TEXTOS PARA EL ESTUDIO DE LOS ORIGENES DEL MONOTEISMO

RESUMEN DE LA REVOLUCIÓN ATONIANA DEL FARAÓN AJENATÓN
Y ANÁLISIS DE SUS DOS "HIMNOS A ATÓN"


Ajenatón y sus circunstancias

El reinado del faraón egipcio Amenhotep IV, autodenominado Ajenatón, que transcurre aproximadamente desde 1353 a 1336 a.C. (aunque la cronología exacta continúa siendo muy discutida), es uno de los periodos más estudiados, más controvertidos y más interesantes de la milenaria historia del Egipto antiguo. La razón principal de este interés contemporáneo sobre ese "periodo amarniense" (del nombre árabe moderno, Tell el-Amarna, con el que se designó en su día a las ruinas arqueológicas de la antigua ciudad y capital -Ajetatón- fundada por el famoso "faraón hereje") es que se trata seguramente del Egipto faraónico más vivo que actualmente tenemos y que hasta ahora hemos podido conocer (exceptuando la literatura egipcia no-religiosa de todas las épocas y periodos) y asimismo el más asequible y el más comprensible dentro de una civilización hiperreligiosa (la egipcia antigua) que en muchos aspectos sigue siendo tan incomprensible como extraña para la mentalidad contemporánea, y quizá por ello mismo tan fascinante.


Maqueta de Ajetatón, Amarna-Project

 

Los datos (históricos, literarios, arqueológicos, artísticos) que tenemos sobre ese revolucionario periodo de reformas políticorreligiosas y artísticas son más que suficientes para poder hacernos un esquema de comprensión general del mismo, un paradigma o modelo explicativo-histórico de unos acontecimientos tan excepcionales en el país del Nilo que no tuvieron precedentes ni consiguientes en toda la historia egipcia. El problema principal es, como ha dicho alguien, que "hay datos para todas las hipótesis, por lo que la figura de este faraón reformador resulta profundamente ambigua". Y la solución, a nuestro modo de ver, pasa por un análisis más interrelacionado de todos esos datos, distinguiendo entre aquellos que son especial o significativamente relevantes de aquellos otros que no lo son tanto o que no lo son nada, y sobre todo por dejar de lado las "mitificaciones" al uso y las ideas preconcebidas que de un tiempo a esta parte se han hecho y no dejan de hacerse con respecto a los principales protagonistas del drama amarniense.

Hace ya tiempo que van clarificándose, matizándose y evaluándose mejor algunas de esas ideas generales y generalizadas desde hace más de un siglo entre historiadores y egiptólogos sobre la compleja personalidad del faraón de Amarna y sobre la naturaleza de su singular "revolución" religiosa. Por ejemplo: la suposición originaria de que Ajenatón era un enfermo, afectado de graves enfermedades genéticas y de patologías hereditarias extremas que tuvieron que repercutir también en su estado psíquico y mental (suposición deducida exclusivamente de una interpretación demasiado literal de algunas de las representaciones del faraón en el arte amarniense), es una suposición que actualmente se va corrigiendo bastante en la medida en que el arte de este excepcional periodo va siendo mejor conocido. Las representaciones de Ajenatón con rasgos físicos cuasifemeninos o andróginos (caderas anchas, mamoplastia, etc) sabemos que responden a un primer estilo artístico amarniense de carácter exageradamente "expresionista", en el que la realidad física de los personajes (por deseo del propio faraón) se expresaba de forma extremadamente descarnada o incluso intencionadamente caricaturesca, en abierto contraste con todas las representaciones plásticas tradicionales idealizadas del solemne arte egipcio oficial anterior. Por el contrario, un segundo estilo amarniano de tipo mucho más realista y naturalista (también fomentado entre sus artistas y escultores por el propio rey) nos ha dejado retratos de Ajenatón de un notable realismo, en el que no son ni mucho menos evidentes tales supuestas deformaciones físicas. Y por si ello no fuera suficiente, tenemos los restos de su supuesta momia (la de la tumba KV55), que tiene bastantes probabilidades de ser la de Ajenatón y en cuyo cuerpo no se evidencian en absoluto esas supuestas patologías extremas.


Gran Templo en Ajetaton, Amarna-Project

 

Otra idea ya antigua y no menos generalizada es la de que Ajenatón era en todo caso un faraón débil, "idealista", desentendido de sus responsabilidades como gobernante del imperio más importante y poderoso de su época, recluido voluntariamente en su ciudad solar de Ajetatón ("horizonte de Atón") y dedicado casi en exclusiva a sus especulaciones teológicas y a sus delirios religiosos monoteístas en torno a su dios exclusivo (Atón, el disco solar). Esta idea es asimismo matizable, y en muchos aspectos completamente refutable. Un faraón que emprendió una reforma religiosopolítica tan radical (insólita y sin precedentes en toda la historia de Egipto) como la que él emprendió y sostuvo contra todos y contra todo (en especial contra las élites sacerdotales tebanas más conservadoras), y que se atrevió a utilizar todos los grandes recursos del Estado para hacer realidad sus proyectos de forma casi inmediata; que en unos pocos años proyectó, dirigió e hizo edificar en una zona semidesértica del Egipto medio a la orilla del Nilo una nueva ciudad y capital prácticamente de la nada; que impulsó la construcción de otros templos atonianos en otros lugares del país (varios incluso en las fronterizas tierras de Nubia, donde fundó también alguna ciudad); que igualó e incluso superó la gran actividad constructora de su padre (Amenhotep III), y que se preocupó de extender personalmente sus reformas a lo largo de todo Egipto en sus primeros años de reinado (alguna estela menciona los frecuentes viajes del rey, la reina y la mayor de sus hijas por todo el país a lo largo del Nilo ); un faraón que gobernó siempre directamente el imperio egipcio sin apoyarse ni delegar en favoritos o validos, a diferencia de su padre, y que mantuvo prácticamente intacto el poderío y el prestigio de Egipto como primera potencia de la época (a pesar de las ambiguas -e incompletas- referencias de la correspondencia diplomática conservada con los reinos y principados de su entorno), un faraón así..., no puede calificarse en absoluto, y de una forma tan superficial como se ha hecho hasta ahora por parte de la Egiptología más superficial, como un "faraón débil", sino más bien todo lo contrario. Otra cosa es que, en efecto, sus prioridades fueran sobre todo sus reformas políticorreligiosas internas y que su política internacional no acertara a prevenir que el equilibrio mantenido hasta entonces entre las cuatro grandes potencias de la época (el reino de Mitanni, Babilonia, Asiria y el propio Egipto) se alteraría bruscamente con el hundimiento del reino mitánnico -aliado de Egipto- y su sustitución por un imperio mucho más pujante y agresivo (el reino hitita), que alteraría el status quo en toda la región en detrimento de Egipto. Por lo demás, Ajenatón demostró ser un gobernante bien capacitado para dirigir la mayor superpotencia militar, territorial y económica de la época (como evidencian las propias cartas de la correspondencia diplomática de Amarna), con una personalidad mucho más pragmática que idealista para los asuntos de Estado tanto internos como de política exterior.


El barrio obrero, Amarna-Project

 

Falta decir que no fue tampoco un gobernante tiránico y despótico, más allá de lo que era usual en cualquier autócrata de la Antigüedad y de lo que podía serlo en un régimen político absolutista y teocrático como era y había sido desde siempre el reino egipcio. Pero la reforma religiosopolítica, la exclusividad oficial del culto a Atón en detrimento de todos los demás dioses oficiales (y de sus castas sacerdotales respectivas), no se hizo con imposiciones cruentas, con persecuciones o con matanzas de detractores (por lo menos ninguno de los datos disponibles indicia algo semejante). El faraón tenía toda la fuerza de su lado (el ejército, los funcionarios de la administración y los resortes del Estado), y sin embargo no necesito recurrir excesivamente a esa fuerza para lograr sus objetivos y la realización de su radical programa de reformas (otra prueba adicional de que no era en absoluto un faraón débil, necesitado de amedrentar y de aparentar la fuerza que no tenía). La religión atoniana, por lo que sabemos, no se impuso a nadie. El pueblo continuó con sus supersticiones religiosas tradicionales y no se impidieron ni perseguieron esos cultos religiosos tradicionales a nivel individual, familiar o local. No fueron ni mucho menos "prohibidos" todos los demás dioses del abigarrado panteón egipcio, cuyos cultos en buena medida continuaron como hasta entonces (en especial los ligados a las divinidades solares del Bajo Egipto, cuyos templos y sacerdotes continuaron activos a lo largo del periodo amarniense). Simplemente, el Estado adoptó como única divinidad oficial la antigua divinidad solar representada por el Atón o disco solar, y todos los demás dioses (especialmente los de origen tebano, y más en especial el dios Amón) se quedaron fuera, reducidos al ámbito puramente privado (con lo que sus fiestas tradicionales también debieron de decaer bastante). Estrictamente, no parece que se cerraran determinados templos amonianos y de otros dioses tebanos, como parece sugerir la lectura de la propaganda faraónica anti-amarniense posterior. Lo que parece seguro es que se incautaron sus riquezas, que fueron transferidas a los proyectos constructivos atonianos, y que esos templos, faltos de recursos, se arruinaron inevitablemente por sí mismos. Pero el faraón era de derecho el verdadero dueño de esas riquezas de los dioses de todos los templos de Egipto, pues era su único heredero y su representante en la tierra, mientras que las castas sacerdotales eran tan sólo los administradores y hasta entonces los plenos usufructuarios de las mismas. Y es seguro también que las reformas atonianas no fueron repercutidas directamente al pueblo mediante la exención de tributos excepcionales y gravosos, sino costeadas sobre todo con esas riquezas de los templos y con los tributos de los pueblos extranjeros vasallos del rey egipcio (no obstante, es muy posible que se utilizasen prestaciones personales de los trabajadores de esos templos, que serían transferidos como trabajadores para la construcción de los nuevos templos y de la nueva capital atoniana). Lo demás, por ejemplo cierta "iconoclastia" que se dió en determinados momentos del reinado del "faraón hereje", fue seguramente no tanto una muestra puntual de radicalización del faraón ante la poca colaboración y el mucho obstruccionismo de esas castas sacerdotales expoliadas de sus privilegios tradicionales, sino un acto consecuente (e incruento) de ruptura con la inautenticidad del orden religioso politeísta anterior, y que llevó a que -seguramente por cuadrillas de "exaltados" enviadas por algún colaborador directo del faraón- se borrara a golpe de cincel el plural de la palabra "dioses" y el nombre de Amón en las antiguas inscripciones jeroglíficas oficiales, incluidas las que contenían el nombre de su propio padre (Amen-hotep = "Satisfacción de Amón"), aunque quizá lo que ocurrió es que no hubo después tiempo material para sustituir esos jeroglíficos borrados por otros alusivos a Atón (p.e. Aten-hotep). Por lo demás, Ajenatón ya había demostrado, por ejemplo en el arte amarniense, que era capaz de llegar bastante lejos en cuestiones de irreverencia artística o religiosa.

Lo que ni él ni sus más estrechos colaboradores supieron calcular fueron las consecuencias a largo plazo de esa desestabilización de la economía egipcia, del "sistema bancario" egipcio constituido por esos poderosos templos amonianos, sus riquezas y los numerosímos recursos materiales y humanos ligados directa o indirectamente a ellos. Esto, unido al cambio de la situación internacional (que con el auge de los hititas privó a Egipto de gran parte de los tributos de sus antiguos principados vasallos) y unido a contingencias inesperadas e imprevisibles que se cebaron especialmente sobre los últimos años del reinado de este faraón (epidemias de peste, quizá también repetidas malas cosechas, corrupción funcionarial) pusieron al país entero, a la muerte de Ajenatón y de sus sucesores inmediatos, al borde de la bancarrota. El régimen económico fue durante el reinado de Ajenatón una especie de "economía de dirección central y centralizada"; pero se alteraron en cierta medida las bases económicas y socioeconómicas tradicionales, hasta entonces más o menos consolidadas en unos equilibrios estables (los mismos que habían hecho del Egipto que Ajenatón heredó de su padre y de sus antepasados la mayor potencia económica, política, militar y cultural de la época). Y esto, por muchas que fueran las prisas del faraón o sus manifiestos deseos de cambiar las cosas que necesariamente debían cambiarse para garantizar y dinamizar la supervivencia de una civilización milenaria, no era algo que pudiera afrontarse con cambios demasiado bruscos y radicales o hacerse de la noche a la mañana sin provocar una importante desestabilización y trastorno en esas estructuras económicas, sociales y políticas consolidadas durante siglos.

