Belenes y arboles de navidad

LOS ORÍGENES DEL ÁRBOL DE NAVIDAD Y SUS SIGNIFICADOS


Como suele ocurrir en otras muchas costumbres populares de ámbito festivo y ritual (y por tanto religioso en sentido amplio), también aquí hay que distinguir entre el núcleo arcaico de la costumbre o práctica ritual (que es o suele ser generalmente de carácter psicológico y arquetípico, es decir, universal y común a todos los grupos humanos) y los diversos aspectos o "revestimientos" de la misma (condicionados siempre por diversos factores sociales, religiosos y culturales, distintos según los pueblos y las culturas).

La costumbre familiar navideña de decorar con velas, guirnaldas y otros adornos un pequeño árbol recién cortado (generalmente un abeto o pinabete poco crecido) y de colgar en sus ramas diversos regalos, juguetes o golosinas envueltas, con destino a los más pequeños de la casa (que los recogen el día de Navidad), así como mensajes escritos con peticiones, deseos, etc, es una costumbre que parece originaria -o por lo menos arraigada de antiguo- en los países europeos nórdicos (escandinavos) y en otros países germánicos o germanizados, aunque actualmente sea ya una costumbre muy extendida en todo el Mundo.


Belén popular murciano

En su aspecto puramente histórico-cultural, es evidente que esta costumbre del árbol navideño es inseparable de la fiesta cristiana de la Navidad en cuanto tal, y en este sentido no puede ser "anterior" a la propia cristianización de los pueblos germánicos (de hecho es una "tradición navideña" bastante moderna). Las primeras noticias documentadas que hacen referencia a "árboles navideños" aparecen en la germanizada Alsacia francesa a mediados del siglo XVI, donde al parecer estaba bastante arraigada y de donde pasó posteriormente a Francia. En Alemania el árbol navideño fue pretendidamente introducido por los suecos durante la llamada "Guerra de los Treinta Años" (1618-1648), pero en todo caso no hay referencias anteriores al siglo XVIII. Posteriormente, por obra de algunos monarcas ingleses de la dinastía Hannover, esta costumbre del árbol navideño se popularizó y arraigó en Inglaterra, de donde pasaría después a los Estados Unidos de América.

Hay que tener en cuenta que, en la mayoría de los países germánicos de religión protestante, esta "tradición" del árbol navideño fue expresamente apoyada y favorecida por las iglesias luteranas y reformadas, frente a los "belenes" o "nacimientos" representados con figuritas de barro pintadas de los países europeos católicos y mediterráneos (aunque en realidad uno de los primeros "belenes" del que existe referencia documental es uno del monasterio alemán de Fussen en 1252, algunas décadas después de los supuestamente popularizados en Italia por Francisco de Asís o por sus frailes franciscanos). Este apoyo fue especialmente importante en los países escandinavos, lo que acaso haya contribuido bastante a la presunción del supuesto origen nórdico de esta costumbre del árbol navideño (origen que, dicho sea de paso, tampoco está suficientemente documentado en esos países).

Árbol de estrellas, del finlandés Osmo Omenamäki

Con todo, y aunque los orígenes del árbol de Navidad no están plenamente elucidados históricamente, parece que son al menos dos los focos geográficos más importantes o más antiguos en la difusión de esta generalizada costumbre navideña: la Alsacia francesa (de lengua, costumbres y tradiciones germánicas) y los países escandinavos.

Ahora bien, las tradiciones -por modernas que puedan ser- no salen de la nada ni se fundan sobre el vacío, sino que con frecuencia se "re-inventan", se configuran y se moldean sobre algo anterior, en forma de readaptación de costumbres y de tradiciones precedentes, que en muchos casos se reactivan por sí solas en determinadas circunstancias o bien pasan de un estado más o menos latente y se convierten en costumbre generalizada y predominante.

