Calendarios menstruales femeninos en la Biblia

Calendarios menstruales femeninos en la Biblia

Alrededor de 1930 hubo dos médicos ginecólogos (el japonés Ogino y el austríaco Knaus) que realizaron independientemente un importante descubrimiento: el primero de ellos, basándose en observaciones realizadas durante sus intervenciones quirúrgicas, calculó el momento en que se producía la ovulación en el útero femenino, partiendo no de la última menorragia o flujo menstrual de la paciente, sino de la menstruación que aún no se había producido y que estaba por venir, y fijó la producción del óvulo entre los días 16º y 12º precedentes al siguiente periodo menstrual; el doctor Knaus, por su parte, fijó la ovulación (con variaciones) alrededor del 14º día antes de la siguiente menstruación. Con ello, y mediante una serie de sencillos cálculos numéricos, se podían fijar con cierta fiabilidad los días fértiles para la fecundación y los días agenésicos o estériles del ciclo menstrual.

Torso de mujer embarazada

Desde entonces, el método Ogino-Knaus se ha convertido en el método más famoso de regulación natural de la natalidad, aunque la propia Organización Mundial de la Salud (en sus campañas para el control de la natalidad en países subdesarrollados) no lo recomienda expresamente debido a su cuestionable porcentaje de "fiabilidad", dado que el momento en que se presenta la menstruación femenina puede tener, según los casos individuales, importantes oscilaciones e irregularidades (p.e. anticipaciones o retrasos condicionados por factores psicofisiológicos y emocionales muy diversos), si bien es cierto que la fiabilidad del método depende sobre todo de un control muy exhaustivo y constante por parte de la propia paciente (en general, el calendario Ogino-Knaus se desaconseja para mujeres con un ciclo menstrual inferior a los veintisiete días). Pero lo principal del descubrimiento es que se fijaron las diversas fases del ciclo menstrual femenino: por un lado, la preparación y formación de la mucosa uterina y la maduración del óvulo en el ovario, y por otro lado la posterior destrucción y expulsión (flujo menstrual) de esa mucosa, para volver a formarse otra vez y recibir el nuevo óvulo.

En líneas generales, el método, una vez conocida en cada caso la "regularidad" del correspondiente periodo completo de menstruación a menstruación (que puede variar entre los 18,19, 20 o 21 días -ciclos cortos- hasta los 22, 23, 24, 25 y 26 -ciclos medianos- o los 27, 28, 29 o 30 días, o incluso alguno más en algunas mujeres), consiste básicamente en marcar en el calendario los días probables en que se prevée que se presentará la siguiente menstruación, y efectuar los cálculos a partir de tales días. Y así, por ejemplo, en un ciclo menstrual largo, del día más adelantado de la futura menorragia prevista se contarán -hacia atrás- 11 días, marcando en el calendario ese día que hace el 11, y del día previsible más próximo se descontarán 19 días, con lo que obtendremos -entre esos dos límites- el periodo en el que es más probable que pueda producirse la ovulación, con el consiguiente riesgo de embarazo si se mantienen relaciones sexuales normales, y tendremos también -por exclusión- los días estériles de mayor probabilidad, en los que el espermatozoide, que sólo puede vivir unos pocos días en el útero, no puede encontrar en éste un óvulo maduro preparado para la fecundación (en realidad, hoy se sabe que los espermatozoides pueden vivir hasta cinco días en el útero, o incluso alguno más, con lo cual ni siquiera está garantizada la ausencia de embarazo en relaciones sexuales mantenidas varios días antes de la ovulación, pues aunque la vida del óvulo femenino es mucho más corta, los espermatozoides retenidos pueden encontrar al nuevo óvulo producido por el ovario varios días después). Los dos periodos de "esterilidad femenina" se distribuyen en todo caso antes y después, respectivamente, del periodo de probable fecundidad, y su duración es variable en ambos, pues dependen de la duración total del ciclo.

Imagen de un feto humano, a las pocas semanas de embarazo

Este método estimativo exige, como es obvio, ciertas precauciones adicionales (por ejemplo, añadir algunos días más, antes y después del periodo fértil previsto, para mayor seguridad) y sobre todo bastante atención a determinados síntomas menstruales y premenstruales (en algunas mujeres, por ejemplo, la ovulación se manifiesta en dolores abdominales, a otras se les endurecen los senos, y en la mayoría de los casos se presenta acompañada de cierta "receptibilidad" y "debilidad" característica, más o menos inconsciente, similar en cierto modo al "periodo de celo" en otros mamíferos; la aparición de la "regla" -en cambio- se anuncia a veces en bastantes mujeres por estados de sobreexcitación, malestar, impaciencia o irritación; es lo que se denomina "síndrome premenstrual" y sus síntomas son muy variados: fatiga, dolor de cabeza, hipersensibilidad, etc; en realidad, no ocurren a todas las mujeres, aunque algunas los han padecido en más de una ocasión; se cree que la causa son los cambios hormonales -en especial el nivel de esteroides- que se producen en ese periodo).

No deja de ser sumamente curioso el hecho de que haya sido precisamente en el siglo XX cuando más han avanzado los conocimientos ginecológicos en este terreno, ya que hasta finales del siglo anterior se creía (tanto en círculos médicos como profanos) que la mujer podía ser fecundada en cualquier momento desde la pubertad hasta el climaterio o menopausia (excepto durante la propia menorragia y los días más inmediatos al cese de ésta y excepto -por supuesto- durante el embarazo), puesto que se pensaba que entre los periodos menstruales maduraban los óvulos en todo momento y que los espermatozoides masculinos podían vivir con plena capacidad fecundadora durante semanas enteras en el interior de los órganos sexuales femeninos. Sólo en 1913, el doctor Schröder diferenció como procesos distintos la menorragia (menstruación) y la maduración de los óvulos (ovulación), que hasta entonces se pensaba que se producían simultáneamente, y calculó que -en ciclos menstruales de 28 días- la ovulación se producía entre el 14º y el 16º día después del comienzo de la "regla".