Un último aspecto de esa mitificación moderna de la figura del faraón de Amarna es la de considerarle un "místico", un gran reformador religioso, un "iluminado" que enseñó una nueva religión universalista y más o menos monoteísta. Pero tampoco esa visión concuerda mucho con los datos (con todos los datos sustanciales disponibles).

Ajenatón

Para empezar, la religión de Atón no era en absoluto nueva ni fue creada por Ajenatón, pues se remontaba a tiempos muy anteriores a él mismo y a su propia familia y dinastía. Atón era originariamente una representación del disco solar, que fue luego personificada como dios inherente a esa representación material. Era uno más de los varios dioses solares antiguos del Bajo Egipto, cuyos cultos se concentraron principalmente en la ciudad septentrional de Iunu (la On bíblica, llamada Heliópolis o "ciudad-del-sol" por los griegos).

Cuando se habla de "religión" egipcia, en realidad se comete un reduccionismo bastante inexacto. En el antiguo Egipto no había una "religión", sino muchas, progresivamente amalgamadas y más o menos interrelacionadas por medio de elaboradas mitologías más o menos comunes. En realidad, sobre todo a niveles populares, eran más importantes las prácticas y supersticiones mágicorreligiosas (adivinación, uso de amuletos protectores, sortilegios, etc) que los propios dioses en sí. Y en el culto oficial también predominaba en todo caso el rito sobre la "teología". Los dioses y diosas eran innumerables, y cada ciudad egipcia importante, cada nomo o distrito, tenía los suyos, a menudo formando tríadas o grupos de tres ("dios-padre", "diosa-madre" y "dios-hijo"). Algunos, como el dios Ptah de Menfis, o la tríada formada por Osiris-Isis-Horus (originarios también del norte del país), adquirieron con el tiempo una importancia nacional más allá de su ámbito local originario. En general, a lo largo de toda la historia egipcia se detectan dos "religiosidades" (más que "religiones") polarizadas en torno a los dioses solares del norte o Bajo Egipto y las numerosas divinidades de origen animista (y teriomórfico o animalístico) del sur del país o Alto Egipto. Las religiones solares del norte desde muy pronto se plasmaron en realizaciones o símbolos artísticorreligiosopolíticos determinados (pirámides, obeliscos, esfinges, cobra con disco solar como emblema o insignia de la realeza, corona roja del Bajo Egipto, etc) y en una rica mitología, mientras que las religiones del sur, más primitivas, fueron evolucionando y readaptando algunos de los elementos teológicos y mitológicos más elaborados de las religiones septentrionales. Pero lo que verdaderamente unificaba toda esta amalgama religiosa politeísta era sobre todo el culto a los muertos, que llegó a ser común en todo Egipto y conformó un elaborado complejo de cultos funerarios, mitos, prácticas y rituales bajo el patrocinio del dios Osiris, el dios de los muertos.

La XVIII dinastía, que fue la que lideró la guerra de liberación nacional contra los invasores semitas conocidos como hicsos o "reyes extranjeros" que durante más de un siglo habían ocupado algunas ciudades egipcias del norte, se apoyó ideológicamente al principio en los principales dioses de la ciudad meridional de Tebas, la principal ciudad del Alto Egipto y con el tiempo la principal capital-religiosa de todo el país. El culto del dios local, Amón, junto al de otras divinidades tebanas, adquirió una gran importancia y prestigio como dios nacional, lo que se tradujo en la progresiva importancia de su clero sacerdotal y de la riqueza de sus templos, de los que dependían no sólo numerosos sirvientes sino también gran número de campesinos y familias que cultivaban las tierras del dios y numerosos comerciantes y artesanos que suplían las necesidades materiales de esos templos. La importancia del culto de Amón, y de todas las divinidades progresivamente ligadas a él, llegó a asimilar también a la principal de las divinidades solares del Bajo Egipto (el dios Ra o Re, identificado desde siempre como dios del sol) en un proceso de sincretismo que se concretó en la figura de Amón-Ra, que se convirtió en cierto modo en el "dios nacional" de Egipto (aparte del dios común de los muertos, Osiris, que era el que unificaba todos los rituales y cultos funerarios). Sin embargo, a partir sobre todo de Tutmosis IV y de sus sucesores, la "tendencia solar" de las religiones del norte volvió a tener un particular apoyo de los monarcas, que con ello marcaban cierta distinción -todavía no separación- de las cada vez más poderosas castas sacerdotales tebanas y reforzaban de paso el propio poder real. Parece ser que el abuelo de Ajenatón (Tutmosis IV) y luego su padre (Amenhotep III) dieron cabida en los cultos de la corte, entre otros, a un dios solar poco importante hasta entonces, el dios Atón (Amenhotep III puso el nombre de "Resplandor de Atón" a su barco de recreo, y él mismo parece que se autointituló como "Atón viviente" en un momento postrero de su reinado, sin que por ello dejara de dar culto a Amón y de construir nuevos templos para ese dios nacional). Las razones personales por las preferencias hacia ese otro dios solar secundario representado por el disco solar nos son desconocidas. Es muy probable que por aquel entonces el culto a Atón, en Heliópolis, fuera tal vez el culto solar más genuino y menos "contaminado" por el culto nacional amoniano, y en cierto modo también el más "avanzado" o "evolucionado" hacia el monoteísmo teológico (aunque de hecho también el propio dios Amón-Ra, o el dios nacional menfita Ptah, habían experimentado -por lo menos a altos niveles teológicos sacerdotales- un proceso similar, y sus propios sacerdotes consideraban a su respectivo dios como un "dios único" con diferentes manifestaciones o aspectos, representados por los demás "dioses" menores).

El caso es que Amenhotep IV (Ajenatón) dió un paso más, un paso insólito en la historia egipcia: convirtió a ese dios familiar de su padre y abuelo en la "única" divinidad oficial del Estado, excluyendo a todos los otros "dioses principales", y expresamente al dios Amón. A partir de entonces, el Estado dejó de apoyar o sostener otros cultos que no fueran el culto a Atón, y aunque no prohibió los demás cultos a nivel privado, prácticamente los dejó sin recursos estatales. Este paso fue verdaderamente "revolucionario" y único en toda la historia del Egipto antiguo.

No sabemos con absoluta certeza si todo ello obedeció a un plan gradual y preconcebido del nuevo faraón (su madre, la poderosa Gran Esposa Real, la reina Tiye, esposa principal de Amenhotep III y verdadera regente del reino en los últimos años de éste, parece que le allanó el camino a su hijo y heredero, pues en esos años finales de Amenhotep III, con el viejo faraón gravemente enfermo y en fase terminal, se produjeron importantes relevos o sustituciones -¿destituciones?- de importantes funcionarios de la corte, entre otros la del sumo sacerdote amoniano). A la muerte de Amenhotep III, cuando el joven Amenhotep IV inició su reinado en solitario, tras una larga (o breve) corregencia con su padre, el nuevo faraón todavía mantuvo las apariencias durante los dos o tres primeros años: terminó los templos amonianos que su padre había dejado sin terminar en el área sacra de Tebas, pero al mismo tiempo edificó no lejos de ellos un complejo de varios templos exclusivamente dedicados a Atón, con estatuas colosales de sí mismo representado con rasgos corporales andróginos (como andrógino era considerado el propio Atón y algunas otras divinidades de la fecundidad en los cultos populares no-oficiales), y celebró un insólito festival Sed dedicado a Atón (estos festivales, como ritos regeneradores, solían celebrarse a los treinta años de reinado de un monarca, pero el nuevo faraón alteró esa tradicional costumbre). No sabemos si fue la actitud obstruccionista del clero tebano lo que provocó la radicalización del faraón o si era ya algo planeado con anterioridad por éste, pero el caso es que, hacia el cuarto año de su reinado en solitario, cambió su nombre de nacimiento (Amenhotep) por el nombre de Ajenatón (="el que es útil a Atón"). Por esas fechas se intensificaron las obras para la rápida edificación de una nueva capital, en el Egipto medio, casi a mitad de camino entre Menfis y Tebas, y allí se trasladó con su familia, su corte, sus funcionarios y la élite de su ejército hacia el año sexto de su reinado, en que la nueva capital (Ajetatón) estuvo habitable. Se suprimieron las imágenes icónicas de los dioses en el culto oficial e incluso se generalizó lo que sería desde entonces la imagen característica del Atón, al parecer diseñada personalmente por el faraón: un disco solar de cuya parte inferior salen unos largos rayos terminados en manos, que portan el signo jeroglífico de la vida (el anj) en forma de cruz ansada. En lo demás, como se aprecia en los bajorrelieves amarnienses, en poco o en nada se cambiaron el aparato mayestático y el boato y la parafernalia tradicional que habían caracterizado desde siempre a todos los reyes egipcios y a su régimen teocrático, especialmente en sus apariciones en público, en sus actuaciones religiosorrituales o en los actos oficiales en la corte.

Busto de la reina Nefertiti, Museo de Berlín

La capital atoniana se extendía a lo largo de unos 10 kilómetros de longitud a lo largo de la orilla oriental del Nilo, con unos 5 kms. de anchura hasta los farallones rocosos que rodeaban en semicírculo por el este la amplia llanura circundante. Tenía varios templos, todos con un amplio patio y el techo descubierto (probablemente a imitación de algunos templos solares de Heliópolis, a algunos de cuyos sacerdotes Ajenatón se habría traído consigo a la nueva capital), y estaban construidos en piedra caliza labrada, a diferencia de las sencillas casas de adobe de la mayoría de la población. Había también varios palacios reales (y uno de recreo o "templo-iniciático" al sur de la ciudad), y un complejo de edificios oficiales y administrativos, cuarteles para las tropas, casas nobiliarias, talleres, almacenes, etc. Se calcula que la población amarniense pudo alcanzar más de veinte mil personas en sus momentos más álgidos (aunque no sabemos si sus pobladores fueron seleccionados con algún criterio concreto: por ejemplo matrimonios jóvenes todavía sin hijos, con objeto de que la primera generación de niños naciera ya en la propia ciudad). Al este de la ciudad, y muy separado del núcleo urbano principal, existía un barrio o poblado cercado que al parecer era el asentamiento de varios centenares de obreros y sus familias (posiblemente extranjeros), que trabajaban en las tumbas nobiliarias que se estaban construyendo en los farallones montañosos orientales que rodeaban la ciudad; se han encontrado más de 150 esqueletos (de menor estatura que la del egipcio medio de la época) enterrados en sus inmediaciones -se supone que los egipcios de origen se harían trasladar y sepultar en sus lugares familiares originarios-, y que evidencian que las condiciones de vida de esos trabajadores eran bastante deficientes y precarias y que sus niños y jóvenes sufrieron una inusual mortandad, quizá debida a una epidemia (es inevitable pensar en el relato bíblico sobre los hebreos en el libro del Éxodo y en las condiciones en que vivieron los trabajadores extranjeros en Egipto en casi todas las épocas). Las tumbas nobiliarias de Amarna (hipogeos excavados en la roca), construidas con muchos años de antelación al fallecimiento de sus destinatarios, como era usual entre los egipcios, eran las sepulturas individuales destinadas para más de una veintena de altos funcionarios y colaboradores directos del rey (intendentes, supervisores, administradores, secretarios reales, ministros, jefes militares), y en bastantes casos quedaron inacabadas, incluida la destinada a los miembros de la familia real, que fue construida al final de un wadi o desfiladero que se adentraba en las montañas orientales que rodeaban la ciudad. Tampoco esas tumbas llegaron a ser ocupadas por sus destinatarios, excepto la tumba real (que se utilizaría después como sepultura provisional de la reina-madre Tiye, del propio Ajenatón y de algunas de sus hijas, antes de que sus restos fueran definitivamente trasladados -y escondidos- en el complejo sepulcral tebano del Valle de los Reyes). Y es que la espléndida capital atoniana sólo duró lo que duró el reinado de Ajenatón y el de sus efímeros sucesores más inmediatos (apenas veinte o veinticuatro años en total); después, fue oficialmente abandonada y en su mayor parte arrasada por la furia anti-herética de los posteriores faraones y sacerdotes, que quisieron borrar toda huella de la existencia de este faraón "maldito", de su nefasto reinado y de su heterodoxia religiosa (se borraron sistemáticamente los nombres del faraón en las inscripciones de esas tumbas y se desmontaron piedra por piedra los grandes templos y edificios oficiales amarnienses, reutilizando sus mejores materiales en otros templos del país). De este modo, el "faraón-hereje", su capital y su reinado desaparecieron prácticamente de la Historia durante casi treintaidós siglos, hasta que fueron redescubiertos por la egiptología arqueológica desde el siglo XIX para acá.

