Ritos Kachina

GENERALIDADES SOBRE LA RELIGIÓN DE LOS INDIOS HOPI
DE ARIZONA Y NUEVO MÉXICO


Visitando en cierta ocasión el Museo de América, en la ciudad universitaria madrileña, en uno de esos días lluviosos y melancólicos que parecen hechos para visitar museos cuando se va de paso y no se tiene nada mejor que hacer, me acerqué a ver una de las exposiciones temporales de entrada gratuita en una de las salas.

En las vitrinas se exponían más de un centenar de bonitas muñecas "kachina" (de los indios hopi y zuñi del suroeste de EEUU) procedentes de diversas colecciones particulares europeas. Recorriendo la sala casi vacía, recuerdo que le pregunté a uno de los vigilantes (un tipo serio de unos 50, trajeado de negro, con cabello cortado a navaja y con aspecto de anticuado funcionario de policía, de empleado de funeraria o de médico forense) al que confundí al principio con un guía o cicerone del museo:

-¿Son todas auténticas?
-...Sí...Por supuesto que son todas auténticas, -me respondió con suspicaz extrañeza.

A partir de ese momento supongo que ya no me debió de quitar el ojo de encima, aunque yo estaba demasiado ocupado examinando una por una todas esas muñequitas indias de colores. Pensé para mí que, en efecto, todas las muñecas eran probablemente auténticas, pero seguramente algunas eran más auténticas que otras. Terminé el recorrido, compré un catálogo en color de toda la exposición, y me marché.

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Restos de un poblado anasazi
 

La "autenticidad" ha sido tal vez el criterio básico en la perspectiva occidental de valoración de todas las culturas que en otras épocas se llamaban "primitivas". Y todavía sigue siéndolo a día de hoy, sólo que ahora esa "auténtica autenticidad" habría que referirla no tanto a la posibilidad de falsificación o mixtificación de las piezas de arte primitivo, sino más bien a la posibilidad misma de falseamiento, mixtificación y "contaminación" de nuestros propios modos de ver y de valorar ese arte como "arte primitivo auténtico".

En lo que respecta a la valoración de una estética, hoy no cabe ya hablar de lo "autentico" como mera antítesis o contraposición de lo "falso". Si el siglo XVIII fue la época del descubrimiento rousseauniano de las culturas primitivas, y también del coleccionismo etnográfico, y si luego el siglo XIX fue la época del comienzo de los estudios etnológicos científicos, del romanticismo más o menos antropológico, de los grandes museos, del comercio del arte "cultural", y de las primeras grandes falsificaciones de piezas de arte, el siglo XX ha sido sobre todo el siglo de la ruptura total de los modos de ver occidentales sobre la estética general del arte, el siglo del descubrimiento de las "otras estéticas", un siglo cuya única regla artística podría resumirse en el eslogan "todo es válido en el arte". Pero el siglo XX ha sido también, de eso no hay duda, el siglo del "papanatismo pseudoartístico y pseudocultural", el siglo de las mitificaciones de lo "auténtico" (esto es, de lo supuestamente no contaminado por los modos de ver, de pensar y de hacer occidentales), el siglo de la falsificación no tanto de la obra de arte como de la perspectiva sobre la obra de arte.

Personalmente, hace ya mucho tiempo que no creemos ni queremos creer en ese "mito" de las culturas auténticas (suponemos que se quiere decir "puras", "incontaminadas", "aisladas", "invariables, a no ser desde sí mismas", etc), aunque de hecho se vea y se sepa que toda cultura -por definición y para ser tal- tiene que ser justamente todo lo contrario: "mestiza", "compleja", "mixtificada", "interrelacionada" y "dinámica", pues todas ellas se forman y conforman por asimilación, hibridación e integración de elementos múltiples y dispares y todas ellas se sobreviven a sí mismas alimentándose de (a costa de) otras. Y el hecho etnológico es que no hay ninguna cultura primitiva intacta, virgen, "auténtica", "inofensiva" con respecto a otras; porque toda cultura (que es casi como decir todo sistema colectivo de valores y de técnicas) supone siempre adaptación a un medio y a unas circunstancias determinados, autodefensa colectiva, pero también depredación.

Hace ya mucho tiempo, sin embargo, que Occidente no es propiamente un "depredador" cultural, un aniquilador y uniformador de culturas (lo fue ciertamente en su primer periodo de expansión colonial en la Edad Moderna, los siglos XVI al XIX); pero desde entonces, Occidente ya no destruye culturas: simplemente asimila, integra y "fagocita" las que están ya por sí mismas en avanzada fase de desintegración, y con ello -en definitiva- las "salva" de su aniquilación completa, salva lo mejor de ellas, lo más salvable, lo mejor de sus elementos éticos y culturales (otra cosa es la destrucción, inexorable, de personas, de identidades, de convivencias y de sentidos colectivos e individuales). Aun así, esta macro-civilización que llamamos Occidente no aniquila propiamente los elementos "espirituales" de ninguna cultura, aunque destruya por completo a veces sus bases materiales, económicas, sociales o humanas.