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Papiro egipcio con figura de mujer

Las preguntas básicas de un antropólogo son las siguientes: ¿Cómo es posible que haya habido durante tantos siglos, durante tantos milenios de hecho, semejante ignorancia y desconocimiento sobre un tema de tanta trascendencia individual, familiar y social? ¿lo ha habido realmente? ¿han existido conocimientos intuitivos y empíricos al respecto en las diversas culturas y civilizaciones antiguas? Porque el caso es que, si en verdad ha habido alguna vez tales conocimientos sobre el tema, entonces o bien se han perdido o bien se han ocultado y reservado para determinados rituales iniciáticos femeninos en algunas culturas tradicionales (ésto último es verosímil, pero semejantes "secretos" son difíciles de guardar sin revelarlos alguna vez al otro sexo).

En la civilización helénica antigua, por ejemplo, quedan rastros de estos primitivos conocimientos procedentes de ritos de iniciación sexual femenina (más o menos divulgados y tergiversados luego por la cultura masculina predominante). Así,en la Odisea homérica (canto IV, versos 700-750) es posible que se describan veladamente, en términos poéticoliterarios, lo que parecen ser los síntomas de una ovulación femenina (flojedad de la protagonista, desmayos), y en otros episodios parece que se alude también a diversas fases y síntomas menstruales (la llegada del olvidado Ulises a su palacio y la propia "matanza" de los pretendientes de su esposa Penélope, podrían tener también un valor simbólico referido a la menstruación, y significar la inminente menopausia de la protagonista femenina, así como el propio símbolo -por supuesto intuitivo, no científico- del tejer/destejer de la tela de Penélope); pero estas nociones e intuiciones no parece que contengan algún "calendario" menstrual femenino específico, sino más bien orientaciones de tipo general, tal y como ocurre también en numerosos cuentos populares antiguos de elaboración tradicional femenina, en los que sin duda se alude de forma metafórica, simbólica e iniciática a los fenómenos menstruales de la pubertad (recordemos, p.e., el cuento popular de Caperucita "roja").

En la Biblia hebrea hay también algunas ideas más o menos explícitas sobre el particular, que proceden sin duda de un universo iniciático femenino pre-bíblico, conocido y controlado luego por el sistema patriarcal y sacerdotal judío, y orientado no ya a la anticoncepción o a la regulación de la natalidad, sino sobre todo a la fecundidad (continuamente alabada y exaltada en los textos bíblicos). En el libro conocido como Levítico (15,19-28) se ve claramente que algunas prescripciones sobre la "pureza" y la "impureza" de las mujeres durante el flujo menstrual son algo más que rituales vacuos o meras prescripciones higiénicas, y se hace evidente que había en todo caso cierto conocimiento empírico sobre los periodos de infertilidad durante la menstruación y en los primeros días más inmediatos al cese de la misma: "La mujer que tiene su flujo...estará siete días impura (...); y cuando curare de su flujo contará siete días (primer periodo infecundo de un ciclo medio de 27 o 28 días), después de los cuales será pura". El propio cómputo hebreo por "semanas" (al igual que el cómputo tradicional etruscorromano por "nundinae" o periodos de nueve días consecutivos entre la celebración de dos mercados) parece que apunta asimismo a periodos cíclicos típicamente femeninos (de siete y nueve días) relacionados con el ciclo menstrual y con sus relativas similitudes con el ciclo lunar mensual.

Ahora bien, dado el carácter "enciclopédico" de la Biblia hebrea (obra colectiva de muchas generaciones y resumen integral de todos los conocimientos y saberes de su tiempo), lo verdaderamente extraño sería que no hubiera también en los textos bíblicos algo así como un "calendario menstrual femenino" (del tipo Ogino-Knaus o incluso más perfeccionado), con indicaciones más o menos precisas de los ciclos menstruales y su duración.

El primer ejemplo de ello creemos que se encuentra precisamente en el primer capítulo inicial del texto bíblico (Génesis,1), en el llamado "primer relato de la Creación". En efecto, el nombre hebreo de la Divinidad (Elohim) se repite 32 veces a lo largo de ese capítulo 1, y tres veces más en el comienzo del capítulo 2 (2-3), antes de pasar a denominarse Yahwéh-Elohim (a partir del capít. 2,4). Según ésto, cada una de las citas de ese nombre, Elohim, representaría un "día real" en el ciclo menstrual femenino, y los "seis días" del relato de la creación del mundo representarían periodos parciales específicos dentro de ese ciclo. Así, el primer día de la Creación contiene seis veces el nombre de Dios; el segundo día, el nombre se repite cuatro veces; el tercero, cinco; el cuarto, cuatro; el quinto, cuatro; y el sexto día, se menciona nueve veces a Elohim:

