PUNTUALIZACIONES (O GENERALIDADES, SI SE PREFIERE)
EN TORNO A LOS ORIGENES DE LA CIVILIZACION HELENICA

1.   La Historia como problema, como instrumento y como sistema de conocimiento y explicación racionalizada del pasado


La Historia son, ante todo y fundamentalmente (de eso no cabe duda), las propias visiones y perspectivas que se tienen sobre ella. O para decirlo con expresión prestada pero certera: la Historia propiamente no existe; existen más bien los historiadores y las "historias" que éstos nos cuentan. En el caso del estudio de los orígenes de la civilización griega (quizá sea bastante más impropio hablar de "Historia de Grecia" que de "Historia de los griegos", y quizá algo menos también hablar de "Historia de lo griego"), esas visiones y perspectivas han sido -históricamente también- visiones o enfoques básicamente de tres tipos: la Historia mítica (o "mitohistoria"), la Historia documental (sintética o analítica), basada sobre todo en textos escritos (literarios, epigráficos e historiográficos) recopilados casi siempre a-posteriori de los hechos históricos mismos, y la Historia del mundo antiguo reconstruida fundamentalmente en base a sistemas y metodologías arqueológicas ("arqueohistoria").


 

El primero de estos tipos, la "historia" mítica y legendaria de esos orígenes griegos, como es bien sabido, era de carácter oral, colectivo y tradicional, basada en relatos mitológicos y sobre todo legendarios (que en las colectividades humanas no suelen remontarse como mucho a más de cinco o seis siglos atrás, pues los sucesos más antiguos suelen ser desplazados en la memoria colectiva por otros más recientes y de mayor interés para la colectividad que los recrea y los conserva), todos ellos -en este caso- como literaturización de sucesos más o menos reales del segundo milenio antes de nuestra Era, es decir, de lo que ahora llamamos la "Edad del Bronce", mezclados con abundamientos imaginativos y a menudo puramente literarios: sucesos como la "Guerra de Troya", los "Nóstoi" o regresos de los legendarios caudillos de esa guerra, o leyendas como el ciclo de las luchas de "los Siete contra Tebas" o el "Regreso del Heráclidas", entre otros. Ésta fue la única visión, aunque enormemente sugestiva y variada (e incluso histórica en su trasfondo más profundo), que tuvieron los griegos sobre sus propios orígenes, y prácticamente también la única perspectiva que sobre esos orígenes griegos tuvo la civilización europea posterior hasta los grandes descubrimientos arqueológicos en Troya, Micenas, Creta y otros lugares del Egeo desde el último tercio del siglo XIX hasta la actualidad.

En segundo lugar tenemos la Historia narrativa escrita de los primeros historiadores griegos, como narración de determinados acontecimientos de un pasado helénico más o menos coetáneo o reciente para ellos mismos y como investigación a partir de fuentes principalmente orales (de ahí el sentido etimológico de la palabra griega historia como "encuesta"), con la que no sólo se pretendía presentar y narrar los hechos sino también en buena medida explicar éstos por sus causas. Su carácter, o su desideratum más bien, era la propia veracidad de unos hechos históricos debidamente comprobados y contrastados. Es la Historia de los primeros historiadores helenos (Heródoto, Tucídides, Jenofonte...), que inaugura un tipo de historia escrita, documentada y más o menos exhaustiva en sus datos e interpretaciones, y es también la historia descriptivo-narrativa cultivada durante toda la civilización grecolatina e incluso mucho después, en los siglos posteriores, hasta el surgimiento de una historiografía más científica -en realidad tan sólo más analítica- desde el siglo XIX en adelante.


 

Es ésta una Historia que, en comparación con la historía mítica precedente, sigue siendo también muy selectiva (hechos políticos como tema principal, con atención especial o exclusiva a los protagonistas conocidos de esos hechos políticos y bélicos relevantes o simplemente a los hechos considerados "dignos de recuerdo" por el propio historiador). Este tipo de Historia sintética se presta a veces a grandes contradicciones en las propias fuentes orales y documentales de las que se nutre, y por tanto a opiniones y explicaciones divergentes y dispares, y asimismo también a grandes manipulaciones y tergiversaciones interesadas. En realidad no puede aspirar a otra cosa que a "síntesis", "resúmenes", "comentarios " o "informes" de los hechos historiados. Sus limitaciones son obvias también: falta o insuficiencia de datos o de puntos de vista imparciales, teorías y explicaciones diversas y a menudo contradictorias entre sí, generalizaciones simplistas y reduccionistas, utilización política o didácticopropagandística de esa Historia escrita, etc (si bien en los primeros historiadores griegos, a diferencia de la historia-propaganda de todas las demás civilizaciones antiguas en sus crónicas dinásticas y en sus anales con los hechos sobresalientes de los reinados de sus principales monarcas, no tuvo todavía ese carácter tan manifiestamente políticopropagandístico, como lo tuvo en cambio -y desde el principio- la propia historiografía romana).

Éste es el tipo de Historia escrita que nuestra civilización occidental ha heredado, ampliada además por las aportaciones de los cronistas e historiadores medievales (cristianos y musulmanes) y de determinadas "filosofías de la historia" (providencialistas, nacionalistas, supremacistas...), si bien a partir de los siglos XVIII y XIX se empezó a cultivar con cierta metodología sistemática y con pretensiones más o menos científicas o cientifistas una Historia mucho más analítica que sintética, ampliando el objeto de su estudio a otros aspectos no estrictamente políticos (historia económica, historia social, historia cultural) y extendiéndose también a ámbitos geográficos y contextuales más amplios ("historia universal", "historia de las civilizaciones", etc).

En realidad, este tipo de Historia (la sintética y la analítica), incluso cuando está escrita de un modo atractivo literariamente, no llega a conseguir un interés social mayoritario en comparación con los mitos y leyendas, y de hecho no está exenta tampoco de sus propias mitificaciones particulares, más o menos inconscientes para el historiador en cada caso (teorías personales y parcialistas, visiones ultranacionalistas en las historias "nacionales"...), que empañan bastante sus pretensiones de objetividad e imparcialidad. Los hechos, por lo demás siempre poliédricos en sí mismos, suelen prestarse siempre también a múltiples interpretaciones. Tampoco consigue alcanzar en ningún caso el nivel y el estátus de una verdadera ciencia histórica, pues de hecho es completamente incapaz (lo ha sido siempre) de predecir acontecimientos históricos futuros o de encontrar verdaderas "leyes históricas" en los fenómenos políticos, sociales, económicos y culturales que analiza. Y no es sólo por falta de datos (en los modernos ensayos de Historias Económicas del mundo grecorromano, por ejemplo, siempre sobran datos superfluos o faltan datos esenciales para completar explicaciones de conjunto con cierta coherencia demostrativa, pero también faltan mucho más a menudo para una mera historia política completa de muchos periodos de la Historia Antigua que nos son prácticamente desconocidos); además es incapaz de proporcionar sentidos históricos (explicaciones profundas) de esos hechos históricos y no llega por así decirlo hasta el lógos o ratio última de esos hechos y acontecimientos: se atisba en algunos casos, por ejemplo, que el devenir histórico es más o menos cíclico y repetitivo en el proceso y desarrollo de episodios típicos concretos -auge y caída de los imperios, revoluciones, etc-, pero no se ofrece solución o explicación de cómo esos procesos pueden ser cambiados o modificados en uno u otro desarrollo, de cómo se puede sacar a la historia de su propia repetición "karmática", es decir, no se llega en ningún caso a la verdadera intrahistoria de esos hechos (la pretenciosa historiografía contemporánea de enfoque marxista es el ejemplo paradigmático de estas deficiencias, fracasos y carencias metodológicas). Todo esto, como es obvio, termina necesariamente en un colapso del interés colectivo por estas "explicaciones históricas", y a veces casi se termina prefiriendo imaginar cómo fueron o pudieron ser determinados hechos que saber cómo fueron en realidad. La gran mayoría del público actual prefiere una versión "actualizada" y mitificada de griegos y romanos (por ejemplo a través de la literatura o el cine) que una visión histórica de cómo fueron en realidad esos mundos antiguos grecorromanos tan distantes y diferentes del nuestro.

Tampoco ese tipo de "Historia propiamente dicha" pudo avanzar por sí misma ni una pulgada en el conocimiento de los orígenes de la civilización griega. Sus primeros creadores y cultivadores (Heródoto, Tucídides), para la explicación de esos sucesos remotos de la propia historia de su civilización, no pudieron hacer otra cosa que recurrir eventualmente al mito y a la leyenda heroica, que tampoco cuestionaban en lo esencial, pues se limitaban a racionalizar un poco esos mitos y leyendas en busca de explicaciones más racionales, coherentes y completas (tal es el caso, por ejemplo, de la explicación de Heródoto o de Tucídides sobre el mito del rey Minos de Creta, que consideran como la existencia histórica de una "talasocracia" o imperio marítimo de los cretenses -comercial, militar, o ambas cosas- en el Mediterráneo oriental durante cierta época bastante imprecisa cronológicamente).

El tercer tipo de perspectiva histórica sobre las culturas y civilizaciones antiguas es también el más reciente y el más pretenciosamente cientifista de todos, pero a la vez el más ineludible actualmente en cualquier tipo de análisis histórico de cierta solvencia: es la Historia antigua basada prácticamente en exclusiva en la arqueología, en los hechos materiales arqueológicos y en la visión históricoarqueológica del pasado. Desarrollada con carácter científico desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, ha pasado de ser inicialmente una disciplina ancillar o subordinada de la propia Historia, como siguen siéndolo hasta cierto punto la epigrafía, la paleografía o la cronología, a convertirse en ama, señora y directora de todos los estudios históricos de cualquier tipo sobre la Historia antigua y la Prehistoria. Su carácter científico, del todo indiscutible para sus seguidores y cultivadores profesionales, es sin embargo altamente cuestionable en el detalle y en su validez y carácter general propiamente historiográfico, pues realmente la Arqueología contemporánea es el mejor ejemplo de cómo se puede reinventar la Historia a partir de la propia insuficiencia general de los datos, pero haciéndolo de manera parcialmente científica y sistemática. En muchos casos, más que un diálogo entre el historiador y su objeto de estudio, resulta ser un verdadero y tedioso "monólogo" entre los propios arqueohistoriadores. Lo más valioso, no obstante sus evidentes limitaciones, es que proporciona un contexto material concreto de los hechos a partir de sus evidencias materiales y culturales, también reinterpretable y revisable pero al menos temporalmente fiable y preciso (por lo menos hasta que nuevos hallazgos arqueológicos lo matizan, lo completan, lo amplían o lo sustituyen con nuevos descubrimientos y nuevas dimensiones históricas). Y aporta sobre todo un elemento contextual imprescindible en todo lo que se pretenda histórico: una cronología más precisa de la Prehistoria y de la Historia Antigua, de sus principales hechos históricoculturales y del propio contexto y conocimiento de esos hechos a través de la cultura material arqueológicamente evidenciada.


 

Las dificultades y defectos del método históricoarqueológico, como decimos, son también evidentes para el que quiera verlos: periodización excesiva, conjeturas y generalizaciones explicativas aun más gratuitas que las de la Historia misma, en la medida en que tienen casi siempre, inevitablemente, un carácter más deductivo que propiamente inductivo y científico, puesto que cuando no hay más datos que los puramente arqueológicomateriales (cuando no hay, por ejemplo, textos escritos) la falta de ellos determina un tipo de deducciones a menudo tan dogmáticas como meramente especulativas y arbitrarias. Así, se niegan hechos in absentia cuando no están evidenciados en hechos materiales in praesentia, como si la presencia material fuera el único criterio y la única posibilidad de lo histórico, y se dice -por ejemplo- que no hay evidencias de que una cultura haya sido suplantada violentamente por otra cuando no hay líneas arqueológicas claras de ruptura brusca o discontinuidad entre ambas (y esto es científico), pero ya lo es mucho menos postular a partir de ahí que no ha habido "invasiones" u otros fenómenos sencillamente porque no hay rastro arqueológico de ellos (en lugar de decir, más propiamente, que "no se han encontrado hasta la fecha" evidencias arqueológicas de tales fenómenos en determinado espacio temporal, cultural y geográfico, lo que no significa en absoluto que no haya podido haberlos).

La Arqueohistoria es también la Historia como puzzle interminable, de infinitas y en su mayoría desconocidas piezas que nunca terminan de encajar del todo, en el que casi todo "parece" más o menos probable o "sugiere" determinadas explicaciones, pero muy pocas cosas en realidad "son" (a excepción de los propios restos materiales). En esta nave se han embarcado ya, desde hace muchas décadas, los estudios históricos, en la inútil pretensión de completar "algún día" ese gigantesco puzzle que la Historia es en sí misma, pero en realidad se navega sin rumbo claro y bastante a la deriva. Y desde luego no es un viaje para nada fascinante (ni para nosotros ni -creemos- en el fondo tampoco para los propios arqueólogos profesionales), sino abocado más pronto o más tarde al definitivo naufragio. En vista de ello, su validez estrictamente científica es sólo parcial, y termina siendo de hecho una validez casi exclusivamente material-cronológica. Porque, en realidad, "culturas" (que es el término arqueológico favorito) hay -y puede haber- en principio tantas como yacimientos descubiertos o por descubrir, excavados o por excavar, y las sincronías arqueológicas entre ellas son siempre necesariamente precarias y provisionales. Y decimos todo esto no como descalificación de la más útil y científica de las disciplinas históricas actuales, sino con objeto de que no se sobredimensionen o sobreestimen demasiado sus propias posibilidades y alcances históricos, como hacen ya muchos historiadores y -por supuesto- casi todos los arqueólogos.

Con todo, su mayor efectividad sobre los estudios históricos es haberles dotado de un marco cronológico cada vez más preciso y haber puesto freno y límite a las "libres", gratuitas y arbitrarias especulaciones de los historiadores tradicionales (que en todo caso ya sólo pueden ceñirse a los propios límites cronológicos, culturales y materiales revelados por el estudio arqueológico). Por contra, son ahora los propios arqueólogos, una vez concluida su tarea estrictamente arqueológica, y al objeto de proporcionar una cierta contextualización a sus hallazgos, los más propensos a elucubrar y a fabricarse todo tipo de "constructos" teóricos con los que explicar los hallazgos materiales, válidos solamente hasta que nuevos descubrimientos deshacen el cuadro e invalidan esas explicaciones provisionales y reinventan otras, en un cuento-de-nunca-acabar mucho menos interesante para el público en general que los propios "cuentos" de la Historia mitológica antigua o los "cuentos histórico-novelístico-cinematográficos" de ahora. En otros casos, por exceso de especialización y por deformación profesional evidente, no son pocos los arqueólogos actuales que ni siquiera saben historiar (contextualizar) los propios datos arqueológicos que descubren, y a menudo ni siquiera pensarlos correctamente, tal como haría sin demasiados problemas y con mucha mejor lógica un historiador de la "vieja escuela".

En lo demás, casi sobra insistir en el hecho de que cuando no se producen hallazgos arqueológicos verdaderamente espectaculares en sí mismos y que proporcionen una visión -incluida la visión estética- no demasiado fragmentada (tesoros, piezas artísticas intactas, complejos arquitectónicos impresionantes, etc), la arqueología puede ser la más tediosa y aburrida de todas las disciplinas científicas, y realmente no le interesa a casi nadie (excepto a arqueólogos e historiadores profesionales, y sólo por sectores muy concretos y específicos de cada especialidad arqueológica propia). La visión arqueológica, a pesar de todas sus evidentes ventajas y aportaciones ya imprescindibles, representa también -más que las otras visiones históricas- una cierta falta de "perspectiva de conjunto" sobre los propios hechos materiales que se estudian, a la vez que resulta demasiado pretenciosa (y fallida) en su supuesta cientificidad (que desde luego la tiene como método, pero no tanto -o mucho menos- en sus conclusiones y en sus resultados investigativos históricos), y siguen faltándole en todo caso criterios selectivos para conjuntar y contextualizar debidamente los propios datos arqueológicos y para su integración en una visión de conjunto, en una visión propiamente histórica. También la Arqueología llega en este punto, con más facilidad incluso, al colapso, que no es ya mero "colapso del interés", sino colapso de los datos arqueológicos mismos, tan sobreabundantes a veces como imposibles de sintetizarse, contextualizarse e integrarse históricamente, algo que ocurre últimamente demasiado a menudo y que preanuncia ya tiempos todavía peores para la pretendida y pretenciosa "ciencia histórica".

A pesar de todo ello, y en lo que respecta a estas cuestiones históricas sobre los orígenes de la civilización griega, forzoso es reconocer que han sido precisamente los hallazgos arqueológicos (espectaculares en un principio y luego mucho más moderados, pero bastante interesantes de vez en cuando) los que han ampliado considerablemente el horizonte histórico y el "espacio historiable" sobre estos siempre complejos problemas de los orígenes de una civilización, dando una inesperada historicidad tanto a algunos de los datos míticos antiguos como al conocimiento nuevo de realidades culturales hasta entonces sólo imaginadas o completamente desconocidas (por ejemplo el "mundo" cretense, el heládico continental o micénico y el insular egeo o cicládico). Pero ahí precisamente, en esa nueva visión e integración histórica de los nuevos descubrimientos arqueológicos, es precisamente donde empiezan casi todos los problemas propiamente históricos.

