Los "marines" romanos

UN CUERPO MILITAR ROMANO POCO CONOCIDO:  LOS CLASSICI MILITES (INFANTES DE MARINA)

 

La primera infantería de marina de la Historia


La guerra naval y las cosas del mar no les eran del todo desconocidas a los romanos de la primera época republicana: en el siglo IV a.C. habían combatido a los piratas etruscos de Antium (Anzio), habían construido el primer puerto de Ostia, y habían creado los cargos de los dos duoviri navales, encargados de equipar y dirigir las reparaciones de las naves de sus aliados costeros, y que disponían de al menos diez naves cada uno para combatir la piratería etrusca; y ya en el siglo III a.C. (año 282) tuvieron la guerra contra la colonia griega de Tarento, frente a cuyas naves de guerra sufrieron los romanos su primera derrota naval, aunque finalmente vencieron a los tarentinos por tierra.

Pero no fue hasta la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.), el primer enfrentamiento con la principal potencia marítima del Mediterráneo occidental (Cartago), cuando los romanos se decidieron a construir una flota de guerra propia para hacer frente a la poderosa escuadra cartaginesa y proteger los suministros y los envíos de tropas entre la península itálica y los disputados territorios de Sicilia. Los tipos de las naves de guerra (naves longae, "naves largas", llegó a ser su designación militar técnica y genérica) seguían los prototipos griegos, etruscos y fenicios, característicos en el Mediterráneo desde muchos siglos atrás: navíos sin gobernalle o timón de popa (sino dos grandes remos-guía laterales) y movidos básicamente a fuerza de remos y secundariamente con una enorme vela cuadrada (a veces dos) izada con un complicado cordelaje a un gran mástil desmontable.


Nave birreme de guerra (mosaico romano)
 

Estos barcos de guerra, más que por su capacidad o "tonelaje" (como diríamos ahora), se distinguían por su número de remos en ambas bandas, o mejor dicho, por los órdenes o juegos de remos en las diversas bancadas o hileras de remeros. Así, por ejemplo, había "birremes", "trirremes", "cuatrirremes" y "quinquerremes" (éste último tipo tenía un juego de tres remos y cinco remeros por cada uno de los tres agujeros superpuestos de los costados de babor y de estribor, es decir, dos grandes remos largos manejados por sendos remeros cada uno y otro remo más corto manejado por un solo remero). El tipo principal, el "acorazado" de la marina de la época en todo el Mediterráneo, era la quinquerreme, que en conjunto tenía algo más de ciento sesenta remos y un total de unos 270 remeros. La dotación de marineros de una nave de esta clase era de unos 300 hombres (incluidos los 260 o 270 remeros) y la dotación militar era de unos 120 soldados de marina.

El combate naval se basaba sobre todo en la habilidosa maniobra de colocar la propia nave de modo perpendicular u oblícuo a la nave enemiga y embestirla de flanco con el gran espolón (rostrum) revestido de bronce que remataba la proa de los navíos de guerra a la altura de la línea de flotación, maniobra que requería una gran pericia por parte de los pilotos o gubernatores. Los navíos de guerra, como hemos señalado, solían llevar también, aparte de los remeros y pilotos, una dotación de arqueros y soldados de marina, que con flechas incendiarias y ganchos y garfios de abordaje (manus ferrae) trataban de incendiar o en su caso abordar la nave enemiga (aunque esto último, por lo menos hasta las innovaciones romanas, era más propio de actuaciones de piratería que de combates navales). También solían llevar montada en la proa una pequeña torre de madera o "castillete de proa", desmontable, desde la que los arqueros podían enfilar con las flechas a los enemigos en la cubierta de sus naves, y se utilizaban asimismo algunos tipos especiales de arietes. Los navíos cartagineses solían llevar además una pequeña catapulta desde la que se lanzaban piedras y proyectiles incendiarios, cuyo impacto podía causar graves daños en las naves enemigas e incluso el hundimiento de embarcaciones más pequeñas. Durante el combate, se arriaba la vela y se desmontaba el mástil, que quedaba tendido sobre cubierta. En los combates navales típicos, los navíos de cada escuadra, apoyados a veces por embarcaciones más rápidas y ligeras (las birremes que luego los romanos llamaron liburnae), se desplegaban en semicírculo, en U, en cuña, o en varias líneas, y trataban de embestir de flanco a las naves enemigas, aunque las tácticas del combate naval eran tan variables como lo requerían las cambiantes circunstancias y contingencias del medio marítimo.

Pese a las reinterpretaciones literarias y cinematográficas modernas, no hay evidencia alguna de que se emplearan como remeros forzados a esclavos o "galeotes" (como en las galeras mediterráneas de los siglos XVI y XVII), ya que los remeros y marinos eran reclutados y tomados a sueldo en las poblaciones marineras aliadas (socii navales); pero no es nada inverosímil que en alguna ocasión, cuando se capturaban casi intactas algunas naves enemigas, se obligara a sus remeros a remar temporalmente en los navíos propios, aunque la necesidad de vigilarlos y de tenerlos encadenados restaría fuerzas y eficacia combativa a la dotación de soldados y a los propios remeros (por lo demás, el ejército romano -por lo menos hasta muy entrada la época bajoimperial- nunca generalizó la costumbre de otros pueblos de utilizar esclavos o mercenarios entre sus tropas, sino sólo ciudadanos romanos y auxiliares de los pueblos aliados).

Barquito de oro, exvoto funerario celtico
 

Fue la primera guerra contra los cartagineses, como decimos, lo que metió plenamente a los romanos en la res militaris navalis, es decir, en las tácticas del combate naval. La fuente principal (el historiador griego Polibio de Megalópolis) sugiere que fue la captura casual de una nave de guerra cartaginesa encallada e intacta lo que proporcionó a los romanos de forma inmediata el modelo o prototipo para construir los propios navíos de su flota (aunque ello ha sido puesto en duda modernamente, pues es seguro que los romanos contaban ya con los modelos de los barcos etruscos y griegos suritálicos, y con sus expertos marineros y pilotos, aunque evidentemente la captura de ese navío púnico les "puso al día" en todo lo referente a la construcción y equipamiento y a las últimas innovaciones de las naves de guerra cartaginesas). El caso es que el Senado romano decretó la construcción de una primera flota de guerra de unas ciento veinte naves (trirremes y quinquerremes), que fueron construidas y equipadas en los improvisados astilleros del puerto itálico de Ostia.