Primer día de la Creación

Es muy probable que determinadas expresiones repetidas se utilizasen como recursos mnemotécnicos e indicativos (por ejemplo la frecuente expresión "...y vió Dios que era bueno", que en el diagrama marcamos en negrita: x). El funcionamiento de esta tabla se basa en averiguar primero el día central del ciclo menstrual en cada caso y ubicarlo dentro de uno de esos seis periodos o "días de la Creación", considerando que los dos periodos inmediatamente precedente o siguiente son periodos -en principio- en los que no existe riesgo de embarazo (aunque, en determinados ciclos particulares, si el centro del periodo fértil se ubica más bien hacia el final de la serie, conviene descontar algunos días, señalados con X, del periodo estéril siguiente). Así, p.e., en el caso de un ciclo regular de 27 días, la menorragia dura por lo menos los cinco primeros días del "día 1º", hasta el día marcado en negrita ("...y vió que era buena la luz"); como el día central de este ciclo -la ovulación- coincide con el día 13 o 14 de la tabla, el periodo fértil correspondiente estaría situado entre el periodo 3º ("tierra") y el periodo 4º ("astros"), con lo cual los respectivos periodos infértiles seguros para este ciclo de 27 días serían el periodo 2º, los periodos 4º y 5º (con seguridad plena desde al menos el último día del periodo 4º, que es el día 18º del ciclo), y asimismo el periodo siguiente (6º) hasta el final del ciclo y el comienzo de la siguiente menstruación, que en este caso comenzaría el día 28º (e.e. el quinto del periodo 6º). En el caso de un atípico ciclo menstrual muy corto (de 18 días, pues no se conocen muchos casos de mujeres con ciclos inferiores regulares), el día central es el noveno, con lo cual el periodo fértil comenzaría en el periodo 2º (cielo) y habría que prolongarlo, por precaución, por lo menos hasta el penúltimo día del periodo 3º (tierra) y hasta el quinto día del periodo 1º, de manera que los días seguros sin riesgo de embarazo irían desde el último día del periodo 3º hasta el final de este ciclo corto (día 18º de la tabla y penúltimo día del periodo " astros"). Por último, en el caso de un ciclo largo de 32 días, el punto central (día 16º de la tabla) estaría en el periodo 4º, que sería el periodo fértil en este ciclo, debiéndosele añadir (por precaución) los periodos inmediatamente precedente y siguiente (3º y 5º), y los periodos infértiles serían con seguridad los periodos 1º, 2º y 6º. Para el resto de los ciclos (de 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 28, 29, 30 o 31 días) hay que hacer cálculos similares: día central del ciclo respectivo, e.e., el que coincide con la mitad del mismo; periodo correspondiente -fértil-; y periodos infértiles deducidos a partir de éste, por delante y por detrás, añadiendo siempre varios días más a cada uno en sus respectivas proximidades al periodo fértil, por precaución o seguridad, ya que no es infrecuente que la ovulación pueda adelantarse o retrasarse, y con ella acortarse o prolongarse el ciclo entero, o que los espermatozoides retenidos durante varios días en el útero alcancen al nuevo óvulo producido con la ovulación.

También en este libro del Génesis encontramos dos conocidas listas genealógicas de los patriarcas hebreos (Gén. 5, 3-32: genealogía de Adán hasta Noé, y Gén. 11, 10-26: genealogía de Sem hasta Abraham), que han llamado siempre la atención por la exagerada e inverosímil longevidad de estos patriarcas legendarios. Las cifras numéricas son extrañamente precisas para un mero relato literario, por lo que se ha pretendido buscarles algún oculto sentido cabalístico. Pero la explicación es bastante sencilla si se considera que ambas listas genealógicas podrían ser sendos calendarios menstruales femeninos, del tipo explicado anteriormente a propósito del capítulo 1 del Génesis, aunque de elaboración numérica algo más compleja (pero en todo caso relativamente fáciles de manejar una vez conocidas sus respectivas claves).

La primera de ambas listas (Gén. 5, 3-32) nos da los nombres de los sucesivos patriarcas hebreos desde Adán hasta Noé, especificando los años que tenía cada uno de ellos cuando engendraron a sus respectivos hijos primogénitos varones, así como los años que todavía vivieron después de engendrarlos y el número total de los años de su vida. La clave principal parece ser aquí el número 5, pues muchas de esas cifras de años resultan ser múltiplos de cinco. La serie completa es la siguiente (damos en tres columnas las tres cifras correspondientes a cada uno de estos patriarcas -años que tenían al engendrar, años que vivieron después de engendrar, y años totales que vivieron- y señalamos en letra negrita las cifras que son múltiplos de cinco):

Patriarcas hebreos desde Adán hasta Noé

Para confeccionar la tabla o calendario hay que asignar cinco días (los marcamos con X) a cada uno de los patriarcas que tienen en sus tres columnas respectivas cifras numéricas que son múltiplos de cinco (los marcamos en negrita), con lo que la tabla quedaría como sigue:

Patriarcas hebreos

En un ciclo-tipo de 27 días, hay que buscar primero el periodo central, a partir del día que constituye la mitad aproximada de la duración total del ciclo (este día es el 13º o el 14º, e.e., los dos o tres primeros del periodo "Quenán", que será por tanto el periodo fértil de ese ciclo, cuyos respectivos periodos infértiles serán "Enós", "Mahal" y "Enoc", donde termina ese ciclo concreto de 27 días, transcurrido el cual hay que empezar de nuevo en "Adán"; no obstante, es necesario añadir al periodo fértil algunos días más por precaución: al menos los tres últimos de "Enós" y los dos primeros de "Mahal"). En un ciclo corto de 18 días, se opera de igual forma: el periodo de "Enós" será en este caso el periodo fértil, siendo infértiles los días de "Adán" y de "Quenán", con la precaución adicional de añadirle al menos tres días a ese último para más seguridad, hasta la terminación del ciclo en el segundo día de "Mahal", retornando de nuevo a "Adán" en la siguiente menstruación. Un ciclo de 24 días tendrá su centro en el primer día de "Quenán", y el periodo teóricamente fértil habrá que estimarlo en cinco días probables (los tres últimos de "Enós" y los dos primeros de"Quenán", con la precaución de añadir a esos días fértiles los dos restantes de "Enós" y los tres últimos de "Quenán"), siendo todos lo demás días infértiles, hasta la terminación de este ciclo el segundo día de "Enoc". Y así sucesivamente en los demás ciclos.

