Arte sahariano

RELECTURAS DEL ARTE RUPESTRE ( II )


Un ensayo interpretativo de la pintura rupestre sahariana en su contexto histórico y etnográfico


La palabra sáhara, como es sabido, significa en árabe "desierto". Pero el caso es que el gran desierto subseptentrional africano conocido con este nombre, el mayor desierto del mundo, como también es sabido, en remotas épocas prehistóricas no era todavía ni mucho menos el desolado paisaje de dunas de arena y de pedregosas sequedades que hoy conocemos y que conocieron también los árabes y sirios que conquistaron e islamizaron el norte del África blanca bereber a partir de los siglos VII-VIII de nuestra Era.

Pintura levantina

Hay, en efecto, evidencias geológicas suficientes de que la fisonomía de esta grandísima franja de territorio desértico que se extiende desde el Sáhara Occidental y el Océano Atlántico hasta el desierto de Nubia y el Mar Rojo, atravesando el continente africano de parte a parte, tuvo en épocas prehistóricas unas condiciones climáticas y medioambientales muy distintas de las actuales, pasando sucesiva y gradualmente a lo largo de varios miles de años desde un clima tropical cálido y húmedo en algunas zonas, con grandes sabanas surcadas por ríos (de los que hoy sólo quedan los lechos secos de los llamados wadi) y con ciertas extensiones de bosque tropical (de los que quedan evidencias en algunos restos de árboles petrificados) hacia un clima mediterráneo más seco y de escasas lluvias, hasta llegar finalmente -en un proceso de desertización progresiva pero relativamente rápida también- al actual "paisaje muerto" de ergs o dunas de arena, de sol abrasador y de rocas calcinadas, sólo salpicado muy esporádicamente por esas manchas o islas de verdor que forman las medianas extensiones de los oasis y palmerales en ese gigantesco mar de arena, únicos restos de ese desaparecido paisaje sahariano predominante en otras épocas lejanas y que en los últimos diez mil años ha sido apresuradamente devorado en su práctica totalidad por una desertización casi completa.

Pero hay más cosas. Hay, por ejemplo, numerosos testimonios arqueológicos que registran la presencia humana en el Sáhara en unas épocas que se remontarían por lo menos a seis o siete milenios antes de nuestra Era, y en todo caso a unos tiempos prehistóricos en que todavía una gran parte de estas tierras hoy desérticas estaban cubiertas de vegetación tropical y pobladas de una fauna que actualmente sólo se encuentra mucho más al sur, en la sabana subsahariana (jirafas, hipopótamos, rinocerontes, antílopes y otros hervíboros), especies animales muy necesitadas todas ellas de agua y de vegetación abundantes. Éstos y otros animales, en efecto, aparecen profusamente representados (junto con figuras humanas) en las más de veinte mil pinturas y grabados rupestres que a lo largo de varios milenios los pobladores nómadas de esas tierras dejaron impresos en las paredes y abrigos rocosos de los grandes macizos montañosos y mesetas saharianas (en el Ahaggar y en el Tassili n'Ajjer, principalmente, pero también en el Tibesti y en el Fezzán, extendiéndose al África septentrional y al desierto líbico), a los que hay que sumar los grabados de jirafas y otros hervíboros descubiertos recientemente en el Sáhara Occidental.

Este impresionante y disperso conjunto de pinturas y grabados rupestres, de estilos muy variados, calificado con razón como "el mayor y más rico museo de la Prehistoria al aire libre", fue descubierto por los occidentales en el Sáhara argelino a mediados de los años '30 del siglo XX, pero su atractivo, sus misterios y los numerosos enigmas que plantea están hoy prácticamente tan intactos y tan vivos como en la época en que se descubrieron, teniendo en cuenta además que una buena parte de estas obras se hallan en un estado de conservación casi tan excelente como el que debieron de tener en las épocas mismas en que fueron realizadas. Porque no es sólo su impresionante cantidad, sino ante todo la excelente ejecución, la sorprendente "modernidad" estética, la estilización gráfica y la seguridad de trazo de muchas de ellas, lo que convierte a este conjunto rupestre (cuyas muestras más antiguas son de época neolítica o protoneolítica) en un centro prehistórico de primer orden, con mucho el más importante e interesante (antropológicamente, al menos) de todos los conocidos del arte rupestre post-paleolítico, aunque es un conjunto muy necesitado todavía de una descripción y catalogación más pormenorizada y exhaustiva y de un análisis más completo y detallado de cada una de las escenas y figuras representadas, en las que se almacena una enorme cantidad de información histórica y etnológica aún no relacionada ni sistematizada en su totalidad.

La cronología de estas pinturas y grabados (que seguramente ha de ser revisada mucho más "a la baja") abarcaría una secuencia temporal de varios miles de años: desde por lo menos el 6000 a.C. aproximadamente, las más antiguas, hasta los comienzos de nuestra Era, y no faltan incluso las de época moderna, sin contar los numerosos graffiti, las falsificaciones y los añadidos varios de turistas y otros "depredadores" humanos, en una zona que hasta hace relativamente poco tiempo no tenía adecuada protección por parte de las autoridades del país en que se ubican los conjuntos principales (la meseta del Tassili y del Ahaggar, en pleno corazón montañoso del gran desierto, en el sureste de Argelia).