La adaptación a la guerra naval tuvo sus propias dificultades iniciales para un ejército como era el romano, acostumbrado hasta entonces a desenvolverse casi exclusivamente en acciones terrestres, pero la improvisación y el ingenio consiguieron algunas innovaciones para adaptar las características de la lucha en el mar a sus propias capacidades bélicas. La principal de estas innovaciones romanas para el combate naval, en la primera guerra púnica y bajo el mando del cónsul C. Duilio Nepote, fue un instrumento de abordaje de los navíos enemigos que los propios marinos denominaron corvus (="el cuervo"), consistente en un mástil sobre el que iba articulada una rampa, tablado o plataforma de madera, giratoria y levadiza, montada sobre la cubierta de proa y provista en su parte inferior de un gran gancho o punzón de bronce, que cuando era soltado a poca distancia del costado de la nave enemiga, si conseguía clavarse adecuadamente en la cubierta de ésta o agarrar su borda, el barco atrapado ya no podía despegarse fácilmente, y los soldados podían abordarlo pasando por esa pasarela o puente levadizo y por otras partes y combatiendo como en los combates terrestres. Desde entonces la maniobra de pegarse paralelamente al costado de los barcos enemigos complementaba la maniobra tradicional de embestida lateral con el espolón, y el abordaje de los navíos con soldados de infantería expertos en el combate cuerpo a cuerpo se hizo tan imprescindible como el habitual empleo de catapultas, arqueros y flechas incendiarias. Quizá sea algo exagerado decir que las naves de guerra romanas eran básicamente "grandes plataformas flotantes de combate para la infantería", pero es indudable que a partir de las innovaciones romanas se transformó y modificó el combate naval, por lo menos tal y como se había practicado desde siglos en el Mediterráneo por los principales pueblos con potencia marítima (griegos, etruscos, fenicios y púnicos). Desde entonces, todos los soldados romanos tenían que saber nadar (y ello formaba parte de su entrenamiento, de igual modo que a todos los niños romanos se les habituaba desde pequeños a utilizar la mano derecha, atándoles la mano izquierda a los niños zurdos durante cierto tiempo si era preciso, para que por lo menos fueran ambidextros, todo ello con vistas a su futura vida militar, donde en las formaciones de combate no había sitio para los zurdos).

Aunque el "estreno" de la flamante flota romana fue una estrepitosa derrota en una escaramuza frente a la escuadra púnica (260 a.C.), pues en el sitio de cierta ciudad de las islas Lípari por diecisiete naves romanas los marineros desertaron y marcharon a tierra, dejando abandonados a los soldados, y los barcos y su comandante tuvieron que rendirse a los cartagineses, parece ser -sin embargo- que poco a poco los romanos le fueron por así decirlo "cogiendo el tranquillo" a esto de combatir en el mar, pues en ese mismo año obtuvieron su primera victoria naval sobre la flota púnica en Milae (Milazzo), donde con gran sorpresa de los cartagineses los romanos estrenaron los corvi y los abordajes masivos y se capturaron cincuenta naves púnicas. La flota romana se amplió hasta unas 350 naves de guerra. Siguieron sucesivos combates y escaramuzas navales con resultado alternativo a lo largo de varias décadas, pero los cartagineses no acertaron a contrarrestar las innovaciones romanas en sus tácticas de abordaje. Hubo también una importante acción de desembarco de tropas romanas en tierras africanas, que sin embargo, tras una gran victoria naval previa en el cabo Ecnomo y una primera victoria terrestre, se saldó con una grave derrota de las legiones por las tropas púnicas dirigidas por un mercenario espartano, y el propio cónsul romano, M. Atilio Régulo, fue capturado y al parecer posteriormente crucificado por los cartagineses al negarse el Senado romano a negociar.

Y hubo también algunos desastres navales romanos sucesivos por obra de las tempestades más que de las naves enemigas. En uno de ellos, cerca de la costa siciliana, prácticamente se perdió casi toda la flota romana (unas 270 naves), precisamente las que iban a recoger a los supervivientes de la derrota terrestre de Atilio Régulo, y perecieron ahogados muchas decenas de miles de hombres. Los corvi parece ser que fueron los principales causantes del desastre, pues desequilibraban las naves durante las tormentas. El caso es que a partir de ese desastre marítimo ya no se mencionan en las fuentes, lo que evidencia que dejaron de utilizarse como hasta entonces, aunque su función inicial (la de familiarizar a los soldados con la lucha en el mar) se había cumplido sobradamente. Pero el Senado romano reaccionó con rapidez, y ordenó la reconstrucción de una nueva flota con otras doscientas naves construidas en apenas tres meses. Fue en definitiva este poderío "industrial" romano lo que terminó agotando a los cartagineses, forzándoles finalmente a pedir la paz tras la victoria naval romana de las Islas Egadas (año 241 a.C.) y dejando definitivamente en manos romanas los territorios sicilianos en disputa.



 
 

Declive y resurgimiento de la marina de guerra romana: siglos II y I a.C


Tras la victoria de Roma en esta primera guerra púnica, la flota romana fue utilizada sobre todo para transporte de tropas legionarias y misiones de vigilancia de las rutas marítimas. En la segunda guerra púnica (218-201 a.C.), desarrollada principalmente en operaciones terrestres en Hispania, en suelo itálico (con la temeraria expedición de Aníbal) y en el África cartaginesa, la marina de guerra romana tuvo una actuación secundaria (como transporte de los diversos cuerpos de ejército que operaban en ese área geográfica del Mediterráneo occidental), aunque hubo al menos un combate naval en la desembocadura del Ebro, donde una flotilla de naves romanas comandadas por Gneo Escipión vencieron a los barcos púnicos de Asdrúbal, el hermano de Aníbal. Y en la tercera y última de estas guerras, que empezó y terminó con el asedio y destrucción de Cartago (149-146 a.C.), no hubo ya combates navales, pues la flota militar cartaginesa había sido desmantelada tras la rendición de los cartagineses en la guerra anterior, y en los términos de la capitulación se incluía la prohibición de tener una marina de guerra (aun así equiparon una flota, pero no llegaron a utilizarla en acciones de combate); con todo, la flota romana fue decisiva para el transporte de tropas al territorio africano, el apresamiento de mercantes púnicos y el bloqueo de la capital cartaginesa.

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Tras la destrucción de Cartago, y ya sin enemigos en las aguas mediterráneas, los romanos volvieron a dar toda la prioridad militar a su poderoso ejército de tierra, y la marina de guerra se vió desatendida y pasó a un tercer o cuarto plano en el interés militar de Roma, reduciéndose el número de barcos y de efectivos, con objeto de asignar esos recursos al ejército de tierra. Con todo, entre los siglos II (conquista de toda Grecia continental e insular) y I a.C. (dominio directo o indirecto de todos los territorios costeros orientales) los romanos completaron el control absoluto de todo el Mediterráneo, con lo que este mar pasó a ser un mar exclusivamente romano.

Los efectivos militares de esa "flota de contingencia", aparte de los marinos y remeros (reclutados a sueldo entre los pueblos marineros bajo dominio de Roma), estaban formados por tropas de poca categoría militar, pues ni siquiera solían ser ciudadanos romanos completos, sino incluso libertos o gentes de baja extracción social, que sólo obtenían la ciudadanía tras un largo periodo de servicio militar en la flota romana, de más duración (26 años) que el de las tropas legionarias (20 años) y con sueldo inferior al de las tropas auxiliares de las legiones. Incluso los jefes y oficiales de la flota eran designados entre personas de rango social inferior a los "equites" o caballeros. Servir en la marina de guerra en esa época no debía de ser precisamente el mejor destino que un militar romano podía esperar. Para los transportes masivos de tropas se requisaban y utilizaban preferentemente buques mercantes de carga (naves onerariae).

