LA BIBLIA DESENTERRADA

UN NUEVO PARADIGMA HISTORIOGRÁFICO DE LOS ESTUDIOS BÍBLICOS A PARTIR DE LA SISTEMATIZACIÓN GENERAL DE LOS ÚLTIMOS DESCUBRIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS


 

El libro The Bible Unearthed ("La Biblia Desenterrada""), publicado en 2001 por los arqueólogos Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, marcará sin duda un antes y un después en los estudios bíblicos, en la medida en que vaya siendo paulatinamente digerido por la comunidad científica de historiadores, orientalistas, filólogos y arqueólogos bíblicos, así como por los propios estudiosos de carácter confesional (y la "digestión" va a ser y está siendo ya, especialmente entre estos últimos, inevitablemente lenta, dadas las muchas inercias historiográficas que el tema bíblico arrastra y los muchos apasionamientos que todavía despierta).


Cananeos en Egipto, pinturas de la tumba egipcia de Beni Hassán

 

Considerar este libro como el más definitivo targum arqueológico (=comentario interpretativo) de la Historia Bíblica, de todos los publicados hasta la fecha, no nos parece para nada exagerado, por mucho que nos parezca obvio también que la Arqueología es una disciplina científica necesariamente auxiliar de la Historia, y que de sus datos e hipótesis provisionales no se pueden inferir -sin más- conclusiones históricas pretendidamente definitivas, o dicho en otras palabras: de unos datos in praesentia (arqueológicos), por relevantes que sean, no se pueden invalidar otros "datos in absentia", e.e., eventualmente "históricos", sino tan sólo fijar y orientar el camino de las futuras conjeturas, hipótesis o teorías históricas, que en ningún caso podrán prescindir ya de los datos arqueológicos descubiertos, aunque tengan todavía a su favor los eventuales datos todavía por descubrir o desenterrar (que siempre serán muchos más numerosos y puede que hasta más definitivos). Dicho de forma más breve pero no menos obvia: la Biblia "desenterrada" será siempre una parte mínima de la Biblia todavía por desenterrar. Ése es el alcance y la extensión real (de momento como el de un "misil" de corto o medio alcance fuera del blanco, por así decir) de ese libro y del nuevo "paradigma" que representa.

El historiador de épocas antiguas trabaja (se ve obligado a trabajar) con una metodología muy distinta de la utilizada por el historiador medievalista o por el historiador de periodos contemporáneos; su dependencia de los datos arqueológicos es fundamental, pero no hasta tal punto de que esos datos arqueológicos sean la "única base" para sus construcciones historiográficas (p.e. conjeturas verosímiles, hipotesis probables, teorías más o menos evidenciadas, etc); únicamente tiene que poner buen cuidado en que esas conjeturas, hipótesis o teorías no estén en contradicción con los datos arqueológicos disponibles. Pero, de la misma manera, el arqueólogo debe poner buen cuidado también en no pretender sacar "historia" exclusivamente de los restos materiales y en no desechar todo aquello que "no esté probado arqueológicamente" (pues, aplicado esto con el máximo rigor, la Historia antigua sería poco menos que imposible en muchos casos). Dicho de otra forma: contando en todo caso con los datos arqueológicos disponibles y sin contradecirlos, el historiador puede y debe trabajar también con "pruebas por presunción" en muchos aspectos de esa Historia antigua en la que faltan datos documentados -o éstos están muy sobredimensionados, literaturizados o mitificados- y en la que los datos arqueológicos son siempre necesariamente insuficientes (el caso de la "historia bíblica" es paradigmático de todo esto).

Así, episodios como el relato bíblico del "Éxodo", interpretados literalmente, son desde luego incompatibles con los datos y hechos arqueológicos ya conocidos (quizá no con los todavía por conocer), pero ello no significa -sin más- que el famoso "éxodo" del pueblo hebreo o protohebreo nunca tuviera lugar, sino que en todo caso hay que interpretarlo bajo otros parámetros y otras coordenadas menos "literalistas" (por ejemplo como mitificaciones legendarias basadas en último término en algunos sucesos históricos reales y más o menos documentados por fuentes históricas extrabíblicas: p.e. migraciones e infiltraciones cananeas en Egipto a lo largo de varios siglos y posteriores reflujos migratorios en sentido contrario en épocas todavía muy imprecisas o al menos bastante dilatadas en el tiempo). Del mismo modo, aunque las historias de los patriarcas ancestrales del pueblo hebreo carezcan de confirmación arqueológica a día de hoy, y parezcan (y seguramente sean) el resultado de mixtificaciones posteriores de historias legendarias orales de distintos orígenes familiares y tribales, reelaboradas luego literariamente y fusionadas en una "historia nacional" común, nadie puede negar que las leyendas históricas casi siempre entretejen y mezclan elementos de ficción -y elementos históricos anacrónicos- con algunos elementos de realidad histórica muy anteriores, aunque en general bastante desfigurados y distorsionados por la propia transmisión oral durante muchas generaciones.