La memoria de este faraón "maldito", en efecto, fue exhaustivamente borrada por sus sucesores, hasta el punto de que la historia-propaganda de las dinastías posteriores ni siquiera mencionan su nombre ni el de su capital. Y sin embargo, es difícil de creer que un borrado total de su existencia y de una experiencia políticorreligiosa semejante pudiera realizarse a todos los niveles historiográficos y literarios (oficiales, semioficiales, populares). De hecho hay indicios de que no fue así. El historiador griego del siglo V a.C., Heródoto de Halicarnaso (que escribió cerca de nueve siglos después del periodo amarniense), nos ha transmitido un breve relato o cuentecillo satírico (Historia II, 111) que al parecer le contaron en Egipto algunos sacerdotes heliopolitanos. Según ese relato, hubo un faraón llamado Ferón (deformación procedente del título regio de faraón), al que Heródoto hace hijo de "Sesostris" (en egipcio Senusret), que más que a los tres faraones históricos de ese nombre parece que podría referirse a Tutmosis III, antepasado de Ajenatón, y quizá también a otro famoso faraón posterior, Ramsés II. Este Ferón "no llevó a cabo ninguna expedición militar" (=no fue un faraón guerrero, a diferencia de sus antepasados) y "tuvo además la desgracia de quedarse ciego". El motivo fue el siguiente: el Nilo alcanzó por entonces una de sus mayores crecidas, desbordándose e inundando las tierras más de lo habitual, provocando grandes daños; entonces el rey Ferón, enfurecido y "dominado por una insensata temeridad", le arrojó una lanza al río (al dios del río) en medio de los remolinos que el viento había formado en sus aguas, y poco después enfermó de los ojos y se quedó ciego durante diez años. Pero en el año undécimo recibió un oráculo que le anunció que, cumplido ya el tiempo de su castigo, recobraría la vista, si se lavaba los ojos con orina de una mujer que sólo hubiese mantenido relaciones sexuales con su marido y no hubiera conocido a otros hombres. El rey probó primero con su esposa, y al no recobrar la vista con ella, fue probando con muchas otras mujeres sucesivas. Al recobrar por fin la visión con una de ellas, reunió a todas las mujeres con las que había hecho la prueba (excepto aquella con cuya orina se había lavado y recobrado la vista) en una ciudad llamada "Tierra Roja" (es decir, situada en el desierto), y una vez congregadas allí hizo prender fuego a esa ciudad con todas ellas dentro. Después tomó como esposa legítima a aquella con cuya orina se había curado, e hizo diferentes ofrendas religiosas en los santuarios solares más importantes, erigiendo además dos obeliscos de piedra. La anécdota, claramente satírica en torno al tema tópico de la infidelidad femenina, tiene sin embargo algunos elementos -muy mitificados y desfigurados por la propia transmisión oral- que podrían conservar en realidad el vago recuerdo literario (hipermitificado y deformado) del faraón Ajenatón y aludir remotamente a su "herejía religiosa", a su "ciudad solar" y a los cultos solares atonianos. A este tipo de anécdotas pudo quedar reducido (y fuera siempre de la historiografía egipcia oficial) el único recuerdo "histórico" de uno de los faraones más importantes de la XVIII dinastía.

....

Nefertiti jóven

Pero Ajenatón no fue, en sentido estricto, un "reformador religioso" (al menos comparado con los grandes reformadores religiosos y fundadores de religiones a lo largo de la Historia). Propiamente no fundó una "nueva" religión (la atoniana, que ya llevaba fundada muchos siglos antes de él). Tampoco, estrictamente, reformó nada, pues se limitó a dejar fuera de los cultos oficiales del Estado a todos los cultos tradicionales sacerdotales y politeístas. Lo que hizo (y fue un mérito y una hazaña nada pequeña) fue depurar y simplificar al máximo la religión oficial, centrándola exclusivamente en una única divinidad oficialmente reconocida (el antiguo dios solar Atón), con lo cual -salvando el anacronismo y las distancias- puede decirse que acometió el primer ensayo de "laicismo" estatal en la Historia (algo que también podría haber acometido un faraón que, con los ingentes recursos y poderes de que él dispuso, en el fondo hubiera sido -por así decirlo- profundamente ateo). Pero Ajenatón no fue tampoco "profeta" de nada. La religión atoniana no tuvo -que sepamos (y desde luego no se alude a ello en ninguna de las inscripciones amarnienses conservadas)- algo así como un "libro sagrado" o un "texto revelado". Tampoco una "doctrina" o una "casta sacerdotal" específicas (de hecho, parece evidente que el gran sacerdote atoniano y sus demás subalternos provenían de los templos y cultos solares heliopolitanos, y allí volverían cuando la experiencia amarniense llegó a su fin). Y tampoco tuvo en sentido estricto "discípulos", "seguidores" o "fieles": ni los tuvo entre los aduladores nobles que rodeaban al faraón en su nueva capital (y que en las inscripciones de sus proyectadas tumbas se deshacen en elogios hacia el rey y sus "enseñanzas", mientras que algunos de ellos se hacían construir al mismo tiempo otras sepulturas personales lejos de Amarna y con todos los requisitos y elementos de la tradicional religión funeraria osiríaca), ni mucho menos los tuvo entre el pueblo y la gente común de Amarna (que en la intimidad de sus hogares practicaban el "culto a la familia real atoniana" pero al mismo tiempo mantenían en muchos casos sus indesarraigables devociones y supersticiones hacia las divinidades politeístas de siempre). La religión amarniense, en fin, fue ante todo una "ideología" de Estado, basada en una antigua y minoritaria religión solar que el faraón quiso hacer completamente anicónica (sin más representaciones del dios que la de su propio símbolo gráfico y estilizado) y lo más simplificada y depurada posible en lo referente a ritos, cultos y mitos propios. Ésa pudiera haber sido en realidad su única creencia: una creencia estética y esteticista de la religión.

Porque Ajenatón parece haber sido ante todo un gran esteta, hedonista e incluso bastante "sibarita" y caprichoso en su vida personal (como casi todos los faraones anteriores o posteriores, por lo demás), e incluso tan megalómano como todos ellos. Pero no un "místico" en la acepción que solemos darle a esta palabra (no tuvo -que sepamos- "visiones", "iluminaciones", "revelaciones" o "arrebatos propiamente místicos"). Su figura responde más bien a la de un "rey ilustrado", "rey-sabio" o "rey-filósofo", que no es infrecuente del todo en la historia antigua (recuérdese, p.e., al emperador romano Marco Aurelio).

Sin embargo, en cierto modo puede decirse que fue un gran "visionario" (aunque más pragmático que idealista y más político que religioso), en el sentido de que acertó a ver los grandes lastres y pesos muertos que arrastraba una civilización milenaria como la egipcia (que eran sobre todo lastres religiosopolíticos) y tuvo el coraje de intentar sacudírselos sin más, con la racionalidad y el convencimiento personal y moral de que ello era necesario y de que no por eso se iba a hundir el "mundo" y la civilización egipcia, aunque no supiera calcular los desastrosos efectos a largo plazo de sus innovadoras "reformas" y de su revolucionario "experimento".

Su "atonismo", finalmente, desapareció con él, y la herencia inmediata que recibió Egipto de la experiencia atoniana fue una gravísima crisis económica, política y social, agravada con una corrupción generalizada de los funcionarios y de las tropas del ejército (que quizá deban atribuirse no tanto a Ajenatón como a sus sucesores inmediatos) y una pérdida de prestigio y de influencia de Egipto en sus relaciones exteriores con los Estados de su entorno. La experiencia amarniense, desde luego, terminó en fracaso, e incluso en fracaso estrepitoso (político, religioso y personal). Los últimos años del "faraón hereje" debieron de ser especialmente difíciles para él, tras la pérdida trágica e inesperada de varios de sus familiares más cercanos y con el desengaño y la decepción de ver cómo fracasaban sus reformas y cómo todo parecía ponerse en contra suya (incluida la protección de su "bienamada" divinidad protectora). Seguramente todo su mundo de convicciones y creencias sufrió un golpe muy duro, pero seguramente no se desmoronó del todo, pues era un hombre con una excepcional fuerza de voluntad, como ya había demostrado en apenas diecisiete años de reinado. No cedió en esas convicciones, y prueba de ello es que sus sucesores inmediatos sólo empezaron su acercamiento a los poderes sacerdotales tebanos, y sus primeros pasos para una "transición" incruenta y una vuelta a la "normalidad", tras la muerte de él, no antes. Con todo, y pese a su fracaso, este faraón de Amarna había realizado un acto de individuación y de autoafirmación de su poder y de su independencia como faraón como no lo había hecho antes ni lo haría después ningún otro faraón en la historia de Egipto.

....

La "religión"atoniana

Entender a Ajenatón es entender primero la verdadera naturaleza de sus reformas religiosas (y a la inversa). Y esto es algo que sólo puede hacerse contextualizando todos los datos disponibles, que no son tan sólo los de tipo exclusivamente religioso o exclusivamente político, sino también los de sus antecedentes históricos y religiosoculturales más inmediatos (ya hemos visto algunos). Pero también puede ser útil considerar los datos biográficos implícitos que podemos tener sobre su propia educación y formación religiosa y sobre sus propios gustos estéticos (por ejemplo en el arte amarniense, inspirado y fomentado directamente por él). En lo referente a sus conocimientos de las religiones egipcias no podemos tener ninguna duda de que durante su adolescencia y juventud, como príncipe de Egipto (y posteriormente como príncipe heredero, tras la muerte de su hermano mayor Tutmosis), fue educado por los sabios y preceptores más reputados del país y tuvo acceso directo a todo el saber acumulado durante milenios de civilización, así como conocimiento directo (a través de sus cargos religiosos protocolarios como príncipe heredero y de algunos de sus familiares que ocupaban altos cargos políticorreligiosos y sacerdotales) a todas las religiones egipcias, a su teología o a sus rituales. No hay duda de que desde su adolescencia el joven Amenhotep tuvo inquietudes religiosofilosóficas y de que con el tiempo llegó a convertirse en un auténtico experto (cuando sus aduladores cortesanos de Amarna dejaron grabadas en sus tumbas expresiones reiteradas del tipo "el Rey me enseñó", se referían muy probablemente a esto: no a nuevas doctrinas religiosas concretas, sino a un conocimiento muy completo -y crítico- de las religiones tradicionales oficiales, y en especial de las religiones heliopolitanas de los cultos solares).

