Las parabolas evangelicas

Las parabolas como metalenguaje didactico de vivencias misticas

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LAS PARÁBOLAS EVANGÉLICAS SOBRE "EL REINO DE LOS CIELOS": IMÁGENES METAFÓRICAS APROXIMATIVAS SOBRE UNAS METARREALIDADES ¿PSICOLÓGICAS O ESCATOLÓGICAS?


Entre los estudiosos y eruditos contemporáneos que han estudiado la figura, las enseñanzas y los hechos de Jesús de Nazaret, desde perspectivas más o menos independientes y no-confesionales, se ha ido generalizando de un tiempo a esta parte una especie de axioma o principio de interpretación postulado por uno de los más cualificados de ellos, un criterio que, no por obvio, resulta menos necesario no perder de vista cuando uno se adentra en la búsqueda y la comprensión de una de las figuras más complejas, controvertidas, influyentes y desconocidas de la historia religiosa de la civilización humana. El axioma en cuestión se ha formulado así: "Jesús nunca fue un cristiano, sino un judío". Esto quiere decir varias cosas, y ante todo nos previene de cómo enfocar y perspectivizar correctamente una figura y una doctrina que, desde el principio (desde sus propios y primeros discípulos directos), está radicalmente malentendida, confundida y tergiversada.

El "cristianismo", en efecto, fue en primer término, ya desde sus orígenes, una primera interpretación de la figura de Jesús, más que de su doctrina o de sus hechos, y ello hasta el punto de que incluso esos hechos y doctrina del maestro nazareno pasaron enseguida y desde muy pronto a un segundo plano. Jesús, para los primeros "cristianos" (para muchos de sus discípulos directos, para su principal discípulo indirecto -Pablo de Tarso-, para los propios evangelistas que pusieron por escrito sus hechos, sus enseñanzas y su vida), había sido ante todo el "Cristo", el Mesías, el Hijo de Dios, e incluso el propio Dios encarnado en un hombre concreto: Jesús de Nazaret, llamado "Jesu-Cristo" por sus seguidores. Ese cristianismo originario (apostólico, paulino, evangélico) se creó casi sobre la propia marcha de los acontecimientos, apenas unas décadas después de la desaparición de su "impulsor" (que desde luego no fue ni seguramente pretendió ser nunca el "fundador" y el "personaje central" de esa nueva religión en que acabaron por convertirlo sus discípulos y las sucesivas generaciones posteriores de "cristianos").

La cuestión es interesante, pues nos obliga a replantearnos retrospectivamente toda la doctrina "cristiana" desarrollada a lo largo de casi dos milenios y a intentar llegar a la verdaderas doctrinas o enseñanzas originarias de este hombre (no de este presunto "dios") con completa objetividad y separándolo de todo lo que la "religión cristiana" ha volcado a lo largo de los siglos sobre su vida, su doctrina originaria, sus dichos y sus hechos más o menos extraordinarios.

En primer lugar, para alcanzar esa objetividad hipercrítica sobre su figura, sus hechos y sus enseñanzas, es preciso desembarazarse, siquiera sea momentáneamente, de los dos principales "dogmas" o prejuicios acumulativos de ese Cristianismo desde sus orígenes hasta la actualidad. El primero es su muerte y su supuesta "resurrección". El segundo, derivado casi inmediatamente (no lógicamente) del primero, es el de que Jesús habría sido -supuestamente- el "Hijo de Dios", el "enviado o profeta de Dios", el "Ungido (=Cristo) de Dios", y finalmente "Dios mismo hecho hombre" (pues todos estos aspectos, como es sabido, tardaron siglos en definirse en medio de grandes polémicas teológicas, disensiones, consensos obligados, "herejías" o tomas de postura radicalmente enfrentadas, persecuciones de los disidentes, etc, en fin: la historia misma del Cristianismo y de su "Iglesia" mayoritaria, de su estructura de poder predominante constituida históricamente como principal apropiadora y administradora temporal del legado de aquél).

Ese primer "dogma" (la resurrección de Jesús después de crucificado, muerto y sepultado) es fácil de desmontar por la propia razón: sencillamente, un hombre muerto no puede resucitar. Luego la "resurrección" es una falacia o un engaño (por lo menos desde un punto de vista exclusivamente racional y lógico, dejando aparte la cuestión de la "creencia" o "fé" en un hecho irracional e ilógico en sí mismo). De ello deriva una única conclusión, que sin embargo presenta dos posibles soluciones lógicas: O bien Jesús murió ejecutado en la cruz y -desde luego- no resucitó físicamente y algunos de sus discípulos escondieron después su cuerpo, o bien Jesús no murió realmente en la cruz y todo fue un engaño o una farsa montada por él mismo, que consiguió engañar en primer término a la mayoría de sus propios discípulos y seguidores. La mayor parte de los investigadores no-confesionales se inclinan, por cierto pudor inconfesable, más bien por lo primero (quizá para dejar a salvo las "buenas intenciones" de alguien del que no cabe duda alguna de que dejó unas valiosas enseñanzas éticorreligiosas de gran trascendencia en la historia de la civilización occidental). Pero en la Antigüedad predominó más bien lo segundo entre sus detractores (un Jesús "mago", farsante y embaucador de masas). En otras palabras, los investigadores actuales no-confesionales prefieren considerarle más bien un inocuo visionario idealista, y en último término un "fracasado", que un impostor inicuo y cuasidemoniaco o un "charlatán" sin escrúpulos. Y sin embargo, incluso en el supuesto de que fuera cierta toda la escenificación intencionada de su supuesta muerte en la cruz y su no menos supuesta resurrección, ello no descalifica en absoluto a la persona ni sirve para prejuzgar las verdaderas intenciones del personaje, considerando que Jesús de Nazaret quizá se habría limitado a escenificar conscientemente y hasta sus últimas consecuencias el papel de "Mesías" en una sociedad -la judía de la primera mitad del siglo I de nuestra Era- que no podía esperar ni quería esperar otra cosa que hechos sobrenaturales ("señales"), que no estaba dispuesta a dejarse seducir por nuevas propuestas éticas y religiosas por atractivas que fuesen en sí mismas y que no hubiera prestado la más mínima atención a quien no se hubiera presentado ante ellos exhibiendo todo tipo de prodigios y acciones aparentemente "sobrenaturales", o por lo menos una apariencia de fuerza divina que les hiciera considerarle como su "líder" indiscutible frente a los romanos. Entre pensar que algunos de sus discípulos robaron y ocultaron su cuerpo y dijeron luego que había "resucitado", o que el propio Jesús fingió su propia muerte en la cruz y luego "desapareció del mapa", una vez que vió que el movimiento crecía, se desarrollaba y se consolidaba sin él, preferimos quedarnos con esta última hipótesis. Era demasiado inteligente para dejarse matar sin más de forma innecesaria, pues quizá comprendió que en su caso era más que suficiente fingir una muerte aparente y desaparecer después de Judea y de su historia inmediata definitivamente.

Si esto fue así, si Jesús de Nazaret asumió representar ese necesario papel de "Mesías" de una forma tal que en lo sucesivo nadie más viniera después de él pretendiendo serlo (y eso, desde luego, lo logró), no cabe duda de que su actuación fue un éxito completo y que ello propició una revolución religiosa pacífica sin parangón en toda la historia, una revolución ética de las conciencias que sin duda transformó definitivamente el mundo antiguo como nunca hasta entonces en la historia de las ideas religiosas. Y una persona así, una personalidad así, tuvo que ser desde luego en extremo compleja y poliédrica, muy difícil de catalogar simplemente como un "impostor religioso" o un "charlatán embaucador", y no más bien como el mayor genio y visionario religioso de la historia y como una persona de unas cualidades extraordinarias y absolutamente excepcionales y fuera de lo común.

Sus razones de fondo para esa supuesta "actuación teatralizada" y magníficamente interpretada por él mismo, por supuesto las desconocemos, aunque no desconozcamos en absoluto lo enrarecido del ambiente religioso en la Palestina del siglo I y las dificultades insalvables de propagar con éxito nuevas doctrinas religiosas que superasen el anquilosamiento y las propias inercias de la religiosidad judaica tradicional. En otro lugar hemos especulado con la posibilidad de que Jesús (que no actuaría sólo, sino respaldado por personajes anónimos de cierta autoridad y prestigio religioso) pretendiese sobre todo salvar uno de los movimientos o "sectas" principales del judaísmo de su propia época, el movimiento esenio, que estaba ya en retroceso y parecía incapaz de superar sus propias dificultades internas, debido quizá a que esa secta esenia estaba paulatinamente cada vez más infiltrada de un nacionalismo religioso antirromano que a la larga pondría en peligro su propia supervivencia como movimiento religioso. Muy crítica y enrarecida, en efecto, debía de estar la situación cuando Jesús y Juan, seguramente respaldados y apoyados por algunos jefes esenios e incluso por algún fariseo importante, decidieron hacer lo que nunca hasta entonces había hecho esta secta judaica rigorista y exclusivista: proselitismo mesiánico.