Quizá sea este pequeño "defecto" de no acertar a dar alternativas "históricas" (=verosímiles) a esos sucesos, que la arqueología material parece negar de plano, lo más decepcionante de éste por lo demás excepcional libro, y sobre todo la incapacidad de saber moverse en diferentes registros historiográficos simultáneamente (arqueológicos, históricodocumentales extrabíblicos, históricodocumentales bíblicos, legendarios bíblicos, etc) para "hacer historiografía" o al menos para no pretender negar sin más la posible "historicidad" de unos hechos arqueológicamente más que dudosos, pero sin recaer meramente en una "arqueohistoria materialista y deconstructiva" de la historia bíblica. Por eso hemos dicho antes que el libro parece un potente misil de medio alcance pero disparado (¿deliberadamente?) fuera del blanco. Y eso es precisamente lo que más decepciona.

El "Éxodo" no pudo tener lugar "tal y como" se narra en el texto bíblico y en la época en que la historiografía bíblica moderna suele fijarlo. Pero, ¿qué ocurre si esos datos cronológicos no son los correctos o están mal interpretados? O mejor, ¿y si el relato bíblico condensa en realidad datos diacrónicos pertenecientes a cronologías diversas, como suele ocurrir en todos los relatos históricolegendarios literaturizados?

¿Existió Moisés? Para la arqueología, para esa arqueología aferrada al dato material, desde luego que "no hay pruebas materiales de su existencia" (pero tampoco las hay ciertamente de lo contrario: de su no-existencia). Los datos biográficos que de este personaje proporciona el texto bíblico son básicamente literarios (con grandes paralelismos arquetípicos con los grandes personajes históricolegendarios de otras culturas y en especial con los de otros grandes reformadores religiosos antiguos). Su nombre, según el texto bíblico, significaba "salvado de las aguas" (en algún pasaje del libro que comentamos se dice que es un nombre hebreo antiguo, pero no se aporta prueba filológica alguna sobre ello). Sabemos que el nombre Mose era típicamente egipcio (generalmente en compuestos: Ra-mose, Ah-mose, etc) y significaba "nacido de..." (el psicoanalista Sigmund Freud fue el primero en proponer que "salir del agua" es un símbolo arquetípico universal del "nacimiento", que "ser salvado del agua" significa "nacer" o "renacer" en la simbología arquetípica y universal de lo inconsciente, y que "ser salvado de las aguas por alguien" significa "nacer de ese alguien", con lo que sugería que la princesa egipcia que lo sacó de la canastilla donde su madre biológica lo había colocado sobre las aguas del Nilo para librarlo de la orden de exterminio general del Faraón sobre los hebreos recién nacidos, era en realidad su verdadera madre, y en todo caso su madre real adoptiva, y que Moisés nació o renació de ella). Por supuesto que no podríamos esperar que sobre una historia tejida con elementos míticolegendarios pudiera haber en la historia documental egipcia referencias directas y reales. Pero si dejamos la historia literal bíblica de Moisés donde debe estar, en el plano míticolegendario, y buscamos en el plano histórico datos reales que pudieran ser la base histórica originaria de esa leyenda, los problemas no son tan insolubles. Si suponemos, p.e., que el Mose real, el Moisés histórico, era en todo caso un personaje importante en la corte egipcia, que trataba al propio Faraón con una inusual familiaridad, que el propio Faraón no se atrevía a hacerlo encarcelar o matar, que ambos hablaban sobre un mismo Dios, y que en todo caso en lo único que discrepaban era en el destino de la comunidad (proto-)hebrea residente en Egipto, tenemos aquí por lo menos una serie de elementos para "interpretar" en clave histórica esa "historia" bíblica legendaria, y en seguida podríamos comprobar que hay datos documentales suficientes en las fuentes egipcias, datos que no son en absoluto incompatibles con los datos arqueológicos ni con los "datos" bíblicos. Luego volveremos sobre Moisés.

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El faraon Ahmose I derrotando a los hicsos

 

Hay pruebas arqueológicas (e históricas en las propias fuentes egipcias) de movimientos migratorios recurrentes y prolongados de gentes de procedencia cananea a lo largo del siglos XIX, XVIII y XVII a.C. Las hay también de que, en un determinado momento histórico, la presencia de gentes semitas en el Delta fue realmente importante, hasta el punto de que implantaron su propio gobierno en las tierras egipcias septentrionales controladas por ellos; que extendieron progresivamente su poder y su influencia en el Bajo Egipto; que incluso sometieron a su dominio indirecto a las tierras del Alto Egipto (que llegaron quizá a hacer tributarias); que crearon sus propias dinastías (la XVª y la XVIª, cuyos reyes llevan nombres extranjeros, probablemente semitas); que fundaron su propia capital en el Delta (Avaris), y que dominaron sobre parte de Egipto por lo menos durante un siglo, hasta que una reacción militar de los egipcios desde el sur logró derrotarlos y expulsarlos a mediados del siglo XVI a.C.