De aquella Arqueología decimonónica se han heredado, por ejemplo, "periodizaciones" redundantes, superfluas y con frecuencia inútiles, a las que -por pura inercia historiográfica- se hace cada vez más imposible renunciar, o al menos más difícil renovarlas y simplificarlas completamente. ¿De qué sirve, o qué enriquece nuestra visión histórica de la Edad del Bronce en el Egeo, continuar hablando de "Micénico", "Heládico" y "Cicládico" para sus respectivas áreas culturales principales (la de Creta, la de la Hélade o Grecia continental y la de las Islas Cícladas y egeas), con sus respectivas subdivisiones en sus periodos "Antiguo", "Medio" y "Reciente" y sus cortes cronológicoarqueológicos "I, II y III", y A, B y C, respectivamente? (con el tiempo van a faltar números y letras para caracterizarlos a todos). Y aun más inútil resulta por el hecho mismo de que son periodizaciones inestables y continuamente revisadas (al alza o a la baja) con los sucesivos descubrimientos arqueológicos, especialmente teniendo en cuenta que para ubicarnos en esos periodos bastan y sobran las más elásticas y simplificadas periodizaciones generales meramente cronológicas sobre el "Bronce Antiguo", "Medio" y "Reciente".

A ese conservadurismo y mimetismo terminológico (impuesto lógicamente con cierto derecho por sus principales pioneros, descubridores e investigadores) se unen -y esto parece más grave en disciplinas pretendidamente científicas- ciertas distorsiones conceptuales e impropiedades terminológicas que son ya -por desgracia- prácticamente indesarraigables. Se habla generalizadamente por ejemplo, para designar en general a los griegos de la Edad del Bronce, de "griegos micénicos", o más simplemente de "micénicos", "lengua micénica", etc, en lugar de utilizar un término de mucha más alcurnia y exactitud historiográfica, el de "aqueos", que es como los llamaron siempre los griegos de la Edad del Hierro, los griegos del primer milenio o griegos históricos, a sus antepasados culturales directos del segundo milenio, y como llaman también a esos aqueos, con términos fonéticamente muy aproximados, los documentos hititas y egipcios coetáneos. Que Micenas fuera una de las principales capitales de ese "mundo aqueo", y sin duda lo fue durante determinado periodo, no justifica en absoluto tal impropiedad, pues ningún aqueo de otros importantes núcleos urbanos del Peloponeso (de Pilos, de Tirinte, de Argos...) o de otros lugares de la Hélade continental (Tebas, Orcómeno, etc) o de la Hélade insular y minorasiática se hubiera identificado en absoluto con esa denominación de "micénicos", que seguramente les hubiera repugnado bastante. Por lo demás, sabemos que los propios "griegos micénicos" se llamaban a sí mismos con diversos nombres de tipo clánico o de sus diferentes estirpes, pero todos ellos se sentían identificados en esa común denominación genérica de "aqueos" o "pan-aqueos", que la propia épica homérica conservó y continuó usando para designar a esos griegos de la Edad del Bronce (en la épica homérica, como es sabido, los griegos no son todavía designados con ese nombre, "helenos", sino con los de "aqueos", "dánaos", "argivos" o peloponesios y otros más localistas y específicos). Pero ésa y otras impropiedades terminológicas son ya -como decimos- prácticamente indesarraigables de la historiografía contemporánea.

En cuanto a la valoración, a la luz de la nueva visión y revisión arqueohistórica, de los viejos mitos y leyendas sobre los orígenes griegos, hay que resaltar que ni la Arqueología los confirma plenamente ni tampoco los deja de confirmar (son visiones y lenguajes distintos y complementarios, pero no enteramente trasponibles). Lo que sí que tenemos ahora es en cierto modo una interesante "visión binocular", la de la visión históricoarqueológica contemporánea y la de la visión legendaria de la épica homérica, conjuntamente, como dos esferas que desde luego no coinciden (ni pueden coincidir nunca plenamente) pero que se interseccionan entre sí ofreciéndonos una visión de conjunto sobre ambas perspectivas simultáneamente, lo cual -lejos de distorsionar nuestra visión- la complementa y la enriquece considerablemente al poder ser contemplada desde diferentes enfoques. En todo caso, se trata no exactamente de "identificar" sin más unos hechos míticos con otros arqueológicos, sino de integrar ambas visiones, sin sobredimensionar una sobre la otra, sin conceptualizar lo que es puramente metafóricoliterario, pero también sin minusvalorar en absoluto esas visiones legendarias y míticas iniciales, que por lo menos dan "color" a los incoloros datos que proporciona generalmente la Arqueología. En definitiva, tenemos la posibilidad de aprovechar esa nueva visión de "síntesis" que acomode e integre todos estos datos conjuntamente (míticos, legendarios, históricos, arqueológicos) y que sepa relacionarlos y explicarlos adecuadamente. Pues en realidad disponemos ahora para ello de unas ventajas muy desaprovechadas que desconocieron todos los historiadores antiguos y modernos del pasado, unas ventajas que no pueden perderse debido a los excesos cientifistas y a las mediocridades historiográficas y arqueológicas actuales.



 

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2.   Otro problema adicional de conceptos y de idealizaciones: cómo se forma y se conforma una cultura, un "pueblo", una civilización (y cómo se forman los propios estereotipos e idealizaciones sobre una civilización-matriz)


Hablar de "culturas", "pueblos" y "civilizaciones", presupone que hay un mínimo acuerdo acerca de lo que entendemos por "cultura", por "pueblo" y por "civilización". Desde un punto de vista antropológico, el término "cultura" puede referirse a los diversos aspectos y elementos conjuntos de adaptación al medio que caracterizan a un grupo o colectividad humana determinada, o -como se dice ahora- a sus particulares "estrategias" de supervivencia colectiva, que no sólo comprenden los aspectos básicos de "cultura material" (desde las técnicas instrumentales como las herramientas, armas, utillajes, cerámica, vestido, hasta sus desarrollos tecnológicos propios en la arquitectónica, urbanismo, vivienda, tecnología naval, artesanal-industrial, etc, o en los propios modos de producción de los bienes necesarios para la subsistencia y desarrollo material), sino que abarca también los aspectos de "cultura inmaterial o espiritual" (lengua, sistemas de comunicación, de interacción, de integración y relación social y de organización social y política, religión y esquemas de comprensión del mundo, formas de ver y de pensar colectivas, costumbres, tradiciones, instituciones, y en general todo aquello que facilita a esa colectividad una visión -y adaptación- del mundo, de sí misma y de otras colectividades ajenas). Lo primero, el aspecto material -en el caso de las culturas antiguas-, lo conocemos sobre todo por la Arqueología. Lo segundo, el aspecto "espiritual", lo conocemos principalmente por la Historia (cuando hay documentos escritos de esa misma cultura sobre sí misma o de otras vecinas o próximas a ella, porque, si falta esto, lo único que nos queda es el análisis, la deducción, la comparación, la hipótesis y la conjetura más o menos verosímil a partir del contexto de los elementos materiales conocidos).

El término "civilización", a su vez, aunque en muchos aspectos puede identificarse con una cultura predominante o con varias a la vez integradas entre sí, se reserva sobre todo para aquellos "grandes complejos culturales" o estadios culturales avanzados que integran diversas culturas y organizan su vida de relación en torno a "ciudades" (civitas, civitates), que son las que constituyen los núcleos urbanos de intercambio y de distribución de bienes y servicios y los centros de organización política de esas colectividades humanas civilizadas, con desarrollos propios en arquitectura, urbanismo, transportes, bienes de segunda necesidad (suntuarios o de lujo) y con modos de producción que han superado ya las fases culturales de intercambios elementales de las culturas primitivas y se basan en un explotación más racionalizada y organizada de los recursos agrícolas, en actividades artesanal-industriales diferenciadas y especializadas, y en actividades comerciales a gran escala que sobrepasan los propios límites del hábitat geográfico originario (y con esa complejidad de organización social, política y económica se desarrollan también sistemas de control social, de control económico -escritura, contabilidad-, de control político y administrativo de la sociedad y de control cultural -religión, ciencia, sistemas de pensamiento- en sociedades ya muy diversificadas socialmente y muy jerarquizadas políticamente, organizadas siempre de arriba-abajo por el poder político e ideológicorreligioso constituido en "Estado").

Para todo el primer periodo de sedentarización de las colectividades humanas y de descubrimiento, desarrolllo y expansión de la agricultura (el llamado "Neolítico"), que se extiende a lo largo de varios milenios, como es sabido, se habla preferentemente de "culturas", aunque la civilización como tal surge precisamente en el Neolítico, con la creación de la ciudad (=poblado amplio, sedentario y permanente) como centro de mercado y de intercambio de los excedentes agrícolas y con ello de la primera "riqueza", en sociedades que ya no producían exclusivamente para el consumo interno, sino también para el enriquecimiento propio a través del intercambio de excedentes agrícolas o artesanales (con lo que surgen, ya en esas primeras ciudades neolíticas, grupos o castas que se apoderan rápidamente en beneficio propio del control de esos excedentes y de la propiedad de la tierra). Sin embargo, la riqueza propiamente dicha ya había surgido también en los propios grupos nómadas con la domesticación de animales, y la riqueza en ganados había determinado también las propias diferencias entre tribus y grupos nómadas ganaderos y luego dentro de esos mismos macrogrupos tribales fusionados entre sí.

Tampoco caben aquí excesivos reduccionismos ni mitificaciones y especulaciones demasiado simplistas, imaginando diferencias sustanciales radicales entre los grupos humanos sedentarios (principalmente agrícolas) y los grupos humanos nómadas (principalmente pastores y ganaderos), y atribuyendo a unos (los agricultores) culturas básicamente matriarcalizadas, igualitarias y pacíficas, y a otros -los pastores- caracteres socialculturales patriarcalizados, jerárquicos y básicamente guerreros. En la Naturaleza el mundo de lo vegetal es desde luego "matriarcal" en sentido figurado y amplio (se precisan muchas semillas "masculinas" para un único órgano reproductor "femenino", mientras que en el mundo animal ocurre exactamente lo contrario: un macho reproductor, el más apto y el más fuerte, para muchas hembras disponibles). Pero esto no es exactamente un "modelo" trasponible sin más al complejo mundo de relaciones en las sociedades humanas, incluso en las más primitivas y menos evolucionadas. El hecho de que en las religiones, en las cosmovisiones de los grupos nómadas y ganaderos (que son siempre también "recolectores" ocasionales de especies vegetales aptas para el consumo y almacenamiento) haya una preponderancia de divinades astrales y celestes "masculinas" (el conocimiento de las constelaciones era desde luego importante para los nómadas, pero también para los agricultores en sus cosechas estacionales o para los navegantes en sus orientaciones y desplazamientos por el mar), mientras que en los grupos sedentarios y agricultores predominaban divinidades ctónicas o terrestres de carácter femenino, como imagen en primer término de la propia "diosa-madre" común (la tierra cultivable, generadora y regeneradora de vida), es desde luego un reflejo y mimetización con los recursos básicos respectivos (el ganado para unos y la tierra para otros). Pero la domesticación de animales útiles y el descubrimiento de la agricultura son fenómenos progresivos y en muchos casos prácticamente simultáneos en la Prehistoria, a partir de las propias experiencias compartidas de los grupos de cazadores-recolectores del Paleolítico (de hecho la observación de los ciclos vegetales y la paciencia y experiencia que tales observaciones suponen, durante generaciones, parecen en principio actividades más propias de las ociosas mujeres de los cazadores que de los ocupadísimos cazadores mismos, de la misma manera en que la alfarería cerámica, en las sociedades nómadas, suele ser una actividad propia y especializadamente femenina). En todas las sociedades, nómadas o sedentarias, ha existido siempre una especialización del trabajo lo más adecuada posible a las propias capacidades de cada sexo, sin que eso significase preponderancia alguna de uno sobre otro, y menos aun subordinación y no más bien (inter)dependencia recíproca. El hecho es que todas las sociedades humanas históricas (y desde luego absolutamente todas las civilizaciones urbanas) son siempre culturas "mixtas" en todos los aspectos, incluido el de la distribución de los respectivos "roles" y funciones sociales de ambos sexos.

El "igualitarismo" social, por su parte, depende exclusivamente del reparto de los recursos (sean agrícolas o sean ganaderos), y por tanto de la escasez o sobreabundancia de éstos y de la apropiación de esa eventual riqueza por unos u otros grupos en detrimento de los demás. Y lo mismo la guerra, consustancial al ser humano cuando éste desarrolla su supervivencia en un ambiente de escasez de recursos, no de abundancia de ellos. Y la guerra se daba tanto entre los grupos nómadas (enfrentados a veces por el aprovechamiento exclusivo de pastos ganaderos escasos) como entre los grupos sedentarios agrícolas (por la posesión de las tierras más fértiles). Incluso fenómenos sociales como la esclavitud se desarrollaron históricamente en sociedades sedentarias y agrícolas ya muy diversificadas y jerarquizadas socialmente, como consecuencia del incremento de la riqueza y del control de esa riqueza por determinadas "tribus" o grupos originarios, que luego dieron lugar a las diferentes "clases o castas sociales", en una estructuración social piramidal en que todas las castas sociales inferiores tenían al menos el consuelo de tener por debajo de ellos a otros grupos extraños dominados y sin derechos: los esclavos, hijos de esclavos y de prisioneros de guerra.

Si esas utópicas sociedades agrícolas igualitarias primigenias y ese "comunismo neolítico" existieron alguna vez, fue en todo caso en las más primitivas, en aquellas en que todavía predominaba una economía de consumo y todo lo que se producía se consumía por el propio grupo o todo lo más se hacían pequeños intercambios de productos sobrantes con otras comunidades similares. Pero en cuanto comenzaron a generarse excedentes agrícolas abundantes, debido sobre todo a la utilización de herramientas de metal y luego de mano de obra masivamente esclava, la cosa cambió definitivamente, e irreversiblemente también.


 

Otro aspecto que ignoran o pasan por alto todos los "mitificadores" de supuestos matriarcalismos agrícolas igualitarios y pacíficos es que lo que verdaderamente implica un cambio general de "mentalidad", de la forma de ver el mundo y del modo en que una colectividad se ve a sí misma y a los demás grupos humanos, es precisamente el propio desarrollo de la civilización (mixta, jerarquizada, desigualitaria, autodefensiva y ofensiva a la vez). No fueron precisamente las actividades ganaderas, agrícolas, artesanales o comerciales, en sí mismas, las que propiciaron un cambio sustancial de "mentalidad" en las sociedades humanas, sino el desarrollo de unas formas de vida menos inseguras y más estables en esas civilizaciones que las que tenían los numerosos grupos nómadas coetáneos que hacían su vida ganadera tradicional al margen de esas formas de vida civilizadas, aunque en todo caso estaban atentos para aprovechar cualquier innovación útil producida por ellas (por ejemplo las armamentísticas). Esa "mentalidad civilizada", al mismo tiempo que extendió una confianza general en la seguridad de sus propias ciudades-estado, generó también una considerable desconfianza y "miedo" profundo e interiorizado hacia los peligros potenciales o reales que se imaginaban procedentes de esos nómadas pre-civilizados, de esos "bárbaros" (todas las civilizaciones urbanas antiguas tenían similares términos despectivos para designar a los nómadas), y desde luego todos los habitantes de esas ciudades civilizadas cambiaban voluntariamente esa "libertad" de las sociedades nómadas por las ventajas y seguridades de la vida civilizada. Con ese "miedo" de lo civilizado hacia lo no-civilizado, que llega prácticamente hasta hoy, se han hecho todas las civilizaciones de la historia, y ese "miedo social" es lo que ha creado siempre esa imagen estereotipada del "bárbaro" (cuya libertad en el fondo se envidiaba) y lo que en su momento generó y justificó culturas despóticas de los Estados con sus propios súbditos, aberraciones culturalrreligiosas de todo tipo (sacrificios humanos, etc) y fenómenos tan duraderos como la esclavitud (que no es la mera "domesticación" de otros seres humanos, como antes lo había sido de los animales, sino el producto "civilizado" de una visión diferenciadora radical entre los grupos humanos, una diferenciación surgida precisamente de esos "miedos y terrores" civilizados del hombre "de dentro" hacia el hombre "de fuera"). Sobra decir que esos rasgos de "crueldad" y "barbarie", tópicamente atribuidos por los "civilizados" a los "bárbaros", son sobre todo proyecciones inconscientes de todas las crueldades y aberraciones a que da lugar la propia "vida civilizada" y sus manifiestas comodidades y seguridades. Por contra, esos pueblos bárbaros y nómadas están de hecho mucho más humanizados en sus conductas, comportamientos y relaciones con otros grupos humanos. Envidian ciertamente algunas ventajas de la civilización, pero desprecian su falta de libertad, su cobardía moral, su flojedad guerrera, enervada por su desfondamiento ético, sus refinamientos materiales y sobre todo sus miedos. En definitiva, esos nómadas (ya fueran de origen indoeuropeo o semítico o de otras procedencias etnolingüísticas) siempre resultaron ser mucho menos "bárbaros" que lo que la verdadera barbarie civilizada quería atribuirles. Por eso es tan recurrente en la historia antigua el uso de mercenarios bárbaros en esas civilizaciones avanzadas, completamente incapaces ya de defenderse por sí mismas contra otros bárbaros o contra otras ciudades-estado civilizadas, y es frecuente ver cómo esos grupos mercenarios, cada vez más conscientes de su propia fuerza, acaban por apoderarse del control de esos Estados, sustituyendo a su clase dirigente, pero sin destruir en absoluto la propia estructura económica, social y cultural de esa civilización, hasta que finalmente -tras unas cuantas generaciones de refinamientos civilizados- adquieren también los mismos vicios y carencias de las clases dominantes a las que sustituyeron y son finalmente superados también por otros nuevos "bárbaros" más intactos en sus fuerzas, en su valor guerrero y en su superioridad moral. Y vuelta a empezar. Ésa es una de las dinámicas constantes (si no "ley histórica") de todas las civilizaciones antiguas. Pero volvamos al tema.