Esa flota romana eventual, ampliable con la de sus aliados, cumplía meras funciones de transporte de tropas y de vigilancia marítima, por lo que fueron decayendo también su capacidad bélica y sus recursos (las ciudades griegas aliadas suministraban barcos y tripulaciones llegado el caso). En la guerra contra el poderoso Antíoco III de Siria, los romanos utilizaron sobre todo la flota de los griegos rodios, con la que vencieron a la escuadra de Antíoco en dos batallas navales consecutivas (190 a.C.). En las sucesivas guerras contra el rey Mítridates del Ponto (88-63 a.C.), que contaba con grandes fuerzas navales, los romanos, dirigidos sucesivamente por los principales generales de la época (Sila, Lúculo y Pompeyo), también tuvieron que contar con la ayuda de los rodios y de otros aliados marítimos, aunque las victorias terrestres fueron las más decisivas. En una de estas guerras, uno de los almirantes rodios al servicio de los romanos ideó unos artefactos incendiarios consistentes en cestas de hierro ligero que llevaban fuego en su interior y que atadas a largas pértigas se llevaban colgando y ardiendo por fuera de la borda, para dejarlos caer sobre los navíos enemigos que se aproximasen (desconocemos su grado de eficacia, porque las fuentes dicen que las naves enemigas no se atrevían a acercarse demasiado y que durante la noche esos barcos iluminados presentaban un aspecto impresionante).

Fue precisamente ese declive de la marina de guerra romana (en el que influyó notablemente la reducción de sus efectivos y del número de naves) una de las causas que más contribuyó a la proliferación en el segundo tercio del siglo I a.C. de un curioso fenómeno en el Mediterráneo oriental, la piratería, consecuencia también de las guerras mitridáticas y de las bandas y grupos armados que surgieron de ellas. Se organizaron flotillas de piratas que desde sus bases en Cilicia y otras regiones costeras de Asia Menor atacaban en grupo a los barcos mercantes aislados y apresaban sus cargamentos y a sus pasajeros, que sólo eran liberados tras el pago de un fuerte rescate (según algunos relatos, el joven pretor C. Julio César fue capturado por piratas cilicios y liberado tras pagar un rescate), e incluso dieron algunos audaces golpes de mano contra ciudades costeras y contra navíos romanos en sus propios puertos itálicos. La situación se hizo preocupante para la seguridad y el comercio marítimo en el Mediterráneo oriental, y el Senado confirió al cónsul Gneo Pompeyo un mandato militar extraordinario para acabar con este problema definitivamente y limpiar el Mediterráneo de piratas. No había por entonces una flota romana lo suficientemente importante para hacer frente a este grave problema, así que Pompeyo construyó y equipó una flota propia con la que en pocos meses consiguió acabar con la piratería, patrullando el Meditérráneo por zonas o regiones marítimas, atacando a los piratas en sus propias bases terrestres y asentando a los supervivientes que se rendían.

A partir de las guerras mitridáticas y de las operaciones contra los piratas, la flota romana se hizo permanente, aunque todavía bastante reducida en sus recursos y efectivos, pero los dirigentes y militares romanos fueron tomando progresiva conciencia de su necesidad e importancia.


Relieve. Sarcofago del siglo III d.C., con escena naval de la Iliada homerica
 

El suegro y aliado de Pompeyo (y luego enemigo en la guerra civil), C. Julio César, también tuvo un protagonismo especial en algunas acciones marítimas importantes durante su mandato como procónsul en las Galias. En el año 56 a.C., un pueblo costero céltico del norte de Bretaña, los vénetos, se habían unido a la rebelión contra los romanos. En principio no suponían un enemigo importante para las tropas de César, pero los vénetos poseían una marina de guerra propia, con naves muy distintas a las utilizadas en el Mediterráneo durante siglos. Eran naves adaptadas a una navegación de cabotaje en el Atlántico, y, a juzgar por la descripción de César y por algunas representaciones artísticas célticas y escandinavas, debían de ser grandes barcazas o lanchones de un tipo bastante similar a las que siglos más tarde (y sin duda más perfeccionadas) utilizaron los vikingos y otros pueblos nórdicos. Parece ser que una de sus características principales, además de la solidez de su casco y la mayor altura de su borda (que las convertía en un difícil adversario para las ligeras galeras romanas), era que las cuadernas o planchas del casco no irían ensambladas con lengüetas, como en las naves mediterráneas, sino superpuestas y solapadas entre sí y unidas con gruesos clavos, como en los posteriores barcos escandinavos y medievales.

César construyó una flotilla propia, con sus propios recursos y seguramente también gracias a la ayuda de sus amigos ricos de Roma y de las provincias, y en poco tiempo tuvo lista una escuadra para enfrentarse a las naves de los vénetos. El esfuerzo logístico y constructivo fue importante, pero nada inhabitual en la organización militar romana, donde los propios oficios de los legionarios en la vida civil (sobre todo los carpinteros, en el caso naval) se aprovechaban en las necesidades materiales de las legiones. Además de esto, el propio César autoatribuye a su gente la adaptación al combate naval de un instrumento de asalto utilizado de ordinario por las legiones para derruir empalizadas y parapetos enemigos. El propio César describe así las naves de los vénetos ("Resúmenes de la Guerra de la Galia", libro III, 13):

<<(...) Por lo que respecta a sus naves, éstas estaban construidas y equipadas de la siguiente forma: la quilla algo más plana que la de nuestras naves, para que pudieran soportar mejor los bajos y el reflujo de la marea; la proa muy levantada, y lo mismo la popa, adecuadas a la intensidad del oleaje y de los temporales; el casco del buque todo de roble, para poder soportar cualquier clase de violencias y de golpes; los travesaños, formados por vigas de un pie de espesor, fijados con clavos de hierro del grosor de un dedo pulgar; las anclas amarradas con cadenas de hierro en vez de maromas; y cueros y badanas muy ligeras en lugar de velas de tela, ya fuera por la falta de lino y por el desconocimiento de su uso, o ya fuera -como parece más verosímil- porque pensaban que con velas de tela no podrían resistirse lo suficientemente bien los fuertes temporales del Océano y la intensa violencia de los vientos y no podrían gobernarse bien tampoco unas naves de tanto peso. En los encuentros de nuestra flota con estas naves sólo las aventajábamos en la velocidad y en el impulso de los remos, pero en las demás cosas, en cambio, aquellas aparecían más aptas y mejor preparadas, de acuerdo con la naturaleza del lugar y la fuerza de los temporales; y ni podían las nuestras causarles daños con el espolón (tanta era su solidez) ni podían llegar a ellas fácilmente los dardos, debido a la altura que tenían, y por esta misma razón tampoco se las podía retener bien con los ganchos y garfios de abordaje. Se añadía además el hecho de que, cuando había empezado a arreciar elviento y se ponían a la deriva, soportaban más fácilmente el temporal y fondeaban con más seguridad en los bajos, y, al retirarse la marea, no corrían ningún peligro por las rocas y los escollos; nuestras naves, en cambio, tenían que guardarse de todos esos riesgos (...)>>.