El problema de la historicidad de los textos bíblicos sobre los patriarcas hebreos anteriores al "Éxodo" es que demasiado a menudo se ha pretendido comparar y relacionar directamente -y al mismo nivel- las "historias" bíblicas con los textos históricos de las civilizaciones de su entorno y los restos arqueológicos correspondientes. Y ciertamente esos textos bíblicos contienen historia, pero propiamente no son historia: no son "textos históricos", sino literarios, o todo lo más históricolegendarios (aquí los llamaremos "subhistóricos"). No se trata, por tanto, de intentar verificar los datos bíblicos en otros datos extrabíblicos históricos o arqueológicos, como si éstos pudieran ser la prueba de esa pretendida historicidad bíblica, porque esto es algo prácticamente tan inútil como inviable. Pero tampoco se trata de usar los datos arqueológicos e históricos extrabíblicos para negarles a los textos bíblicos cualquier clase de historicidad. Es como si pretendiéramos comparar en valor histórico los datos que tenemos en fuentes documentales egipcias sobre las "invasiones de los pueblos del mar" de finales del segundo milenio con los datos literarios y legendarios que los griegos del primer milenio se hicieron sobre las mismas en el ámbito egeo y mediterráneo (parte de esa visión helénica sobre esos acontecimientos, como es sabido, es la famosa "guerra de Troya" y los diversos "regresos" de los caudillos micénicos y aqueos que conocemos por la epopeya homérica). Y sin embargo, sabemos que esa visión literaria, mitificada y sobredimensionada por la tradición oral que los poemas homéricos transmiten sobre esa "guerra", constituye de hecho un cierto "reflejo" de una parte de aquellos acontecimientos históricos y reales que convulsionaron todo el Mediterráneo oriental a finales del segundo milenio a.C. y que impresionaron la memoria de las gentes helénicas en los siglos postmicénicos (y ya iletrados) inmediatamente posteriores.

Algo parecido ocurre con la historia de los hicsos (bastante oscura todavía en muchos aspectos) y con sus probables "ecos" mitificados y literaturizados en los relatos bíblicos sobre la estancia en Egipto de algunos de los patriarcas tribales hebreos ("proto-hebreos" sería un término históricamente más exacto, como hemos dicho). Hay cada vez un consenso más generalizado entre los historiadores, arqueólogos y egiptólogos acerca de los orígenes multiétnicos de esas gentes llamadas "hicsos" a partir del historiador grecoegipcio Manetón, y acerca también de su mayoritaria procedencia sirio-cananea, e incluso de la presencia de elementos (por lo menos culturales) de procedencia hurrita, anatólica y mesopotámica entre ellos. También hay evidencias arqueológicas de que esa "invasión" hicsa fue mucho menos violenta de lo que Manetón y otros habían imaginado y de que se trató -por lo menos en principio- de una inmigración progresiva y más o menos masiva, de una penetración pacífica en el Delta del Nilo de un conglomerado de gentes mayoritariamente semitas, empujadas principalmente por la necesidad de subsistencia de tribus enteras y por la desestabilización económica en todo Oriente Medio y las propias dinámicas de búsquedas de mercados alternativos para el comercio. Con el tiempo, los inmigrantes invasores aprovecharon la propia debilidad egipcia para hacerse con el control de importantes ciudades en el Delta, utilizando para ello la superioridad de algunas innovaciones armamentísticas propias más o menos generalizadas en todo Oriente Medio (entre ellas el uso del caballo y de los carros de guerra) pero desconocidas por los egipcios de esa época. E instauraron sus propios Estados con una serie de "reyes" primero comunes y luego locales, coetáneos de los reyes egipcios que todavía controlaban el sur del país. Esos reyes hicsos adoptaron en parte la propia cultura egipcia e incluso algunos de ellos llevaron nombres egipcios, aunque sus señas de identidad parecen haber sido bastante variadas (su principal actividad, que parece ser que era comercial más que bélica, les hizo receptores y creadores de una cultura de carácter verdaderamente plurinacional o multiétnica, que incluía elementos egipcios, siriocananeos, mesopotámicos e incluso egeos, como se ha evidenciado recientemente en las excavaciones arqueológicas de su principal capital, en Tell el-Daba, la antigua Avaris).

Conocemos por fuentes griegas y egipcias los nombres de algunos de esos reyes hicsos de los siglos XVII y XVI a.C., que desde Manetón se han agrupado en dos dinastías "egipcias" (la 15ª y la 16ª), correspondientes respectivamente a las que se conocen también como "dinastía de los grandes hicsos" (monarquía más o menos unificada inicialmente ) y "dinastía de los pequeños hicsos" (formada por diversos reyezuelos y gobernadores locales). Son nombres que en muchos casos y hasta cierto punto pueden identificarse como "semitas" (o al menos como "no-egipcios", "no-caucásicos" y "no-indoeuropeos"), y otros parecen mixtificados con nombres propiamente egipcios, aunque en todo caso se trata de nombres que nos han llegado muy corruptos por la propia transmisión y transcripción escrita. Pero en realidad sabemos muy poca cosa de la historia y de la cultura de estas gentes, aunque las excavaciones en Tell el-Daba están proporcionando interesantes datos acerca de su principal capital (Avaris), que parece haber sido no sólo una impresionante ciudad-fortaleza sino también una importante macrofactoría comercial de carácter multinacional.

