¿ La mayor impostura jamas realizada?

¿La mayor impostura jamás realizada?


Se ha escrito tanto sobre la realidad humana del Cristo, sobre el Cristo hombre, que parece difícil a estas alturas descubrir nuevos aspectos, nuevas perspectivas, nuevos enfoques o nuevas sugerencias sobre su figura. Creemos, sin embargo, que es siempre positivo hablar de ello (bien o mal), profundizar en ello, contemplarlo desde todas las perspectivas posibles (teológicas, psicológicas, históricas, racionalistas, reverentes, irreverentes...), pero -a ser posible- sin quedarnos nunca con ninguna en concreto, sino con una visión polivalente que sea capaz de mostrarnos toda la riqueza de una figura que supo dar con su muerte la verdadera dimensión divina del ser humano y que fue capaz de transformar el Mundo y de indicar el camino de esa transformación.

También a nosotros se nos ha ocurrido una pequeña fantasía sobre este personaje tan trascendental en la historia humana y en la historia de la civilización. Y hemos querido hacerlo desde un espíritu convencionalmente "racionalista" y deliberadamente "irreligioso", con objeto de anticiparnos a otros intentos todavía más torpes -que sin duda se harán- para desprestigiar a una figura ética, mítica, simbólica, divina, histórica y humana, de por sí prácticamente indesprestigiable. Para ello hemos elegido el aspecto más vulnerable y contradictorio de esta figura, ésto es, su dimensión humana, y nos proponemos elaborar aquí una pequeña "intrahistoria" de lo que pudo ser (y tal vez no quiso ser) la verdadera historia de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, llamado el "Cristo" de Dios.

Nos proponemos, pues, realizar a continuación algo así como una "encuesta" o "investigación judicial" sobre unos sucesos un tanto misteriosos y que han dado no poco que hablar y muchísimo que pensar a numerosas generaciones: la misteriosa muerte y la no menos misteriosa "resurrección" de un misterioso individuo llamado Jesús de Nazaret. No quedan ya testigos vivos de estos sucesos (ocurridos hace casi dos mil años) y no podemos, por tanto, interrogarlos directamente; pero tenemos algunas "pistas" y algunos testimonios y pruebas que tal vez nos dejen llegar -a pesar de los siglos transcurridos- a conclusiones más o menos definitivas que nos permitan cerrar definitivamente el "caso".

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Nuestro punto de partida es bien sencillo. Vamos a partir de dos premisas lógicas, completamente racionales e incuestionables, puesto que queremos hacer ante todo una investigación racional y objetiva del asunto. Y las premisas y sus consecuencias razonables e inmediatas son las siguientes:

1 - Si Jesús de Nazaret era un ser humano (y partimos de la base de que, en efecto, lo era), tuvo que morir y no pudo "resucitar" o revivir físicamente.
2 - Si en verdad fue visto con vida después de haber sido crucificado, muerto y sepultado, es que verdaderamente no murió en la cruz.

¿Existe alguna duda razonable para suponer que Jesús no murió en la cruz? ¿es ésto posible, a la vista de los testimonios?

Antes de contestar a estas preguntas, analicemos primero estos testimonios sobre su presunta muerte. Se reducen a cuatro relatos circunstanciales sobre la crucifixión, de los cuales el más detallado y el único que parece estar narrado directamente por un testigo presencial de los hechos es el evangelio de Juan. En efecto, los relatos de Mateo y Marcos coinciden punto por punto en todos sus detalles sobre la crucifixión e incluso en el orden narrativo de los hechos, tanto que resulta obvio que uno se inspira probablemente en el otro, o bien que ambos siguen un relato anterior o prototipo común, muy estereotipado, procedente de uno o varios testigos presenciales. Que uno de esos testigos presenciales no pudo ser el propio evangelista "Mateo" parece demostrarlo un pequeño detalle, a saber, que ese evangelio menciona que durante la crucifixión hubo lo que a juzgar por su descripción parece que fue un eclipse de sol (acontecimiento de por sí bastante importante y que sin embargo no es mencionado en el de Juan, que -como se ha dicho y luego se verá- parece ser el único que procede del testimonio directo de alguien que verdaderamente estuvo presente en dicha crucifixión). Por otro lado, astronómicamente no es posible que un eclipse solar dure tanto tiempo como se dice en ese pasaje del evangelio de Mateo ("desde la hora sexta hasta la hora nona", es decir, casi tres horas); además, la crucifixión tuvo lugar en la víspera de la Pascua judía, que se celebraba hacia la mitad del mes hebreo lunar de Nisán, que coincidía siempre con la luna llena o casi llena (o sea, con la Tierra entre ella y el Sol), por lo que es imposible el eclipse.

También menciona Mateo que hubo un terremoto al poco de producirse la muerte de Jesús (hecho que no es mencionado por ninguno de los demás evangelistas) y que asimismo se abrieron algunos sepulcros y algunos muertos "resucitaron" y posteriormente se aparecieron a muchos en Jerusalén (tampoco esas "resurrecciones" son mencionadas en los otros evangelios).

El cristo de Miguel Ángel (Iglesia del Santo Espírito de Florencia)

Sin negar radicalmente ambos sucesos, pero sin salirnos de consideraciones exclusivamente racionales y lógicas, cabe pensar -y el propio contexto no se opone a ello- que ese terremoto pudo producirse algún tiempo después (semanas, meses) de la propia crucifixión (y lo mismo el eclipse), y que el evangelista -según un procedimiento narrativo muy frecuente en los textos bíblicos y semíticos antiguos- lo asocia directamente a esta crucifixión y a la propia muerte de Jesús; en cuanto a la supuesta (e increíble) "resurrección" de algunos "muertos", podemos suponer -con cierto esfuerzo racionalizador- que tal vez se trata de una "resurrección" espiritual y simbólica de aquellos que no creían en el Cristo (y estaban, por tanto, espiritualmente "muertos") y que después creyeron en él (="resurrección"), o que quizá se refiere -simplemente- a la aparición en sueños de muchas personas ya fallecidas a sus respectivos familiares (hecho bastante frecuente y normal, pero que en aquella ocasión, debido a la sugestión y conmoción de estos sucesos, parece que esas visiones oníricas se incrementaron -o se comentaron- mucho más). En cualquier caso se trataría de indudables elementos mítico-simbólicos muy del gusto de este evangelista, pero que apoyan la idea de que él no sólo no estuvo presente en la crucifixión sino que transmite una versión (mitificada o no) anterior a la propia mitificación que él mismo hace -o continúa- sobre estos sucesos.

Tampoco del estereotipado relato del evangelista Marcos puede deducirse que éste fuera testigo ocular de la crucifixión; sin embargo aporta un dato importante: Jesús estuvo en la cruz durante seis horas, antes de morir. El relato de Lucas, a su vez, sigue muy de cerca en los detalles el de los dos evangelistas anteriores, pero recoge o recrea también bastantes elementos apócrifos de otras versiones orales que circulaban sobre estos hechos (así, por ejemplo, el diálogo con el "buen ladrón"); su narración de los hechos, con ligeras omisiones y con los referidos elementos apócrifos añadidos, es sustancialmente la misma de los otros dos evangelistas mencionados.

Así pues, los tres evangelistas llamados sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) ofrecen un relato básicamente homogéneo que, en su conjunto (y salvando los elementos míticos, simbólicos y apócrifos), parece bastante verídico y coherente, un relato que provendría de una desconocida versión común anterior, procedente de uno o varios testigos presenciales, los cuales -en principio- no parecen ser ninguno de esos tres evangelistas mencionados. Esta versión común presenta además algunos elementos que están ausentes de la versión de Juan, el cuarto evangelista, y dichos elementos son: la presencia de un tal Simón de Cirene a quien los soldados romanos "requisan" para que ayude a Jesús -seguramente muy debilitado por la flagelación previa recibida- a que lleve la cruz hasta el lugar de la ejecución (Lucas es el único que especifica que este Simón sostenía el madero por detrás); la alusión a cierto brebaje (vino con hiel o con mirra, posiblemente -según opinan algunos comentaristas modernos- un "anestésico" que embotaba los sentidos y que hacía más llevadera la crucifixión, brebaje que Jesús no quiso tomar); las injurias y burlas inferidas a Jesús en la cruz por algunos judíos (los transeuntes, los jefes de los sacerdotes y los otros dos crucificados, según Mateo y Marcos) o por los propios soldados (según Lucas, que entiende también que el agua con vinagre ofrecida al reo era una burla más, cuando en realidad parece que fue más bien un acto compasivo de algunos soldados); el grito de Jesús en la cruz (una conocida frase del salmo 22: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"); las aproximadamente seis horas que -según Marcos- duró el suplicio, desde la hora tertia (hacia las diez de la mañana) hasta la hora nona (hacia las cuatro de la tarde), aunque ello se contradice con la versión de Juan, que indica que a la hora sexta Jesús estaba todavía en el pretorio en presencia del gobernador Pilato. Así pues, ninguno de estos elementos mencionados (Simón de Cirene, brebaje de vino con hiel o mirra, injurias y burlas, grito de Jesús en la cruz, etc) se encuentran en el evangelio de Juan, aunque se puede pensar que para éste no eran tal vez demasiado relevantes y que pudieron muy bien ser pasados por alto por dicho evangelista o por su fuente directa.

Todos los elementos básicos mencionados en los relatos sobre la crucifixión (tomando como base el relato de Mateo), así como el orden narrativo de estos elementos en los cuatro evangelios, pueden esquematizarse en el siguiente cuadro:

Los detalles comunes de Juan con los tres restantes están narrados en otro orden, distinto del orden estereotipado de los tres evangelistas sinópticos, de lo cual se puede inferir que ninguno de los tres se inspira directamente en el relato de Juan, sino en otras versiones. Hay que notar también que los tres sinópticos discrepan de Juan en el detalle de que las mujeres seguidoras de Jesús contemplan la crucifixión "desde lejos", mientras que Juan menciona a varias mujeres: María (la madre de Jesús), otra María (la de Cleofás, tía de Jesús), y María Magdalena, junto a la cruz. Ambas versiones no son estrictamente contradictorias, pues cabe suponer que la mayoría de las mujeres contemplaban la escena a cierta distancia, pero las más ligadas afectivamente a Jesús (su madre, su tía y su "discípula" preferida) estaban efectivamente junto a la cruz. El detallado relato del evangelio de Juan es, en efecto, el de alguien que estaba junto a la cruz, que oyó las palabras que Jesús dijo desde la cruz y que pudo leer detenidamente el letrero colocado sobre ésta. El evangelista Lucas atribuye a Jesús otras palabras que no están mencionadas en ninguno de los otros tres relatos, aunque no por ello debe pensarse que son necesariamente apócrifas (pues todo lo que Jesús dijo desde la cruz pudo ser recogido y seleccionado en diferentes versiones: la de Juan, la común de Mateo, Marcos y Lucas, y otra(s) version(es) o fuentes diversas recogidas además por Lucas).

Los cuatro evangelistas coinciden en que Jesús murió en la cruz. Pero Juan introduce además un hecho muy relevante: a Jesús no le quebraron las piernas (según era costumbre para acelerar la muerte del reo), pues los soldados -cuando iban a hacerlo- vieron que ya estaba muerto; uno de ellos se limitó a darle una lanzada en el costado, y de la herida brotó sangre y agua, hecho que al evangelista que lo vió le pareció prodigioso (se trataría de una especie de "hidropesia" que algunos comentaristas modernos han explicado científicamente como un fenómeno fisiológico perfectamente verosímil; para otros, ese "agua" era probablemente fluido pericárdico y pleural).

Éstos son los hechos. Los cuatro evangelistas dicen que murió: una numerosa multitud fue testigo de ello (al menos lo fue de que Jesús fue efectivamente crucificado), y entre esa muchedumbre había bastantes amigos del reo y también numerosos enemigos; los propios soldados romanos y el jefe de éstos (un centurión) certificaron su muerte, y el evangelio de Juan refiere ese detalle que parece que no puede dejar dudas sobre la muerte efectiva de Jesús: la lanzada en el costado. Todos, amigos y enemigos, quedaron -al parecer- convencidos de su muerte. Jesús, que había estado toda la noche anterior sin dormir, que había recibido numerosos golpes y una dura flagelación previa al suplicio (hasta el punto de que, según parece, no tenía fuerzas para llevar por sí solo la cruz en el trayecto hasta el lugar de ejecución), que estuvo además crucificado durante más de seis horas (el cuerpo fue bajado del madero a última hora de la tarde o ya de anochecida en todo caso), y que además recibió una lanzada en el costado: ¿pudo sobrevivir a todo ésto? Sin duda que no; y sí creemos que no, parece que tenemos que creer también que Jesús indudablemente murió.