Así se ha hecho Europa, y el Occidente entero: asimilando, integrando, destruyendo, construyendo, reconstruyendo. Occidente ha crecido y ha "progresado" gracias a esa expansiva fagocitosis cultural a partir de un fondo ético humanista y universalista (pero también progresivamente dogmatizado, bipolarizado, moralizado o desmoralizado, según las épocas y a tenor de los tiempos). El progreso material comenzó el mismo día en que unos hombres del periodo neolítico, en los albores de la civilización, aprendieron a explotar en beneficio propio el trabajo de otros hombres advenedizos a partir del excedente de producción de sus cosechas y de las necesidades básicas cubiertas; empezó el día en que los hombres "aprendieron" que para vivir nada parece nunca suficiente y que las necesidades "básicas" suelen estar en función de las propias posibilidades de nuestros deseos. Ahí dió comienzo, de forma irreversible, ese largo y cruento "camino del progreso" que llamamos Historia y Civilización. Y desde entonces, aquella civilización en principio secundaria y periférica (un pequeño apéndice occidental del gigantesco continente asiático) se ha convertido -tras más de dos milenios de confrontaciones externas y de integración de sus propias tensiones sociales, políticas, morales y culturales internas- en una macrocivilización que todo lo absorbe y todo lo asimila (cuando no lo destruye) y que en los dos últimos siglos ha occidentalizado todo el planeta, aniquilando materialmente (no tanto "culturalmente") todo aquello que no se ha dejado absorber y asimilar.

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Muñeca india: Palhik Mana (virgen Palhik o muchacha mariposa)Muñeca india: Palhik Mana (virgen Palhik o muchacha mariposa)

"Palhik Mana" (es el arquetipo equivalente a la "Diosa Blanca" o "Virgen rubia" en otras culturas o religiones)
 

Medité estas "profundas reflexiones" después de visitar esa deliciosa exposición occidental de "muñecas" indias, y pensé que acaso esas culturas amerindias, en cuanto tales (no ciertamente sus individuos), al menos se han salvado para siempre en la medida en que han pasado a nutrir también el propio tejido cultural de Occidente, su tejido ético (que es, mucho más que la tecnología, el verdadero esqueleto de acero que sostiene a esta civilización occidental desde hace cerca de dos milenios). Lo demás en esos pueblos y etnias semimarginales es pura sociología de la pobreza y de la marginalidad, más que cultura propiamente dicha.

Hoy, los descendientes de los indios hopi y zuñi, por ejemplo, ya no son (sensu proprio) "auténticos" indios, por mucho que se empeñen algunos de ellos en conservar sus hermosas pero desconectadas tradiciones (que Occidente, la etnografía occidental, conserva ya en cierto modo -aunque descontextualizadamente- mejor que ellos mismos). Esos "neo-indios" residen en reservas (los que no han emigrado a otros lugares del ancho país estadounidense en busca de mejores oportunidades), se autogobiernan mejor o peor a nivel municipal con sus propios "Consejos de Tribu" (a modo de ayuntamientos) y a veces cuentan con su propia "policía india" (uniformados y armados como cualquier otra policía, pero generalmente acicalados con largas cabelleras recogidas por la espalda en una coleta), viven mayoritariamente del turismo (más que de los escasísimos recursos de la tierra), sufren gravísimas tensiones y conflictos generacionales internos, y sobre todo "se resisten a desaparecer" (o mejor dicho, se resisten a integrarse plenamente, o mejor dicho aun: no se les deja sitio donde puedan integrarse ellos mismos de la forma y con las formas que ellos mismos quisieran).

Occidente, en cierto modo, ha aniquilado a todos esos "auténticos pueblos primitivos contemporáneos", pero no ciertamente a sus culturas. Lo que queda de ésas y de otras culturas primitivas son ya -desde hace mucho tiempo- residuos culturales, formas progresivamente degradadas y desintegradas de sus funciones sociales y culturales originarias, tradiciones cada vez más desvinculadas y desconectadas de sus propias bases éticas, elementos culturales poco o nada auténticos en su pretendida "autenticidad", pero dramáticamente mantenidos por unos colectivos humanos semimarginales o parcialmente inadaptados. Lo mismo, y con tintes no menos dramáticos, les ha ocurrido a los esquimales contemporáneos (los inuit) de Alaska, Canadá o Groenlandia, a los aborígenes australianos (que en su momento sufrieron políticas occidentales de exterminio y de segregación verdaderamente inhumanas), y a tantas otras etnias primitivas del planeta, materialmente destruidas -pero quizá éticamente "salvadas"- por la gran civilización asimiladora, devoradora y "globalizadora" de todo.