Es sobre todo con el descubrimiento y aprovechamiento de los metales básicos, en la llamada Edad del Bronce (desde el 3.000 al 1000 a.C., aproximadamente), cuando esas sociedades neolíticas complejas y estratificadas evolucionan hacia formas urbanas permanentes que a lo largo del tercer milenio llegan a alcanzar un alto grado de desarrollo en su organización económica, social, política y cultural. Son las primeras civilizaciones de la Historia en el ámbito mediterráneo, con tres focos iniciales principales: Mesopotamia, Egipto y la isla de Creta, núcleos respectivos de la civilización mesopotámica (sumerios, acadios, babilonios, asirios), la civilización egipcia y la civilización egea (representada sobre todo por una civilización desarrollada separadamente en la isla de Creta con bastante influencia de las otras dos, sobre todo de Egipto), cada una de ellas con características propias y particulares, aunque también con muchos elementos de cultura material más o menos comunes y con un ámbito geográfico propio que se expande también a "entornos" o "periferias" de cada una de ellas, principalmente a través del intercambio comercial y cultural o bien a través de la dominación militar directa. Así, tenemos un entorno claramente mesopotámico en Asia Menor o Anatolia y en Siria y Palestina, un entorno egeo (que incluye las Islas Cicládicas y egeas y la Península Heládica) y un entorno subegipcio que se expande sobre todo hacia el inmediato territorio africano del sur y también hacia el oeste del Nilo. En esos entornos periféricos alternan también formas de vida más o menos "civilizadas", todas ellas conocedoras ya del uso del metal, y formas todavía mayoritariamente pastoriles, nómadas, semicivilizadas o incluso pre-civilizadas y semisalvajes (pueblos del Cáucaso, indoeuropeos de las estepas euroasiáticas, semitas nómadas de los desiertos arábigo y sirio, pueblos subsaharianos nilóticos, pueblos africanos septentrionales a partir del desierto líbico, etc).

La civilización como tal representa la integración acumulativa de complejos culturales diversos en una síntesis que afecta al propio desarrollo urbano, económico y tecnológico y que llega a ser muy superior al de las culturas originarias que la integran, y puede definirse en principio como la propia capacidad de asimilar e integrar económicamente, políticamente y culturalmente elementos culturales y humanos diversos. Pero por ello mismo las civilizaciones ni surgen de una "nada" cultural previa ni son las propias "inventoras" de todos y cada uno de los diversos elementos de multicultura material que las forman. Las primeras civilizaciones mediterráneas y del Oriente Próximo recogieron y asimilaron, p.e., todos los principales avances neolíticos previos en su propio hábitat geográfico originario, que a su vez procedían de descubrimientos -a veces casi simúltáneos o por lo menos relativamente sincrónicos en su desarrollo- en diversos lugares del Asia Anterior (Anatolia, la costa mediterránea siriopalestina, o Egipto, además de la propia Mesopotamia). Y lo mismo el descubrimiento y utilización del metal (oro, plata, cobre, estaño, bronce...), cuyo origen se sitúa vagamente en Oriente Medio también, pero cuya expansión hacia el Occidente europeo sólo se explica como continuidad de la propia expansión previa del Neolítico agrícola por todo el Mediterráneo y hasta la Europa central y occidental.

Mucho más problemático que el concepto y la comprensión conceptual de "cultura" y "civilización" es el manipulado y ambiguo concepto de "pueblo". En principio hace referencia al colectivo humano concreto (con una cultura material y espiritual concreta) que hay detrás de toda cultura y de toda civilización humana. Pero en el caso de las civilizaciones, p.e., resulta por completo bastante artificial, puesto que una civilización es siempre precisamente el resultado de la integración de "pueblos" y culturas originariamente distintos. No hay ni puede haber civilización sin mezcla de culturas, y no hay cultura (salvo en formas muy precarias y elementales) sin intercambios previos, sin contactos y mestizajes humanos previos. La frecuente confusión entre pueblo, lenguas y razas no ha servido precisamente para aclarar estos conceptos o por lo menos para dejar de malentenderlos. "Razas", lo que se dice "grupos más o menos homogéneos filogenéticamente", no existen propiamente desde el Paleolítico, cuando terminaron los últimos aislamientos poblacionales humanos y comenzaron las grandes hibridaciones que dieron lugar a intercambios masivos de técnicas elementales y a los primeros avances en las sociedades epipaleolíticas y neolíticas sedentarias. Por lo demás, subsistían -claro está- las diferencias morfofísicas, a veces muy acentuadas, entre grupos humanos diversos que procedían asimismo de orígenes geográficos y genéticos muy diversos también (pero que en todo caso correspondían a pueblos, incluidos los pueblos nómadas, que venían ya muy mestizados entre sí cuando irrumpen en la historia de las civilizaciones).

De todos modos el concepto de "raza" (como concepto que presupone realidades genéticas que nunca son de hecho idealmente estáticas y puras) no tiene nada que ver -no es identificable en absoluto- con el de "culturas", que es un concepto que refleja una realidad necesariamente dinámica y mestizada (no hay cultura sin mezcla previa, ya lo hemos dicho). En este sentido, las verdaderas "razas" lo son sobre todo en el sentido espiritual y moral, no morfofísico, en el sentido en que antes explicábamos las diferencias y "decadencias" o "degeneraciones" respectivas en la interacción entre grupos nómadas y grupos sedentarios civilizados. Y esa "raza" la mantienen únicamente la no-relajación de los hábitos morales originarios (por ejemplo los propios hábitos guerreros o la vida en condiciones particularmente duras y difíciles, mucho mayor desde luego en las sociedades nómadas que en las civilizaciones sedentarias). Quizá mejor y mucho más útil descriptivamente sea el término -griego precisamente- de éthnos (=pueblo), en sus acepciones exclusivamente culturales, incluidas las idiomáticas (pero no las "raciales"). Actualmente se han incrementado los estudios genéticos poblacionales (de los llamados "haplotipos" y demás) con ciertas pretensiones de aplicarlos a la solución y aclaración de enigmas de la Historia antigua, con unos resultados todavía muy precarios pero que amenazan con convertirse en más inútiles incluso que los puramente arqueológicos, y desde luego mucho más extrapolados y menos "científicos" que éstos.

Decimos esto para desechar desde ahora y absolutamente conceptos imaginarios como el de "raza griega" (o incluso el de "raza indoeuropea") y cuestionar bastante también el de "pueblo griego". Lo griego (helénico), para los propios griegos (helenos), era ante todo una unidad idiomática y cultural, no racial (o sólo muy secundariamente "racial", de "casta", como en Esparta y otras oligarquias helénicas arcaicas), una comunidad de idioma, costumbres, religión y formas de vida, y sobre todo una forma propia de verse a sí mismos como "griegos" frente a todos los demás pueblos no-griegos ("bárbaros", según la propia denominación que ellos les dieron, alusiva sobre todo a su lenguaje incomprensible y a su dificultad para "chapurrear" la lengua helénica, sin importar que fueran tracios, escitas, fenicios, persas, romanos, o civilizadísimos egipcios o babilonios).

Podemos hablar, convencionalmente desde luego, de "pueblo griego" (también de "cultura griega" e incluso de "civilización griega"), pero sin perder de vista que son siempre conceptos, no exactamente realidades (que suelen ser muchísimo más complejas y que por supuesto necesitan conceptos para comprenderlas y describirlas). El origen, o mejor los orígenes, o mejor aun la "etnogénesis" del pueblo griego, es desde luego un proceso complejo que se desarrolla a lo largo de más de un milenio, como mínimo.

Hay dos cuestiones básicas, una histórica y más o menos objetiva (a saber: qué era propiamente "lo griego" y cómo se originó) y la otra referencial o "ideológica" y puramente subjetiva (a saber: qué son o han sido para nosotros los griegos antiguos, qué representan en la historia de la civilización y qué aportan realmente de "original" y de "novedoso" a la historia de ese continuum histórico que llamamos "civilización" y que llega prácticamente hasta hoy mismo sin interrupciones ni grandes discontinuidades históricas).

Dejando de lado "boutades" como la de "todos somos griegos", que dijo alguien en un momento de exaltación y de borrachera admirativa filohelénica, y otras similares (cada uno es, como suele decirse, "de su padre y de su madre", y sobre todo, afortunadamente, de la propia época, cultura y civilización y del tiempo en el que nace, vive y finalmente muere), decir que la civilización occidental ha heredado mucho, o bastante, o casi todo lo propiamente "cultural espiritual", de los antiguos griegos, es incuestionable pero también muy matizable. También hemos heredado lo mismo, más bastante cultura material, de los antiguos romanos, y con mucha menos presunción, pero seguramente con bastante más justeza y exactitud, los occidentales podríamos decir también "todos somos judeocristianorromanos".


 

¿Por qué Grecia (los griegos, lo griego) ha sido y continúa siendo algo tan "especial" para nosotros, los occidentales? ¿Lo es realmente? ¿lo es sobre todo como contrapunto cultural necesario de toda la innegable "orientalidad espiritual" de nuestra civilización occidental? Desde luego hay y ha habido continuidad, sobre todo a través de los romanos, del legado griego recibido por Occidente, que en ciertos momentos históricos fue una de las bases de la renovación y resurgimiento de la Europa post-medieval, tanto en el llamado "renacimiento artístico" europeo como en épocas "clasicistas" europeas posteriores, donde lo griego ha sido modelo de casi todo lo artístico, arquitectónico, literario...

Los antiguos griegos, por otros motivos, también se sentían especiales, hasta el punto de que nunca llegaron a trascender y superar su propio etnocentrismo, algo que finalmente sí hicieron los romanos. Pero la cuestión es: Griegos, sí, pero ¿desde cuándo empezaron a serlo o a tomar conciencia de que lo eran y cuándo dejaron de serlo (si es que los griegos modernos pueden ser considerados algo "distinto")?. Para responder a esa cuestión es del todo necesario distinguir entre lo pre-griego, por un lado, y lo proto-griego, por otro. Lo pre-griego (los "pre-griegos") es todo ese mundo heládico, cicládico y cretense, esa civilización plenamente cuajada sobre todo en la isla de Creta, ese mundo que se encontraron al entrar en la península helénica y extenderse por toda ella esos grupos procedentes del norte que hablaban una lengua de tipo indoeuropeo que llegaría a ser (con bastantes elementos pre-griegos incorporados) el idioma griego de los tiempos históricos. Y lo proto-griego es precisamente eso: la síntesis y la asimilación de lo pre-griego por esos nuevos grupos poblacionales que entraron en la península helénica a comienzos del segundo milenio (hacia 1.900 a.C., según unos, o hacia el 2.000 según otros). Pero ésos eran también todavía pre-griegos, aunque hablasen sin duda un idioma netamente griego; sólo llegarían a ser auténticos griegos (proto-griegos) cuando asimilaron una civilización ya existente en suelo griego continental e insular, una civilización pre-helénica presente de manera marginal y periférica en el continente y mucho más desarrollada en las islas, una civilización que era en todo caso la que se focalizaba y expandía desde la isla más grande de todo el Mar Egeo, la meridional isla de Creta.

Los proto-griegos son, en primer término, los griegos "micénicos", aqueos, griegos del segundo milenio, griegos de la Edad del Bronce, griegos homéricos, o como se prefiera denominarlos, y lo son sólo por lo menos desde el siglo XVI a.C. en adelante, cuando ya han asimilado e integrado los principales elementos de civilización de los cretenses, cicládicos y heládicos continentales ("pelasgos", "tirsenos", "léleges", "eteocretenses", "carios", etc, llamaron los griegos históricos a estas poblaciones pre-helénicas continentales e insulares). Pero también fueron ya proto-griegos (es importante conceptualizarlo) los propios descendientes de todos esos pre-griegos que fueron dominados e integrados en la nueva civilización cretomicénica y que adoptaron el idioma griego dejando sus lenguas vernáculas pre-indoeuropeas, y que en determinadas regiones de Grecia, en épocas plenamente históricas, continuaban siendo la mayoría de la población. Todos eran ya griegos al final del periodo micénico (que dura no menos de quinientos años, que termina violentamente y que coincide con el paso del Bronce Tardío a la primera Edad del Hierro).

En los siglos inmediatamente siguientes (XII, XI, X, IX), los siglos llamados (por comodidad e inercia historiográfica) "siglos oscuros", los griegos vuelven a ser "iletrados" (se pierde el sistema micénico de escritura palacial), pero ya hacia finales del siglo IX o comienzos del siglo VIII los griegos arcaicos adoptan la escritura alfabética fenicia y no pocas influencias de los propios fenicios y de las civilizaciones orientales (incluso de Egipto). Entre los siglos VIII y VI a.C. (época griega arcaica) terminan de formarse las ciudades-estado por toda la Hélade continental e insular, independientes entre sí políticamente y muy cohesionadas culturalmente, y se produce la transición de poder desde las aristocracias residuales procedentes de esos "siglos oscuros" y en algún caso del último periodo micénico hacia unas nuevas formas de "dictaduras populares" (en griego tiranías), y se produce además algo sin precedentes: la gran expansión colonizadora griega por toda la costa oriental y septentrional de Anatolia y de las riberas del Mar Negro, por las grandes islas mediterráneas y todo el sur de la península itálica, por el África del norte cirenaica y por el occidente europeo hasta el sudeste de la Galia y de Iberia, colonias todas ellas costeras, sin romper el vínculo con el mar, que al fin y al cabo era también el vínculo geográfico con la tierra helénica de procedencia (pues lo genuinamente griego, lo helénico, es precisamente eso: un vínculo idiomático, religioso y cultural que los hacía sentirse especiales y diferentes de todos, pero con una diferencia inclusiva, no exclusiva como por ejemplo la de los antiguos egipcios).

Es en esa época griega arcaica y orientalizante cuando se desarrolla también, sin llegar a una completa homogeneidad cultural, esa cultura helénica común, de gran impacto y trascendencia no sólo en la Grecia propia sino también en las islas principales y en todas las colonias griegas anatólicas y mediterráneas, que son a la vez las propias receptoras y principales creadoras de ella.

Después, comienzos del siglo V a.C., una gran invasión de los persas finalmente rechazada, un florecimiento especial de dos de las ciudades-estado más destacadas en la lucha contra los invasores (Atenas y Esparta) y una nueva época para los griegos y lo griego, en un territorio peninsular ya bastante "vaciado" de población por las colonizaciones del periodo anterior, es la protagonizada sobre todo por el expansionismo e imperialismo ateniense. Son ya los "griegos clásicos", creadores de modelos más perfeccionados y definitivos y definitorios de lo helénico (literarios, artísticos, arquitectónicos, políticos). Sigue una larga guerra civil griega entre Atenas y sus aliados-a-la-fuerza y Esparta y los suyos, la Guerra del Peloponeso, el declive político definitivo de Atenas, la efímera supremacía de Esparta, luego de Tebas, diversas "ligas" de distintas ciudades de base geográfica y étnica común, y finalmente el dominio de un pueblo pseudogriego o grecoilirio muy marginal y septentrional, los macedonios, que se impondrán en toda Grecia, en Oriente Medio y en Egipto. Los griegos de ese periodo de más de tres siglos son ya los "griegos helenísticos", los de los siglos IV al II a.C., en que finalmente el dominio macedónico es reemplazado por un dominio mucho más efectivo y duradero: el de los romanos.

Griegos helenísticos, grecoegipcios alejandrinos, grecorromanos, grecorromanos bizantinos, "grecoturcos"... hasta llegar a los "griegos modernos", son otras tantas "modalidades" o "aspectos" o "facetas" de lo griego en todos esos siglos que van desde la época romana hasta la actualidad. Todo ello es griego en todas esas épocas (empezando por la continuidad en el idioma), bien que con componentes culturales distintos en cada época y periodos respectivos. El Imperio Bizantino, por ejemplo, propiamente y oficialmente el "Imperio Romano de Oriente", la única parte del imperio romano superviviente de las invasiones bárbaras occidentales y de las invasiones bárbaras de búlgaros y eslavos, y luego de la gran expansión militar islámica, cumplió diversas funciones históricas de primer orden durante todos los siglos medievales: la contención y cristianización de los pueblos eslavos, la resistencia militar frente al Islam expansivo, la introducción en Occidente de las bases estéticas del llamado "Arte Románico", la conservación del Derecho Civil romano (trasvasado a Occidente desde el siglo XII, con los intercambios propiciados por las primeras Cruzadas), y finalmente su aportación -tras la "fuga de artistas y sabios bizantinos" de Constantinopla tras su caída definitiva en manos de los turcos otomanos- de los elementos artísticos que generaron en Europa occidental el movimiento conocido como "Renacimiento", y que junto al Humanismo determinaron el definitivo despegue y resurgimiento cultural e intelectual europeo. Pero aquí queremos ir mucho más atrás, pues nos interesan sobre todo los primeros griegos, los "protogriegos" (aqueos o micénicos), los "griegos arcaicos" y ya en menor medida los "griegos clásicos", por lo menos para respondernos las preguntas y cuestiones iniciales sobre sus "orígenes".