Lo que parece claro es que el joven príncipe debió de sentir pronto cierta animadversión o repugnancia insuperable por toda esa artificiosa e impostada religión oficial politeísta (de un politeísmo a menudo tan absurdo como grosero), y probablemente no se veía a sí mismo, en su inmediato futuro como rey de todo Egipto, oficiando de por vida unos ritos y ceremonias vacuas e invocando a unas divinidades monstruosas e irracionales. Le gustaba (e incluso no es mucho suponer que le entusiasmaba) lo genuino, lo auténtico (tanto en la religión como en el arte), y es bastante probable que se interesase incluso por algunos aspectos de las religiones tradicionales populares de los campesinos egipcios (del todo marginadas por la religión sacerdotal oficial y sin embargo mucho más auténticas, y más tradicionales también, que aquella), aunque su mentalidad racionalizadora no le permitiese creer en ellas en absoluto, pero que en cualquier caso debieron de servirle de "piedra de toque" para comprobar lo mucho de artificioso e inauténtico que había acumulado la religión oficial egipcia a lo largo de los siglos. Sus preferencias religiosas las dirigió sin duda a la propia "religión familiar atoniana" y a las religiones solares heliopolitanas, y a la posibilidad de depurar toda esa "morralla" pseudorreligiosa oficial politeísta que lastraba a la cultura egipcia tradicional y por añadidura a la propia monarquía desde hacía milenios.

Desgraciadamente es muy poco lo que tenemos para el conocimiento directo de la religión atoniana y de su "contenido" doctrinal, ético y teológico. Sin duda se incorporaron no pocos elementos y ritos de las principales "religiones solares" de Heliópolis. Sabemos, por ejemplo, que en alguno de los templos atonianos de Amarna (todos ellos de techado abierto y descubierto, sin salas cerradas a los rayos del sol y sin "sanctasanctorum" o cámara reservada exclusivamente al dios, al rey y al sumo sacerdote, a diferencia de los templos amonianos y otros) se practicaron cultos solares antiguos y tradicionales, como el de la piedra "benben" (imagen de la colina originaria de la que surgió el mundo según la mitología heliopolitana). También se practicaban ritos diarios al amanecer: plegarias y ofrendas del rey, de la reina o de ambos en las pequeñas mesas-altares de las abiertas explanadas de los templos, con participación de cantores y músicos (en realidad, a lo que parece, las ofrendas de alimentos al dios representaban la ofrenda del ka, del "espíritu", de esas ofrendas, pues obviamente no se trataba de "alimentar" al dios con alimentos materiales). Y es posible que se practicaran también, a juzgar por algunos bajorrelieves, otros ritos de adoración llevados a cabo en otros momentos del día y a cargo de los propios sacerdotes, que aparecen adorando al sol del mediodía con los ojos vendados, o incluso otros ritos más misteriosos o iniciáticos, como el representado en una inquietante pintura mural hallada en el "Maru-atón", el reservado templo-palacio en las afueras de la parte meridional de la ciudad, donde se ve a un nutrido grupo de sirvientes jóvenes desnudos, al parecer ciegos, en una actitud de adoración o de lamentación.

Pero no sabemos si en Ajetatón se practicaron fiestas solares específicas, ligadas a los ciclos solares estacionales (solsticios, equinocios). Lo que sí sabemos es que el "atonismo" no era estrictamente (teológicamente) un monoteísmo, sino en todo caso una monolatría, que no excluía la existencia (aunque sí el culto oficial) de los demás dioses, considerados en todo caso secundarios. El monoteísmo propiamente dicho procede históricamente de una monolatría inicial (la del pueblo hebreo), pero sólo surgirá plenamente (dentro del ámbito religioso hebreo y sólo a partir de determinados escritos "proféticos" y sacerdotales bíblicos) cuando el dios principal pase de ser no ya "el principal", sino "el único (existente)", cuando de forma teológicoconceptual ese "único dios" se reconvierta además en el único "dios verdadero" (considerándose a las demás divinidades como "falsas", como inexistentes, como ídolos "de piedra y madera", como dicen los profetas hebreos). Hasta entonces, los dioses, todos ellos, tenían una existencia por así decirlo virtual (metafórica), más que lógico-conceptual (no eran propiamente "creencias", verdaderas o falsas, sino "visiones" estéticoexplicativas de realidades más o menos desconocidas). Y éste era todavía el estadio religioso de la religión atoniana. Pues aunque el propio faraón hubiese alcanzado ya, racionalmente, ese estadio de monoteísmo más o menos estricto (y parece que sí), es obvio que -por consejo de sus sacerdotes y colaboradores- tuvo que flexibilizar sus ideas y teologemas y asimilar primero a su divinidad principal otras divinidades solares tradicionales, como el dios Ra, como el dios Shu (de la luz solar y del aire), como Horajti (="Horus-del-Horizonte"), y otros nombres metafóricos de divinidades con los que se distinguían originariamente al "sol del amanecer" del "sol de mediodía" o "del sol del crepúsculo", dotados de luz propia que se consideraba independiente de la del disco solar, aunque en los propios textos atonianos que los aluden es claro el intento de asimilarlos e identificarlos (Ra-Horajti, curiosamente, es una las divinidades más frecuentes en los cuentos populares egipcios de esa época, lo que la sitúa entre las divinidades genuinamente tradicionales).


Relieve en piedra: Ajenatón sacrificando un pato

Estas asimilaciones y sincretismos puntuales de la religión atoniana no los conocemos hasta el punto de poder decir si en ellos se observa algún tipo de "evolución" de la religión atoniana a lo largo del reinado de Ajenatón. Es posible que así fuera. De todas formas hay algunos datos significativos (no sabemos hasta qué punto relevantes o no): por ejemplo, las cuatro primeras hijas habidas entre Ajenatón y su esposa principal, la reina Nefertiti, llevan nombres de nacimiento alusivos expresamente al Atón: Merit-atón, Meket-atón, Anjesenpa-atón y Neferneferu-atón "la menor" (además, el nombre egipcio completo de Nefertiti era "Neferneferu-atón Nefertiti"). Sin embargo, sus dos hijas más pequeñas, nacidas en Amarna, llevan nombres que no aluden al Atón sino al dios solar Ra (Neferneferu-ra y Setepen-ra), y el primer sucesor inmediato de Ajenatón en el trono llevaba el nombre de Smenjkha-ra. ¿Mera casualidad onomástica? ¿intentos de acercamiento hacia la ortodoxia, o al menos a una postura intermedia y contemporizadora? ¿evolución teológica personal del propio Ajenatón? No lo sabemos.

Tampoco sabemos prácticamente nada de las doctrinas escatológicas (del "más allá") de la religión atoniana. En las tumbas amarnienses no hay referencia alguna al culto funerario osiriaco (aunque sabemos que los cuerpos seguían embalsamándose y se les proveía de amuletos y otros elementos del culto funerario tradicional); pero las escenas de esas tumbas amarnienses retratan los mejores momentos de la vida de los protagonistas junto al faraón, no su tránsito a la Duat o mundo de ultratumba ni su vida ultraterrena. Los textos de las inscripciones de esas tumbas parecen aludir a alguna clase de vida ultraterrena, sobre todo para el propio faraón, y hay repetidas alusiones al ka del difunto y a una "morada (?) de eternidad", pero son demasiado breves y ambiguas y el contexto se nos escapa. Es posible que hubiera algunas ideas de "resurgimiento" o "renacimiento" cíclico del ka o "espíritu" individual (al modo solar), pero no sabemos nada más. Algunas inscripciones parecen aludir a la necesidad que tenía el ka del difunto de ser invocado esporádicamente en determinadas ceremonias solares, para que pudiese revivir junto al faraón y junto al Atón en el aire o brisa de la mañana.

Y otro aspecto importante es la existencia (bien documentada arqueológicamente por diversos paneles de altares encontrados en algunas casas particulares de Amarna) de un culto a la familia real o "familia sagrada" (el rey, la reina y sus hijas), que actuaban como intermediarios entre Atón y los hombres (lo que hacía técnicamente innecesarios a los sacerdotes). Se ha hablado de un verdadero "culto a la personalidad", oficialmente fomentado, y es una forma de denominarlo que -aunque anacrónica- seguramente no se queda demasiado corta. En lo demás, el Atón, el rey y la reina constituían la nueva "tríada divina" de esta religión de Estado.

En resumen, nuestro exiguo conocimiento actual de la religión atoniana proviene básicamente de tres fuentes: en primer lugar, a nivel formal y ritual, las arqueológicas (que incluyen los restos de templos, altares, estelas, y las escenas representadas en los bajorrelieves, no siempre de fácil interpretación); en segundo lugar, con carácter funcional, las epigráficas, formadas por las inscripciones jeroglíficas que reflejan titulaturas regias, fórmulas sacras estereotipadas o lo que se han dado en llamar "lemas didácticos", frases insertadas en los encabezamientos del nombre del Atón que aluden a nombres de diversas divinidades asimiladas al disco solar y constituyen expresiones de tipo propiamente "teológico"; y en tercer lugar -como contenido literariodoctrinal- dos himnos religiosos más o menos completos dedicados a Atón y de los que nos ocuparemos detenidamente más adelante.

Sobre los datos del segundo grupo (lemas, titulaturas, fórmulas teológicas) dependemos sobre todo de los propios avances y progresos de la filología sobre una lengua (el egipcio antiguo de escritura jeroglífica) que presenta todavía en sus textos más lagunas semánticas de las que podríamos desear, y que a veces, sobre todo los conceptos e ideas abstractas, exigen sobre todo entenderlos no tanto desde su literalidad textual, sino más bien desde su sentido contextual y desde la aproximación conceptual o conceptual-metafórica en que podría entenderlos la propia mentalidad de un egipcio de la época. Se trata de "teologemas" de tipo conceptual-teológico (que en cierto modo, y salvando las distancias, recuerdan a las fórmulas teológico-dogmáticas del Cristianismo medieval, del tipo: "In Nomine Patri et Filii et Spirictus Sancti"). Su función era claramente teológica, y parecen reflejar el propio proceso gradual de conceptualización monoteísta de la idea divina (que seguramente estaba todavía en proceso de gestación y desarrollo, más que en proceso de dogmatización). En esos lemas se insiste sobre todo en la idea de la "unicidad" divina: Atón es, en realidad, algo así como la materialización de Ra, que a su vez es una "esencia" (shu) de la propia inmaterialidad divina. O tal era la idea que el propio Ajenatón, o sus "ideólogos" heliopolitanos, se hacían de ello en su incipiente monoteísmo atoniano.