Los historiadores coetáneos (Filón de Alejandría o Flavio Josefo entre los judíos y Plinio el Viejo entre los romanos) hablan de esos esenios del siglo I, de su vida ascética en el desierto de Judea o en las villas y poblaciones rurales palestinenses, y hablan también de los ultranacionalistas llamados "celotes" (integristas o fundamentalistas judíos, diríamos ahora), y todo el contexto histórico de la época lleva a pensar que el movimiento esenio estaba ya en esa época carente de una dirección espiritual, pues su centro-matriz originario (el "monasterio" de Qumrán) estaba siendo progresivamente infiltrado y controlado por ese ultranacionalismo antirromano, que estaba radicalizando y desvirtuando el carácter secularmente pacifista de la secta. Quizá la actuación de Jesús (coordinada inicialmente con las actividades de otro esenio, Juan el Bautista, y al principio muy prudente, calculada, ambigua e incluso contemporizadora) pretendió en primer término salvar el movimiento esenio desvinculándolo completamente del violento nacionalismo celote y recuperar a todos los esenios mayoritariamente pacifistas (que no eran tan sólo los de Qumrán, sino las alrededor de cuatro mil personas -datos de Filón de Alejandría y de Josefo- que hacían mayoritariamente vida familiar en las aldeas y poblaciones de Judea y Galilea: "las ovejas perdidas de la casa de Israel", como las llama el propio Jesús en Mt 10. 5-6, aunque es muy posible que esos "esenios" de que habla Filón y sobre todo Josefo incluyesen también ya a los miembros de la naciente comunidad cristiana pre-paulina). Y esto, sin lugar a dudas, se consiguió, pues apenas unos pocos años después de la desaparición de Jesús ese esenismo mayoritario acabó transformándose en "cristianismo" sin apenas resistencias ni rupturas doctrinales, rituales u organizativas, con unas "cinco mil personas" u "hombres santos" en toda Palestina (datos del libro "Hechos de los Apóstoles", Hch 4, 4) que garantizaron su continuidad durante muchas décadas y luego en los siglos siguientes. Es una explicación lógica de las actividades y de las motivaciones conscientes de Jesús, pero desde luego no es la única ni podemos afirmar tampoco que pueda ser la principal explicación histórica del poderoso movimiento religioso que puso en marcha con su supuesta "muerte" y "resurrección".

Con todo, no deja de ser significativo y curioso que muchos de los investigadores académicos contemporáneos (tanto confesionales como no-confesionales) que han tratado sobre la vida, hechos y doctrinas de Jesús de Nazaret se muestren muy reticentes a aceptar lo que los propios hechos contextuales certifican sin ningún género de dudas: que Jesús era un esenio (y quizá ni siquiera tan sólo un ex-esenio que iba "por libre", por así decirlo). Para ello se basan en criterios distorsionados y en una falta de perspectiva integral sobre lo que conocemos de ese "centro monástico matriz" de Qumrán a través de sus textos. Se argumenta, en efecto, que los textos qumránicos no mencionan a Jesús y al Bautista (¿por qué habrían de hacerlo, siendo como son en muchos casos muy anteriores a la vida de ambos), o que se trata de textos de una secta judaica ultrarrigorista que poco o nada se compagina con lo que conocemos de la doctrina de Jesús o del Bautista (olvidando que esos textos son en su mayoría muy anteriores, aunque se copiaran literalmente en Qumrán en plena época de Jesús, quien seguramente también participó en la copia de algunos de esos manuscritos sectarios antiguos, y que en todo caso reflejan un esenismo originario que probablemente había evolucionado mucho en esos neo-esenios del siglo I entre los que se educaron ambos), o el hecho de que ni siquiera los textos evangélicos mencionen expresamente a esos esenios o neo-esenios (el caso es que sí que los mencionan, aunque como "celotes", no como esenios, pues en la época de redacción de los evangelios, tras la guerra judía, en que los esenios-celotes habían tenido un papel preponderante, era poco prudente mencionarlos o vincular el cristianismo al esenismo o a cualquier otra de las sectas judaicas que participaron en esa cruenta revuelta contra Roma). Los llamados "celotes" nunca fueron en realidad una secta religiosa como tal; eran simplemente ultranacionalistas antirromanos; pero a partir de determinada época se identificaron con las facciones más rigoristas del judaísmo (es decir, con los esenios), y de ahí el nombre de "celosos" o "ultrarreligiosos" (=celotes) que se les dió. En la época de Pablo de Tarso, inmediatamente anterior a la guerra judía, los celotes eran identificados ya como "terroristas", "bandidos" o "sicarios" a los ojos de la autoridad romana (y esos sicarios planearon incluso un atentado fallido contra su persona), y en la época de redacción de los evangelios -tras la guerra judía- nadie quería que les relacionasen con ellos ni directa ni indirectamente.

Pero se olvidan, en cambio, otros datos contextuales definitivos: por ejemplo, que las actividades del Bautista tuvieron como centro el desierto de Qumrán (y también la preparación previa de Jesús transcurrió en ese mismo desierto), o que el propio Jesús tenía unos completos conocimientos de la Ley y de las Escrituras que no pudo aprender con los fariseos, a los que tanto censuró, pues éstos no hubieran dejado de reprochárselo después, además de unos conocimientos taumatúrgicos extraordinarios que sólo pudo aprender en una secta tradicional y cerrada como eran los esenios, o que las predicaciones preliminares de los doce apóstoles (o según Lucas de "setenta y dos" discípulos menores) en las aldeas y pueblos de Judea y Galilea -según Lucas por parejas, al modo esenio- está atestiguada en los propios evangelios (Mt 10, 1-15, Lc 10, 1-11), o que la propia organización eclesial del cristianismo originario se basaba en prácticas y esquemas organizativos propiamente esenios, así como sus principales ritos del Bautismo por inmersión, la bendición y fracción del pan, las líneas éticas y escatológicas generales, el comunismo de bienes, la oposición al fariseísmo y al culto ritual en el Templo, la terminología y los "eslóganes" antiguos de la secta, los nombres de sus cargos dirigentes, etc.

Hay, en efecto, numerosas similitudes conceptuales y terminológicas, expresadas a veces con palabras idénticas ("vida eterna", "conversión", "santo espíritu de los Profetas", "piedra angular", "el prójimo"), y pasajes de los textos qumránicos que encontramos también en los evangelios: p.e. la "reprensión ante testigos", o la alusión a las segundas nupcias ("son cogidos dos veces en la fornicación, por tomar dos mujeres en sus vidas, a pesar de que el principio de la creación es 'varón y hembra los creó" y "los que entraron en el Arca, entraron de dos en dos, en parejas entraron"). Hay también alguna concordancia entre los textos de Qumrán y el de Flavio Josefo con respecto a las pruebas de iniciación y admisión en la secta esenia, que eran de un "noviciado" de dos años; pero nada nos dice éste de los conocimientos terapéuticos desarrollados por la secta: hierbas medicinales, drogas capaces de producir estados catalépticos, técnicas de exorcismo y demonología muy elaboradas y eficaces -seguramente de transmisión exclusivamente oral-, conocimientos de la circulación de la sangre, conocimientos caracteriológicos, psicológicos y fisiognómicos, uso de calendarios simbólicos propios (se alude en los textos qumránicos a un "Libro de los Calendarios y de los Tiempos", y al uso entre los esenios de una especie de "rosario" en forma de cordón con nudos, llamado "cuerda de los tiempos"), y otros conocimientos "prácticos" que probablemente nunca se consignaron por escrito para evitar su divulgación profana. Tampoco nos habla Josefo de la labor esenia de exégesis o interpretación propia de los textos bíblicos (que tuvo que influir bastante en las interpretaciones bíblicas del propio Jesús). Por su parte, aparte de la admiración hacia su forma de vida, Filón y el romano Plinio tampoco dan demasiados detalles de los esenios coetáneos (y es evidente que Plinio habla de ellos exclusivamente "de oídas").

Pero hay también algunas llamativas diferencias sustanciales entre la doctrina de Jesús sobre el descanso completo de toda actividad en el "sabbath" y el antiguo rigorismo esenio respecto a que todo animal caído en un pozo no debería sacarse de él en sábado (lo que sin duda indica o bien una evolución de la doctrina neoesenia en este punto, con respecto a la Regla antigua, o bien una innovación y reinterpretación particular de Jesús).