Pero volvemos a la pregunta inicial: ¿cabe siquiera una duda razonable sobre esta presunta muerte, a la vista de los datos analizados?, ¿es posible que -con todo éso- Jesús no muriese realmente en la cruz y que todo hubiera podido ser un "truco" o un "montaje" cuidadosamente preparado, es decir, una ejecución "simulada"? Y la respuesta es: sí, es posible; pero para ello es preciso que los propios soldados romanos estuvieran complicados activamente en ese supuesto montaje, y sobre todo que la fuente directa del evangelio de Juan, testigo ocular, exagerara el detalle de la lanzada en el costado o, sencillamente, se lo inventara. Puede parecer una posibilidad tal vez algo extravagante (aunque quizá, como veremos, no lo sea tanto), pero en cualquier caso -en cuanto posibilidad- merece analizarse, dado que si Jesús hubiera sido -por ejemplo- decapitado públicamente, las dudas razonables serían mucho menores (aunque, a decir verdad, siempre existiría la remota posibilidad de que se pudiera tratar de un "doble" o de alguien muy parecido físicamente a él). Con todo, es necesario demostrar completamente si Jesús murió o no, antes de adentrarnos en el objeto principal de nuestra "investigación judicial" o "encuesta intrahistórica": la supuesta Resurrección. Vamos, pues, a considerar razonadamente las posibilidades de la hipótesis de que todo hubiera sido una farsa muy bien montada, y vamos a examinar -con todos los elementos lógicos presentes en las fuentes informativas básicas de que disponemos (los cuatro evangelios)-, y admitiendo esta hipótesis como posible, cómo pudo realizarse la cosa y quién o quiénes tuvieron que participar y estar implicados en ello.

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¿Es posible simular una ejecución en la cruz? Sin duda que sí, al menos con mucha más facilidad que otros tipos de ejecuciones. Este bárbaro suplicio de la crucifixión había sido adoptado por los romanos en el siglo III a.C. (seguramente de los cartagineses), y los romanos lo reservaban en principio para los esclavos (y también, naturalmente, para los prisioneros de guerra, criminales, bandidos, etc, todos los cuales -según las propias concepciones jurídicas romanas- se convertían automáticamente en esclavos a todos los efectos). Era una forma de ejecución de la pena de muerte que resultaba especialmente lenta y cruel, y consistía básicamente en colgar por los brazos al condenado (atado o clavado, o ambas cosas) en un madero transversal y horizontal, fijado sobre otro palo vertical más largo y clavado en tierra, sobre el cual "descansaba" el cuerpo y los pies (éstos últimos también sujetos o clavados al madero). Una forma más simplificada era clavar al reo en un único madero vertical hincado en tierra (utilizada al parecer en ejecuciones masivas, en las que a veces las víctimas eran simplemente "empaladas").

 

La tortura de la cruz consistía precisamente en que el reo debía hacer considerables esfuerzos musculares y respiratorios para soportar el propio peso de su cuerpo en una postura rígida y en una "suspensión" basada en apoyos muy ligeros y precarios (con las piernas ligeramente flexionadas, el cuerpo contorsionado y los pies superficialmente apoyados); la agonía podía prolongarse durante muchas horas (a veces durante más de un día, según los soportes de madera y otros apoyos complementarios adicionales que se fijaran en la cruz y según la propia resistencia física del reo); la víctima moría finalmente por parada cardiaca e insuficiencia y colapso respiratorios, en medio de grandes espasmos y calambres; para acelerar la muerte bastaba con quebrar las piernas al condenado con un mazo o una barra de hierro, con lo que el cuerpo perdía todo apoyo de sujección y la muerte sobrevenía casi inmediatamente. Los persas "inventaron" una variante aun más cruel de este suplicio: el reo era previamente desollado vivo (se le arrancaba la piel en tiras finas con cuchillos muy afilados) y luego se le crucificaba (así murió, por ejemplo, el griego Polícrates, el famoso tirano de Samos, después de caer en manos de los persas; el historiador Heródoto -no sin cierta repugnancia- describe cómo el cuerpo aún vivo de Polícrates exudaba sus humores corporales expuesto bajo un ardiente sol). En la crucifixión romana, que tenía diversas variantes en las posturas del reo, éste era generalmente clavado en la cruz por las muñecas y los tobillos, pero con frecuencia no se clavaban directamente los clavos de hierro sobre los miembros, sino a través de unas pequeñas planchas o tablillas de madera colocadas sobre éstos, con objeto de evitar desgarros y desprendimientos inoportunos. A veces simplemente se les ataba con cuerdas.

Pues bien, para aceptar que la crucifixión de Jesús fue simulada hay que admitir que -por supuesto- no fue clavado en la cruz (en ningún evangelio, por cierto, se dice que lo fuera, salvo en una posterior alusión del evangelio de Juan que luego analizaremos), sino sólamente atado, pues de lo contrario podría haber muerto desangrado. Tal vez, después de atado, incluso pudo simularse que también era clavado con clavos: clavando sobre la cruz las mencionadas placas o tablillas de madera colocadas sobre las muñecas y tobillos, pero sin atravesar realmente éstos (cosa que no podía distinguirse a simple vista al quedar las muñecas y tobillos ocultados por dichas placas). En todo caso, el travesaño para apoyar los pies tuvo que ser fijado de modo lo suficientemente cómodo para que el peso del cuerpo se apoyase plenamente en él, sin estar realmente en esa incómoda y mortal "suspensión" en la que la flexión de las piernas y su ligera sustentación eran la clave del suplicio. De este otro modo, en cambio, la "crucifixión" resultaba completamente inocua, pues la única incomodidad del reo era estar con los brazos en una postura rígida durante muchas horas (lo cual, salvo algún calambre o algunas pequeñas molestias musculares, no entrañaba en realidad un grave peligro para su vida).

Todo ésto pudo ser hecho muy fácilmente por los soldados encargados de la ejecución (que es de suponer que estaban muy experimentados en tales tareas), y tampoco tenía por qué levantar ninguna sospecha entre los asistentes (judíos que sin duda habían presenciado muchas ejecuciones de este tipo, pero que en general desconocían el fundamento básico de este suplicio). Para más verosimilitud, las otras dos personas crucificadas con Jesús ("bandidos", según los evangelistas) lo fueron realmente. A la credibilidad de la cosa pudo contribuir el hecho de que Jesús estaba un tanto mareado y fatigado, además de visiblemente sangrante, debido a la flagelación recibida (de la cual nada sabemos con certeza, ni podían saberlo tampoco los propios evangelistas, puesto que se llevó a cabo en el interior del pretorio, sin presencia de ningún judío, que no querrían "contaminarse" entrando en el palacio de un pagano y no poder comer la Pascua, de manera que no sabemos si fue rigurosa en exceso, habida cuenta de que el procurador Pilato pretendía tan sólo impresionar y conmover los ánimos de los judíos -según cuentan los evangelistas-, o si fue más bien una flagelación para mantener las apariencias; en cualquier caso, paradójicamente, la dureza de una flagelación previa servía para abreviar y atenuar los tormentos de la crucifixión). Jesús, una vez en la cruz, pudo ser además deliberadamente anestesiado: recordemos el mencionado brebaje de vino mezclado con hiel y mirra, y sobre todo ese misterioso botijo con "agua y vinagre" que los soldados tenían presuntamente para su uso personal (un "refresco" típicamente romano) y del que por medio de una esponja fijada a una rama dieron de beber a Jesús. ¿Era realmente vinagre, o más bien alguna droga o substancia narcótica, bien conocidas por la farmacopea de la época? El caso es que, tras haberla bebido, Jesús perdió el conocimiento ("expiró", según los evangelistas).

Si aceptamos por un momento que los hechos pudieron suceder así, podemos pensar también varias cosas: primero, que tal vez el propio Jesús no era consciente de que le estaban salvando la vida (o que tal vez sí que lo era y representó perfectamente su papel); segundo, que el evangelio de Juan quizá exageraba (o mentía) en el detalle de la lanzada en el costado, que bien pudo ser un simple rasguño o amago que algún soldado le hizo para disimular, ya que no le quebraron las piernas según era costumbre y según habían pedido expresamente los jefes judíos para acelerar su muerte; y tercero, en esta supuesta crucifixión simulada tuvieron que estar complicados necesariamente todo el grupo de soldados que en ella participaron, incluido sobre todo el centurión que los mandaba. Y si ésto fue así, hay que pensar que, o bien obedecían a su vez órdenes expresas de sus superiores, o bien actuaban por su propia cuenta y fueron sobornados por alguien mediante dinero, mediante muchísimo dinero (pues sólo así puede creerse que los soldados se expusieran de ese modo sin tener órdenes expresas). Pero, si ellos actuaban por su cuenta y riesgo tras haber sido generosamente sobornados, ¿quién o quiénes habían podido gastar tanto oro en comprar la experta y necesaria colaboración y el silencio de ese pequeño grupo de soldados y de su jefe? Evidentemente alguien muy influyente y al mismo tiempo muy rico.

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Los cuatro evangelios mencionan a un personaje llamado José, natural de la ciudad de Arimatea; era (según Mateo) un hombre muy rico y además miembro del Sanedrín o Consejo supremo judío (según testimonio de Mateo y Marcos), pero en secreto (por temor a los demás judíos) era también seguidor de Jesús. Este hombre se presentó en la tarde del viernes (víspera de la festividad de la Pascua) ante el gobernador Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús para darle sepultura. Recordemos que, por la mañana temprano, los miembros del Sanedrín que habían acudido ante Pilato con Jesús preso no habían querido entrar dentro del Pretorio para no "contaminarse" por el contacto con la casa de un pagano y poder comer la Pascua debidamente purificados, y el propio Pilato tuvo que salir fuera a recibirles (Jn, 18, 28); José de Arimatea, por el contrario, no mostraba este escrúpulo religioso y acudía ahora al Pretorio para pedir el cuerpo de Jesús. Pilato accedió (el evangelio de Marcos es el más explícito sobre esta entrevista: Pilato se sorprendió de que Jesús hubiera muerto tan pronto y mandó llamar al centurión que estaba a cargo de las ejecuciones para preguntarle si en verdad había muerto ya; informado por el centurión de que -en efecto- había muerto, ordenó que se le entregara el cadáver a José). Así pues, seguramente en presencia del referido centurión y de los soldados, descolgaron el cuerpo de Jesús mediante una sábana y lo envolvieron en ella. Era ya la hora de la caída de la tarde, y (a excepción de algunas de las mujeres mencionadas que contemplaban la escena a cierta distancia) no debía de haber ya demasiados curiosos en las inmediaciones, pues al anochecer comenzaba el sábado, día de precepto, que ese año coincidía además con la Pascua, y ningún judío practicante querría "contaminarse" estando junto a un cadáver. Estaba presente asimismo (mencionado sólo por el evangelio de Juan) un tal Nicodemo, judío de nombre helenizado, un fariseo que era también seguidor en secreto de Jesús y que había traído unos perfumes para ungir el cuerpo (cien libras de una mezcla de mirra y áloe, dice el evangelio de Juan).

De José de Arimatea nada se nos dice hasta ese momento, pero a Nicodemo se le menciona (Jn,3, 1-15) en una entrevista secreta con Jesús (en la que -por cierto- en medio de disquisiciones teológicas formuladas por Jesús en el oscuro y simbólico lenguaje de los esenios, se habló también, más o menos veladamente, de la necesaria crucifixión, aludiendo alegóricamente a la "serpiente de bronce" levantada por Moisés en el Sinaí -Números 21, 8-9-, que según algunos era en realidad una cruz de bronce, y más concretamente una cruz ansada egipcia). Nicodemo tuvo después otra intervención personal intercediendo con aparente imparcialidad por Jesús ante los otros fariseos, lo que le valió algunas críticas y reproches por parte de éstos (Jn, 7, 45-53). Pero no es difícil conocer algunas de sus actuaciones precedentes: pocos días antes de la Pascua, en efecto, los jefes de los sacerdotes y las autoridades religiosas judías habían decidido en consejo apresar a Jesús en Jerusalén en cuanto hubiera ocasión, y darle muerte públicamente, pues veían la creciente e imparable popularidad de Jesús entre las masas y temían sobre todo -tal vez no sin razón- la reacción violenta de los romanos contra todo el pueblo judío si las cosas llegaban a mayores extremos. Su discípulo Judas le estaba traicionando, pero Jesús sabía todo ésto, y lo sabía evidentemente por el propio José de Arimatea, que formaba parte del Sanedrín, y por Nicodemo. Por ellos, Jesús y sus discípulos se habrían enterado asimismo de que los jefes judíos planeaban matar a Lázaro (Jn, 12, 10), el amigo de Jesús, y seguramente le avisaron a tiempo para que se pusiera a salvo con sus dos hermanas, Marta y María. Tanto José de Arimatea como Nicodemo estuvieron también presentes, la noche anterior a la crucifixión, en la casa de Caifás, el Sumo Sacerdote, cuando llevaron a Jesús preso a la presencia del Sanedrín allí reunido, y fue posiblemente uno de ellos el que introdujo a Simón Pedro en el patio de la casa (Jn, 18,15).