Y el caso es que, con respecto al árbol navideño, hay precedentes o antecedentes pre-cristianos lo suficientemente significativos, pues permiten enlazar directamente una costumbre relativamente moderna, como es ésta, con unas concepciones, prácticas y ritos mucho más antiguos y ancestrales: por ejemplo con la costumbre de los antiguos germanos de colgar en las ramas de determinados árboles las armas y trofeos tomados al enemigo, consagrándolos como botín de guerra a sus divinidades, según sabemos por los historiadores romanos que se ocuparon de describir algunas costumbres y prácticas de estos pueblos. Es bien conocido asimismo el carácter sagrado que algunos árboles (en especial el fresno) y determinados bosques tenían entre los antiguos pueblos celtogermanos, que daban a algunos extensos bosques de su territorio -por ejemplo la llamada selva Hercinia (las actuales "Selva Negra" y "Selva de Bohemia")- nombres de divinidades femeninas. El historiador Tácito (Germania, XXXIX) menciona también las reuniones de los delegados de la tribu sueba de los semnones, que se celebraban en un bosque sagrado donde esos delegados entraban atados, y si alguno caía accidentalmente a tierra, no le era lícito levantarse, sino que debía salir del bosque rodando por el suelo (más que de un rito religioso propiamente dicho, se ha pensado en una prueba deportivo-ritual para dirimir diferencias entre las distintas subfracciones tribales, a modo de "ordalía" pacífica o "juicio de dios"). En el folklore popular persistieron también creencias y costumbres animistas que remontan a esos primitivos cultos germánicos al árbol, entre los que destacarían -por ejemplo- el tabú de no arrancarles ni una sola hoja a aquellos árboles considerados especialmente sagrados ni tomar nada del suelo hasta donde alcanzaba su sombra, y asimismo la creencia animista de que en cada árbol habitaba un espíritu o "genio" protector (generalmente femenino), que moría si el árbol era cortado y que a veces tomaba la forma de un animal: búho, mochuelo, gato montés, etc (entre ellos el pájaro "cúcu" o "gúgu" del folklore suizo y tirolés, esto es, el pájaro-cuco o cuclillo europeo).

Tampoco parece nada casual, y desde luego es bastante significativo, el hecho de que en las dos zonas geográficas más vinculadas con el origen o difusión de la costumbre del árbol navideño (Escandinavia y Alsacia) estén documentados cultos y leyendas relacionados con importantes árboles sagrados de sus mitologías y religiones respectivas. Así, por un lado, tenemos el árbol más famoso de la mitología escandinava, el gran fresno sagrado Yggdrasil, considerado como el eje o la columna del mundo, y por otro lado tenemos el árbol sagrado de los antiguos sajones continentales, el llamado Irmensul, mandado abatir por el rey franco Carlomagno tras una victoriosa batalla contra los sajones paganos; el cronista Rodolfo de Fulda traduce como "columna del mundo" o "columna que sostiene todo" el nombre de este árbol sagrado, que era un gran centro de culto -al aire libre- de las tribus sajonas (no lejos, por cierto, de las tierras alsacianas, en el corazón del país de los sajones y alamanes fronterizo con la Francia o país de los francos).

Es evidente que desde el año 772, en que se produjo esa derrota sajona y el derribo de su árbol sagrado, hasta los años 1557 y 1561, en que aparecen las primeras referencias históricas sobre "árboles de navidad" en Alsacia, habían transcurrido casi ocho siglos y que el antiguo paganismo germánico estaba ya del todo olvidado (por lo menos en la medida en que se "olvidan" colectivamente los ritos y costumbres religiosas, es decir, olvidándose el primitivo contenido religioso explicitado y consciente y manteniéndose -bajo formas y representaciones arquetípicas más o menos inconscientes- el contenido subrreligioso simbólico e implícito).

Pero las tradiciones y costumbres arraigadas no desaparecen completamente de la noche a la mañana sin dejar huella, sino que se readaptan y se transforman pasando de un sistema a otro: por ejemplo de un sistema religioso a otro subrreligioso o submitológico (en el caso que nos ocupa, relegando a un ámbito aparentemente más inocuo -el ámbito estrictamente infantil y familiar- lo que antes era culto religioso público de toda una colectividad, y en realidad volviendo con ello de nuevo a su ámbito más originario, pues todas las tradiciones y costumbres de un pueblo tienen un origen familiar en último término y su transmisión se lleva a cabo precisamente en las familias).