Por otro lado, en los respectivos Evangelios de Mateo y Lucas hay varios pasajes (desde luego muy mitificados, distorsionados y rehechos) que parecen contener alusiones a varias entrevistas o encuentros secretos de Jesús con algunos jefes esenios ("vestidos de blanco", como sabemos por Flavio Josefo que vestían los esenios, con túnicas blancas de lino); así el episodio de la "transfiguración" (Mt 17,1-8) o el de los supuestos "ángeles" en la sepultura (Mt 28, 3 y Lc 24,4) y en la "ascensión" (Hch 1,10). Muy probablemente estos "neoesenios" de Palestina de la primera mitad del siglo I son identificables también con un minoritario grupo ascético establecido en Egipto, cerca de Elefantina, a los que Filón de Alejandría denomina los "terapeutas", que llevaban una vida cenobítica marginal, aunque ejercían también de médicos, taumaturgos y curanderos (como el propio Jesús). La etimología del término "esenios" es dudosa (lo que es seguro es que ellos no se llamaban así a sí mismos, sino "los santos", "los Numerosos", "la Comunidad", etc; Filón los denomina essaíoi); es posible que el término "esenios" utilizado por Josefo y Plinio proceda en realidad de una corrupción del adjetivo griego semnói (="venerables", "honrados", "encomiables").

Con todo, se diría que algunos investigadores actuales se encuentran bastante incómodos teniendo que admitir unos hechos contextuales innegables y significativos que -por su propia simplicidad- resultan demasiado sugestivos para el público en general en detrimento de sus rebuscadas y complicadas explicaciones eruditas y pretendidamente "científicas" de esos mismos hechos. En definitiva, parece que para muchos de ellos el calificar a Jesús como un esenio (y sin duda lo era) es casi como aceptar explicaciones delirantes y simplistas tan absurdas como suponer que Jesús en realidad era un "extraterreste" o simplemente un "ángel", un "dios" o "Dios mismo en persona humana", como llegaron a creer todos sus seguidores desde entonces hasta la actualidad.

Por ello mismo, decir simplemente que Jesús era "un judío", no "un cristiano", es quizá también quedarse demasiado corto en la explicación, porque desde luego ni era un "autodidacta", ni un judío "helenista", ni un "saduceo", ni un "fariseo" ni un "herodiano", ni un "celote" antirromano y violento. Su formación religiosa era sin duda judía, rigorista y tradicional, así como su modo de pensar, pero ello no es obstáculo para creer (como lo demuestran sus propias doctrinas) que era también un "revolucionario" que explicaba y enseñaba las doctrinas religiosas judaicas tradicionales de una forma muy distinta a la tradicional, debido seguramente a vivencias y experiencias propias y personales que le hicieron replantearse radicalmente toda esa completa formación religiosa que poseía (algo similar a lo que le ocurrió a Sidarta Gautama, el "Buda", en relación con el hinduismo originario en el que se crió y educó, y a las experiencias-vivencias místicas de otros grandes reformadores religiosos de la Antigüedad). De momento lo único que podemos decir es que, en efecto, era un judío, pero ni siquiera un "judío típico" con ideas judías típicas respecto a la religión tradicional judía y a las expectativas mesiánicas y apocalípticas de gran parte de los judíos de su época, tanto cultos como iletrados; pero tampoco era un "iluminado", un "alucinado", en el sentido psicológico peyorativo de un enajenado mental, como han pensado algunos de sus críticos contemporáneos más superficiales. ¿Fue, como se le ha denominado acertadamente, un "judío marginal"? Seguramente sí, por lo menos en el sentido de que sus actividades y sus doctrinas se desarrollaron en los márgenes y en los límites mismos de la religión y de la religiosidad judías de su época. Pero ante todo fue un "judío enigmático", y por tanto susceptible de ser interpretado y entendido de muy diversas formas. Fue su enigma lo que propició la interpretación cristiana de su figura y lo que -en definitiva- produjo esa sugestión individual y colectiva de la que surgió el cristianismo como tal.

Lo demás vino por sí solo, por el propio desarrollo histórico de la época y de las épocas posteriores. El tiempo, y el propio contexto político de un imperio romano unificado y bien comunicado, era también el más apropiado para que esas nuevas ideas religiosas se desarrollasen y generalizasen de forma imparable (y esto también debió de comprenderlo esa genialidad intuitiva del nazareno). La sociedad romana imperial se basaba en una civilización (la grecolatina) éticamente desfondada ya, con propuestas religiosas y salvíficas de todo tipo (religiones y supersticiones localistas tradicionales, religiones orientales frigias, egipcias e iranias, religiones mistéricas diversas que prometían la salvación a sus adeptos, cultos locales populares u oficiales de todo tipo, filosofías helenísticas basadas sobre todo en planteamientos éticos: estoicismo, epicureísmo, neopitagorismo, platonismo medio, neoplatonismo, etc), pero ninguna de ellas podía competir con el fondo éticorreligioso de una religión milenaria como era la judaica, simplificada, renovada, actualizada y readaptada por un cristianismo caracterizado por un afán proselitista sin precedentes y al principio de escasos vuelos filosóficos e intelectuales (salvo en sus disputas puramente teológicas y cristológicas internas, que duraron siglos) pero que dejó también profundas reflexiones y actuaciones éticas y sociales de fraternidad universal hasta entonces nunca planteadas con tanta profundidad en la civilización grecolatina, entre ellas un sistema de "asistencia social" a los más necesitados como no se había concebido ni realizado hasta entonces y que sorprendía incluso a los propios paganos. Su triunfo era cuestión de tiempo, y tras un primer periodo de adaptación y de persecuciones locales que duró más de dos siglos y medio, acabó por convertirse en la religión oficial en el bajo Imperio, hasta la desaparición de éste y aun después.

Para entonces, la figura de Jesús era ya la de un personaje completamente idealizado, mitificado y deificado, y la religión "cristiana" había desarrollado todos los principales caracteres y recursos rituales arquetípicos de una religión "mistérica" (ritos iniciáticos preparatorios, identificación y comunión ritual con el hombre-dios, liturgia propia, doctrina salvífica de vida-muerte-resurrección, etc), similares a los que se daban también en otras religiones mistéricas antiguas o coetáneas (misterios eleusinos, misterios dionisiacos, religión frigia de la diosa-madre Cíbele, religión iniciática irania del dios Mitra, cultos mistéricos de la diosa egipcia Isis, maniqueísmo, mandeísmo, etc), con la importante peculiaridad de que el Cristianismo, a diferencia de aquellas, fue siempre una religión abierta y proselitista. Sin duda, esas religiones mistéricas coetáneas influyeron en el desarrollo de la religión cristiana (y fueron a su vez influidas por ésta), pero los esquemas religiosorrituales comunes constituyen un desarrollo propio, espontáneo e independiente de este tipo de "religiones mistéricas" en todos los pueblos y culturas y en todas las épocas, que repiten independientemente esquemas rituales arquetípicos característicos y muy similares.

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dos peces (grabado)

El Jesús histórico, como también dijimos en otro lugar, nos parece incluso menos interesante que sus doctrinas originarias, pero éstas tropiezan asimismo con numerosas dificultades para su reconstrucción, debido precisamente a la tergiversación, ampliación y acomodación de su mensaje a las propias expectativas de las gentes cristianas y a los intereses de la propia Iglesia dirigente. De hecho, las fuentes principales para conocer la doctrina originaria de Jesús (las evangélicas) están no sólo muy mitificadas, sino también muy mixtificadas, reinterpretadas e interpoladas con doctrinas eclesiales que seguramente nada tienen que ver con lo que dijo y enseñó realmente el nazareno, aunque se presenten como dichos y doctrinas del propio Jesús.

Ahora bien, ¿es posible saber qué dijo y qué no dijo Jesús de entre todo lo conservado en los cuatro evangelios como dicho o enseñado por él? En principio hay algunos criterios bastante útiles para determinarlo. Para ello hemos de volver a la idea-base de que Jesús de Nazaret era ante todo un judío, pero en absoluto un cristiano. Jesús, en primer término, habló y actuó para los judíos, no para los gentiles (ni siquiera para reformar esa mezcolanza de judaísmo heterodoxo y ritos mágicorreligiosos que conformaban la "religión" de los despreciados vecinos samaritanos). Hay en los evangelios sinópticos suficientes pasajes que acreditan esto, que muestran que Jesús no tenía en principio ningún interés en extender su doctrina entre los no-judíos. Es más, él era un judío ortodoxo que no cuestionaba ni uno solo de los preceptos de la Ley mosaica, aunque los interpretaba (y ésa era su radical novedad y originalidad ) en su sentido ético esencial (interpretación que ya tenía precedentes en los propios escritos proféticos). Lo primero que se deduce de esto es que -en principio- todos los pasajes de esos evangelios que aluden a la conversión de los gentiles y de los samaritanos tienen las mayores probabilidades de ser espúreos, de no ser originarios del Nazareno, sino interpolaciones y adiciones del "cristianismo" posterior (así, p.e., parábolas como la de "El buen samaritano", o recomendaciones de predicar entre los gentiles, o elogios a la de algunos gentiles individuales, o determinadas explicaciones escatológicas y apocalípticas, son muy probablemente añadidos cristianos posteriores al propio Jesús).