Y así cuenta César ("Resúm.", III, 14-15) el desarrollo de la batalla naval :

<< En cuanto la flota llegó y fue avistada por el enemigo, aproximadamente unas doscientas naves de ellos, muy bien equipadas y pertrechadas con toda clase de armas, salieron del puerto y se situaron frente a las nuestras. Y ni Bruto, que mandaba la escuadra, ni los tribunos militares y los centuriones, a cada uno de los cuales se había asignado una nave, veían muy claro lo que habían de hacer o qué táctica de lucha debían adoptar; pues sabían que no podían dañarlas con el espolón, y además, aunque levantaran torres encima, la altura de la popa en las naves de los bárbaros superaba a éstas, de forma que no podían dispararse bien los dardos desde abajo, mientras que los que les lanzasen los galos les causarían mayor daño. Una sola cosa de gran utilidad tenían preparada los nuestros: una especie de hoces, muy bien afiladas, fijadas y montadas sobre grandes pértigas, de forma no muy diferente a las que se emplean contra los muros; cuando las cuerdas que sujetaban las antenas a los mástiles eran enganchadas y arrastradas por estas hoces, al ponerse el navío rápidamente en movimiento por medio de los remos, las rompían; y una vez cortadas éstas, caían forzosamente las antenas, de suerte que, como toda la confianza de las naves galas se basaba en sus velas y aparejos, perdidos éstos, se quitaba también al mismo tiempo toda la utilidad a sus naves. El resto del combate residía en el valor, cosa en la que nuestros soldados les superaban ampliamente, y más por el hecho de que los combates se desarrollaban a la vista de César y de todo el ejército, de manera que ninguna hazaña de cierta importancia podía quedar oculta, pues todas las colinas y lugares elevados desde donde se podía contemplar de cerca el mar estaban ocupadas por nuestro ejército.

>>Derribadas, como hemos dicho, las antenas, y rodeada cada nave por dos o incluso tres navíos de los nuestros, los soldados hacían los mayores esfuerzos para abordar las naves enemigas. Y después de que los bárbaros vieron cómo lo hacían y cómo eran tomadas al asalto muchas de sus naves, no encontrando remedio contra esa táctica, intentaron buscar la salvación en la fuga. Pues bien, una vez que sus naves se dieron la vuelta siguiendo la dirección en que soplaba el viento, súbitamente se originó una calma y una bonanza tan grandes que no podían moverse de donde estaban. Y esta circunstancia fue ciertamente muy oportuna para terminar el asunto, pues los nuestros, persiguiéndolas, fueron apresándolas una por una, de suerte que muy pocas del total de ellas consiguieron arribar a tierra con la llegada de la noche, habiéndose combatido aproximadamente desde la hora cuarta hasta el ocaso del sol >>.

Desembarco de las legiones de Julio César en Britania (recreación por Peter Connolly)
 
Desembarco de las legiones de Julio César en Britania  (recreación por Peter Connolly)

Todavía tuvo el ejército de César en las Galias dos importantes actuaciones militares marítimas: los dos desembarcos consecutivos en la gran isla de Britania (años 55 y 54 a.C.), que fueron puramente testimoniales y autopropagandísticos para César, pues sólo se consiguió un control romano efímero de la parte suroriental de la isla y la sumisión más o menos aparente de algunas tribus britanas costeras y no se dejó allí ninguna guarnición. En el primero de estos desembarcos reutilizó la flotilla construida durante la guerra véneta, con otros nuevos barcos construidos o utilizados para esta ocasión. Y no sólo se construyeron barcos nuevos, sino que se modificaron algunas naves mercantes para transformarlas en navíos de guerra, "naves alargadas" (longae naves) las llama César, para distinguirlas de las naves longae o navíos de guerra propiamente dichos, con lo que parece indicar que los navíos de carga y mercantes fueron provistos de "puente" o plataforma horizontal de madera desde proa a popa. Cuando llegaron a las costas de Britania, se encontraron con que la playa prevista para el desembarco estaba completamente tomada por los britanos, que les estaban esperando incluso con carros de guerra ligeros. A los legionarios romanos les entró entonces un fuerte temor a saltar al agua y desembarcar, a pesar de que las naves les habían llevado a muy escasa distancia de la playa. La situación la resolvió la valentía o temeridad del aquilifer o portaestandarte de la legión décima, la favorita de César:

<< (...) Los bárbaros, conociendo las intenciones de los romanos, tras haberse adelantado con su caballería y con los carros de guerra característicos que suelen a menudo emplear en los combates, y habiendo marchado detrás con el resto de las tropas, impedían a los nuestros el desembarco. El obstáculo era muy grande por las siguientes razones: las naves, debido a su gran tamaño, no podían fondear como no fuera mar adentro, y los soldados, desconociendo el terreno, embarazadas las manos y agobiados por la pesada carga de las armas, deberían al mismo tiempo saltar de las naves, mantenerse a flote en medio de las olas y combatir con los enemigos, mientras que éstos, ya fuera desde tierra firme, ya fuera penetrando un poco en las aguas, desembarazados todos sus miembros y conociendo muy bien el terreno, arrojarían confiadamente sus proyectiles y se lanzarían con caballos ya acostumbrados. Los nuestros, muy atemorizados por estos motivos y completamente inexpertos en esta clase de lucha, no mostraban el mismo ardor y el mismo entusiasmo que solían mostrar en los combates terrestres.

>>Advirtiéndolo César, dió orden de que los navíos de guerra, cuya forma era más desacostumbrada para los bárbaros y cuya movilidad para la maniobra era mayor, se separaran un poco de las naves de carga, se movieran rápidamente a fuerza de remos y se colocaran en el flanco derecho del enemigo, y desde allí empujaran y apartaran a éstos mediante disparos de honda, flechas y proyectiles de las máquinas de guerra. Esta medida fue de gran provecho para los nuestros, pues los bárbaros, impresionados por la forma de los navíos, por el movimiento de los remos y por un tipo de máquinas de guerra desacostumbradas para ellos, se refrenaron algo y de momento retrocedieron un poco. Y he aquí que, estando todavía nuestros soldados indecisos, debido sobre todo a la profundidad del mar, el que llevaba el águila de la legión 10, tras invocar a los dioses para que esta iniciativa tuviera un desenlace favorable para su legión, dijo:

>> "¡Saltad al agua, soldados, si no queréis abandonar el águila a los enemigos! Yo, por lo menos, pienso cumplir mi deber para con la República y para con el general". Tras haber pronunciado estas palabras en alta voz, se arrojó de la nave y empezó a llevar el águila hacia los enemigos. Los nuestros entonces, exhortándose mutuamente a que no se diera lugar a una deshonra tan grande, saltaron de la nave todos a la vez. Y asimismo, al haberlos visto los de las naves próximas, los siguieron también, y se fueron acercando hacia el enemigo.

>> Se combatió encarnizadamente por ambas partes. Sin embargo los nuestros, dado que no podían guardar la formación, ni hacer pie con seguridad, ni seguir a sus respectivas unidades, y que viniendo unos de unas naves y otros de otras se juntaban al primer estandarte que encontraban, se veían perturbados en gran manera; y los enemigos, conociendo todos los lugares poco profundos, cuando veían desde la playa a algunos que se alejaban de las naves aisladamente, lanzándose con sus caballos caían sobre éstos, que iban embarazados, y rodeaban muchos de ellos a unos pocos, mientras que otros arrojaban sus dardos por el flanco descubierto a los que iban agrupados. Habiéndolo observado César, dió orden de que los botes de los barcos de guerra, y asimismo las barcas de exploración, se llenaran con soldados, y los enviaba en ayuda de aquellos a los que veía en situación apurada. Los nuestros, tan pronto como llegaron a tierra firme y se reagruparon con todos los suyos, acometieron a los enemigos y los pusieron en fuga; y si no pudieron perseguirlos más lejos fue porque la caballería no había podido mantener el rumbo y alcanzar la isla: sólo esto le faltó a César para obtener el éxito de otras veces >>.