Por eso no era nada intempestiva mi pregunta sobre la autenticidad de esas muñequitas de los indios del suroeste estadounidense. ¿"Auténticas" con respecto a qué? Desde luego no con respecto a sí mismas, puesto que toda cultura es ante todo un sistema colectivo de adaptación a un medio y a unas circunstancias determinadas, y a la vez un sistema de integración de lo individual en lo colectivo; y es evidente que las circunstancias no son ya las mismas que hace unos cuantos siglos, y que la integración de lo individual en lo colectivo (que es lo que propiamente subsiste y resiste en esas culturas resistentes y marginales) es algo que sólo se mantiene muy artificialmente al faltar la funcionalidad adaptativa básica y común. La única "adaptación colectiva" de esas culturas es hoy la adaptación a los propios gustos del "turista" y a las restrictivas normativas del gobierno en materia de caza (que ya no les permite como antes, por ejemplo, disponer de auténticas plumas de águila y han de contentarse con plumas de paloma coloreadas); lo demás son dramáticos esfuerzos de supervivencia cultural en un medio que paradójicamente se ha vuelto más fácil en lo individual pero también mucho más hostil para una armonizada supervivencia colectiva.

La única y verdadera autenticidad de cualquier cultura, digámoslo así, es precisamente aquella base o fondo común (esencialmente humano, ético) que esa cultura comparte y tiene en común con las demás; el resto, o sea casi todo, una vez desconectado de sus propias funciones adaptativas originarias, no es más que folclorismo más o menos vistoso. Simplificando mucho, casi podríamos decir que esas culturas no son ya destruidas por Occidente, sino que en cierto modo se autodestruyen a sí mismas en la medida en que se van quedando en lo superficial, en lo distintivo, en lo étnico, en la tradición, en la costumbre o en la "moral", pero sin querer profundizar en el fondo de sí mismas, en su fondo ético común (donde todas las culturas humanas son esencialmente iguales).

Cerámica de los indios ziaCerámica hopi

Los indios norteamericanos llevan vendiendo sus residuos culturales al menos desde comienzos del siglo XX. Las muñecas kachina, por ejemplo, entre otros muchos abalorios y "souvenirs" indios, se podían comprar en las tiendas para turistas en las cercanías del Gran Cañón desde antes de los años '40 del pasado siglo XX. Y también hoy se pueden seguir comprando (no las mismas, desde luego, pues han cambiado su diseño y su factura en función de los gustos del turista consumidor o de la progresiva pérdida de gusto de sus artesanos: exigencias de la demanda y de la producción artesanal "en serie"). No son ya propiamente "fetiches rituales", sino sobre todo "muñecas para turistas", y ya lo eran cuando André Malraux, Breton y otros sabihondos europeos las compraban creyendo que adquirían verdaderas "autenticidades" (bastantes de las muñecas que se exhibían en esa exposición museística procedían precisamente de esas colecciones particulares, de ahí la malévola observación que sobre su autenticidad le hice a aquel vigilante). Pero ni el turismo ni el papanatismo de los turistas dan por sí solos lo suficiente para sobrevivir a todos los que viven en las chabolas de esos poblados indios del suroeste (en las que -como aquí las de nuestros gitanos de antaño- no falta por supuesto en un lugar de honor de la vivienda el "fetiche-televisión", y fuera de la casa algún que otro destartalado todoterreno con aspecto de haber rodado "durante muchas lunas").

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Cuando las primeras expediciones españolas del siglo XVI se adentraron en los territorios de lo que hoy son los Estados de Arizona y Nuevo México, se descubrieron por vez primera a estas culturas indias "intactas" (intactas para los europeos, naturalmente, no para otras etnias, culturas y civilizaciones de la región). Los españoles los llamaron "indios Pueblos", pues -a diferencia de los indios nómadas de las praderas- la mayoría de estas gentes residían de forma permanente en poblados de casas de adobe y practicaban la agricultura del maíz, del frijol y de otras variedades vegetales alimenticias, que junto con la caza conformaban su medio de subsistencia. El cultivo del maíz (el cereal-base de las civilizaciones americanas, como el trigo lo fue para las mediterráneas o el arroz para las asiáticas) les llegó a los indios "pueblo" desde centroamérica, de sus parientes mesoamericanos (la lengua de los hopi-zuñi pertenece de hecho al grupo uto-azteca, uno de los grupos lingüísticos más antiguos del continente americano), de aquellas civilizaciones depredadoras formadas precisamente en el crisol de muy diversas etnias procedentes del norte e instaladas en los valles más fértiles del sur.