Con este criterio, aplicado rigurosamente, podemos reconstruir un "evangelio conjunto" en base a los tres evangelios sinópticos que podría ser perfectamente asumido -como una corriente interpretativa más- dentro del judaísmo más ortodoxo de aquella época y de todas las épocas. De hecho, parece ser que hubo algunos intentos de hacerlo por parte de los primeros judeocristianos (que rechazaban en bloque no sólo todas las epístolas paulinas sino también aquellos pasajes evangélicos que no estaban en absoluto en consonancia con el pensamiento estrictamente judaico del propio Jesús). Esa tendencia originaria, seguramente la más afín al pensamiento y enseñanzas del galileo, fue también la primera disensión importante dentro del cristianismo, y la primitiva iglesia paulina y la posterior lucharon contra ella hasta erradicarla casi por completo. En principio, la diferencia entre la corriente cristianojudaizante y la cristianopaulina se resolvió en favor de esta última en el llamado "Concilio de Jerusalén" (año 49), cuando Pablo de Tarso logró que fueran mayoritariamente aceptadas por los demás "apóstoles" o discípulos directos de Jesús sus tesis proselitistas, que eximían -a los nuevos gentiles conversos- del molesto rito judaico de la circuncisión, y a los propios cristianos de origen judío de los demás ritos básicos del judaísmo tradicional (prescripciones alimenticias, descanso del sábado, etc), convenciendo incluso al principal de los apóstoles directos de Jesús, el propio Simón Pedro, que al principio era uno de los más judaizantes. A partir de ahí, el "cristianismo" dejó de ser una secta judaica más (tolerada e incluso bien vista hasta entonces por los demás judíos) y se convirtió en una "herejía" del judaísmo, intolerable para los demás judíos no-cristianos, y a partir de ello se reescribieron los relatos evangélicos incorporándose a ellos todas esas características propiamente "cristianas" (paulinas y joánicas) inasumibles por el judaísmo. Sin ellas, el cristianismo hubiera seguido siendo una "secta" judaica más (como la de los propios esenios, la de los fariseos o la de los saduceos).

Y el caso es que ese "evangelio pristino", esas enseñanzas originarias de Jesús (judaicas, no cristianas) las tenemos en los tres evangelios sinópticos, mezcladas e interpoladas con muchas adiciones y reinterpretaciones cristianas posteriores, y por tanto son reconstruibles. El "Evangelio de Juan" es ya un caso aparte. Es el más fiable y exacto de todos en los detalles y en los sucesos históricos, pero también está reelaborado (sobre materiales originarios místicos del propio Jesús) por un intelectual cristiano, y publicado en una época en que ya el "cristianismo" y el "judaísmo" estaban radicalmente enfrentados y diferenciados como religiones distintas.

Muy probablemente el mensaje de Jesús era originariamente "sólo para judíos, exclusivamente (o primariamente)", pero en absoluto estaba cerrado a los gentiles en el futuro (siempre que se convirtiesen al judaísmo). De hecho, algunas de sus principales doctrinas sobre el "amor al prójimo e incluso a los enemigos", "el perdón de las ofensas", etc, (que luego el cristianismo hizo universales) se entienden mejor en su origen referidas exclusivamente a la comunidad de Israel, concebida como una "comunidad santa" en la que no debería haber enemistades ni odios internos. Pero su preocupación eran ante todo los propios judíos, y en especial todos aquellos poco practicantes o incluso abiertamente irreligiosos (pero judíos al fin y al cabo). Después, el cristianismo paulino "fabricó" ese Jesús (y esa supuesta doctrina proselitista y universalista de Jesús) mixtificando esas doctrinas originarias y mitificando y deificando su figura.

¿Tenía que hacerse así? Seguramente sí, pues el alcance potencial y real de ese mensaje originario de Jesús era asimismo de validez universal (esto quizá no llegó a intuirlo el propio Jesús, o quizá no le importaba demasiado, con tal de que lo entendieran y asumieran en primer lugar los propios judíos), es decir, era perfectamente válido también para los gentiles o paganos. Y desde luego no se podía exigir a los cristianos procedentes de la gentilidad que se convirtiesen directamente al judaísmo tradicional (y a todas sus prácticas y ritos), y tampoco exigir a los judeocristianos que -una vez admitidos también los gentiles sin someterlos a los ritos propiamente judaicos- ellos mismos fueran obligados a seguir judaizando como antes (toda vez que el propio mensaje de Jesús era en sí mismo suficientemente revelador del verdadero sentido ético profundo de esos rituales judaicos). La reinterpretación y mixtificación cristiana de la doctrina del maestro galileo, vista así, era del todo necesaria. Lo demás -en primer término la propia deificación de su figura- fue sobre todo, por así decirlo, una ineludible necesidad histórica para el propio crecimiento, desarrollo y expansión ulterior de ese nuevo cristianismo.

Pero hay algo más. El Cristianismo puede definirse como un "judaísmo sin ritos judaicos", como un judaísmo universalista y basado sobre todo en la , no en el rito. Esta consideración es importante, pues la fé, la creencia, y la esperanza que conlleva, es fundamental en la religión cristiana (ya desde Pablo de Tarso y la mayoría de los apóstoles). Es más: probablemente ninguno de los pasajes de los evangelios sinópticos en los que supuestamente Jesús hace alusión a la "fé" (y más concretamente a la "fé" de los paganos o gentiles) pueda considerarse originario del propio Jesús, sino adición posterior evangélica y paulina. Jesús habló tan sólo para judíos, especialmente para judíos descarriados, y asimismo para los conversos al judaísmo, incluyendo también a los odiados "publicanos" (los funcionarios judíos que recaudaban los impuestos para los romanos). Y toda su doctrina -incluido el "amor al prójimo", el "perdón de las ofensas", el "amor a los enemigos"- parece referida exclusivamente a miembros de la comunidad judía. Puede parecer extraño formularlo así, pero -en primer término- el "prójimo" no era para Jesús de Nazaret el "samaritano" y menos aun el "gentil" o "pagano", sino tan sólo el judío de origen o de conversión (para los esenios más antiguos, en una visión mucho más restringida, era tan sólo el correligionario de su propia secta).

El cristianismo de Pablo de Tarso tiene dos elementos esenciales ausentes en Jesús: la Fé y la universalidad del mensaje cristiano, bajo la premisa sustancial de la kháritas (el amor al prójimo). En este sentido, ese cristianismo no sólo mejoró y superó a las doctrinas originarias y al propio judaísmo, sino que les dió una validez y una "verdad" universal. Sin ello, el judaísmo ético y revolucionario de Jesús el esenio jamás hubiera triunfado ni siquiera entre su propio pueblo (que no hubiera dejado de ser, como ya lo era para muchos intelectuales romanos -por ejemplo para el historiador Tácito-, un pueblo repelente y extraño que "odiaba al género humano"). Los propios apóstoles comprendieron esto (esa deficiencia en la perfecta doctrina del Maestro), al mismo tiempo que entendieron que la única posibilidad de que la doctrina fuera aceptada por muchos más judíos era intentar extenderla también a los gentiles, universalizándola.

Fue esa cristiana lo que dió vitalidad y dinamismo (y universalidad) a esas doctrinas neoesenias originarias de un rabino galileo llamado Jesús de Nazaret. Y esa se extendió, para empezar, a la propia figura del nazareno, a su supuesta "resurrección", a su condición de verdadero "Mesías" e "Hijo de Dios". Todo lo demás vino por añadidura. En realidad, ni siquiera el "Cristo" de Pablo de Tarso (que no conoció personalmente a Jesús) era ya el Nazareno, sino una imagen arquetípica y mítica y sobre todo una imagen mística de su propio "Cristo interior", como reconoce en alguna de sus epístolas, y así ha seguido siéndolo en todos los cristianos posteriores (pues el cristiano no adora en realidad al hombre, a Jesús el Nazareno, a quien no conoce ni reconoce siquiera como humano, sino al Cristo mismo configurado según la mitificada imagen de aquél, al "Jesucristo").