Retrato de San Nicolás, de James C. Christensen

 

En Alsacia, y especialmente en su capital (Estrasburgo), el "culto" al Irmensul no debió de desaparecer "de la noche a la mañana", aunque el paso del tiempo y la nueva religión cristiana terminasen borrando de la conciencia de las gentes alsacianas el sentido originariamente religioso-pagano de esta costumbre o culto ancestral (pero de alguna forma se mantuvo a nivel de "inconsciente colectivo", que es el nivel propio de todos los ritos y prácticas religiosas y subrreligiosas o culturales). El gigantesco árbol sagrado de las tribus sajonas, seguramente en un proceso bastante largo y sin solución de continuidad, terminó transformándose en los arbolitos recién cortados e introducidos en las casas por Navidad en forma de pequeños abetos adornados con velas, juguetes y golosinas para los niños, y con el paso del tiempo incluso volvió de nuevo -como árbol gigante navideño- a las plazas públicas de las ciudades, cuando hacía ya mucho tiempo que las siempre reticentes autoridades eclesiásticas eran incapaces de identificar su verdadero origen. El Irmensul recuperaba así de nuevo su lugar de honor, aunque sólo fuera durante unos cuantos días al año.

Ejemplos de esta clase están presentes en el folklore, las tradiciones y las costumbres de todos los países europeos, germánicos o no, pues la propia Iglesia -consciente de la dificultad y de la contraproducencia de desarraigarlas- optó por la solución más inteligente: cristianizarlas y asimilarlas (en realidad no pocas de esas costumbres y tradiciones germánicas, como se ve por su simbología más profunda, en cierto modo eran ya de hecho genuinamente o potencialmente "cristianas" en el fondo, es decir, éticamente cristianas por lo menos en su más profundo significado, a pesar de que en muchos casos sean evidentemente bastante anteriores al propio Cristianismo, paradoja nada insólita en el terreno de la fenomenología de lo religioso). En el caso concreto que nos ocupa, era inevitable, no obstante, que el árbol sagrado perdiera algo de su carácter originario, empezando por la necesidad de cortar esos arbolitos de navidad (cosa que en los tiempos paganos no se hubiera hecho, debido a los tabúes antes mencionados, pues probablemente se hubiera utilizado -sin cortarlo en ningún caso- algún árbol cercano inmediato a la vivienda familiar).

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Casi sobra decir que se desconocen los detalles y aspectos concretos de ese "culto" al árbol entre los sajones y otros pueblos germánicos, y que seguramente no hay que imaginarlo en absoluto como mera "dendrolatría" o "adoración" de determinados árboles como "dioses", sino más bien como respeto o veneración cuasirreligiosa al símbolo mismo del árbol y al árbol como símbolo, no al árbol en sí en cuanto tal. Tampoco se sabe con certeza si esta costumbre navideña del árbol enlaza directamente con supuestos ritos solares germánicos del solsticio de invierno (en realidad, estos cultos solares parecen más propios del ámbito céltico y de su cultura de calendarios y de precisas observaciones astronómicas que del ámbito propiamente germánico, mucho más atrasado en estos aspectos y que -según se cree- no pasaba de conocimientos muy someros sobre las fases lunares y poco más).

Lo que parece claro es que el ritual del árbol se asimiló a la fiesta cristiana de la Navidad, y por tanto también a las fechas del solsticio de invierno, y que la "iluminación" del árbol (sin quemarlo ni talarlo) debía de ser esencial en el rito originario. Pero, además, la supuesta vinculación del árbol navideño con rituales antiguos del solsticio de invierno (tiempo de "renovación" del sol) parece reforzada por la propia simbología del "árbol luminoso" (en alemán Lichterbaum) y del sentido astral de la propia fiesta de la Navidad (Nativitas = "nacimiento" del Niño-Sol, del Niño Divino o Niño de la Luz, simbolizando también el nuevo año y el "renacimiento anual" del Sol). Si acaso los antiguos germanos celebraban el solsticio de invierno con un árbol iluminado y adornado con guirnaldas y objetos metálicos brillantes (p.e. armas bruñidas) es algo que no sabemos con certeza; pero lo que sí sabemos en todo caso es que el "árbol luminoso" simboliza el renacimiento (no sólo el renacimiento astronómico del sol, sino también el "renacimiento" simbólico del individuo), y que al menos en este sentido los orígenes del árbol luminoso de la navidad parecen ser genuinamente germánicos.