En el desembarco siguiente, el del año 54 a.C., César llevó más tropas y muchas más embarcaciones (se utilizaron todo tipo de naves disponibles, incluidos barcos mercantes y barcas pesqueras grandes para transportar a los soldados). El propio César reconoce implícitamente que fue una temeridad (cosa de la Fortuna, lo llama él), pues ni en el viaje de ida ni en el del regreso hubo pérdidas de barcos o hombres por efecto de tempestades o tormentas, que de haberse producido hubieran dejado a César casi sin ejército.

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La palabra latina para designar a la flota era classis, que etimológicamente significaba también "clase", en especial las cinco "clases" o "agrupamientos" de los ciudadanos romanos para el censo electoral, según sus fortunas personales. Con el tiempo, como luego veremos, la palabra "clásico" llegó a significar "soldado de primera clase" o "tropas selectas de la marina", pero en la época que ahora tratamos (de la segunda mitad del siglo II a la primera mitad del siglo I a.C.) la fuerza militar de la marina eran sobre todo los propios legionarios embarcados para acciones navales puntuales, aunque había un cuerpo permanente de soldados de marina lo suficientemente entrenados para el combate en el mar y los abordajes. Al mando de cada nave había un capitán o navarchus, con categoría similar a la de los centuriones de las legiones; al capitán de una trirreme se le denominaba trierarca (los términos son de origen griego).

Como vemos, en este siglo I a.C. no existía una gran flota propia que estuviera disponible para acciones militares puntuales, y cada general en jefe se construía la suya según las circunstancias y según sus propios recursos. La situación continuó prácticamente igual en las guerras civiles subsiguientes, pero en ellas el protagonismo de la marina fue mucho mayor, y de hecho fueron las últimas de estas guerras civiles del siglo I a.C., junto con las anteriores guerras mitradáticas y las de los piratas, las que empezaron a revalorizar definitivamente la importancia de la marina de guerra. El vencedor absoluto de esa última guerra civil del siglo I a.C., Octavio, el sobrino y heredero de César, obtuvo su triunfo definitivo precisamente en una batalla naval, la de Actium (Accio), con una completa victoria de su flota (del ejército embarcado en su flota, diríamos mejor) sobre la flota egipciorromana de Marco Antonio y de la reina Cleopatra.


Suboficial de la flota, s.III-IV d. C.
 
 

El apogeo de la marina imperial romana: siglos I y II d.C.


Con Octavio Augusto se acomete una remodelación y reorganización completa de la flota de guerra romana, que desde entonces se convierte en una gran flota permanente disponible para todo tipo de operaciones navales, como flota de combate y como flota de transporte militar. En realidad, el impulsor de esta reforma de la Armada romana fue M. Vipsanio Agripa, amigo íntimo de Octavio y su principal hombre de confianza, que había ganado varias batallas navales en la guerra civil, había sido el artífice de la victoria de Accio e incluso había inventado un nuevo tipo de garfio de abordaje, el harpax (="arpón"), que se lanzaba desde una balista o catapulta y resultaba tan eficaz como el antiguo corvus para apresar las naves enemigas, y mucho más ligero. Probablemente fue el propio Agripa el que diseñó la nueva marina de guerra imperial, de la que fue su primer comandante en jefe, con preferencia por barcos más ligeros y maniobrables, que desde entonces fueron preferidos a las pesadas y lentas quinquerremes, y el que hizo de los milites classici (la infantería de marina) un cuerpo especializado y bien entrenado. A partir de Agripa, se instituyó la recompensa militar denominada corona navalis, otorgada al primer soldado que pisaba la cubierta de un barco enemigo en un abordaje.

Se formaron y equiparon dos grandes flotas operativas, una con base en Miseno (en la bahía de Nápoles) y otra con base en Rávena, en el norte de Italia, en la desembocadura del Po. El jefe de la flota o praefectus classis era nombrado directamente por el emperador entre las personas de su mayor confianza (durante las guerras civiles Octavio había constatado tanto la importancia militar de la flota, pues él mismo debía su éxito y su poder a una batalla naval, como la necesidad de asegurarse la completa fidelidad de los oficiales y soldados de marina). Hubo también un sub-praefectus como lugarteniente, uno o varios praepositi (comandantes) y un dietarius o intendente de la flota. Y había centuriones classis y otros grados militares similares a los de las legiones.

Desde Augusto, y con todos los emperadores julioclaudios, flavios y antoninos (siglos I y II d.C.), la marina de guerra no sólo recupera su propio papel en la fuerza militar romana, sino que sus soldados o infantes de marina se convierten además en un selecto cuerpo de élite dentro del ejército romano, y pasan a ser "soldados de primera clase". A partir de los emperadores flavios, a los soldados de las flotas de Miseno y Rávena se les da el rango (y la paga) de fuerzas pretorianas, directamente dependientes del emperador. Se creó también un aerarium o "caja militar" propia para la Armada. Y el emperador Nerón, que debió de impresionarse por la preparación y entrenamiento de estos soldados de marina en las exhibiciones navales del anfiteatro, formó con tropas selectas de la flota de Miseno la que se denominó Legio I Classis (="Legión 1ª, la de la flota", o también "Legión de primera clase"), que más tarde se llamó Legio I Adiutrix (="la adjunta" o "la agregada"). A lo largo de esta época se crearon, además de estas dos flotas principales, varias escuadras menores con base y destacamentos en algunas de las principales ciudades costeras de Siria, Egipto, Panonia, Aquitania y África del norte (con el emperador Claudio se creó también una escuadra para la isla de Britania), y también una serie de flotillas fluviales en los grandes ríos fronterizos europeos, el Rhin y el Danubio, y en el Mar Negro. Por una inscripción conocemos los nombres de algunos barcos de la flota de Miseno, que llevaban denominaciones como "Victoria", "Fides", "Venus", "Minerva", "Fortuna", "Concordia", "Mercurius", "Diana", "Perseus", "Tigris", "Augustus", "Eufrates", "Isis"...

Uno de los más conocidos de los praefecti classis fue el escritor y naturalista romano C. Plinio Segundo, comandante (o "almirante") de la flota del Miseno, que en el año 79 d.C. intentó con algunos barcos de su flota evacuar a los supervivientes de la gran erupción del Vesubio, que se aglomeraban en las playas, y cuya curiosidad científica por ver de cerca el fenómeno y su acción humanitaria de salvamento le costaron la vida al intoxicarse con los vapores volcánicos.