Pero incluso el propio Jesús de Nazaret intuyó que la era un elemento esencial en su mensaje, en la aceptación de su mensaje, y que la gente debía creer al menos en que él era el "Mesías" y el "Hijo de Dios", y también en su "resurrección", y que lo verían de esa forma en todo caso cuando lo vieran crucificado y luego "resucitado". Pero, ¿lo creía él mismo? ¿creía ser ese "Cristo"? El evangelio joánico, con esos discursos místicos de Jesús en primera persona, da a entender que sí, que Jesús era consciente no sólo de lo que representaba para los demás, sino también para sí mismo, y que llegó a verse como parte de esa "fuerza divina" personificada en él, no simplemente como un actor representando a un personaje (el Mesías). Y desde luego él creía en lo que era y en lo que hacía. Era consciente de que era un simple "hijo del hombre" (ser humano), pero también de que era y podía ser "el Cristo, Hijo de Dios". En este sentido, Jesús de Nazaret fue también el primer "creyente en sí mismo", el primer "cristiano" (visto así podemos entender que toda la polémica teológica del cristianismo posterior acerca de la verdadera naturaleza del Cristo -"docetismo", "adopcionismo", "monofisismo", etc- no fue ni mucho menos una polémica superficial, estéril ni trivial).

Es la fé, en definitiva, el verdadero fermento de esas doctrinas originarias, una fé que -ya desde sus propios "mártires" o testigos- ha dado al Cristianismo su verdadera autenticidad, con lo que todas las creencias cristianas (resurrección, etc) han ganado su propia validez y su propia verdad. Ése es también el verdadero misterio de la religión cristiana: el de que por la fé se hacen verdaderas todas sus esperanzas escatológicas, por irracionales que parezcan, y el de trascender una figura histórica y humana (demasiado humana) en un arquetipo intemporal y universal: el Cristo (que, por supuesto, era el Hijo de Dios y que -como tal- sin duda resucitó también de alguna manera).

La comprensión e identificación de ese "mensaje originario de Jesús de Nazaret" permite además remontar hacia adelante los orígenes del cristianismo, desde entonces hasta la actualidad, separar ciertamente el "trigo" de la "paja", pero también revalorizar el propio pensamiento y doctrina cristiana desde sí mismos, e incluso entender lo positivo de esos supuestos errores (considerando que la de millones de personas a lo largo de dos milenios y de muchísimas generaciones de cristianos en modo alguno puede considerarse como un "error"), y asumir ideas, creencias y doctrinas cristianas en principio muy poco asumibles históricamente o "lógicamente", pero necesariamente asumibles al menos éticamente y místicamente (teniendo en cuenta que la "herencia cristiana" representa mucho, o casi todo, de lo más positivo de nuestra civilización y de cualquier otra civilización de la Historia), y quién sabe si también asumibles teológicamente en sus presupuestos esenciales (la Divinidad del Cristo, la resurrección, la vida eterna... amén).

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dos peces (grabado)

En la determinación de esas enseñanzas originales del propio Jesús, hay algunos puntos de partida y criterios textuales (inclusivos o excluyentes) más o menos seguros: por ejemplo los dichos de Jesús (logia) conservados en el sistematizado "Manifiesto o sermón de la Montaña" (Mateo 5.1 - 7.29), que proporciona un contexto literario y artificial a una serie de dichos de Jesús de carácter ético y religiosojurídico de los que desconocemos su contexto originario. Tenemos también algunos de los "discursos en primera persona", conservados -y también muy rehechos- en el Evangelio de Juan, que tienen un carácter místico completamente inusual con respecto a los otros evangelios canónicos. Y hay además numerosos pasajes evangélicos del tipo "preguntas-respuesta" que en algunos casos podemos considerar como auténticas y en otros no tanto, y tenemos asimismo algunas docenas de breves relatos literarios y de expresiones comparativas y metafóricas supuestamente también del propio Jesús, utilizadas preferentemente por éste en sus predicaciones destinadas a las masas iletradas y denominadas "parábolas" (en griego "comparación", "símil", "metáfora", especialmente aquellas que tienen algo de "inusual", "imprevisto" o "atrevido", que es el sentido del verbo griego paraboleúein, "exponer", "arriesgar"; el término griego, como es sabido, y quizá por influencia evangélica, dió lugar en algunas lenguas latinas vulgares posteriores al término "palabra", "parola", etc). Su traducción actualizada más adecuada sería quizá la de "metáfora" (término griego más culto pero desusado en esa época y en ese contexto evangélico).

El género comparativo parabólico, muy característico de la literatura oriental, se encuentra ya en los textos bíblicos hebreos tradicionales, especialmente en los libros proféticos ("La siembra y la trilla", Is 28, 23-29; "El vaso de arcilla y el alfarero", Is 45-9; 10-15; 64, 8; Jer 18,3-6; "El vigía o atalaya", Ez 33, 2-6; "Las tinajas rotas", Jr 13, 12-14; "La mujer perdida", Is 23, 15-16; "Los malos pastores", Ez 34, 2-6; "El pastor fiel", Ez 34, 11-12, 15-16, 20-22; "La viña", Is 5, 1-6; "Los higos", Jr 24, 1-5; "El sarmiento inútil", Ez 15, 1-6; "Los huesos secos", Ez 37, 1-14; etc) y también en los textos esenios de Qumrán: "La arcilla modelada", "La riqueza material", "La roca", "El marinero y la tempestad", "La ciudad fortificada", "El árbol de la vida", etc).

En los evangelios las hay básicamente de dos clases: las de carácter narrativo ("Las diez vírgenes", "El hijo pródigo", "La oveja perdida", "El buen samaritano", "El rico avaricioso", "Los viñadores", "El sembrador", etc) y las de carácter puramente descriptivo, que son unas breves imágenes plásticas comparativas bastante insólitas que producen un efecto literario a modo de "flash estético" en la descripción figurada de algo. Se ha discutido mucho sobre cuáles de estas "parábolas" son realmente originarias del propio Jesús, y en realidad no hay criterios enteramente fiables para determinarlo con completa certeza (no es siempre un criterio objetivo ni el considerar originales las que figuran en varios evangelios ni tampoco las que sólo figuran en alguno de ellos). En general, es bastante probable que las propiamente narrativas (anécdotas que remiten a una situación análoga o paralela a la enseñanza que se pretende exponer) puedan no ser en la mayoría de los casos originarias de Jesús: muchas de ellas, en efecto, reflejan un ambiente rural y agrícola que en principio parece bastante ajeno al de un artesano urbano acomodado como era el propio Jesús, que desde luego no era un típico campesino judío, y ajeno también al de las primeras comunidades cristianas urbanas (lo que, por otro lado sin embargo, apuntaría a una cierta antigüedad de las mismas).

Es muy posible también que algunas o gran parte de ellas sean reelaboraciones catequéticas hechas en las homilías de las primeras comunidades cristianas, algunas tan especialmente logradas que no tardaron en considerarse del propio Jesús (p.e. la de "El hijo pródigo", de la que conocemos incluso una versión "budista", sin que se pueda determinar si procede del cristianismo o a la inversa o bien si son recreaciones culturales arquetípicas independientes en origen). Algunas constituyen evidentemente literaturizaciones o recreaciones explicativas de algunos temas que encontramos ya en determinados discursos de Jesús en el evangelio joánico (p.e. la del hijo enviado por su padre a cobrar unas rentas de unos viñadores arrendatarios); otras tienen un trasfondo indudablemente semítico ("Las vírgenes y las lámparas", "Los invitados al banquete", etc), y no falta tampoco la sospecha de que bastantes de ellas puedan proceder en realidad de las propias predicaciones de Juan el Bautista, de quien se sabe que era muy aficionado a expresarse con ellas. Otras contienen además su propia interpretación escatológica (por ejemplo la "parábola del sembrador") o incluso apocalíptica, que indudablemente corresponden a una primera interpretación hecha quizá no por Jesús sino por los propios catequistas de la iglesia cristiana primitiva.

Junto a éstas, y principalmente en el evangelio de Mateo, encontramos una serie de comparaciones-imagen de tipo descriptivo, muy breves, que por su radical novedad y su poderosa estética contenida puede pensarse que pudieran ser originarias del propio Jesús. Que el Nazareno empleaba a menudo este recurso parabólico-didáctico en sus predicaciones a las masas está suficientemente atestiguado en los propios evangelios, cuando los discípulos le preguntan por qué les habla a las masas "en parábolas" (=con metáforas) y Jesús les responde que lo hace porque no todos tienen capacidad de entender -como ellos mismos- los "misterios" del Reino de Dios. Con ello les está diciendo algo fundamental: que las doctrinas de Jesús, principalmente las de carácter místico, son difícilmente expresables por medio de conceptos, pues se refieren a vivencias místicas personales en gran parte intransferibles e incomunicables. No es, pues, este recurso metafórico un simple medio "didáctico" para gentes iletradas o de escaso recorrido intelectual y teológico, sino en realidad la única forma de expresar y comunicar vivencias personales inexpresables (de hecho, cuando Jesús intenta expresarlas en un lenguaje conceptualizado, por ejemplo en sus discursos ante intelectuales judíos, el resultado es bastante críptico y difícil de entender, como ocurre en los discursos del evangelio joánico).