Por otro lado, es evidente que el conjunto rupestre sahariano es el resultado de la acumulación sucesiva de numerosas aportaciones de los pueblos nómadas que frecuentaban la región desde tiempos inmemoriales y que dejaron allí su testimonio gráfico-pictórico, al mismo tiempo que los "artistas" de esos pueblos se iban imbuyendo de las técnicas, estilos y procedimientos artísticos de sus predecesores (este centro rupestre puede considerarse también, en este sentido, como la mayor escuela pictórica al aire libre jamás concebida, lo que explica por lo demás la gran calidad y perfección estética de buena parte de las obras). Las pinturas se fabricaban a veces con pigmentos colorantes pizarrosos muy persistentes, pulverizados en morteros y mezclados con grasas animales y aglutinados con cola vegetal, y se aplicaban luego con plumas de ave, espátulas de madera o con los propios dedos; hay figuras pintadas en rojo, otras en blanco, otras en negro, en ocres, o en tonos pardos variados.

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Hechicero (Tassili)

Sobre las gentes que realizaron la mayor parte de estos grabados y pinturas antiguas hay todavía muchas dudas y muchos enigmas por resolver, al menos tantas dudas como las que suscita la propia cronología más comúnmente aceptada para la datación de las mismas. Los especialistas, atendiendo a sus estilos y contenidos, las clasifican en general en cuatro grandes periodos: el periodo de los cazadores (entre el 6.000 y el 4.000 a.C., con representaciones estilizadas y silueteadas de gentes cazadoras de rasgos negroides); el periodo de los pastores de bueyes (entre el 4.000 y el 1.500 a.C., con numerosas representaciones de bueyes de largos cuernos y de grupos humanos en figuras más detalladas y coloreadas, que muestran a menudo a gentes de piel blanca y cabello claro); el periodo de los caballos y carros (entre el 1.500 y el 500 a.C., en el que junto a figuras muy esquemáticas y una notable decadencia del estilo se representan caballos y carros de dos ruedas, que acaso pudieron ser introducidos en África del norte por gentes procedentes de las masivas migraciones marítimas mediterráneas de finales del segundo milenio conocidas históricamente como "invasiones de los pueblos del mar", o bien introducidos desde Egipto o desde las propias colonias griegas norteafricanas); y el periodo tardío (desde el 500 a.C. hasta prácticamente nuestros días, pues -como ya se ha dicho- las paredes rocosas de estas mesetas saharianas han sido un gran "libro abierto" en el que han podido "escribir" todas las gentes nómadas que han frecuentado la zona a lo largo de los siglos).

Esta clasificación es -por supuesto- provisional y convencional, y de hecho no son pocos los estudiosos discrepantes que rebajan considerablemente cada una de las fechas aproximativas propuestas, pero resulta -con todo- eficaz y válida para intentar clarificar y ordenar en una primera aproximación tanto las distintas fases cronológicas y estilísticas de las pinturas y grabados como los propios orígenes y la sucesiva superposición étnica de las gentes que habitaron el Sáhara en tiempos prehistóricos. Se trataría, en los dos primeros periodos mencionados, de gentes que vivían en el neolítico nómada y que desconocían el uso del metal. La cuenca alta del río Níger fue posiblemente el foco principal y originario desde donde se desarrolló de forma autónoma este primitivo neolítico africano, protagonizado primeramente por gentes afines a los cazadores-recolectores de piel negra que aparecen en las pinturas saharianas armados con arcos, cuchillos y hachas o mazas de combate, y que conocían la cerámica y el cultivo estacional de diversas especies vegetales como el sorgo, el sésamo y otras plantas alimenticias. Esta cultura neolítica fue extendiéndose hacia el norte y llegó al Sáhara central (puntas de flecha de piedra, hojas de piedra afilada, y cuentas de cornalina y de cáscara de huevo de avestruz, son algunos de sus principales restos materiales).

Según esa misma cronología, hacia el 4.000 a.C., en medio de una vegetación de tipo mediterráneo que ya estaba sustituyendo progresivamente a la tropical debido a un régimen de lluvias cada vez más escaso, aparecen en el Sáhara central nuevas poblaciones de ganaderos nómadas, de rasgos raciales de tipo cromañoide (el tipo racial paleolítico de Cro-magnón está atestiguado en el Magreb desde al menos el año 8.000 a.C., pero sin que sepamos con certeza si se trata de cromañoides blancos europoides o de cromañoides negros nilóticos, aunque en las pinturas saharianas de este periodo encontramos ambos tipos); procedían, según algunas hipótesis, del este de África, conocían la cerámica y el cultivo de las cebollas, las lentejas, el melón y algunos cereales, y se les considera como los antepasados remotos de las diversas poblaciones ganaderas "camíticas" o "nilóticas" del África oriental; según otros, procedían del norte del Magreb y -en último término- de la propia Europa.