Sepultura colectiva de la época de Jesús, con piedra rodante en la entrada

Pues bien, José de Arimatea y Nicodemo llevaron el cuerpo de Jesús a una tumba nueva que había en un huerto cercano al lugar de la crucifixión, cuyo dueño era el propio José (los sepulcros de Palestina en esa época -"pudrideros" en realidad- consistían en una cámara amplia excavada en roca viva y cerrada con una losa vertical redonda de piedra rodante que se corría hacia un lado para abrir la tumba; en su interior había unos poyos o bancos de piedra adosados a la pared, sobre los cuales se depositaban los cadáveres -generalmente pertenecientes a una misma familia-, vendados de pies a cabeza con fajas de lino y cubiertos de aromas; allí permanecían hasta su total putrefacción, y los huesos eran luego llevados a osarios). Algunas de las mujeres galileas que presenciaron la crucifixión fueron tras ellos y estuvieron mirando cómo era depositado el cuerpo (Mateo y Marcos mencionan expresamente a María Magdalena, a Salomé -quizá la madre de Santiago el Mayor y Juan-, y a otra María, la madre de Santiago el Menor, primo o quizá hermanastro de Jesús); estas mujeres, a la vuelta, prepararon aromas y mirra con la intención de volver otro día (el día siguiente al sábado) a ungir el cadáver. José y Nicodemo cerraron la tumba con una gran piedra y se marcharon. El evangelio de Juan (y también el de Marcos) parecen sugerir que se depositó allí a Jesús provisionalmente, dada la proximidad al lugar de la ejecución y teniendo en cuenta que el sábado (día de precepto) no se podía hacer actividad alguna.

Al día siguiente, sábado (y además día de Pascua), nadie se movió a causa de ser día festivo para los judíos. El evangelio de Mateo es el único que menciona que los jefes de los sacerdotes acudieron ante Pilato para pedirle que les dejara montar una guardia ante el sepulcro hasta el día tercero, para evitar que los discípulos de Jesús robaran el cuerpo y dijeran luego al pueblo que había resucitado de entre los muertos al tercer día, según había prometido el propio Jesús. Pilato les concedió autorización, y ellos montaron la guardia y precintaron la entrada de la tumba. Este episodio -posiblemente distorsionado por el evangelista- puede tener otra lectura (sugerida en el evangelio de Marcos y en el de Juan cuando insisten en la circunstancia de que los hechos se produjeron la víspera de la festividad de la Pascua, que además ese año caía en sábado), y esta "lectura" es la siguiente: José de Arimatea, del que nadie sospechaba que era simpatizante de Jesús, convenció fácilmente a los demás miembros del Sanedrín de la conveniencia de que no quedaran los cadáveres de Jesús y de los otros dos ajusticiados con él expuestos en la cruz en un día tan señalado (Jn, 19, 31) y se ofreció para pedir al procurador romano que le entregara el cuerpo y para depositarlo y guardarlo personalmente de forma provisional en el propio monumento sepulcral que él mismo había construido para sí (ésta sería en realidad la verdadera "guardia" del sepulcro mencionada por Mateo), y evitar de paso que los "galileos" se hicieran con el cuerpo y lo utilizaran fraudulentamente; los miembros del Sanedrín, que nada sospechaban, aprobaron esta resolución y este consejo de José. Así pues, la entrevista de los jefes judíos con Pilato narrada en Mt, 27, 62 parece que hay que entenderla en realidad como un reflejo distorsionado de la conversación entre el procurador romano y José de Arimatea. Pilato, convencido de la necesidad de que el pueblo no se alborotase con falsas noticias eventualmente difundidas por los seguidores de Jesús, accedió a las razonables peticiones del magnate judío y acaso incluso le autorizó también a que llevase a vigilar la tumba durante ese día y el siguiente a algunos de los soldados (¡precisamente los soldados sobornados que habían intervenido en la "ejecución"!).

Interior del sepulcro (vista desde la entrada)

Los relatos evangélicos relativos a la sepultura de Jesús coinciden sustancialmente, aunque cada evangelista aporta detalles propios: así, el de Mateo es el único que menciona la guardia puesta por los judíos -en realidad, por José de Arimatea- ante el sepulcro; y el de Marcos es el que comenta más pormenorizadamente la entrevista entre José de Arimatea y Pilato; el de Juan menciona además a Nicodemo, y el de Lucas -que utiliza a veces palabras textuales del de Mateo- no añade ningún nuevo detalle, salvo la observación de que las mujeres seguidoras de Jesús no se movieron de su casa el sábado, por ser día de precepto.

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Con todos estos datos, podemos aventurar -conjetural y provisionalmente- una primera explicación de lo que había ocurrido en realidad. Y la explicación podría ser la siguiente:

Unos días antes de la Pascua, José de Arimatea sabía que la prisión de Jesús era inminente, y el propio Jesús parecía obsesionado por ponerse en manos de sus enemigos y dejarse conducir como un cordero al matadero. Puesto que los judíos no tenían autoridad para condenar a muerte, ni -seguramente- se hubieran atrevido a hacer con Jesús lo que había hecho con Juan el Bautista el tetrarca Herodes en su jurisdicción, era evidente que Jesús acabaría en manos de los romanos y que indudablemente sería crucificado. Había que actuar con rapidez. José, personaje prestigioso y muy rico, entró en contacto con el jefe que estaba al mando de los soldados que solían llevar a cabo estas ejecuciones, y que no era otro que el mencionado centurión. En general, los centuriones romanos, si tenían algún defecto (aparte de la brutalidad con sus propios soldados) éste era sobre todo la venalidad y la corrupción (pues a menudo aceptaban todo tipo de sobornos incluso de sus propios soldados cuando éstos querían verse exonerados de algún servicio). Consiguió, pues, sobornarle, prometiéndole grandes sumas de dinero; el riesgo no era demasiado grande: si la cosa salía mal, Jesús moriría sin remedio, pero los soldados encargados de la ejecución y de la vigilancia de la misma sabían bien cómo tenían que hacer la "puesta en escena" sin levantar sospechas, y no estaban tampoco dispuestos a correr demasiados riesgos personales. Nadie se enteraría, salvo el propio centurión y sus hombres. Podemos creer que Pilato posiblemente no sabía nada (el propio relato del evangelio de Marcos y el detallado relato del de Juan durante el proceso de Jesús parecen -en principio- exculparle completamente de cualquier connivencia con estos hechos, que además para él mismo y para su prestigio ante el César podrían resultar extremadamente peligrosos y comprometidos si eran descubiertos y tenían consecuencias en algún eventual motín de los judíos, aunque de hecho tampoco puede descartarse del todo su participación, pues -por algunas noticias transmitidas por el historiador Flavio Josefo- sabemos que gustaba de la provocación y de la irreverencia hacia la religión judaica). Lo mismo ocurre con el propio Jesús: si acaso lo ignoraba todo, si estaba convencido de que iba a morir y a resucitar, es seguro que nada le contaron, pues en tal caso quizá hubiera estropeado los planes (su negativa a tomar la bebida anestésica y sus propias palabras en la cruz parecen confirmar aparentemente su desconocimiento de estos planes). A menos que estuviera fingiendo y que hiciera a la perfección su papel en un plan ideado por él mismo personalmente.

Pues bien, el centurión y sus hombres hicieron perfectamente su trabajo (incluso en el camino del suplicio, para evitar el peligro de que Jesús llegase al lugar de ejecución completamente extenuado, echaron mano de un transeunte -Simón de Cirene- para que le ayudase a llevar el madero, dato que fue referido después por los hijos o parientes de éste, conocidos personalmente por el evangelista Marcos o por su fuente). Los soldados sobornados se repartieron los vestidos del condenado, como era usual (la túnica de Jesús, bordada y tejida en una sola pieza, era una vestidura propia de un personaje distinguido, tal y como era de esperar en un aristócrata judío, descendiente de la casa real de David). Nadie sospechó nada (tal vez ni siquiera el testigo directo del evangelio de Juan, pues seguramente los soldados romanos hablaban en todo momento en latín, aunque sin necesidad de comprender su lengua el evangelista o su fuente directa así como los demás presentes entendieron perfectamente cómo los soldados se echaban a suertes esta rica vestidura). Para mayor verosimilitud, y cuando Jesús estaba ya narcotizado y sin conocimiento, uno de los soldados le haría un ligero rasguño en un costado, una herida leve que servía sobre todo para salvar las apariencias. El centurión certificó la muerte de Jesús ante Pilato, y éste -como juez- concedió a José de Arimatea el cuerpo del ajusticiado. Así pues, José de Arimatea y Nicodemo -en presencia de los soldados- descolgaron el cuerpo de Jesús, aún inconsciente, lo envolvieron rápidamente en una sábana (para que nadie notara que todavía estaba vivo) y lo llevaron -quizá en algún carromato- hasta la tumba cercana.

¿Fue inevitable que algunas de las mujeres presentes notasen algo extraño en lo que estaba pasando? ¿o tal vez se consiguió engañarlas también a ellas? Parece ser que a las mujeres las tuvieron en todo momento a prudente distancia y que -con cualquier excusa- no les permitirían por ahora acercarse al cuerpo; a uno de los discípulos presentes le sugerirían que llevase a casa a la madre de Jesús, y ninguno de ellos debieron de estar presentes en el momento de la conducción del cuerpo hasta la sepultura. José y Nicodemo entraron, pues, con el cuerpo de Jesús en la tumba, llevando ungüentos, aromas y vendas, con el pretexto de fajarle y ungirle, según era costumbre, pero en realidad para hacerle una primera cura de urgencia de sus heridas. Las otras dos Marías (la Magdalena y la de Santiago) permanecían sentadas afuera, delante de la sepultura.

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Giotto di Bondone, Noli me  tangere (detalle)

¿Qué ocurrió después? El acontecimiento tuvo lugar "al tercer día" (es decir, dos días después de la crucifixión). Por el relato de Mateo (que seguramente se limita a transmitir una versión muy mitificada de los hechos) es fácil inferir lo que realmente pudo suceder: María Magdalena (sola o en compañía de Salomé y de María la de Santiago), con un apasionamiento y curiosidad típicamente femeninas, ese mismo día o tal vez al día siguiente al sábado, al amanecer, volvieron al lugar con ungüentos y perfumes para ungir el cuerpo de Jesús; encontraron corrida la piedra de la entrada, se asomaron al interior de la tumba y...vieron lo que menos esperaban ver, quedando sobrecogidas de espanto: Jesús estaba vivo, sentado en el interior del sepulcro y cubierto con una sábana limpia que le había servido de sudario (el "ángel de vestidura blanca" que menciona Mateo). La conmoción de las mujeres fue grande (casi un "terremoto" anímico, como sugiere Mateo). José de Arimatea y Nicodemo (los "guardias" de la tumba) posiblemente también estaban allí y seguramente quedaron muy contrariados por haber sido sorprendidos y descubiertos por estas inoportunas mujeres, pero ya la cosa no tenía remedio. El propio Jesús saludó y tranquilizó a las aterrorizadas mujeres, que no daban crédito a sus ojos, y seguidamente las despachó con el encargo de que contasen a sus discípulos su "resurrección" y de que le esperasen en tierras de Galilea (donde podría reunirse con ellos con más tranquilidad) y que no dijesen nada a nadie más. La versión de Juan, seguramente más exacta en los detalles (aunque tal vez el orden narrativo de los textos esté algo alterado), dice que la Magdalena iba sola (o al menos no menciona a otras mujeres) y que se encontró abierta la entrada y se quedó fuera llorando; luego se asomó y vió a los mencionados "ángeles" (que tal vez no fueran ya Nicodemo y José, bien conocidos por María, sino simplemente dos médicos esenios enviados por ellos a cuidar de Jesús: el hecho de que sean confundidos con "ángeles" significa en todo caso que eran dos desconocidos y que vestían túnicas blancas de lino, según la costumbre esenia); entonces alguien a su espalda la llamó: ¡María!, y ella se volvió y reconoció a Jesús (a quien al principio no había podido reconocer, acaso porque Jesús se había afeitado la barba). Éste la envió a que diera recado a los discípulos, y ella -de camino- se encontró con Simón Pedro y con otro más (el propio Juan, según la interpretación tradicional). Ambos, o por lo menos Pedro, no creyeron a la Magdalena (como era de esperar), pero fueron corriendo hacia la tumba para comprobar si el cuerpo de Jesús seguía allí; el otro discípulo (y quizá la propia Magdalena), más ligero por ser más joven, llegó antes, pero no se atrevió a entrar; llegó a continuación Pedro, y entró el primero, y tras él el otro discípulo; allí vieron las vendas y el sudario recogidos en un rincón, pero la tumba estaba ya vacía.