Este aspecto de renovación cíclica anual, en un sistema mitológico o submitológico propio, está presente también en una leyenda de la Baja Sajonia, recogida por los hermanos Grimm: "Un día nacerá un fresno, del cual todavía no se ha visto nada, pues no es más que un pequeño retoño que asoma del suelo sin ser notado. Todas las noches de Año Nuevo viene un jinete blanco en un caballo blanco a arrancar el joven retoño. Al mismo tiempo llega un jinete negro que lo defiende. Tras larga lucha, el blanco logra eliminar al negro y arranca el retoño. Pero un día el blanco ya no podrá vencer a su contrario. Entonces crecerá el fresno, y cuando sea lo bastante grande para que debajo de él pueda atarse un caballo, aparecerá un rey poderoso que librará una gran batalla" (= destrucción del mundo).

Hay también un sistema folklórico-mitológico autónomo (de carácter sub-religioso y más o menos psico-ritualizado) que aparece circunstancialmente unido al árbol navideño, un sistema constituido por una serie de ritos y costumbres de simbología tan variada como autonomizada, entre ellos la costumbre navideña de decorar el interior de la casa con hojas y bayas de acebo o con otras plantas o flores consideradas propiciatorias (por ejemplo algunas flores como las campanillas, propias -como el acebo- de terrenos húmedos y fríos, que es posible que tuvieran ya alguna función propia en el folklore germánico más antiguo), o la de colocar herraduras de caballo en la puerta de la casa por esas fechas (para alejar "malos espíritus femeninos"), así como la costumbre de guardar leños o troncos de árbol de un año para otro (en que eran quemados en el fuego del hogar), o la posterior utilización de sus cenizas como medios de protección de la casa durante todo el año, etc.

Se trata generalmente de pequeños "rituales" domésticos (de origen femenino y a cargo de la dueña de la casa) para espantar a los "demonios familiares", preservar la casa de incendios, rayos y otros eventuales males y desgracias, y atraer la "buena suerte" sobre la casa y la familia durante el año venidero. En cierto modo, tales rituales tenían una cierta e indudable efectividad (en primer lugar de tipo psicológico), en la medida en que contribuían no poco al propio equilibrio mental de quien los preparaba y de quien más creía en ellos (la dueña de la casa), es decir, eran eficaces cuando la propia psique femenina se "adaptaba" a esos rituales domésticos y armonizaba positivamente con ellos los deseos y las dinámicas conscientes e inconscientes que más podían contribuir a la perfecta armonía familiar (el único inconveniente, que es el de todos los rituales por lo demás, era que cuando se creía demasiado en ellos ya no se podía prescindir de ellos sin sufrir las consecuencias, entre las que se incluye toda esa "psicopatología de la vida cotidiana" -olvidos, equivocaciones, torpezas, descuidos y actos fallidos- cuyas formas de terapia más efectivas ya descubrieron los rituales y prácticas "mágicas" de todos los pueblos primitivos muchísimos siglos antes que el psicoanálisis contemporáneo).

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Pastores de belén (figuritas de barro)

El sentido de todos estos rituales navideños suele ser casi siempre básicamente inconsciente para quienes los realizan, o al menos semiconsciente (de hecho, si alguna vez tuvieron un carácter plenamente consciente fue precisamente cuando se crearon y sólo para quienes los crearon, o acaso también cuando se desvelaron o conciencializaron por primera vez, pues cuando el rito se conciencializa plenamente se hace ya del todo innecesario, pero cuando se conciencializa parcialmente deja de ser un símbolo, es decir, pierde su fuerza simbólica dinamizadora de las potencias inconscientes de la psique, y se transforma en un mero concepto, en un acto meramente convencional o en una rutina social repetitiva).