El origen europeo nórdico de buena parte de esos boyeros saharianos lo atestiguan en parte las propias pinturas rupestres, en las que se representa a veces a gentes de cabello claro y piel blanca. En realidad, ambas hipótesis no son excluyentes, puesto que pudo haber -por un lado- una primera penetración de ganaderos nilóticos de piel negra, venidos del este, y otra quizá más posterior de ganaderos de piel blanca y procedencia europea. Los mestizajes, entonces como ahora, debieron de ser muy intensos, pero en aquella época prehistórica esas mezclas raciales o subraciales fueron sin duda determinantes para la conformación y desarrollo evolutivo de las etnias y para los avances culturales de todo orden. Lo cierto es que, desde finales del Paleolítico superior, ya no se puede hablar estrictamente de la existencia de verdaderas "razas humanas" propiamente dichas, sino más bien de antiquísimos "fondos raciales" o como mucho de "persistencias de sustratos subraciales secundarios y más o menos recurrentes"; la mezcla originaria de razas determinó en todo caso la formación de etnias o culturas, de la misma forma en que el mestizaje y la integración de etnias diversas dió origen después a las civilizaciones históricas. En este sentido, lo que hoy llamamos impropiamente "razas" no son más que transitorios estadios evolutivos previos en el desarrollo de las culturas y etnias, siendo el mestizaje la condición indispensable y necesaria para la propia conservación, evolución y desarrollo de las mismas (no obstante, y por pura comodidad descriptiva, se puede seguir aplicando ese concepto "visual" a los fondos raciales más o menos mayoritarios en determinados grupos humanos antiguos, siempre y cuando no se confundan esas realidades subraciales con las propias realidades étnicas, antropológicas y culturales de los pueblos).

Pero el origen de los pueblos del África "blanca", esto es, de los bereberes norteafricanos pre-islámicos, es todavía históricamente problemático, y lo es tanto más cuanto más se confunden las realidades lingüísticas con las étnicoculturales o incluso con las "raciales". Ante todo, en los orígenes de las diversas etnias designadas con el nombre genérico de bereberes o beréberes (del árabe "barbáru", y éste del latín y griego "bárbaros") hay que distinguir dos grupos originarios no-negroides: proto-bereberes y pre-bereberes. Parece muy verosímil que una parte de los elementos subraciales y étnicos que conformaron los orígenes de los pueblos bereberes históricos procedían de grupos migratorios llegados de Europa a través de la Península Ibérica y del Estrecho de Gibraltar (en fecha incierta, pero en todo caso varios milenios antes de nuestra Era), y que esos grupos europoides protobereberes se superpusieron a otras poblaciones norteafricanas pre-bereberes mayoritarias y mucho más antiguas en la región, a los que acaso aportaron la propia lengua bereber, entonces como ahora probablemente bastante dialectalizada. De esos pre-bereberes "autóctonos" (procedentes de posibles sustratos antiguos neo-neandertaloides evolucionados y de sustratos subnegroides mediterránidos) procederían en todo caso los que habían materializado las culturas epipaleolíticas denominadas capsienses (con centro de expansión en Capsa, Túnez), y que habían pasado también a la península ibérica, donde se extendieron hasta la cornisa cantábrica y constituyeron el fondo subracial más antiguo de los pueblos montañeses pre-célticos de épocas históricas posteriores, principalmente en lo que hoy son las tierras asturianas hispánicas; es probable también que los descendientes directos de esas poblaciones capsienses norteafricanas fueran las gentes cazadoras-recolectoras representadas en las pinturas rupestres levantinas hispánicas de época postpaleolítica o protoneolítica. Anteriores a ellos, y en esa misma cornisa francocantábrica habitaron las poblaciones de cromañoides nórdicos que desarrollaron el arte rupestre francocantábrico (de Altamira a Lascaux) y que fueron probablemente los antepasados de los pueblos europoides que ocuparon luego una parte del África septentrional.

Pastores del Tassili, pintura rupestre

Nos movemos, naturalmente, en el siempre resbaladizo terreno de las hipótesis y de las conjeturas meramente aclaratorias y explicativas, aunque hay algunos testimonios históricos a considerar. Las fuentes egipcias antiguas, por ejemplo, no son demasiado explícitas sobre esta cuestión (como era usual tratándose de pueblos extranjeros, aunque la propia lengua egipcia era bastante afín a las lenguas bereberes); esas fuentes egipcias dividen a los nómadas occidentales en dos grandes grupos generales, que habitaban el desierto occidental o "tierra roja": los Tjehenu, que eran los más próximos al delta del Nilo, y los Tjemehu; aparecen representados en la plástica egipcia tocados con plumas de avestruz, semidesnudos y con el cuerpo tatuado, y el cabello largo y trenzado, con un aspecto en general bastante "bárbaro", tal y como debían de ser en realidad los pueblos pre-bereberes del norte de África menos mestizados con los protobereberes europoides; hay que mencionar también el hecho de que estos libios sirvieron frecuentemente como mercenarios en los ejércitos faraónicos y que hubo incluso una dinastía de faraones de origen libio entronizada con uno de estos jefes mercenarios.

Entre las fuentes historiográficas griegas sobre los pueblos bereberes, la principal de ellas es el historiador griego Heródoto, especialmente el Libro IV de su "Historia", que trata de Libia y de sus habitantes (pues tal era, en efecto, el nombre genérico que los geógrafos griegos dieron a todo el África septentrional y por extensión a todo el continente africano). Para los griegos el término "libio" era sinónimo de "africano blanco no egipcio ni griego ni fenicio-cartaginés", mientras que el término "etíope" designaba a todos los "africanos negros" sin distinción; con todo, los pueblos libios descritos por Heródoto son sólo los pueblos bereberes conocidos desde las colonias griegas norteafricanas a mediados del siglo V a.C., a veces con ecos ciertamente mitológicos en lo que respecta a los más lejanos de estos pueblos (el propio Heródoto alude a la existencia de unos bueyes "que pacen retrocediendo", probable desfiguración mitológica sobre la raza bovina de largos cuernos antaño tan difundida en la zona sahariana; la propia mitología griega más antigua ya mencionaba la abrasadora tierra de Eritia, "la Roja", como uno de los escenarios de las andanzas del legendario héroe Heracles y de unos mitológicos bueyes que éste se trajo de allí).