Tras la partida de las espantadas mujeres (o de la Magdalena sola), Jesús y los que estaban con él habían dejado la tumba abierta y se habían marchado (o tal vez el monumento tenía incluso alguna otra entrada secreta o cámara anexa). El propio José de Arimatea se dirigió a Jerusalén, pagó al centurión la suma convenida y aleccionó a los soldados sobre lo que tenían que decir; y comunicó luego a los otros consejeros del Sanedrín que se había encontrado abierta la tumba y que sin duda los discípulos de Jesús habían robado el cadáver al amparo de la noche, durante el sábado, cosa que los propios soldados romanos corroboraron; los judíos fueron engañados por segunda vez, e incluso es posible que pagaran a los soldados con dinero del tesoro del Templo para que divulgasen esa versión llegado el caso. Y ésa fue también la versión "oficial" que desde entonces circuló entre los judíos. Poco tiempo después, Jesús se reunió (se "apareció") tres veces sucesivas a sus once discípulos (dos veces en casa de éstos y una a orillas del Mar de Galilea). En el primer encuentro, algunos apóstoles no daban crédito a sus ojos; Jesús les enseñó sus manos, en las que -por supuesto- no había huellas de clavos (el evangelio de Juan no dice que las hubiera, sino que todos esperaban que las hubiera). Comió con ellos unos peces y estuvo en su compañía (por cierto, que la expresión de dicho evangelio en la que se dice que Jesús apareció entre ellos "estando cerradas las puertas de la casa" no significa necesariamente -como suele interpretarse- que Jesús "atravesara" las paredes, sino que es una forma de decir que se reunieron en secreto). Varias semanas después se despidió de ellos definitivamente, con el encargo de que fueran a predicar el Evangelio en todo el mundo civilizado. A continuación, acompañado de dos hombres vestidos de blanco (seguramente los mismos esenios que estuvieron con él en el sepulcro), se alejó subiendo por los montes, y los discípulos permanecieron con la vista en él hasta que "desapareció" de sus ojos en el horizonte (Hechos de los Apóstoles,1, 9-11).

No sabemos si todos los soldados romanos que habían participado en los hechos mantuvieron silencio sobre el asunto (es de suponer que sí, pues se jugaban la vida en ello); en esos momentos, además, los propios jefes judíos eran también los más interesados en que la cosa no se divulgase demasiado, y, transcurrido algún tiempo, aunque los soldados hubiesen contado la verdad, no hubieran cambiado para nada los acontecimientos posteriores. Los soldados (que no eran seguramente más de cuatro, pues el evangelio de Juan refiere que se repartieron los vestidos de Jesús en cuatro partes) pudieron ser trasladados después a otras unidades en otros distantes puntos del Imperio. Seguramente no eran soldados legionarios, sino soldados de las tropas auxiliares, que eran generalmente los que se encargaban de las ejecuciones y otros trabajos "poco honrosos" (no serían, pues, de origen itálico, como lo eran los soldados legionarios, y probablemente no tenían tampoco ciudadanía romana). Pero ¿y el centurión? Este centurión (al que varios evangelios atribuyen esa "solemne" declaración sobre la divinidad del Cristo al pie mismo de la cruz) es sin duda un personaje-clave en todo este asunto. Los evangelios de Mateo (8, 5-14) y Lucas (7, 1-10) mencionan a cierto centurión de Cafarnaúm, uno de cuyos familiares había sido curado milagrosamente por Jesús; pero por el relato del evangelio de Juan (Jn, 4,46) parece ser que en realidad no era un suboficial romano sino un cortesano de Herodes. En los "Hechos de los Apóstoles" (Act., 27, 1) se menciona a un centurión llamado Julio, de la cohorte "Augusta", que es el que llevó prisionero hasta Roma, después de un accidentado viaje por mar, al apóstol Pablo. Pero, a juzgar por el tiempo transcurrido, tampoco éste puede ser el que buscamos (téngase en cuenta, además, que en Judea debía de haber por esa época no menos de 160 centuriones, correspondientes a cuatro legiones completas, más otros tantos centuriones opcionales o subalternos).

Sin embargo, es muy posible que nuestro centurión no se marchase de Judea. En efecto, en los Hechos de los Apóstoles (Act.,10) se habla también de cierto centurión llamado Cornelio, de la cohorte denominada "Itálica", que podría ser el que algunos evangelios apócrifos llaman Longinos (su nombre romano completo sería Quinto Cornelio Longino). Debía de estar ya, por la edad, licenciado del ejército, y se había quedado a vivir en Palestina, donde -según la costumbre de los militares veteranos- adquirió tierras y propiedades. Vivía en la ciudad costera de Cesarea, y aquí viene el dato significativo que permite suponer que se trata del hombre que buscamos: hizo llamar y venir hasta Cesarea al apóstol Pedro, al que deseaba conocer personalmente. Habían pasado ya más de veinte años desde aquella memorable crucifixión; el movimiento cristiano crecía y se extendía de forma imparable, y este centurión quería sin duda ver de cerca al principal de los Apóstoles. Dice el evangelista Lucas que el centurión y su familia fueron bautizados por Pedro. Es posible que así fuera. Y también es muy posible que el propio centurión no le contara al apóstol la verdad sobre unos hechos en los que él mismo había sido una pieza fundamental (aunque también es posible que este centurión no conociera toda la verdad, pues pudo comprobar que Jesús había estado clínicamente muerto y desconocería la naturaleza de la droga que lo mantuvo en estado cataléptico); tal vez no quiso contarle nada porque quedó impresionado por la santidad del viejo discípulo de Jesús, o tal vez porque él mismo dudaba ya de la verdad de esos hechos y empezaba a creer en la divinidad del Cristo. No lo sabemos. Pero la anécdota es bastante significativa en todo este contexto.

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El Cristo crucificado, o Cristo de San Plácido, pintura al óleo de Velázquez (Museo del Prado)

Y ahora se imponen otras preguntas: ¿creyeron los discípulos en esa resurrección o fueron puestos al corriente de lo sucedido?, ¿qué fue de Jesús a partir de su desaparición?, ¿estuvo el propio Jesús implicado en todo este montaje?, ¿con qué fin se hizo todo ésto?

En lo relativo a la primera pregunta, de si los discípulos más allegados llegaron a saber algo, parece casi seguro que ninguno de los apóstoles (o al menos la mayor parte de ellos) tuvieron conocimiento de este engaño, según se desprende de los propios relatos evangélicos oficiales. Todos (o la mayoría de ellos), en efecto, parece que creyeron que Jesús había muerto y resucitado (prueba de que ni José de Arimatea, ni Nicodemo, ni el centurión Cornelio y sus cuatro soldados, que eran los principales implicados, contaron nunca a nadie lo sucedido realmente, o por lo menos la cosa no se divulgó). Existen diversos relatos apócrifos supuestamente escritos por Nicodemo, y otros atribuidos al propio José de Arimatea; pero todos ellos, de elaboración muy tardía, no pueden ser admitidos como verídicos ni siquiera en parte. Las llamadas "Actas de Pilato", por ejemplo, contienen demasiados elementos inverosímiles que invalidan globalmente su supuesto valor histórico, aunque en algunos aspectos completan con acierto (literariamente, no históricamente) determinados detalles fragmentarios de los evangelios acerca del proceso de Jesús. No obstante, parece admisible que tuvieron que existir en latín documentos oficiales auténticos sobre este importante proceso judicial, e incluso informes (oficiales u oficiosos) dirigidos por el procurador Pilato al César Tiberio. Que parte de esos documentos o cartas (hoy perdidos en todo caso) llegasen a conocimiento de algunos cristianos y pasaran luego a formar parte de la literatura cristiana apócrifa es una posibilidad que no resulta del todo inverosímil, pero en general la historicidad de esos relatos es casi siempre muy escasa.

Los demás evangelios apócrifos tampoco aportan ninguna luz sobre el asunto que nos ocupa, aunque tal vez contienen en algún caso elementos auténticos conservados en tradiciones marginales (pero siempre muy reelaborados y distorsionados). Los apócrifos asuncionistas y gnósticos, por ejemplo, resaltan significativamente la figura del apóstol Tomás, al que presentan como el confidente más íntimo de Jesús y el único que estaba al tanto de cosas que los demás discípulos desconocían. Tal vez, sin pretenderlo, estos apócrifos nos dan alguna pista sobre ciertos conocimientos que Tomás tenía de la verdadera actividad de Jesús y del paradero de éste tras su "resurrección" (el apóstol Tomás, según esta tradición, estuvo predicando en Persia y en la India, donde murió). También es significativa la supuesta relación o posible estancia de Jesús en la ciudad mesopotámica de Edesa, según cierta tradición apócrifa. Pero es evidente que los autores de esos apócrifos transmitían en todos estos casos vagas y lejanas noticias tradicionales cuyo verdadero significado y alcance ellos mismos desconocían. Sobre los demás apóstoles, tampoco parece demostrable que supieran algo de todo ésto, aunque está claro que ninguno de ellos lo contó (bien porque no lo sabían, o bien porque no quisieron ni convenía contarlo), como tampoco desmintieron ciertas versiones o leyendas "milagrosas" en torno a la vida y "milagros" de Jesús que ellos sabían que no respondían en absoluto a la realidad, pero que dejaron que se mitificasen por sí mismos en la transmisión oral evangélica de la primera comunidad cristiana. Todos ellos creían en Jesús, aunque no entendieron del todo su doctrina; sabían también bastantes cosas sobre sus presuntos "milagros", y seguramente esperaron durante el resto de su vida su regreso, que ellos creyeron inminente. Pero Jesús no regresó nunca más, seguramente porque había muerto ya (esta vez de verdad) en tierras muy lejanas.