Sin embargo, hay símbolos de una riqueza y una carga plurisignificativa tan amplia (como el propio símbolo de la fiesta de la Navidad) que difícilmente se agotan en sí mismos. Y es que la Navidad, más allá de estos elementos de substrato céltico o precéltico o germánico que hemos comentado, tiene también otros muchos valores y aspectos simbólicos ("espirituales" también), empezando por este símbolo del "árbol de la Luz" que aquí nos ocupa.

Los aspectos simbólicos del Árbol de Navidad, en efecto, son tan variados como profundos, con una profundidad que llega al núcleo mismo de lo genuínamente éticorreligioso. En primer lugar está el contraste entre lo natural (árbol) y lo artificial (lo "nacido" o "producido" por el árbol, los regalos colgados en el árbol, que evocan a su vez otros diversos símbolos de "abundancia natural", de "generación mágica o espontánea" o de "árbol de los buenos deseos casi imposibles", motivos todos ellos muy característicos de la mentalidad animista de los antiguos pueblos cazadores-recolectores). El árbol iluminado, en especial con una brillante luz en su cúspide o cima, simboliza un arquetipo universal (presente en todos los pueblos y culturas): el "Puer Divinus" (Niño Divino o Niño de Dios), símbolo de regeneración y de renacimiento en todas las religiones y mitologías, incluida la cristiana (que lo ha convertido en el símbolo o representación míticorreligiosa predominante de la Navidad).

Se trata, como queda dicho, de un símbolo arquetípico (esto es, estructural en los modos de ver y de pensar de la psique humana y conformador o estructurador de éstos) y por ello también universal en todos los pueblos, épocas y culturas (árbol= madre simbólica; luz= niño espiritual). A propósito de este símbolo dice el psicoanalista suizo C.G. Jung:

"El árbol representa el principio y fuente de la vida, es decir, aquella fuerza vital mágica tan conocida por el primitivo y cuya renovación anual se celebraba adorando a un niño-divino, a un "puer aeternus", símbolo de anticipación de algo deseable y anhelado".

La madera y el árbol generador son frecuentemente símbolos "maternos" de la libido o energía psicofísica del ser humano, asociados también a un claro simbolismo masculino y "fálico" (palo= falo), por lo que el árbol tiene casi siempre un sentido simbólico conjunto, bisexual, masculino-femenino (el bosque, en cambio, suele tener -según el psicoanálisis contemporáneo- un carácter de símbolo genérico de "lo inconsciente", del ámbito psíquico de los fenómenos inconscientes, aunque también con evidentes aspectos simbólicos de lo "femenino-materno", en su doble carácter de "desorientador y peligroso" y de "refugio protector").

En realidad, el árbol de navidad es también otra representación del "árbol de la Vida" o "árbol del Paraíso", presente en varias mitologías antiguas, y por supuesto es un símbolo pre-cristiano que prefigura y anticipa el propio símbolo de la Cruz, pues es y representa la madera o "materia" femenina, y la Cruz misma es de hecho la estilización figurativa y esquemática de un árbol (también representa la estilización de la propia figura de todo ser humano, y por tanto al Ser Humano mismo).

Sobre el colgamiento en árboles hay algunos precedentes germánicos, tanto históricos como mitológicos: en algunos relatos del Edda escandinavo el protagonista manifiesta que él mismo -el propio dios Odín, padre de los dioses- fue colgado en un árbol durante nueve noches, atravesado por una lanza y sacudido por el viento, y que de esta forma "él mismo se sacrificó a sí mismo" y alcanzó la suprema sabiduría de sí mismo y del mundo. Tenemos, pues, que un símbolo aparentemente pre-cristiano, como es el árbol y como es la cruz, resulta ser en muchos aspectos anticipadamente cristiano, preexistentemente cristiano en el fondo.

