, por vía marítima,se produce como consecuencia inmediata de su "huída" de Berea, para evitar los tumultos que en esa ciudad empezaban a provocar algunos judíos recién llegados de la vecina Tesalónica con intención de soliviantar los ánimos contra las predicaciones paulinas entre la propia población judaica bereense. Ésto ocurría hacia el año 50 o 51 d.C., después en todo caso del llamado "Concilio de Jerusalén" -en el año 49- en que los dirigentes principales de la comunidad cristiana decidieron suprimir el rito judaico de la circuncisión para los gentiles que se incorporasen a la incipiente Iglesia, a los cuales bastaría en adelante tan sólo el rito del bautismo.

Esa transcendental decisión tuvo consecuencias irreversibles de modo prácticamente inmediato para las relaciones entre la cristianidad y el judaísmo ortodoxo, de manera que los que profesaban las doctrinas cristianas pasaron -casi de la noche a la mañana- de ser considerados algo así como una "secta" judaica más o menos tolerada en el seno matriz del judaísmo, e incluso mirada con bastante simpatía por no pocos judíos (que veían en los cristianos una pura continuidad o evolución directa de la respetada secta esenia, pues en cierto modo lo eran), a convertirse en un grupo enemigo y rival (en el proselitismo con los gentiles y paganos) e imperdonablemente "apóstata" de los ritos comunes originarios y más irrenunciables del judaísmo, pues negar validez a la circuncisión era para muchos judíos (y algunos judeocristianos) negar la principal seña religiosa ritual de la identidad y distintividad exclusiva judaica como "pueblo elegido" y de la señal manifiesta de la antigua alianza con su Dios tradicional (Paulo, en cambio, considerará a ese Israel físico, a ese "Israel según la carne", como algo históricamente superado ya por el Israel espiritual, el nuevo Israel confirmado en la nueva alianza en el Cristo como el verdadero y elegido "Pueblo de Dios").

A partir de ese hecho decisivo, hubo sin duda consignas expresas de las autoridades religiosas judías de Jerusalén para oponerse con todas sus fuerzas a la expansión proselitista cristiana, consignas y órdenes que -dada la fluidez de las comunicaciones comerciales entre todas las numerosas comunidades hebreas diseminadas y asentadas en las principales ciudades mediterráneas del mundo grecorromano- se fueron cumpliendo inexorablemente con un celo religioso y una diligencia poco comunes hasta entonces. El propio Paulo, personalmente, tendría ocasión de comprobarlo, sobre todo en su segunda y tercera misión evangelizadora (grandes disturbios promovidos en Corinto, un espectacular amotinamiento de los orfebres en Éfeso posiblemente alentado indirectamente por judíos, etc). Ya antes, en su primera misión, se había encontrado con la hostilidad esporádica de algunas comunidades judaicas de Asia Menor (que sin duda habían sido aleccionadas y predispuestas contra ese fariseo "traidor", en lo que podemos entender como una predisposición puramente personal, no tanto doctrinal; de hecho Paulo estuvo a punto de morir apedreado en una de esas ciudades). Pero ahora la consigna iba contra todos los adeptos de esa nueva "secta de apóstatas", contra todos sus practicantes en general. En la propia Roma, la capital del Imperio, parte de cuya numerosa comunidad judía había sido recientemente evangelizada y cristianizada con bastante éxito por algunos apóstoles (entre ellos probablemente por el propio Pedro), los judíos provocaron hacia el año 50 desórdenes y tumultos contra los cristianos, lo que movió al emperador Claudio a decretar la expulsión de Roma de todos los judíos de origen y circuncidados y de sus familias, fueran de la religión que fuesen, a causa precisamente de esos disturbios (que se produjeron "impulsore Chresto", "por instigación de un tal Cresto", según cuenta el historiador latino Suetonio al transmitir posteriormente noticias recogidas de oídas por sus propias fuentes escritas consultadas, en lo que parece ser una inequívoca alusión al nombre de Cristo, que en todo caso estaba en el origen de la controversia irreconciliable entre judíos y cristianos). Y es que, por primera vez, el judaísmo ortodoxo veía peligrar su creciente prestigio proselitista entre los gentiles (especialmente entre las clases dirigentes grecorromanas) por obra de una "secta apóstata" nacida en su propio seno, y las autoridades religiosas judías no estaban dispuestas a consentirlo e iban a desplegar en ello todos sus recursos e influencias, que no eran pocos ciertamente (dieciséis años después, como es sabido, oscuros pero importantes personajes filojudíos del entorno del emperador Nerón provocaron en Roma la primera persecución oficial local contra los cristianos, que entre otros cientos de víctimas ocasionaron la muerte del apóstol Pedro y casi con toda seguridad también la del propio Paulo, que por entonces se encontraba ya en la capital del Imperio).