Caja de cosméticos de inspiración egipcia hecha en marfil de hipopótamo, encontrada en Ugarit

 

En los relatos bíblicos del libro del Génesis se narran una serie de historias personales y familiares sobre los tres principales patriarcas hebreos (Abraham, Isaac y Jacob) y sobre su estancia esporádica en Egipto, estancia que se convirtió en permanente a partir de los hijos de Jacob. Son relatos muy literaturizados, reelaborados retrospectivamente a más de mil años después, con lo que las posibilidades de que hagan referencia a sucesos y acontecimientos puntuales y reales que se hubieran podido transmitir por tradición oral a lo largo de más de treinta generaciones son más bien escasas (no así las referencias a acontecimientos de carácter general: comercio esporádico con el Egipto faraónico de algunos grandes jeques tribales cananeos, asentamiento progresivo y pacífico de algunas tribus nómadas cananeas en el Delta -empujados por el hambre y la necesidad-, adquisición de cierta autoridad y autonomía en la zona, coincidiendo con un debilitamiento del poder político y económico egipcio en esos territorios del Bajo Egipto, etc). Una costumbre típicamente egipcia como es la circuncisión fue adoptada por los protohebreos en esa época (y también por gran parte de los pueblos cananeos), aunque el relato bíblico la considera instituida por el patriarca Abraham, al igual que retrotrae hasta éste las creencias monoteístas que siglos después serían distintivas de las gentes hebreas, aunque evidentemente fueron tomadas también de Egipto pero mucho después de ese patriarca. Obviamente, los textos egipcios ni confirman ni dejan de confirmar estos relatos legendarios bíblicos: lo único que constatan es la irrupción y asentamiento en las principales ciudades del Delta del Nilo de grandes contingentes de emigrantes nómadas de procedencia asiática, que permanecieron en el país egipcio durante más de un siglo, hasta que fueron expulsados por el faraón tebano Ahmosis I hacia 1550 a.C., que tomó Avaris, expulsó a los hicsos del Delta, y continuó hostigándolos cuando se asentaron en el sur de Palestina (debieron de ser tiempos difíciles para esos hicsos residuales, sometidos a los egipcios y progresivamente aculturizados y depauperados, como los "hebreos" del Éxodo).

Aparte, pues, de estos datos generales, lo único que tenemos como base de comparación histórica es una lista más o menos (in)completa de los principales monarcas y gobernantes hicsos y otra lista (de fuentes bíblicas) sobre las genealogías de los principales patriarcas (proto)hebreos. Sin embargo es precisamente esta lista genealógica bíblica uno de los elementos más interesantes e históricamente más fiables, pues la costumbre de todos los pueblos nómadas y beduínos de conservar oralmente de memoria las genealogías de los antecesores de su tribu es algo que les añade verosimilitud y autenticidad (a pesar de todas las inevitables distorsiones y corrupciones que hayan podido darse también en algunos de estos nombres a lo largo de su transmisión oral durante muchas generaciones).


El Yebel-Musa, la supuesta Montaña de Moisés en el Sinaí

 

En Génesis 11,10-11 encontramos esa lista, desde el legendario Sem, hijo mayor del mítico Noé y antecesor de todos los llamados pueblos "semitas", hasta el gran patriarca o jefe tribal y antecesor legendario de gran número de pueblos conocido como Abram o Abraham. Sem fue "el padre de todos los Bene Heber" (=hijos de Heber, biznieto de Sem), cuyo etnónimo es perfectamente identificable con los habiru o heberu o hapiru mencionados en las fuentes egipcias del siglo XIV (Cartas de Amarna), aunque el término parece ser de origen hurrita, con el significado originario de "nómadas". Sem engendró a Arfaxad, y éste engendró a Salaj o Salé, nombre que acaso puede relacionarse con el que según el grecoegipcio Manetón fue el primer rey hicso, el llamado Salitis.

A partir de éste, se puede hacer una correlación nominal entre ambas listas (la de los patriarcas hebreos y la de los reyes hicsos), y echándole cierta imaginación a la cosa pueden compararse y relacionarse algunos nombres, aunque no con criterios filológicos y científicos (dadas las corrupciones onomásticas de ambas listas) pero al menos intentando encontrar entre ellos alguna correspondencia fonética más o menos admisible (y desde luego puramente conjetural). Naturalmente, como suele decirse, ni están todos los que son ni son todos los que están, pues la dinastía XV tiene unos seis reyes y la dinastía XVI unos veintiocho reyes-gobernadores. Tampoco encontramos correspondencia nominal con los nombres de los doce hijos de Jacob, sino sólo con tres de ellos (Neftalí, Aser y Benjamín). Véamos gráficamente la posible correspondencia:

(Gen 11, 11 ):

Esquema con la lista de los patriarcas hebreos y de los reyes hicsos

En realidad, podrían ser originariamente dos líneas genealógicas, que la tradición hebrea confundió y fusionó en una, con una doble cronología y con el patriarca Jacob como figura principal y nexo de ambas:

Líneas genealógicas de los patriarcas hebreos y de los reyes hicsos

Relacionar todo esto con la historia mítica de José (Gén. 37 y ss. ) y con el asentamiento de las tribus (proto-)hebreas en Egipto, es en todo caso una lógica posibilidad "histórica" y una necesaria "traducción" del lenguaje míticolegendario al lenguaje histórico. Que esa historia de José refleje también la forma gradual en que los inmigrantes semitas fueron infiltrándose en una administración egipcia cada vez más inoperante frente a la desarticulación producida por unas crisis económicas generalizadas, no es desde luego un "hecho histórico", pero sí una perspectiva muy sugerente para entender unos hechos históricos por lo menos bastante probables. Los famosos hicsos (los "reyes-pastores" o "gobernantes extranjeros" de los siglos XVII y XVI a.C.) son sin duda los antepasados lejanos del pueblo hebreo histórico (al menos en parte); como también lo son, en los siglos XV y XIV, los restos de aquellos hicsos, los hapiru residuales que pululaban por el Delta y el Sinaí, más o menos fusionados ya, a mediados del siglo XIV, con otros cananeos mayoritarios y marginales asentados desde muchos siglos atrás en las ásperas colinas del país de Canaán (y denominados también hapiru en los documentos de Tell el-Amarna), y que luego serían denominados beduínos shonsu, y por último (finales del siglo XIII, Estela de Menerptah) "(pueblo o gentes de) Israel".