El aspecto simbólico "materno" del árbol (madera= materia= "madre" simbólica) alcanza también al propio lenguaje: uno de los términos en alemán para designar el ataúd es Toten-baum (literalmente: "árbol -o caja- de muertos"), aunque en este caso no es nada improbable -como han supuesto algunos comentaristas modernos- que el término aluda directamente a supuestas costumbres ancestrales germánicas de enterramiento en el interior de troncos huecos de árboles o de colgamiento de los cuerpos en las ramas (los antiguos pueblos germanos de época histórica pre-cristiana practicaban generalmente, como es sabido, la incineración de los cadáveres, al igual que otros pueblos indoeuropeos antiguos, aunque tampoco eran nada excepcionales las inhumaciones o enterramientos de cuerpos en tumbas).

Pero más que las desconocidas costumbres funerarias persistentes de otros pueblos pre-germánicos anteriores (en que tales formas de enterramiento son más verosímiles) parece que hay que pensar en la influencia evidente de la posterior creencia cristiana de la resurrección final (o "renovación definitiva") y sobre todo -en lo que se refiere al significado etimológico de ese vocablo alemán citado- no olvidar tampoco las características formas redondeadas y bastas de los primitivos ataúdes medievales, a menudo elaborados con un tronco hueco sin desbastar, cerrado con una simple tabla clavada.

El árbol navideño, eso es indudable, personificaba originariamente un espíritu bienhechor, el "espíritu navideño" (probablemente de significado femenino y materno en la materialidad de los regalos, y masculino y paterno en la espiritualidad de los deseos). De este modo se preanunciaba y propiciaba la deseada abundancia y prosperidad familiar para el año nuevo (como ocurre también, por ejemplo, con las velitas en las tartas de cumpleaños, que son apagadas por el interesado con un soplido de aire -"espíritu"- que representa al deseo mismo). Las luces o velas encendidas del árbol simbolizan deseos, pero también "buenos espíritus" o "buenas intenciones"; y no es inverosímil tampoco que en la mentalidad animista simbolizasen o representasen además a los "espíritus buenos" de los propios antepasados familiares. En este sentido, el árbol es también una imagen familiar paterno-materna, un símbolo de la familia al completo ("árbol genealógico" espiritual), de los espíritus familiares positivos presentes en las luces encendidas del árbol.

Pero el "árbol de la luz" es también un símbolo masculino, espiritual, de renovación, de regeneración y renacimiento del Mundo, del "hombre iluminado" y "renovado a sí mismo desde sí mismo", y sólo secundariamente de la propia renovación solar anual. No otra cosa significa precisamente esa "luz" en su cima (la "estrella"), es decir, el puer aeternus sentado sobre los hombros y la "cabeza" del árbol (de la "madre" simbólica).

El motivo del "árbol de los regalos", en cambio, presenta un aspecto más material (=materno), como la cornucopia o "cuerno de la abundancia" en la mitología grecolatina, o como la costumbre de algunos países europeos germánicos de la "mesa de los regalos" en los cumpleaños familiares, cubierta enteramente de regalos para el interesado (mesa= madera= árbol), y de hecho está representado también en el propio "consumismo" que caracteriza actualmente a las fiestas de Navidad en el mundo occidental (y que tanto las desvirtúa en sus aspectos más espirituales).

No cabe duda tampoco de que gran parte del éxito de esta costumbre del árbol navideño (originariamente germánica o no, pre-cristiana o no) se debe también a la natural "nostalgia" que las gentes de las sociedades urbanas han sentido siempre por la Naturaleza (generalmente por una "naturaleza" momentáneamente arrancada de su contexto en algunos de sus elementos), unas gentes para las que un árbol apenas es o significa otra cosa que lo que se percibe de él con carácter general (pues la mayoría de nosotros apenas sabríamos distinguir con sus nombres, y menos aun por sus formas y características, ni siquiera una docena de "árboles" distintos y de especies concretas).

Pero es evidente también que esta costumbre y tradición navideña consigue como pocas llenar de ilusiones y alegrías los corazones infantiles en esa época del año, y consigue asimismo a veces algo mucho más difícil: el efecto (en verdad mágico) de volver a los adultos "un poco más niños" durante unos días, y en cierto modo de "rejuvenecerles" y "renovarles" espiritualmente, conservando y reviviendo de un año para otro ese "espíritu navideño" tan esencial en esas fiestas.