La vida cotidiana en Amarna

Por ejemplo, una expresión literal contenida en uno de esos lemas (la de: "en su nombre de Shu") es obvio que hay que traducirla y entenderla como "en su manifestación como...", "en su advocación de...", o incluso "en su identidad de... ", "en su esencia de..." (referida a la identificación del Atón con el dios del aire y de la luz: Shu). Así, un lema muy repetido como el de: "Ra-Horajti, que aparece glorioso en el horizonte [o que se regocija en el horizonte], en su nombre de Shu, que es Atón, que vive por siempre [o que da la vida eternamente]...", quizá podría traducirse mejor así: "Ra-Horus-del-Horizonte, el que se recrea apareciendo en el horizonte en su esencia que es (o está en)Atón... ". Otro de los lemas, al parecer algo posterior, sobre "el nombre de Atón", dice así: "Que Ra viva, apareciendo en el Horizonte de Atón [= en la ciudad de Ajetatón] como sombra [=presencia manifiesta] que llega como [la forma de] Atón". A veces también se utilizaron imágenes conceptuales plásticas para expresar estos "conceptos" filosóficoteológicos: conocemos al menos una representación de Ajenatón con forma de esfinge, con los lemas o fórmulas teológicas habituales inscritos en cartuchos por encima de la imagen (la esfinge, y su cuerpo de león, eran tradicionalmente símbolos solares en la mitología egipcia), aunque tales imágenes no debieron de ser muy frecuentes ni quizá tampoco muy del gusto del propio Ajenatón. Es fácil imaginar al faraón discutiendo de estos aspectos filosóficoteológicos con los viejos sacerdotes heliopolitanos, e incluso entusiasmándose al descubrir que los "dioses" solares tradicionales contenían en realidad aspectos sustanciales de la idea monoteísta atoniana, aunque da toda la impresión de que este "monoteísmo" era muy incipiente y de que fue reelaborándose un poco sobre la marcha a lo largo de todo la experiencia amarniense. En una de las inscripciones de una tumba nobiliaria amarniense (que quizá transmite algo de una conversación teológica real) el faraón le dice a uno de sus visires: "Las palabras de Ra están ante tí (...) mi augusto Padre (Ra) que me enseñó su esencia". Pero tampoco esto era una novedad radical. Los sacerdotes del dios Ptah de Menfis, por ejemplo, llegaron también a unos procesos de abstracción similares en lo que respecta a su dios: Ptah, la mente del dios Ptah, era también la propia mente humana (=corazón) y su lenguaje cuando coincidían con la mente del dios.

Y otro último ejemplo, aun más paradigmático, es el que hace referencia a Maat, una antigua divinidad femenina con carácter de abstracción cuasimetafórica, que en la religiosidad egipcia tradicional representaba el "orden cósmico", la "justicia", la "verdad" o el "Derecho", según los casos. Modernamente se han multiplicado los estudios sobre la función y el significado de Maat en la religión egipcia de todos los periodos y épocas, lo que en cierto modo parece indicar que los estudiosos contemporáneos han creído encontrar en esa diosa-metáfora abstracta (representada en la plástica egipcia como una mujer alada y con una pluma de avestruz en la cabeza) algo así como una de las ideas básicas de la religiosidad egipcia antigua, el principio fundamental de la ética, de la religión y del Derecho, y acaso una de las ideas-clave para entender esa civilización en su propia continuidad ideológica. La palabra Maat es notablemente polisémica en egipcio antiguo: designa (y así suele traducirse según el caso) la "verdad", el "orden", la "justicia", la "ética". Pero en realidad es mucho más que todas y cada una de esas cosas en particular: es el orden mismo de todo el Universo, la fuerza interna que lo dinamiza y dirige; es el equilibrio y la fuerza divina del Mundo, y también (como reflejo de éste) el orden político, jurídico, social, religioso y teleológico de Egipto. No representa una idea estática (como el concepto griego de "cósmos"), sino dinámica, ni tampoco es exactamente identificable con las diosas-abstracciones de la Justicia en otras culturas (p.e. las diosas griegas Diké y Thémis). Maat es en cierto modo el funcionamiento correcto de las cosas y del cósmos. Según el contexto, puede ser una maat religiosa, políticojurídica, social, ética, cultural, o incluso estética. En lo humano, Maat es sobre todo la ética; en la naturaleza es el propio orden natural de las cosas; en lo social (donde unas "leyes naturales" desajustadas por los egoísmos, ambiciones y envidias "naturales" de los seres humanos son precisamente lo que debe ser ajustado en relaciones de reciprocidad y bien común por encima de la individualidad) Maat es el Derecho, la Justicia (formal y material), la norma, la ley, la costumbre jurídica inmemorial, y su correcta aplicación a la vida social de relación. En una definición religiosa amplia, Maat es "todo aquello que la Divinidad quiere, desea y ama". En la plástica religiosa egipcia (sobre todo a partir de la época ramesida) es frecuente la representación de los faraones "ofreciendo Maat a los dioses", presentando en la palma de su mano una pequeña figurilla de la diosa Maat, reconocible por su pluma en la cabeza; y en las representaciones funerarias osiriacas del juicio de ultratumba es bien conocida la imagen pictórica en la que los dioses, en su juicio de las almas, pesan en un platillo de la balanza el "corazón" del difunto y en el otro la "pluma" de Maat.

Una de las frases más repetidas en esos lemas y fórmulas atonianas, referida siempre al faraón Ajenatón, es la que dice: "El que vive (en) Maat" (o "con Maat" o "de Maat"). Algunos egiptólogos dejan el término "maat" tal cual, sin traducir, con lo cual no sólo no captan el sentido original y genuino de esa importante frase, sino que lo malentienden, al sugerir que ese nombre alude a una "diosa" concreta (de las pocas admitidas por la religión atoniana) y no más bien a su necesaria metáfora como expresión de un concepto abstracto de carácter filosóficoteológico. Otros traducen: "El que vive (en) la Verdad" (o "con la Verdad" o "de la Verdad"), con lo cual tampoco afinan demasiado, pues introducen un concepto (la verdad religiosa) más propio de un monoteísmo dogmáticoconceptual muy perfeccionado que de una "monolatría en vías conceptuales de monoteísmo", como parece que era la religión atoniana. Atón no era estrictamente todavía un "dios verdadero", en la misma medida en que los demás dioses del politeísmo egipcio tampoco eran considerados por los atonianos como "dioses falsos", sino más bien como "aberraciones" o confusiones religiosas, y así se les alude en algunos textos amarnienses. Y otros, en fin, traducen: "El que vive en la Justicia", que tampoco nos parece una traducción demasiado afinada. Durante algún tiempo se pensó (ciertamente sin mucha base documental) que la "revolución" atoniana había incluido paralelamente grandes cambios y reformas en la administración del Estado, e incluso legislaciones nuevas o innovadoras, y que el reinado de Ajenatón había sido en muchos aspectos "el imperio de la ley y del Derecho". Pero el caso es que no hay pruebas de que eso fuera así, y, hasta ahora por lo menos, no ha aparecido ni un solo texto amarniense que indicie siquiera que Ajenatón fuese un faraón "legislador". Más bien al contrario, pues en el decreto de uno de sus sucesores, el del faraón Horemheb, se dictaron disposiciones concretas (algunas muy drásticas) contra la corrupción administrativa y militar que había caracterizado a los reinados inmediatamente anteriores (que no sabemos si se originaron durante el propio reinado de Ajenatón o después de él), donde era frecuente que los funcionarios y los soldados extorsionasen a la población campesina más desfavorecida con dobles tributos y exacciones abusivas. En este sentido, fue Horemheb, no Ajenatón, el verdadero "faraón restaurador y legislador", el principal de los que ejercieron la "maat jurídica" al final de la XVIII dinastía y más que ningún otro de sus predecesores.

Relieve en piedra: Adoración de Atón

Por tanto, la maat de Ajenatón no parece que fuera fundamentalmente una maat estrictamente jurídica, sino religiosa en sentido amplio (ni siquiera en sentido teológicodogmático), o quizá más bien una maat ética (en un sentido técnicofilosófico quizá comparable al concepto filosófico moderno de "Ética"). Tampoco parece haber sido estrictamente una maat social: no hay indicios de que la revolución atoniana haya implicado reformas sociales de ninguna clase ni de que se cambiasen ni para mejor ni para peor las condiciones de vida de las clases populares egipcias (sabemos que el faraón encumbró a altos puestos de confianza y de la administración del Estado a personas que no provenían necesariamente de las clases aristocráticas egipcias, como era costumbre desde antes y desde después de él, pero ello parece que fue más bien la excepción que la regla y que en todo caso dependió del propio talante liberal de este faraón o de sus intenciones de promocionar una auténtica "meritocracia" o "tecnocracia" en las tareas de administración y gobierno; pero desconocemos hasta dónde llegó en ese aspecto). Falta decir que la maat que caracterizaba al faraón no debió de ser tampoco una maat filosófica en sentido amplio (Maat era, como hemos dicho, el funcionamiento del cósmos, la "maquinaria" cósmica cuyo "motor" Ajenatón y los atonianos identificaron inequívocamente con Atón -ni siquiera con "el Atón" o disco solar propiamente dicho-, pero ni siquiera el propio faraón podía pretender haber dado con el "manual de instrucciones" de esa gran maquinaria cósmica).

Parece claro que el faraón de Amarna y sus ideólogos, para justificar los cambios religiosos radicales que se llevaron a cabo, manejaron otra idea o concepto de maat en ciertos aspectos distinto del habitual. Seguramente no era una maat social ni jurídica, pero tampoco estrictamente epistemológica, filosófica o metafísica, ni siquiera una maat ética en sentido amplio (el atonismo -por lo menos lo que conocemos de él- no implica una "ética universal", una ética activa con valores universales como el amor, la compasión o la propia justicia, y el "mecanicismo" de una Divinidad perfecta pero completamente distante de los seres humanos individuales y desentendido por completo de sus miserias cotidianas no apunta desde luego en esa dirección). No hubo en ningún caso una verdadera "revolución ética de las conciencias" (a diferencia de las grandes "revoluciones religiosas" de los principales monoteísmos históricos), sino tan sólo unas superficiales reformas religiosas exclusivistas (ideológicas y quizá también, en menor medida, jurídicopolíticas) y sin implicaciones éticas de ninguna clase (aunque tuvieran, sin pretenderlo, implicaciones sociales y económicas a medio y largo plazo, como ya se ha visto, pues tocaron los cimientos de un régimen teocrático milenario). Pero los cimientos éticos, jurídicos, políticos y sociales de la civilización egipcia no se alteraron en absoluto.

Cabe pensar, en cambio, que la única "revolución de las conciencias" fue la del propio Ajenatón, y que su idea de "vivir en maat" o "vivir la maat" se refería sobre todo a su propia experiencia moral e intelectual personal: vivir el "orden cósmico" en sí mismo, vivir en armonía y naturalidad con el Todo. Para Ajenatón la religión oficial tradicional era una "aberración" contra maat, precisamente porque era inauténtica, es decir, sin maat (que podría traducirse también como "autenticidad"): él era ante todo "El que vive (en) la autenticidad" o "con autenticidad". Su pretensión era sin duda restablecer maat, primeramente en lo religioso, luego quizá también en lo jurídico, en lo social, etc (pero desde luego le faltó tiempo incluso para lo primero). Él se consideraba el principal intérprete de esa "autenticidad" religiosa, pero en principio no parece que se propusiera reformas políticas o sociales de ninguna clase. Egipto funcionaba entonces como nunca antes, en todo su esplendor político, económico y cultural, pero ni él ni los suyos quisieron percatarse de que ese "óptimo funcionamiento" se debía -y mucho- a la multirreligión tradicional oficial y a sus complejas relaciones sociales, económicas y políticas, pues era consustancial al propio Estado teocrático egipcio. Su visión fue, por tanto, puramente superficial, ni siquiera estructural, aunque en el fondo acertase al identificar el verdadero "lastre" que hacía inviable a esa civilización para los siglos futuros y la necesidad de cambios estructurales profundos. Con todo, su personal idea de maat como "autenticidad" resulta de hecho potencialmente revolucionaria, en la medida que ya no se identificaba tanto con lo que tradicionalmente las religiones y el Derecho consideraban "lo justo" y "lo correcto" (convenciones religiosopolíticosociales al fin y al cabo), sino con lo auténtico (lo justo era tal y era verdadero en la medida en que era también lo auténtico).