Entre estas metáforas-imagen destacan especialmente las que describen el "Reino de Dios" o "Reino de los Cielos". Sabemos que este tema es originario de Jesús y también de Juan el Bautista y que constituye el núcleo doctrinal de las predicaciones de ambos. Aunque la expresión "reino o reinado de Dios" es bíblica y tradicional (mesiánica), no cabe duda que tanto el Bautista como el propio Jesús le dieron su propio contenido en sus predicaciones. Pero la crítica contemporánea se ha "despistado" bastante a la hora de entender esa expresión o ese concepto, porque el caso es que -por lo menos en Jesús- ni siquiera parece ser propiamente un concepto o una expresión que deba entenderse en sentido propiamente conceptual y "material", pero tampoco básicamente escatológico.

Hay críticos que sostienen que sí, que la expresión "Reino de Dios" (o "Reino de los Cielos" en Mateo) se refiere indubitablemente a una realidad material, a un "reino" de este mundo, al reino mesiánico anunciado por los profetas antiguos, y que cualquier judío de la época no podía entenderlo en otro sentido y no hubiera aceptado (?) ese término como expresión metafórica de otra cosa distinta. Sin embargo las propias parábolas utilizadas por Jesús para describirlo, para hacerlo comprensible en el sentido en que él mismo lo concebía, parecen apuntar justamente a lo contrario, es decir, a que Jesús estaría aludiendo a una "metarrealidad" que no puede conceptualizarse y que necesariamente ha de ser descrita metafóricamente por aproximación o comparación. Es un problema de terminología y de conceptualizaciones que se da también en otros conceptos-metáfora evangélicos (por ejemplo designar como "el Cielo" o "lo celestial" lo que en un lenguaje moderno y más actualizado denominaríamos simplemente "el ámbito de lo espiritual").

Es además incluso bastante probable que Juan el Bautista y el propio Jesús se refiriesen a realidades distintas utilizando esa misma expresión de "el Reino de Dios". Para Juan se trata sin duda de una realidad material real, un "reino mesiánico y terrenal" que estaba a punto de aparecer sobre la tierra, en Judea, en forma de un rey mesías-sacerdote anunciado por las Escrituras proféticas (que él creyó en principio que iba a ser el propio Jesús). Su frase o leitmotiv principal en sus predicaciones, "¡Arrepentíos, que el Reino de Dios es inminente!" (o "está para llegar"), parece apuntar en este sentido (la forma griega éggiken es de perfecto con valor traslaticio de presente inmediato: "va a llegar ya", "está al caer", "llega ya", "está llegando", etc, pero no "ha llegado" o "se ha acercado", como quieren traducir algunos).

Es más, algunos pasajes evangélicos (Mt 11, 2-4) traslucen la decepción final del Bautista sobre Jesús o sus dudas sobre la misión mesiánica de éste, cuando desde la cárcel manda a sus discípulos a preguntarle: "¿Eres tú el (rey-mesías) que ha de venir o hemos de esperar a otro", y Jesús le responde: "Id y decidle a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva, y... ¡Dichoso aquel que no se decepcionare de mí! " (aunque la respuesta pudiera estar en parte también interpolada posteriormente -sobre todo en la expresión "los pobres son evangelizados", salta a la vista que se trata de un reproche directo de Jesús a Juan; por otro lado, tampoco está nada claro que Jesús se refiera a sus supuestos "milagros" o curaciones físicas y que no hable más bien de curaciones espirituales: en otro pasaje, Mt 8, 21-22, designa como "los muertos" a los que viven exclusivamente para las vanidades y ocupaciones del Mundo, o alude como ciegos a "los que no quieren ver" y como sordos a "los que no quieren oír", etc).

Lo que parece claro es que ambos no están hablando exactamente de lo mismo. No basta con que ambos empleasen las mismas palabras y expresiones, puesto que ambos se referían a percepciones e ideas radicalmente distintas, a un diferente género de vivencias internas. Incluso el propio verbo de ese "eslógan" esenio (metanoeíte, "arrepentíos", "haced penitencia", "convertíos") puede entenderse perfectamente también en griego evangélico como "conciencializáos", "reconvertíos", "mentalizáos", que implica ante todo un "cambio" de conciencia, una conciencialización, y sabemos también que Jesús -que significativamente no escribió nada- era muy aficionado a los juegos de palabras y a los sentidos implícitos del propio lenguaje. Ahora bien, ¿una "conciencialización" de qué? Jesús mismo lo dice con una afirmación que no admite lugar a dudas y que sin duda desconcertó tanto en su propia época como en la época cristiana posterior, y aún hoy los críticos no saben cómo encajarla en su propia idea preconcebida sobre ese "Reino de Dios", cuando Jesús dice: "El Reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc 17, 21), con algunas variantes en las versiones gnósticas: "El Reino de Dios no está 'en el Cielo', 'en lo alto'; si así fuera, las aves os llevarían la delantera; y si estuviera en el mar, serían los propios peces los que os llevarían ventaja; el Reino está dentro de vosotros mismos". En definitiva, para Jesús el "reino" (e.e., el "ámbito" o el tópos de la Divinidad) es ante todo un estado de conciencia, de "supraconciencia", un estado éticopsicológico, una convicción íntima y profunda, una vivencia personal, incluso un estado de ánimo permanente y definitivo, radicalmente transformador, no transitorio, aunque gradual según los casos. En otros pasajes (p.e. Mt 12, 28) deja claro que su idea del "Reino" es ante todo la de una metarrealidad místicopsicológica: "Si yo arrojo a los malos espíritus (=demonios) con el espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios", o en Mt 6, 33, donde dice: "Buscad primero el Reino y su justicia, y todo lo demás (vestido, alimento) se os dará por añadidura" (es decir, que el "Reino" hay que buscarlo ante todo dentro de uno mismo, en la visión y perspectiva integral de una conciencialización individual). Es muy posible que dichos como el recogido en Mt 8, 11-12, con un sentido claramente escatológico, tampoco sean auténticos y originarios del propio Jesús: "Os digo, pues, que del Oriente y del Occidente vendrán a sentarse a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos (los paganos justificados por su fé), mientras que los hijos del reino (los judíos) serán arrojados a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y crujir de dientes". Pero, a nuestro modo de ver, son también claramente espúreos e interpolaciones cristianas posteriores todos aquellos supuestos dichos de Jesús que dan al "Reino" un sentido apocalíptico y que se refieren al "fin de los tiempos", que son frecuentes en los tres evangelios sinópticos. Sólo si suprimimos como espúreas todas esas alusiones escatológicas y apocalípticas quizá podamos tener una primera aproximación a lo que Jesús dijo realmente y a lo que entendía sobre ese "Reino de Dios" que predicaba. Lo que en ningún caso cabe pensar es que Jesús, en una especie de autodelirio místico, imaginara ni por un momento que ese "Reino de Dios" vendría a implantarse en la tierra de la noche a la mañana por medio de un ejército de ángeles y de potencias celestiales (algo, en cambio, que estaban ya muy predispuestos a creer las generaciones cristianas inmediatamente posteriores). Los judíos de su época, incluidos en primer término sus propios discípulos, pensaban más bien que el "reino" se implantaría por la violencia, en primer lugar contra el ocupante romano (pero nada más lejos de la intención o del pensamiento del Nazareno).