Marinos en la Columna Trajana (relieve)
 

Sobre los soldados de la marina romana en esta época de apogeo no hay demasiados datos (o al menos no tantos como desearíamos), pero son suficientes como para no poner en duda que eran un cuerpo militar muy selecto. Los soldados legionarios podían luchar perfectamente tanto en la tierra como en el mar, pero en esta última circunstancia necesitaban por lo menos un entrenamiento previo para los abordajes y el combate naval, lo cual no siempre era factible debido a las propias urgencias militares; los soldados de marina, en cambio, ya estaban perfectamente entrenados para ello, y solían ser los que tomaban la iniciativa en las acciones de abordaje. No sólo tenían que ser excelentes combatientes, más especializados incluso que los propios legionarios, puesto que eran en cierto modo algo intermedio entre un legionario y un gladiador, ya que al igual que éstos últimos tenían que estar entrenados sobre todo para el combate individual cuerpo a cuerpo (en los abordajes, por ejemplo), además de tener también cierta preparación en cosas de marina (sin vértigo para trepar llegado el caso por los cables y mástiles y sin reparos para saber manejar bien los remos si la ocasión lo requería). Por lo demás, es obvio que no tuvieron demasiadas ocasiones para lucirse en batallas navales (hacía ya mucho tiempo que los romanos habían dejado de tener enemigos marítimos), pero no cabe duda de que estos "marines" romanos debieron de ser utilizados con frecuencia, sobre todo los de las flotillas del Rhin y del Danubio, en operaciones anfibias y en golpes de mano o "acciones de comando" contra los enemigos bárbaros. En los demás casos, se fueron convirtiendo paulatinamente, como los demás pretorianos, en una fuerza más de la escolta imperial (por ejemplo en las grandiosas embarcaciones imperiales de recreo), y cada vez más "decorativa", aunque continuaron siendo, por lo menos hasta la crisis política del siglo III, una fuerza políticomilitar de gran relevancia al servicio de los sucesivos emperadores. Durante la crisis políticomilitar a la muerte de Nerón, el emperador Otón contó con el apoyo de la flota de Miseno, y el propio Vespasiano debió su rápido ascenso al poder imperial gracias al apoyo de la escuadra de Alejandría.

Las fuentes de este periodo hablan también de classiarii de la flota utilizados eventualmente para labores tan complejas pero tan poco heroicas como extender los grandes toldos contra el sol y la lluvia en las cubiertas de los anfiteatros, e incluso (en la ciudad de Puteoli, por ejemplo) como fuerzas de "bomberos" para apagar incendios urbanos. Pero parece claro que en estos casos se refieren más bien a "marinos", no a "soldados de marina", pues el término classiarii engloba a ambos (el término classici, en cambio, es exclusivo de los infantes de marina). Tampoco parece que los llamados urinatores (=buzos) fueran otra cosa que marineros especializados en el buceo, no soldados (el nombre proviene de la vejiga de vaca que llevaban junto a sí a modo de "bombona de oxígeno" para aguantar más tiempo dentro del agua; los buzos, por cierto, no son un invento de la marina griega o romana, pues ya están documentados buceadores con vejigas en los bajorrelieves asirios del siglo VIII a.C.).

Una labor en la que sí que participarían a menudo los classici o soldados de marina (siquiera como forma de entrenamiento, de exhibición o de lucimiento) era la preparación y participación ocasional en las naumaquias, los combates navales simulados que ocasionalmente se ofrecían en algunos anfiteatros especialmente preparados para ello, en los que se inundaba de agua el foso o arena y se hacía combatir entre sí algunas pequeñas naves, aunque luchar y vencer a esclavos, prisioneros y condenados a muerte metidos en una nave prefabricada y disfrazados apresuradamente de "macedonios" o de "cartagineses" no parece que tuviera mucho mérito para soldados profesionales de primera clase. Lo que es seguro es que los soldados de la marina romana pasaban más tiempo en tierra, en sus bases navales, que en el mar (desde el otoño hasta la primavera no se navegaba, debido al mal tiempo, salvo en labores de patrullaje de las costas o de transportes militares en caso de urgencia y necesidad), y en todo caso los viajes eran de corta duración, pues la poca capacidad de carga de los navíos de guerra no permitía un gran almacenamiento de provisiones y de reservas de agua potable a bordo, por lo que las travesías no duraban demasiados días sin recalar y aprovisionarse en alguna de las muchas bases costeras de las islas y costas del Mediterráneo (nada comparable a los marinos de la Edad Moderna y Contemporánea, y desde luego estaban mucho mejor alimentados que éstos, aunque -como éstos- en las travesías largas también tuvieran que mantenerse a base de la característica galleta marinera y de alimentos en conserva y salazones -garum hispánico, principalmente-, con el agua potable racionada).

También sabemos algunas cosas de su equipamiento militar y de sus "uniformes" (por la interpretación de algunos relieves romanos más que por las fuentes literarias). El problema para estas interpretaciones es que la mayoría de las pinturas, mosaicos y relieves con escenas militares marítimas parecen reflejar sobre todo meros transportes de tropas legionarias, de soldados trasladados por mar a los diversos teatros de operaciones. Uno de los más conocidos es un bajorrelieve de finales del siglo I a.C., que muestra a un grupo de oficiales romanos en la proa de una nave de guerra que lleva como mascarón de proa la figura de un cocodrilo (se ha sugerido que podría aludir al nombre de la nave: "Cocodrilus", y se ha sugerido también que el barco podría representar a una de las birremes de la flota de Octavio en la batalla de Accio).


 

Afortunadamente, disponemos de algunos otros relieves escultóricos que nos informan mucho más detalladamente del armamento y uniformes de los infantes de marina romanos de los siglos I y II de nuestra Era, es decir, en la época de apogeo de la marina de guerra romana. Tenemos, por ejemplo, un bajorrelieve de época altoimperial en el estilo esquemático "popular" generalizado en el arte relivario romano en esa época, que muestra a unos soldados de marina a bordo de una nave y en el momento del combate. Llevan un "extraño" casco amplio, parecido a esos cascos de bomberos decimonónicos con amplio cubrenuca o a los tradicionales gorros impermeables de los pescadores de altura de todas las épocas (concebidos en ambos casos para amortiguar los golpes de agua recibidos por la espalda). Ahora bien, parece claro que aquí no se trata de "gorros" sino de cascos (pues aunque los marinos romanos utilizaban diversos tipos de gorros impermeabilizados como parte de su indumentaria de faena, tales como el sombrero petasus de origen griego y otros similares, en este relieve es obvio que estos soldados están representados "uniformizados" y entrando en combate, y es del todo inverosímil que combatieran con "gorros" o que el gorro de piel fuera un elemento de sus uniformes de combate). La interpretación de que se trate de un tipo especial de yelmo "para la marina" también resulta muy improbable, pues no se ha encontrado hasta la fecha ni un solo casco de este "tipo" que lo evidencie. Con lo cual sólo queda una única interpretación posible, a saber, que se trata en realidad de la representación de yelmos legionarios (muy estilizados, según las convenciones estéticas de ese arte relivario "popularizante", que solía representar las figuras de grupos de forma esquemática, con rostros apenas esbozados y a modo de "muñequitos", y sin ningún cuidado por las proporciones corporales o los detalles). Y aun más concretamente: se trataría de yelmos legionarios de los generalizados y evolucionados en época altoimperial, con un amplio faldón o cubrenuca característico (muy idóneo para proteger de proyectiles que cayesen en vertical), de los cuales se han encontrado bastantes ejemplares arqueológicos. Pero en este relieve presentan además una particularidad: están desprovistos de carrilleras (que eran piezas desmontables en estos yelmos), cosa que parece muy idónea en combates estrictamente navales, ya que las carrilleras tenían que atarse a la barbilla con cordones de cuero y resultarían muy incómodas en acciones de abordaje para soldados que luchaban de forma individual y que debían trepar y saltar de una a otra embarcación y necesitaban una visibilidad lo más completa posible. El resto de la indumentaria de estos infantes de marina no es menos curioso: no llevan ningún tipo de armadura o protección corporal pectoral (a diferencia de los soldados de las legiones, protegidos habitualmente por corazas, cotas de malla o lórigas de placas o de escamas), lo que también se entiende mejor en soldados de marina, en los que esas protecciones dificultarían los movimientos y serían, debido a su peso, un serio peligro para el soldado si éste caía al agua y debía nadar para no ahogarse. La única protección defensiva de estos infantes de marina, además del yelmo, era el escudo rectangular y convexo (scutum) estandarizado y generalizado en las tropas legionarias desde las primeras décadas de la época imperial (en el bajorrelieve se ven también los típicos escudos ovalados de época republicana, que tradicionalmente se colocaban adosados en los costados de las naves de guerra junto a las bordas, como modo de protección de los remeros de las bancadas superiores y para reforzar la protección de las bordas contra los ganchos y garfios de abordaje o las flechas incendiarias, ya que en último extremo estos escudos podían ser soltados y arrojados al mar si eran enganchados por garfios enemigos o alcanzados por proyectiles incendiarios). Como arma ofensiva, los soldados de este bajorrelieve llevan una especie de chuzo o lanza corta, no la jabalina o pilum característica de las legiones (que quedaban inutilizadas una vez que se clavaban en los escudos enemigos, al retorcerse el fino hierro templado de su punta, lo que impedía desengancharlos y dificultaba los movimientos del soldado enemigo, algo del todo contraproducente en el combate naval, donde las armas arrojadizas tenían que ser en último término recuperables y reutilizables). Aunque no se aprecia en el relieve, es indudable que estos soldados llevarían también la espada corta legionaria como arma básica para la lucha cuerpo a cuerpo.