Y vamos ya a la segunda cuestión: ¿qué tienen de especial esos griegos antiguos, aparte de ser modelo y referencia cultural para la civilización occidental por lo menos desde el Renacimiento para acá?, ¿qué aportaron realmente de extraordinario a la historia de la civilización en el momento de su mayor apogeo histórico?

Se ha hablado muchas veces de "milagro griego". En realidad ni es la primera de las civilizaciones del Mediterráneo ni tampoco la de realizaciones más impresionantes. Tenemos no sólo una civilización mucho más enigmática en sus orígenes, en sus realizaciones y en su impresionante desarrollo, su duración en el tiempo y su anodino final (la civilización del Egipto faraónico), y tenemos la no menos importante civilización mesopotámica (de la que hemos heredado no sólo parte de sus conocimientos de las constelaciones zodiacales astronómicas, parte de su matemática o incluso el cómputo por "docenas", derivado de su sistema duodecimal de contabilidad), sino seguramente también -a través de Grecia y Roma principalmente- muchos de los principios de sus realizaciones arquitectónicas, urbanísticas, hidráulicas, metalúrgicas, etc (pues los elementos de cultura material y tecnológica son los que más fácilmente y más imperceptiblemente pasan de unos pueblos y de unas civilizaciones a otras). Y tenemos dos pueblos -dos culturas semitas- del entorno mesopótamico, y de hecho pertenecientes culturalmente a esa civilización, que aportaron realizaciones propias de considerable importancia a la "civilización universal posterior": los fenicios y los hebreos. Por no hablar de las civilizaciones del Extremo Oriente en la India y China, desarrolladas con completa independencia de las civilizaciones mediterráneas pero nunca del todo desconectadas y aisladas de ellas.

Pero es cierto que los griegos ascienden, por así decirlo, un "nuevo peldaño" en la Historia de la Humanidad y aportan elementos culturales originales y hasta entonces insólitos, como son el conocimiento racional del mundo, para nada incompatible con la propia visión poéticometafórica de su rica mitología, y una visión antropocéntrica hasta entonces inédita en el resto de civilizaciones mediterráneas y orientales, mucho más teocéntricas, y con ello unas ideas de libertad personal y de autonomía del espíritu que hasta ahora no han sido superadas, y con ello y desde ello también una visión estética y racional, unos "modos de ver y de pensar", que han servido de "modelo" a las culturas y civilizaciones coetáneas y posteriores (en lo artístico, arquitectónico, urbanístico, literario, científico, tecnológico, filosófico, político, etc). Hubo muchos imperios anteriores y posteriores a la civilización griega, que como es sabido nunca tuvo una unidad política conjunta y propia hasta la dominación macedónica, en general bastante efímera históricamente, hasta que fue suplantada a su vez por los romanos; pero ninguno de esos imperios, ni los propiamente semitas (babilonios, asirios) ni los propiamente indoeuropeos (mitannios, hititas, persas), dejaron la huella que dejaron los griegos en todo el Mediterráneo ni pasaron de ser imperios militares constituidos sobre la base de civilizaciones anteriores asimiladas y dominadas por una casta militar dirigente. Tampoco el Egipto faraónico, de espléndidas realizaciones en todos los campos, tuvo una influencia externa considerable, pues se desarrolló de forma cerrada sobre sí mismo y para sí mismo desde sus orígenes hasta su helenización, romanización, bizantinización, islamización y desaparición completa.

¿Por qué los griegos y no otros? ¿por qué precisamente los griegos llegaron hasta ese máximo desarrollo civilizador que la propia tecnología de la época les permitía (desarrollo civilizador de ellos mismos y de otros pueblos mediterráneos civilizados, helenizados, por ellos, incluidos los propios romanos)? No caben las explicaciones demasiado simplistas o etnicistas, por ejemplo la antaño tan socorrida sobre la supuesta "superioridad" de los pueblos indoeuropeos y del elemento indoeuropeo como fermento, catalizador y dinamizador principal de todas las civilizaciones mediterráneas. Al margen de lo mucho puramente mitificado (y por tanto a-histórico) que tiene ese difuso concepto de "indoeuropeos" o "pueblo indoeuropeo", lo cierto es que la civilización mesopotámica (desde los sumerios hasta los babilonios, y hasta la llegada de los persas) no debe prácticamente casi nada a lo "indoeuropeo" propiamente dicho. Y menos aun la civilización egipcia, hasta las conquistas persa, macedonia y romana (una civilización que ni en sus orígenes ni en sus momentos de mayor esplendor e importancia histórica, hasta la dominación macedónica, llegaría a integrar en absoluto elementos indoeuropeos de importancia, sino que se desarrolló por sí misma sobre todo con aportaciones de pueblos africanos nilóticos y norsaharianos y con componentes étnicoculturales y orientales del Asia anterior).

Tampoco la civilización pre-griega del Egeo (la Creta minoica) necesitó para nada de indoeuropeos para alcanzar los niveles de civilización que alcanzó antes de su asimilación por los indoeuropeos propiamente helénicos. Podemos seguir utilizando cómodas simplificaciones descriptivas sobre la superposición y dinamización de unos pueblos y civilizaciones sobre otros, pero no podemos atribuir en absoluto y exclusivamente el "milagro griego" o el "milagro romano" a la base indoeuropea principal de ambos pueblos y civilizaciones.

En esos tres grandes "fondos de saco" (cul-de-sac, dicen los franceses) que son las tres grandes penínsulas del Mediterráneo (la península ibérica, la itálica y la helénica), todas ellas con un proceso de "indoeuropeización" más o menos coetáneo (celtas en Iberia, itálicos en Italia y helenos en la Hélade), solamente las dos últimas produjeron dos civilizaciones conexas tan importantes en la Historia mediterránea y europea como son las de Grecia y Roma, como si en el fondo del "saco" ibérico e hispánico hubiese habido un "agujero" por el que se vació toda esa potencialidad que en las dos penínsulas restantes terminó por virtualizarse y materializarse en las dos principales civilizaciones de la historia occidental antigua (que con el tiempo llegaron a ser una misma en realidad). En el caso de los iberos hispánicos (semitizados primero, helenizados después y romanizados más tarde) el problema de su escasa incidencia en el resto del ámbito civilizador mediterráneo parece haber sido simplemente el desfase sincrónico de su aparición y desarrollo histórico: sencillamente no les dió tiempo (no se lo dieron ni cartagineses ni romanos) para llegar a cuajarse como una civilización propia con originalidades y atractivos propios, con muchas potencialidades propias, que las tenía (pero su "civilización fallida" no se debe a carencias culturales o a supuestas inferioridades de base: son cosas de los tiempos y cosas de la historia).

La explicación genérica del "milagro griego" hay que buscarla sin duda por otra parte y en otras "causas". Hay grandeza y originalidad, desde luego, en la civilización griega ya desde sus orígenes. Pero hay también, por debajo de ese brillo, ante todo mucha miseria material como punto de partida e incluso de llegada, pobreza casi extrema. El "milagro griego", como luego el "romano", fue ante todo un milagro de supervivencia en una tierra de origen especialmente pobre en recursos agrícolas "para todos". Cuando se relee la poesía griega arcaica post-homérica se tiene la primera impresión de que, con excepción de Hesíodo en lo relativo a la alternativa del trabajo agrícola autónomo como forma de vida para salir de la miseria en los pequeños y medianos campesinos acomodados de su tierra beocia, las aristocracias helénicas (jonias, eolias, dorias) tenían sus principales intereses en la crianza de buenos caballos de carreras, en las competiciones deportivas entre aristócratas de toda la Hélade (en realidad los únicos que tenían la ociosidad y el tiempo necesario para prepararse y entrenarse), en banquetes elitistas y armoniosos, en la ostentación y el lujo, en el disfrute de los placeres materiales, en la poesía, en el goce de la belleza y de la juventud, en la guerra, en la generosidad con sus iguales, y cosas por el estilo, en las que siempre se han ocupado las aristocracias más ociosas y refinadas de todos los tiempos, culturas y países. Pero en esa misma poesía arcaica se reflejan también otras preocupaciones no menos acuciantes, entre ellas el "sentido" de la vida (y el propio sinsentido de la muerte) y sobre todo el temor -terror casi- a la eventualidad de una pobreza sobrevenida e inesperada, a no poder seguir manteniendo ese tren de vida que los distinguía como élite dirigente. La preocupación era real incluso para ellos, los privilegiados de esa sociedad. Para el griego común, el griego de la calle, de la ciudad o de la aldea (campesino, pastor, artesano, comerciante, marino o pescador), la pobreza era una realidad con la que tenía que enfrentarse día tras día, y cuando esa pobreza asomaba a su puerta y entraba en su casa, no le quedaba más remedio que cambiar de casa y de lugar y "buscarse la vida" y la supervivencia personal y familiar en alguna de las colonias griegas del Mediterráneo, si había sitio en ellas, o si no participar en la fundación de otras nuevas en nuevos territorios.

La sociedad griega no llegó a ser una sociedad esclavista típica, al menos como la romana de época final republicana y altoimperial, pero fue porque ni siquiera los griegos libres, la mayoría de la población griega, tenía en absoluto asegurados de por vida sus escasos recursos de subsistencia. Fue en todo caso esa precariedad de recursos lo que en definitiva potenció fenómenos tan genuinamente griegos como la colonización de las costas del Mediterráneo (desde Asia Menor hasta el Mar Negro, desde las grandes islas hasta las costas itálicas, norteafricanas e ibéricas levantinas). El factor económico, el comercio a gran escala, como ya lo había sido para los propios pre-griegos (cretenses, heládicos y pregriegos insulares), la necesidad de abrir mercados en todo el Mediterráneo (oriental y occidental), los modos de producción enfocados a esos mercados y a esa "supervivencia" sobre la pobreza natural de recursos del suelo griego, fue desde luego determinante para el propio desarrollo de la civilización helénica histórica. Ése es el transfondo (económico, social, cultural y -en definitiva- también político) del llamado "milagro griego". Sin esa pobreza material, podemos estar seguros de ello, no hubiera existido nunca esa posterior riqueza cultural que los define, los caracteriza y los distingue de otros pueblos y civilizaciones de su entorno (anteriores, coetáneos o posteriores). No cabe, por tanto, hablar tampoco del "genio" griego y otras sandeces por el estilo como explicación de ese "milagro griego", sino de algo mucho más tópico y prosaico, del hambre, en este caso del "miedo al hambre", como máximo agudizador del genio y del ingenio de las gentes griegas en épocas y momentos históricos muy concretos.

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3.   Resumen, un tanto apretado, de los orígenes históricos de los griegos y de "lo griego"


En cierto modo podemos decir, por retrautológico que parezca, que lo que sabemos de la historia de Grecia en el segundo milenio (de los "pre-griegos" y de los "proto-griegos") es todavía bastante poco, pero al mismo tiempo es muchísimo en comparación con lo que sabían los propios griegos históricos y lo que se sabía antes de los grandes descubrimientos arqueológicos de finales del siglo XIX (excavaciones en Troya, Micenas, Cnossós y otros lugares egeos) y hasta mediados de los años '50 del siglo XX (desciframiento de la escritura micénica "lineal B"). El problema principal es que desde entonces hasta ahora ha habido muchas discusiones de detalle entre los especialistas (casi todas bastante "bizantinas" y no pocas de ellas incluso del todo irrelevantes e inútiles) y muy pocas visiones de conjunto que integren con cierta coherencia y verosimilitud explicativa todos esos nuevos y abundantes datos suministrados por la Arqueología y la Filología.

En las islas Cícladas (que por lo hasta ahora descubierto por la Arqueología parece que pudieron estar deshabitadas tanto en el Paleolítico como en el Mesolítico y el primer Neolítico), ya en el Neolítico avanzado aparecen culturas arqueológicas de poblados fortificados que conocían la navegación y que comerciaban con otras islas sus productos locales (en la isla de Melos, por ejemplo, se explotaban canteras de obsidiana, y se han hallado objetos melios de esta piedra volcánica en el Neolítico cretense y en otros puntos del Egeo). Las leyendas griegas posteriores (recogidas por Heródoto I, 171.2 y más indirectamente por Tucídides I, 4) hacen a los primeros pobladores de estas islas egeas originarios de Caria, en las costas suroccidentales de Asia Menor, lo que en todo caso hay que interpretar como referido no a los posteriores "carios" de origen y lengua indoeuropeos establecidos en esa región anatólica en la Edad del Bronce, sino a las mayoritarias poblaciones anteriores que habitaban en Caria antes de esa superficial indoeuropeización y que seguramente ya mucho antes de ella, e incluso después de ella, habían emigrado en grupos masivos hasta las islas egeas y hasta la propia Creta, llevando a ellas un neolítico bastante avanzado que incluía también conocimientos náuticos y de construcción naval especialmente desarrollados. Eran, por tanto, poblaciones netamente anatólicas, mediterráneas, que hablaban seguramente lenguas pre-indoeuropeas y que constituyeron siempre la base poblacional mayoritaria de las islas, de Creta y de la península heládica.

Estas culturas "cicládicas" evolucionaron al Bronce en el tercer milenio, y los yacimientos (en las islas de Melos, Naxos, Ceos y Paros, por ejemplo) presentan casas de piedra, calles en sus poblados, y sepulturas colectivas de inhumación (que en algún caso contienen restos de muchos niños), así como puñales, espadas y lanzas de bronce, puntas de flecha de piedra, además de vasijas cerámicas, diademas e idolillos de piedra (los más conocidos son las esquemáticas estatuillas -sobre todo femeninas- de mármol, extraído principalmente en las abundantes canteras de la isla de Paros). Se aprecia ya diferenciación social en esas sociedades insulares, pero no parece que hubiera ningún tipo de articulación política entre las islas. Todo esto por lo que refiere al periodo denominado por arqueólogos e historiadores "Cicládico Antiguo".

En el llamado "Cicládico Medio", las islas egeas no decaen culturalmente, pero en general se muestran más dependientes del exterior en lo comercial, especialmente de la gran isla de Creta, que impone completamente su cultura. A partir de entonces la (pre)historia de las Cícladas se hace por así decirlo cada vez más "cretense". El último período (el "Cicládico Tardío") conoció ya la influencia y el dominio directo de los posteriores griegos micénicos continentales.

Por su parte, el Neolítico de la Grecia continental tiene un desarrollo más pobre, por lo menos por lo descubierto hasta ahora, cuyos yacimientos más significativos siguen siendo los de Sesklo y Dímini, en la región griega septentrional-occidental de Tesalia. Se discute si sus elementos poblacionales pudieron llegar del norte o eran también mayoritariamente procedentes de las islas egeas, y por tanto también de Anatolia en último término. Los hallazgos arqueológicos son todavía muy pocos y demasiado "locales" para establecer afinidades neolíticas concretas con Centroeuropa o con Asia Menor.

Pero donde el Neolítico resulta especialmente abundante y variado es en la mayor de la islas egeas, la meridional y extensa isla de Creta, que muestra ya importantes relaciones comerciales con las Cícladas y muy probablemente también con el Neolítico egipcio. Hacia el 2.600 a.C. se sitúa el inicio del llamado "Minoico Antiguo" (2.600-2000 a.C., aproximadamente) y con él el comienzo de la Edad del Bronce en la isla. La general escasez de recursos del suelo griego es extensible también a Creta; pero los cretenses supieron desde el principio aprovechar los que tenían y diversificar (y maximizar) sus actividades económicas y productivas, especialmente en el aprovechamiento ganadero (de más peso en la isla que la agricultura), en la pesca y en la explotación forestal y de piedra local (esteatita); ello les llevó al intercambio de estos productos (madera sobre todo) con las civilizaciones más cercanas (Egipto principalmente) y a un importante desarrollo comercial progresivo en el que los cretenses exportaban madera, cerámica, armas, objetos de piedra trabajada, y quizá también tecnología naval, e importaban materias primas inexistentes en la isla, como el cobre y el estaño para la fabricación del indispensable bronce, y quizá también cereales básicos. Ya en el llamado convencionalmente "Minoico Antiguo II" (h. 2.490-2470 a.C.), los cretenses establecieron una colonia o factoría en la isla de Cítera, en el extremo meridional de la península helénica (en este periodo se advierte ya en Creta la evolución hacia una sociedad política compleja).

El "Minoico Medio" o "Bronce Medio" (2.000-1.700 a.C.) es la época de los llamados "primeros palacios" y de las primeras escrituras cretenses (jeroglífica y "lineal A", surgidas sin duda del contacto con Egipto y de las propias necesidades comerciales y mercantiles a gran escala). Se produce también una hegemonía cretense sobre las islas Cícladas, que es prácticamente completa, y un intenso desarrollo urbano en determinados centros poblacionales cretenses. Se exporta en grandes cantidades la cerámica pintada (roja y blanca sobre el gris de la propia arcilla cocida) del estilo conocido arqueológicamente como "cerámica de Kamarés". Por esta época los cretenses son citados en documentos cuneiformes como importadores de estaño y exportadores de armas y manofacturas. Las relaciones comerciales con la civilización egipcia también se intensificaron (Egipto fue siempre deficitaria de madera, algo que no faltaba en los bosques de Creta) y los cretenses aparecen denominados como "Keftiu" en los documentos egipcios y representados en pinturas egipcias portando cerámica y otros objetos de fabricación insular y vestidos a la inconfundible usanza cretense (los textos bíblicos hebreos posteriores se referirán después a los filisteos como procedentes de "la isla de Kaftor", es decir, de Creta).