Es decir, los protohebreos procederían básicamente de dos grupos: protohebreos "residuales" descendientes de los hicsos, que formaban bandas de pastores y salteadores nómadas con bases en el Sinaí (el que no se hayan encontrado "restos arqueológicos" de sus supuestos campamentos nómadas en ese desierto no "prueba" en absoluto que no los hubiera), unos nómadas llamados luego hapiru y shonsu, fusionados con otro grupo mayoritario (protohebreos "marginales") constituido por clanes tribales cananeos asentados desde siempre en la zona montañosa de Canaán, con un modo de vida muy atrasado con respecto a las propias ciudades cananeas de la llanura y de la costa.

El proceso de etnogénesis del pueblo hebreo histórico tuvo que realizarse a largo de varios siglos, pero en todo caso tuvo que basarse en la fusión progresiva de ambos núcleos (el "residual" nómada del Sinaí y el Delta y el "marginal" seminómada y sedentario de las colinas de Canaán). La arqueología, como se apunta en el libro mencionado, muestra ya a finales del siglo XIII a.C. algunos de los campamentos más o menos semipermanentes de esos protohebreos marginales y evidencia que no consumían carne de cerdo, a diferencia de los cananeos de las aldeas y ciudades del llano. Pero el origen de este "tabú" alimenticio exclusivo es malentendido por Finkelman y Silberman, pues no sólo tuvo que deberse a deseos de mera distintividad con los demás cananeos y con otros pueblos vecinos, que sí consumían carne de cerdo, sino sobre todo a la necesidad de cohesionar y fusionar a bandas y grupos semíticos heterogéneos y dispares, diferenciados no en el idioma sino en las costumbres y en los hábitos alimenticios, y de hacer esta integración de nuevos grupos marginales o nómadas sin ningún peligro para los demás (era de sobra sabido, entonces como ahora, que el cerdo, animal omnívoro y voraz, criado al aire libre era propenso a comer todo tipo de animales, incluidas ratas y serpientes, y transmitía fácilmente graves enfermedades a las poblaciones humanas a través de la cadena alimentaria, enfermedades que hubieran diezmado a esos grupos recién fusionados). Del mismo modo, el otro gran "tabú" distintivo habría sido el culto a una misma deidad innominada, en contraposición al dios EL de los demás cananeos urbanos (el nombre de Isra-EL se ha interpretado modernamente como "los que combaten contra el dios EL") y como forma de que todos los grupos integrantes de ese "nuevo" pueblo vieran reconocidos en ese invisible "Dios-sin-nombre" a sus propios y diversos dioses clánicos y tribales. Si acaso, además de esto, algunos de esos grupos residuales minoritarios trajeron también, por contacto con el Egipto de la dinastía amarniense, ciertas ideas "monolátricas" que serían asimismo asumidas por los demás, es algo desde luego indemostrable, pero en todo caso históricamente muy posible. Esto es lo que se puede decir, históricamente o "subhistóricamente", sobre el origen de los hebreos en líneas muy generales, y desde luego no entra en contradicción ni con los datos arqueológicos ni con las propias leyendas biblicas. Pero nada de ello se aventuran a decir o a sugerir los autores del libro mencionado.

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Tumba de Rahmose

 

Del mismo modo, el "éxodo" bíblico debe considerarse dentro de esta perspectiva diacrónica general, por lo que su fijación en un momento histórico concreto nos parece ante todo un "error metodológico" grave, al trasponer algunos datos bíblicos supuestamente cronológicos (en realidad diacrónicos o anacrónicos en sentido amplio) con unas realidades históricas y arqueológicas concretas de una época determinada. La idea más aceptada actualmente es que el libro del Éxodo reflejaría sobre todo la situación de los hicsos residuales una vez vencidos y sometidos por el faraón Ahmosis I, cuya numerosa población "civil" debió de quedar en condiciones bastante precarias y a merced de los egipcios. El nombre bíblico de "Moisés" o "Moshe" podría relacionarse entonces, por antífrasis, con el de su enemigo: el faraón Ah-mose (="hermano de Mose"). Algunas especulaciones contemporáneas consideran que las famosas "plagas" narradas en el libro del Éxodo podrían reflejar de forma mitificada los fenómenos secundarios causados por una gran catástrofe natural ocurrida hacia la primera mitad del siglo XVI: la gigantesca explosión volcánica ocurrida en el Egeo, en la isla de Thera, de la que también se encuentran ecos en una estela del citado faraón.