Ello no quita para que Jesús adecúe a veces esta idea, esta vivencia, a la propia comprensión de algunos de sus discípulos, muchos de los cuales, desde el principio y hasta el final, creyeron firmemente que él era el Mesías-libertador y que el "Reino" no se implantaría sin violencia: algunos de ellos iban armados (Pedro, por ejemplo), otros eran "celotes" militantes, como Simón el celote o el propio Judas Iscariote (iscarioth, probable arameización posterior y retrospectiva del término latino "sicarius"), que le abandonó y traicionó cuando fue consciente de que las intenciones de Jesús no eran la de promover una sublevación antirromana y autoproclamarse "rey-mesías" de Israel. El propio Jesús utilizó a veces expresiones deliberadamente ambiguas y desde luego metafóricas y simbólicas ("No he venido a traer paz, sino espada", "los enemigos del hombre serán los de su propia casa", Mt 10, 34-36). Era consciente de que su "revolución" no estaría exenta de "violencia" verbal, de controversia religiosa, ideológica y conceptual, pues se enfrentaban visiones contrapuestas de ese Reino mesiánico; pero desde luego rechazaba cualquier violencia física, que sabía que sería completamente inútil frente a una maquinaria política y militar tan poderosa y eficaz como la romana, como se vió treintaicinco años después. Él mismo habló en otra ocasión aludiendo claramente y descalificando a los que creían que el Reino se implantaría por la fuerza de las armas (Mt 11, 12: "Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos se entiende como violencia y los violentos lo quieren acaparar", en clara alusión a los ultranacionalistas celotes). A veces les habló, también en metáfora, de la propia "jerarquización" del Reino de Dios, de los "mayores" y los "menores" en ese Reino, pero esa grandeza o pequeñez se refieren evidentemente a algo gradual, a ese mayor o menor grado en esa conciencialización (es decir, a un grado cuantitativo en su autopercepción y vivencia, no sólo cualitativo). Para él, el Bautista es el mayor de los "profetas" habidos hasta entonces en Israel, y sin embargo llega a decir de él que su conciencialización era todavía muy deficiente, muy pequeña en comparación con la de otros. De hecho, es muy posible que el Bautista esperase una implantación cruenta de ese Reino en la tierra de Israel, y ello le llevó a la temeridad de censurar al tetrarca Antipas, que fue lo que le costó la vida, sin que Jesús pudiera hacer nada para evitar esa insensatez, que seguramente no tenía prevista. Con todo, ambos (el Bautista y Jesús) actuaron desde el principio de común acuerdo: ambos salieron de Qumrán de forma casi simultánea, dispuestos a interpretar lo mejor posible sus respectivos papeles como "el Mesías de Aarón" y el "Mesías de Israel o de David", según las denominaciones de los antiguos textos esenios, con la diferencia de que el Bautista quizá se creyó demasiado su propio papel (y ello le costó la vida) y Jesús fue en todo momento mucho más consciente de lo que estaba representando y del verdadero alcance de su representación.

Cuando, durante su proceso, Jesús le dice a Pilato "Mi Reino no es de este Mundo" (Jn 18, 36), deja definitivamente claro que ni aspiraba a ser un rey terrenal mesiánico ni creía que el Reino de Dios fuera a implantarse de un día para otro por una violenta insurrección armada contra el ocupante romano. En esto Jesús sin duda decepcionó a propios (discípulos) y a extraños (pueblo, autoridades judías), pero desde el principio tenía claro que ello iba a ser así y que no podía dejar de ser de otro modo. Sabía que iba a ser finalmente detenido, puesto a disposición de la autoridad judicial romana y ejecutado en la cruz como sedicioso, pero se anticipó a todo ello preparando su propia "muerte" y su posterior "resurrección" o "desaparición".

Y queda un último aspecto clarificatorio de la cuestión: ¿el Reino de Dios, según Jesús, era también algo ultraterreno? Sin duda que sí, pero no básica y fundamentalmente ultraterreno y escatológico. Eso vendría después, después de la muerte de cada uno, del "fin del mundo" de cada uno. Y habría un Reino futuro enteramente nuevo, un reino de Justicia y paz eterna, pero sólo para los que previamente hubieran sido capaces de entrar previamente en ese Reino en esta vida, hasta el punto de considerar la muerte como una transición a la vivencia eterna que él mismo ya había experimentado (los apócrifos gnósticos inciden mucho en este punto). Jesús, a diferencia del Bautista, de sus discípulos y de los primeros cristianos, no era seguramente un "apocalíptico" (en la línea de toda la apocalíptica judía precedente, incluida la esenia), no esperaba el advenimiento inmediato de ese Reino y del "fin de los tiempos" (los pasajes evangélicos que se lo atribuyen son sin duda retrospectivos y ajenos al propio Jesús, en todo o en parte). Era consciente de que los tiempos iban a cambiar radicalmente a partir de él, pero seguramente no veía el "Juicio Final" como un acontecimiento inminente, como lo veían o querían verlo todos o casi todos los que le siguieron. Y desde luego no hay ningún pasaje evangélico indiscutiblemente auténtico (es decir, que armonice y concuerde con esos otros que ya hemos mencionado) que demuestre lo contrario, porque esos pasajes apocalípticos que presentan a Jesús hablando de ello (principalmente en los evangelios sinópticos) son probablemente añadidos interpolados por los evangelistas y por los dirigentes cristianos posteriores. Había un "más allá" de la muerte para estos "hijos de Dios" plenamente conscientes de serlo, pero desde luego no habría -a corto plazo- ningún apocalipsis, aunque sí grandes convulsiones (treintaicinco años después de su desaparición se produjo en Palestina, como es sabido, la rebelión judía generalizada contra los ocupantes romanos, la mayor convulsión vivida por el pueblo judío desde la vuelta del exilio babilónico y desde la resistencia contra la dinastía siriomacedónica, y finalmente la catástrofe fue casi completa: del famoso Templo de Jerusalén, núcleo de la religiosidad judía ortodoxa y tradicional, no quedó efectivamente "piedra sobre piedra").

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dos peces (grabado)

En resumen, para Jesús, el Reino de Dios es a la vez un "reino" presente en cada uno, según su propio grado de conciencialización, y a la vez futuro (para todos), pero ni siquiera el de un futuro inminente. "Entrar" en él es también asumirlo y reconocerlo primero en uno mismo. Y todavía resulta más absurdo (lo han intentado algunos críticos contemporáneos) suponer que Jesús esperaba una primera fase "material" de realización del Reino en la tierra, aduciendo metáforas como la del "banquete" o la de la "jerarquía en el Reino", que toman al pie de la letra, demostrando con ello su escasa sutileza intelectual. Su doctrina al respecto ni siquiera era propiamente escatológica, y él no era tampoco un "profeta apocalíptico", al modo del Bautista o de algunos profetas antiguos de Israel, sino un "místico iluminado". Su lenguaje es ante todo ético, psicológico y místico. Y creemos que entenderlo de otra forma es malentenderlo de principio a fin. Su doctrina en este punto tampoco era propiamente una doctrina, sino una vivencia mística, con consecuencias éticas, doctrinales, religiosas y de toda índole, puesto que procedía de una conciencialización, de una "metagnósis" o "metagnoia", de una perspectiva integral de todo. En esas parábolas breves de tipo descriptivo se subraya sobre todo el aspecto psicológico: el Reino de Dios se compara a una alegría profunda, intensa, a ese estado de plenitud reconfortante que produce un "ensanchamiento" del corazón y llena todos los vacíos, angustias y zozobras y saca momentáneamente al espíritu de todas sus rutinas. Ese momento, pero concebido como vivencia eterna, como eón trascendente, como sentido pleno e hiperdimensionado de toda una vida, es a lo que Jesús llama "Reino de Dios".

Lo demás, los pasajes escatológicos y apocalípticos, aunque en algunos casos puedan contener (y sin duda contienen) expresiones originarias de Jesús sobre las que, como en tantas ocasiones, nos falta su contexto originario, en realidad hay que ponerlos por lo menos "en cuarentena", como más que probables interpolaciones y reinterpretaciones cristianas posteriores, al igual que todos los pasajes evangélicos relativos a la "resurrección de los muertos" entendida al modo farisaico. Jesús no asumía esa "resurrección literal de la carne" en la que creían los fariseos y luego los propios cristianos (o por lo menos tal como ellos la concebían y entendían): más bien al contrario, si -como parece- se burló de ella fingiendo y amañando su supuesta muerte en la cruz.

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dos peces (grabado)

He aquí algunas de las descripciones parabólicas que Jesús hace de ese Reino, que desde luego no son fácilmente explicables considerándolo como algo "terrenal", ni siquiera puramente escatológico y "ultraterreno", sino más bien como un "estado de supraconciencia ética", de metagnosis integral. Son las siguientes:

El sembrador (Mt 13, 1-8; Mc 4, 1-8; Lc 8, 4-15)

Salió un sembrador a sembrar, y de la simiente, una parte cayó junto al camino, y viniendo las aves, se la comieron. Otra cayó en un pedregal, donde no había tierra, y llegó a brotar, pues la tierra era poco profunda; pero al levantarse el sol, se marchitó, y como no tenía raíz, se secó por falta de humedad. Otra cayó entre espinas, y creciendo con ella las espinas, la ahogaron. Y otra cayó sobre tierra buena y dió fruto: una ciento, otra sesenta, otra treinta.

El grano de mostaza (Mt 13, 31-32; Mc 4,30-33; Lc 13,18-19)

Es semejante el Reino de los Cielos a un grano de mostaza que uno toma y lo siembra en su campo; y con ser la más pequeña de todas las semillas, cuando ha crecido es más grande que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que llega a parecerse a un árbol y las aves del cielo vienen a anidar entre sus ramas.

La levadura (Mt 13, 33)

Es semejante el Reino de los Cielos a la levadura que una mujer toma y la pone en tres medidas de harina hasta que todo fermenta.