Jesús, tras su "resurrección", partió sin duda hacia otros países dispuesto a emprender su nueva vida (su segunda vida). ¿A dónde pudo ir? Seguramente no a los países de romanización reciente (Hispania, Galia, Numidia, Iliria) ni a los países bárbaros (Mauretania, Germania, Escitia), pero quizá tampoco a ninguno de los países mediterráneos civilizados (helenizados) que estaban también bajo dominio romano (Egipto, Grecia, Asia Menor o la propia Italia). ¿A dónde entonces? Quedaba ciertamente un país lejano, perteneciente a un gran imperio independiente, e incluso enemigo de Roma: el imperio de los persas o partos. Las tierras de Babilonia y Media, la desembocadura de los ríos Eufrates y Tigris (donde según las leyendas hebreas habría estado el Paraíso Terrenal o Jardín del Edén y donde en tiempos históricos estuvo exiliado el pueblo judío), bien pudieron ser el primer punto de destino del "resucitado". Persia, el Irán, el "país de los magos", estaba además muy vinculado a la biografía apócrifa de Jesús y a la doctrina y secta de los esenios. No olvidemos que Jesús era, en cierto modo, el "rey" de los magos: la leyenda apócrifa relatada en el evangelio de Mateo, que habla de unos magos astrólogos (no especifica su número) que le ofrecieron -de recién nacido- oro, mirra e incienso, tres elementos que parecen simbolizar respectivamente el poder terrenal, el poder sobre la muerte y el poder divino, parece que alude de forma mítica y simbólica a las más que probables relaciones ulteriores de Jesús con los esenios durante su desconocida adolescencia y juventud. ¿Eran también dos esenios aquellos dos misteriosos personajes "vestidos de blanco" (es decir, al modo esenio) que acompañaron a Jesús en su viaje? Es posible, y es posible también que fueran ellos los que le proporcionaron las desconocidas drogas que le permitieron permanecer durante varias horas en un estado cataléptico de muerte aparente. Sea como fuere, el caso es que resulta altamente probable que Jesús, tras su "resurrección", marchase seguramente a Persia, donde tomaría una nueva identidad (tal vez partió en alguna de las caravanas que hacían esa ruta, y en las que José de Arimatea, rico mercader de Jerusalén, debía de tener buenas amistades y contactos). En Babilonia, o en la propia Persia, también había colonias de mercaderes judíos, que nada sabían de Jesús y de sus andanzas, y que le proporcionarían los medios necesarios para emprender esa nueva vida y desaparecer para siempre del "mapa romano". Tal vez allí le esperaban ya desde hacía algún tiempo su amigo Lázaro y las dos hermanas de éste; tal vez allí se reuniría con él, tiempo después, su propia madre (recordemos esa leyenda cristiana que habla de la asunción de María "en cuerpo y alma", o dicho de otro modo, de su desaparición), y quizá también se reunió allí con él (¿cómo no?) la inevitable María Magdalena, que no se había despegado de él ni en su vida ni en su "muerte" y quizá tampoco en su "resurrección". Allí, el "rey de los magos", aprendería de ellos nuevos "trucos", e incluso es posible que también visitara el inmediato país de la India, donde no dejaría de asombrarse con algunas habilidades de sus faquires, y tal vez el Tíbet, o acaso la remota isla de Ceilán...(algunos han llegado a relacionar conjeturalmente los nombres de los dos protagonistas de una conocida leyenda budista -Visuantara y Madri- con el de una pareja de extranjeros -¿Iesua y Mariam?- que, afincados en el norte de la India a finales del siglo I de nuestra Era, llegaron a ser consejeros de cierto rajá y fueron luego desterrados por su enfrentamiento con la poderosa casta sacerdotal de los brahmanes, en plena controversia entre el budismo y el brahmanismo, marchando probablemente desde allí hasta la isla de Ceilán, donde hicieron grandes bienes a sus habitantes; esta leyenda budista es tardía, y considera al mencionado Visuantara como la "última reencarnación del Buda", pero no es improbable que se trate de una literaturización posterior sobre sucesos históricos acaecidos en alguna ciudad del norte de la India hacia el siglo I de nuestra Era).

María Magdalena (Catedral de Burgos)

En cuanto a la Magdalena (personaje femenino evangélico al que no pocos comentaristas identifican con María la de Betania, hermana de Marta y de Lázaro), su culto en Occidente es bastante curioso: empezó en Asia Menor, con los gnósticos, centrándose luego en la ciudad de Éfeso (acaso como re-cristianización del antiguo culto local a la diosa Artemis). También aparece la figura de la Magdalena en la tradición judía talmúdica y en diversas leyendas judaicas (según las cuales residió en la población de Magdala, junto al lago de Genesareth, y estuvo casada con un rabino muy celoso, fugándose luego con un oficial romano, hasta que conoció a Jesús y se enamoró de él). En la Edad Media reaparece su culto en tierras francesas meridionales, en la Provenza, y algunos vincularon su figura (de forma un tanto "herética" y velada) a la Nôtre Dame de numerosas iglesias y catedrales góticas (que sería la advocación secreta de la Magdalena, no de la Virgen María), del mismo modo que se la identifica también con numerosas representaciones pictóricas de la Virgen con cabellos rubios, no morenos (y que serían imágenes de la Magdalena, no de la madre de Jesús). El culto a la Magdalena terminó por ser adoptado por la Iglesia, con no pocas reticencias y bastante tarde (siglo XIII). La tradición popular la ha identificado desde siempre con la "adúltera arrepentida" descrita en los evangelios, donde -por cierto- no se habla demasiado de la Magdalena (e incluso se la confunde con la hermana de Lázaro, llamada también María, y con la mencionada adúltera). No ha faltado tampoco la sospecha de que la importante figura de María Magdalena haya sido intencionadamente minimizada y desdibujada desde las primeras "redacciones (falsificaciones y supresiones) canónicas" de los relatos evangélicos originarios, para diferenciarlos de los relatos que circulaban entre los herejes gnósticos y que hacían de esta mujer la amante y principal discípulo y confidente de Jesús (con un papel mucho más importante que el de cualquier otro de sus discípulos). Es ese cristianismo gnóstico el primero en sugerir -implícitamente- que Jesús pudo no morir en la cruz, sino que engañó a todos (a todos los que verdaderamente se merecían ser engañados por su falta de auténtica ) y huyó en compañía de la única persona que había creído verdaderamente en él, la única que no le negó ni le traicionó: Mariham, la de Magdala.

Fuera como fuese, el caso es que Jesús no regresó nunca más a su tierra. No tenía objeto alguno su regreso. ¿Tuvo noticias de lo que ocurría en su país natal? Es posible, y es posible que viviese lo suficiente para enterarse de cómo se propagaban sus doctrinas de forma imparable y para conocer de oídas el espantoso asedio y destrucción que sufrió Jerusalén en el año 70 a manos de los romanos. Pero para esas fechas, muchos de los protagonistas de esta historia habían fallecido ya: empezando por el anciano José de Arimatea.

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Pero volvamos atrás y revisemos algunos detalles de esta historia verosímil. Pocos son los datos, aunque a veces son muy elocuentes por sí mismos. Este José de Arimatea, por ejemplo, que dada su condición de miembro del consejo de ancianos no debía de tener menos de sesenta años, ¿por qué se implicó y se complicó en toda esta historia?, ¿por qué un hombre de gran prestigio y fortuna personal, intachable a los ojos de los demás magnates judíos, había mantenido en todo momento una inclinación hacia Jesús? ¿Es que este anciano, una verdadera excepción entre todos los dogmáticos e intransigentes ancianos del Sanedrín, había sido firmemente convencido por las doctrinas de Jesús?; en ese caso ¿por qué no renunció a su riqueza y a sus dignidades?, ¿por qué arriesgó su crédito y su prestigio en esta operación para salvar a un hombre? Pues la cuestión es que, si hubiera creído en lo que el propio Jesús decía, hubiera creído también en su inevitable resurrección, y se hubiera limitado a esperar, como los demás discípulos (el evangelio de Juan -Jn 12,42.43- parece que alude críticamente al propio José de Arimatea y al fariseo Nicodemo cuando dice que "ciertos jefes judíos creían en Él, pero no lo confesaban, porque amaban más la gloria de los hombres que la de Dios"). Nótese, además, la incongruencia, tal como la exponen los evangelistas, de que un importante personaje que había mantenido en secreto en todo momento esta afinidad con Jesús la manifestase precisamente cuando menos necesario era hacerlo: sepultando el cadáver del Nazareno, cosa que le pondría en evidencia ante los propios judíos. Ésta es otra razón más para suponer que José de Arimatea hizo ésto en la forma que hemos sugerido: engañando a sus compañeros del Sanedrín.

Tal vez pudiera haber una razón más profunda y más simple para actuar como lo hizo, aunque (como es obvio) es algo completamente indemostrable, a saber: que José de Arimatea fuera en realidad el verdadero padre de Jesús de Nazaret. Ésto explicaría sin duda muchas cosas: explicaría, por ejemplo, por qué había ido siguiendo paso a paso las andanzas de Jesús en cuanto tuvo noticia de que andaba predicando a las multitudes; explicaría por qué había enviado hacia él a su mejor hombre de confianza (el fariseo Nicodemo) para enterarse directamente de las intenciones de su hijo; explicaría por qué las secretas decisiones del Sanedrín eran sistemáticamente conocidas y neutralizadas por el propio Jesús a través de Nicodemo; y explicaría -por último- por qué José de Arimatea se había arriesgado tanto en esta delicadísima y audaz operación: para salvar la vida de su hijo de sus propias extravagancias.

Cuándo y cómo había conocido este José de Arimatea a María, la madre de Jesús, es algo que -por supuesto- ignoramos. Pero hay en el evangelio de Lucas algunos pequeños indicios que tal vez podrían servir para determinar las circunstancias de su encuentro: por ejemplo la supuesta concepción "virginal" de María (teñida de evidentes elementos arquetípicos y mítico-simbólicos que son comunes a otras muchas culturas y religiones). La verdad sólo la conocía la propia María y acaso también el marido legítimo de ésta, Yoséf bar Yacob, el carpintero (que murió seguramente durante la adolescencia de Jesús), y asimismo la conocería también el verdadero padre (que pudo ser el referido José de Arimatea). En el propio evangelio de Lucas se menciona un extraño viaje que hizo María desde Nazaret hasta una ciudad de Judea cercana a Jerusalén, donde visitó a su pariente Elisabeth (esposa del sacerdote Zacarías y madre de Juan el Bautista, nacido de ésta en condiciones no menos sospechosas). ¿Conoció allí María a José de Arimatea? Imposible saberlo. Lo que sí que podemos conjeturar es que no pocos de los "monjes" esenios del cenobio de Qumrán, en el desierto de Judea, es posible que fueran hijos naturales e ilegítimos de importantes personajes judíos, y que luego eran criados y educados desde su adolescencia en ese centro monástico principal de la secta esenia.

En todo este cúmulo de conjeturas indemostrables, una cosa parece cada vez más clara: Jesús de Nazaret tuvo que participar directamente en este presunto montaje de su "muerte" y su "resurrección"; y hasta parece lo más probable que todo fuese planeado, supervisado y dirigido por él mismo, en colaboración con José de Arimatea, Nicodemo y el mencionado centurión Cornelio, al que sobornaron (e incluso cabe pensar que todo ello se hiciera también con la complicidad y autorización del propio procurador Poncio Pilato, conociendo como conocemos por el historiador Flavio Josefo su carácter provocador hacia los judíos durante todo su mandato). Las razones son varias: en primer lugar, Jesús alude veladamente en varias anteriores ocasiones a la forma en que habría de "morir" e incluso al momento en que tendría lugar su voluntario apresamiento y ejecución: Jesús lo sabía y lo esperaba; en segundo lugar, por lo poco verosímil que resulta una improvisada y precipitada operación de salvamento de estas características; y en tercer lugar porque es difícilmente sostenible que José de Arimatea y Nicodemo, en tan escaso margen de tiempo transcurrido desde la "crucifixión" hasta la "resurrección" (apenas dos días, que el "ajusticiado" tuvo que aprovechar sobre todo para descansar y reponerse físicamente), pudieran convencer psíquicamente a un Jesús supuestamente ignorante de lo sucedido y firmemente convencido de su resurrección para que aceptase la situación tal cual era. No, no parece verosímil imaginar siquiera que él ignorase todo este montaje en el que iba a ser el principal protagonista. Seguramente el propio Jesús fue consciente en todo momento de este engaño y supo llevarlo hasta el final con todas sus consecuencias. Sabía que la ejecución (aunque tenía cierto riesgo calculado) iba a ser simulada, y que tenía bastantes posibilidades de éxito, precisamente porque él lo había preparado todo cuidadosamente desde el principio con la suficiente antelación.

Tampoco sabemos con certeza el momento exacto en que Jesús pudo ingerir la droga, brebaje o sustancia de efectos catalépticos (o incluso si se trató de una o de dos sustancias combinadas: una de ellas mezclada con la bebida que le dieron los soldados). Parece ser que durante la última cena con sus discípulos se sintió algo congestionado o indispuesto, aunque no había probado el vino que él mismo ofreció a éstos, y luego -a solas en el huerto de Getsemaní y con sus discípulos bastante adormilados- pudo tomar discretamente la mencionada sustancia.

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Bajo la Cruz (Jozef Janssens)

Pero ¿por qué hizo todo ésto? ¿con qué objeto? La respuesta es difícil, porque las motivaciones ocultas de los hombres son a veces insondables, incluso para ellos mismos. Tratar de responder a ello implica, por un lado, conocer sus motivaciones ideológicas, y por otro lado conocer también sus motivaciones psicológicas. Jesús -decidido firmemente a llevar la cosa hasta el final- representó su papel a la perfección (cosa, por otra parte, nada difícil para quien había dado muestras en tantas ocasiones de un extraordinario control emocional y dominio de sí mismo). Tal vez hizo todo ésto porque se convenció de que era el único medio de que las gentes creyeran en lo que él creía, por la misma razón que ha hecho que todas las religiones utilicen los medios más fraudulentos para alcanzar sus fines, apoyándose en la propia ignorancia, fanatismo y papanatismo de las masas. Se trataba, ciertamente, de engañar; pero a sus ojos era tal vez un engaño necesario, para desengañar a todo un pueblo de un engaño moral mucho mayor, más milenario y prácticamente indesarraigable (esas masas de gente que el día de su entrada en Jerusalén le vitoreaban y le aclamaban como "rey" con el grito con que se aclamaba a los antiguos reyes de Israel -"hosanna!"- eran al fin y al cabo los mismos que pocos días después, decepcionados por quien consideraban otro nuevo impostor, vociferaban ante el procurador romano: "¡Crucifícalo!"; así de voluble, de crédula y de estúpida puede llegar a ser la condición humana).Tal vez lo hizo también llevado de su antipatía personal contra los fariseos, en un intento de desacreditar su autoridad ante el pueblo (recordemos que una de las bases religiosoideológicas del fariseísmo -y también de la secta de los esenios, a los que no cabe duda de que Jesús estuvo vinculado- era precisamente la creencia en la "resurrección final de todos los muertos en el fin de los tiempos").