En las fuentes romanas, lo más interesante con respecto a los orígenes de estos pueblos norteafricanos blancos es un breve relato mitológico-etnográfico del historiador romano Salustio ("Guerra de Yugurta"), al parecer tomado directamente de fuentes cartaginesas y de tradiciones de los propios indígenas bereberes de la zona de Cartago, según el cual los primeros habitantes autóctonos del África septentrional fueron los gétulos (nombre de origen bereber: guedula) y los libios. Ambos pueblos, quizá identificables con los Tjehenu y los Tjemehu de las fuentes egipcias, eran "gente áspera y sin cultura (inculti en la terminología romana, es decir, "salvajes"), que se alimentaban de carne de fieras y vivían a la intemperie". Se trata de dos denominaciones de los pueblos post-capsienses más o menos bereberizados con posterioridad y que ocupaban respectivamente el Magreb más occidental (la "Mauretania", esto es, el actual país marroquí) y el Magreb oriental vecino de Egipto (la Numidia y la Cirenaica). Según este mismo relato mítico, llegó después al África, procedente de Hispania (y en último término, de Europa), un pueblo heterogéneo -y con pocas mujeres, al parecer- formado por gentes de fisonomía claramente europoide (el historiador romano y sus fuentes cartaginesas los designan como "medos, persas y armenios", probablemente para subrayar con ello sus rasgos europoides); de ellos, siempre según ese relato, los "medos y armenios" se mezclaron con los "libios", dando lugar a los pueblos que los romanos llamaron "mauros" o "mauretanos" (moros), mientras que los "persas" se internaron más hacia el Océano y hacia los confines del desierto y se mezclaron con los "gétulos", formando el pueblo bereber que los griegos y romanos llamaron "númidas" (del griego "nómadas"), los cuales -habiendo crecido en población- en tiempos posteriores se extendieron también hasta la zona de Cartago o Numidia propiamente dicha; al sur quedaba el desierto sahariano, y por debajo de éste los "etíopes" (=negros subsaharianos).

Pinturas parietales (Tassili)

Pero donde termina el relato mítico empieza la historia: los númidas fueron durante bastante tiempo aliados de los cartagineses que dominaron en la zona, y a través de ellos sus grupos familiares dirigentes se refinaron y se civilizaron en sus formas y hábitos de vida (algunos reyezuelos númidas adoptaron nombres púnicos o mixtos púnico-bereberes: Ader-baal, Mastana-baal, etc), pero finalmente -dirigidos por su rey Masinisa- traicionaron a los cartagineses, se pasaron al bando de los romanos y colaboraron activamente con éstos en la destrucción de la gran colonia neofenicia. Después de no pocas luchas internas entre las tribus y fracciones númidas, y tras una guerra de los romanos contra el reyezuelo rebelde Yugurta, antiguo aliado de Roma, los romanos convirtieron el territorio númida en provincia romana con el nombre de "Numidia", y algunos contingentes de arqueros y de caballería númida se integraron como fuerzas auxiliares en las legiones romanas. Por otro lado, la introducción definitiva del dromedario en África del norte (que parece ser que se generalizó entre los siglos II y I a.C.) amplió considerablemente el radio de acción y de desplazamiento de las poblaciones nómadas saharianas, que se movían por un territorio prácticamente tan desertizado ya como en la actualidad. La zona occidental del Magreb, la Mauretania, fue sometida y anexionada por los romanos algún tiempo después, y todo el norte de África fue intensamente romanizado (en las principales ciudades norteafricanas se habló latín hasta la llegada de los árabes en el siglo VII-VIII de nuestra Era). La zona más costera de Numidia era en época romana mucho más fértil que en la actualidad, y fue de hecho una de las provincias más ricas del Imperio y zona preferida por la aristocracia romana para instalar sus fincas de recreo. Pero el desierto meridional formó siempre la gran frontera impenetrable para las armas romanas, aunque hubo algunas incursiones que se adentraron en él con carácter exploratorio y escasos resultados (al parecer llegaron a descubrir el gran río "que corría de este a oeste", esto es, el Níger).

Parece muy verosímil que este pueblo númida (o "persa-gétulo", en la terminología mitológicohistórica del historiador Salustio y de sus fuentes púnicas) descendía de ese pueblo prehistórico protobereber de pastores ganaderos que se extendió por la parte todavía más habitable del Sáhara en épocas neolíticas. Pero tampoco hay duda de que el grado de mestizaje debió de ser lo suficientemente profundo como para que los caracteres físicos europoides quedaran bastante diluidos en los propios fondos subraciales pre-bereberes que los absorbieron, lo cual lo evidencia el hecho de que los cabellos claros son ya un rasgo genéticamente recesivo y poco frecuente en las poblaciones norteafricanas blancas actuales, incluso entre las consideradas más representativas de la etnia bereber originaria (entre los pueblos del grupo tuareg menos mestizados se conservaban relativamente algunos caracteres del tipo cromañoide, de esqueleto grande, dolicocefalia y mentón pronunciado, pero no tanto los caracteres externos secundarios, como son el color de la piel, de los ojos o del cabello, dados los grandes mestizajes que esos nómadas han tenido a lo largo de siglos de contacto con los pueblos negroides subsaharianos).