Los hopi, los zuñi y otros pueblos vecinos vivían en las altas hondonadas rocosas junto a las elevadas formaciones naturales de cima plana (las llamadas "mesas") de un territorio en general semidesértico y bastante árido, pero bien protegidos de las incursiones guerreras de otras etnias indias tales como las tribus navajo, los atapascos o apaches, y otros grupos de indios nómadas instalados por la región. Este relativo aislamiento de los indios "pueblo" les permitió resistir tanto a esas otras grandes naciones indias como a la propia dominación militar y cultural española, que no llegó a ser completa ni permanente en la zona, y posteriormente a la no menos depredadora colonización blanca anglosajona del oeste norteamericano, que pasaba inevitablemente por sus tierras, aunque no les libró del todo de grandes catástrofes (p.e. las grandes sequías y las epidemias de viruela entre los hopi a mediados del s. XIX, que obligaron a parte de ellos a refugiarse entre sus vecinos zuñi).

Su confinamiento en "reservas" por el gobierno de los Estados Unidos evitó en cierto modo la desintegración y extinción de estas tribus, que han llegado hasta nuestros días más intactas culturalmente que otras naciones indias norteamericanas (extinguidas, exterminadas, asimiladas o simplemente desintegradas). En el caso de los hopi-zuñi, estos pueblos resistieron lo suficiente para que el cambio de mentalidad de la sociedad occidental a finales del siglo XIX y principios del XX les considerase como una exótica reliquia etnográfica digna de conservarse.

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Danza kachina, fotografía de principios del siglo XX

Cuando desde los inevitables prejuicios occidentales uno se asoma al antiguo universo religioso de los hopi-tu (="el pueblo pacífico"), no puede menos de asombrarse, tanto de la relativa complejidad de sus sistemas rituales y sociales (mayor de lo que cabría esperar en pueblos supuestamente "primitivos") como de la extraordinaria sencillez y cohesión integral de sus esquemas de comprensión del mundo (y ciertamente tenía que serlo así en el pasado, aunque sólo fuera para permitir la supervivencia de este grupo humano en un medio geográfico tan difícil y tan hostil).

El esquema de pensamiento occidental contempla tres modos básicos -y separados- de conocimiento (conocimiento del mundo o ciencia, conocimiento del hombre o filosofía antropológica, y conocimiento de la relación profunda entre el hombre y el mundo, que es lo que genéricamente se denomina "religión", ya sea en el sentido teológico de conocimiento de Dios o ya sea en el sentido ético de conocimiento del ser humano desde sí mismo y de su trascendencia).

En la cosmovisión de los indios hopi -en cambio- (como en tantos otros pueblos de los llamados "primitivos") estos modos de ver y de pensar están profundamente integrados e interrelacionados y son perfectamente intercambiables entre sí, pues no están exclusivamente limitados por un tipo de pensamiento lógico-conceptual (que, por supuesto, también existe en ellos, aunque de forma más discontinua, por así decir), sino que abarcan aspectos y supuestos muchísimo más amplios y que incluso superan los propios principios lógicos de identidad y de contradicción en los que se sustenta básicamente el pensamiento conceptual occidental ("toda cosa es igual a sí misma y ninguna puede ser al mismo tiempo ella misma y su contrario"). El pensamiento de tipo pre-lógico o pre-científico, en cambio, que abarca el pensamiento activo mágicorreligioso y el pensamiento explicativo estético-mitológico, se basa mucho más en la metáfora que en el concepto, en el símbolo plurisignificativo que en la supuesta univocidad del signo lingüístico, y establece por ello conexiones mucho más profundas entre las cosas o entre los fenómenos (relaciones incluso más válidas y más operativas en el fondo) que las que pueden establecerse desde una visión estrechamente conceptual de la superficie de las cosas.