La otra lista genealógica (Gén. 11, 10-26), algo más simplificada, por cuanto omite las cifras totales de años vividos por cada patriarca, presenta un fundamento similar, basado también en los múltiplos de cinco:

Lista genealógica de los patriarcas hebreos

A diferencia de la lista anterior, aquí sólo tienen relevancia a efectos de cómputo de series de cinco días las cifras de la columna de la izquierda cuando son múltiplos de cinco (es posible que algunas cifras estén algo alteradas por la transmisión manuscrita, pero ello no cambia sustancialmente los cómputos básicos). Por tanto tenemos:

Lista genealógica de los patriarcas hebreos

El procedimiento es similar al de la tabla anterior. En un ciclo de 27 días, que comprendería desde "Sem" hasta "Serug", el periodo fértil central sería "Seláh", siendo "Arfaxad" y "Peleg"-"Serug" los periodos teóricamente infértiles (con la precaución de añadir por lo menos los dos últimos días de "Arfaxad" al periodo fértil, más los tres días siguientes a "Seláh"). En un ciclo corto de 18 días, serían días infértiles con seguridad los que van desde el último de "Seláh" hasta el fin del ciclo el día segundo de "Peleg" (de todas formas, esta segunda tabla parece concebida más bien para ciclos largos que cortos, con el ciclo-tipo de 27 días).

Como puede verse, las cifras numéricas de las dos listas genealógicas ni están dadas al azar ni parecen ser, como casi nada en la Biblia hebrea, meramente casuales (en ambos casos son listas de nueve patriarcas, relevantes a efecto de cómputos). Ambas se entretejen con el episodio bíblico del Diluvio, que entre otras muchas posibles significaciones alegóricas, simbólicas y arquetípicas, parece simbolizar también la propia gestación materna y el parto. Sin embargo, es clara también la intención de mantener veladas las claves de dichos calendarios. Los textos bíblicos, en efecto, al tiempo que exaltan continuamente la procreación, desaprueban las prácticas anticonceptivas masculinas (recuérdese el episodio de Onán y Tamar narrado en Gén.38, 8-10), y es incluso bastante probable que algunos preceptos de la Ley mosaica -aparte de su sentido literal- pudieran aludir (veladamente) al uso de tales prácticas (por ejemplo en el libro del Deuteronomio, 25,4: "No pongas bozal al buey que trilla"). Por lo demás, tampoco en la sociedad hebrea más antigua debió de ser en absoluto desconocido el uso de preservativos masculinos, probablemente confeccionados con tripa de oveja, cabra o buey debidamente preparada e impermiabilizada, tal y como ocurre en otras culturas antiguas de origen ganadero y pastoril.

Pero todavía hemos encontrado en los textos bíblicos dos ejemplos más, dos modelos de este tipo de calendarios femeninos basados en una tabla fija y en la superposición de tablas móviles correspondientes a los diversos ciclos menstruales. El primero de ellos se encuentra en el libro de Job, que es uno de los libritos más antiguos y curiosos de la Biblia, con un relato-base que tiene la estructura y las características de un cuento popular. En el capítulo 1, 2-5, se dice que Job tenía tres hijas y siete hijos, y que éstos últimos celebraban cada día un banquete en la casa de cada uno de ellos, invitando a sus tres hermanas a comer y beber con ellos, y se supone que a preparar la comida o dirigir los preparativos del banquete, cada una en su turno (en el capít. 42,14 se dan en hebreo los respectivos nombres de estas tres hijas de Job, que significan algo así como "Palomita", "Canela" y "Vaso de perfumes"); cuando los banquetes completaban cada periodo semanal, Job ofrecía sacrificios purificatorios por todos sus hijos. Pues bien, a partir de esos escuetos datos creemos que puede deducirse la siguiente tabla general (las figuras geométricas representan a las tres hermanas, en su sucesiva función de preparar los banquetes de sus hermanos, y las casillas representan los días sucesivos, que aquí ponemos convencionalmente de izquierda a derecha y de arriba-abajo, como en la escritura occidental):

Ciclo menstrual

El sistema más simple para operar con esta tabla consiste en buscar primero el día central de cada ciclo (que es el correspondiente a la mitad, justa o aproximada, de los días totales de ese ciclo), y a partir de ese día central -añadiéndole por delante y por detrás varios días o casillas- se obtiene el "periodo fértil" del ciclo correspondiente.

Así, p.e., en un ciclo corto de 18 días, el cuadro quedaría como sigue (el día central lo marcamos con una flechilla):

Ciclo menstrual

En este ciclo corto, el día clave del periodo fértil es el de la mitad de los días de ese ciclo, es decir, el día o casilla nueve; a partir de él hay que añadir por delante y por detrás todas las casillas de las figuras inmediatas que completan las respectivas series ternarias de figuras, y aun se deberían añadir para mayor seguridad otras dos casillas con la misma figura de la casilla de ese día central, e incluso las dos respectivas inmediatas a ésta, con lo cual tendremos los días aproximados del periodo fértil de ese ciclo concreto; las restantes casillas serían días teóricamente infértiles, sin riesgo de embarazo.

En un ciclo menstrual de 27 días, el cuadro quedaría de este modo (con la salvedad de que, al ser el día central un número impar, conviene considerar también como día central el inmediatamente siguiente):

Ciclo menstrual

En un ciclo menstrual de 30 días quedaría así (en sombreado las casillas correspondientes al periodo fértil y los días de seguridad añadidos):

Ciclo menstrual

En los demás ciclos el procedimiento operativo es el mismo: buscar el día central (que es el número de los días totales del ciclo dividido por dos), y a partir de éste completar por delante y por detrás el resto de las figuras de la serie, incluyendo como término o límite las respectivas figuras similares a la de ese día central, más un par de días más a cada lado como días de seguridad.