En la actualidad, y a pesar de la inevitable masificación y comercialización de los árboles navideños a nivel mundial (con proliferación en todos los países occidentales de esos escuálidos "árboles" sintéticos de ramitas plegables y generalmente decorados con pésimo gusto), la costumbre tradicional del Árbol es uno de los símbolos más sólidos de la Navidad (como lo es, en el lado material y materialista del que forma parte, el consumismo compulsivo característico de esas fiestas), y sin duda es también un elemento esencial que probablemente nunca desaparecería -tampoco el consumismo- ni siquiera en el caso de que se perdiera por completo el significado religioso de la fiesta navideña (de hecho, el "árbol luminoso" es tal vez, junto con las escenificaciones representadas en los "belenes", uno de los elementos navideños que más llevan en sí mismos ese significado básicamente religioso, implícito o no, consciente o no).

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Detalle de un belén

La coexistencia de esta tradición del árbol navideño con los tradicionales "belenes" o "nacimientos" de los países católicos (un símbolo mucho más explícito y perteneciente a otro orden de cosas, a saber: la aldea de la "sagrada familia", la aldea ideal, el mundo ideal como imagen o maqueta en miniatura) no plantea contradicción ni mixtificación o exclusividad alguna.

Los "nacimientos" o "belenes" provienen de otro ámbito cultural (en España, por ejemplo, tienen una tradición que en cierto modo -arquetípicamente- se remonta a los "exvotos" o figurillas religiosas en bronce depositadas en los santuarios de los antiguos pueblos ibéricos prerromanos). Pero de hecho los encontramos también en las figurillas de madera pintada de algunas tumbas egipcias (con representaciones de panaderos, cerveceros o carniceros en sus talleres y tiendas), y tampoco son extraños al mundo céltico o germánico: sabemos -p.e.- que los antiguos germanos, que no eran nada aficcionados a la imaginería religiosa de grandes estatuas "a tamaño natural" o a la representación antropomórfica plástica de sus divinidades, sí que lo eran -en cambio- a la "miniatura sacra", a la representación a muy pequeña escala de la grandiosidad de las cosas divinas, tanto en escenas como en elementos sueltos (barquitas en miniatura de la diosa lunar germana, escenas grabadas en calderos de bronce, etc).

Alguien ha dicho que la fascinación de los belenes (y no sólo en la mente infantil) no está sólo en su capacidad de mostrar de forma material y plástica algunos de los principales "misterios" de la religión cristiana de un modo condensado y global, sino en que ofrecen por así decirlo una imagen metafórica del "mecanismo" del mundo, es decir, de cualquier sociedad humana en todos sus aspectos: económicos y materiales, cotidianos, morales, políticos, etc. En esas miniaturas se encuentra y escenifica todo lo que mueve las sociedades humanas más elementales: los oficios y trabajos artesanales o agrícolas (pastores, comerciantes, agricultores, artesanos), el poder maléfico y tiránico de los gobernantes para su propio servicio (palacio de Herodes, soldados herodianos -o anacrónicamente romanos-), el poder benéfico para los más desfavorecidos (reyes magos), así como una imagen del núcleo familiar básico (la Sagrada Familia) con su protagonista principal (el Niño Divino) y de la "cámara nupcial" (pesebre) y de sus "misterios" (el buey y la mula, p.e., animales "estériles" e incapaces de engendrar, son sin embargo los padres simbólicos del niño-dios, como lo son el viejo San José y la joven Virgen).

Pero en realidad poco se puede o se debe decir conceptualmente de estas representaciones navideñas, que tienen mucho más de "metáforas", o incluso de "parábolas", que de conceptos. Pues como tales hay que contemplarlas, sin intentar siquiera interpretarlas conceptualmente, sino limitarse a mirarlas sin decir nada y dejando que sean ellas mismas las que nos digan o sugieran todo lo que pueden decir y sugerir (que dependerá naturalmente del grado de receptividad del que las contempla). Ahí, en esa estética, está también toda su magia y -en definitiva- toda su ética.

  

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Decorando el árbol de navidad, dibujo de Ludwig Richter (1804) (grabado)
Árbol de la nieve, de Josef Paleček
La Virgen María (figurita de belén)