La posibilidad de que una determinada danza, p.e., sirva para provocar un fenómeno meteorológico como es la lluvia (literalmente: "para atraer a los espíritus de la lluvia") , tal vez pueda parecernos ilógica o irracional, pero en todo caso forma parte de una visión del mundo físico y psíquico infinitamente más interaccionada e interrelacionada de lo que pueda estarlo nuestra visión estrictamente "científica" y "objetiva" del mundo, y al menos no deja de ser -en rigor, y cualquiera que sea la perspectiva conceptual desde la que se contemple- más que una posibilidad tan indemostrable como irrefutable científicamente (el rito, para las concepciones mágicorreligiosas del mundo, significa de hecho tanto o más que lo que para el pensamiento científico significa el experimento, y además abarca un campo mucho más extenso de la experiencia común, psíquico-física). Ello es tanto más difícil de asumir desde los parámetros occidentales por el hecho mismo de que el pensamiento occidental y conceptual sufre casi desde sus orígenes (o sea, desde Aristóteles por lo menos) una peligrosa disociación esquizoide entre lo objetivo y lo subjetivo, y al mismo tiempo una imperceptible identificación entre el objeto y el concepto; ello ha permitido sin duda el progreso científico y tecnológico, pero lo ha hecho en la misma medida en que ha ido cerrando al hombre occidental el acceso a otras dimensiones y a otras posibilidades de conocimiento profundo de sí mismo, y por tanto de un "equilibrio interior" perfectamente armonizado y sincronizado con el mundo "de fuera del sujeto" (que sólo desde una perspectiva rigurosamente conceptualizada podemos considerar verdaderamente separado del mundo psíquico interior).

Cesto de mimbre con figura de kachina

Una de las principales "enfermedades" de la sociedad occidental contemporánea ha sido sobre todo el "cientifismo", y con ello la incapacidad radical de comprensión de todo lo irracionalmente incomprensible (que es casi todo). En esto al menos, evidentemente, nos superan los "pieles rojas" y otros pueblos "primitivos" (en los que sólo ahora, y como resultado de su choque cultural con la civilización de "los hombres pálidos y locos", suelen darse las neurosis, las esquizofrenias, los desequilibrios psíquicos y las demás patologías y enfermedades mentales típicamente occidentales, que antes eran prácticamente desconocidas entre ellos).

Por otro lado, las prácticas animistas de cualquier pueblo primitivo son el resultado de un largo proceso de elaboración a través de muchas generaciones, y si se han mantenido, es precisamente (y sobre todo) porque eran eficaces, es decir, porque funcionaban; y si funcionaban, parece claro que era porque había en esas prácticas un cierto grado de adecuación a esa realidad sobre la que se pretendía influir y en la que se influía de hecho (esa realidad psicofísica); de lo cual parece que puede deducirse que los rituales primitivos (por lo menos los rituales completos y auténticos) eran en realidad una "ciencia" tan práctica y tan operativa como la nuestra, aunque se basase en otras premisas bastante diferentes.

Se ha hablado también, con frecuencia, del menor grado de "individuación" en estas sociedades de tipo primitivo, o de la mayor integración e identificación del individuo con su propio grupo (el clan familiar, la hermandad o agrupación ritual, el poblado, la tribu), y con ello de su mejor funcionamiento y armonía social. Esto es cierto en líneas generales, pero tampoco hay que perder de vista que se trata de colectividades humanas considerablemente pequeñas en comparación con las complejas y multitudinarias macrosociedades urbanas. En todo caso, ese "colectivismo" proviene directamente de las propias necesidades extremas de supervivencia que se dieron en el pasado tanto como de la propia visión integralizadora de las realidades "objetivas" (o externas) y "subjetivas" (o internas).

Recreación de un poblado rupestre anasazi (Golden Press Inc.)

En estos pueblos, como en todos los pueblos denominados "primitivos", se funciona para la colectividad, y el propio equilibrio psicológico individual se consigue no de otra forma que con la perfecta integración en el grupo, que se realiza precisamente a través de los rituales de participación colectiva. El hombre occidental, por el contrario, trata de conseguir ese equilibrio (las más de las veces sin mucho resultado) desde su propio "yo", casi siempre con referencia a unos patrones "morales" y socioculturales concretos. Sobra recordar que también el hombre occidental tiene "ritos", numerosos rituales y comportamientos minuciosamente ritualizados de forma no-consciente; pero se trata de ritos descontextualizados (de "ensayo" o "tanteo"), vacíos de sentido conciencializador colectivo. Una niña occidental que juega con muñecas o unos niños que hacen un muñeco de nieve están ritualizando "kachinas" sin saberlo (sin rito regulado, sin orden, sin otro contexto integral más amplio que el puramente lúdico individual o el del pequeño grupo de amigos, aunque en el juego infantil hay siempre mucho más sentido ritual -más seriedad incluso- que en el "juego" adulto). Unos jóvenes bailando hasta la extenuación en una discoteca están en realidad arrojando y liberando sus kokos o "malos espíritus", pero lo hacen en un rito demasiado desintegrado para ser otra cosa que un mero "desahogo" momentáneo sin más implicaciones ni consecuencias.