Jesús quería "morir" a la vista de todos, para después "resucitar". Sabía (por sus informadores en el Sanedrín) que iba a ser traicionado, detenido, conducido ante la autoridad romana, acusado, juzgado y ejecutado. Incluso se permitió anunciar a sus discípulos de qué forma moriría, de la única forma en que los romanos ejecutaban a los sediciosos: en la cruz. Y no olvidemos tampoco otro importante detalle: Jesús sabía mucho más de cruces que los propios soldados que lo ejecutaron; no en vano era carpintero e hijo de carpintero, y no es inverosímil que él mismo "preparase" su propia cruz en la que iba a ser ajusticiado, una cruz trucada y amañada en la que todo parecería muy real, pero sin peligro alguno para su vida.

Y es que Jesús, además de ser un extraordinario curandero y un excepcional taumaturgo, era sobre todo un mago, y un mago bastante hábil además: el "milagro" de las bodas de Caná, por ejemplo, o la multiplicación de los panes, tienen todo el sabor de los más sorprendentes y sofisticados trucos de prestidigitación (el arte de la prestidigitación o "magia de juegos de manos" maneja -como es sabido- diversas técnicas psicológicas de atención/ distracción de los espectadores, elaborados trucos visuales, preparación y ocultación previa de los elementos en juego, etc). En el caso del "milagro" (o truco) de la multiplicación de los panes se nos ocurre una sugestiva frase de los propios evangelios ("hacer que las piedras se conviertan en panes", Mt. 4,3) que tal vez pudiera ser indirectamente una de las claves del prodigio: panes previamente semienterrados entre la arena o camuflados como si fueran piedras. La "resurrección" de Lázaro, mencionada únicamente en el evangelio de Juan, es asimismo un episodio tan dudoso e increíble que todo hace pensar que fue preparado por Jesús en colaboración con el propio Lázaro, en lo que quizá fue un primer ensayo de ciertas substancias narcóticas capaces de provocar un sueño cataléptico semejante a la muerte, el mismo "sueño" utilizado después por el propio Jesús en su simulada crucifixión (Lázaro, en efecto, pudo ser voluntariamente el "conejillo de Indias" sobre el que Jesús ensayó esa desconocida droga narcótica; posiblemente estuvo los dos primeros días en estado cataléptico en el interior de la cueva habilitada como tumba, y al tercer día recobró el conocimiento, de modo que cuando abrieron la entrada y oyó la voz de Jesús, estando ya despierto, salió fuera; todo el episodio de esta "resurrección" resulta bastante sospechoso, y el propio evangelista no parece darse cuenta de otro pequeño pero significativo detalle, a saber: que aquél que tenía poder para resucitar a un muerto, no lo tuviera para hacer algo mucho menos difícil: que la piedra que cerraba la entrada de la tumba se corriera por sí sola, pues Jesús tuvo que pedir que algunos de los allí presentes corrieran dicha piedra). El episodio de la "transfiguración" (Lc, 9, 28-36), así como ciertas curaciones de posesos, hacen pensar si acaso Jesús no poseía también capacidades de ventrílocuo y de hipnotizador, además de un buen conocimiento de diversos tipos de drogas y sustancias estupefacientes (en el momento de la "transfiguración", el propio Simón Pedro parece estar embriagado o narcotizado). En otras ocasiones tuvo que contar con algún cómplice (su madre en las bodas de Caná, o el pícaro ciego curado en la piscina de Siloé). En cualquier caso, engañó completamente a sus discípulos, pues aunque alguno de ellos estuviera al corriente de algunos de estos trucos, evidentemente no los consideraría como tales "trucos", sino más bien como una muestra más de las habilidades y poderes de su Maestro. El propio evangelio de Juan, casi sin querer, nos da la clave sobre el "milagro" de Jesús caminando de noche sobre las aguas del mar de Galilea, cuando dice que al día siguiente encontraron una pequeña barquilla en la orilla (construida sin duda por Jesús, que se había servido de ella para crear su "ilusión óptica"). Jesús había reclutado cuidadosamente a sus discípulos: los primeros fueron Juan y Andrés (Jn,1, 35-40), recomendados sin duda por el propio Bautista, de quien eran discípulos; los siguientes fueron Simón Pedro (hermano de Andrés), Felipe y Natanael; éste último era muy probablemente el llamado Bar-Tolomé, que quizá fue también el novio de la boda celebrada poco después en la ciudad galilea de Caná, y a éste le reveló además un detalle íntimo que le dejó completamente asombrado (acaso un encuentro secreto con alguna mujer previo a la boda, del que Jesús estuvo al corriente). Les anunció también el episodio posterior de la "transfiguración" (que casi parece un "sueño de adormideras"), y para convencerles realizó su primer "milagro": la transformación del agua en vino durante esas bodas celebradas en Caná. No hay duda de que Jesús preparaba las cosas cuidadosamente y con calculada premeditación.

La sospecha de que Jesús fue un gran mago estuvo bastante extendida entre los escritores paganos que polemizaron contra el Cristianismo, y los autores cristianos se defendieron contra esta sospecha con argumentos muy poco convincentes. Lo cierto es que Jesús, además de facultades taumatúrgicas excepcionales y grandes habilidades para la prestidigitación, seguramente poseía también conocimientos "secretos" poco asequibles para la gente corriente. El episodio de la mujer samaritana (Jn, 4, 4-26), en el que, a partir de los adornos corporales visibles que llevaba la mujer, Jesús pudo decirle sin error -y con gran sorpresa de ella- con cuántos hombres había estado casada anteriormente, denota por lo menos unos conocimientos empíricos (muy sistematizados y muy elaborados a lo largo de varias generaciones) sobre los significados inconscientes que el adorno corporal femenino tiene para las propias mujeres (anillos, ajorcas, brazaletes, pendientes, etc), y cuyo uso -más allá del gusto personal o del capricho individual- responde en realidad a motivaciones y significaciones no-conscientes para el propio sujeto (y lo mismo los tatuajes, el vestido, el corte y adorno del cabello, etc). En la secta esenia había también conocimientos caracteriológicos y fisiognómicos muy elaborados, como se deduce de algunos textos de Qumrán (aunque la mayoría de esos textos proceden de épocas anteriores a la de Jesús, e incluso posteriores a éste, y es muy probable que las doctrinas y saberes esenios o neo-esenios que aprendió Jesús en Qumrán se transmitieran básicamente de forma oral y tan sólo a algunos iniciados más aventajados).

Todos estos detalles o posibilidades nos dan una cierta faceta de un Jesús mucho más "maquiavélico" de lo que a primera vista puede imaginarse. Con todo, no hemos de pensar que era un ser perverso, demoniaco y sin escrúpulos, sino simplemente una persona bastante egocéntrica y exhibicionista (como suelen serlo los grandes magos y prestidigitadores), con un constante y casi patológico afán de perfeccionamiento y de superación de sí mismo. Pero además de éso, Jesús posiblemente se creía gran parte de lo que predicaba y de lo que decía sobre sí. Tal vez le afectó bastante la muerte de su primo, Juan el Bautista (quien, según manifestó, aunque conocía bien a Jesús desde la infancia, no conoció hasta muy tarde los "poderes" y habilidades de éste). El Bautista, como es sabido, fue decapitado por orden de Herodes Antipas para complacer la insana venganza de su mujer, Herodías (una venganza también bastante oscura, por cierto, y no es improbable que respondiesse -como ha recreado cierta literatura moderna- a una pasión amorosa de esa mujer por el propio Bautista, y que éste no correspondió).

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La crucifixión (Maestro anónimo valenciano del siglo XV)

Como puede verse, nos movemos necesariamente en el terreno de las conjeturas, donde todo es probable y casi nada es demostrable. Sin embargo, este análisis conjetural puede servirnos para contemplar la figura de Jesús con otros ojos más desapasionados y más críticos, y sobre todo para entender determinados pasajes evangélicos que llevan casi dos mil años sin ser entendidos o siendo permanentemente malentendidos. A la luz de todo ésto, podemos "releer" de nuevo los Evangelios y comprenderemos muchas cosas hasta ahora incomprensibles (en el "milagro" de la resurrección de Lázaro, por ejemplo, si creemos por un momento que todo fue un truco previamente preparado, vemos por primera vez a Jesús sin su máscara, a un individuo con una gran capacidad de simulación, casi perversa). También es lícito pensar, como pensaron algunas sectas cristianas heréticas posteriores (por ejemplo los mendeanos o "cristianos de San Juan"), que el verdadero Mesías habría sido Juan el Bautista; y según ello es verosímil la sospecha de que gran parte (todas o casi todas) las enseñanzas evangélicas, excluidas las del evangelio de Juan, no eran de Jesús, sino del Bautista y de los esenios. Juan el Bautista, que no hizo ningún "milagro" y al que seguían los individuos más despreciados por la sociedad hebrea de la época (las meretrices y los publicanos o cobradores de impuestos) podría ser también el autor de algunas de las parábolas, atribuidas luego a Jesús por la "falsificación-mixtificación" posterior de estos textos evangélicos. Con lo cual, y exceptuando los oscuros discursos del evangelio mencionado y algunos hechos anecdóticos relatados en ese mismo evangelio (el episodio de la mujer adúltera, entre los más curiosos), resulta que lo que Jesús hizo fueron sobre todo "trucos de magia" y curaciones extraordinarias (propias, éso sí, de un gran curandero y taumaturgo), pero siempre con un ropaje místico-religioso tomado quizá del propio Bautista y de los esenios.

Si Juan el Bautista era la oveja, ¿Jesús, quién era?, ¿el lobo con piel de oveja? Más bien habría que decir, con sus propias palabras, que era un hombre "inteligente como una serpiente" y que se comportaba de un modo tan "sencillo como una paloma" (Mt, 10, 16). Pero seguramente era también un hombre muy pragmático y muy consciente de que estaba continuando de forma mucho más positiva la labor del Bautista, pues a las masas no les impresionan demasiado las enseñanzas éticas o místicas, sino sobre todo los "milagros". La prueba de ello es que pronto se olvidaron del Bautista y de su doctrina. Las enseñanzas de éste, en efecto, seguramente no hubieran prosperado de no ser por Jesús, y tal vez ni siquiera esas enseñanzas reelaboradas y santificadas por el engaño de Jesús (no exactamente tergiversadas, puesto que la doctrina originaria se ha conservado más o menos íntegra) hubieran prosperado tampoco de no ser quizá porque cierto judío muy culto, fariseo "reconvertido" en cristiano, llamado Pablo de Tarso, reelaboró a su vez y conceptualizó ideológicamente esas semillas originarias regadas con las aguas del fraude y del engaño, creando con todo ello la base de lo que ha llegado a ser lo que se ha denominado "Cristianismo". Y es que hasta la propia luz necesita de la existencia de las tinieblas para ser luz.

Jesús continuó la obra del Bautista y de los esenios con otros medios más efectivos e hizo triunfar esa nueva ética descubierta por aquellos (entre Juan el Bautista y Jesús pudo pasar algo muy parecido a lo que ocurrió entre el diácono Felipe y Simón el Mago, según el relato de los Hechos de los Apóstoles, 8, 4-13). Por lo demás, es bien manifiesto el contraste entre la humildad de Juan el Bautista (que en ningún momento se atribuye mérito alguno para sí ni se considera a sí mismo "mesías" ni "profeta") y la ¿vanidad exhibicionista? de Jesús de Nazaret, que continuamente se considera el centro del Mundo y el "Hijo de Dios". El caso es que Jesús se llevó la fama de aquél y la unió a la suya propia, tomó su lugar, repitiendo algunas de las sentencias de su primo, y sobre todo se dedicó a ensayar sus propios trucos y sus "poderes" en aquellas multitudes embobadas. Luego se cansó de ello y decidió "desaparecer".