Y sin embargo parece indudable que existieron algunos grupos de esos protobereberes europoides originarios que se mantuvieron relativamente "puros" (=aislados) hasta tiempos históricos recientes. El caso de los indígenas de las Islas Canarias resulta paradigmático en este aspecto: conquistadas las islas por los españoles a lo largo del siglo XV, la población indígena de las clases dirigentes se mezcló pronto con los conquistadores, pero es bien conocida por descripciones de cronistas castellanos y por numerosos restos antropológicos (cráneos, momias tinerfeñas, etc). Esos grupos dirigentes indígenas eran proto-bereberes neolíticos de una raza cromañoide de alta estatura y de cabellos castaños, y junto a ellos había otras subrazas mediterráneas de estructura corporal pequeña, es decir, "gétulos" o "mauros" (pre-bereberes mediterránidos, predominantes en otras muchas zonas del Magreb occidental). Se supone que estas poblaciones indígenas pre-hispánicas vivieron originariamente en el vecino Sáhara Occidental y que desde allí fueron trasladados en barcos a las islas Canarias por los romanos en el siglo I a.C., quizá a petición del rey Juba I de Mauretania, aliado de Roma, aunque tampoco se descarta que fueran trasladados mucho antes (quizá por los cartagineses). El caso es que los indígenas de Canarias desconocían la navegación (o la habían olvidado intencionadamente desde mucho tiempo atrás), pues ni siquiera hubo comunicación marítima entre las poblaciones de las distintas islas, que permanecieron aisladas hasta la conquista castellana (no obstante, se sabe que desde la dominación musulmana del norte de África, las Islas Canarias fueron frecuentadas esporádicamente por piratas, que capturaban indígenas aislados para venderlos luego como esclavos en el continente). En todo ese largo tiempo de "aislamiento histórico", esta población de las islas no sólo no se extinguió, sino que desarrolló sociedades neolíticas relativamente avanzadas y bien organizadas (especialmente en las islas más grandes, Tenerife y Gran Canaria). Hablaban lenguas de tipo bereber, como se sabe por testimonios de la época de la conquista y como lo evidencian los numerosos topónimos geográficos bereberes todavía existentes en estas islas.

Estos indígenas canarios prehispánicos de tipo cromañoide, junto con otros grupos bereberes nómadas del Sáhara Occidental (bereberes Znaga), del Sáhara central (en especial los mencionados tuareg o targui), e incluso los remotos antepasados blancos de algunas famosas etnias negroides subsaharianas muy mestizadas (en especial los fulbé o peulhs o bulu-ba, una etnia de gran preponderancia cultural en el África occidental subsahariana), procedían directamente de aquellos ganaderos europoides de piel blanca que habitaban el Sáhara en épocas prehistóricas, del mismo modo que las etnias negroides "nilóticas" del África oriental son también los descendientes más o menos directos de los cromañoides negros representados en las pinturas saharianas.

Arte rupestre levantino hispánico

Pero ese gran mestizaje viene de antiguo, de hecho desde la época misma de esas pinturas rupestres saharianas, pues se originó en un flujo de corrientes migratorias y de sedimentaciones culturales sucesivas que llegaron a constituir una verdadera "pre-civilización sahariana", probablemente una de las precivilizaciones neolíticas que más directamente influyeron en los orígenes y en la cristalización originaria de la principal civilización sedentaria norteafricana antigua: el Egipto faraónico (verdadero crisol de elementos africanos y de elementos procedentes de Oriente Medio). Y no es sólo que la lengua egipcia fuera básicamente una lengua bastante afín a las lenguas bereberes originarias, o que los tipos subraciales básicos (cromañoides y mediterránidos) estén ampliamente representados en esa civilización del Nilo, en las que el elemento negroide tampoco fue nada infrecuente (incluso entre las propias clases dirigentes egipcias más antiguas). Se trata también de aspectos cultural-contextuales y de secuencias cronológicas continuas y necesariamente conectadas entre sí. Según los indicios geológicos, estratigráficos y arqueológicos, el País del Nilo fue en efecto prácticamente inhabitable entre el 10.000 y el 5.000 a.C., debido al bajo nivel de agua del río, circunstancia que se modificó precisamente a partir del 5.000 a.C., y que pronto convirtió a las fertilísimas tierras del Nilo en el principal foco de confluencia, de coincidencia, de encuentro y de sedentarización donde terminaron de cristalizar los mejores logros neolíticos de todas esas pre-civilizaciones africanas periféricas y nómadas (agricultura estacional, ganadería, cerámica, y demás técnicas, sistemas y formas culturales de adaptación y de supervivencia en un medio cambiante y precario).

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En este contexto, se comprende mejor que las pinturas y grabados rupestres saharianos puedan ser considerados como el primer gran "capítulo" del libro perdido de la primera Historia de África, un capítulo sin palabras y sólo con imágenes. Pues eso es, entre otras cosas, lo que verdaderamente fue el "Sáhara verde" en su continuidad histórica subsiguiente: la primera prehistoria de la multicivilización egipcia, la civilización en la que se integrarían pueblos, etnias y culturas muy diversas (africanas blancas o bereberes, africanas negras o nilóticas, pueblos del Asia anterior, egeos). Y de ahí la importancia y la necesidad de interrogar directamente a las mudas pero elocuentes pinturas y grabados saharianos, como testimonio de una pre-civilización multiétnica y diversa, de base nómada y ganadera, que todavía tiene mucho que contar sobre sí misma y sobre sus relaciones con las culturas y civilizaciones posteriores.