En realidad, todo parece que surgió de su particular (y privilegiada) visión del mundo. Su maat era en el fondo una "maat estética y esteticista". Esa misma autenticidad que buscaba en el arte por él patrocinado, un arte genuinamente popular, expresivista o naturalista, que no idealizaba nada, que retrataba la fealdad o la belleza más allá de idealizaciones y falsificaciones (ya fuera la belleza real de su propia esposa principal o ya fuera la exageración de sus propios defectos físicos personales), esa autenticidad estética la llevó también a su propia vida personal y familiar, y por supuesto a su visión religiosa. La maat de Ajenatón no coincide con la Maat tradicional (que es la "ética" subyacente a la propia cosmovisión egipcia tradicional) en la medida en que es una maat estética, personal, moral (no ética). Para él la Verdad (maat) era también su propia libertad personal, en el sentido de que todo lo natural era verdaderamente lo correcto. Él consideraba que "vivía con autenticidad" porque rechazaba una cosmovisión religiosa politeísta tradicional e irracional (pero era un rechazo estético y racional, no místico ni ético), porque consideraba que su visión "atoniana" respondía mucho mejor a la tradición religiosa auténtica (popular, no oficial), porque consideraba que un faraón, "hijo" del Dios, no tenía ni debía tener limitación alguna en su vida de relación, no tenía por qué disimular sus simpatías o antipatías, ni reprimir sus apetitos (los de un "hijo del Dios" o "espíritu de su espíritu", como le llama otra de las inscripciones amarnienses).


Ajenaton y su familia en la 'ventana de las apariciones'

 
 

En lo puramente teológico, es difícil determinar cómo entendía este faraón la "autenticidad" divina, en la medida en que es difícil entender la mentalidad de un egipcio de hace más de tres mil trescientos años (aunque fuera, como él lo era, un egipcio muy racionalista y muy cultivado). Su dios Atón era desde luego "único", en el sentido de que era "el único" que tenía auténtica maat ("auténtica autenticidad", por así decirlo). ¿Significaba eso que todos los demás "dioses" eran "falsos", inexistentes? Más bien habría que decir que eran "inauténticos", y que por ello mismo ni siquiera eran auténticos dioses, sino "pseudo-dioses", "aberraciones", "malentendidos". Pero ni siquiera podemos decir que se considerasen "inexistentes" en sentido teológico y ontológico, por lo menos para el atonismo oficial (no tanto quizá para el propio faraón), que daba cierta autenticidad a divinidades como Ra, Shu, Maat y otras, aunque fuera como manifestaciones, esencias o hipóstasis de la divinidad auténtica (Atón). Pero, a lo que parece, no hubo nunca en el periodo atoniano algo así como una "guerra de dioses" o "guerra santa", de un "dios verdadero" contra unos "dioses falsos". A Amón y a los restantes dioses excluidos de reconocimiento oficial se les trataba (valga la comparación) con el desprecio que los seguidores de un partido político o de un equipo en una competición deportiva reservan para los grupos o equipos rivales perdedores, no como a "mentiras inexistentes" (y lo mismo hicieron los sacerdotes amonianos con respecto a Atón cuando les llegó el momento de su revancha). Pero las cosas religiosas no debían de estar todavía en esos tiempos en unos parámetros religiosoteológicos tan absolutos como los de las religiones monoteístas posteriores.

En cualquier caso, todo esto no era "mística" ni "vivencia mística", sino moralidad individual más o menos "libre" de una persona (aunque no todos, más bien nadie, podían tomarse la vida como se la podía tomar un faraón, el personaje más poderoso, más famoso y más rico de la Tierra por aquel entonces). Los grandes místicos y reformadores de la historia de las religiones lo primero a lo que renunciaban era a las "glorias" terrenas, aunque en muchos casos ellos mismos fueran príncipes o hijos de príncipes. Ajenatón no renunció ni podía renunciar a nada de ello: vivió con todo el lujo y esplendor de los más grandes faraones de la historia, si bien está claro que tuvo siempre un gran control emocional sobre sus propios apetitos y no degeneró en un psicópata megalómano y criminal, como tantos otros autócratas de la historia (probablemente fue su esposa principal, Nefertiti, su verdadero contrapunto ético y la que mantuvo esa divina "autenticidad" de su regio esposo dentro de unos límites de normalidad y autocontrol). Pero lo que conocemos de su vida personal y familiar tampoco suma demasiados "puntos" para que sobrevaloremos su doctrina religiosa, su ideología políticorreligiosa, como algo "revolucionario" desde el punto de vista estrictamente ético.

Ajenatón no fue un "iluminado" o un "profeta religioso" (a la manera de un Jesús de Nazaret, de un Mahoma o de un Buda); pero tampoco un mero "reformista religioso" a la manera de un Lutero. Desde luego, salvando la época, la mentalidad y las distancias, habría sido más bien un "racionalista laico", a la manera de un Voltaire; pero Voltaire nunca hubiera existido sin un Lutero previo. El problema es que en el Egipto anterior a Ajenatón ni siquiera habían existido "Luteros" ni "Calvinos" de ninguna clase (que nosotros sepamos), así que el "racionalismo laicista" del faraón de Amarna se construyó prácticamente desde la nada y sobre la nada, lo cual es quizá también su mayor mérito personal e individual y lo que hace de él uno de los faraones más importantes de la historia de Egipto.

....


Esclavos ciegos en una pintura del Maru-Atón

 

Los dos Himnos atonianos

Por las inscripciones de diversas tumbas nobiliarias amarnienses conocemos varias versiones más o menos breves de algunos himnos dedicados a Atón o al propio faraón. La versión más extensa, y que parece la más completa, se encuentra en la tumba de Aya (el cortesano más adulador de todos y a la larga también el más influyente, pues llegaría a ser faraón: había sido, entre otros cargos, secretario real y jefe de los arqueros, y llegó a ser el consejero principal de los sucesores inmediatos de Ajenatón, incluido del que parece que fue su propio nieto, Tutankhamón, al que sucedió como faraón, consolidando el definitivo retorno a la "normalidad" y a la "ortodoxia" religiosa amoniana). Los egiptólogos consideran dos versiones principales de estos himnos: el llamado "Gran Himno a Atón" (que es la versión inscrita en la tumba de Aya) y el denominado "Pequeño Himno a Atón", conservado en diversas versiones en otras de esas tumbas nobiliarias amarnienses (principalmente en la del administrador Apy y en la del chambelán Tutu, así como en las del secretario real Any, el sumo sacerdote Merira y el prefecto de la policía y jefe de la guardia Mahu).

En realidad, el problema es bastante más complejo, ya que ni el "pequeño himno" es una versión resumida o reducida del más extenso (contiene expresiones y metáforas similares pero también originalidades propias) ni el "gran himno" puede considerarse una versión ampliada de aquél. Más bien, a lo que parece, existía un repertorio de himnos orales con una temática bastante similar, seguramente en verso (aunque la escritura jeroglífica, carente de vocales, no puede reflejarlo) y destinados al canto en las ceremonias y ritos atonianos (sabemos que en todas las culturas antiguas la lírica religiosa era cantada, generalmente por solista y coro). Los diversos escribas de las tumbas amarnienses reflejaron versiones de algunos de ellos, las que recordaban de memoria, y en otros casos se copiaron unos a otros. Pero en la tumba de Aya se escribió una versión más extensa, formada por la acumulación de varios de esos himnos menores (sabemos que fue así porque esa versión "extensa" es demasiado larga para haber constituido un solo poema o canto unitario, y sobre todo porque sus diferentes partes o "estrofas" no presentan siempre el mismo grado de continuidad o unidad temática). Uno de sus primeros traductores (Davies) ya notó que "nadie que lo lea en su versión completa puede sentir que representa una composición original, pues no contiene ninguna progresión del pensamiento y ninguna unidad"; notó también que en todos esos himnos o versiones destaca el propio descuido de los escribas al transcribirlos (alterando a veces sin mucha coherencia el uso de pronombres en distintas personas en una misma frase y evidenciando con ello las propias corrupciones originadas por su repetida transmisión oral).

Ello nos lleva al controvertido problema de su autoría. Algunas "estrofas", en primera persona, sugieren que el autor pudo ser el propio Ajenatón, pero en realidad puede tratarse de una mera convención literaria. No es improbable, en efecto, que el propio faraón compusiese algunas de esas "estrofas", pero todavía lo es menos que la autora de ellas fuera una mujer (p.e. la propia reina), o quizá ambos (sabemos que la poesía lírica religiosa, en las principales culturas y civilizaciones antiguas, era sobre todo obra de mujeres, de sacerdotisas). En cualquier caso parece incluso más evidente que estos himnos, en lo sustancial, son de creación colectiva y de transmisión oral y tradicional, con adiciones y readaptaciones a la propia religión atoniana. Se conocen por otras fuentes diversos himnos religiosos egipcios más antiguos y dedicados a otros dioses (incluido Amón), que presentan procedimientos estilísticos y compositivos similares (algunos tienen incluso metáforas y epítetos idénticos a los de estos himnos atonianos, por ejemplo la expresión "señor de la eternidad").

Con todo, las dos principales versiones de estos dos himnos atonianos conservados (la extensa y la breve) son bellisímas literariamente, y mucho más asequibles al gusto contemporáneo que cualesquiera otras composiciones religiosas egipcias anteriores (que a menudo aparecen muy recargadas con referencias mitológicas y alusiones a otros dioses menores). Aquí, por el contrario, todo gira en torno a una única divinidad central (la representada materialmente por el disco solar, Atón, pero que en realidad es una fuerza divina inherente a éste). No hay propiamente "heliolatría", sino admiración ante un único dios cuya manifestación más visible es el propio disco solar.


Soldados de la guardia personal de Ajenatón

 

Al igual que toda la poesía religiosa de todas las culturas y civilizaciones, se parte del YO del poeta en su diferenciación con el MUNDO, con un ELLO exterior al propio sujeto; al comprender la unicidad de ese ELLO, de su ordenación interna, se pierde el miedo religioso inicial y se establece una más íntima relación de confianza, una relación bilateral YO-TÚ expresada en la oración lírica, una relación íntima en la que el YO no es el "yo" personal y superficial, sino el yo más íntimo y profundo del ser humano, el núcleo y soporte mismo de la personalidad integral: por eso se designa con frecuencia en los salmos hebreos a ese intimíssimus deus o Dios interior como "mi roca". En un momento dado, el poeta (profeta, sacerdote, músico, etc) se atreve en esa contemplación mística a llamar "tú" a esa fuerza cósmica (en principio siguiendo las viejas imágenes politeístas, pero haciéndolo interiormente, "en su corazón", no exteriormente como el que invoca a una estatua de piedra). En realidad, se trata de una objetivación, de un primer acercamiento comprensible de su propio "yo" al fondo psicológico de su propia percepción del "sí mismo". Ese aparente ELLO inicial, multiforme y externo, es percibido como un Todo unitario y ordenado, y precisamente esa nueva comprensión o conciencia proporciona una sensación psicológica de consuelo, de protección y de seguridad. Es la misma relación que se da, por ejemplo, en los salmos bíblicos hebreos (incluido el conocido salmo 104, con el que a menudo se ha comparado este himno atoniano extenso). Sin embargo, en los mejores salmos hebreos, la relación YO-TÚ es incluso más honda y profunda, más íntima, y a menudo es el propio estado anímico del poeta (hundido por la melancolía o la desesperanza) el que ahonda en ese sentimiento hasta encontrar el alivio, la esperanza o el consuelo psicológico esperado. En esos salmos, lamentos autocompasivos como descarga emocional, nostalgias, patetismos líricos, son los medios anímicos preparatorios para llegar a esa "intimidad de Dios", y con ello a la alegría más íntima y profunda, y siempre sobre un fondo irreductible de esperanza en el que no cabe la desesperación, porque Dios está ahí y sigue ahí, en ese fondo último de todas las desdichas, amarguras y sinsentidos, en la propia fé del salmista en su compasión, en su justicia y en su misericordia, como consuelo prometedor de una alegría esperanzada de tiempos mejores. Otros salmos hebreos, en cambio, menos intimistas y más descriptivos, parten de un estado de exaltación, de admiración o de contemplación de las maravillas externas (como ocurre también en estos himnos atonianos). El paso siguiente, más místico, sería la identificación YO MISMO= TÚ, como resultado de la superación de la dicotomía psicológica YO / SÍ MISMO, pero esto supone ya una vivencia mística (que aquí apenas se da) más bien que una mera experiencia religiosa. En un estado intermedio, que es el de la mayoría de la lírica sacra tal y como la conocemos, se trata de una construcción mental del sujeto, mística más que racional, pero siempre en un contexto de racionalidad, no de experiencia mágico-religiosa.