El evangelio atribuido al otro Juan, el evangelista, que fue discípulo de ambos personajes, nos presenta, sin embargo, a un Jesús "sencillo como paloma", a un Jesús místico, incoherente a veces (por incomprensible) en sus discursos y en sus expresiones, hasta el punto de que en ocasiones podemos pensar que estamos ante un hombre con cierto trastorno de la personalidad (por otro lado, es bastante probable que el evangelista o el redactor proyectasen inconscientemente en su recreación de un Jesús literario y místico gran parte de su respectiva personalidad, pues en realidad ese evangelista -quienquiera que fuese- está rememorando unas enseñanzas directas que en su momento seguramente no entendió del todo, pero que luego las comprendió y las reinterpretó). Pero, a pesar de todo, según los ojos con que se mire y se lea este evangelio místico, a veces da la impresión de que estamos ante un ser verdaderamente divino. Nunca sabremos en realidad cómo era verdaderamente este Jesús de Nazaret: ¿un místico?, ¿un individuo psicótico y esquizoide?, ¿un farsante y un impostor?, ¿un dios?, ¿el Hijo de Dios?...

Fuera lo que fuese, la realidad es que él fue (escenificando y representando el "rito" mistérico de su propia muerte y resurrección) el que propició el triunfo del sentido cristiano de la vida (luego transformado en idea cristiana de la vida). Incluso sus "apariciones" a sus discípulos después de "resucitado" sirvieron a éstos para reforzarles en su fé, para transformarlos radicalmente y darles unas fuerzas espirituales hasta entonces desconocidas en ellos, gracias a las cuales pudieron emprender la dura labor de evangelización. El episodio de la Pascua de Pentecostés narrado en los "Hechos de los Apóstoles" (2, 1-13) es fácilmente racionalizable: por ejemplo, un incendio fortuito en la casa de los apóstoles (ocasionado quizá por la caída de un rayo; las "lenguas de fuego" serían las llamas del incendio) y la consiguiente dispersión de éstos, que se alojaron provisionalmente en las casas de otros judíos amigos de procedencia extranjera que les enseñaron las lenguas de sus respectivos países; pero el fondo del relato (la conciencialización y la "apertura" y transformación mental de los apóstoles, incrementada por la receptividad psicológica para asumir el "espíritu" del Maestro ausente) es un hecho indudablemente cierto, y sin duda Jesús contaba con ello.

Y mientras el propio Jesús se daba ¿la gran vida? en Persia o en la India, en compañía de la Magdalena o de las naturales del país, en Roma caían víctimas de la primera persecución anticristiana los apóstoles Pedro y Pablo (éste último, que no había conocido personalmente a Jesús, había sido sin embargo el verdadero creador e ideólogo del Cristianismo), al mismo tiempo que numerosos cristianos anónimos, con los cuerpos untados de pez y aceite, servían como antorchas vivientes en los jardines del emperador romano Nerón o eran arrojados a las fieras hambrientas en el anfiteatro.

Pero no puede decirse que Jesús los "abandonara". Él no era el "Mesías", sino un actor representando a la perfección ese papel como nadie hasta entonces se había atrevido a representarlo. Jesús de Nazaret escenificó un rito-drama, en el papel de "el Cristo". Cuando terminó la representación (la más real nunca representada), el actor simplemente volvió a su "vida normal" (que ya no podía volver a ser "normal", excepto lejos de allí y en tierras donde nadie le conociese).

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Mañana de Pascua, pintura de Pablo Pombo

El Cristianismo en cierto modo se inventó "sobre la marcha", aprovechando la propia dinámica de unos acontecimientos a los que ya no era posible dar marcha atrás. Ya no era posible revelar al Mundo la impostura del Nazareno sin desprestigiar y devaluar el contenido ético cristiano. En todo caso, era mucho más importante el redescubrimiento y revelación de esa nueva Ética universal. Así lo entendieron los "padres" ideológicos del Cristianismo (empezando por los redactores del evangelio joanista, cuando se dice -Jn, 7, 17 y 18- aquello de "quien quisiere hacer la voluntad del que me ha enviado, conocerá si mi doctrina es de Dios o es mía; el que busca la gloria del que me ha enviado, ése es veraz y no comete injusticia"). Algunas de las principales autoridades de la naciente Iglesia, incluidos algunos de los apóstoles, contribuyeron con su silencio y su asentimiento a la simplificación, a la reducción, a la mixtificación e incluso a la falsificación de los hechos. Pero tal vez fue necesario hacerlo así. Otros apóstoles (Simón Pedro, por ejemplo) parece que ni siquiera llegaron a sospechar la verdad de lo ocurrido, pero tampoco dudaron a la hora de contribuir a reelaborar una historia que conocían muy bien (aunque dejaron más o menos intactas las enseñanzas del Bautista y de los esenios, si bien incidiendo más en el aspecto "moral" que en el puramente ético). Los "jefes" de la primitiva Iglesia cristiana nunca dudaron tampoco de la licitud de la "mentira piadosa" (véase, por ejemplo, una pequeña muestra en un conocido pasaje de los Hechos de los Apóstoles, 21, 20-26).

El cristianismo (ésa es la realidad) está adulterado y falseado moralmente desde sus propios orígenes, pues se trata -en efecto- de una falsificación ideológicomoral, una falsificación que empieza ya en el propio comentario o interpretación moralizante de sus propias metáforas, de sus parábolas. Ahora bien, ¿la sustancia ética del Evangelio pudo ser obra de un hombre que tenía mucho más de embaucador de masas que de "santo" o "profeta"? Seguramente tenemos que pensar que no sólo la historia sino también la propia doctrina fueron reelaboradas posteriormente: por Pablo de Tarso, por los redactores evangelistas, por la propia cúpula de la Iglesia. ¿Pero de quién es obra ese contenido ético originario que ha logrado sobrevivir a todas esas "rectificaciones" morales e ideológicas? ¡Cualquiera sabe! Quizá de los propios esenios, quizá de otro personaje contemporáneo de Jesús (tal vez el Bautista).

Pero en realidad lo de menos es que esas valiosísimas enseñanzas sean de Jesús o de Juan el Bautista (sabemos que éste último tenía una gran capacidad de fascinación con la palabra, y que incluso el propio Herodes le escuchaba con gusto, mientras que Jesús le produjo a Herodes una pésima impresión). Sin embargo, son escasísimas las frases que el evangelio de Juan, que había sido discípulo del Bautista antes que de Jesús, nos ha transmitido como dichas por aquél (todo ello suponiendo que el núcleo del llamado "evangelio de Juan" fuera obra de ese discípulo, y que ese discípulo sea identificable con el llamado "discípulo amado", y que ese "discípulo amado" no sea en realidad alguien íntimamente muy ligado al propio Jesús, ¿Lázaro?, ¿la Magdalena, como se ha sugerido recientemente?).

Por otro lado, a partir de los cuatro evangelios canónicos, es posible reconstruir lo que pudo ser quizá el "verdadero" discurso evangélico originario, el Evangelio ético (no el "moral" e "ideológico" formado por adiciones, ni el "místico" transmitido en el evangelio de Juan). Y el resultado de esa selección crítica es altamente interesante, pues nos encontramos con un discurso sugestivo y vivo, con un estilo en el que las "imperfecciones" literarias de conjunto propias de estos evangelios canónicos (obras de síntesis ético-ideológico-moral posteriores a las epístolas de San Pablo) se transforman -tras la poda de lo superfluo- en un pequeño evangelio ético-estético en el que no faltan los mejores recursos estilísticos y literarios (bellas antítesis, sugestivos símiles y plásticas metáforas, progresividad narrativa, lenguaje exquisitamente cuidado) y en el que las parábolas "hablan" por sí mismas y transparentan el mensaje ético de la forma más apropiada. ¿De quién es ese evangelio ético-literario conservado intacto dentro de los evangelios oficiales? Es posible que no todo sea de Jesús (nada de ello figura en el evangelio de Juan, que es propiamente el evangelio místico o "secreto" de Jesús de Nazaret), ni tampoco estrictamente del propio Bautista, ni de los evangelistas conocidos, sino más bien una obra colectiva y anónima de la primitiva comunidad cristiana en su conjunto, de los sermones resumidos, de las homilías compendiadas, de las diversas anécdotas literariamente ficticias que corrían de boca en boca entre los propios cristianos. Es, en efecto, en su origen, literatura oral, colectiva, arquetípica, relatos que se creaban y se recreaban, se enriquecían y se refinaban en la propia transmisión oral (el hecho es que la mayoría de esas parábolas recrean un mundo agrícola y rural bastante ajeno al del propio Jesús o al de sus discípulos -artesanos, funcionarios o pescadores- e incluso al mismo Juan el Bautista). Con todo, no puede descartarse que las principales parábolas (recogidas primeramente en el proto-evangelio de Mateo) pudieran proceder efectivamente del propio Jesús de Nazaret.

Ese núcleo ético es el más interesante literariamente (los evangelistas se limitaron a recogerlo y a ponerlo por escrito, desmenuzándolo e insertándolo en su respectivo evangelio, ésto es, en su evangelio ideológico y moralizante, en su relato pseudobiográfico de sucesos inverosímiles, mistéricos, ritualizados, míticos). También los evangelios llamados apócrifos pertenecen en parte a ese evangelio colectivo y anónimo, pero en su conjunto son evangelios todavía imperfectos y en muchos aspectos "sin refinar" (aunque no pocos elementos apócrifos se filtraron también en los evangelios "oficiales", especialmente en el de Lucas). El protagonista de ese evangelio genuino es el Cristo (no Jesús de Nazaret), y ese Cristo -en principio- es y puede ser nada menos que todo ser humano. Pues, en efecto, el verdadero protagonista de ese Evangelio no es el Jesús crucificado, sino el Cristo eternamente vivo (como ya intuyeron algunos; recordemos tan sólo los versos del poeta: "No eres tú mi cantar; no puedo cantar -ni quiero- a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar"). Pero, como en todas las religiones mistéricas e iniciáticas, se necesitaba la escenificación de un mito central de "muerte-resurrección" (Osiris, Mitra, Dioniso), y esa escenificación la hizo un hombre de carne y hueso, un hombre llamado Jesús de Nazaret. El problema fue que la escenificación fue tan buena, tan real, que ha costado casi dos milenios en diferenciarla de la historia y en diferenciar al "actor" de su "personaje".

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¿Qué diremos, pues? ¿hemos de escandalizarnos ante unos hechos tan obvios, ante la posibilidad (humana posibilidad) de unos hechos lógicos y verosímiles, aunque ya indemostrables? Si todo ésto, que aquí hemos planteado como pura hipótesis, fuera más o menos como hemos imaginado, si fuera cierto, si pudiera demostrarse que todo ocurrió más o menos así...¿qué diríamos los cristianos? Tal vez diríamos: "¡Vana es nuestra religión, si Jesucristo no resucitó!, "¡Jesús, Jesús! ¿Por qué nos has abandonado?, ¿Por qué ahora, finalmente, te nos muestras tan humano, tan imperfecto y tan cobardemente humano?". Pero la respuesta viene casi por sí misma: ese Jesús, en cuyo nombre la Iglesia y los "cristianos" han cometido y siguen cometiendo no pocos crímenes, desmanes y fechorías moralmente justificatorias, necesitaba abandonarnos, aunque sólo fuera momentáneamente y el tiempo necesario para volver a encender la propia luz de nuestra conciencia ética; necesitaba abandonarnos porque en nuestro tiempo -dos mil años después de Cristo- no se ha avanzado nada o casi nada en lo fundamental, en la ética (aunque ahora se llamen "Derechos Humanos", que es el resumen actualizado de esa ética evangélica, la ética "resucitada"); porque hemos vivido demasiado cómodamente en una supuesta "divinidad" de Cristo-Jesús y en un "Reino de Dios en el Más Allá" que es algo demasiado conceptualizado y demasiado lejano de la realidad humana, demasiado "ficticio" y en definitiva demasiado inasequible; y nos hemos alejado del Cristo auténtico en la medida en que nos hemos alejado del hombre (del sufrimiento del hombre, del "prójimo", del ser humano). Todavía falta mucho para que se complete la comprensión integral del Evangelio ("hasta la última letra y hasta la última coma"). Pero todo se cumplirá. Y en verdad que no hemos hecho todavía más que empezar.