Pero nada se opone tampoco (arqueológica e históricamente) a que el Moisés histórico, el fundador del monoteísmo hebreo, pudiera haber vivido dos siglos después de este "primer éxodo" y que pudiera haber sido (es sólo una conjetura) un poderoso personaje egipcio del siglo XIV, de la época de la dinastía de Amarna, aunque el "éxodo" propiamente dicho (o mejor dicho, la culminación de ese proceso de etnogénesis entre los "hapiru" nómadas y los "hapiru" sedentarios) se verificase mucho antes. Y así, p.e., en la época de Amarna conocemos el nombre de un alto funcionario egipcio llamado Ra-mose, que desempeñó cargos importantes en el reinado de Amenhotep III y luego en el de Amenhotep IV-Akhenatón, el "faraón hereje". Y conocemos no sólo su nombre, sino también su tumba tebana (en la que nunca fue enterrado); y también su retrato y el de las personas de su familia (y aquí sí que tendríamos, si aceptamos la hipótesis o conjetura, verdaderas "pruebas arqueológicas" de la existencia, si no del "Moisés" literario, sí al menos del Ra-Mosé histórico). Sabemos también que vivió en Amarna, que era seguidor de la monolatría oficial atoniana, e incondicional del faraón Akhenatón, por lo menos al principio. También sabemos que en Amarna hubo una importante colectividad de extranjeros, confinados en un barrio aislado en las afueras de la capital, que ese barrio estaba cerrado a modo de "ghetto" o cuartel, que sus habitantes eran probablemente trabajadores (no sabemos si asalariados libres, semiesclavos o esclavos) y que sus restos óseos evidencian que trabajaban en condiciones bastante duras y con una alimentación insuficiente; y sabemos asimismo que hubo graves epidemias en Amarna que diezmaron a la población infantil y adolescente. Suponer que esa colectividad extranjera fueran trabajadores "hapiru", que tuvieran poderosos protectores en la corte (por ejemplo la del tal Ramose o incluso la de la propia reina o alguna princesa amarniense), que en un momento dado -tras una grave epidemia que afectó a la población amarniense- decidieran abandonar la capital contra la voluntad del faraón, etc, etc, son desde luego conjeturas indemostrables, pero en todo caso conjeturas posibles y verosímiles, útiles y necesarias a veces para la reconstrucción de los periodos más oscuros o confusos de la historia antigua.

Los pormenores de la conquista de la tierra de los cananeos por los "hebreos" narrada en el libro bíblico de Josué son asimismo difíciles de verificar en su detalle. Pero es indudable que esa "conquista" se realizó en varias fases cronológicas distintas. La primera (documentada) ocurrió a mediados del siglo XIV a.C., y es la que se deduce de las Cartas de Amarna, en la que diversos reyezuelos sirio-cananeos piden desesperada ayuda al faraón Akhenatón contra las bandas de "hapiru" que amenazaban sus ciudades y territorios, dirigidos consecutivamente por dos caudillos, padre e hijo, llamados AbdiAshirta y Aziru. Estos nombres no son claramente identificables en el texto bíblico, y desde luego puede resultar algo excesivo relacionar el primero de ellos con el legendario caudillo bíblico Yeoshué (Josué), por ejemplo: Abd-yieoshé(r)d > Yieoshé(r), o con algún otro mencionado en ese mismo libro (Jos. 7, 16), por ejemplo la familia de un tal Zare (Aziru?) y Zabdi, en un cruento episodio que refleja las fuertes tensiones tribales y clánicas internas entre los grupos hapiru (también se menciona, CEA 256, a un individuo llamado Yishuya, que es mucho más relacionable filológicamente con el Josué bíblico). Pero esos dos jefes hapiru (según otros, amorreos), Abdi-Ashirta y Aziru, tuvieron sus dominios territoriales mucho más al norte del país cananeo, y de hecho los "hapiru" de las cartas amarnienses no son propiamente un "pueblo" sino un heterogéneo conglomerado de gentes nómadas residuales, fundamentalmente semitas. Lo único que la arqueología ha podido establecer es que no hay rastro de una conquista violenta del país de Canaán en los albores del primer milenio, que es cuando se fijaba más o menos convencionalmente esa conquista por los estudiosos bíblicos.

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Todo esto es lo que se echa de menos, con carácter general, en el libro de Finkelman y Silberman: "falta de imaginación histórica" en la reconstrucción hipotética de los hechos, incapacidad de levantar un nuevo y sólido edificio con cimientos arqueológicos nuevos. Se dirá que esto no es incumbencia de los arqueólogos, y sin duda no lo es; pero cuando se proponen paradigmas tan relevantes como los de ese libro, sus autores están más o menos obligados a llevar sus consecuencias hasta el final, no a quedarse en el más cómodo de los negacionismos, el de decir: no hubo patriarcas comunes, no hubo "éxodo", no hubo conquista de Canaán, no hubo "gran reino de David y Salomón" (Dawid no habría sido en realidad más que un poderoso jefe de bandoleros-mercenarios hapiru de comienzos del primer milenio), no hubo "gran Jerusalén salomónica" (pero sí una gran capital hicsa, Avaris, muchos siglos antes), etc. Porque el dilema no es aquí: "esto no ocurrió" o "esto sí ocurrió", sino más bien: "esto quizá no pudo ocurrir literalmente así, pero es obvio que pudo ocurrir o que tuvo que ocurrir de otro modo". La Biblia no es sólo historia; contiene historia, pero a menudo en unas "claves" mitológicas, legendarias, folklóricas, etc, que hay que saber "traducir" o "trasponer" a lenguaje histórico (de lo contrario nadie puede dárselas sin más de "historiador bíblico", por competente que pueda ser en su campo arqueológico específico). Y esa Biblia no sólo se puede desenterrar arqueológicamente, sino también literariamente, es decir, de los propios textos históricos extrabíblicos.