Grupo de payasos

El hombre occidental, un hombre que ha perdido ya tantos sentidos básicos, está en cierto modo "primitivizado" y necesita ensayar continuamente nuevos "rituales" (desde "ritos" colectivos como los espectáculos deportivos de masas hasta "ritos-moda" como los tatuajes o los "piercings" entre las generaciones jóvenes). Pero son rituales que no se viven, que se miran pero no se ven, y ni siquiera funcionan como "proyecciones" o "dramatizaciones" más o menos psicoterapéuticas a corto plazo. Porque una de las funciones esenciales de los ritos es precisamente que la conciencia colectiva no sea desbordada y anegada por el "sinsentido", y asimismo controlar y canalizar positivamente unas energías psicofísicas colectivas muy superiores al "yo" individual, unas "fuerzas" inconscientes muy superiores a la propia conciencia individual y que por ello mismo necesitan ser controladas colectivamente por medio de rituales.

Esas fuerzas psíquicas, en efecto, son controlables mediante un determinado ritual cuidadosamente observado, y específico para cada una de sus manifestaciones; de lo contrario, se vuelven negativas y peligrosas (en lenguaje psicológico occidental: neurosis, psicosis, esquizofrenias, perversiones, ansiedades, angustias, fobias, depresiones, y todo el cúmulo de psicopatologías y de enfermedades mentales del "hombre moderno").

En los rituales primitivos se escenifica lo que en términos psicológicos occidentales denominaríamos "complejos psicológicos", aprendiendo a reconocer y a objetivar esas poderosas fuerzas psíquicas (incluidas las propiamente sexuales, mediante rituales específicos de iniciación sexual propios de cada sexo, en los que se aprende la "complementariedad" y la adaptación recíproca entre el universo masculino y el femenino). Pero, a diferencia de esas sociedades primitivas, en las sociedades occidentales -como hemos dicho- no se vive el rito, sino más bien la trivialización de ritos superficiales, inconexos, con los que individuos éticamente muy desorientados intentan olvidarse momentáneamente de sí mismos y de sus propios vacíos y sinsentidos existenciales (tanto individuales como colectivos). Y es que se trata básicamente de "ritos sin religión", es decir, sin re-ligamiento, sin interrelación, y -en definitiva- sin sentido, sin más sentido que el de la "diversión" o el enajenamiento momentáneo de sí mismos. Si algo nos pueden enseñar todavía las culturas primitivas es precisamente esto: una perspectiva para entender la verdadera inautenticidad y las propias "enfermedades antropológicas" de nuestra civilización occidental.

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Cuadro de Símbolos Kachina

  

La antigua religión de los indios hopi era un sistema contextual que abarcaba -como todas las religiones primitivas- muy variados aspectos: cosmológicos, mitológicos, rituales, sociales, psicológicos, psicoterapéuticos, éticomorales y estéticos, todos ellos estrechamente interrelacionados unos con otros. En realidad, ni siquiera nuestros conceptos religiosos usuales (panteísmo, monoteísmo, politeísmo, animismo, totemismo, etc) nos sirven de mucho para aplicarlos globalmente a la religión hopi ni a ninguna otra de esta clase. En un nivel muy genérico ("meta-físico", podríamos decir) estos pueblos -al igual que los "pieles rojas" de las praderas- compartían la creencia general en un "Gran Espíritu" (similar al Mani-tu de los sioux y algonquinos). En un plano más cosmológico, los hopi tenían un panteón politeísta tan completo y elaborado como el de las antiguas religiones egipcia, griega o romana, p.e., y asimismo muy variado, con dioses masculinos o femeninos del Sol, de la Luna, de la Tierra, de la Muerte, etc, un sistema politeísta que incluía la personificación de fuerzas astronómicas y meteorológicas (como divinidades) desde esquemas mentales o arquetipos psicológicos bastante universales (si bien estas divinidades sólo muy rara vez eran representadas en los rituales hopi). Se trata de dioses en su mayoría benévolos hacia los humanos, aunque con frecuencia también bastante indiferentes o "despistados", a menos que se influyera en ellos con procesiones, plegarias, rogativas y otros rituales (recordemos que también los politeísmos antiguos más elaborados, incluido el grecorromano, coexistían siempre con un nivel más primitivo de rituales mágicorreligiosos). Este sistema politeísta se completaba con una prolija y elaborada mitología que cumplía perfectamente todas las funciones características de estos sistemas mitológicos antiguos (pre-científicas, estéticoliterarias, culturalsociales, psicológicas, etc).