Pero siempre es mucho más fácil reconocer las propias imágenes en sí, las formas de esas imágenes (al fin y al cabo se trata de un arte esencialmente figurativo), que "traducir" los sentidos originarios de esas imágenes, su finalidad, sus funciones, su intención, su mensaje, y su contenido. En líneas generales y muy esquemáticas, las escenas del arte rupestre sahariano pueden clasificarse en al menos tres tipos básicos:

Escenas

 
-REPRESENTATIVAS (funciones religiosas mágicorrituales)

-NARRATIVAS (funciones históricas testimoniales)

-DESCRIPTIVAS (funciones religiosas didácticorrituales, explicación gráfica de ritos, mitos, etc)


Hay que señalar que las pinturas y grabados rupestres saharianos, como arte esencialmente figurativo, se basan en representaciones de figuras reconocibles de unas realidades concretas (físicas o imaginativas), aunque estas representaciones figuradas puedan tener -las tienen de hecho- otras referencias menos explícitas (más simbólicas) que las aludidas directamente en la figuración. Por lo demás, sobra decir que toda imagen figurativa es por sí misma representativa de algo, y todas tienen asimismo un carácter necesariamente descriptivo de algo (más o menos detallado o más o menos estilizado, según los casos). Pero ocurre que a veces incluso estos aspectos intrínsecos representativos y descriptivos de objetos (animales, figuras humanas, figuras fantásticas o mitológicas, etc) se acentúan especialmente en lo que tienen de pura representación inmediata de objetos o acciones conocidas (y hablamos entonces de carácter representativo propiamente dicho y predominante), o bien se acentúan los aspectos propiamente descriptivos de los detalles (imágenes descriptivas), y otras veces -en fin- este carácter básico deja de ser meramente representativo o descriptivo y expresa también "descripciones temporales", esto es, descripciones de hechos o acciones, adquiriendo entonces valores propiamente narrativos (no ya, por ejemplo, "hombres cazando" o "animales paciendo", sino "tales determinados cazadores cazando" o "tales animales, de determinadas manadas o rebaños, paciendo"). En este último tipo de representaciones son frecuentes los grupos de varias figuras formando composiciones o escenas.

Ahora bien, puesto que toda narración se produce en el tiempo (un tiempo también figurado gráficamente), ese tiempo narrativo se puede representar a veces como "tiempo simultáneo" (entre varias escenas más o menos interrelacionadas o asociadas) o como "tiempo sucesivo", desarrollado en varias secuencias gráficas (en este último caso la representación comporta escenas compositivas más complejas, mediante figuraciones yuxtapuestas y articuladas entre sí en un cierto "lenguaje narrativo").

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Hemos escogido como muestra tan sólo tres ejemplos de cada uno de estos tres tipos básicos, nada relevantes con respecto a los miles de escenas existentes, pero al menos bastante ilustrativos en sí mismos.

Pintura rupestre de Auanquet, Tassili (Sáhara argelino), correspondiente al primer periodo, entre el 6.000 y 4.000 a.C.

El primero de ellos es una pintura rupestre de Auanguet, en el Tassili, del llamado "periodo de los cazadores". Se trata de dos figuras confrontadas (véase ilustración adjunta): una silueta blanca femenina en primer plano y una figura menor, cubierta ésta última con un traje y una máscara. Parece claro que la figura enmascarada es un "hechicero" o "brujo" o "curandero", y que se trata de una probable escena de exorcismo ritual o de terapia animista (la silueta blanca femenina pudiera representar a alguna persona enferma, o más propiamente representaría a alguna clase de "espíritu maligno" o "demonio femenino" responsable de determinada enfermedad, pues en la mayoría de los pueblos antiguos primitivos del África negra subsahariana el color blanco se asocia casi siempre a lo "negativo", a los espíritus y demonios malignos, y frecuentemente también a la muerte y al luto). Pero lo más llamativo de esta imagen es precisamente la máscara ritual del hechicero, que corresponde a una tipología animalística muy similar a las utilizadas por algunas tribus africanas negras hasta épocas relativamente modernas (H. Lothe encontró similitudes entre algunas de las máscaras representadas en las pinturas saharianas con otras muy similares utilizadas por la etnia de los senoufs o senufo, de Costa de Marfil; en este caso aquí analizado, la máscara es tipológicamente muy similar a otras pertenecientes a algunas etnias negras del alto Volta).

La cuestión que se plantea aquí no es irrelevante, pues afecta en todo caso a la propia cronología de esta pintura, ya que resulta mucho más inverosímil admitir que esas máscaras no hayan apenas cambiado en más de cuatro mil años que el hecho de pensar que las pinturas en las que aparecen sean en realidad mucho más recientes de lo que se creía (de todas formas resulta difícil de explicar que esas etnias africanas contemporáneas o sus antepasados recientes se fueran hasta el Tassili argelino para representar gráficamente sus ritos y sus elementos rituales). Como hipótesis intermedia, parece más verosímil suponer que en esas pinturas se escenifican ritos y se representan elementos plásticorrituales muy antiguos (pero quizá no tanto como se pretendía) que fueron copiados e imitados después por los artesanos de algunos pueblos nómadas, antecesores culturales de las etnias negras mencionadas. Se trataría, pues, de la recepción indirecta por esas tribus subsaharianas de algunos elementos religiosorrituales de cierta antigüedad (el antiguo cauce seco del Níger superior y las rutas y pistas caravaneras comunicaban directamente esos países negros con el macizo argelino del Ahaggar, a través de la legendaria base caravanera de Tombuctú).