No sabemos si ese "día de purificación" mencionado en el relato de Job jugaba algún papel en las tablas de este calendario, o si más bien -como parece lo más probable- se trata simplemente de una alusión indirecta a las purificaciones menstruales de la mujer señaladas en la Ley mosaica. En cualquier caso, esta interpretación que hemos hecho nos parece la forma más sencilla para operar con este calendario, que resulta también menos abstracto y más figurativo (y por tanto más fácil de manejar también) que los anteriormente vistos; y no exige tampoco especiales conocimientos aritméticos a las eventuales usuarias, aunque parece evidente que por lo menos requería el uso de algún tipo de casillero o de soporte gráfico para los cálculos (enseguida trataremos de esta cuestión de los soportes materiales de estos calendarios).

El quinto y último de los ejemplos bíblicos de calendarios menstruales femeninos que hemos encontrado es también -cronológicamente- el más reciente, pues se halla en el evangelio cristiano de Mateo (capítulos 1 y 2). Estos dos primeros capítulos, bastante atípicos en relación con el tono históriconarrativo de ese mismo texto evangélico y de los otros evangelios considerados canónicos, han llamado mucho la atención de algunos comentaristas, que los consideran "apócrifos". Probablemente lo sean, en el sentido de que fueron intencionadamente insertados en un evangelio por lo demás esencialmente histórico (aunque con bastantes rasgos de mitificación y literaturización en algunos de los episodios que se narran); y la razón fundamental para incluir esos dos capítulos iniciales fue posiblemente el hecho de que se sabía que contenían un tipo de información "codificada" especialmente valiosa en el contexto de la vida conyugal de las primeras parejas matrimoniales de las comunidades cristianas originarias (no cabe duda de que se trata de una reelaboración cristiana y pre-eclesial de elementos y claves referentes a los ciclos menstruales y a los periodos de fertilidad e infertilidad de la mujer, conservados más o menos veladamente por tradición oral en el seno de algún grupo o comunidad judaica, quizá en la secta judía de los esenios, que fue la que nutrió los propios orígenes doctrinales del cristianismo, o quizá en algunas de las muchas familias hebreas convertidas a la nueva religión cristiana).

El pasaje en cuestión comienza con una supuesta "genealogía" del Cristo, con el número siete como número simbólico esencial (generalmente se ha reparado desde siempre en este carácter simbólico y numerológico de esta "genealogía", pero sin indagar más allá en el posible contenido de esa simbología). En esa lista genealógica se dan una serie de nombres de antepasados masculinos del Mesías, con indicación a veces de algún antepasado femenino de especial relevancia en la historia bíblica (Tamar, Rahab la cortesana, Rut la moabita, o la mujer de Urías). La serie va desde el patriarca Abraham hasta el rey Salomón (14 generaciones, incluidos ambos), desde el rey David hasta la cautividad de Babilonia (14 generaciones), y desde la cautividad hasta el propio Cristo (otras 14 generaciones). Se narran a continuación una serie de elementos míticosimbólicos: nacimiento de Jesús en Belén, adoración de los Magos (y donaciones de oro, incienso y mirra), persecución de Herodes y matanza de los inocentes, huida a Egipto, y regreso a Palestina a la muerte de Herodes. Parece claro que el posible calendario menstrual se basa en la superposición y combinación de los elementos narrativos simbólicos sobre los elementos de la serie genealógico-numérica. El esquema básico sería el siguiente:

En un ciclo-tipo de 27 días, los dones de los Magos (oro, incienso, mirra) pudieran simbolizar los tres días infértiles del primer periodo agenésico que sigue a la menstruación; la "huida a Egipto" podría significar, en este ciclo concreto de 27 días, el comienzo (variable) del periodo fértil (y de consiguiente riesgo de embarazo), que habría que adelantar por precaución por lo menos hasta el día 9; el día 18 sería el límite máximo de ese periodo de fertilidad, y todos los días anteriores al 9 y posteriores al 18 serían infértiles en este ciclo. En un ciclo más corto (p.e. de 21 días) el día fértil central estaría ubicado en el día 11º de la serie-base, "Rahab", ampliando el límite de seguridad por lo menos cuatro días por delante y tres por detrás de dicho día central, con lo que se obtiene el periodo fértil más probable para ese ciclo. En un ciclo de 28 días, el día central del periodo fértil habría que situarlo en torno al día 14º ("rey David"), añadiéndole por detrás por lo menos tres días de seguridad (hasta "Rahab") y otros tantos por delante, para delimitar el periodo fértil más probable de este ciclo. En general, como en los otros modelos de calendario anteriormente vistos, el principal punto de referencia de los cómputos es el día central de cada ciclo, que coincide con la "mitad" de cada calendario individual (recuérdese el famoso episodio de I Reyes 3,16-28 sobre el rey Salomón y aquel niño que querían "partir por la mitad").

Éstas serían, muy grosso modo, las claves generales de la interpretación de este "calendario polivalente", aunque la combinatoria seguramente tiene detalles mucho más precisos para cada ciclo concreto, relacionados con los diversos pormenores referenciales del propio relato ( p.e., el detalle de la estrella móvil deteniéndose "encima del lugar donde se encontraba el niño", o la edad de los niños que mandó matar Herodes: "de dos años para abajo", etc, que probablemente tienen alguna función indicativa relevante en determinados ciclos). La base general de los cálculos, en todo caso, es la tabla genealógica completa, en la cual habría que insertar cada ciclo particular, tomando en cada caso como puntos de referencia para los cálculos unos u otros de esos nombres genealógicos especialmente destacados (Tamar, Rahab, Rut, mujer de Urías). Por lo demás, el carácter de "calendario menstrual" de este curioso relato evangélico, a tenor de lo visto, resulta ya del todo indudable.