La civilización cretense o "minoica" es el ejemplo más dinámico de cómo con recursos escasos una población se aplicó con ingenio a lo que tenía (conocimientos náuticos excepcionales, madera abundante, capacidad artesanal para trabajar todo tipo de materiales propios o importados) y le supo sacar el máximo provecho, satisfaciendo con ello las necesidades de los pueblos y civilizaciones de su entorno que no lo tenían y cubriendo con productos importados las necesidades básicas de su propia población. Puede decirse que, gracias al comercio marítimo, los cretenses superaron siempre con ventaja las capacidades y posibilidades comerciales de las civilizaciones de su entorno (Mesopotamia y Egipto) y supieron explotarlas hasta sus límites máximos. Y todo ello a pesar de las catástrofes naturales que de cuando en cuando azotaban la isla, en especial los frecuentes terromotos y movimientos sísmicos en cadena.

Uno de ellos fue al parecer lo que causó hacia el 1.700 a.C. la destrucción de los "primeros palacios", sustituidos rápidamente por nuevas construcciones (los "nuevos palacios"), y que significaron el inicio de una nueva época en que la civilización minoica no sólo resurgió desde sí misma sino que alcanzó su máximo desarrollo y apogeo durante los siglos XVII y XVI, hasta por lo menos la primera mitad del siglo XV (h. 1450), en que los micénicos continentales invadieron y ocuparon la isla, aprovechando la debilidad del poderío cretense. La economía y pujanza comercial de los "minoicos", en efecto, se habían visto completamente alteradas por una gigantesca explosión volcánica de la vecina isla de Tera, que partió en dos dicha isla situada al norte de Creta y provocó grandes maremotos y "tsunamis", alteraciones climáticas, lluvias de cenizas volcánicas ininterrumpidas y terremotos en cadena, que con seguridad destruyeron la flota cretense y arruinaron su agricultura y su comercio exterior durante décadas, en una catástrofe de la que ya nunca se recuperaron y que sin duda fue aprovechada por los micénicos del continente para ocupar la isla y sustituir a los minoicos en su dominio del Egeo y en sus relaciones marítimas y comerciales a gran escala. Actualmente hay muchas dudas sobre la fecha exacta de esa catástrofe del volcán de Tera (pues la Arqueológía y los vulcanólogos dan unas fechas en torno al 1.500 a.C. y las pruebas físico-químicas de laboratorio dan otras, mucho más adelantadas en el siglo XVI), pero hasta que haya una certeza cronológica completa, es lícito seguir pensando que esa catástrofe y sus efectos inmediatos posteriores fueron la causa principal del derrumbe de la gran civilización cretense (el mito griego posterior de la "Atlántida" parece apuntar también en esa dirección).

Pero el "problema" de arqueólogos e historiadores con la Creta "minoica" es sobre todo y principalmente un problema de concepto, no de cronología. Hasta que no sean descifradas las propias escrituras cretenses, casi nada podemos saber con certeza acerca de la organización política, económica, social y cultural de esa "primera civilización geográfica europea". De momento sólo caben suposiciones y deducciones, hipótesis y conjeturas sobre datos arqueológicos bastante ambiguos por sí mismos, cuando no muy equívocos también, y otros ciertamente tan sorprendentes como escalofriantes (como son las evidencias de sacrificios humanos esporádicos e incluso de posibles casos de canibalismo con niños).

Así, suponer que en la civilización cretense se dan también los tres elementos típicos de las civilizaciones orientales (templo, palacio y ciudad) no es más que una extrapolación que de momento ni siquiera cuenta con respaldo arqueológico preciso y suficientemente claro al respecto. Desde luego Creta es una civilización urbana, con ciudades importantes (en especial la de Cnossós), pero ya es mucho más discutible que los supuestos "palacios" no fueran en realidad sus "templos" o incluso "templos-necrópolis" por ejemplo. Actualmente muchos historiadores comienzan a hablar más bien de "grandes complejos arquitectónicos habitacionales" que de "palacios" propiamente dichos, lo cual es desde luego mucho más científico y más prudente también, dado que a diferencia de los palacios micénicos no hay en los supuestos palacios cretenses evidencias incontestables de unas funciones propiamente palaciegas y estatales, incluidas las de control económico, político y social, al modo micénico, y ni siquiera las tablillas encontradas en la escritura "lineal A" (indescifrada), aunque sin duda reflejan también actividades contables, no evidencian una contabilidad exclusivamente "palacial" o "estatal", pues podría tratarse de contabilidad comercial privada o de tipo religioso y cultual (de hecho gran parte de ellas se han encontrado en diversos edificios no propiamente "palaciales" o en santuarios religiosos, que no sugieren un contexto precisamente palacial, como ocurre en cambio inequívocamente con las tablillas en "lineal B" de los palacios micénicos). Por ello, deducir de esos ambiguos datos arqueológicos la existencia de una monarquía centralizada en Cnossós y con dominio completo en toda la isla y en los propios territorios insulares del Egeo, es quizá todavía demasiado prematuro, dado el estado actual de nuestros conocimientos al respecto.

Lo mismo cabe decir de la llegada a la península helénica de las poblaciones indoeuropeas que trajeron el idioma griego o proto-griego y que están en el origen de lo que luego serían los griegos "micénicos" o aqueos y de todos los demás grupos y estirpes griegas posteriores. Por otro lado, mientras no se aclaren muchísimos aspectos todavía dudosos e inseguros en la interpretación exacta del contenido de esas tablillas palaciales micénicas descifradas del Lineal B (y el material sigue siendo todavía bastante insuficiente para ello), o se produzcan nuevos progresos arqueológicos (lo que de momento parece no menos difícil), tenemos todo el derecho de explicar no sólo los orígenes, sino también los aspectos generales de esa civilización "micénica" o "cretomicénica", con consideraciones -más que hipótesis- de carácter puramente explicativo y general, siempre que con ello no se contradigan ni sobredimensionen en exceso los datos más explícitos e incontestables de esos indudables documentos administrativos palaciales y los propios datos arqueológicos del todo evidenciados (y que cada cual se quede de momento con lo que más le guste o lo que más le sugiera).

En lo referente a la entrada de grupos masivos indoeuropeos en la Hélade ni siquiera la propia cronología es completa ni mucho menos precisa. Hay, ciertamente, una brusca sustitución de la cerámica pre-griega continental por una cerámica gris de brillo lustroso (la llamada por los arqueólogos "cerámica minia"), atribuida a esos invasores indoeuropeos, pero pocos datos arqueocronológicos, y menos aun datos sobre la procedencia exacta de dichos grupos. Las teorías indoeuropeístas al uso siguen siendo bastante dispares (e incluso disparatadas) al respecto.


 

En general se admite que el "pueblo" indoeuropeo (en realidad un extenso grupo etnolingüístico de nómadas ganaderos cuyo centro geográfico inicial o principal parecen haber sido las estepas del sur de Rusia, al norte del Cáucaso y del Mar Negro y el Caspio, entre los ríos Dniéper y Volga) se fue extendiendo en sucesivas oleadas a lo largo de más dos milenios por Europa central y occidental y por Asia Anterior -Anatolia principalmente-, la meseta del Irán y el norte de la India (de ahí el nombre de "indo-europeos", para otros: "indo-germánicos", "indo-celtas", "indo-hititas" y otras denominaciones convencionales e igual de inexactas). Modernamente se ha vuelto recurrente la ya antigua teoría de identificarlos con las llamadas "culturas kurgán" o "pueblos" kurgán del sur de Rusia. Lo que es indudable es que los grupos indoeuropeos más antiguos y originarios vivían básicamente del pastoreo (vacuno, caballar, ovino y porcino), y por lo que se deduce del propio vocabulario reconstruido de su supuesta lengua originaria común, el llamado "proto-indoeuropeo", conocían la lana y el lino, la rueda y el carro, y desde luego el uso del bronce armamentístico, y procedían de regiones septentrionales en las que eran habituales animales como el lobo y el oso, pero desconocían el mar (al menos no hay en las lenguas indoeuropeas posteriores un término propio y común para designarlo, pues en todos esos idiomas se utilizaron préstamos lingüísticos de lenguas pre-indoeuropeas anteriores o neologismos y metáforas propias). Todos ellos se estructuraban socialmente en clanes familiares extensos, de tipo patriarcal, y su organización política primaria se basaba en el caudillaje ocasional y en el predominio de los clanes más numerosos e importantes, siempre dentro de un igualitarismo político más o menos generalizado; los clanes se agrupaban a su vez en tribus y en diversas fracciones tribalfamiliares más o menos extensas, y todos ellos estaban militarmente muy bien organizados.

Probablemente fueron el crecimiento poblacional y los sucesivos cambios climáticos drásticos los que empujaron a esas gentes ganaderas a buscar nuevos pastos más abundantes para sus rebaños en tierras más meridionales y de climatología más benigna y menos inestable. Entre el 2.200 y el 1.900 a.C. se produce la primera gran oleada o movimiento migratorio expansivo de estos pueblos nómadas (según otros la segunda o la tercera), que partiendo desde Ucrania y a lo largo de toda la costa occidental del Mar Negro atravesó el Danubio por su desembocadura, estableciéndose a continuación unos grupos en Tracia (los luego llamados tracios o tracofrigios) y otros, cruzando los estrechos que separan Anatolia y el Mar Negro, se diseminaron por la península anatólica occidental y central (luwitas e hititas, frigios, licios, carios, etc), mientras que otros grupos penetraban en la península helénica (los primeros proto-helenos de Grecia). Quizá muchas de las supuestas afinidades lingüísticas que algunos filólogos creyeron detectar en algunos niveles de sustrato lingüístico de la lengua griega (por ejemplo términos y sufijos muy similares a los de la lengua indoeuropea de los llamados "luvitas") procedan en realidad de la época en que todavía no se habían diferenciado estos grupos y las afinidades idiomáticas y dialectales eran más frecuentes y menos profundas también las diferenciaciones en sus lenguas respectivas de origen común.

Según otros autores y teorías, esta migración de finales del tercer milenio (incluida la proto-helénica) pudo proceder de Anatolia y recorrer el camino inverso, desde Asia Menor y Tracia hasta la península helénica. No mucho después, quizá como restos o secuelas de esa primera oleada, hay nuevas invasiones indoeuropeas por el este, la de los pueblos que luego serían (por lo menos idiomáticamente) los armenios históricos, los curdos o "hurritas" (o mitannios), y asimismo una gran migración de un tronco común que tras su separación darían lugar por un lado a los pueblos históricos conocidos posteriormente como iranios ("madai" y "parsua", es decir, medos y persas, protoescitas y otros) y por otro lado a los autodenominados "aryas" (="los blancos"), que son los indo-arios que conquistaron y ocuparon la India septentrional y central en un proceso que duró varios siglos, en lucha contra las mucho más avanzadas civilizaciones autóctonas del valle del Indo, más débiles sin embargo militarmente. Todos estos grupos indoeuropeos parecen haber utilizado el carro de dos caballos como arma de guerra. Posteriormente hubo una segunda oleada (tercera o cuarta, según otros) que daría lugar a los pueblos llamados "cimerios", protoceltas, protoitálicos y otros, extendidos por el centro, norte y occidente de Europa, ya en la primera Edad del Hierro.

En lo que respecta a esos primeros indoeuropeos de Grecia (cuya lengua era sin duda un proto-griego no demasiado diferenciado todavía de otras lenguas indoeuropeas del mismo tronco, pero que pronto adquirió su propia personalidad idiomática al integrar numerosos préstamos lingüísticos de las lenguas pre-griegas), lo único que sabemos con alguna certeza arqueológica es que penetraron por el norte de Grecia en al menos dos oleadas, una primera (entre el 2.100 y el 2.000) que trajo consigo destrucciones de algunos poblados pre-griegos, y otra -al parecer más "pacífica"- hacia 1.900 a.C., que fue la que trajo la referida "cerámica minia", ya en el periodo denominado "Heládico Medio".

Desde luego la propia lógica histórica lleva a presuponer que tuvo que haber varias fases en ese largo proceso de civilización de estos grupos invasores. A la fase de "invasión" (h. 2.000-1.900) sucedió sin duda la de "ocupación" y "asentamiento" (1.900-1.700), que presuponen la sedentarización definitiva y el cambio radical de sus tradicionales modos de vida, seguida de una fase de "asimilación" de lo pre-griego (por lo menos entre el 1.700 y el 1.600), que ya en el siglo siguiente (siglo XVI) contempla el despegue de una civilización "cretomicénica" dominada por los invasores, que habían aprendido la navegación, el comercio marítimo, la urbanización de sus nucleos poblacionales, una arquitectura sólida e impresionante tanto en sus fortificadas ciudadelas como en las sepulturas de sus caudillos dirigentes (la sepultura en "tholos" o túmulos artificiales de planta circular tenía un claro precedente en la Creta del "Minoico Antiguo"), y un refinamiento artístico no menos singular (todo ello no pudo ser un desarrollo propio, sino la consecuencia de la asimilación de lo pre-griego, pues la civilización cretense estaba por entonces en su máximo apogeo). El siglo XV es también el de su expansión fuera de la península helénica y el de la ocupación de todas las principales islas egeas y de la propia y decaída Creta (h. 1.450 a.C.), y el siglo XIV siguiente es el del apogeo de la civilización micénica propiamente dicha, seguido (siglo XIII) del declive, y finalmente (siglo XII) del colapso y definitiva ruina.

Si esos primeros grupos indoeuropeos pre-griegos entraron en la Hélade de una vez o en sucesivas invasiones, es cuestión todavía discutida y discutible (en realidad no todos esos grupos penetraron hasta la subpenínsula del Peloponeso, pues bastantes tribus y clanes de los que se ha venido en denominar "pre-dorios" parece que se quedaron en las regiones septentrionales del noroeste: el Epiro y Etolia, principalmente, y siguieron viviendo en sus atrasadas formas de vida pastoriles, aunque ya sedentarizados).

La gran "novedad" que aporta esa "civilización aquea o micénica" es algo que no se da en otros reinos indoeuropeos coétaneos del Asia Anterior (los hititas, por ejemplo). Y así, con carácter comparativo general, podemos decir, sugerir, imaginar racionalmente, y hasta afirmar, que los griegos micénicos no se comportaron con las poblaciones pre-griegas sometidas del mismo modo en que consta que sí lo hicieron otras castas indoeuropeas dominantes o predominantes en otros lugares de Europa y Asia Anterior (los mitannios sobre los hurritas del Curdistán, los hititas sobre las poblaciones anatolias, los persas sobre los babilonios, asiánicos y egipcios, o los indoarios en la India septentrional y central sobre las poblaciones pre-arias). Los griegos micénicos lo hicieron, por así decirlo, de otra forma, y en eso podemos ver, si queremos verlo, que es precisamente con ellos y por ello mismo cuando comenzó una parte importante de ese "milagro griego" o "proto-griego".

A los micénicos les tocó gestionar y organizar esa "pobreza material congénita" del territorio griego. Y por ello mismo no pudieron constituirse sin más -como hicieron el resto de los "pueblos" indoeuropeos (incluidos los posteriores dorios espartanos en un ámbito local mucho más reducido y cerrado)- en meras castas guerreras dominantes dispuestas a vivir del trabajo y de las miserias de las poblaciones sometidas. Desde luego no estaban dispuestos a "compartir esa pobreza", ni mucho menos, ni renunciaron en absoluto a la ostentación y al lujo (creemos que más bien de cara al exterior que hacia sus propios súbditos), pero sin duda vieron también rápidamente las ventajas de reorganizar la sociedad con unos esquemas de civilización propios, garantizando que esas poblaciones pre-griegas sometidas colaborasen activamente y de buena gana en esa nueva organización estatal y palacial, es decir, garantizándoles que en ningún caso iban a "morirse de hambre" (porque los propios micénicos debieron de darse cuenta del terreno que pisaban y de que dependían de esos pre-griegos para su propia supervivencia); por eso decimos que era inviable, a escala regional, una mera dominación de "casta". No es que tardasen todos esos siglos en darse cuenta de ello, sino que ése fue el tiempo que algunos de sus grupos más dinámicos y pujantes, los aqueos propiamente dichos, necesitaron para asimilar lo más asimilable de la civilización pre-griega dominada.

La cuestión de cómo se gestaron y desarrollaron esos poderosos reinos centralizados en los cuatro o cinco siglos que median entre la entrada de esos pre-griegos indoeuropeos en una península helénica ocupada por pre-griegos mediterráneos no indoeuropeos, no podemos responderla desde los insuficientes datos históricos que se poseen, pero podemos imaginarla con bastantes posibilidades de verosimilitud e incluso de historicidad.

Una primera etapa fue sin duda de asimilación, suplantación, desarrollo de algunos centros urbanos de cierta entidad, y en definitiva: contacto y recepción de todos los principales elementos de esa civilización pre-griega. Etapas subsiguientes debieron de ser, tras aprender y asimilar las técnicas navales, cierta actividad de piratería en el Egeo y en las islas, quizá incluso con incursiones esporádicas de pillaje en Creta, pero esto no debió de durar demasiado en cuanto se dieron cuenta de que era mejor "aprender a pescar que robar pescado", es decir, cuando adoptaron y adaptaron los propios "modos de supervivencia" de la civilización cretense, que eran sobre todo los comerciales en las costas e islas del Mar Egeo e incluso "más allá", por occidente.