El himno atoniano extenso expresa una cosmología general, una cosmovisión nacida de la contemplación y de la admiración personal. No dice ni cuenta nada que no se supiera en la cosmología tradicional egipcia (es decir, sobre la conocida función del Sol en la regulación cíclica del mundo y de la vida animal y vegetal), pero lo dice y lo expresa poéticamente, religiosamente, induciendo una reflexión más profunda sobre lo evidente, dando sentido a la evidencia y explicación de todo desde el Todo. El Atón es el Todo, el ser de todo, su orden interno, su explicación, su fundamento, su finalidad y su mecánica. La primera "estrofa" parece muy primitiva en su composición: se repite la misma idea en diferentes frases, alusivas todas ellas a la belleza de la aparición solar (que más adelante se concretiza como modelo y referencia de la idea de la "belleza" misma) y a la extensión sobre todas las tierras de la acción benéfica del Sol (del Atón o divinidad solar inherente a éste) . No hay referencias pormenorizadas sobre aspectos mitológicos y "pre-científicos" de la cosmología egipcia tradicional de base heliocéntrica, común a todas las tradiciones religiosas y cosmológicas antiguas (p.e., nada se dice del "camino del sol" cuando se oculta, que en la mitología egipcia tradicional atravesaba en su barca la Duat o inframundo venciendo a determinadas fuerzas malignas). Se alude tan sólo a sus caminos "invisibles", que también podría interpretarse como una alusión a los "rayos" solares o haces de luz (sólo verdaderamente visibles como tales en espacios cerrados o en penumbra). Más adelante se aludirá a la Duat o inframundo como algo puramente referencial, donde la cosmología egipcia tradicional situaba el nacimiento o las fuentes del Nilo.

Una segunda estrofa sirve para describir el contraste entre luz/oscuridad, día/noche. La oscuridad (=ausencia e invisibilidad del Atón) es asimilada a un estado semejante a la "muerte", donde no se puede apreciar la belleza misma de las cosas y donde todo se torna silenciosamente amenazante y peligroso: leones que salen de su guarida para cazar a presas dormidas, serpientes venenosas (esta alusión a los leones como cazadores nocturnos se encuentra también en el salmo 104, y se ha puesto como uno de los ejemplos que supuestamente "demostraría" su relación literaria de origen con el himno atoniano, aunque en realidad es una imagen recurrente y arquetípica en esta clase de descripciones, dentro de una cosmovisión común a todas las culturas antiguas de Oriente Medio, como lo es también el propio descriptivismo mediante opuestos -"luz"/ "oscuridad"- y otras técnicas descriptivas literarias comunes a toda la poesía antigua).

Una tercera estrofa vuelve de nuevo, como el propio curso cíclico diurno del sol, a restablecer la luminosidad, la belleza y la vida, pero ahora con una dinamicidad renovada. Todo "despierta" de nuevo: los humanos se encaminan a sus trabajos cotidianos, todo se pone de nuevo "en movimiento", todo revive de nuevo. Una siguiente estrofa describe los efectos sobre los demás seres vivos (animales de rebaño, árboles y plantas, aves, animales salvajes, insectos, peces, e incluso barcos fluviales), con esa minuciosidad descriptiva tan propia de todas las culturas antiguas. Incluso los peces y las aves parecen contentas y plenas de vitalidad, como si alabasen a la propia fuente de esa vitalidad y energía generalizada (la idea de que "todas las criaturas alaban al Dios Creador" es también muy recurrente en la literatura bíblica).

Estas cuatro primeras estrofas expresan de una forma arquetípica la idea de la Divinidad creadora (Atón, el dios del disco solar) como divinidad de la Vida (y del tiempo mismo de la vida), la vida que se percibe ante todo como luz (condición de toda visión), como autopercepción física (imposibilitada con la oscuridad), como movimiento (y renovación cíclica de todo) y como reproducción (de nuevas e infinitas formas de vida que se suceden dentro de unos ciclos solares consecutivos y alternantes pero inmutables).


Capilla funeraria de la tumba de Tutankhamon

 

De estas primeras estrofas, descriptivas de los efectos visibles, se pasa a las siguientes, que describen aspectos y efectos menos constatables, pero igualmente reales y significativos de esa fuerza creadora, sostenedora y vivificadora de todo (el Atón solar), como "causa primera" y explicación de lo que no se ve a simple vista o de lo que se percibe sin percibirse su causa: desde la fecundidad humana hasta el desarrollo de un polluelo en su huevo. Del Atón creador, ya aludido desde las primeras estrofas, se pasa al Atón sostenedor y conservador de todo lo creado.

Las estrofas siguientes son recapitulaciones o ampliaciones de las anteriores (y seguramente constituían himnos distintos, ensamblados aquí de forma unitaria). Se alude a las diferencias entre los pueblos humanos (egipcios y extranjeros, de idiomas y caracteres externos distintos), subrayando no sólo una idea común y universal (la de que "el Sol sale para todos") sino una idea general sobre una Divinidad universal y universalizada. Y se destaca la perfección y previsión de ese "plan divino", que da a las tierras de Egipto su fertilidad con la inundación o crecida anual (Hapi) del Nilo y a las tierras extranjeras con un "Nilo o inundación celeste".

En las últimas estrofas se reitera la "teología" del poema, ya anticipada en algunas de las estrofas anteriores. El verdadero conocimiento de Atón, del Creador único que otorga a cada cosa su lugar y su tiempo y que ha creado todas las cosas "desde sí mismo", es el que posee su Hijo, el propio Ajenatón, el único que "conoce sus designios" y para el que todo ha sido creado (pero está implícita la idea básica de que el "hijo" puede ser también cualquier ser humano consciente de ello). Es una teología universal, propia de todas las religiones avanzadas, donde el "Hijo" (como ser humano enteramente perfecto, y por ello divino) es el único conocedor de la voluntad de su Padre (compárese, sin ir más lejos, con la propia teología cristiana). Pero ello no significa que se describa aquí una vivencia mística personal del propio Ajenatón (de hecho, el poema reflejaría en primer término la vivencia pristina de alguien -ni siquiera la del propio poeta que la describe- que no tiene por qué ser o coincidir con la del propio Ajenatón, aunque el poeta supone o imagina que sí). La frase de la penúltima estrofa ("...estás en el fondo de mi corazón") es sin duda reflejo de una vivencia mística, que presupone que toda esa visión externa de la creación se asume y se interioriza también en uno mismo, como "microcosmos" donde se verifica la acción íntima, la asunción y la conciencia de la Divinidad. Pero, en definitiva, ni este himno ni ninguno de los otros conservados, puede interpretarse como una vivencia mística personal del faraón, sino más bien como una "presunción literaria" de la misma. Otra cosa que llama la atención es que ninguno de estos himnos atonianos trasluce una "ética" propia, y no hay (a diferencia de los salmos hebreos) una relación de intimidad o de "asequibilidad" con el Dios, excepto la de su Hijo, el faraón solar. El himno termina con la alusión jaculatoria a la persona del rey, nombrado aquí con su "nombre de trono": Nefer-jeperu-re Wa-en-ra (="Hermosas las manifestaciones de Atón- El Único de Ra"), y también a la reina, con su nombre completo: Nefer-neferu-atón Nefert-iti (="La belleza de las bellezas de Atón- La bella ha llegado").

Según J. H. Breasted, Ajenatón, sin llegar a la vivencia mística sensu strictu, tuvo sin duda "un reconocimiento espontáneo de la Divinidad y de la belleza evidente en ella, unido también a una conciencia del misterio de ella que añadía a esa fé el elemento justo de misticismo". Nosotros añadiríamos tan sólo que lo suyo debió de ser más bien una experiencia religiosa, más o menos intensa, que una verdadera "iluminación" o vivencia mística.

Ofrecemos a continuación nuestra versión de ambos himnos atonianos, basada en conocidas traducciones inglesas anteriores (que van desde las primeras de Davies, Breasted y Sandman hasta las más modernas de C. Aldred y de Miriam Lichteim). Nuestra división en "estrofas" es puramente convencional.

HIMNO EXTENSO

(...)

¡Qué hermoso es tu amanecer sobre el horizonte del cielo,
oh ATÓN viviente que generas la Vida!
Cuando Tú te levantas por el horizonte de levante,
vas llenando todas las tierras con tu hermosa presencia.
Por encima de todo, grande y brillante, sobresale tu belleza,
y tus rayos abarcan los límites de toda tu creación,
pues Tú estás en RA (el Sol), que a todas partes llega,
y dominas todas las tierras para tu Hijo amado.
Por muy lejos que estés, tus rayos siempre llegan a la tierra;
pero aunque te tengamos a la vista, nadie puede ver tus sutiles caminos.

Cuando Tú te ocultas por el horizonte del oeste,
se oscurece la tierra, como si fuera muerta.
Duermen los humanos y el ojo no puede ver ya a su semejante,
como si les hubiesen tapado la cabeza.
Todos los bienes que tienen junto a sí
bien podrían robárseles sin que se dieran cuenta.
Es entonces cuando los leones salen de sus guaridas,
cuando muerden deslizantes las serpientes.
Las tinieblas se extienden en un mundo de silencio,
pues su Creador reposa bajo el horizonte.

Pero al amanecer,
cuando te elevas de nuevo sobre la línea del cielo,
cuando resplandeces como el (disco solar) ATÓN de la mañana,
vas dispersando la oscuridad con tus rayos de luz.
(El País de) las Dos Tierras festeja tu llegada,
despiertos ya y erguidos sobre sus pies,
pues eres Tú quien los ha levantado.
Se lavan el cuerpo y se visten,
y alzan sus brazos hacia Tí celebrando tu aparición,
y el país entero se dispone a comenzar su trabajo.

Se deleitan los ganados en sus pastos,
reverdecen los árboles y plantas,
y hasta las aves, que levantan el vuelo desde sus nidos,
alaban tu
Ka (,el espíritu de tu ser,) desplegando sus alas.
Todos las manadas brincan sobre sus patas,
y las pequeñas criaturas que vuelan y se posan
reviven de nuevo cuando te ven reaparecer.
Los barcos suben y bajan a lo largo del Río,
pues todos los caminos están abiertos desde tu aparición.
Los peces saltan hacia (la luz de) tu rostro sobre el agua del Río,
y tus rayos penetran hasta el profundo seno del Gran (Mar) Verde.

Tú has dado la fecundidad a las mujeres;
Tú has formado la semilla en el hombre;
Tú sostienes al hijo en el vientre de su madre;
Tú lo apaciguas luego para calmar su llanto;
Tú nutres la propia matriz
y le das el aliento a todo lo creado.
Cuando el niño surge desde las entrañas
para nacer y respirar el aire,
Tú eres quien abre su boca por completo
y quien atiende sus primeras necesidades.
Cuando el polluelo pía dentro del cascarón,
eres Tú quien le alientas y le calmas;
y cuando has completado su cuerpo en el huevo,
él mismo lo rompe en su momento preciso
y sale de él piando,
andando ya sobre sus propias patas.

¡Cuántas y cuán variadas son tus creaciones!
¡No hay nadie que pueda revelarlas todas,
oh Divinidad única, que no tienes igual!
Tú creaste el mundo según tu designio,
Tú sólo, sin ayuda de nadie:
humanos, y ganados, y animales salvajes,
y cuanto camina con sus pies sobre la tierra
y cuanto en lo alto vuela por medio de sus alas.