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Pintura egipcia: Un hombre y una mujer jugando al senet

Llegados a este punto, las preguntas se nos acumulan. En primer lugar, dando por hecho que el conocimiento de este tipo de calendarios se lo reservaban determinadas familias y que tales prácticas no tenían una divulgación generalizada, está la cuestión de cómo pudo llegarse, sin conocimientos ginecológicos de tipo científico, a ese grado de perfeccionamiento y de reelaboración en la confección de esos calendarios menstruales. La respuesta es compleja, pero no cabe duda de que la base de esos conocimientos empíricos y prácticos fue sobre todo la observación de multitud de casos y de experiencias individuales a lo largo de muchas generaciones (pues no de otra forma se genera el conocimiento en las culturas tradicionales), aunque muy probablemente se contrastaron y aprovecharon también conocimientos similares parciales procedentes de otras culturas y civilizaciones del entorno hebreo, que según parece, como enseguida veremos, conocieron y utilizaron calendarios femeninos más o menos similares. Otra cuestión es si esos conocimientos o criptoconocimientos bíblicos se perdieron del todo finalmente o si de alguna forma se conservaron e incluso se perfeccionaron aun más (también a ésto responderemos enseguida).

Marcadores de hueso encontrados en la ciudad bíblica de Laquis

Pero la cuestión principal, que en cierto modo responde indirectamente a las dos anteriores, es la evidencia de que, junto a los soportes propiamente literarios (orales o, como hemos visto, también escritos) de este tipo de calendarios, necesariamente tuvieron que existir también -como complementos de aquellos- otros soportes materiales, gráficos e icónicos, para representarlos y hacerlos mínimamente practicables, y no precisamente basados en la escritura (muy minoritaria en aquellas épocas, y muy complicada si se le añadían operaciones de cálculo numérico), sino más bien basados en tableros y otros instrumentos tangibles y manipulables. Pues el caso es que esos soportes materiales existieron, aunque en bastantes casos no podamos identificarlos todavía con completa seguridad. Es casi seguro, p.e., que determinados collares y pulseras femeninas confeccionados con cuentas de vidrio, cornalina, ámbar y otros materiales pudieron servir a las mujeres que conocían esos calendarios para llevar sus propios cálculos menstruales. Entre los numerosos objetos y restos arqueológicos de la ciudad bíblica de Laquis, p.e., se han encontrado unos curiosos colgantes de hueso que se datan en la Edad del Hierro y que presentan diversos círculos horadados y punteados en series de cinco (algunos arqueólogos han llegado a sugerir que pudieron servir de "calendarios" o "calculadoras").

Juego de mesa mesopotámico

Otra posibilidad (bastante probable, como en seguida veremos) es que los calendarios menstruales pudieran estar disimulados en las propias figuras de los tableros de determinados juegos de mesa, bien conocidos en todas las civilizaciones antiguas. No conocemos juegos de mesa cananeos o hebreos de los tiempos bíblicos antiguos, pero se conocen algunos de los pertenecientes a las grandes civilizaciones de su entorno (Egipto y Mesopotamia). En el antiguo Egipto, por ejemplo, había un juego de mesa (el senet) que se jugaba en un tablero de treinta casillas, moviendo unas fichas según las puntuaciones obtenidas al lanzar unas tabas o palillos (a modo de dados). Se trata de un sencillo modelo de juego de alcoba (para parejas) que debía de tener también ciertas connotaciones analógicorreligiosas (senet significaba en egipcio antiguo algo así como "pasar", "atravesar", "ir más allá"); este juego, que casi siempre aparece representado en las pinturas egipcias como juego de alcoba (se han encontrado algunos ejemplares completos en algunas tumbas faraónicas), es posible que tuviera además algunas funciones de redistribución lúdica y ritualizadamente erótica en las relaciones sexuales de pareja ("roles" respectivos o "derechos sexuales" alternados, masculinos o femeninos, según quien ganase cada partida). Pero es muy posible también que ese juego de treinta casillas (algunas de ellas significativamente marcadas con jeroglíficos) encubra también algún tipo de calendario menstrual femenino más o menos similar a los anteriormente vistos.

En realidad, la posibilidad de que existieran antiguos calendarios menstruales disimulados en sencillos juegos de mesa, aparece confirmada en cierto juego muy popular en nuestros días como juego infantil y cuyo origen conocido es relativamente moderno, pues se remonta por lo menos a finales del siglo XV, en época de difusión de la imprenta en Alemania. Se trata del popular "juego de la oca".

Tablero y fichas de senet

Por lo que hemos podido averiguar, este juego empezó a popularizarse en Europa occidental a partir sobre todo de la invención y difusión de la imprenta: el uso de un complicado casillero numerado no lo sitúa evidentemente entre los juegos de origen popular, sino más bien entre los juegos de mesa de origen cortesano. Su origen, en todo caso, parece que hay que buscarlo (por lo menos indirectamente) en Oriente, como la mayoría de los antiguos juegos de mesa: desde el ajedrez indopersa al parchís indotibetano, aunque el uso de ilustraciones figurativas (en sus ejemplares más antiguos conservados tan sólo aparecen las figuras de las "ocas" en determinadas casillas y algunas pocas figuras más), y la propia época en que se supone su introducción y difusión en Europa (finales del siglo XV, como se ha dicho), excluyen que llegara a Occidente por vía árabe, como ocurrió en el caso del juego del ajedrez; sin embargo, a diferencia del parcheese hindú, p.e., el "juego de la oca" es absolutamente desconocido en las civilizaciones orientales. La hipótesis más verosímil es que pudo ser un "invento" o "descubrimiento" completamente aislado e individual, aunque basado en juegos orientales más o menos similares y anteriores, y que pudo ser creado por algún médico personal judío de los que estaban al servicio de familias de la nobleza (quizá en la Florencia de los Médicis, pues ya en el siglo XVI consta un regalo de este juego de la oca de parte de Francesco de Médicis al rey de España Felipe II, lo que parece que influyó bastante en que este juego se pusiera de moda entre la nobleza cortesana española). El caso es que el juego de la oca se popularizó y vulgarizó rápidamente, y llegó a ser también uno de los juegos de apuesta más frecuentes en los garitos y burdeles del siglo XVII (curiosos antecedentes para un juego de mesa considerado hoy tan inofensivo y familiar). Con todo, no parece nada improbable que los profundos conocimientos ginecológicos que, como veremos, se ocultan en ese juego (aparte otras connotaciones simbólicas, numerológicas y esotéricas que se le han buscado) provengan de conocimientos tradicionales basados en observaciones y saberes empíricos largamente contrastados a lo largo del tiempo en muchos casos individuales, conocimientos celosamente guardados quizá entre algunas familias de determinadas comunidades judías europeas, o tal vez en el seno de alguna comunidad cristiana heterodoxa, pero en último término muy probablemente relacionados con los calendarios bíblicos que antes hemos visto (aunque la idea de acoplar el "calendario" a un sencillo juego de mesa fue sin duda una ocurrencia individual). Con ello se responde en parte la cuestión de si los conocimientos de esos calendarios bíblicos se conservaron o no en la tradición judía posterior.