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Pastores bereberes de cabellos rubios (pintura rupestre sahariana)

El segundo ejemplo que proponemos aquí es una curiosa escena de tipo narrativo, correspondiente al llamado "periodo de los pastores". Se trata sin duda de la representación de una escena histórica (una escena que ocurrió o se supone que ocurrió alguna vez y que tuvo como protagonistas a los propios personajes representados en esa pintura), desarrollada en una bella composición de imágenes yuxtapuestas que parecen representar un tiempo sucesivo figurado. En la parte superior central de la imagen, y a tamaño y cromatismo más destacado, se ven a varios personajes: un hombre sentado, una adolescente o mujer muy joven arrodillada ante él, y dos hombres de pie, detrás de ella. Todos, incluida la muchacha, llevan el mismo tipo de peinado (cabello largo rubio, quizá en su color natural o quizá teñido de alheña o similar), que en todo caso los identifica como pertenecientes a un mismo grupo étnico o tribal. Los dos varones que están de pie van vestidos con pieles de vacuno y de oveja, y calzados con sandalias (quizá del tipo de sandalia de suela ancha, usadas todavía por algunos nómadas actuales para desplazarse con facilidad sobre la arena del desierto); uno de ellos lleva barba corta y el otro es imberbe (quizá representen a un padre y a su hijo mayor); su distintivo familiar o tribal parece ser un largo mechón de pelo a un lado de la frente; ambos se adornan la cabeza con plumas y llevan pinturas de adorno corporal en la frente, la nariz y bajo los ojos (quizá no sólo como adorno distintivo, sino también como medio profiláctico para ahuyentar a los insectos); ambos llevan collares y brazaletes. El hombre adulto se mesa el mechón de pelo colgante, y quizá hace un gesto con la otra mano; el joven hace un ademán indicativo con la mano izquierda, seguramente como convención gráfica para reforzar la indicación verbal que acaba de hacerle a la muchacha para que salude y se postre ante el hombre sentado (que va vestido con un chaleco de cuero y que también se mesa parsimoniosamente la barbilla). La joven aparece arrodillada en actitud de saludo y sumisión ante el hombre sentado; está prácticamente desnuda, cubierta exiguamente por un ligero taparrabos, y tiene la espalda y los muslos tatuados con líneas o puntos dobles (la costumbre del tatuaje corporal femenino ha persistido entre las mujeres bereberes de zonas rurales hasta tiempos muy recientes). No se trata, evidentemente, de una "esclava de tienda" o concubina, sino de una mujer libre (el corte de pelo, similar al de los dos varones que están de pie junto a ella, indicaría el parentesco familiar con ellos). En la parte inferior derecha de la escena se ve un pequeño rebaño de ovejas y cabras que camina en la misma dirección (derecha a izquierda) de los dos hombres y de la muchacha, lo que parece indicar que el rebaño viene con ellos.

Cabras, carneros, ovejas y pastores bereberes de cabellos rubios (pintura rupestre sahariana de Tassili, entre el 4.000 y el 2.500 a.C.)

La interpretación provisional más verosímil es que se trata de la entrega de una novia y de su dote (ovejas y cabras) por sus parientes más cercanos, probablemente su padre y su hermano. Lo aparatoso de esa actitud aparente de "sumisión" por parte de la mujer no deja lugar sin embargo para equívocos antropológicos (cuanto mayor es el predominio femenino en las sociedades antiguas de tipo recolector y pastoril, mayores son también las "escenificaciones" de actos que quieren sugerir y aparentar ficticiamente todo lo contrario). En el caso de las sociedades tribales bereberes, el matriarcado ha sido siempre un rasgo muy relevante de su organización social, manifestado incluso en la propia transmisión matrilineal de los linajes, y ni siquiera la islamización y arabización posteriores lo han atenuado demasiado en algunas zonas rurales (de la época de la conquista islámica del Magreb los historiadores árabes aluden a "reinas" en algunos de estos pueblos bereberes con los que guerrearon, y mucho antes los propios griegos de época clásica se sorprendieron mucho de la gran libertad sexual de las mujeres libias, que tenían costumbres tan chocantes como la de entregarse sexualmente a todos los huéspedes forasteros a cambio de regalos, o la de prostituirse voluntariamente para reunir su propia dote matrimonial).

A partir de esa escena central se distribuyen otras imágenes, en las que se representan a dos mujeres sentadas y enteramente cubiertas desde los pies hasta el cuello (probablemente otras "esposas" o familiares de ese personaje masculino sentado), unas tiendas de campaña muy esquemáticas (o quizá los cojines de su interior), etc. Todas esas figuras y elementos probablemente aluden a la incorporación de esa muchacha a su nueva unidad familiar, en diversas escenas de sucesión cronológica. La interpretación de detalle es compleja, pero no hay duda de que la protagonista principal es esa mujer-novia, representada en lo que parecen ser diversos momentos de su vida (hay también otra escena, de tamaño más pequeño, en la que se ve a dos jovencitas desnudas, en una especie de baile o juego erótico, y otra imagen en la que un hombre, seguramente el mismo que aparece sentado en la escena principal anterior, parece jugar con un niño pequeño recién nacido o quizá realizando ese gesto "universal" con el que se expresa en muchos pueblos y culturas el reconocimiento de la paternidad, y otra más en la que una mujer se asoma por lo que parece la entrada de una tienda y recibe el saludo de dos hombres, uno de ellos postrado, probablemente los dos que entregaron a la novia en la escena principal anterior ). Se trataría, por tanto, de sucesivas escenas "biograficas" concretas de una mujer concreta y de su parentela, y es posible que -en conjunto- representen la biografía resumida y genealógica de una determinada mujer, quizá la antepasada más famosa de un grupo familiar o tribal descendiente de ella.