Las tierras de Jaru (Siria) y de Kush (Nubia),
la tierra de Egipto:
pones a cada ser humano en su lugar,
y atiendes sus más básicas necesidades.
Todo el mundo dispone de alimento
y la duración de su vida está medida;
sus lenguas son diferentes,
como lo es también su aspecto físico,
y distintos los colores de su piel,
pues Tú diferenciaste a los variados pueblos.

Creaste la crecida desde (el inframundo de) la Duat,
y la haces venir según tus deseos,
para alimentar a las gentes,
porque las creaste para Tí Mismo.
Soberano de todos, que trabajas por todos,
Soberano de todas las tierras, que brillas para ellas,
ATÓN del día, de majestuosidad grandiosa,
que haces vivir a las tierras más lejanas
creando una inundación celeste que desciende hacia ellas,
que en torrentes (de lluvia) cae desde las montañas,
como el Gran (Mar) Verde,
para empapar sus campos y ciudades.
¡Y qué perfectos son todos tus planes,
oh Soberano de la Eternidad!:
una inundación desde los Cielos para los pueblos extranjeros
y para todas las criaturas que caminan sobre sus patas en todos los países;
y para la Tierra Amada, la crecida que viene (del inframundo) de la Duat.

Amamantan tus rayos las praderas,
y éstas brotan y viven por Tí cuando te alzas.
Has hecho las estaciones para cuidar tus obras:
la del invierno con el que las refrescas
y la del calor para que puedan saborearte.
Para elevarte hiciste el lejano firmamento,
y desde allí contemplas tu creación entera.

Tú solo, sin necesidad de nadie
elevándote en tu forma de (disco) ATÓN viviente,
que apareces y brillas y marchas a lo lejos,
sacaste de Tí Mismo a millones de seres (como formas o réplicas tuyas).
Las ciudades, los pueblos, los campos, los cursos de los ríos,
te miran gozosos al pasar por encima,
dando vida a cuantos seres has creado,
pues eres el ATÓN del día encima de la tierra.

[Pero cuando te marchas,
cuando duermen todos los ojos creados por Tí,
cuando nadie más puede contemplar tus obras,]
estás en el fondo de mi corazón,
y no hay nadie más que te conozca
como (te conoce) tu Hijo, NEFERKHEPERU-RA WAEN-RA (Akhenatón),
al que mostraste tus proyectos y tu fuerza.

El mundo vino a existir por acción tuya,
y las criaturas reciben la vida cuando Tú apareces
y entran en la muerte cuando Tú te marchas.
Tú eres el tiempo mismo de la vida,
porque sólo se vive a través de Tí.
Mientras brillas puede verse toda la belleza,
pero todo trabajo se abandona cuando Tú te vas.
Vuelves de nuevo para elevarte por el oriente,
y (todo) prospera [...] de nuevo para el Rey;
todo mueve sus piernas desde que diste cimientos a la Tierra,
y todo lo has creado para tu Hijo,
el que salió de tu propio cuerpo,
el Rey de las Dos Tierras, NEFERKHEPERU-RA WAEN-RA,
que vive en la autenticidad (de MAAT), AKHENATÓN,
de brillantes apariciones, que dure mucho tiempo,
y la Gran Esposa Real, su amada, señora de las Dos Tierras,
NEFER-NEFERU-ATÓN NEFERTITI,
que viva por siempre eternamente joven.

....

HIMNO BREVE Y RESUMIDO

¡Oh ATÓN viviente, soberano eterno,
que apareces resplandeciente, radiante, perfecto y poderoso,
con un amor inmensamente grande!
Tus rayos iluminan todos los rostros,
y tu brillo revive los corazones,
cuando llenas la Dos Tierras (de Egipto) con tu amor.

¡Divinidad venerable, autocreada (de sí misma)!
Tú creaste todas las tierras y cuanto en ellas existe:
los humanos, los ganados, los rebaños salvajes,
los árboles todos que crecen de la tierra,
que reviven cuando amaneces para ellos.

Eres la madre y el padre de cuanto has creado.
Cuando apareces, sus ojos te contemplan,
y tus rayos iluminan la Tierra entera.
Todos los corazones aclaman tu presencia
cuando te elevas como su soberano.
Y cuando te ocultas por el horizonte occidental del cielo,
quedan postrados como si muriesen,
cubiertos hasta la cabeza,
y su respiración se detiene,
hasta que de nuevo te elevas por el horizonte oriental del cielo,
y entonces sus brazos saludan a tu Ka,
cuando nutres sus corazones con tu belleza.

Y es que cuando irradias tus rayos resurge la vida
y todas las tierras lo festejan:
cantores y músicos gritan de alegría
en el patio de la capilla del Benben
y en todos los templos de (la ciudad de) AjetATÓN,
el lugar de la verdad auténtica en que te regocijas.
Se ofrecen los alimentos en sus altares centrales
y tu divino Hijo pronuncia tus oraciones.

¡Oh ATÓN, el que vive en sus apariciones!
Todas las criaturas saltan ante Tí.
Tu Hijo venerable se llena de alegría.
¡Oh ATÓN, que revives diariamente tu plenitud en el cielo!
Tu descendencia, tu venerable Hijo,
WAEN-RA (el único de RA), no deja de ensalzar tu perfección.

NEFER-JEPERU-RA WAEN-RA soy yo, tu Hijo,
que te sirve y que exalta tu nombre.
Tu poder y tu fuerza están asentados en mi corazón.
Eres el (disco) ATÓN viviente cuya imagen perdura.
Has creado el cielo lejano para brillar en él,
para contemplar tu creación entera.
Eres único y en Tí hay millones de vidas.
Das tu aliento vital en su nariz para hacerlos vivir.
A la vista de tus rayos florecen todas las flores,
y todo lo que vive y brota del suelo crece cuando Tú brillas.
Los rebaños pastan y se nutren a tu vista;
los pájaros vuelan de sus nidos con alegría,
desplegando sus alas como si te adorasen.
¡Oh ATÓN viviente, su creador!

....

Y damos a continuación, a modo comparativo, la traducción de algunos conocidos salmos bíblicos hebreos.

SALMO 104

¡Bendice mi alma a YHWH!
¡YHWH, Dios mío, Tú eres (lo más) grande!
Revestido de majestuosidad y de esplendor,
y envuelto de luz como de un manto,
despliegas los cielos como un toldo.
Edificas sobre las aguas (del firmamento) tus moradas superiores,
y haces de las nubes tu carro,
avanzando en las alas del viento.
Pues los vientos mismos son tus mensajeros
y los rayos son tus servidores.

Has establecido la tierra sobre bases,
para que no tiemble ni se mueva jamás;
la cubriste del océano como de un vestido,
y las aguas se detuvieron por encima de los montes:
a tu señal huyeron,
al fragor de tu trueno huyeron asustadas,
y se alzaron los montes y abajaron los valles
hasta el lugar que tú les señalaste.
Les pusiste unos límites,
que no traspasaran,
para que no vuelvan a cubrir la tierra entera.

Tú haces brotar entre los valles
los manantiales que recorren los montes.
En ellos se abrevan las bestias de los campos
y allí apagan su sed los asnos salvajes.
En ellos se posan las aves del cielo,
cantando en la floresta.
Desde tus altas moradas riegas los montes,
y del fruto de tus obras se sacia la tierra.
La hierba haces crecer para el ganado,
y las plantas para ayuda del hombre,
para que saque de la tierra el alimento:
el vino que alegra los humanos corazones,
el aceite que abrillanta sus rostros,
y el pan, que fortalece el corazón humano.

Se sacian los árboles de YHWH,
los cedros del Líbano que plantó,
donde anidan los pájaros
y en cuyas copas habitan las cigüeñas,
y los altos montes para las gamuzas
y los riscos para madriguera del damán.

Tú has hecho la luna para medir los tiempos,
y el sol conoce (la hora de) su ocaso.
Tú extiendes las tinieblas y cae la noche,
cuando corretean las fieras del bosque
y rugen los leoncillos por su presa,
pidiendo a Dios con ello su alimento.
Sale el sol y entonces se retiran
y van a acurrucarse a sus guaridas.
Sale el hombre a sus labores,
a sus trabajos hasta que cae la tarde.

¡Cuántas son tus obras, oh YHWH!
¡Y las hiciste todas con sabiduría!
Llena está la tierra de toda tu riqueza:
aquí el mar, inmensamente grande;
y por allá innúmeros vivientes,
sus animales grandes y pequeños.
Allí pasean las naves,
y el gran monstruo Leviatán del agua
que hiciste para que allí retoce.
Todos ellos esperan de Tí
su alimento a su debido tiempo,
y Tú se lo das y ellos lo toman.
Abres tu mano, y se sacian con tus bienes.
Si escondes tu rostro, se conturban.
Si les quitas el espíritu, expiran y vuelven a su polvo.
Si les envías tu espíritu, renacen,
y así renuevas la faz de la tierra.

¡Sea eterna la gloria de YHWH
y que YHWH se alegre con sus obras!
Mira Él la tierra, y ésta tiembla;
toca los montes, y éstos humean.

Yo cantaré a YHWH mientras vivo.
Entonaré salmos a mi Dios mientras yo exista.
Y ójala que le agraden mis palabras
y que yo pueda gozar en YHWH.
¡Desaparezcan de la tierra los errados
y dejen de existir los impíos!
Bendice mi alma a YHWH
¡Aleluyáh!

....

SALMO 23

Mi Señor (= Adon-ai) es mi pastor. Nada me falta.
En verdes praderas me lleva a apacentar
y me conduce a frescas aguas.
Refresca mi alma, me guía por las sendas rectas
por amor de su nombre.
Y aunque haya de pasar por un valle tenebroso,
no temo ningún mal, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado son mis consuelos.
Tú preparas ante mí una mesa enfrente de mis enemigos.
Derramas el aceite sobre mi cabeza, y mi copa rebosa.
La bondad y la benevolencia me acompañan
todos los días de mi vida.
Y moraré en la casa de YHWH por muy largos años.
Adonai es mi pastor: nada me falta.

....

SALMO 42
(el salmista, al que hemos de imaginar en el destierro de la cautividad en país extranjero y enemigo, evoca en el recuerdo y en su vivencia su tierra natal)

Como anhela la cierva la corriente de los manantiales, así te anhela a tí mi alma, ¡oh Dios!. Mi alma, es verdad, está sedienta de Dios, del Dios viviente. ¿Cúando iré a contemplar el rostro de mi Dios? Lágrimas son mi pan, de día y de noche, cada vez que me dicen: "¿Dónde quedó tu Dios?". Y yo me acuerdo entonces, y mi alma se expande en sus recuerdos al volver con la memoria hacia la Casa de Dios, cuando marchaba yo por en medio de las gentes nobles y entre las voces de alabanza y cantos de alegría de las gentes sencillas y felices.

¿Qué te abate, alma mía? ¿por qué gimes en mí? Confía en Dios, que aún le cantaré a mi Dios Salvador. Abatida está mi alma, por eso me acuerdo de tí, de la tierra del Jordán, de las cumbres aquellas del Hermón, la pequeña montaña. El eco de tus cascadas resuena con sus remolinos, pasando sobre mi memoria todas tus ondas y chapoteos.

Quiera Dios darme su gracia durante el día, que yo cantaré de noche mi oración al Dios de mi vida. Y a Dios mismo le diré: ¡Oh, roca mía! ¿Por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué debo andar triste bajo la opresión de los adversarios? Mis enemigos me insultan y se quiebran mis huesos al oír que me dicen: "¿Dónde quedó tu Dios?".

¿Qué te abate, alma mía? ¿por qué gimes en mí? Confía en Dios, que aun le cantaré a mi Dios Salvador, al Dios de mi alegría.

Escultura de la cabeza de Ajenatón
Ajenatón en sus ultimos años
Meketatón, segunda hija de Ajenatón y Nefertiti
El joven Tutankjatón o Tutankhamón
Cofre funerario de la tumba de Tutankhamón
Busto de Nefertiti, Museo de El Cairo
Botón subir