Juego de la oca (italiano)

Pues bien, el caso es que el "juego de la oca" constituye el más completo y perfeccionado calendario menstrual femenino de todos los mencionados (incluido el moderno método Ogino-Knaus). Los ejemplares más antiguos que se conservan de este juego presentan un casillero de 64 o de 63 casillas (9x7) con diversas figuras de ocas intercaladas y distribuidas siempre de forma regular (una por cada periodo de nueve días -en las casillas 9, 18, 27, 36, 45, 54 y 63­- y algunas otras distribuidas cada tres o cada cuatro casillas sucesivamente, con un total de catorce ocas). Considerando que se trata, sin ninguna duda, de un calendario menstrual, tenemos en ese tablero un esquema de todos los ciclos menstruales posibles (incluido el ciclo corto de 18 días, los ciclos medianos y los ciclos más largos, pero con el ciclo-tipo de 27 o 28 días como modelo principal), representados de forma superpuesta a lo largo de las diversas casillas o días. Las figuras de las ocas marcarían ("de oca a oca") momentos-clave de los respectivos ciclos: por ejemplo el cese de la menorragia (en la casilla 5 o primera "oca") y el comienzo del primer periodo estéril (en el primer "puente"), o el comienzo de la ovulación (tercera "oca"), o el comienzo del segundo periodo estéril (casillas 18 y 19), hasta la siguiente menstruación (casilla 27 a 32), todo ello en ciclos regulares de 27, 28, 29, 30, 31 o 32 días; en un ciclo corto de 18 días, la segunda "oca" marcaría en cambio el comienzo del periodo fértil, e.e., de la ovulación (casilla 9); la casilla de la "muerte", a su vez, indicaría el comienzo de la tercera menstruación en un ciclo de 28 días. La polifuncionalidad de los símbolos icónicos dependería, por tanto, de los respectivos ciclos a los que se apliquen (largos o cortos), en los que las figuras de las ocas son en todo caso puntos de referencia para los cómputos de cada ciclo individual. Así, como hemos dicho, la casilla 18 (con oca) señalaría o bien el final de un ciclo menstrual muy corto (en cuyo caso la casilla 9, también con oca, correspondería al inicio de la ovulación en ese ciclo concreto) o bien el final del periodo fértil en un ciclo de 27 o 28 días y el comienzo del segundo periodo de infertilidad (en este caso la ovulación se produciría en torno al día o casilla 14, también marcada con oca). Este calendario, en efecto, en los ciclos menstruales cortos (de 18,19, 20 o 21 días) sería triple, y en los ciclos largos (de 24 a 32 días) sería doble, es decir, con al menos dos menstruaciones consecutivas representadas. Así, para "reglas" de 27, 28 o 29 días, el periodo de control del periodo fértil o de riesgo probable de embarazo iría desde la casilla 14 (o para mayor seguridad: desde la casilla 12 del "puente", o aun mejor: desde la oca de la casilla nueve) hasta la oca de la casilla 18 o la "posada" de la casilla 19, ambas incluidas o excluidas según el caso, continuándose la siguiente menstruación hasta las casillas 54, 55 o 56, respectivamente, con sus siguientes ocas como puntos de referencia de los diferentes periodos de cada ciclo, que a su vez coinciden en regularidad con las del ciclo anterior correspondiente. Quedan, no obstante, algunos detalles un poco "al azar", cosa lógica por otra parte, pues se trata -como en todos los calendarios de esta clase, incluido el OginoKnaus- de un cómputo de "probabilidades", no de seguridades al 100%.

Juego de la oca mallorquín (siglo XVII)

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Terminando ya. Lo más sorprendente de todo ésto no es ya el que se hayan tardado más de dos o tres milenios (o más de quinientos años en el caso del "juego de la oca") en desvelarse conocimientos empíricos muy antiguos, nunca enteramente divulgados al parecer, sino más bien el hecho mismo (paradójico) de que su conocimiento no sea actualmente de gran utilidad para la inmensa mayoría de las eventuales "usuarias". La propia investigación científica, desde los años '60 del siglo XX, al margen de otros sistemas drásticos de esterilización definitiva e irreversible (ligaduras o bloqueos de las trompas de Falopio, vasectomía masculina, etc), y dejando a un lado los medios anticonceptivos "clásicos" (preservativos, dispositivos intravaginales), o la profundización en el estudio de los métodos naturales de regulación de la natalidad (incluidos los basados en controles periódicos de la temperatura corporal, que se altera con la ovulación, o de la mucosa vaginal, o en la observación de concentración hormonal en la orina), parece que se ha centrado casi en exclusiva en los métodos anticonceptivos y contraconceptivos basados en comprimidos farmacológicos a base de estrógenos y otros combinados hormonales, es decir, en "combatir" al propio ciclo natural en lugar de buscar una adaptación racional al mismo en función de las necesidades de planificación familiar, y hoy esos métodos anticonceptivos o directamente abortivos son la "panacea" para muchas mujeres que buscan ante todo "eficacia", "fiabilidad" y "comodidad" en sus relaciones sexuales, a pesar de los conocidos efectos secundarios de estos métodos y a pesar sobre todo de los efectos desconocidos a medio y largo plazo.