Con todo, esas consignas antipaulinas y anticristianas no parece que llegaran al principio con la misma rapidez y eficacia a todas y cada una de las numerosas colonias judías en el mundo mediterráneo; y así, mientras que los judíos de Tesalónica ya estaban al parecer sobre aviso de la llegada de Paulo y en cierto modo le estaban "esperando", sus vecinos judíos de Berea no parecían estar al tanto todavía de ese "anatema" promovido desde Jerusalén y desde otras poderosas comunidades hebreas en el extranjero.

Procedente, pues, de Berea, Paulo llegó a Atenas por mar y pasó allí probablemente parte del invierno del año 50 al 51, esperando el regreso de sus discípulos y principales compañeros de predicación, Silas (Silvano) y Timoteo, para preparar la prevista entrada en Corinto, que -como capital griega de la provincia romana de Acaya- estaba sin duda en los planes preferentes de la predicación del apóstol entre los gentiles.

Durante su estancia de pocas semanas en Atenas, Paulo quizá no estuvo tan solo como parece darnos a entender en una epístola personal posterior (1Tes 3,1), pues incluso en la propia Atenas haría algunos discípulos y seguidores, aunque en escaso número. Alguno de ellos pudo ser la fuente principal para el narrador de este episodio ateniense (aunque según opinión generalizada de los comentaristas el principal testigo y narrador de estos hechos sería el propio "evangelista" Lucas o Lucano, que también habría acompañado al apóstol en ese segundo viaje evangelizador, el primero en que el apóstol llegaba a tierras europeas). Ese narrador, ya fuera un acompañante y testigo directo o ya fuera alguien que posteriormente recogió noticias orales directas de algún otro discípulo del apóstol, nos da detalles precisos del episodio, nos transmite (esquemáticamente) el curioso discurso de Paulo y los efectos sobre sus oyentes, y nos da incluso su propia apreciación o interpretación personal del estado de ánimo de Paulo en las primeras semanas de su estancia en la que había sido en otros tiempos la indiscutible capital cultural e intelectual del mundo helénico (por entonces ya muy decaída como tal y muy superada por el dinamismo multicultural de otras ciudades, grecoegipciojudaicas como Alejandría o grecorromanas como la "nueva", populosa y licenciosa Corinto, hasta el punto de que esos neoatenienses parece que sólo se ocupaban de superficiales "cotilleos" y de trivialidades pseudofilosóficas y habían convertido el ágora ateniense en una especie de "mentidero filosófico" y a la propia Atenas casi en un remedo o mala caricatura de la que había sido en sus mejores tiempos la ciudad culturalmente más dinámica de toda la Hélade ).

Imagen de san Pablo

Con todo, Atenas seguía siendo Atenas, al menos en lo históricourbanístico y en lo estéticorreligioso. Y el apóstol tuvo ocasión de contemplar con asombro el gran conjunto religiosomonumental de la Acrópolis ateniense, que no podía dejar de seguir impresionando a cualquier viajero, fuera griego o no. Dice el narrador, muy subjetivamente, que Paulo se consumía interiormente al ver tanta idolatría desplegada en grandiosos templos y gigantescas estatuas de dioses y diosas (otros traducen "se indignaba", aunque sin duda no era exactamente indignación ni estupor lo que el apóstol sentía, sino más bien cierto desasosiego interior ante la perspectiva de dificultades que el politeísmo idolátrico -no sólo el de Atenas, sino el de toda la gentilidad en general- podía plantear a su predicación, en principio teóricamente más fácil entre judíos que no hubieran recibido las consignas de "anatema" contra las predicaciones cristianas y que al menos compartían una misma cosmovisión y unas concepciones religiosas comunes, y a los que sólo había que demostrar el cumplimiento puntual de las antiguas profecías bíblicas en las que creían). Con los gentiles, en cambio, casi había que "partir de cero" y refutar con mucho tacto sus concepciones religiosas politeístas e idolátricas antes de exponerles el núcleo esencial de la doctrina y del mensaje evangélico. Pero, paradójicamente, los mayores frutos de su predicación los habría de obtener después el apóstol precisamente entre los gentiles y entre los judeoconversos, mucho más que entre los judíos de origen.