¿Lo hicieron igual que los cretenses?. Podemos creer que no exactamente, sino que en muchos aspectos pudieron hacerlo incluso "al revés". En nuestros actuales y exiguos conocimientos acerca de cómo funcionaba la civilización cretense o minoica, sólo tenemos datos y hechos indirectos: es un hecho, por ejemplo, que esa mítica "talasocracia" cretense existió y que fue muy pujante, pero no sabemos en absoluto cómo funcionaban realmentes esos "palacios" cretenses, es decir, ese Estado talasocrático basado en el dominio del mar y en los intercambios comerciales en todo el Egeo. Algunos quieren imaginar en la Creta minoica (porque de hecho no es más que eso: imaginación y trasposición, muy anacrónica a veces, y siempre sin suficientes datos que lo respalden) un Estado centralizado y burocratizado, al modo micénico, con un control más o menos directo de toda la economía de la isla (agrícola, ganadera y artesanal) y sobre todo del comercio exterior. Pero a lo mejor ocurría exactamente lo contrario, es decir, que el Estado cretense gobernaba sobre todo "de puertas adentro", y que ese amplísimo comercio exterior -aunque garantizado y protegido por la fuerza militar (naval) del Estado, e.e., de la monarquía o quizá "principados" cretenses-, en realidad dejaba la verdadera iniciativa comercial a cargo de particulares, de cualquiera con capacidad para armar una nave por su cuenta y riesgo, utilizar contactos previamente establecidos en el exterior y comerciar exportando manofacturas o materias primas de la isla (madera, sobre todo) e importando productos escasos o inexistentes en Creta (metales, especialmente el cobre y el estaño para la fabricación del bronce, pero también otros muchos productos de primera necesidad). Nada sabemos de la existencia de una aristocracia comercial y mercantil en el reino minoico, constituida tal vez por poderosos y ricos armadores y mercaderes (como luego los hubo, en épocas plenamente históricas, en Atenas, en Corinto, en Calcis y en tantas ciudades-estado griegas abocadas al mar, que llegaron a igualar y a superar en riqueza a las propias aristocracias terratenientes de sangre). En tal caso, el Estado cretense se limitaría a dar a esa "iniciativa privada" su respectiva "patente-de-corso" para comerciar en puntos previamente determinados por los mercados existentes y por las relaciones diplomáticas (relaciones que en todas las civilizaciones antiguas eran, ante todo, comerciales).


 

El modelo micénico parece haber sido también similar (y aun superior al cretense) en cuanto al alcance de ese dinámico comercio marítimo, pero quizá también radicalmente diferente en su organización. Parece ser que en este caso era el Estado micénico el que controlaba directamente todo ese comercio exterior, y no sólo eso, sino también otras ramas vitales de la economía productiva: la agricultura, con miras al autoabastecimiento suficiente de la población de los diversos reinos, y las actividades industrial-artesanales, con vistas a la propia demanda interna y a la exportación exterior. El comercio interior, o incluso la propia ganadería (los reyes micénicos -o sea, el Estado- eran propietarios de amplísimos rebaños, sobre todo vacuno) quedarían sujetos a una supervisión estatal con fines exclusivamente tributarios.

Ésta es, a grandes rasgos, la idea o conjetura-base, que desde luego no creemos ni en exceso aventurada ni tampoco contradictoria de los datos más seguros de las tablillas micénicas, por lo menos a la vista de tantas propuestas dudosas y la falta de un paradigma explicativo general en que puedan ubicarse la mayoría de ellas, o por lo menos las más coherentes y seguras, algo que quizá se pueda hacer algún día en la medida en que progresen esos estudios filológicos y epigráficos y aumenten tambien los descubrimientos arqueológicos verdaderamente relevantes. Entre tanto, no conviene olvidar que la economía del mundo micénico, como antes la del mundo cretense y como todas las economías pre-monetarias de la Edad del Bronce, son economías de intercambios a gran escala, de pagos de servicios, tributos y contraprestaciones en metal o en especie, y que los palacios micénicos parecen funcionar ante todo, en las respectivas regiones y territorios bajo su dominio directo, como grandes centros de redistribución de los bienes económicos y de los intercambios. En el tema agrícola, las tablillas dejan claro (aunque a algunos no les parezca tan claro) que existían tierras comunales directamente supervisadas por el palacio y otras encomendadas a altos funcionarios (quizá el término "encomienda" sea más exacto que el de suponer que se trata de donaciones regias a particulares especialmente poderosos de entre la aristocracia palatina que rodeaba al wánax o monarca), y es posible que fueran esos funcionarios los encargados en esos lotes de tierras de la redistribución de parcelas temporales entre los campesinos y de su supervisión y control. No lo sabemos con certeza, pero seguramente es muy prematuro también, desde los propios datos de las tablillas, presuponer una economía estatal basada simplemente en prestaciones y en tributaciones. Sin duda había algo más. El palacio controlaba prácticamente en régimen de monopolio todas las actividades económicas de mayor nivel: el propio wánax, como se ha dicho, poseía numerosos rebaños de ovino y vacuno, así como de caprino, porcino, caballar y asnal, también de colmenas productoras de miel y cera, y asimismo controlaba los productos derivados de ellos (pieles, leche, carne, y sobre todo lana, de la que se contabilizan toneladas de ella en el palacio micénico de Cnossós). Hay asimismo un control palacial exhaustivo del grano (trigo y cebada) y de sus semillas, y también de frutos como los higos y de cultivos como el olivo y la vid, y de su respectiva producción de aceite y de vino, así como de otros productos exóticos denominados en las tablillas con el adjetivo po-ni-ki-jo (phoiníkion, "fenicio"), quizá alusivo a los dátiles, según se ha pensado, y hasta se contabilizan árboles y plantas en algunos casos. Pero además de esto, hay también un riguroso control de las actividades industrial-artesanales: industria maderera, industria perfumista, construcción en piedra, construcción naval, construcción de carros, industria textil, alfarería, orfebrería e industria metalúrgica (los broncistas parecen haber tenido un estátus especial, y no hay duda de que abastecían las necesidades armamentísticas del palacio, con bronce que previamente se les suministraba desde éste, aunque estos broncistas satisfacían también las demandas internas particulares de metal, seguramente no las de armamento sino la de otros objetos y herramientas de bronce de uso cotidiano). La alfarería, la producción cerámica, era sin duda un monopolio estatal en las piezas destinadas a la exportación, y las cerámicas micénicas de calidad llenaban los mercados mediterráneos y satisfacían sin duda una gran demanda (varios siglos después las cerámicas corintias y áticas seguirían también los mismos pasos y seguramente también algunos de los mercados abiertos en época micénica). Se importaba, también en grandes cantidades, cobre, estaño, especias y productos de lujo. Y aunque no pueda excluirse la actividad privada en este comercio de exportación-importación, no cabe duda de que la distribución, el control y la garantía de los mismos era función prioritaria del palacio.

Nada de ello debería sorprendernos, si tenemos en cuenta que la propia contabilidad palacial implica un control exhaustivo de ciertas parcelas de la economía, y que ese control presupone en primer lugar dominio sobre los propios recursos del país (los agrícolas sobre todo, pero también los industrial-artesanales y especialmente los comerciales). La economía micénica, eso también es evidente desde la lectura de las tablillas, estaba muy centralizada en el palacio, lo que en todo caso presupone un cierto control palacial (estatal) de los principales sectores productivos (y no únicamente, como se ha supuesto, por finalidades tributarias, aunque seguramente también). En las tablillas palaciales se registran incluso las raciones alimentarias para trabajadores, trabajadoras (molineras, tejedoras, etc) y niños, así como otros servidores de palacio (llamados "esclavos" o "siervos", aunque se desconoce el alcance real de ese término en época micénica y su condición y función exacta en la estatalizada sociedad micénica). Sabemos que existía, además del príncipe y de otros altos funcionarios palaciales y militares cuyas funciones no están del todo claras, una aristocracia, que también ocupaba cargos palatinos de relevancia pero de los que no hay certeza de que constituyeran propiamente una aristocracia terrateniente, además de sacerdotes y sacerdotisas y un culto palacial del que el propio príncipe parece haber sido su principal representante, y sobre todo una masa de población a la que se designa en las tablillas con el nombre genérico de da-mo (dámos= démos, "pueblo"). Por lo demás, ese supuesto igualitarismo económico no tenía por qué presuponer en ningún caso el igualitarismo social, y desde luego "los que mandaban" no se confundían ni querían ser confundidos con "los que obedecían".

No es un contra-argumento el suponer que una economía de este tipo resultaría difícil de sostener sin un Estado territorial unificado lo más amplio posible, pero no basado en reinos regionales independientes como parecen haber sido los reinos aqueos, pues tales reinos independientes, dados los escasos recursos del suelo griego, se verían obligados a competir entre ellos por su acaparamiento y posesión exclusiva. Desde luego hay indicios de que pudo ser así en los primeros momentos de asentamiento, de adaptación y de "acoplamiento" a las realidades económicas pre-griegas, y también en los momentos y periodos finales de desarticulación y desintegración del sistema (y de hecho las leyendas posteriores parecen presuponerlo, por ejemplo en el caso del ciclo legendario de "los Siete contra Tebas", que ha llevado a algunos a suponer que hubo un primer periodo de preponderancia y hegemonía de Tebas sobre los demás reinos, luego sustituida por la hegemonía de Micenas). Pero es más lógico suponer que, una vez asentados los diversos reinos y sus respectivas esferas de influencia, prevalecería sobre todo el entendimiento, la alianza y el pacto, pues las necesidades y los peligros eran comunes. Prueba de ello parece ser la existencia de coaliciones militares de los diversos reinos aqueos contra enemigos exteriores que perjudicaban los intereses y las actividades comerciales de todos (y que tienen uno de sus principales reflejos legendarios en la expedición pan-aquea contra Troya), y cabe suponer también que esas actividades comerciales que a todos beneficiaban estarían repartidas entre ellos por diversas zonas de influencia reconocidas y respetadas por los demás. En suma, prevalecería más el entendimiento y la solidaridad que el enfrentamiento, por lo menos en los periodos de mayor apogeo y estabilidad. Los enemigos y competidores externos (empezando por el imperio hitita o el Egipto faraónico) eran demasiado importantes para que cada reino aqueo pudiera actuar completamente "por libre" y con sus propias fuerzas y recursos.

En resumen, el mundo micénico (aqueo) parece haberse articulado desde los distintos centros palaciales y territoriales, en una especie de "economías de dirección central" muy controladas y una sociedad muy jerarquizada y estatalizada, en una verdadera "organización económica de la pobreza" de la mayor parte de la población de esos reinos, porque ello era un problema de supervivencia común. Puede parecer un anacronismo hablar de "control de la economía" o de "economía de dirección central" o de "comunismo estatal micénico" (en la redistribución de la riqueza, más que en su producción y disfrute), pero el hecho es que el sistema -por lo que sabemos y fuera como fuese en realidad- contuvo la secular pobreza y escasez de la tierra griega y de sus habitantes durante más de cuatro siglos y más de una docena de generaciones sin interrupción.

Pero finalmente, por causas que no están en absoluto claras ni aclaradas, el sistema entero colapsó y en cierto modo implotó desde dentro. Seguramente no fueron sobre todo causas naturales (como en el caso cretense), aunque pudo haber cambios climáticos, sequías, etc, que determinaron la pérdida de cosechas y el hambre, con las consecuencias inmediatas predecibles, origen a su vez de nuevos trastornos en cadena. También es posible admitir influencias externas, nuevos movimientos de pueblos en todo el Egeo, decadencia del comercio marítimo y aumento de la piratería por parte de las esquilmadas y hambrientas poblaciones de las islas, y un sin fin de "causas-efectos-causa" todavía por determinar con exactitud.

Desde luego se han buscado "culpables" externos sobre todo en los llamados "Pueblos del Mar" y en las supuestas invasiones de los griegos llamados "dorios". Los pueblos del mar no son otros, en su mayor parte, que los propios griegos insulares, pero en un periodo en que más bien parece que se había producido ya esa desintegración del sistema micénico y el colapso del comercio exterior, y no es seguro considerarles como causa directa de la caída de todos esos reinos aqueos (que tampoco fue exactamente simultánea, sino progresiva en el tiempo según las regiones, aunque inexorable en todas ellas), sino que fueron más bien una de las consecuencias inmediatas de la debacle definitiva de esos reinos. Los "Pueblos del Mar", para decirlo gráficamente, son básicamente toda esa miseria egea lanzada desesperadamente al asalto de las ciudades costeras de las ricas civilizaciones vecinas para remediar su total desamparo, su pobreza extrema y su completa falta de recursos, una vez que se produjo el declive comercial y la quiebra definitiva del sistema palacial de economía dirigida desde los palacios, un sistema que si bien seguramente no contentaba a nadie, al menos -a lo que parece- había satisfecho mejor o peor las necesidades más básicas y primarias de todos. Estas gentes de procedencias heterogéneas se asentaron en la costa cananea (filisteos) y en algunas grandes islas mediterráneas (Cerdeña por ejemplo), pero parece que en poco tiempo sufrieron un fenómeno de aculturación que les llevó a diluir e incluso a perder sus propias señas de identidad helénica originaria. Las leyendas griegas posteriores sobre los accidentados regresos (nóstoi) de los principales caudillos aqueos tras la Guerra de Troya parecen reflejar sobre todo esas situaciones post-micénicas de migraciones marítimas masivas y asentamientos en nuevos territorios extra-helénicos.

En cuanto a las supuestas "invasiones dorias", en realidad los propios mitos -significativamente- no hablan propiamente de una invasión exterior, sino de un "regreso", y hemos de considerarlos dentro de las grandes migraciones, despoblamientos urbanos y movimientos de población ocurridos en la Hélade y en el Peloponeso con posterioridad a la debacle micénica. Los primitivos dorios eran básicamente pastores, como sus directos antepasados indoeuropeos, y parecen haber sido en época micénica plena no una "clase baja" de la población o démos, sino más bien unos grupos marginales que conservaban sus instituciones nómadas ancestrales (consejo de ancianos, asamblea de guerreros, y jefes provisionales elegidos por éstos), además de sus tribus y clanes originarios. Es posible que en los tiempos en que los indoeuropeos entraron en Grecia, los dorios entraran con todos los demás grupos y estirpes protohelénicas; pero mientras que algunas tribus proto-dorias se quedarían en el norte, en Etolia, otras entraron con los propios aqueos en el Peloponeso y ayudaron sin duda a éstos a apoderarse de todo ese amplio territorio subpeninsular, aunque es muy verosímil también (a la luz precisamente de los mitos y de los datos históricos posteriores) que, aunque sometidos a los aqueos, desarrollaran su vida tradicional -ganadera y pastoril, como la de todos los grupos indoeuropeos en su origen- un tanto al margen de esa sociedad urbana micénica: es decir, dueños de sus ganados pero seguramente obligados también -directa o indirectamente- a contribuir con ellos al intercambio y a la propia dinámica económica de los organizados reinos micénicos, por lo menos hasta el derrumbe de la civilización palacial, en la que se sumarían a los demás movimientos de población, pero de forma un tanto independiente de todos los demás que no eran de su etnia.

Los supervivientes aqueos de ese derrumbamiento, es decir, las aristocracias palaciales micénicas, parece que se refugiaron mayoritariamente en regiones como la peloponesia Arcadia o la isla de Chipre, donde conservaron su dialecto helénico propio (el llamado arcadio-chipriota), aunque los arcadios de época histórica eran ya una población griega bastante marginal y muy desentendida de empresas panhelénicas como la colonización mediterránea, mientras que los refugiados en Chipre mantuvieron a duras penas su identidad en medio de un ambiente mayoritariamente oriental y muy semitizado (no en vano Chipre había sido durante más de dos milenios el principal centro productor y exportador de cobre en todo el Mediterráneo oriental). Otra parte de esos micénicos se refugiaron en el Ática, donde unidos después a la aristocracias jonias constituirían la oligarquía ateniense de la época griega arcaica.

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Lo que sigue históricamente al definitivo hundimiento de la civilización micénica se conoce historiográficamente como "la edad oscura" o los "siglos oscuros" (otros lo han llamado "la Edad Media griega"), que abarca desde el siglo XII hasta el siglo IX a.C., en que se considera que comienza la "época arcaica" (siglos VIII al VI). El paso de unas monarquías estatalmente muy centralizadas, como eran las del periodo micénico, a formas de gobierno más flexibles y de tipo oligárquico, dirigidas por las aristocracias respectivas en cada región y grupo tribal, no se dió de modo inmediato sino progresivo, y se centró no ya en el palacio, sino en la pólis, en el asentamiento urbano, centralizado también con respecto a sus organizaciones territoriales menores (distritos rurales, aldeas, alquerías). La base familiar de esas aristocracias era el "clan familiar" (el génos parental), es decir, la familia patriarcal extensa, formada por grupos menores conyugales y unifamiliares del mismo linaje, generalmente con cultos religiosos propios hacia los antepasados de esa estirpe común, al que se agregaban también otras familias de sirvientes y dependientes del grupo principal y subordinadas a éste. Las gené se integraban en unidades mayores (fratrías y tribus). Su principal riqueza era el ganado, aunque tras los asentamientos al final de las migraciones lo fue también y sobre todo la tierra de labor. La organización de las familias menores del resto de la población campesina dependiente era similar, aunque a otro nivel de subsistencia, de recursos y de poder. La figura del "rey" de la sociedad micénica prácticamente desaparece en todas partes, o bien se minimiza y se hace secundaria hasta quedar relegada a funciones específicamente religiosas o judiciales en determinadas gené o familias clánicas de cierto prestigio tradicional y arbitral aceptado por todos.