Si todo ésto pudo ser así, es algo -como decimos- difícilmente demostrable históricamente (aunque no lo sea lógicamente), pues tras el asedio y destrucción de Jerusalén por los romanos y la consiguiente dispersión del pueblo judío hubo una especie de "ruptura" de toda la memoria colectiva judía referente a los acontecimientos de ese agitado siglo I de nuestra Era, lo cual hizo posible la manipulación ideológica y moral de unos hechos relativamente recientes para los que los falsificaron o los protagonizaron. Es posible que el tal Jesús de Nazaret haya sido en realidad el mayor impostor del género humano (ya hemos apuntado que no debemos verlo como tal, sino en todo caso como el "actor" de un mito ritualizado y dramatizado), y es posible que el Cristianismo (como todas las religiones, por lo demás) haya sido también una gran falsificación, una impostura de origen. ¿Y qué? ¿Invalida ésto acaso el contenido ético del Evangelio? En absoluto; es más: casi diríamos que le da nueva vitalidad y nueva fuerza, puesto que nos obliga ante todo a creer no tanto en lo increíble, en lo "sobrenatural", sino más bien en lo posible: en el ser humano mismo, en la posibilidad de su renovación y transformación, nos obliga a buscar la salvación no de modo individual, sino de modo colectivo, participativo, solidario. Y esta creencia y esta conciencia -se llame como quiera llamársela- parece ser el único camino para llegar a Dios, y también a esa vida eterna. Por tanto, lo único que invalida esa supuesta impostura es sólo la "moral" justificatoria del cristianismo, pero no la Ética cristiana.

Con todo, incluso la propia figura divina de Jesús de Nazaret puede ser rescatada. Y puede serlo precisamente a través de una lectura más detenida del evangelio de Juan, que en algunos pequeños detalles, en algunas pequeñas alegorías de fuerte contenido mistérico e iniciático ("el pan de vida", "la alegoría de la vid", "el Buen Pastor", etc) pueden devolvernos sin duda esa dimensión divina del Cristo histórico. El evangelio de Juan propone un camino iniciático y místico, aunque lo místico sólo tiene valor individual (a lo sumo, una validez para aquellos que viven una problemática personal más o menos semejante a la del propio evangelista, para aquellos que comparten una misma forma de ver, de sentir y de pensar psicológicamente determinada); para los demás, el mensaje queda necesariamente oscuro, críptico, confuso, aunque tal vez con algunos resquicios de claridad y luminosidad. Cada cristiano necesita su propio Cristo en el que creer, para llegar a ese Cristo común y universal (Jesús de Nazaret era el Cristo de Juan y de los demás discípulos que le conocieron y trataron, pero ni siquiera era ya propiamente el Cristo de Pablo de Tarso). Y sin embargo, el evangelio de Juan nos presenta ante todo a un Jesús místico en el que en ningún momento parece asomar el "actor", ese supuesto Jesús maquiavélico y calculador, ese presunto mago y embaucador de masas; con lo cual resulta que toda esta artificiosa conjetura que hemos construido sobre ligeros indicios y sospechas lógicas se vuelve tan inestable y frágil como un castillo de naipes. En el evangelio de Juan, en efecto, podemos recuperar de nuevo al Jesús originario, al Jesús visto y amado por sus discípulos, tal vez al Jesús ¿verdadero?. Todo lo que el propio Jesús dice de sí mismo puede tener varias lecturas (incluida la lectura psicológica, que -pese a las apariencias- nos presenta a un hombre completamente equilibrado en sí mismo, casi omnisciente, casi un hombre perfecto). No hay "actores" así, tan identificados con su propio papel. Y nadie puede decir que el "hombre perfecto" no pueda realizar obras superiores a toda humana lógica (pues la lógica puede ser también una de las imperfecciones aparentemente más perfectas de la mente humana). Nadie puede negar que Jesús de Nazaret no fuera, en virtud de su propia perfección humana, quien él mismo manifestaba ser, y sobre todo nadie puede rechazar tampoco la posibilidad de que esa perfección manifestada en un hombre que autodescubrió en sí mismo la humanidad-divinidad de su propio ser pueda manifestarse también en otros seres humanos en la plenitud de su conciencia.

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Noli me tangere (Saudek, 1935)

El Evangelio, analizado racionalmente, deja lugar para la duda razonable, para la duda humana. Y así debe ser. El Evangelio siembra la Verdad (la Ética universal) con las semillas de la duda razonable; pero el agua para regar esas semillas es en todo caso la propia . Tampoco podíamos, sin más, "divinizar" a un hombre sin comprender primero qué es lo que en realidad estamos elevando a categoría divina, que no es otra cosa que la humanidad misma del ser humano. Por ello estas dudas razonables no significan un paso atrás; al contrario: significan que hemos quitado por fin la última máscara de la Verdad y que ya podemos ver a lo lejos su resplandor; significa que estamos definitivamente en el "buen camino" y que hemos llegado con la razón hasta donde humanamente podíamos y debíamos llegar. La Cruz ya no nos sirve como símbolo moral; debemos clavarla en tierra y proseguir sin ella; ella habrá servido para marcar los límites del conocimiento humano en estas cuestiones: el "hasta aquí hemos llegado". El resto es el camino de la convicción por la fé, no por el miedo.

El triunfo y rápido desarrollo del Cristianismo no fue seguramente ajeno a la utilización de unos símbolos y rituales mucho más perfectos y más efectivos psicológicamente que los de las religiones anteriores (algunos provendrían de los propios esenios, pero otros fueron creándose casi "sobre la marcha"). El símbolo de la Cruz, intuído pero nunca explicitado en otras simbologías religiosas anteriores, es sin duda el más poderoso de todos (como lo es la imagen del "dios crucificado"), pero su fuerza psicológica y arquetípica es en buena parte todavía un misterio, como lo es el de la "pasión" o el de la propia "eucaristía" (presentes también en otras religiones mistéricas coetáneas del cristianismo: p.e. en la religión dionisíaca o en el mitraísmo). En ellos está la fuerza y la virtualidad del ritual cristiano.

Pero lo más importante de todo es que el Evangelio y la propia figura de Jesús (o su perfecta actuación en ese papel de "el Cristo") nos han descubierto una ética sublime: tal vez la de los propios esenios de la última época, los cuales, reflexionando profundamente sobre la letra de la Ley, encontraron finalmente el verdadero sentido de ésta, oscurecido y ocultado por varios siglos de interpretaciones jurídicomorales, descubriendo esa Ética debajo de la moral utilitarista y de los ritos religiosos; tal vez era también la ética del Bautista, la del hombre que gritaba en el desierto: "Conciencializáos, que el Reino de la Divinidad está inmediato a vosotros; está al otro lado de vosotros mismos" (que es como si dijera: "Renováos profundamente, entreveros a vosotros mismos, entreved la realidad auténtica al otro lado de la apariencia", "Ved que estais precisamente entre la realidad y la apariencia", "Revolvéos, rectificad, cambiad de opinión, cambiad vuestra forma de ver y de pensar, reconsideráos a vosotros mismos", "Trascended y traspasad la apariencia -que es lo superficial de los sentidos- y bucead en lo profundo de vuestros sentidos", "Llegad y volved hasta el fondo de vosotros mismos y de vuestros sentimientos y pensamientos", "Mirad detrás de vuestra propia máscara y de todas las máscaras,... y os encontraréis a vosotros mismos").

Con Juan el Bautista se anunciaba la inmediatez psicológica del Reino de Dios: la Ética está junto al hombre mismo, separada de éste por una sutil e invisible barrera que a nadie hasta entonces se le había ocurrido traspasar. Pero el mensaje iba más allá: es posible -decía- llegar a ese Reino de Dios, tanto individual como colectivamente; y el primer paso es creer en el ser humano. En lo relativo a la salvación individual, el mensaje era claramente escatológico: había un "más allá" de la propia "realidad" de la existencia humana y habría también una "resurrección final" para los que creen y sobre todo luchan por el advenimiento de ese Reino de la Justicia. Su mensaje colectivo venía a decir que era posible traspasar todos juntos, la Humanidad entera, esa barrera, y encontrarnos -de la noche a la mañana- con ese Reino de la Justicia instalado definitivamente sobre la Tierra; pero ésto sólo podría hacerse si toda la Humanidad daba ese gran salto al mismo tiempo, si todos los seres humanos, simultáneamente, decidían desprenderse de todas sus máscaras del egoísmo individual, de la vanidad, de la envidia; sólo entonces la especie humana daría el gran cambio cualitativo, superando incluso su propia dimensión humana y mortal. Naturalmente, se trata de una utopía, pero al menos de una utopía posible, de un sentido realizable. El lenguaje era claramente metafórico, pues tales nociones no pueden expresarse de otro modo. Pero la gente (entonces como ahora) sólo creía en lo que puede ver y tocar: necesitaban "milagros" que cuestionasen esa realidad que ellos creen la única posible y real, como si la propia existencia y consciencia humana no fuera ya el mayor de los milagros.

Y lo fundamental de esta Ética es precisamente su universalidad y su validez general, a diferencia de las diversas "morales", de las ideologías y de las religiones. Es cierto que esta Ética no puede ser expresada (sin desvirtuarse en "moral") mediante conceptos, sino sólo por medio de metáforas (que en el Evangelio son sobre todo las "parábolas" o comparaciones), pero en el texto evangélico aparecen también algunos conceptos, si bien se trata de conceptos "de aproximación", tan exquisitamente refinados como los de la propia filosofía griega (o aun más, puesto que éstos últimos no traspasan los límites del propio lenguaje). Así, por ejemplo, el concepto griego de "autoconocimiento" (=conocimiento de uno mismo) resulta claramente superado por el propio concepto cristiano evangélico de la meta-gnósis, empleado por el Bautista (que podríamos traducir, sin conceptualizarlo del todo, por "conciencialización", "autorreconocimiento", "autorreflexión", "recapacitación", "reconsideración", "comprensión de lo que no se quiere comprender", "recuperación de una línea ética de conciencia"), concepto éste que la interpretación moralizante posterior se ha empeñado en traducir sistemáticamente por "arrepentimiento" o "penitencia", de la misma manera que traduce el término griego correspondiente a "error" por "pecado", sin darse cuenta de que es precisamente la interpretación unilateral y unívoca lo que a la larga vacía a los conceptos de su contenido y de su sentido, convirtiéndolos en meras palabras tan solemnes como huecas ("pecado", "penitencia", "Dios"...). El problema básico del Nuevo Testamento continúa siendo el propio lenguaje (la dificultad, la imposibilidad casi, de transmitir vivencias místicas mediante conceptos), y ese lenguaje necesita renovación, reactivación, reactualización sobre unos conceptos demasiado moralizados, demasiado "petrificados". De ahí la necesidad de reactualizarlos cada cierto tiempo (y de acuerdo con los tiempos), de modernizarlos, de revitalizarlos con contenido ético, para que sean capaces de expresar y de seguir expresando lo que en su origen trataron de expresar casi metafóricamente, casi estéticamente, a saber: la Ética, esa Ética universal que constituye sin duda lo más valioso de la experiencia y del descubrimiento cristiano, la revelación de ese fondo común de humanidad de todos los seres llamados humanos, cuyo conocimiento o experiencia profunda tal vez justifican un poco todos esos injustificables engaños y todas las imposturas más o menos necesarias. Esta perspectiva da otro nuevo enfoque al fenómeno religioso cristiano, en la medida en que obliga a repensar el Cristianismo de otra forma (quizá más auténtica también). Porque ya ese conocimiento de la Ética no necesita de ninguna máscara más; ahora (como entonces) es necesario no sólo comprender perfectamente ese mensaje ético, sino sobre todo emprenderlo, ponerlo en práctica, individual y colectivamente.

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VIDEOGRAFÍA

  • Hay una curiosa película, del año 2006 (la redacción original de nuestro artículo, hasta ahora inédito, tiene ya más de veinte años), que plantea una hipótesis lógica muy similar a la que aquí planteamos y que, como en nuestro caso, llega sólo hasta donde racionalmente se puede llegar en este tema. Se trata del filme titulado "The Inquiry" (en España se estrenó con el título de "En busca de la tumba de Cristo", y en Argentina como "La Investigación"), coproducción italobúlgaroestadounidense y española, dirigida por Giulio Base, e interpretada entre otros por Daniele Liotti, Dolph Lundgren, Mónica Cruz, Max von Sydow, Hristo Shopov y Ornella Muti.
  • Uno de los mejores y más completos videos documentales divulgativos sobre el tema de los "Manuscritos del Mar Muerto" ha sido el editado en DVD por National Geographic en 2006.

 

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Crucifixión (miniatura etíope)
Pintada escolar anticristiana con un asno crucificado (el letrero dice Alexámenos adora a su dios)
María Magdalena (pintura gótica)
Crucifixión (Vidriera del santuario de San Andrés de Teixido)