Tenemos otro relieve, también de época altoimperial, que confirma y completa la interpretación del anterior. Se trata de un relieve esculpido en la basa de una columna. Fue hallado en Mainz (la antigua Mogontiacum) y representa a dos soldados romanos en actitud de combate. Sus figuras están realizadas también en ese estilo relivario popular esquematizante (se ha supuesto que incluso pudo ser esculpido por artesanos germánicos al servicio de los romanos). Hasta ahora lo único que había llamado la atención de los comentaristas es que ambos soldados no lleven la armadura protectora característica de los legionarios. Llevan, sin embargo, el escudo legionario, espada y lanza, y unos cascos legionarios de cubrenuca amplio y con un motivo decorativo labrado, idéntico en ambos: un pez (se supone que un pez a cada lado del yelmo). Esto, más el hecho de que no lleven armadura, los identifica sin ninguna duda como classici o infantes de marina (pertenecientes seguramente a la flotilla del Rhin). Los yelmos, a diferencia del bajorrelieve anterior, llevan carrilleras protectoras (en realidad no sabemos si estos classici están representados en un combate naval o terrestre, pero es verosímil que, tratándose de infantes de marina de la flotilla del Rhin, tuvieran más ocasiones de acciones en tierra que en el río o contra inexistentes navíos de guerra enemigos, pues esta flotilla se dedicaba sobre todo a acciones de avituallamiento y transporte en las guarniciones romanas fronterizas germánicas). Si esos cascos, con esos motivos decorativos marinos labrados o repujados en ellos, hubiesen aparecido representados en alguna figura individualizada, podría pensarse que pertenecían a algún oficial, no a simples legionarios y ni siquiera a un centurión de poco rango; pero al estar representados en dos figuras conjuntamente parece evidente que se trata de yelmos uniformizados y fabricados expresamente para los soldados de una unidad naval de élite. Este bajorrelieve, por lo demás, nos amplía y confirma la información interpretada del relieve anterior, y además nos muestra que las "túnicas" son en realidad sobrevestes, una vestidura ligera que se ponía sobre la túnica propiamente dicha, de la que aquí sólo se ven las mangas (hemos de suponer que también son sobrevestes las vestiduras externas de los soldados del otro relieve antes comentado y que estas prendas eran en todo caso una indumentaría característica de los infantes de marina en estas épocas).


Bajorelieve con soldados de la marina romana, de la flotilla del Rhin (Mainz)
 

Hay todavía una obra escultórica de hacia el siglo I d.C. aun más detallada que las dos anteriores y que confirma la interpretación de ambas. Se trata de una escultura funeraria en altorrelieve, casi de bulto redondo, que representa a un soldado romano de marina, vestido con un amplio y sinuoso sobreveste, con espada, escudo y lanza, pero sin casco (hasta ahora era interpretado simplemente como "un soldado romano sin armadura", pero ya no podemos tener duda de que se trata de la más detallada representación que tenemos en el arte escultórico romano de un soldado de marina, de un soldado concreto y real, puesto que se trata de una escultura funeraria).

Soldados de marina, con sobretúnica, relieve del s.I a.C.
 

Con todos estos datos, ya tenemos más base para saber cómo iban vestidos y equipados los classici entre los siglos I y III de nuestra Era, y también para reconocer en otros relieves a estos soldados de élite. Por ejemplo en alguno de los relieves de la Columna Trajana, donde aparecen también soldados vestidos con sobreveste manejando los remos en una nave (hasta ahora interpretados como simples "marineros" o como los consabidos "legionarios sin armadura"). Y aun más: nos permite retrotraer esta interpretación a otros relieves muy anteriores, por ejemplo al ya comentado y datado hacia finales del siglo I a.C., con la representación de la proa de un navío de guerra llamado quizá el "Cocodrilus" o el "Nilus", en el que, entre otros oficiales legionarios, aparecen al menos tres figuras que llevan sobreveste y unos cascos idénticos, de tipo macedónico, y distintos de los que llevan los otros oficiales, lo que los identifica inequívocamente como soldados de marina.

Soldados de marina, con sobretúnica (facsimil)
 

Podemos suponer que esta prenda distintiva era de color claro (blanco o azul celeste) y que las túnicas interiores tendrían quizá un color distintivo propio en cada unidad naval (amarillo azafranado, rojo, ocre), pero no dejan de ser conjeturas imaginativas no atestiguadas, como las que en los videojuegos y miniaturas militares actuales representan a los praefecti classi o "almirantes" de la flota romana con capas de color azul, a diferencia de las capas de color rojo púrpura de los oficiales y jefes de las legiones. Estos elegantes sobrevestes, sin embargo, debían de quedar bastante destrozados en los combates, aunque seguramente la Marina tenía gran cantidad de repuestos textiles de esta clase (por la literatura latina sabemos de la costumbre de depositar los vestidos en los templos de Neptuno, como exvotos de acción de gracias por sobrevivir a un naufragio... o a un combate naval).

Las pinturas y los mosaicos romanos no nos proporcionan más información en este aspecto de los uniformes que la de relieves estatuarios comentados, aunque resultan especialmente valiosos en descripciones de tipos de embarcaciones romanas de toda clase. Y las excavaciones arqueológicas son también una fuente imprescindible para el conocimiento de la marina romana, de las tecnologías de construcción naval, de las infraestructuras portuarias antiguas (algunas bastante impresionantes), etc. Pero el caso es que la marina de guerra nunca tuvo a los ojos de los romanos el prestigio de sus tropas legionarias terrestes, y por ello el arte, la literatura y la propia historiografía no se ocuparon demasiado de ella.

La decadencia final: segunda mitad del siglo III y siglos IV y V


La crisis políticomilitar y económica del siglo III tuvo importantes repercusiones en el ejército, y consiguientemente también en la Armada, pero en este último caso nos siguen faltando datos concretos. Los procesos de decadencia o transformación son siempre graduales, y en este caso nos faltan datos para conocer cómo la marina romana fue afectada por estos cambios militares generales.