Pero incluso esas poderosas gené aristocráticas acabarán también por desdibujarse en la vida comunitaria de la pólis, de la "ciudad-estado", que se forma sobre la base de "reagrupamientos de casas y aldeas" (que es lo que significa literalmente la palabra synoikismós, sinecismo, con la que los historiadores intentaron explicar ese proceso de convivencia comunitaria en forma de concentración y unificación política en la pólis o ciudad, un tipo de comunidad mucho más amplio que el de las aldeas o alquerías iniciales de campesinos y pastores). Es casi otra "ley histórica" que las aristocracias sólo subsisten sin tensiones interclánicas ni rivalidades cruentas entre ellas por el dominio del Estado cuando están en permanente o semipermanente tensión y guerra externa, y desde luego esas tensiones bélicas las hubo desde el principio en las ciudades griegas, cuando cada una de esas póleis intentó autodefinirse frente a las demás vecinas de su entorno apropiándose de las tierras y territorios próximos.

En realidad, la pólis era también un espacio de control territorial compartido por las principales gené o familias de esa aristocracia terrateniente y militar, un control conjunto de las tierras productivas dominadas por esas familias oligárquicas, pero al mismo tiempo un espacio de redistribución del poder y de entendimiento común entre ellas. De hecho, la configuración de esas primeras ciudades-estado representaba una transformación institucional y social importante: el Estado no era ahora el rey y su aparato burocrático, administrativo y militar, sino la pólis misma, donde se integraban en vida comunitaria las gené aristocráticas y la mayoría de la población dependiente, es decir, el démos, la masa de campesinos libres, de pastores y de artesanos, que llegado el caso eran también los guerreros y defensores de la ciudad, organizados bajo el mando de esa aristocracia militar dirigente. La ciudad se convierte así en centro de intercambios y de servicios, pero también de autodefensa y de participación e integración de esas familias oligárquicas en el poder del Estado, pues era necesario tener presencia activa en ellas para obtener ventajas y cuotas de poder relevantes e influyentes para las respectivas gené. Es, por tanto, el interés común de esas familias de la oligarquía, así como la defensa común de los campesinos en un determinado distrito territorial, lo que acelera ese proceso de agrupamiento urbano, de sinecismo.

La pólis ya no es sólo el núcleo del Estado y de su vida organizada, como lo era el palacio en las ciudadelas de la sociedad micénica, sino que es y representa el Estado mismo, en su forma más incipiente y elemental al principio y progresivamente estructurado en instituciones más complejas después, incluidos los propios cultos religiosos locales como elemento de cohesión de los "ciudadanos" o polítai (todo lo concerniente a la pólis y a esa nueva sociedad urbana configurada desde ella constituirá lo "político", to politikón). El "hueco" dejado por el desaparecido palacio micénico no se llenará o cerrará inmediatamente, sino que quedará transfigurado en un "espacio abierto", el ágora, la plaza pública, el corazón de la propia pólis. En cierto modo puede decirse que el antiguo palacio generó el ágora política, que no es ya un espacio de mercado o un espacio de templos, como en las civilizaciones orientales, sino un espacio político (el templo como espacio sacro se generará, literalmente, sobre el modelo del antiguo megarón o "gran sala" de aquellos palacios micénicos anteriores). La pólis representa, por tanto, la reconstrucción básicamente urbana del Estado, en cierta forma al modo "micénico", pero con instituciones completamente nuevas o renovadas y con otros agentes y otras dinámicas en ese poder y control político, económico y social.


 

La estabilidad y el propio crecimiento demográfico propiciado por esta nueva forma de organización urbana hicieron el resto, convirtiendo a las ciudades en los centros políticos, económicos, administrativos y culturales de todo un territorio, desde los cuales se recuperaban los intercambios y el comercio interior (y más tarde el propio comercio exterior, primero entre las propias póleis y después más allá de éstas, en el propio ámbito egeo y mediterráneo, aunque esta vez en fuerte competencia directa con un pueblo semítico muy activo, los fenicios, que habían ocupado el vacío comercial dejado por los micénicos). Los griegos de la principal pólis de la isla de Eubea (Calcis) y los de Corinto y Atenas, con puertos comerciales muy activos, son los pioneros de esa reactivación del comercio exterior griego al final de esa época de los llamados "siglos oscuros" y el comienzo de la "época arcaica" propiamente dicha, que comienza más o menos en los inicios del siglo VIII a.C. (es también por entonces cuando los griegos adoptan el sistema de escritura alfabética de los fenicios para crear su propia escritura griega). La influencia de las vecinas civilizaciones orientales será un elemento más en la configuración de la cultura griega en esa nueva fase histórica.

También desde la pólis se renueva la propia organización militar. Los ejércitos griegos de estas nuevas ciudades-estado implicarán en la defensa de la misma, de forma igualitaria, no sólo a las antiguas aristocracias guerreras, sino a todos los demás ciudadanos libres del pueblo o démos. En la época arcaica cambia radicalmente la táctica organizativa militar, el armamento y la propia forma de combatir, que no está ya individualizada en los combates personales o en los tumultuosos y descoordinados combates en grupo, sino en la actuación conjunta de una masa de guerreros compacta y sólida. Los aparatosos carros de guerra de época micénica (que de hecho nunca habían sido demasiado efectivos en un terreno tan accidentado como es el griego, sino más bien un medio de lucimiento y ostentación de las aristocracias guerreras) se abandonan definitivamente como arma de guerra, y se potencia sobre todo la fuerza conjunta de la infantería formada por guerreros-ciudadanos equipados todos de igual manera con armadura y armamento pesado (yelmo, coraza, espinilleras o grebas de bronce y un gran escudo circular también de bronce, que protegía desde el cuello hasta las rodillas del propio combatiente y el flanco derecho del combatiente inmediato, y como armas ofensivas básicas la espada y la lanza, ambas de hierro). Estas unidades militares actuaban en formación cerrada como una masa compacta y arrolladora, la formación en "rodillo" o cuadro rectangular, la falange, integrada por estos soldados de armamento pesado y uniformado (los hoplitas). No se sabe con completa certeza si el sistema hoplítico se inventó en Argos, en Esparta o en alguna otra pólis del Peloponeso, pero el caso es que desde el siglo VIII se generalizó en poco tiempo en todos los ejércitos de todas las principales ciudades-estado griegas. El "invento" dió tan buenos resultados que ya no se abandonó ni sustituyó en los siglos siguientes (con este sistema de combate los griegos proporcionaron buenos y cualificados mercenarios en las civilizaciones vecinas, siempre necesitados de ellos, tanto en el decadente Egipto faraónico como en Babilonia y en los reinos y principados de Siria y Palestina que los contrataban, y con este sistema también, ya en los comienzos del siglo V, los ejércitos griegos fueron capaces de resistir, de rechazar y de vencer a los ejércitos persas, basados a su vez en la masa de un gran número de combatientes de infantería ligera y heterogénea, en los carros de guerra y en las nutridas formaciones de arqueros).

La época arcaica es también la época de "despegue definitivo" de la civilización griega, una vez asumidos los elementos o ingredientes orientalizantes que le faltaban. Y a lo largo de los siglos VIII, VII y sobre todo VI, cristaliza por segunda vez el "milagro griego" (el primero había sido, como dijimos, la civilización aquea del segundo milenio y su particular sistema organizativo estatal que permitió a los primeros griegos sobrevivir en un territorio pobre y de escasos recursos). Pero en la época arcaica el problema de cómo solucionar esa endémica pobreza y falta de recursos iba a ser bastante más convulso. Es la gran época de las colonizaciones griegas en el Mediterráneo oriental y occidental, patrocinadas gustosamente por las respectivas oligarquías dirigentes. "Es preciso arrojar de aquí, al mar, a la odiosa pobreza", dirá un poeta aristocrático arcaico, Teognis de Mégara, que también echaba de menos -al parecer- los tiempos en que la aristocracia la constituían solamente los gené clánicos, la aristocracia de sangre, pero que ahora, en todas las ciudades griegas de vocación comercial y mercantil, tenía que hacer hueco en el gobierno oligárquico a las nuevas "aristocracias del dinero", formadas por los nuevos ricos de la pólis, navieros y mercaderes del comercio exterior, de los que la antigua aristocracia terrateniente -aunque los despreciaba por su origen- no podía prescindir, por lo que en muchos casos debían unirse a ellos en matrimonios para poder seguir manteniendo su estátus y su riqueza. Dice también Teognis: "Cualquiera es tenido ya por un hombre de buena calidad (...), así que no te extrañe que la raza de los ciudadanos genuinos se esté oscureciendo".

Pero nada de ello, ni la reapertura del comercio exterior, ni las colonizaciones masivas, bastaban para contener esa pobreza en la masa de la población de las póleis, y en especial la de los oprimidos campesinos que cultivaban en onerosos regímenes de arrendamiento y aparcería las tierras de la aristocracia terrateniente rural. No lograba alcanzarse ese equilibrio social que había caracterizado a los reinos micénicos. La tierra era insuficiente y estaba muy mal distribuida, y había descontento y agitación social en el démos o masa mayoritaria de la población. De este descontento se aprovecharon individualmente algunos aristócratas deseosos de poder personal dentro de la pólis, que actuando en contra de los intereses de su propia clase social recogían las aspiraciones de mejora de las clases populares y mediante golpes de fuerza instalaban en su respectiva ciudad un régimen dictatorial de carácter popular que emprendía mejoras legales, redistribuciones de tierras, grandes obras públicas y otras medidas de urgencia. Son las llamadas tiranías, que desde el siglo VI van a ser uno de los regímenes populares alternativos a las formas oligárquicas aristocráticas. El týrannos (la palabra es de origen oriental, no-griego) venía a ser en cierta forma, salvando mucho las distancias, un trasunto de la antigua figura arquetípica del rey micénico, del wánax, y -como éste- gobernaba la pólis con poderes autocráticos prácticamente absolutos, apoyado masivamente por el pueblo o démos y en contra de los excesos de esas aristocracias terratenientes tradicionales. Alguien ha comparado esos regímenes de fuerza a auténticas "dictaduras del proletariado". No eran tampoco, por lo menos no lo eran en todas las póleis griegas, más que una solución política de urgencia, provisional y transitoria, no definitiva. Pero al menos esas tiranías pusieron de manifiesto que el démos era un elemento importante, además de mayoritario, y fundamental para el funcionamiento y equilibrio socioeconómico de la pólis y que de una u otra forma había que contar con él. Con todo, el siglo VI no fue más allá en este tipo de ensayos políticosociales, y la cosa "política", la innovación política, de momento, se quedó ahí.

Junto a estos cambios y convulsiones sociales, se dan en la atomizada y políticamente fragmentada civilización helénica otros cambios culturales de gran trascendencia e importancia. En ese asombroso siglo VI florecen aspectos de la cultura griega por completo novedosos o muy renovados: algunos serán llevados a su máxima expresión y perfección en la época "clásica" (desde el siglo V a.C. y hasta las primeras décadas del siglo IV), pero otros ni siquiera serán superados en esas épocas posteriores. Hay, en efecto, un arte griego arcaico (escultura, pintura cerámica...) a veces desaliñado y torpe en sus tanteos e imitaciones (p.e. la imitación de la plástica estatuaria egipcia, que es bastante evidente en la escultura griega arcaica y en su rigidez característica); pero a veces tiene también una fuerza impresionante, una naturalidad e ingenuidad propias, no sólo en la plástica, sino también en la literatura y en otras manifestaciones del inquieto "espíritu griego" (p.e. en la cerámica corintia, o en la lírica griega arcaica, o en la primera filosofía jónica e itálica), una fuerza estética que no llegará a alcanzar después -ni de lejos- el arte y la literatura griega clásica en su inevitable refinamiento posterior.

Y es que el modelo de todo el arte y la literatura arcaicos, más allá de influencias orientalizantes, es sobre todo lo homérico, la poesía épica tradicional homérica de los anónimos poetas jonios que la tradición personalizó en el legendario nombre colectivo de "Homero". Los poemas homéricos, de transmisión tradicional y recreación oral (aunque fueron puestos por escrito en cuanto los griegos tuvieron cierta soltura en el manejo de su nuevo alfabeto), procedían de materiales épicos orales gestados sobre todo en los siglos de la "época oscura" que siguió al derrumbamiento de los reinos micénicos; pero esos materiales dispersos fueron reelaborados sobre todo hacia el siglo VIII por poetas populares de Jonia, en la costa centraloccidental de Asia Menor y en las islas inmediatas. Sus temas eran sobre todo las hazañas de esos aqueos de la Edad del Bronce, con unos caudillos legendarios que no son otra cosa que el recuerdo mitificado de los reyes aqueos o "micénicos" del segundo milenio. Esta poesía gustaba especialmente a los aristócratas, quizá porque les recordaba lo que habían dejado de ser y lo que ya no eran ni podían ser, aunque aspirasen a seguir siéndolo. Pero es una poesía de base y de origen popular, recreada y transmitida por poetas populares (desindividualizados y personificados colectivamente en el nombre de Homero). Era una poesía, no conviene olvidarlo, conservada en la memoria tradicional por el pueblo, por el démos, no por la aristocracia, cuyos miembros hasta el siglo VII gustaban más que nadie de la poesía pero todavía no se atrevían a hacerla por sí mismos individualmente, cosa que sólo ocurriría con los primeros poetas líricos arcaicos.

Ahora bien, aunque los anónimos poetas homéricos tradicionales componían sobre todo para satisfacer y halagar los gustos de esa aristocracia que les mantenía, está claro que los temas tradicionales que formaban sus repertorios habían sido conservados por tradición oral por el démos, y como también gustaban al pueblo y al fin y al cabo era éste quien los había conservado en su memoria colectiva, es evidente que esos recuerdos traslucían experiencias colectivas anteriores que también el pueblo añoraba y echaba de menos (por lo menos a nivel de "inconsciente colectivo", de arquetipos y modelos colectivos), pues remitían a una "Edad de Oro" en que la clase dominante, esos "reyes" homéricos, eran auténticos héroes, capaces de hazañas casi sobrehumanas, y que -por supuesto- gobernaban al pueblo rectamente, con justicia y sin abusos y arbitrariedades. Fue el pueblo (no la aristocracia) el que conservó durante siglos el recuerdo de esos héroes aqueos legendarios, y "Homero" -al fin y al cabo- no era otra cosa que la "voz" del démos. Idealizada o no (desde luego lo estaba bastante), lo cierto es que esa gloriosa "época aquea" dejó buen recuerdo a nivel popular, lo que en principio concuerda bastante con la hipótesis de que los reinos "micénicos" lograron un equilibrio políticosocial importante, basado sobre todo en una adecuada redistribución de los recursos económicos de subsistencia, algo que nunca sería superado -por lo menos en su duración temporal- en los siglos helénicos posteriores. No debían de estar muy descaminados esos poetas homéricos cuando forjaron, en parte con la imaginación poética y en parte también con el recuerdo colectivo tradicional, esas grandiosas imágenes de los héroes y reyes aqueos (y eso que ni siquiera conocían, como nosotros ahora, las grandes realizaciones arquitectónicas y artísticas de esa "civilización micénica", por ejemplo esas obras maestras de la orfebrería que son las cinco máscaras de oro que recubrían los esqueletos de unos antiguos reyes micénicos del siglo XVI enterrados en un grandioso "tholos" o sepultura de falsa cúpula en la ciudadela de Micenas).

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El siglo V a.C. comienza con una gran convulsión en toda Grecia, tanto en el continente como en las islas y colonias griegas de Asia Menor, una amenaza exterior como nunca antes había sufrido el pueblo griego en sus propias tierras desde las convulsiones de los Pueblos del Mar a finales del segundo milenio. El expansionismo del nuevo y pujante imperio de los persas y de su dinastía aqueménida, que ya en el siglo anterior se había apoderado de Babilonia y del imperio mesopotámico y había extendido su poder y su influencia por todo el Asia Anterior, Anatolia e incluso Egipto, puso sus ojos en las florecientes colonias griegas de la costa de Asia Menor, a las que impuso tributo y luego acometió directamente su anexión y su conversión en nuevas "satrapías" o gobernaciones del extenso imperio iranio. Había habido previamente, en tiempos del "Gran Rey" Darío, una rebelión en la ciudad jonia de Mileto, que fue completamente arrasada por los persas, a pesar de la ayuda que los atenienses proporcionaron a los milesios. Darío envió por mar un ejército expedicionario contra Atenas, pero éste -contra todo pronóstico- fue derrotado por los atenienses en la llanura de Maratón y obligado a reembarcarse. El hijo y sucesor de Darío, el rey persa Jerjes, proyectó y materializó una nueva invasión de Grecia para castigar a las póleis griegas continentales que habían ayudado a los griegos de Asia, especialmente los atenienses.