En Atenas, Paulo va a ensayar una primera aproximación predicadora hacia el paganismo helénico, una aproximación "por arriba" (desde lo más elevado de ese mundo pagano helénico, que era precisamente la filosofía). Pero fracasará estrepitósamente en esa primera aproximación. Y fracasará porque no se encuentra delante de genuinos filósofos (ni siquiera podía considerarse como tales a los últimos seguidores ocasionales en Atenas de las antiguas doctrinas helenísticas epicúreas y estoicas), sino en muchos casos ante frívolos charlatanes completamente pasados ya de filosofías. Él, con una sólida formación religiosa, intelectual y filosófica que sintetizaba lo mejor del fariseísmo de procedencia y de las nuevas corrientes de la filosofía religiosa judeohelenística y alejandrina, se encuentra ante individuos que ni siquiera parecen dispuestos a profundizar intelectualmente en sus propias y superficiales pseudocreencias y pseudofilosofías. A partir de ese fracaso, Atenas será para Paulo un punto de inflexión que cambiará, si no su discurso hacia los gentiles, al menos su propia consideración sobre las escasas utilidades prácticas del discurso filosófico en la predicación evangélica. Y en adelante (aunque sin renunciar del todo, dada su formación, al planteamiento intelectual profundo) apelará sobre todo al sentimiento místico más que al pensamiento lógico, a la fé más que a la "razón", declarará loca a la filosofía del mundo y exaltará la "locura" de la sabiduría divina en la revelación evangélica, o bien profundizará en la "racionalidad" de algunos planteamientos religiosomorales del judaísmo tradicional hasta redescubrir en unos casos sus fundamentos éticos o "desenmascarar"en otros sus raíces psicológicas profundas. Se aproximará, por tanto, a los temas esenciales de su predicación o bien "por abajo" o bien "por dentro", y los resultados (al menos entre la gentilidad) serán en pocos años verdaderamente espectaculares. Es un método explicativo, desde luego menos "místico", más ideológico y más intelectual que el que parece que utilizó sin mucho éxito el diácono Esteban con los judíos (y que le costó la vida), y no es tampoco el típico discurso hipermoralizante, amonestativo y apocalíptico de los antiguos profetas (incluido Juan el Bautista), pero sin duda resultó bastante más eficaz ante los nuevos conversos (y desde luego, en sus epístolas a los ya convertidos, a los que se presuponía más o menos llenos de "espíritu santo o espíritu puro" para la comprensión e inteligencia del mensaje evangélico, Paulo casi no necesitaba explicar a veces con demasiado detalle lo que ya todos habían comprendido, asimilado e interiorizado por la fé). Por lo demás, era ante todo un método introductorio, no sólo a las normas morales de conducta y a las verdades místicas de la fé cristiana, sino también a las doctrinas genuinamente éticas expuestas por Jesús de Nazaret en sus propias y conocidas formas expositivas originales que estaban al alcance de la comprensión de todos los que quisieran sinceramente conocerlas. Con todo, en este famoso discurso ateniense está ya todo lo principal del "programa" doctrinal que desarrollará mucho más pormenorizadamente en sus principales epístolas.