Nuevas generaciones de anticonceptivos y contraconceptivos satisfacen la demanda ("píldoras" de ingesta diaria, con menos dosis hormonal de estrógenos mediante combinaciones con gestágenos como la drospirerona, cremas espermicidas, supositorios, píldoras directamente abortivas de "última generación", etc). Y junto a ellas, métodos básicamente análogos pero aplicados por otras vías, como el llamado "parche hormonal" (un adhesivo que puede colocarse en la nalga, el torso o la parte superior del brazo y que libera progresivamente de la propia piel de la paciente la cantidad necesaria de hormona para evitar la ovulación, aunque ha de llevarse adherido durante unas tres semanas, retirándolo a la siguiente para permitir la menstruación), o dispositivos intrauterinos diversos, como el llamado "anillo vaginal" (que libera de forma constante y controlada la cantidad hormonal necesaria para conseguir la anticoncepción), o dispositivos subcutáneos con funciones similares, o inyección directa de gestágenos, etc. Por otro lado, se continúa investigando también sobre el perfeccionamiento de los llamados "test de orina" (de funcionamiento análogo a los "test de embarazo") que permitan conocer con completa "seguridad" los días fértiles (único método de observación sin efectos secundarios ni incidencias sobre el ciclo natural), y se investiga asimismo con "píldoras masculinas" a base de testosterona, e incluso con fármacos hormonales inhibidores de la menstruación de forma permanente.

Lo cierto es que ninguno de los medios farmacológicos y químicos de acción hormonal dejan de estar exentos de riesgos para la salud, todavía no bien conocidos ni calibrados, por cuanto suponen siempre una violenta alteración de los propios ciclos biológicos naturales, cuyas consecuencias y efectos a medio y largo plazo son hoy por hoy prácticamente desconocidos e imprevisibles (la naturaleza constreñida y violentada siempre termina "pasando factura" tarde o temprano, y no falta la sospecha de que el abuso de estos tratamientos hormonales pueda estar relacionado con la creciente incidencia de determinados tumores de ovarios, de útero o de mama, abortos espontáneos en embarazos finalmente "deseados", malformaciones monstruosas del feto, y otras anomalías sobre las que falta todavía información estadística clínica lo suficientemente definitiva y contrastada). Pero ni los científicos se cansan, como es lógico, de "experimentar" en esa dirección, ni las usuarias dejan de actuar inconscientemente como "cobayas" a largo plazo de los laboratorios de la industria farmacéutica. Una cosa parece clara en todo caso: los tratamientos hormonales continuos y prolongados pueden tener (precisamente por antinaturales) efectos irreversibles sobre la salud.

Pero la cuestión principal es que, hoy por hoy, no hay ningún sistema anticonceptivo o contraconceptivo (de los considerados reversibles) que proporcione al mismo tiempo fiabilidad y seguridad al 100%, comodidad máxima y "riesgo cero" para la salud. Por el contrario, los métodos de regulación natural de tipo estimativo (calendarios tipo "Ogino", métodos endotérmicos o de temperatura, etc) no gozan de tan buena prensa como los anticonceptivos de acción hormonal o los abortivos, precisamente por el supuesto escaso grado de fiabilidad que se les atribuye , aunque lo cierto es que son los únicos que ni alteran los propios ciclos biológicos y hormonales de la mujer ni tienen, en sí mismos, secuelas o efectos perjudiciales de ninguna clase (por lo demás, como es obvio, el control natural de la natalidad en pareja no significa necesariamente abstenerse de relaciones sexuales en los días fértiles, que son también los de mayor receptibilidad sexual femenina, siquiera sea por evitar también secuelas psicológicas o psicofisiológicas que puedan derivarse de ello).

Pero es que, además, aspectos como la "comodidad" y la "fiabilidad" tampoco son estrictamente objetivos: en realidad dependerán de cómo se viva o se quiera vivir la sexualidad (y en especial la sexualidad con sentido, la sexualidad conyugal de pareja), pues esos métodos naturales presuponen en todo caso una ética sexual común y una vivencia asimismo común de todo lo que la relación conyugal y sexual lleva consigo. En otras palabras: también el varón ha de vivir y de participar en las propias preocupaciones menstruales de su pareja (la "regla" es cosa de dos, aunque la experimente una), con lo que la pretendida "incomodidad" de estos métodos se atenúa bastante al ser compartida, e incluso estos métodos y estas preocupaciones comunes contribuyen no poco a aumentar la compenetración, la armonía sexual y el mutuo y recíproco conocimiento entre ambos sexos (y con ello aumenta también la pretendida "fiabilidad").

Con todo, quizá el problema básico de nuestra sociedad occidental contemporánea (que parece tan predispuesta a despreciar todo lo que ignora y a identificar lo bueno y lo útil con lo "cómodo" y lo "rápido") no sea tanto un problema de opciones, sino de disfunciones, de progresiva falta de perspectiva y de sentido para una sexualidad plena que vaya más allá del hedonismo y de la mera satisfacción egoísta del impulso sexual. Pero tampoco ésto es nada nuevo en la historia de los pueblos, de las culturas y de las civilizaciones.

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Imagen de un feto humano durante el embarazo
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