La cifra transmitida por Heródoto de un gigantesco ejército de "un millón de hombres" cruzando el estrecho del Helesponto por un puente de barcas (tras ordenar Jerjes "azotar" ritualmente las aguas del mar con látigos para que se calmara y dejara pasar a su ejército) es desde luego del todo inverosímil y exagerada, pero en todo caso fue un ejército innumerable el que atravesó Tracia y penetró en Grecia por el norte, arrasándolo todo a su paso. Toda la población ateniense embarcó en naves y se puso a salvo en la cercana isla de Salamina. Atenas fue saqueada y los templos de la Acrópolis o ciudadela sacra incendiados y destruidos por los persas. Un pequeño contingente de espartanos y otros aliados, con su rey Leónidas al frente, les cerró el paso en el desfiladero de las Termópilas, uno de los accesos terrestres hacia el Peloponeso, pero fueron aniquilados por el ejército de Jerjes. Sin embargo, la suerte de la guerra cambió radicalmente tras la victoria naval de la improvisada flota ateniense contra la poderosa escuadra persa que iba a intentar el desembarco por mar y que resultó estrepitosamente derrotada en las aguas de los estrechos de la isla de Salamina. Una posterior victoria terrestre de los ejércitos de varias ciudades griegas, dirigidos por los propios espartanos, tuvo lugar en Platea, en tierras de Beocia, y otra naval en Mícala, frente a la costa jonia de Asia Menor, y forzaron a Jerjes a retirar su ejército, que pasaba por grandes dificultades logísticas y de avituallamiento sobre el terreno. Grecia continental se había salvado, pero la mayoría de las colonias griegas microasiáticas continuaron bajo dominio o influencia persa muchas décadas más (en realidad hasta las conquistas macedónicas de Alejandro el Grande en el último tercio del siglo IV).

La capitalización de esa inesperada victoria sobre el poderoso imperio persa la rentabilizaron con creces las dos ciudades de mayor protagonismo en la lucha contra el invasor (Atenas y Esparta). No vamos a entrar aquí en el enfrentamiento posterior entre ambas, un duro conflicto bélico que duró intermitentemente más de tres décadas, que implicó a muchas otras ciudades griegas (en el bando espartano o "Liga del Peloponeso" o en el bando ateniense o "Confederación Ático-Délica"), que se extendió hasta Sicilia (cuyas colonias eran mayoritariamente de origen dorio) y que terminó con la victoria espartana (que habían solicitado y recibido ayuda persa para construir su propia flota y contrarrestar el inicial dominio marítimo ateniense), seguida de la ocupación temporal de Atenas por una guarnición lacedemonia y la imposición de un régimen-títere de treinta dictadores colegiados, los llamados "Treinta Tiranos". Ésa es ya una época que se sale fuera de los límites de lo que quiere ser un breve resumen sobre los orígenes de la civilización griega. Pero es necesario, para terminar, decir algo sobre ambas ciudades, Esparta y Atenas, que protagonizaron no sólo la victoria contra los persas sino todo el siglo V en su conjunto, el de la "época clásica" de Grecia.

Esparta (Laconia o Lacedemonia era el nombre del territorio espartano y Esparta propiamente el de su capital) es un caso bastante atípico entre las demás ciudades-estado griegas, por lo menos lo era ya en ese siglo V, en que los laconios se habían desvinculado bastante de eso que hemos dado en llamar "milagro griego" (aunque también formaron parte de él, y con grandes aportaciones, por lo menos hasta el siglo VI). Pero en los siglos V y IV a.C. Esparta era ya sobre todo un "anacronismo" entre los griegos (ni siquiera un "arcaísmo" micénico, porque los espartanos no tenían nada que ver con los aqueos ni con el modo original en que aquellos habían solucionado los problemas económicosociales de sus reinos). Los espartanos lo hicieron de otra forma mucho menos original, la forma típica de dominación de una "casta" militar (los espartiatas) sobre una numerosa población sojuzgada, los mesenios, finalmente sometidos tras largas guerras en la época anterior y gran parte de ellos convertidos a la fuerza en esclavos del Estado espartano, los llamados "hilotas", y los demás en campesinos de las tierras de sus amos y en artesanos y pastores. En Esparta, incluso ese sinecismo que creó la propia capital espartiata a partir de agrupamientos de varias aldeas rurales muy próximas, todo era distinto. Sus antepasados eran una población marginal de pastores y ganaderos dorios, sometidos a los aqueos y seguramente tributarios de ellos durante el segundo milenio, pero al parecer con una vida más o menos autónoma e independiente de los grandes centros palaciales de poder en el Peloponeso durante toda la época micénica.

Mantuvieron algunas de sus instituciones nómadas típicamente indoeuropeas: el consejo de ancianos, la Asamblea de guerreros y el poder militar-sacerdotal de dos reyes como jefes del ejército (monarquía dual o diarquía), luego complementados por la magistratura colegiada de los llamados éforos. La sociedad lacedemonia estaba muy militarizada pero era también muy igualitaria en el derecho de disfrute de la tierra productiva entre las familias de la casta militar dirigente, que además se caracterizaba por una frugalidad y una austeridad extrema que repudiaba el lujo en todas sus formas. La igualdad era completa, para los considerados "iguales", naturalmente, no para los "desiguales", e incluso las mujeres espartanas gozaron de una libertad personal que nunca tuvieron las mujeres griegas libres de otras ciudades.

La colonización, sobre todo en el Occidente mediterráneo (Sicilia y el sur de Italia) alivió en parte, como en toda Grecia, los problemas de sus escasos recursos, pero incluso esa casta dirigente espartiata hizo de esa frugalidad una forma de vida más por necesidad que por gusto. Se vivía para el Estado y para la vida militar: todo lo demás era secundario. Era una forma de dominación sobre el "gran número" de la población sometida que otros pueblos indoeuropeos habían puesto en práctica en muchos otros lugares donde eran demográficamente muy sobrepasados por los pueblos sometidos (caso de los indoarios en la India o de los hititas y otros pueblos indoeuropeos en Anatolia; los persas también, pero la clave de su imperio y de su dominación parece haber sido sobre todo la organización territorial, pues hasta ellos ningún otro imperio en Oriente Próximo había estado tan centralizado y bien organizado; pero los persas no hicieron ni ampliaron la civilización que habían heredado: eran un imperio, dentro de una civilización milenaria mesopotámica a la que se limitaron a incorporarse como clase dirigente y cerrada, que era también la civilización y el imperio que habían construido progresivamente muchos siglos antes los sumerios, acadios, asirios, babilonios y otros pueblos de su entorno, y a esa civilización ellos no aportaron nada novedoso, salvo su excelente capacidad organizativa y administrativa y algunas ideas religiosas de tipo dualista, que ya tenían antes de apoderarse del imperio neobabilónico, cuando todavía eran unos rudos pastores de ovejas en la meseta irania).

Las políticas de segregación racial extrema (y ello parece ser otra "ley histórica" bastante recurrente) funcionan en determinados territorios, sobre determinadas poblaciones y durante cierto tiempo, pero a la larga no consiguen evitar que esas castas dominantes tan minoritarias sean desbordadas o terminen completamente anegadas o diluidas por el fenómeno que pretendían evitar. Y a Esparta le ocurrió lo mismo. Sus principales dirigentes y legisladores, ya desde la época arcaica, decidieron que ese aislamiento, ese distanciamiento de los demás griegos en ese aspecto, y esa segregación social interna, eran lo mejor para su propia supervivencia como pueblo y como sociedad. Mantuvieron su "espíritu de casta", algo a lo que casi todas las demás aristocracias helénicas tuvieron que renunciar tarde o temprano para mantenerse en el poder y garantizar su propia supervivencia y no perder el "carro de los tiempos y de la historia". Los espartanos, que siempre luchaban a pie en sus compactas falanges hoplíticas, lo perdieron. Sus antepasados se equivocaron de plano y condenaron a todo su pueblo a una dura vida sin demasiadas contrapartidas materiales ni espirituales, pues esa experiencia políticosocial espartana fue como meterse en otro desfiladero sin salida, como en Las Termópilas, un desfiladero al que la propia historia les abocó y del que no supieron salir. Esa resistencia histórica no les sirvió de nada, pues a la larga eso mismo que trataban de evitar les desbordó y los espartiatas "de pura sangre" desaparecieron los primeros de todos por el sumidero de la historia. No hubo a la postre "milagro espartano". Ya en lo más álgido de la Guerra del Peloponeso contra Atenas, el ejército puramente espartiata (al margen de sus numerosos aliados) no excedía de los cinco mil o seis mil individuos con capacidad militar, de manera que la "rubia Esparta" parecía tener los días contados (es significativo que muchas fuentes literarias griegas aludan a esas características físicas de los espartanos de sangre que menos se habían mezclado con poblaciones pre-griegas o griegas no-dorias; una comedia ateniense les llama los "descoloridos" o los "pálidos", aludiendo a unos prisioneros espartiatas capturados por los atenienses y exhibidos en Atenas hasta que se compró su rescate, pues el Estado espartano no podía permitirse perder ni siquiera un número pequeño de esos cualificados guerreros de élite).

Atenas es también otro caso "atípico", pero en el otro extremo. Salió airosa de esa invasión persa y además con el prestigio de haber protagonizado y dirigido esa lucha victoriosa (dirigida sucesivamente por dos hombres excepcionales y rivales políticos, Milcíades y Temístocles), e incluso reconstruyeron su ciudad de una forma aun más grandiosa que la precedente destruida por Jerjes. Pero además la guerra pérsica puso a prueba sus nuevas instituciones políticas y las aquilató y robusteció. También el sistema oligárquico original había desembocado primero en una dictadura popular, la de Pisístrato y sus hijos, pero tras la dictadura, y tras la primera invasión persa, sucesivas reformas constitucionales promovidas y apoyadas por varios aristócratas, algunos por puro interés político personal y otros porque habían entendido perfectamente que el démos o "pueblo" era la pieza fundamental con la que necesariamente se debía contar para conseguir el necesario equilibrio igualitario y solucionar las tensiones sociales, dieron lugar a una forma de gobierno enteramente "nueva" en sus aspectos formales propios, la demo-cracia o "gobierno del démos" o "poder del pueblo" (el término griego significa prácticamente lo mismo que el término romano "república" o res-pública, que los romanos utilizaron para designar sus propias formas institucionales democráticas, es decir, las de su "república aristocrática" inicial). Tanto en un caso (el ateniense) como en el otro (el romano) es evidente el carácter de "ficción políticojurídica" que tiene no sólo el término, sino el sistema mismo. Pero al menos era un ideal, y con ello la posibilidad de superar los vicios y desventajas de otros sistemas políticos mucho más defectuosos en las formas y en el fondo.

La democracia ateniense, más basada en realidad en el sorteo de los cargos que en los votos o sufragios, tenía desde luego notables imperfecciones de base, que nunca se corrigieron, pero está claro que al menos era un sistema avanzado en lo que se refiere al control recíproco entre los poderes del Estado, a la alternancia en el poder, al pacto pacífico entre facciones y grupos políticos distintos, etc. Los defectos son también sobradamente conocidos: los propios filósofos griegos que teorizaron sobre la cosa política decían que la monarquía degenera en autocracia despótica, la aristocracia (o "gobierno de los mejores") lo hace en oligarquía o "gobierno de unos pocos para sus propios intereses", y la democracia -a su vez- degenera en demagogia y en tiranía de las masas, es decir, en políticos que le llevan la corriente en sus discursos a los instintos más inconscientes de ese démos, transformado no ya en pueblo sino en "plebe", en "populacho" con los más bajos instintos y pasiones de que son capaces las masas desindividualizadas (los romanos, más prácticos y nada idealistas, llegaron a saber desde el principio mucho más de esto que los propios griegos, y hasta la propia lengua latina utilizaba según el caso un doble término que al parecer procede de la misma raíz, aunque de distintas modalidades dialectales itálicas: el de "pópulus" y el de "plebis"). En realidad, es la diferencia entre un demos o un pópulus consciente y una "plebe" inconsciente. Decía uno de los famosos "siete sabios de Grecia", Tales de Mileto, que el régimen político ideal es aquél en que reina la igualdad de las fortunas y en el que la ley ocupa el lugar del tirano, y sobre todo aquél en que la ofensa hecha a un ciudadano es sentida por todos. Tales el Milesio hubiera sido sin duda un gran demócrata, como lo era el propio Pericles, el principal dirigente al que esa misma democracia ateniense encumbró y que tenía también su punto de "demagogo". Pero el pueblo ateniense tenía también mucho más de "populacho inconsciente" que de "pueblo". Eso lo sabía incluso el propio Pericles y otros políticos atenienses.

Así que ocurrió lo que suele ocurrir en estos casos, casi como en la conocida fábula de Esopo sobre las ranas pidiendo a gritos al dios Zeus que les enviase un "rey": Zeus les echó en la charca primeramente una viga de madera, y como ésta -por supuesto- no hacía absolutamente ningún caso a las tumultuosas ranas, éstas no dejaron de croar pidiéndole un rey más efectivo; Zeus accedió, y les envió uno nuevo: una voraz cigüeña que se las comió a todas una por una. Quizá los atenienses fueron siempre las ranas de la fábula, y quizá Pericles y otros auténticos demócratas como él creían verdaderamente que habían superado todos los modelos políticos anteriores, incluido el homérico (es decir, el aqueo o micénico), pues lo cierto es que una de las grandes diferencias que tuvieron la Atenas y la Esparta del siglo V respecto a toda la cultura griega anterior e inmediata, es que cada una de ellas, a su manera y por separado, no tuvieron ya como modelo propio lo "homérico", sino que ellos mismos -las palabras literales son del propio Pericles en uno de sus demagógicos discursos- creían o pretendían ser "modelo de todos" (los atenienses) o "modelo de sí mismos" (los espartanos). En ambos casos, esa "soberbia" (esa hybris) les perdió y lo perdieron todo. Como las ranas de la fábula esópica.

Pero el caso es también que la democracia ateniense funcionó durante bastantes décadas del siglo V relativamente bien (con una larga y costosa guerra de por medio y con una crudelísima epidemia de peste que se llevó por delante al propio Pericles y a miles de democráticos atenienses de toda edad, sexo o condición). La Democracia es también el "milagro político" específico de Atenas, imitado después por otras ciudades-estado griegas con mejor o peor fortuna, y desde luego quedó para siempre como referente para todos los ensayos democráticos de la posteridad. Que esos éxitos políticos se vieran más que empañados (de sangre, no sólo de "lodo" histórico) por el propio "imperialismo ateniense" del siglo V, que es en muchos aspectos uno de los episodios más repugnantes de la Historia griega (como lo son las prácticas selectivogenocidas en Esparta), no dejan de ser, como siempre, "cosas de la Historia", en las que nunca se sabe si unas cosas son causa o son consecuencia o condición necesaria de las otras.

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En fin, ésta es la Historia resumida (nuestra particular visión histórica, claro está) del origen de lo griego y del "milagro griego". Lo helénico tiene la particularidad y la virtud (de ahí la fascinación que ha ejercido siempre) de que cada cual puede proyectar en ello todo lo que para él mismo pueda ser un modelo; y así, puede ser -p.e.- modelo de hedonismos diversos, o de filosofías de toda clase, modelo artístico, modelo político en algún caso, modelo antropológico, etc (pero no, desde luego, modelo religioso, y ésa es quizá su principal carencia, aunque los antiguos griegos eran todos profundamente religiosos a su manera, con una religiosidad que iba mucho más allá de lo mitológico y que hundía sus raíces en la propia religiosidad prehelénica, pre-griega, nunca del todo asimilada por ellos mismos, de ahí su carácter tan complejo y extraño a la vez para nosotros).

Pero ese "milagro" se compone de muchos otros pequeños milagros mucho más asequibles, "maravillas griegas" más bien (cada cultura y cada civilización tiene las suyas), y entre esas maravillas podemos contar y no parar: la arquitectura clásica, la escultura clásica, la pintura en la cerámica, la mitología, la filosofía, las competiciones deportivas panhelénicas, y especialmente toda la gran literatura griega (desde la poesía homérica, la poesía didáctica de Hesíodo y la lírica arcaica, hasta el teatro, desde la prosa historiográfica, hasta la oratoria o la novela griega), además de otras grandes realizaciones materiales y espirituales (la democracia ateniense, el ejemplo singular del militarismo espartano, la medicina hipocrática, la ciencia helenística, la tecnología...), o acontecimientos históricos y culturales extraordinarios protagonizados por gentes helénicas: la resistencia frente al imperio persa, la colonización y helenización del Mediterráneo, Alejandro Magno y el imperio macedónico, Alejandría, la Gran Biblioteca de Alejandría, el helenismo...

Pero todo esto es más bien "cultura griega", resplandeciente, brillante, impresionante, magnífica, surgida de una civilización plenamente cuajada como tal y plenamente consciente de serlo, pero cultura al fin y al cabo (como la egipcia, la mesopotámica, la hebrea o tantas otras de otras tantas civilizaciones antiguas). Y nosotros (judeocristianorromanos que somos, mucho más que "griegos" en todo caso) buscábamos aquí sobre todo "milagro", "milagro griego", algo específico, diferenciador, sorprendente, extraordinario y original en el contexto de las civilizaciones antiguas. Y, la verdad, todavía no estamos seguros de haberlo encontrado y menos aun de haberlo sabido explicar y transmitir o de haber dado todas las claves para que el propio y paciente lector lo encuentre por sí mismo tras la lectura de estas apresuradas líneas. Lo único que podemos añadir es una mera impresión (obvia, tópica, y tautológica por lo demás), a saber: que el verdadero "milagro griego" fueron en todo caso los griegos mismos.


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