Junto a esta religión de carácter básicamente explicativo (politeísmo mitológico y fenomenológico), coexistía un nivel religioso de carácter actuante o factitivo, propiamente animista y mágicorreligioso, que comprendía desde los complejos rituales de iniciación hasta las fiestas anuales (determinadas por el calendario agrícola y los cambios climatológicos estacionales) o las vistosas procesiones y danzas del culto "kachina". Este aspecto factitivo o activo cumplía evidentemente no sólo funciones de cohesión social a nivel colectivo en una sociedad formada por la articulación de familias en clanes matrilineales, sino también funciones de equilibrio y cohesión psíquica a nivel individual y personal (en realidad, como todos los sistemas rituales primitivos, constituía una auténtica y completa "psicoterapia animista", con bailes rituales y teatralizaciones colectivas y "catárgicas" ciertamente muy superiores en eficacia a las más avanzadas técnicas de la psicoterapia occidental contemporánea).

Rito de iniciacion de un adolescente, en el interior de una kiva (indios hopi, Arizona)

La iniciación era fundamental en todos los aspectos de la vida colectiva, pues era lo que proporcionaba la cohesión social en sus diversos niveles, a la vez que la "ubicación" y el propio equilibrio psicológico individual, tal y como ocurre en todas las culturas primitivas: iniciación sexual (que facilitaba la integración no-conflictiva con el sexo contrario y un mayor autocontrol y equilibrio sobre la propia sexualidad), iniciación social, iniciación cultural, etc. Determinados ritos iniciáticos masculinos se realizaban en pozos y cámaras subterráneas llamadas "kivas", a las que se descendía por una escalera. Las "kivas" eran también el centro religioso de cada clan o de cada hermandad o asociación ritual; allí se llevaban a cabo las principales ceremonias iniciáticas, se preparaban y elaboraban las máscaras para las danzas, etc (actualmente también se usan como "clubs" de reunión de la juventud masculina). En términos muy generales, puede decirse que las sociedades, hermandades o fraternidades religiosas correspondían a cuatro grupos básicos (guerreros, cazadores, agricultores y artesanos), cada uno con sus propios rituales, ceremonias, símbolos y funciones concretas. Las mujeres, a su vez, tenían tres hermandades de iniciación femenina.

Pero quizá el aspecto exteriormente más llamativo de la religión de los hopi, los zuñi y otros indios "pueblos" (y de hecho el verdadero culto unificador de todo este conjunto de pueblos indios del suroeste) era el denominado culto "kachina". La palabra kachina significa "espíritu", y se refiere a cada uno de los más de doscientos "espíritus", "genios", "númenes" o "daimones" representados en las danzas de estos pueblos por medio de personajes disfrazados con máscara (el término "kachina" también se aplica por extensión a estas máscaras y a los propios bailarines).

Los "espíritus" kachina son mensajeros e intermediarios de los dioses (como una especie de "ángeles" o de "demonios", benévolos o malévolos, bromistas, obscenos, protectores, etc); en otro tiempo -la "edad de oro"- vivieron entre los hombres, pero oprimidos por éstos se marcharon de su lado y desde entonces sólo vuelven durante el primer semestre del año (de mediados de diciembre -solsticio de invierno- a mediados de julio), saliendo del interior de las kivas (donde se confeccionan las máscaras y se ensayan los bailes).

Además de los kachinas animales (bisonte, chacal, búho, gato montés, pájaros, etc) o vegetales (que son también muy numerosos), hay muchos otros que representan la personificación de diversas fuerzas naturales (germinativas, fecundadoras, etc). La aparición de los kachina tiene lugar en sus respectivas fiestas (la del frijol, la del maíz, la de la "serpiente de agua", la de "los grandes pájaros de la lluvia", y otras más específicas), y en general una de sus funciones principales era la de propiciar las lluvias benéficas, las buenas cosechas o la caza, de las que dependía la propia supervivencia de la tribu.

Bailarines kachinas, indios hopi (fotografía de 1893)

Los bailarines kachina (vinculados a diversos clanes y sociedades iniciáticas masculinas), enmascarados con esas máscaras multicolores, bailaban ante las gentes del poblado, a veces repartiendo regalos (comida, fruta y objetos diversos), en un espectáculo de gran colorido y belleza plástica. A los niños les regalaban arcos y flechas, y a las niñas y mujeres les regalaban unas "muñecas" (tihu) talladas en raíz de álamo, con los rasgos distintivos de las propias máscaras kachina, para que aprendieran a reconocer a cada kachina desde pequeños. Estas "muñecas" no eran en realidad juguetes, puesto que inmediatamente eran llevadas a las casas y colgadas en las vigas interiores. La denominación de "muñecas" resulta una vez más -como casi siempre en estos casos- una visión interpretativa demasiado occidentalizada de lo que más propiamente se podrían denominar "fetiches" o "muñecos rituales", que ante todo servían como medio de enseñanza de los niños y niñas (cada kachina tiene sus propias leyendas, mitos y cuentos populares, y sus particulares significados alegóricos y simbólicos).