 
Querub del templo sirio neohitita de Ain Dará

 

Con todo, la mayor aportación del libro reseñado (aportación histórica) es su excelente reconstrucción de la época del rey judío Josías, y sobre todo de las innegables evidencias de que el núcleo de los libros bíblicos fue compuesto (y reelaborado en el caso de sus muchos materiales orales tradicionales) principalmente durante el reinado de este rey, y como parte sustancial de una intensa campaña políticorreligiosopropagandística para anexionarse los territorios del ya desaparecido "reino del norte". La Biblia, tal y como la conocemos, fue en su origen propaganda políticorreligiosa de los sacerdotes yahvistas al servicio de la monarquía del reino del sur o reino de Judá. Libros como el Deuteronomio o "segunda ley", del que se nos dice en el libro de los Reyes que apareció o fue encontrado en la biblioteca del Templo durante el reinado de Josías (traducción: fue compuesto y elaborado por los sacerdotes en esa época), así como el resto de los libros bíblicos denominados por la crítica textual moderna como "deuteronómicos", fueron sin duda parte fundamental de esa propaganda y se elaboraron en el siglo VII a.C. bajo el patrocinio directo de ese monarca judío. Esto es algo que los autores del libro que comentamos dejan perfectamente evidenciado. Es posible también que las diversas fuentes bíblicas consideradas por la crítica textual moderna (fuente "elohimista", fuente "yahvista", etc), que reflejan tradiciones orales antiquísimas de ambos reinos hebreos, el del norte y el del sur, fueran condensadas también en el reinado de Josías, sin perjuicio de que la reelaboración final de todo el conjunto, la formación definitiva del "canon" y las adiciones de los últimos libros bíblicos incorporados a dicho canon, se remonten a los tiempos inmediatamente posteriores al exilio babilonio del pueblo judío.

Pero pensamos que los autores sobredimensionan la figura del rey Josías en este poderoso patrocinio propagandísticoliterario, en menoscabo quizá de una figura históricamente mucho más importante, la de su bisabuelo (el rey Ezequías), verdadero promotor de la expansión hacia el norte, de la creación de esa "ideología yahvista" de Estado, y organizador y líder de la resistencia antiasiria en todos los pueblos de la región, secundado en todo momento por otra gran figura religiosa histórica, el profeta Isaías. Con bastante probabilidad, los primeros cuatro libros del Pentateuco o Toráh pudieran haber sido redactados en época de Ezequías, no de su biznieto Josías.

Sin embargo el gran proyecto de Ezequías fue derrumbado por la invasión asiria del ejército del rey Senaquerib. Finkelman y Silberman trazan un magnífico cuadro del desastre económico y social que sin lugar a dudas fue causado por la campaña asiria (algo que ni las fuentes hebreas, ni las asirias ni las egipcias comentan en detalle pero que sin duda se dió). Pero al mismo tiempo cometen un error de bulto al presuponer que la campaña fue un éxito completo para Senaquerib. O les faltan datos o sobredimensionan las propias y jactanciosas crónicas asirias. Porque si bien los asirios derrotaron a un contingente egipcio del faraón etíope Tararqa, que venía para auxiliar a los rebeldes, y arrasaron todo el territorio del reino de Judá y deshicieron la coalición antiasiria dirigida por Ezequías, lo cierto es que el poderoso ejército invasor tuvo que retirarse sin haber conseguido conquistar Jerusalén, muy bien fortificada, y el rey asirio tuvo que contentarse con dejar a "Ezequías el judío confinado en su propia capital, en Jerusalén, como pájaro enjaulado". Así debió de ser, en efecto, a pesar de que Ezequías tuvo que despojar gran parte de los ornamentos del Templo para pagar el tributo y mantener aplacado al asirio. Por otro lado, la retirada del ejército asirio tuvo que producirse en una situación catastrófica, en la que sus tropas quedaron mermadas por una epidemia de peste (tifus exentemático, probablemente, algo nada inusual en los ejércitos en campaña en la Antigüedad). Sabemos esto no por las crónicas asirias, que jamás mencionan desastres militares propios, sino por una alusión del historiador griego Heródoto, que recoge antiguas noticias sacerdotales egipcias que aludían a que "las ratas royeron las correas de los escudos asirios". El texto bíblico, utilizando una metáfora comúnmente empleada para designar las epidemias, dice simplemente que "el Ángel de Yahwéh hirió mortalmente en el campamento de los asirios a 105.000 hombres, y al levantarse por la mañana todos eran muertos".

En definitiva, desastre también para el rey asirio Senaquerib, que partió del territorio judío apresuradamente y casi sin ejército, lo cual habría de pasarle factura poco después (pues los reyes asirios se mantenían firmemente en su trono gracias a victorias militares constantes, mientras que las derrotas y desastres evidenciaban que no gozaban ya del favor divino y propiciaban conspiraciones militares y sus regicidios consiguientes). Hubo, en efecto, en Nínive, la capital asiria, una conspiración en la que al parecer intervinieron también dos de sus hijos, y Senaquerib fue asesinado. Le sucedió otro de sus hijos, Asaradón, el futuro conquistador del Delta de Egipto.