Tenemos también algún bajorrelieve funerario de hacia el siglo III (o IV) con la representación de un suboficial de marina, un optio, quizá en uniforme de gala o de parada, pues va provisto de lóriga de escamas, y otro de un marino de la flota imperial, que lleva capa, lanza corta y lo que parece un fanal o farol marinero (tampoco lleva casco). Incluso en algún mosaico, como el de Dougga (Túnez), con la representación del episodio homérico de Ulises y las sirenas, no es difícil ver en esos marineros la representación indirecta de soldados de marina de la flota "Líbyca" de África del norte (creada en la segunda mitad del siglo II), que ya no llevan sobrevestes, sino túnicas y mantos y un escudo ovalado característico de este periodo. Es verosímil que el proceso de "barbarización" que afectó al ejército romano (con la progresiva incorporación de elementos mercenarios extranjeros, a veces con el trámite de concederles la ciudadanía romana en el acto mismo de su alistamiento) debió de afectar en igual medida, o incluso superior, a las fuerzas navales.

La Marina de Guerra romana, en todo caso, continuó con sus funciones principales de apoyo, transporte y abastecimiento de las legiones y de las demás fuerzas militares terrestres, con las que mantuvo en todas las épocas una dependencia y subordinación logística completa.

El Mediterráneo fue durante toda la época del imperio romano un "espacio de cohesión" (económico, comercial y de comunicaciones), en el que los transportes por mar cobraron incluso mayor importancia que los transportes terrestres cuando se trataba de importaciones o exportaciones de mercancías a larga distancia o de uno a otro extremo de las tierras mediterráneas. Y en el ámbito militar, el dominio completo de este mar fue también esencial para el control de las provincias y territorios romanos, para el transporte de contingentes militares, o para operaciones bélicas de gran envergadura que necesitan el concurso y apoyo logístico de las naves de la flota. Además, el Mar Negro y las costas del Atlántico eran otros tantos espacios marítimos del imperio romano que completaban el ámbito de las comunicaciones y del comercio (con numerosas bases y puertos costeros y un adecuado sistema de faros a lo largo de sus costas).

En el siglo IV se producen cambios militares trascendentales en todo el Imperio, sobre todo con las reformas militares de Diocleciano, y la política militar de los sucesivos emperadores y corregentes buscará sobre todo tener tropas adictas a su persona y neutralizar la posibilidad de centros de poder regional demasiado autónomos o con recursos militares suficientes para alentar las ambiciosas aspiraciones de poder entre los "césares" y los "augustos". Pero las guerras civiles volvieron de nuevo, y también la Armada participó en ellas: en el año 323 tuvo lugar la victoria naval de Crisópolis, ganada por el hijo mayor de Constantino contra la flota de Licinio. Y en el año 330, el propio Constantino toma una decisión importante para la Marina: el traslado de las dos flotas principales, la Misenensis y la Ravennatis, a la nueva capital del Imperio, Constantinopla. Las razones de fondo de este traslado son obvias: disponer de un control completo sobre la totalidad de la flota para que ningún usurpador pudiese fácilmente transportar tropas desde los territorios dominados por sus ejércitos terrestres. Y cuando se produjo finalmente la inevitable separación del Imperio en dos mitades geograficas, el Imperio de Occidente (de habla latina) y el Imperio de Oriente (de habla mayoritariamente griega, aunque con el latín como idioma oficial administrativo), las fuerzas navales del imperio occidental eran ya considerablemente mucho más débiles que las orientales (y no sólo por el número de naves).

El siglo V fue para Occidente el principio del fin. Varios reinos "bárbaros", al principio fuerzas "federadas" del Imperio, se habían consolidado en los territorios occidentales y actuaban de forma completamente autónoma con respecto a la política imperial, en manos de emperadores cada vez más inútiles y con un ejército romano dirigido a veces por competentes generales de origen bárbaro que sólo lograron retrasar un poco una decadencia política y militar que era ya inexorable. Un pueblo germánico de origen escandinavo reciente, los vándalos, expulsados de Hispania por otro poderoso pueblo germánico, los visigodos, habían pasado al África septentrional y conquistado paulatinamente todas sus principales ciudades romanas. En el año 439 se apoderaron de la ciudad de Cartago y de la escuadra romana allí fondeada Los vándalos eran además un pueblo con gran tradición marinera, y no tardaron en apoderarse de las islas baleáricas, Córcega, Cerdeña y Sicilia, dominando con sus naves piráticas todo el Mediterráneo occidental, amenazando gravemente los abastecimientos de la península itálica y colapsando el comercio marítimo. Roma tuvo que comprar el grano a los vándalos para poder abastecerse. Los desacuerdos del rey vándalo Genserico con el nuevo emperador Petronio Máximo provocaron en el 455 un desembarco vándalo en Italia y el saqueo de Roma durante dos semanas, aunque no la incendiaron. En el 468, junto al cabo Bon, los navíos vándalos derrotaron a una flota romana conjunta de más de mil naves del imperio de oriente y el de occidente, comandada por el general (luego emperador bizantino) Basilisco, en lo que fue el último de los esfuerzos militares conjuntos de ambos imperios.

Y así, con más pena que gloria, terminaba la historia de la marina imperial romana, por lo menos en el imperio romano de Occidente, pues la de la marina bizantina (que en el siglo siguiente acabaría para siempre con los vándalos y que tendría un papel militar mucho más decisivo en la defensa del imperio oriental, con innovaciones armamentísticas tan notables como el "fuego griego" o las nuevas galeras) es ya -como suele decirse- otra historia.




 

BIBLIOGRAFÍA

--- "The Roman Imperial Navy", C.G. Starr, Cambridge, 1960.

--- "Las legiones romanas", Peter Connolly, págs. 20-23 (con ilustraciones), edit. Espasa-Calpe, Madrid, 1986.

--- "The Roman Army and Navy", David Potter, 2004, Cambridge University Press.

--- "El Ejército Romano", Adrian Goldsworthy, edic. Akal.

--- "Imperial Roman Naval Forces, 31 BC-AD 500", (en inglés) Raffaele D'Amato, ilustraciones de Graham Sumner, Osprey Publishing, Oxford, 2009. -  Interesante y sistematizado resumen sobre la Marina Imperial Romana, aunque con pocas novedades. No obstante, es útil por su selección de fuentes, incluidas algunas que habíamos pasado por alto, como las citas de Dión Casio (XLVIII, 48) y de Apiano (Hist. V, 100) que confirman el dato de que los almirantes victoriosos llevaban una capa de color azul cerúleo (stolé kuanosis), así como los probables colores de las túnicas y capas de los soldados de marina de las distintas flotas (gris metálico, ferrigineum, en la primera época republicana; rojo en los de la flota del Piseno con base en Italia o rojo-ocre en los de la base naval de Atenas; blanco predominante en los de la flota oriental; azul en los de la flota de Alejandría, etc, deducidos a partir del estudio de algunas pinturas y mosaicos y de los restos de pintura en relieves funerarios de marinos).

En Red:

--- La navegación romana,  Vicente Peris Boscá, Universidad de Valencia, Facultad de Geografía e Historia, 2007.


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Faro romano - Torre de Hercules, La Coruna
Yelmos de legionarios
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