Las "muñecas" kachina más antiguas que se conservan datan de mediados del siglo XIX, y consistían en una simple tabla de madera en la que se insinuaba la cabeza y el cuerpo de modo muy esquemático y se pintaban los brazos con trazos muy simples. A partir de 1870 aproximadamente, influidas por la plástica occidental, las muñecas se tallaban y pintaban con algo más de detalle, en forma de figurillas exentas con los brazos pegados al cuerpo. Desde principios del s. XX hasta 1930, más o menos, las muñecas evolucionaron en plasticidad y en realismo: los pies en forma de peana, el faldellín que cubre la mitad del cuerpo (por influencia de las normas de la decencia occidental, pues antes se tallaban desnudas), los brazos todavía no separados del todo del cuerpo (excepto en las muñecas de los zuñis, que tienen los brazos articulados), son algunas de las características de las muñecas de este periodo. A partir de 1930, el estilo evoluciona siguiendo modelos y cánones estéticos cada vez más occidentalizados, y a partir de los años '40 y '50 puede decirse que muchas de ellas son ya más bien "muñecas para turistas" que "muñecas rituales". Los artesanos indios contemporáneos cambiaban a veces -intencionadamente o no- la propia semiótica de los colores originarios y las pintaban ya con pinturas acrílicas en tonos a menudo tan chillones como poco ortodoxos, lo que no significa que no se siguieran haciendo -para ellos- muñecas kachina algo más tradicionales y elaboradas, aunque los actuales artistas indios están ya demasiado inevitablemente influidos por la estética y los modos de ver occidentales y contemporáneos.

Originariamente, la semiótica de los colores utilizados tanto en las máscaras como en las muñecas debió de ser sin duda muchísimo más compleja que la ser meros significantes direccionales para las danzas, pues seguramente también denotaban una cierta "distintividad sexual cromática": colores o tonos "masculinos" (verde, azul), femeninos (amarillo, rosa, negro) o masculino-femeninos (rojo, naranja); el color blanco tendría a veces funciones de "neutralizador" de estas oposiciones; aparte tenían también sus propios significados distintivos de los "colores" de los distintos clanes y hermandades. Caben, en fin, diversas interpretaciones y funciones rituales del color (como se dan de hecho en otros pueblos primitivos), pero incluso a los propios indios contemporáneos se les escapan o las han olvidado, como suele suceder en estos casos de fenómenos de inculturación.

Máscara de kachina (Indios hopi)
Máscara de kachina (Indios hopi)
 

El universo kachina es tan variado como complejo, como lo es siempre todo lo religioso. En rigor, ni los dioses ni los propios espíritus kachina son materializados en imagen, sino más bien re-presentados, puesto que los trajes y máscaras kachina no son de hecho ni siquiera una "imagen aproximada" de esos espíritus, sino tan sólo sus máscaras, esto es, la forma (o una de las formas) en que la mente humana puede contemplarlos (pues en realidad se trataría de "espíritus enmascarados"). No estamos aquí, por tanto, ante un culto propiamente idolátrico (desde luego mucho menos de lo que pueden llegar a serlo a veces las mitomanías o "idolatrías" de las sociedades occidentales contemporáneas), sino que se trata de una representación teatral-ritual centrada en las danzas de unos personajes semidivinos enmascarados (no está de más recordar en este punto que los orígenes del teatro en todos los pueblos y culturas -el teatro griego, el teatro hindú, el teatro japonés o chino- tienen unos componentes ritual-animistas muy similares), aunque las similitudes de las fiestas kachina con nuestros "carnavales", por ejemplo, es sólo meramente formal, puesto que éstos últimos hace ya mucho tiempo que perdieron su función ritual de antaño y sólo han conservado las funciones "psicoterapéuticas" de mero desahogo colectivo que todas las fiestas populares han tenido siempre.

Por lo demás, la máscara, en todos los pueblos, en todas las culturas y en todas las épocas, es siempre el enigma de todo lo que el ser humano des-conoce de sí mismo (que es casi todo, dicho sea de paso), y ese abismo insondable es y constituye la divinidad en sus múltiples aspectos y manifestaciones, y por eso mismo, por esa incomprensibilidad radical, tiene que presentarse y que representarse necesariamente enmascarada. Ésta es la "teología" más básica en todos los pueblos y culturas, pero probablemente también la más humana y la más AUTÉNTICA.

  

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Muñeca kachina elaborada con turquesas (indios navajo)

  

Kachina Kweo (El coyote), indios zuñi

  

  

Payaso kachina

  

Muñeco kachina (s. XIX)
Kachina Kokopelli (entre 1870 y 1900)
Muñeco kachina
Kachina (s. XIX)