El sucesor de Ezequías en el trono de Judá fue su hijo Manasés, que en principio -acaso de adolescente- fue llevado cautivo a Asiria (quizá tan sólo como rehén), pero que luego fue liberado por los asirios y repuesto en el trono. Desde entonces fue un dócil y valioso "peón" en el tablero de la dominación asiria de Oriente Medio, lo cual sin duda favoreció también la recuperación económica del territorio judío dentro del imperio asirio. Pero el proyecto "pan-israelita" y "yahvista" de su padre fue abandonado, pues sufrió un duro golpe con la invasión asiria, y de nuevo florecieron en la tierra judía los cultos populares milenarios hacia las aseras, los baales y otras divinidades cananeas en perjuicio del exclusivista Yahwéh oficial, que parecía haber abandonado a su pueblo.

Fue retomado de nuevo y con gran intensidad por el nieto de Manasés, Josías, pero ya en unos tiempos en que los egipcios volvían a recuperar su hegemonía en la zona tras la definitiva crisis de la dinastía sargónida y del imperio asirio. Finalmente, el "piadoso" rey Josías, y con él su proyecto, murió en un enfrentamiento con el faraón egipcio Necao. El texto bíblico presupone una batalla o escaramuza en Meggido, pero Finkelman y Silberman, considerando que Meggido era ya por entonces una poderosa fortaleza ocupada por los egipcios, prefieren suponer ("sin prueba alguna" ciertamente) que el faraón llamó a Josías para una entrevista y decidió asesinarle. Personalmente preferimos la versión bíblica, más heroica por lo menos, del rey judío herido de muerte en una escaramuza con tropas egipcias en las proximidades de Meggido y llevado por los suyos en su carro a Jerusalén, donde fue sepultado. Así terminó el proyecto de construcción de la "nacionalidad" hebrea, que sólo pudo ser continuado y completado (ya sólo en lo religioso, no en lo político y territorial) tras la vuelta del destierro de Babilonia, en que se reescribieron las crónicas de los antiguos reyes judíos, incluidos Ezequías, Manasés y Josías. Sólo entonces (tras la experiencia colectiva del destierro) nació con carácter definitivo la verdadera identidad judía, y también la recopilación final y el canon definitivo de los textos bíblicos. Y sólo entonces los cronistas hebreos (desde su propia perspectiva religiosa rigurosamente yahvista) pudieron contar la historia de su pueblo de una forma insólita en las civilizaciones precedentes, es decir, mencionando también los desastres y derrotas propias (bien que atribuyéndolos a la propia impiedad de sus reyes, que había sido más o menos general entre los últimos monarcas hebreos, con la excepción de Ezequías y Josías).

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Con todos esos defectos historiográficos mencionados, el libro de Finkelman y Silberer es ya, sin embargo, un libro imprescindible para el estudio de la historicidad de los textos bíblicos y para la propia historia del texto (y del contexto) bíblico. A partir de él, ya podemos empezar a considerar sin demasiados prejuicios que los textos bíblicos se conformaron como tales en el siglo VI a.C., entre los reinados del gran Ezequías y de su biznieto Josías (con el paréntesis generacional de Manasés y del hijo de éste), como una visión propagandística y retrospectiva de una "historia y una religión nacionales", y que su redacción y reelaboración formó parte de un ambicioso programa religiosopolítico de esos monarcas y de la casta sacerdotal yahvista, en su intento de expansión hacia el norte y en su pretensión de cuajar y consolidar definitivamente una verdadera identidad "hebrea" (religiosa) entre los propios cananeos del país, pues no otra cosa que "cananeos" eran y habían sido siempre sus habitantes, siempre predispuestos a volver a sus ancestrales (y nunca abandonadas del todo) prácticas religiosas de origen: "baales", "aseras", etc.

Sólo por eso este libro se merece un sitio de privilegio entre toda la densa y abundante -y a menudo demasiado redundante también- historiografía bíblica contemporánea.

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OTRO LIBRO (IM)PRESCINDIBLE

-- "¿Quién escribió la Biblia?" (Who wrote the Bible?), Richard Elliot Friedman, 1987. Se trata de un clásico de la crítica textual bíblica, de fácil y sugestiva lectura, donde se expone el resumen y recapitulación de la hipótesis más conocida de los estudios compositivos bíblicos contemporáneos, la "hipótesis documentaria" sobre las diversas fuentes redaccionales de la Biblia. Un solo defecto: la hipótesis se maneja con excesiva amplitud, como si fuera ya una teoría probada, y lo que en principio pudiera ser válido para determinados pasajes muy concretos (p.e. los nombres de Dios) se amplía arbitrariamente a muchos otros en los que los criterios estilísticoliterarios no evidencian en absoluto su adscripción a una o a otra supuesta fuente compositiva. Con todo, resulta de lectura obligada para conocer los pormenores y paradigmas en los que se mueve desde hace décadas la crítica textual bíblica contemporánea.

FILMOGRAFÍA

-- En el ámbito divulgativo de la "historia" bíblica, hay una reciente serie brasileña de TV (2013) en 38 capítulos, titulada "José de Egipto", que amplía en profundidad el esquemático relato bíblico del libro del Génesis (capít. 34 y ss) y aporta interesantes y sugestivos valores antropológicos y estéticos; con todo, el relato textual bíblico sigue teniendo una multiplicidad de aspectos que forzosamente se quedan fuera de cualquier recreación cinematográfica moderna (por ejemplo una curiosa "teoría de los ciclos económicos y de la acumulación de capitales" en Gen. 47, 13-26, que sorprendería incluso a los economistas modernos)

Princesa egipcia, tumba de Menna
Asera, diosa cananea de la fecundidad
Rahmose
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