El tesoro (Mt 13, 44)

Es semejante el Reino de los Cielos a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo vuelve a ocultar y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.

La perla (Mt 13, 45-46)

Es también semejante el Reino de los Cielos a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra.

La red (Mt 13, 47-48)

Es semejante también el Reino de los Cielos a una red barredera, que se echa en el mar y recoge peces de toda clase, y una vez repleta, la sacan sobre la playa, y sentándose, recogen los peces buenos en canastos y los malos los tiran.

La oveja descarriada (Mt 18,12-14; Lc 15, 4-7)

¿Qué os parece? Si uno tiene cien ovejas y se le extravía una, ¿no dejará las noventa y nueve restantes en el desierto e irá en busca de la extraviada? Y si logra hallarla, la pone sobre sus hombros y de cierto que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.

La dracma perdida (Lc 15, 8-9)

¿O qué mujer que tenga diez monedas de un dracma, si pierde una, no enciende una luz, barre la casa y la busca cuidadosamente hasta hallarla? Y una vez hallada, convoca a las amigas y vecinas y les dice: "Alegráos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido".

Los obreros enviados a la viña (Mt 20, 1-16)

El Reino de los Cielos es semejante a un amo de una finca que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña. Acordado con ellos un denario al día, los envió a su viña. Salió también a la hora tercia y vió a otros que estaban ociosos en la plaza. Y les dijo: "Id también vosotros a mi viña y os daré lo justo". Y fueron. De nuevo salió hacia la hora sexta y nona e hizo lo mismo, y saliendo cerca de la hora undécima, encontró a otros que estaban allí, y les dijo: "¿Cómo estáis aquí sin hacer labor en todo el día? ". Dijéronle ellos: "Es que nadie nos ha contratado". Y él les dijo: "Id también vosotros a mi viña". Llegada la tarde, dijo el amo de la viña a su administrador: "Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos y terminando por los primeros". Vinieron los de la hora undécima y recibieron un denario. Cuando llegaron los primeros, pensaron que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario. Al tomarlo murmuraban contra el amo, diciendo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has igualado con los que hemos soportado el peso del día y del calor". Y él respondió a uno de ellos diciéndole: "Amigo, no te hago agravio. ¿No has acordado conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Yo quiero dar a este último lo mismo que a tí: ¿es que no puedo hacer lo que quiero con mis bienes? ¿o has de ver con mal ojo que yo sea equitativo? ". Así, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos. Porque son muchos los llamados y pocos los elegidos.

El hijo derrochador (Lc 15, 11-32)

Un hombre tenía dos hijos, y el más joven de ellos le dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me corresponde de la hacienda". Les dividió el padre la hacienda, y pocos días después el más joven, reuniendo todo lo suyo, partió hacia tierras lejanas, y allí dilapidó toda su hacienda viviendo en el desenfreno. Después de habérselo gastado todo, sobrevino una fuerte hambre en aquella tierra, y él comenzó a pasar necesidad. Fue y se puso al servicio de un ciudadano de aquella tierra, que le mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le dejaba. Recapacitando consigo mismo, se dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he cometido faltas contra el Cielo y contra tí. Ya no soy digno de ser considerado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros". Y levantándose, se volvió a casa de su padre.

Le vió venir desde lejos el padre, y, compadecido, corrió hasta él y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos. Díjole el hijo: "Padre, he faltado contra el Cielo y contra tí; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus criados: "Pronto, traed la vestidura más rica y ponédsela, poned también un anillo en su dedo y unas sandalias en sus pies, y traed una ternera bien cebada y sacrificadla, y comamos y alegrémonos, porque este hijo mío, que había muerto, ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado". Y se pusieron a celebrar la fiesta.

El hijo mayor se hallaba en el campo, y cuando volvió y se acercaba a la casa oyó la música y los cantos, y llamando a uno de los mozos le preguntó qué era aquello. Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar una ternera cebona, porque le ha recobrado sano y salvo". Él se enojó y no quería entrar; pero su padre salió y le llamó. Él contestó a su padre: "De manera que hace ya tantos años que te sirvo sin haber jamás traspasado tus mandatos y nunca me diste ni un cabrito para hacer fiesta con mis amigos, y al venir este hijo tuyo, que ha consumido su fortuna con mujeres pervertidas, matas para él una ternera cebada". El padre le respondió: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes son tuyos; pero era necesario hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido encontrado".

Los invitados descorteses (Lc 14, 16-24; Mt 22, 1-10)

Un hombre dió un gran banquete e invitó a muchos. A la hora del convite envió a su criado a decir a los invitados: "Venid, que ya está dispuesto". Pero todos ellos comenzaron a excusar su asistencia. Uno le dijo: "He comprado un campo y tengo que salir a verlo; te ruego que me excuses". Otro le respondió: "He comprado cinco yuntas de bueyes y tengo que ir a probarlas; te ruego que me excuses". Un tercero le dijo: "He tomado mujer y no podré ir". Volvió el criado y comunicó a su amo todo esto. Entonces el amo de la casa, irritado, dijo a su criado: "Sal rápidamente a las plazas y calles de la ciudad, y a los mendigos, lisiados, ciegos y cojos que encuentres tráelos aquí". Y le dijo luego el criado: "Señor, ya está hecho lo que has mandado, y aún queda sitio"; y dijo el amo al criado: "Sal a los caminos y a los cercados y obliga a venir a los que encuentres, malos y buenos, para que se llene mi casa, porque os aseguro que ninguno de aquellos que habían sido invitados probará mi cena".

Parábola de los talentos (Mt 25, 14-29; Lc 19, 12-27)

Un hombre que iba a emprender un viaje llamó a sus siervos y les confió su hacienda, dejándole a uno cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad, y les dijo: "Negociad con ello mientras vuelvo", y se marchó. Luego, el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos y ganó otros cinco. Asimismo el de los dos talentos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno fue e hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su amo.

Pasado cierto tiempo, volvió el amo de aquellos siervos y les tomó cuentas. Llegado el que había recibido los cinco talentos, presentó otros cinco más, diciendo: "Señor, tú me has dejado cinco talentos; mira, he aquí otros cinco que he ganado con ellos". Y su amo le dijo: "Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco, y yo te constituiré sobre lo mucho; alégrate del gozo de tu señor". Llegó el de los dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira otros dos que he ganado". Y le dijo su amo: "Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco, y te constituiré sobre lo mucho; alégrate del gozo de tu señor". Se acercó también el que había recibido un solo talento y dijo: "Señor, tuve en cuenta que eres hombre duro, que quieres cosechar donde no has sembrado y recoger donde no pusiste, y temiendo, fui y escondí tu talento en la tierra; y aquí lo tienes". Y su amo le respondió: "Siervo malo y haragán, ¿conque sabías que yo quiero cosechar donde no sembré y recoger donde no esparcí? Deberías al menos haber entregado mi talento a los banqueros, para que a mi vuelta recibiese lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez, porque al que tiene se le dará más; pero al que no tiene, aun lo que cree tener le será quitado".

El administrador infiel pero prudente (Lc 16, 1-12)

Había un hombre rico que tenía un mayordomo que fue acusado de disiparle la hacienda. Le llamó y le dijo: "¿Qué es lo que oigo de tí? Da cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir de mayordomo". Y se dijo para sí el mayordomo: "¿Qué haré, pues mi amo me quita la administración? Cavar no puedo, mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que he de hacer para que cuando me destituya de la mayordomía me reciban en otras casas". Llamando a cada uno de los deudores de su amo, le dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi amo?". Él le respondió: "Cien batos de aceite". Y le dijo: "Toma tu caución, siéntate enseguida y escribe cincuenta". Luego dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?". El otro le dijo: "Cien coros de trigo". Y le dijo: "Toma tu caución y escribe ochenta". El amo, al enterarse, no dejó de elogiar al mayordomo infiel por haber obrado tan sagazmente, pues los hijos de este siglo son más avisados entre sus congéneres que los hijos de la luz.

Y yo os digo: Con las riquezas injustas, hacéos amigos, para que, cuando éstas falten, al menos os reciban siempre en otros lugares. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho. Si vosotros, pues, no sois fieles ni en las riquezas injustas, ¿quién os confiará las riquezas verdaderas? Y si en lo ajeno no sois fieles, ¿Quién os dará lo vuestro?

La semilla que crece (Mc 4, 26-29)

El Reino de Dios es como un hombre que arroja la semilla en la tierra, y ya duerma, ya vele, de noche y de día, la semilla germina y crece, sin que él sepa cómo. De sí misma da fruto la tierra: primero la hierba, luego la espiga, en seguida el trigo que llena la espiga; y cuando el fruto está maduro, se mete la hoz, porque ha llegado el tiempo de segar las mieses.


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