Como testimonio documental, esta pintura tiene gran relevancia, pues no sólo nos muestra atuendos y costumbres de unas gentes pertenecientes a alguno de los pueblos protobereberes europoides originarios, sino también hechos narrativos y biográficos concretos (legendarios o reales), lo que evidencia en todo caso que mucho antes de que los grupos humanos conociesen la escritura, ya se contaban historias complejas por medio de la imagen, pintadas en las paredes rocosas por gentes que tenían deseos de dejar memoria de sí mismos, de sus costumbres y sobre todo de sus orígenes.

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Pintura sahariana del llamado periodo de los pastores (entre el 4.000 y el 2.500 a.C.)

El último de estos tres ejemplos que hemos seleccionado pertenece al tipo que hemos denominado "escenas descriptivas", y es una de las pinturas saharianas más conocidas y divulgadas. Representa una escena de bastante dinamismo: una gran figura femenina, silueteada en negro, con faldellín corto, rodilleras, manguitos y otros adornos (incluidas unas manoplas en forma de "mano de insecto", similares a las de otras representaciones pictóricas saharianas de tipo antropomórfico en las que se representan figuras con rasgos de "mantis religiosa" gigante). Esta figura femenina lleva desnudo y tatuado el resto del cuerpo (hombros, vientre, senos, pierna) y se cubre la cabeza con un sofisticado tocado provisto de cuernos. En segundo plano, y a tamaño mucho más pequeño, se representan las siluetas de más de una veintena de figuras femeninas, cubiertas con unos tocados o gorros en forma de cresta y caminando cogidas por el brazo, de dos en dos o de tres en tres, y otras haciendo aspavientos con las manos.

No hay duda de que se trata de la descripción de una escena ritual (probablemente algún tipo de rito iniciático femenino, pues las figurillas menores parecen ser todas femeninas, aunque tal vez con atuendos y atributos de tipo masculino). Es posible que escenifiquen algún tipo de "lucha ritual femenina" entre las doncellas jóvenes, ritos frecuentes en bastantes culturas antiguas del África negra, aunque sin duda comunes también en un principio a algunos de los pueblos del África blanca septentrional extra-egipcia. El gran personaje femenino central podría representar a la "diosa" o a la protagonista principal de ese rito.

Poco más se podría deducir de las imágenes de esta escena si no fuera porque disponemos de un texto histórico que acaso puede proporcionarle su verdadero contexto. Se trata nada menos que de un pasaje de la obra del historiador griego Heródoto ("Historia", IV, 180) sobre los libios nómadas de las proximidades del llamado "Lago Tritónide" (=el golfo de Qabes o Pequeña Sirte). Dice así:

"Con ocasión de una festividad anual en honor de Atenea, sus doncellas, divididas en dos bandos, luchan entre sí con piedras y garrotes, cumpliendo así, según cuentan, los ritos instituidos por sus antepasados en honor de la divinidad indígena que nosotros identificamos como Atenea. Y a las doncellas que pierden la vida a consecuencia de las heridas, las tildan de falsas doncellas. Y por cierto que, antes de lanzarlas a la lucha, hacen lo siguiente: cada año atavían en común a una doncella -a la más hermosa- con un yelmo corintio y una panoplia griega, luego la hacen subir a un carro y la llevan en procesión. Ahora bien, no puedo especificar con qué tipo de armas ataviaban a las doncellas antaño, antes de que los griegos se establecieran en sus proximidades; con todo, supongo que las debían de ataviar con armas egipcias".

Esta "Atenea" libia debía de ser una divinidad muy popular y muy difundida en la zona septentrional africana (de hecho, parte de la indumentaria de la diosa guerrera griega Atenea, en especial la "égida" o piel de cabra, parece que fue adoptada por los griegos de las mujeres libias, según reconoce el propio Heródoto en otro pasaje; por otro lado, la diosa egipcia Neit, representada a veces con arco y flechas en la plástica egipcia, llevaba el significativo epíteto de "la de Libia").

El rito de esta lucha o juego ritual femenino, aunque en general incruento, no debía de estar del todo exento de cierta dureza y de la eventualidad de algún accidente (de todas formas eso de que "las que pierden la vida -accidentalmente se entiende- son tildadas de falsas doncellas" parece aludir al propio tabú de que sólo podían participar en el rito sin resultar accidentadas las muchachas vírgenes, lo que por otro lado servía también para que las jóvenes guardaran su virginidad por lo menos hasta la edad de participación en ese combate ritual).

Lo más sorprendente es que esta pintura se llena de significado a la luz del relato de Heródoto, y hasta es posible identificar la escena como una representación de los prolegómenos o el epílogo de esa lucha ritual femenina (incluso los tocados de las participantes podrían identificarse con yelmos griegos y sus respectivos penachos, si no fuera porque esa interpretación obligaría a rebajar considerablemente la cronología de esta pintura sahariana).

Queda mucho todavía para que puedan "leerse" todas y cada una de las imágenes de las pinturas y grabados saharianos (por lo menos con la "facilidad" con que hemos pretendido interpretar aquí estas tres breves muestras comentadas); pero no cabe duda de que en todas esas pinturas y grabados saharianos está codificada plásticamente toda la historia más antigua del África septentrional.

  

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