Paulo en Atenas, por otra parte, es todo un símbolo. No es, simplemente, "Jerusalén frente a Atenas" o "Jerusalén en Atenas" (la decadente Atenas, en ese tiempo paulino, ya no tenía fuerza moral ni intelectual, ni artística siquiera, para confrontarse con nada ni con nadie, y se limitaba a vivir cómodamente de las "rentas"de su pasado prestigio y esplendor, y en la propia Jerusalén farisaica -a la que le quedaban por entonces apenas una veintena más de años de mera supervivencia hasta su completa destrucción y arrasamiento por los romanos en la guerra judía- se respiraba también un ambiente de decadencia religiosa bastante congestionado, enrarecido y asfixiante). Paulo no era tampoco, simplemente, "un judío ex-fariseo en la Atenas post-filosófica", sino más bien la representación de una nueva vitalidad emergente: la vitalidad cristiana, la última gran vitalidad y dinamicidad histórica y religiosa del judaísmo, que por primera vez se ensayaba (fallidamente) en una hermosa ciudad helénica que antaño había sido el símbolo más preclaro de la civilización griega y ahora era tan sólo una meláncólica sombra de lo que fue. Éso era seguramente lo que más deprimía el ánimo del apóstol, que sólo en Corinto (la más antigua rival comercial de Atenas, que a diferencia de ésta ya no conservaba casi nada de otros tiempos, pues había sido reconstruida de nueva planta por los romanos que tiempo atrás la habían arrasado) conseguirá encontrar el espacio de discusión y la receptividad necesaria para su nuevo y transcendental mensaje. La breve estancia de Paulo en Atenas (aunque los atenienses coetáneos fueran los que menos se apercibieron de ello) fue de hecho uno de los últimos y principales acontecimientos (u "oportunidades") históricoculturales de esta ciudad en lo que le quedaba de existencia en esa época antigua (quedaban aún las "Noches Áticas" del romano Aulo Gelio en el siglo siguiente; el posterior paso de los godos de Alarico por la capital ateniense, que le pagó a precio de oro el verse libre del saqueo, del que no se vería libre en el 582 a manos de los ávaros; o el cierre de sus escuelas filosóficas por orden del emperador bizantino Justiniano debido al paganismo de aquellas, o la posterior ocupación turca, etc). El paso de Paulo por Atenas, en efecto, puede muy bien considerarse en cierto modo como la última oportunidad histórica de esta ciudad (aunque la Historia rara vez suele ser tan generosa en oportunidades hacia pueblos y ciudades que alguna vez fueron importantes referentes universales).

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El discurso de Paulo en el Areópago (literalmente "la colina de Ares", lugar en el que tenía antiguamente su sede el llamado "Tribunal del Areópago" o Tribunal Supremo de Atenas, al parecer en un recinto con gradas y semicerrado que todavía en época de Paulo serviría para conferencias, deliberaciones y reuniones ocasionales extraordinarias) constituye sobre todo -como discurso- un modelo y un resumen sintetizado de sus posteriores disertaciones escritas conocidas por sus epístolas, a la vez que una muestra breve de ese primer ensayo de predicación a los gentiles desde sus propios presupuestos religiosos y filosóficos. Sin duda este comienzo de ese discurso ateniense fallido, más bien que conservado por procedimientos estenográficos de la época, se ha recreado en una forma resumida y esquematizada a partir de las propias líneas comunes del pensamiento paulino, en cierto modo habituales también en la propia propaganda religiosa judaica para las predicaciones a los gentiles: idea de un solo Dios creador de todo, irrepresentable de forma material, etc (ideas comunes y nucleares en el pensamiento judaico que sin embargo Paulo profundizará magistralmente después en algunas de sus epístolas). No tenemos la absoluta seguridad de que el discurso nos haya llegado transcrito en toda la literalidad de sus expresiones griegas (pero casi), aunque la "literalidad" de sus ideas nucleares no puede ponerse en duda. Su esquema de reconstrucción por el narrador, basado en los tópica de la propaganda proselitista hebraica, conforman muy bien con el pensamiento paulino, si bien sus líneas discursivas son claramente distintas de los discursos paulinos dirigidos a las comunidades propiamente judaicas (que daban por supuestas esas ideas de base, aunque no tanto todas sus consecuencias lógicas) y se aproximan más bien a los núcleos doctrinales de sus epístolas a sus "iglesias" cristianas.

No obstante este fracaso inicial, el discurso (y sin duda también el propio carisma personal de Paulo y sus predicaciones previas o siguientes con carácter más reducido) parece ser que dejó su semilla entre los atenienses, entre ellos un hombre llamado Dioniso (conocido después como el "areopaguita", ya fuera por el lugar de su conversión o ya fuera porque era efectivamente "miembro o juez" del Areópago, cuyo nombre sería utilizado en los siglos siguientes apócrifamente para ciertos escritos religiosofilosóficos cristianos) y asimismo una mujer llamada Dámaris (que era noble, según añade alguna de las variantes de la tradición manuscrita, lo que desde luego está en curiosa consonancia con otros ejemplos de conversiones de "mujeres nobles" que se aluden en otros pasajes: v.gr. Hch 16,14 y 17,4).

Imagen de san Pablo en un mosaico romano
Mapa de Grecia en la Tabula Peutingeriana

 Mapa de Grecia en la Tabula Peutingeriana (Copia medieval de un antiguo cartograma romano de itinerarios de caminos)

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